PRESENTACIÓN

Tradición y vanguardia en la SF

La relación de la ciencia ficción con la ciencia no es meramente —ni siquiera principalmente— temática. Al ser la SF[1] un género eminentemente especulativo, se parece a la ciencia, entre otras cosas, en la posibilidad (o casi habría que decir la necesidad) de investigar a partir de lo ya investigado por otros, por lo que con el tiempo se han ido estableciendo una serie de convenciones y símbolos que constituyen un patrimonio general de los escritores del género, una especie de lenguaje técnico de la SF al que se puede y se debe recurrir para lograr una economía de expresión. Por no poner más que un ejemplo, muchos autores utilizan la hipótesis de un «hiperespacio» para compatibilizar los viajes a velocidades superiores a la luz con la teoría de la relatividad, sin molestarse en explicar qué es ese hiperespacio, dando por sentado que el lector ya conoce el convencionalismo.

Es por tanto frecuente, más que en cualquier otro tipo de narrativa, que un autor recoja, abierta y solapadamente, un tema de otro para prolongarlo o enfocarlo desde un nuevo ángulo, del mismo modo que un matemático puede establecer una variante o una derivación de un teorema enunciado por un colega.

En La aventura del cliente marciano, por ejemplo, los autores narran una anécdota relacionada con la invasión de Londres por los marcianos tal como la describió Wells (que, por cierto, aparecía como «estrella invitada» en un relato similar de Aldiss publicado en la selección 16: El árbol de saliva). Por otra parte, Fórmula para un bebé especial se acoge a un viejo recurso de la SF, consistente en imaginar una participación extraterrestre en determinados sucesos más a menos trascendentales.

Pero, al igual que a menudo ocurre en la ciencia, ha habido momentos y corrientes de la SF en que tanto barajar una y otra vez los mismos símbolos y convencionalismos ha dado lugar a un cierto estancamiento. Contra este peligro de anquilosis de lo que podríamos llamar la SF «tradicional» —que conoció en la primera década de la posguerra su llamada Edad de Oro—, se produjo en los 60, especialmente en Gran Bretaña, un movimiento de renovación llamado Nueva Cosa, que pretendió dotar a la SF de un nuevo lenguaje y nuevos campos de especulación. «Hemos de preocuparnos menos del espacio exterior y más del espacio interior del hombre», propugnaba el autor británico J. G. Ballard, iniciando una interesante corriente de SF psicologista que merecería haber tenido más continuadores.

En esta selección se incluye un relato del editor de New Worlds, la desaparecida revista británica que durante un tiempo fue el principal órgano de expresión de la Nueva Cosa, relato en el que el lector sensibilizado al género detectará un claro intento de renovación formal. Pero también cabía una renovación «desde dentro», una SF formalmente «clásica» y que, sin embargo, supusiera un avance y una profundización en los temas especulativos. Tal es el caso, por ejemplo, de esa primera dama de la SF que es Kit Reed, vieja conocida de nuestros lectores habituales, con uno de cuyos últimos relatos comienza esta decimonovena selección. Lo cual, como comprobará usted inmediatamente, es un excelente comienzo.

CARLO FRABETTI