CAPÍTULO V
Barney Hunter no tuvo dificultad alguna en penetrar en el Palacio Gubernamental de Canopus IV bajo la apariencia exterior del sargento Spencer. En la puertecilla de servicio susurró el santo y seña del día, y el soldado de guardia le franqueó el paso.
—Se ha retrasado un poco, sargento. ¿Qué le ha ocurrido?
—Nada de particular. El tiempo es muy bueno y he olvidado el paso de las horas. ¿Hay alguna novedad?
—Ninguna. Creo que hace un rato el capitán Teller ha subido en su busca. Le hemos explicado...
—¿Teller? —Hunter ignoraba quién pudiera ser este capitán. Spencer no lo había nombrado como alguien de las inmediatas vecindades jerárquicas. Supuso que aquella entonación no le comprometía a gran cosa, y la pregunta podía interpretarse de muchas maneras.
—Sí —aclaró el soldado—. No sé qué haya podido estar haciendo todo un mes con los arachnes. Yo le creía muerto ya, o cosa por el estilo; sin embargo hoy ha asomado como si tal cosa.
—¿Qué quería de mí? ¿Lo sabes?
—No, señor. En realidad no tengo la certeza de que haya preguntado precisamente por usted. Quería ver al sargento encargado de la custodia de los presos entrados hoy.
—Bueno... En mi sitio estaba Guffrey. Hablaré con él. ¿Está todavía en las celdas?
—Sí, señor.
La intención de Hunter había sido, precisamente, entrevistarse con Guffrey, quitarle de en medio en alguna forma y desaparecer con Fay Williams a quien todavía, según las últimas noticias, no habían identificado como mujer. Ahora tenía una excusa para acercarse a su puesto habitual sin que a nadie le extrañara.
Guffrey era un hombre rudo y simpático, cuyos ojos, ligeramente estrábicos, resultaban un poco desconcertantes: uno no sabía nunca cuando le estaba mirando. Al ver aparecer al que tomó por su compañero, luego que un soldado le hubo franqueado la enrejada puerta que separaba el departamento de celdas del resto del edificio, se puso en pie.
—¡Hola, granuja! ¿A estas horas llegas de dar tu paseo de unos minutos?
—Toma, echa un trago —el falso Spencer le tendió un diminuto frasco—. ¿Qué quería Teller? Swen me ha dicho qué ha preguntado por mí.
—¡Nada de eso, hombre! —repuso el otro, luego de limpiarse los labios con el dorso de la mano. Aceptó un cigarrillo—. Sólo quería llevarse abajo a uno de los detenidos de esta tarde. ¡Por cierto, que ha resultado ser una mujer!
—¿Cuál de ellos? —inquirió Barney, fingiendo sorpresa.
—Ese que han cogido en el parque. Por cierto, que es un verdadero monumento. Una morena...
—¿Morena? —Fay era rubia.
—¿De qué te extrañas? ¿No has visto ninguna chica con el pelo negro?
—No me extraño. Es que siento debilidad por ese color —enmendó el desliz lo mejor que le fue posible—. ¿Dónde está?
—Abajo, como te he dicho, al igual que todos. Lo que no me explico es la prisa. ¡Ni siquiera han querido esperar a mañana!
—Me voy a dormir, chico —dijo Hunter, fingiendo indiferencia—. Ese condenado de Swen me ha dado un susto, pero mañana me las pagará. ¡Buenas noches!
—... noches —repuso el otro.
Se hubiera asombrado un poco de ver que su compañero no parecía tener mucha prisa en cumplir lo que dijera. En vez de dirigirse a los alojamientos de la tropa en el sótano, se encaminó a la puerta de comunicación interna con el resto del edificio. El soldado que montaba la guardia allí no le opuso la menor dificultad.
—¿A dónde va, sargento?
—No tengo sueño. No sé qué diablos de bebida me han dado en Los Tres Soles que se me han quedado los ojos más abiertos que los de una lechuza. ¿Hace mucho rato que han relevado a la guardia en el departamento de los arachnes?
—A la hora de costumbre, señor: hace... —consultó su reloj— media hora.
—Voy a darles un vistazo.
A partir de este momento pareció volverse invisible... un fantasma que vagaba por distintos departamentos. En un pequeño cubículo, desde donde se controlaba a distancia la entrada a las cámaras donde habitaban los arachnes, un hombre se quedó dormido de pronto. Una mano misteriosa movió ciertas palancas y resortes. Luego el intruso fue aproximándose al lugar prohibido, donde nadie entraba si no era especialmente requerido para ello. A sus espaldas iban quedando hombres inconscientes, que no habían llegado a ver a la persona que les dejaba en tal estado.
Finalmente se encontró ante la pesada puerta del misterioso recinto que servía de morada a los nuevos amos del sistema. ¿Qué habría detrás de ella?
La maniobra que realizara en el cuarto de control le permitió abrir sin dificultad alguna. Cerró cuidadosamente tras de sí y se encontró al principio de un pasillo que descendía en leve rampa.
—Veamos cómo te portas, Lionel —murmuró.
El pájaro asomó la diminuta cabeza, yendo a posarse de un salto sobre su hombro.
—Eres un loco —dijo—. No saldremos de aquí con vida.
—¿Tienes miedo a estas alturas? —replicó Hunter con sorna.
Sin contestar, Lionel emprendió un rápido vuelo, mientras Barney le seguía más despacio. Momentos después se detenían ante otra puerta acorazada... que cerraba desde dentro.
Hunter la examinó desde todos los ángulos.
—No parecen tener mucha fantasía... o no han adaptado aún su propio sistema de cerraduras.
En los pocos días que llevaba en Canopus habla logrado reunir un formidable equipo, perfectamente disimulado bajo sus ropas. Parte de él lo había extraído Lionel de la Alden, y el resto se lo agenció él por sus propios medios. Ahora extrajo una especie de estetoscopio que adhirió a determinado lugar, aplicándose el otro extremo a los oídos; unos cables y algunos otros adminículos le permitieron establecer una corriente a través de la en apariencia insalvable barrera, y en pocos minutos, como al conjuro de algún mágico Sésamo, ábrete, se encontraba al otro lado.
Ahora llegaba el momento más peligroso. Apenas tenía siquiera una idea de la apariencia exterior de los arachnes, de su comportamiento, ni de casi nada relacionado con ellos. Sin embargo no era cosa de echarse atrás: ya lo averiguaría. El sótano aquel no era muy grande, a juzgar por lo que llevaba visto, teniendo en cuenta que los alojamientos de la tropa, calabozos y demás departamentos ocupaban una gran proporción de la superficie del Palacio Gubernamental.
Una vez más, Lionel se desplazó formando una especie de vanguardia en aquellos corredores en penumbra, valiéndose de su diminuto tamaño que casi le convertía en invisible.
Aquello era un verdadero laberinto, y solamente gracias a su casi sobrehumano sentido de la orientación podía Hunter tener una idea del camino recorrido a los cinco minutos de cauteloso caminar. Poco después descubría que el lugar estaba dividido en varios niveles de bajo techo, por los que tenía que caminar levemente inclinado para no tocar la parte superior con la cabeza. La atmósfera que se respiraba allí era húmeda y corrupta; a un lado y otro se abrían oscuros nichos de poca profundidad... completamente vacíos. Barney enfocó una diminuta linterna en algunos de ellos, comprobando que no había nada; pero de pronto se encontró en un pasadizo en el que sólo había desocupados dos de ellos: el tercero tenía la entrada cubierta por un material que, al pronto, le pareció plástico; al tocarlo se le adhirieron levemente las manos, haciéndole sentir una incomprensible sensación de náusea.
—¿Qué crees que será, Lionel? —inquirió en voz bajísima. Su pequeño compañero estaba a su lado informándole de que, en adelante, todos los nichos estaban tapados en igual forma.
—Dudo que lo averigües sin pasar al otro lado —repuso éste. Y nuevamente se alejó en misión de vigilancia.
Hunter no necesitó cavilar mucho para comprender lo acertado de la sugerencia de Lionel. De debajo de sus ropas extrajo una especie de afilado escalpelo y, valiéndose de él, procedió a desprender aquella viscosa materia en los lugares donde se unía a la boca del nicho. En pocos momentos había practicado una abertura suficiente para atisbar en la negrura interior.
Un bulto, una especie de saco de la misma materia que acababa de destrozar, lo ocupaba en gran parte. Sin pensarlo un solo segundo hizo funcionar nuevamente el escalpelo y seccionó una porción del extremo más próximo.
Lo que apareció ante su vista le hizo retroceder, casi obligándole a lanzar un grito horrorizado. La linterna tembló ligeramente en su mano, pero logró, con un formidable esfuerzo de voluntad, mantenerla enfocada en aquello. Era una cabeza... pero una cabeza monstruosa, de insecto, con dos enormes ojos de múltiples facetas, que parecían arder bajo la luz, mirándole fijamente con fuerza casi hipnótica. Encima de los ojos arrancaban dos velludas antenas, gruesas como bastones, pero cuya longitud no podía calcularse porque permanecían como pegadas la parte superior de la cabeza, perdiéndose a continuación bajo el resto de la cubierta que envolvía lo demás de su cuerpo. El único movimiento perceptible era un convulsivo temblor de los quelíceros, provistos de formidables aguijones, que se abrían a ambos lados de la boca.
Hunter no supo nunca el tiempo que permaneció mirando a aquella cosa terrible... y lo que la acompañaba. Tal vea fuera imaginación suya, pero súbitamente le pareció escuchar un leve lamento de agudos tonos. Los candentes ojos comenzaron a perder rápidamente su brillo, y al cabo de algunos instantes eran opacos por completo; incluso el movimiento de las pseudo—mandíbulas cesó. Aquel ser estaba muerto, probablemente a causa de la luz a que tanto temían sus congéneres según le dijera Fay el día de su encuentro.
Pues Barney Hunter no tenía la menor duda de que acababa de ver a uno de los famosos arachnes dueños de este sistema.
Aproximándose, tendió la mano, no sin cierto recelo, hacia el objeto que acompañaba al difunto arachne en su envoltura. Sin embargo sólo se entretuvo un momento. Le hubiera gustado rasgar por completo el saco, pero el tiempo apremiaba y Fay Williams se encontraba en manos de aquellos diabólicos seres... y ahora que tenía una leve idea de para qué la necesitaban, su prisa por buscarla era más apremiante que nunca.
Profundamente impresionado, continuó adelante. La especie de tabique que cerraba las aberturas iba siendo más duro y consistente según se adentraba en el pasadizo, lo que le hizo suponer que también era más antiguo: aquello fraguaba como el cemento. En uno de los últimos le fue imposible introducir la hoja de acero cuando lo intentó experimentalmente. Le hubiera gustado ver hasta dónde y en qué sentido se desarrollaba la metamorfosis de aquellos seres que, al parecer, se comportaban como verdaderos insectos en su ciclo vital.
—¡Sargento! —le increpó súbitamente una voz desconocida.
Se volvió con rapidez. Una pequeña puerta se había abierto a sus espaldas, y un hombre en uniforme de capitán, con una pistola desintegradora en la mano, le apuntaba fríamente. Una mano helada pareció recorrer la espina dorsal da Hunter.
Sin embargo era demasiada su veteranía en situaciones de peligro para perder la cabeza. Con bien fingida mezcla de sobresalto y humildad, habló la voz del sargento Spencer:
—¡Perdón, capitán! Estaba realizando una inspección y he visto la puerta abierta. Creí que ocurría algo, y...
—¡La puerta no estaba abierta, sargento! —replicó el otro, interrumpiéndole—. ¡Jamás lo está!
—Yo he podido entrar, señor...
El capitán, probablemente Teller por lo que Hunter sabía, le hizo un gesto con la pistola.
—Eso lo aclararemos inmediatamente. ¡Entre aquí!
Se hizo atrás, retrocediendo según Hunter avanzaba. La abertura carecía incluso de aquella luz difusa que reinaba en los corredores, y el intruso le perdió de vista en el acto. Pero no ignoraba que el otro lo veía a la perfección, enmarcado contra la penumbra. Obedeció, pues, porque no le quedaba otro remedio. Cuando estuvo dentro, la puerta se cerró y automáticamente se hizo una brillante claridad. Hunter parpadeó, deslumbrado.
—Bien —le llegó la voz del otro. Estaba en pie, al fondo de la pequeña estancia, y la pistola no se separaba un milímetro del pecho del que él creía sargento—. Empiece a explicarse.
—Ya se lo he dicho, señor. La puerta...
—¡No mienta! ¿Por qué ha entrado aquí? ¡Usted sabe perfectamente que está prohibido, salvo que se le ordene lo contrario! ¡Usted es físicamente incapaz de intentarlo siquiera...!
Se cortó en seco. Estaba dejándose llevar por la cólera y diciendo cosas que no debía. Hunter sonrió interiormente. ¡De modo que este capitán Teller, o como diablos se llamara, era un verdadero renegado y no una marioneta, un muñeco sin voluntad propia como el infeliz Spencer! ¿Cuántos habrían en tales condiciones, y cómo descubrirlos?
Hasta segundos antes había creído que los arachnes no contaban con simpatizantes genuinos entre los humanos, sino únicamente con colaboradores forzados artificialmente a una lealtad que un modo natural no hubieran sido capaces de sentir. Ahora veía que estaba equivocado... ¿o no era así? ¿Se trataría de algo mucho más profundo, que en estos momentos no alcanzaba a comprender?
—¿Qué ocurre, Teller? —intervino una nueva voz. Hunter giró la vista.
Había aparecido un nuevo personaje. Éste iba vestido de paisano y sus nobles facciones hicieron resonar un timbre de atención en las profundidades del cerebro de Hunter: ¡Era, nada menos que el Gobernador General de Canopus! ¡El mismo Jan Morrison en persona!
Se sintió apabullado. La lucha comenzaba a parecer algo imposiblemente desigual. Mientras creyó enfrentarse únicamente a unos seres—insecto y sus esclavos humanos no le asustó, pues apenas contaban más que aquéllos; pero ahora... ¡el propio Delegado Galáctico se había pasado al enemigo!
—No lo sé muy bien —repuso el capitán—. Este hombre ha aparecido aquí...
Hunter actuó como una centella, aprovechando que el otro desviaba ligeramente la vista hacia el Gobernador. Sus pies le llevaron sobre él con formidable impulso, al tiempo que tendía la mano izquierda para desviar el arma de Teller. El choque fue terrible. Tomado completamente por sorpresa, el capitán retrocedió y su cráneo resonó con seco golpe contra el pétreo muro que tenía detrás. La pistola emitió un chasquido, pero la descarga se limitó a pasar rozando el brazo de Hunter y descargar de lleno contra una de las paredes, en la que se abrió un buen boquete.
El pensamiento de que lo mismo podía haberle ocurrido a su cuerpo hizo brotar un sudor frío por todos los poros de Hunter cuando daba la vuelta para encararse con Morrison. Ambos tenían sendas armas empuñadas, pero el aventurero fue mucho más rápido en accionar el gatillo que el político, poco acostumbrado a la lucha física. La descarga paralizante se estrelló en el pecho de Morrison, haciéndole derrumbarse pesadamente,
Hunter examinó a sus dos vencidos enemigos. Ambos estaban muertos. De Teller no era demasiado extraño, puesto que tenía el cráneo destrozado por el golpe; pero que una simple descarga paralizante hubiera afectado los nervios involuntarios del corazón del Gobernador hasta hacer que éste dejara de funcionar... Solían darse casos, pero muy raramente.
—Buen arsenal —murmuró, mientras recogía las pistolas de los otros.
Vaciló unos momentos, indeciso entre continuar la exploración por los pasadizos exteriores o introducirse por la puerta que diera acceso a Morrison. Al fin le decidió el recuerdo de Lionel, que continuaba allí fuera.
Volvió a abrir y nuevamente se apagaron las luces. Con toda seguridad se trataba de una protección para las larvas, que no podían tolerar una luminosidad demasiado intensa.
Pero apenas había iniciado la salida, Lionel estuvo posado sobré su hombro,
—¿Dónde te has metido? —susurró el pájaro en tono ansioso.
—Divirtiéndome por mi cuenta —repuso festivamente—. ¿Has encontrado algo?
—Nada —fue la contestación—. ¿Y tú?
—No lo sé, pues no he mirado. ¿Todo son nichos?
—Unos llenos y otros vacíos, pero no hay otra cosa.
—Entonces miraremos aquí. Fay tiene que estar por algún lado de esta madriguera.
Resultaba un alivio encontrarse en un lugar bien iluminado, y no tardaron en empezar a descubrir cosas. Al otro lado de la puerta por donde había aparecido Morrison se extendía una enorme estancia... casi vacía en su totalidad. Sólo una máquina de buenas proporciones y utilidad ignorada para Hunter, ocupaba un rincón. Al parecer el resto de espacio se dedicaba a la instalación de otros aparatos que los arachnes no habían tenido tiempo de montar todavía. Varias cajas de gran tamaño pulcramente alineadas a lo largo de las paredes, avalaban esta idea.
—Yo no sé de qué se trata, pero supongo que si le sacamos las tripas a ese armatoste, los arachnes no nos lo agradecerán, precisamente —murmuró Hunter.
Apenas terminado de hablar ya estaba intentando averiguar la forma de causar el máximo daño. Fue más fácil de lo que imaginaba, pues le bastó dejar caer una barra metálica sobre los cables que alimentaban dé electricidad al armatoste para que se produjera un formidable chispazo. Las luces se extinguieron, claro indicio de que la fuente de energía era la misma, y el cortocircuito había causado una buena avería.
—Lo arreglarán en un momento y no habrás conseguido nada —hizo notar Lionel.
—Me crees tonto, ¿verdad? Espera un poco.
Valiéndose de su linterna para ver, introdujo un pequeño paquete en las entrañas de la máquina, luego de agregarle unos delgados cables eléctricos que conectó en determinados lugares. No conocía el funcionamiento del aparato, pero sí sabia lo bastante de electricidad para instalar una bomba térmica capaz de generar el suficiente calor para derretir por completo cuanto se encontrara en un radio de dos metros, apenas intentaran volver a poner aquello en marcha.
Momentos después se hallaba ante una puerta que podía abrirse con facilidad al quedar inutilizada la cerradura por la falta de corriente. Introdujo el delgado haz luminoso de su linterna... y se quedó paralizado por el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos.
Lionel lanzó un chillido de inenarrable terror.