Prólogo
Mi abuela se llamaba Micaela Cruz de Luna y, cuando éramos niños, a mis hermanos y a mí nos gustaba mucho que viniera desde su pueblo a visitarnos. Nos traía fruta, juguetes hechos a mano, de madera o barro, y dulces que ella misma elaboraba, pero lo que más nos agradaba eran sus historias. La mayoría ya las sabíamos de memoria, pero nos encantaba que ella las contara una y otra vez.
Ahora que soy adulta pienso que sería bueno escribir esas historias para compartirlas contigo.
¿Te gustaría escucharlas?
Pues entonces imagina que nos sentamos a doña Mica (así le decían a mi abuela en su pueblo) y que ella sonríe, da un sorbito a su taza de café y empieza a narrar…