Cuando cumplí diez años, mi abuela me llamó por teléfono.

—Rita, te tengo un obsequio que te va a gustar mucho, tú ya lo conoces. ¿Adivinas de qué se trata? —me dijo.

Yo me alegré mucho porque sí sabía qué era: su hermosa casa de muñecas.

Ella había prometido dármela un día.

Era un juguete precioso que le había hecho su papá cuando era niña.

Mi bisabuelo había sido un hombre con gran habilidad manual y construyó la casa de muñecas con esmero. Tenía su propia iluminación, puertas y ventanas se abrían y los muebles eran unas miniaturas hermosas. La abuela mantenía aquella maravilla impecable, con cortinas, tapetes y todos los detalles necesarios.

img02_02

Pero lo más curioso y admirable era que la casa de muñecas resultaba idéntica a la casa de mi abuela, la cual también había diseñado su padre.

—Tú eres mi única nieta, así que la casita de muñecas debe ser para ti —me dijo ella.

Mi papá me llevó en su automóvil para recoger el obsequio. Iba manejando muy serio. Cuando le pregunté qué le pasaba, me dijo que estaba algo preocupado.

—Mi mamá tiene dos cosas, aparte de su familia, sin las cuales no podría vivir: su perro y su casa de muñecas —me dijo.

La abuela estaba muy enferma, aunque no se le notaba, y a los dos meses de que me dio su preciado tesoro, falleció. El “Cachón”, su perro, murió también a los pocos días.

La casa de la abuela se cerró y se puso en venta. Pero yo tenía a su doble, aunque en miniatura.

Me pasaba las tardes jugando con el preciado juguete, y lo que mi abuela no supo es que también a Sebastián, mi hermano, un año mayor que yo, le gustaba mucho aquella obra de arte y me ayudaba a cuidar de la casita.

Un día a mi hermano se le ocurrió tallar en un pedazo de madera una figurita igual a la abuela. Le quedó muy bien. Él parecía haber heredado del bisabuelo la habilidad manual. Pusimos la réplica dentro de la casita. A mi mamá no le gustó la idea.

img02_03

—¿Cómo van a jugar con su abuelita? —nos dijo. Y se la llevó para guardarla.

Al día siguiente la figurilla estaba de nuevo en la casa de juguete.

—¿Tú la trajiste? —le pregunté a Sebastián, y él contesto que no. Yo le creí porque no acostumbraba mentir. Ambos pensamos que mamá se habría arrepentido de quitárnosla y la había regresado ahí.

Una noche, mientras cenábamos, mi papá comentó que a un amigo de él, el señor Carmona, le interesaba comprar la casa de la abuela para poner una escuela. Parecía buena idea, porque era una construcción bella con varias habitaciones y jardín. Podría ser muy agradable asistir a clases en un lugar así.

Después supe que el señor Carmona no había podido conseguir un préstamo para adquirir la casa y que había otro cliente a quien venderla.

—Se trata de una compañía constructora. Piensan demolerla para hacer ahí una torre de varios pisos con oficinas —dijo mi papá.

A partir de ese momento empezaron a suceder cosas misteriosas en la casa de muñecas.

Yo a veces estaba segura de haber puesto la figurilla de la abuela en la sala, y cuando volteaba la vista y miraba de nuevo ya estaba en la cocina. A veces salía un momento de mi habitación, en donde, por supuesto, estaba la casita, y cuando regresaba encontraba sus puertas y ventanas cerradas. Yo atribuía esto al viento y no le daba mayor importancia al hecho.

Un lunes se iba a cerrar el trato de la compraventa de la casa de la abuela, pero el día anterior, un domingo lleno de luz y con un clima espléndido, de repente entró por la ventana de mi cuarto un viento muy fuerte que hizo volar algunos papeles que estaban en mi escritorio. Las hojas fueron a dar sobre la casa de muñecas, como si quisieran protegerla.

Ese mismo día, en la madrugada, desperté de pronto sin motivo aparente y vi la casita iluminada. Pensé que quizá el interruptor de corriente estaba descompuesto y que se había prendido la luz espontáneamente. Me levanté y desconecté el cable de la toma de corriente; me acosté y traté de dormir. Pero algo me inquietaba. Cuando ya estaba conciliando el sueño, escuché un ruidito que venía de la casa de muñecas. Creí que era mi imaginación y no hice caso; pero lo volví a oír. Me levanté y fui a ver, Conecté de nuevo la luz del juguete y vi por una de sus ventanas que un silloncito estaba detrás de la puerta principal, como para evitar que la abrieran, y sentada en el sillón la figurita de la abuela.

Si dijera que no sentí temor, mentiría. Un escalofrío me corrió por la espalda, pero luego me calmé, y pensé:

—Mi abuela, desde el más allá, quiere decirnos que no desea que su casa sea derruida.

Dormí mal el resto de la noche y amanecí con malestar, tenía náuseas y vomité; mi mamá me dijo que no debía asistir a la escuela y me quedé acostada. Un poco después mi papá me fue a ver, iba ya arreglado para salir, pues debía ir al despacho de un abogado para celebrar el contrato de la venta de la casa. Le conté lo que había estado pasando con la casita de muñecas en los últimos días y lo que había sucedido la noche anterior.

—Debes haberlo soñado, hija —me dijo sonriendo. Y añadió pensativo—: Aunque es verdad que a tu abuela no le hubiera gustado que destruyeran su casa.

Nosotros no podíamos quedarnos con ella para vivir ahí, porque era muy grande y su mantenimiento era costoso; además, en la casa se necesitaba dinero porque a mi papá no le iba muy bien en sus negocios.

Después de mirar un rato la casa de muñecas, mi papá de pronto se acercó a mí radiante de felicidad, me dio un beso y salió rápidamente. En seguida oí que hablaba por teléfono.

—¿Carmona?… Oye, viejo, te tengo una propuesta —escuché que dijo.

img02_04

Mi papá y su amigo se hicieron socios y han puesto una escuela en la casa de la abuela. Mi hermano y yo asistimos a ella igual que muchos niños y mi abuela debe estar contenta con esto, porque su figurita en la casa muñecas ya no se ha movido.

—¿Y no te parece que ahora está sonriendo? —me dice Sebastián mirándola con detenimiento. Yo la veo igual que antes; al que sí veo muy sonriente todo el tiempo es a mi papá porque la escuela ha sido un éxito.