EL CAJON

TUVIMOS que enterrar al piloto y al señor Petrilli, y al chico Stein, y cuando terminamos hubo que enterrar a Rodney. Era mucho trabajo para un grupo de chicos como nosotros, pero la señorita Morin nos ordenó hacerlo. El piloto ya no tenía cara, y le quedaba muy poco de la cabeza, y el pecho del señor Petrilli estaba todo aplastado. El chico Stein no tenía ni una marca, y pienso que a lo mejor se murió de miedo, antes de que la nave diera contra el suelo. Rodney estuvo gritando, hasta que la señorita Morin le dio esa cosa a tomar. Entonces se quedó quieto hasta que murió. También la señorita Morin estaba herida, pero en ese momento no lo sabíamos. Se puso de pie antes que nadie, luego del accidente, y nos ordenó a todos lo que teníamos que hacer. Era especial para eso. Si se quiere ser un oficial de esos que vigilan la libertad condicional, hay que actuar así. Creo que la señorita Morin fue ese tipo de oficial desde que nació, y apuesto que cuando nació ya tenia esas líneas alrededor de la boca, como las que se les forman a las solteronas de tanto morderse los labios, en vez de besar.

Luego que metimos a la gente bajo tierra hubiéramos querido descansar un poco, pero ella le dijo a Fatty y a Pam que sacaran algo de comida, y la dispusieran correctamente, mientras le encomendó a Hal, Tommy y Flip que fueran a la bodega y sacaran uno de los embalajes. La bodega estaba llena de ellos, y la mayoría eran triangulares y contenían paneles para la construcción de casas, pero no era un cajón cualquiera el que quería, sino uno especial. Le dio a Tommy un papel con unos números para identificarlo, y tuvieron que mover más de cincuenta cajones antes de hallar el que buscaban. Lo sacaron, cosa que les dio mucho trabajo debido a la inclinación de la nave, y a que Flip se la pasaba molestando todo el tiempo. Tenía nueve años. Tom tenía quince, y era grande. Hal tenía catorce, pero no era mucho más grande que Flip. El cajón pesaba unos cincuenta kilos.

Todos nos sentamos afuera de la nave y comimos, excepto la señorita Morin. Ella se sentó sobre el cajón. Así era ella, siempre sentada en un lugar más alto que los demás, uno de sus trucos. Estaba llena de trucos. Era la vieja repugnante más dura, cortante y fría que jamás haya existido. Siempre estaba dando vueltas alrededor de nosotros. Nos decía lo que había que hacer, y cómo había que hacerlo. Otros oficiales que vigilan a los que están en libertad condicional, allá en la Tierra, tenían grupos como el nuestro, formado por chicos inadaptados, que siempre se metían en líos y a quienes se mandaba a planetas cercanos al límite explorado, a fin de que pudieran luchar contra el frío, el calor y los animales en vez de contra otras personas y el «Como Debe Ser" (bueno, eso era lo que decían ellos, pero a nosotros siempre nos parecía que simplemente buscaban una forma de que no los molestáramos). De todos modos, otros oficiales proponían planes para el grupo, y luego se iban, y si las cosas no estaban hechas cuando volvían, llevaban a uno o dos, o a todos los del grupo, a Detención. La señorita Morin nunca hacía eso. No se iba a ocupar de ningún asunto propio. No tenía otros asuntos propios como no fuéramos nosotros. No mandaba a nadie a Detención, en realidad no lo necesitaba. Ella era una Detención ambulante. También pasaba que otros oficiales se encargaban de un grupo hasta que los mandaban a otro planeta, y luego se ocupaban de un nuevo grupo. La señorita Morin no. Cuando se fijó el día para nuestra partida, ella también vino con nosotros. Nadie sabía con certeza cómo iban a ser las cosas allá, lo único que uno esperaba era poder librarse del oficial. Y miren, a nosotros nos seguía adonde fuéramos.

Así que mientras comimos nos endilgó un discurso. Nos dijo lo que ya sabíamos: que no había lugar para chicos como nosotros en la Tierra, que habíamos tenido nuestra oportunidad de adaptarnos y no lo habíamos hecho, que teníamos suerte de vivir en una época en que existía la posibilidad de enviarnos a otros planetas porque en otros tiempos hubiéramos sido sometidos a una operación en la cual nos hubieran sacado una buena parte del cerebro, y después lo único que hubiéramos podido hacer por el resto de nuestras vidas era empujar una carretilla, y que antes de eso, todavía era peor, pues nos hubieran metido en un lugar como Detención pero con barrotes en las ventanas. Pero ahora. se podía dar el Salto, que ahorraba mucho tiempo de viaje, como si se dibujaran dos puntos en un papel, uno lejos del otro, y luego se doblara el papel, acercándolos; así que era posible saltar de uno a otro casi sin moverse y muy rápido. Gracias al salto, había naves espaciales que iban a más de treinta nuevos mundos, y a cada momento se descubrían nuevos planetas, lo que daba mucho espacio para la gente que superpoblaba la Tierra, y trabajo y lugar para los que, como nosotros, causábamos problemas. El que ahora nos acogía se llamaba Barrault, y era un lugar muy peligroso pero podía ser lindo si nos encargábamos de civilizarlo. Y no tendríamos que hacerlo nosotros solos pues ya había una ciudad llamada Cabo Sidney.

La señorita Morin siguió diciéndonos cosas que ya sabíamos, como que nuestro módulo de aterrizaje se había estrellado. En realidad, las naves que daban el Salto no aterrizaban. Eso lo hacían los módulos. Pero el nuestro, al ser soltado, llegó al espacio real en medio de una tormenta magnética, y nada había funcionado bien. El piloto hizo todo lo que pudo, pero sin radio, sin radar y sin control de tierra, no fue mucho. Así que ahora él estaba muerto, junto con el señor Petrilli y dos de los chicos. Quedábamos la señorita Morin y cinco de nosotros. Seguro que la gente de la nave no sabía que nos habíamos estrellado porque no se puede hablar desde las naves que daban el Salto a las que estaban en el espacio real, porque se encontraban en el mismo lugar. Tampoco lo sabían en Cabo Sidney, puesto que ellos nunca sabían cuando bajaba un módulo hasta que se lo avisaban por radio, y nosotros no habíamos podido comunicarnos en medio de la tormenta magnética.

Entonces la señorita Morin se puso a decirnos lo que tendríamos que hacer: íbamos a dormir todo lo que pudiéramos, a comer todo lo que pudiéramos y después íbamos a comenzar a caminar hacia Cabo Sidney. Nadie nos iba a venir a buscar, y era estúpido quedarse dando vueltas alrededor del módulo, pues no llevaba alimentos ni agua salvo para unas pocas órbitas, y aun así la mayoría se había perdido en el accidente.

Nos dijo como llegar a Cabo Sidney. Ir directamente hacia el Este, o sea caminar hacia el sol durante toda la mañana y tener al sol a las espaldas toda la tarde. Entonces llegaríamos a un río, al que había que seguir en el sentido de la corriente hasta que llegáramos a Cabo Sidney. Cuando nos daba las instrucciones parecía fácil la cosa, y no creo que ninguno de nosotros hayamos escuchado con demasiada atención.

Pero cuando llegó a explicarnos lo referente al cajón que habríamos de llevar, todos la escuchamos, porque se apeó de él y se arrodilló en el suelo, bajando la voz hasta que fue sólo un susurro, de tal manera que parecía que el envoltorio contenía los mayores tesoros del mundo, y de cualquier mundo. Nos dijo: "Allá en la Tierra ninguno de ustedes tenía la oportunidad de llegar a ser algo o poseer algo. Aquí la tienen. Ahora bien, ustedes no debían enterarse, pero debido al accidente yo les voy a tener que decir lo que pasa. Este embalaje contiene el mayor de los tesoros de la especie humana, pero tendrán que llevarlo al preceptor de Cabo Sidney antes de que puedan disfrutar de su parte. No lo abran, porque no serán capaces de comprender lo que hay adentro, y quiero que entiendan que este tesoro no es para mí ni para nadie de la colonia, sino que les pertenecerá enteramente a ustedes. Es vuestro, y nadie les podrá estafar nada. Pero es necesario que se lo lleven al preceptor".

Creo que entonces nos comenzamos a dar cuenta de que la señorita Morin no pensaba venir con nosotros. Nadie la extrañaba demasiado, pero no podíamos habituarnos a la idea de que íbamos a estar lejos de ella. No estábamos acostumbrados, supongo. Todos nos quedamos muy callados, y luego ella empezó a toser. Solía toser así de vez en cuando. Casi no hacia ruido porque mantenía un pañuelo bien apretado contra los labios, pero era como si enormes puños la golpearan, por la forma en que se sacudía. Solíamos esperar hasta que pasara, pero esta vez duró mas tiempo. Se había quedado allí sentada, apoyada contra el cajón, manteniendo el pañuelo bien apretado contra la boca. Nadie hizo el menor intento de tocarla. No se debía tocar a la señorita Morin. Cuando se le pasó la tos, se paró, y se mantuvo tan erguida como siempre. Pam vio algo que no nos comentó en ése momento, pero nadie más se dio cuenta.

Entonces la señorita Morin se puso a dar órdenes sobre la forma de preparar el embalaje para llevarlo, asegurando una especie de agarraderas en cada esquina, e improvisando unos soportes para transportar algo de comida y de agua en la parte superior. Luego le dijo a Pam que fuera con ella, y ambas volvieron a entrar en el módulo, semidestruido. Nosotros seguimos trabajando en el embalaje, y al rato volvió Pam, con una mirada melancólica y le dijo a Flip que fuera a verla a la señorita Morin. Flip volvió al poco rato, y parecía asustado. Le dijo a Fatty que ahora le tocaba pasar a él. Uno por vez, todos entramos a verla. Tenía algo especial para decirnos a cada uno de nosotros, y nos lo quería decir a solas, así que no voy a hablar de eso ahora. Nos acostamos tan pronto se hizo de. noche, y dormimos afuera, cerca del cajón. A la mañana siguiente la señorita Morin estaba muerta. Podíamos verla a través de los cristales, pero la puerta había sido cerrada desde adentro. Tenía los ojos abiertos y había vomitado mucha sangre. Estoy seguro de que habrá tratado de no hacerlo, pero igual lo hizo. Tal vez la hubiéramos enterrado a ella también, pero, tal como les digo, se encerró allí adentro y no tuvimos más remedio que ponernos en marcha. Tommy era el más grande, porque tenía quince años, y cuando nos dijo que nos pusiéramos a caminar, lo hicimos. Tommy, Hal y Fatty se ocuparon cada uno de una de las agarraderas, y Pam y Flip marcharon adelante. No pasó mucho rato antes de que Fatty se empezara a quejar de lo pesado que era. el cajón, v entonces Pam la reemplazó. Fatty siguió quejándose, pero ya más bajo. Flip estaba en todas partes, adelante, atrás, alrededor. Bueno, claro, Flip tenía nada más que nueve años. Nos dijo lo que la señorita Morin le había recomendado a solas. Le había dicho: "Siempre pregúntale antes a alguien."

Ese día no hizo demasiado calor pero el aire estaba muy seco. Cuando mirábamos hacia atrás, seguíamos viendo el módulo estrellado, durante mucho tiempo. En realidad, caminábamos por un lugar llano, y el suelo estaba cubierto de unas hierbas marrones. Vimos un animal parecido a un ratón, pero con seis patas, un montón de bichos que caminaban de costado como los cangrejos, y también una especie de avestruces, de cabeza bien grande, que nos miraban desde lejos. Después de un tiempo ya no pudimos ver más el vehículo en que habíamos llegado, pues se perdió de vista como si se hubiera hundido. Tuvimos que protestar mucho para que Fatty reemplazara a Pam. Pam no se quejaba, pero nos dábamos cuenta de que se cansaba más fácilmente que nosotros. Pam tenía catorce años, y no era grandota. Queríamos paramos a descansar, pero Tommy nos hizo seguir adelante hasta que el sol estuvo bien sobre nuestras cabezas, y después nos echamos. por un rato, hasta que estuvimos seguros de que se estaba poniendo, y por lo tanto de que podíamos saber adonde íbamos. Comimos algo y tomamos un poco de agua, pero Tommy se preocupó de que no tomáramos demasiado, y nos tiramos a la sombra a charlar un rato. Nos acordamos de la señorita Morin. Entonces pasó algo raro.

Alguien dijo que ella era una mala mujer, incapaz de alcanzarle un vaso de agua a alguien aunque estuviera muriéndose de sed, y que si alguna vez hubiera tenido una palabra buena para cualquiera se le hubiera atragantado, y en eso Flip se puso a gritamos. ¡Flip! Flip era un alborotador de nueve años, a quien tal vez se podría encontrar gracioso, pero que todo el tiempo se metía debajo de nuestros pies, preguntaba cosas y corría cuando había que caminar, hasta que uno se cansaba de sólo verlo. Bueno, ustedes ya saben como son los chicos. Pero él gritaba y gritaba que no era la señorita Morin la que era mala, sino que éramos nosotros los que apestábamos. Estaba realmente furioso y lloraba. Después de un rato estaba triste y lloraba, y eso ya es otra cosa. Nos contó que una vez, en el Centro de Libertad Condicional, se sintió tan mal que se quiso escapar. No debía tener más de siete años, en esa época. Era de noche, y nadie hubiera podido pasar por las barreras de fuerza, pero él no lo sabia, y estuvo probando durante largo rato, hasta que empezó a sentir frío, entonces se quedó tirado al lado de uno de los generadores, y apareció la señorita Morin, que debía haberlo estado buscando casi toda la noche. No le dijo nada, sino que se sentó al lado de él, y él se le subió a la falda y se quedó dormido, mientras ella lo tuvo abrazado el resto de la noche. Luego lo llevó de vuelta y no le aplicó ningún castigo. Nosotros lo escuchábamos con la boca abierta, porque no podíamos creer que la señorita Morin fuera capaz de algo así, pero no podíamos pensar que Flip nos mentía, llorando como lo hacía.

Tan pronto como las sombras apuntaron al Este nos levantamos y comenzamos a caminar hacia el Este también. Fatty empezó a quejarse más que nunca, y entonces dejamos que Flip se encargara de esa agarradera, para ayudarla. Pero Flip pisó a Fatty, y Fatty casi lo mata; lo persiguió por todos lados, y después ya no se quejó tanto.

Empezamos a ver unas montañas bajas, y llegamos hasta un lugar desde donde se distinguía un valle. Parecía que alguien hubiera construido algo allí. Quiero decir, que había unas cosas como tazas grandes que sobresalieran bastante, pero como si estuvieran al revés, así que lo que se veía era la parte redonda. Dos de ellas tenían un metro más o menos de alto, otras eran más grandes, como de la altura de un hombre, y había una que era grandota de veras, como de seis metros. Flip se acercó a ver qué eran, no tenía más cabeza que un cachorrito. Mientras nosotros caminábamos, pudimos ver que en la parte de adelante de cada una de las cosas esas medio ovaladas, había algo que parecía una roca de color rojo oscuro, aparentemente cubierta de barro, y en la parte de atrás de la más grande, medio hundida en la tierra, un bulto del tamaño de una cabeza de hombre, rojo y verde, y cuando temblequeaba parecía volverse amarillo. Pensamos que podía ser una especie de animal atrapado, o algo así, porque cuando nos acercamos empezó a moverse, a temblar y a retorcerse, y a veces, era como si se hinchara. Sentimos un olor raro, como dulzón. Flip parece que quiso verlo desde más cerca, y después no se le ocurrió nada mejor que ponerse a tocarlo. Inmediatamente, toda la cosa esa, que parecía una boca grande, se cerró. ¡Dios mío! Me pareció que la tierra temblaba. Fatty empezó a gritar y a gritar. Dejamos caer el cajón y corrimos. La cosa esa ovalada se había achatado, estaba cubierta por una corteza marrón y parecía hecha de madera. Lo único que sobresalía de Flip era la mano y el antebrazo. Tommy le dio un golpe a Fatty para que dejara de gritar, y trató de meter los dedos en la hendidura para abrirla. Hal agarró la muñeca de Flip y se puso a tirar. Tommy no pudo hacer nada, y el brazo se desprendió, a la altura del codo, cortado limpiamente. Fatty se puso a gritar de nuevo. Hal se cayó para atrás, soltó el brazo y cuando lo miró vomitó todo lo que había comido.

Después pareció que nos habíamos vuelto locos. Saltamos y pateamos la cosa esa cerrada, que estaba allí como si fuera una ostra. No pudimos ni siquiera hacerle un rasguño. Entonces alguien se acordó de los cohetes que llevábamos, que eran unos discos grandes como una mano; se tiraba de una cuerda que tenían y empezaban a arder. Hal tiró de la cuerda de uno y lo echó dentro de una de las cosas esas, que se lo tragó ¡glup! Después se oyó un ruido y empezó a salirle humo por los bordes. Así que matamos todas las cosas esas con los cohetes. Si hubieran estado allí nos hubieran tomado por locos, por la forma en que nos reíamos. Pero había que comprender por qué era que nos reíamos así. Hicimos un buen fuego alrededor de la que se había tragado a Flip pero no le hizo nada. No creo que hayamos podido ni siquiera molestarla.

Enterramos el brazo, dijimos las mismas palabras que cuando enterramos al piloto, al señor Petrilli y al chico Stein, y a Rodney después. Entonces volvimos a cargar con el cajón y seguimos adelante.

Llegamos abajo de la colina antes de que se hiciera de noche, encontramos un lugar lindo cerca de una pared de roca, y entonces hicimos un fuego y comimos y tomamos agua. Sacamos las bolsas de dormir, que desinfladas no pesaban nada, pero cuando las inflábamos eran bien cómodas. Pam se metió en la suya, y Tommy se quiso meter con ella, pero antes de que nadie hubiera podido darse cuenta, Hal lo agarró por el hombro y lo tiró al suelo.

Tommy era grandote, tenía hombros anchos y unos dientes bien relucientes, y Hal jamás lo hubiera tirado al suelo, si hubiera estado prevenido, pero no lo esperaba. Creo que el que estaba más sorprendido era Hal, porque no se le fue encima para pegarle ni nada. Tommy se levantó, y empezó a dar vueltas alrededor de Hal. Hal le pudo tirar dos buenas trompadas, porque estaba muy furioso, pero de todas formas, no le hicieron nada a Tommy. Tommy entonces le dio una paliza brutal, y cuando Hal se levantó del suelo y quiso volver a pelear, le volvió a dar unas buenas. Entonces Hal se dio por vencido. Tommy fue otra vez adonde estaba Pam.

Pam le gritó que no quería, que se fuera, y llamó a Hal.

—Hal —le dijo— tú vas a dormir conmigo.

Tommy largó un rugido de rabia y le preguntó por qué. Pam se lo dijo en seguida:

—La señorita Morin me dijo que si alguien se peleaba con otro compañero por dormir conmigo, yo tenía que acostarme con el perdedor. Piénsenlo la próxima vez que tengan ganas de pelear.

Pam mantuvo el cierre de la bolsa abierto hasta que a Hal se le pasó la sorpresa, porque al principio no creía que fuera verdad. Hal dio la vuelta con cuidado alrededor de Tommy por miedo a que le fuera a pegar de nuevo. Por último se decidió a meterse. Tommy se quedó allí parado, meneando la cabeza, y después que Hal se reunió con Pam, sacó su propia bolsa de dormir, se metió en ella y dio vuelta la cabeza hacia la pared de roca.

Mucho más tarde, cuando el fuego se había casi extinguido, y todo estaba silencioso, Tommy se despertó. Pam se estaba deslizando dentro de su bolsa de dormir. Ella susurró:

—Bueno, no me dijo que no podía dormir con el vencedor también. Pero, créanlo o no, Tommy la echó.

Al día siguiente comenzamos a sentir mucha sed, y casi fue el último día de vida de Fatty. Por la forma en que Tommy y Hal se miraban uno a otro, podría decirse que se iba a producir un asesinato. Tommy también estaba muy enojado con Pam, y Pam todavía estaba con rabia porque Tommy la echó. Ya se sabe, a ninguna mujer le gusta que la rechacen. En medio de todos estos problemas, Fatty no hacía mas que quejarse: quejarse de que le dolían los pies, quejarse de que tenía sed, preguntando si tendríamos que caminar mucho todavía y sobre todo, insistiendo sobre por qué había que llevar el cajón.

Al final ya nos parecía que la única razón para llevarlo era la de molestar a Fatty. Sus lamentos eran suficientemente molestos como para que, al rato de oírla nos hiciera hallar fuerzas en la unión, olvidando nuestras rencillas.

Seguimos trepando. No sé lo que hubiéramos hecho si se hubiera nublado. Nos dirigíamos hacia el Este, pero a medida que las montañas se hacían cada vez más altas y menos transitables, nos tuvimos que desviar, hacia el Norte unas veces, hacia otro lado en otras. Una vez pasamos tres horas bajando por un cañón que parecía ir hacia el Este, y volvimos a subir hasta un paso que creíamos llevaba al Sur, sólo para encontrar que no había salida. Nos llevó siete horas llegar, con nuestro cajón, hasta el lugar desde dónde habíamos empezado la jornada. Acampamos allí, y ya no había nada de agua, casi. Aparte de la rabia que tenían, Pam y Fatty estaban bastante bien y por supuesto, Tommy era un toro, pero Hal estaba mal. No decía nada, pero la forma en que se desplomaba cuando parábamos para descansar, y el tiempo que tardaba antes de recobrar el aliento, a pesar de que nosotros hacia rato que nos habíamos repuesto, nos preocupaba. En realidad, la razón por la que acampamos allí fue que Hal se desmayó. Quiero decir que se le doblaron las rodillas y cayó. Pam vio cómo la cabeza golpeaba contra el suelo. Largó la agarradera del cajón y corrió hacía donde estaba Hal, lo sentó apoyándolo contra su cuerpo y le limpió la cara con la manga. No abría los ojos, y si nosotros tratábamos de separarle los párpados, sólo veíamos lo blanco. Sin decir nada, Tommy se acercó con la cantimplora, midió una medida de agua y se la hizo tomar. Eso lo ayudó a recobrarse, y cayo en un sueño normal pero profundo. Hubo que despertarlo para que comiera.

Esa noche pasamos mucho frío. Juntamos tres bolsas de dormir y tratamos de darnos calor unos a otros, pues de otra forma no hubiéramos sobrevivido. Nunca tengan sed y frío al mismo tiempo. Es muy, pero muy feo.

A la mañana, lo primero que hizo Tommy fue darle a Hal otra medida de agua, y tres horas más tarde repitió la ración. Fue Fatty quien se dio cuenta de lo que pasaba. Tal vez fuera que estaba buscando razones para quejarse. Ahora Pam era la que llevaba la agarradera de adelante, mientras que Fatty estaba, sobre todo, del lado izquierdo. Tommy sujetaba la del lado derecho con una mano, mientras que con la otra trataba de ayudar a Hal, que sólo podía caminar con ojos vidriosos, casi dando tumbos. Fatty dejó de quejarse y se puso a observar a Tommy.

Llegamos al paso, y abajo, bien abajo, vimos el río. Fue muy raro darse cuenta de que toda esa cantidad de agua hacía parecer todavía más pobre el trago que nos daba Tommy de vez en cuando. Pero todos sabíamos que no había llegado el momento de sacarnos la sed. Fatty, Pam y Hal recibieron cada uno su parte, y seguimos adelante. Nos dimos cuenta de que, hasta pasada la lluvia, Fatty no se volvió a quejar.

¡Y cómo llovió! Parecía fuego de artillería, y se descargó sin otro aviso que unos diez minutos de humedad y pesadez. Al rato estábamos tratando de sujetarnos tomándonos de las rocas y procurando sujetar nuestra carga, con uñas y dientes. Los torrentes de agua rugían y escupían alrededor de nosotros, descargándose primero ráfagas de viento que nos golpearon como puños, y uniéndose luego a las cascadas que se formaban desde las montañas, entre las grietas y las fisuras, juntándose en arroyuelos que levantaban espuma. Súbitamente, la caída de agua del cielo paró, pero la de la montaña siguió y siguió, silbando, rugiendo y brillando al sol. Tan pronto como se atrevió a aflojar un poco la presión de las manos sobre las agarraderas del cajón, Tommy se apresuró a llenar la cantimplora en uno de los arroyuelos recién formados, hasta que hizo glug y desbordó. Luego la tapó con cuidado, y se inclinó sobre el agua que corría.

Fatty se llegó hasta él, y poniéndole una mano sobre el hombro le advirtió:

—Con cuidado, Tommy. No de golpe —y le guiñó un ojo.

Tommy contestó:

—No se te escapa nada ¿verdad Fatty?

Primero hizo buches con el agua, y luego la tragó de a poco. Pam quiso saber qué pasaba, y Hal apareció detrás de una roca, con cara de hallarse bastante repuesto. Tommy le pidió que se callara la boca. Fatty sonrió y dijo:

—¿No saben lo que ha estado haciendo? Le ha dado su propia ración de agua a Hal. Tommy volvió a decir que se callaran, pero Hal dijo, asombrado:

—¡Por amor de Dios, Tommy! —Pam lo miró... lo miró exactamente tal como los muchachos desean que los miren las chicas.

Tommy pareció algo dolorido cuando dijo:

—Al diablo, no fue cosa mía; fue la señorita Morin, ella me dijo que lo hiciera. —Dejó que esta revelación penetrara con toda su fuerza—. Ella debía saber lo que ocurriría; o, simplemente, me conocía a mi. Me dijo que si uno llegaba a odiar a alguien; había que hacerle un favor, uno bien grande. Fue por eso que le di el agua a Hal. —Miró hacia Hal y dijo, con cierta sorpresa:

—Ya no te odio más ¿qué te parece esto?

Creo que en ese momento hubiéramos podido decir algunas cosas mas acerca de la señorita Morin, allí mismo, excepto que sucedió algo muy grave: Tal vez fuera de todo eso que Pam quería hablar, puesto que se puso de pie y pareció que ya no podía aguantar más, si se dan cuenta de lo que quiero decir. Entonces habló:

—La señorita Morin era... —y desapareció. Así, simplemente, desapareció.

Ustedes saben que la lluvia suele poner resbaladizo el suelo. También parecía que tanta agua había... cambiado la montaña, que había una saliente que estaba más cerca. los tres nos tiramos al suelo, y gritábamos desesperados mientras veíamos como Pam caía y caía, haciéndose más y más pequeñita, hasta que rebotó contra un borde de rocas, y siguió rebotando cada vez más lejos y más abajo, hasta que ya no hubo más Pam. Detrás de ella cayeron rocas, barro, luego más rocas y un poco de tierra seca, descubierta por el desprendimiento, y todo se veía casi bonito bajo el sol recién salido.

Desde la posición en que estaba, boca abajo, Hal dio un brinco y se puso en cuatro patas, tal vez listo para ir detrás de Pam, no para salvarla ni procurar detener la caída, sino simplemente para estar donde ella estaba. Inmediatamente se vio rodeado por Fatty, con brazos, piernas, manos y pies. Tommy fue un poco más lento pero mucho más efectivo, los sacó a los dos a tirones del borde del precipicio. Estaba llorando. Fatty; también estaba llorando, pero ¿qué íbamos a hacer? La forma en que lloraba Tommy nos ponía la carne de gallina.

Llevamos el cajón hasta Cabo Sidney. No sé cómo. No sé cómo. Bueno, realmente la labor la hizo la señorita Morin. Trataré de explicarles lo que quiero decir. La señorita Morin nos conocía bien, y lo que más le preocupaba era que fuera la que fuese nuestra debilidad, iba a estallar cuando la tensión fuera demasiado grande. Sus consejos no valieron para Flip porque, claro, ustedes saben como son los niños pequeños. Se olvidan de las cosas. Hal nos dijo qué era lo que ella le había recomendado. Le había dicho: "Trata de tener voluntad para conseguir la recompensa, la más importante de tu vida". Fatty le explicó esto a Hal todo el viaje. Le dijo que seguir a Pam, ahora o luego, no era algo para toda la vida. Hal no sabía para qué quería vivir luego de que Pam no estuvo más, pero la señorita Morin le dijo que buscara la recompensa de su vida. Para eso tenía que vivir. Fue Fatty también quién le dijo a Tommy que la señorita Morin quería que el cajón llegara a Cabo Sidney. Solamente se lo tuvo que decir una vez.

Pero las cosas anduvieron bien, y por eso todos se concentraron en lo que hacía Fatty. Lo que la señorita Morin le había recomendado fue: "Cuando todo se derrumbe, tú trata de mantener al grupo unido". Viendo lo bien que había marchado el consejo, Fatty se transformó de una niña en una muchacha. Luego, el mismo consejo la transformó en una mujer.

Nos llevó ocho días atravesar las montañas y el río hasta llegar al Cabo Sidney, y ocho horas le llevó al preceptor convencernos de que lo que había en el cajón no tenía mucha importancia. Que en realidad, eran simplemente unos aislantes triangulares para una construcción geodésica, y que no sólo había suficientes en el campamento sino que, en caso de necesitarse más, los hubieran podido ir a buscar hasta el transporte, ahora que sabían que se había accidentado. Al principio nos enojamos mucho. Tanto nos enojamos que casi rompemos nuevamente la unidad del grupo. Y entonces Fatty nos volvió a unir. Nos dijo que había algo verdaderamente importante para nosotros, los inadaptados, los sobrantes, los no queridos. Nos dijo:

—¿Cuántas veces nos habríamos derrumbado si no hubiéramos tenido que llevar el cajón? ¿Cuánto hubiéramos recorrido si no nos hubiéramos tenido que mantener juntos alrededor del cajón? El tesoro que nos prometió si lográbamos transportarlo era el más grande de los tesoros del ser humano: estar vivos. El tesoro no estaba dentro del cajón, el tesoro era traerlo. —Y entonces lo dijo, sí, Fatty lo dijo. La cosa más importante que hayamos jamás escuchado; Nos dijo—: Esa señorita Morin nos quería muchísimo. Realmente nos quería con todo el corazón.