HAY QUE CUIDAR A JOEY
HABLANDO con el mozo del bar, no recuerdo por qué, me dijo "un momento", y tomó el teléfono. No me había fijado en el hombrecito del pulóver verde, pero él si. No le quitó los ojos de encima mientras marcó el número, así que yo también me quedé mirándolo. El hombrecito iba de aquí para allá sin detenerse pero caminando más lentamente cada vez que se encontraba junto a uno de los bancos altos. Cada uno de los parroquianos era examinado con una mirada fría y escrutadora, como si dijera "por que no me pegas". Daba escalofríos. Algunos hombrecitos actúan así: soy chico pero resistente, por qué no te metes conmigo y vas a ver lo que es bueno. Y son fuertes de veras. Pero este no. Algo le pasaba en las piernas, si bien no se podía decir que rengueara. Era muy flaco además.
—Hola, Dwight. Te habla Danny, del Rambler Inn. Joey acaba de llegar y parece que... Está bien. Está bien.
Colgó, y los dos nos quedamos mirando a este hombrecito, este Joey. Algunos de los presentes le daban la espalda, se volvían para la derecha cuando se acercaba, se daban vuelta cuando él se movía y finalmente él terminaba poniéndose bien cerca hasta que tuvieran que mirarlo a la cara. Después se quedaba mirándolos como dije, y torcía la boca para este lado, y si no decían nada seguía adelante, y tampoco decía nada.
Otros ponían una expresión de "qué demonios le pasa" y él no les sacaba la vista de encima hasta que ellos la esquivaban. Entonces seguía adelante. Uno de los parroquianos, un hombre grandote, a quien parecía gustarle la cosa, le espetó.
—¿Y usted que quiere?
Joey se toma un buen rato antes de contestarle y finalmente le dice:
—A lo mejor más tarde se lo cuento.
Finalmente llega adonde yo estoy hablando con el mozo. Lo miro por el espejo, pero él no se da cuenta, así que se queda a mi lado, hasta que yo me doy vuelta y le largo un hola.
No me contestó. Se quedó en silencio lo que pareció ser un largo rato, mirando con esos ojos de huevo hervido, hasta que escupió en el suelo. No tuve que quitar los pies de donde estaban, pero casi casi. No apartó los ojos, y finalmente, pasando alrededor de mi, se dirigió al mozo y le dijo:
—Prepárame un trago caliente.
Danny hizo lo ordenado, y el hombrecito se llevó su bebida a una mesa desde donde pudiera ver bien a todos.
—Un tipo como ese puede causar líos —dije.
—No lo dude —me respondió Danny.
Antes de que pudiera contestar apareció un tipo grandote, con aire preocupado, y no creo que haya podido ver a Joey de entrada, porque se dirigió a Danny, el mozo, y le dijo:
—Danny ¿dónde...?
—Hola, Dwight Allí está —y señaló con los ojos. Dwight, el alto, pasea una mirada por el lugar, y luego se pone a mirar al tal Joey por el espejo. Pareciera qué estuviera tratando de averiguar todo lo posible sin tener necesidad de hablarle. Lo oigo rechinar los dientes cuando Joey se traga su bebida. Lo oigo decir Dios mío cuando Joey se levanta.
Joey se pone un cigarrillo en un ángulo de la boca, y se sienta al lado del tipo grandote aquel, que le preguntó: ¿Y usted qué quiere? y alarga una mano hacia el cigarro del otro, que está sobre el bar, en un cenicero.
Dwight vuelve a susurrar "¡Oh Dios mío", y Danny el mozo le dice:
—Dwight, mejor que lo saques de aquí. Grandote empieza a protestar:
—¡Oiga! ¡A ver si deja mi cigarro en paz!
Joey sigue, imperturbable, encendiendo su cigarrillo con el cigarro del otro, y Dwight se pone en movimiento hacia donde están, y tal vez todo hubiera salido perfectamente bien si no fuera porque finalmente Joey deja caer el cigarro del otro adentro del "Righball" que estaba tomando. Claro, el lío ya estaba armado, y Grandote larga una trompada, pero ya está allí Dwight para interponerse y más aún, pues con el hombro manda a Joey al otro lado del local, mientras recibe el puñetazo en el pescuezo y levanta las manos en son de paz mientras dice tómeselo con calma o algo por el estilo.
Pero Grandote no tiene ganas de tomárselo con calma, y se pone de pie. Es un tipo mucho más grande de lo que pensaba. Saca a relucir una trompada con una mano derecha que parece un jamón, en el extremo de un brazo grueso como el tronco de un árbol, y ya lo he visto hacer antes y tengo ganas de gritarle a Dwight "no te fijes en la trompada esa", porque es lo que él quiere y seguro que la izquierda de Grandote va a aparecer desde abajo de la axila, y va a llegar, corta y fuerte, hasta donde está Dwight, para dejarlo liso y chato en el suelo.
Con asco y miedo oigo que Danny el mozo dice:
—Ahora sí que voy a tener que llamar a la policía, y miren que no me gusta llamar a la policía.
Le digo que no lo haga y me acerco al lugar del lío, donde Dwight se menea un poco en el suelo, y Grandote le pone el ojo encima a Joey, y Joey retrocede y retrocede. Creo que estaba tratando de ver si lo podía arreglar, pero Grandote le vuelve a tirar una trompada a Dwight, sin sacarle la vista de encima a Joey, como si no le importara a quién le da la trompada, y la verdad es que no le importa. No me gustan los tipos a quienes les gusta pegar a otros tipos, así que le digo a Grandote que termine la cosa, entonces él le vuelve a pegar una trompada más a Dwight, ahora mirándome a mí y meneando su falsa mano derecha hacia mi lado. Cuando hace eso, es fácil darse cuenta de que se tiene frente a uno, a un peleador de un solo truco, lo que hace mucho más fácil la tarea a quien sabe dos. Yo me sé cincuenta.
Entonces le enseñé algunos y no me pudo poner la mano encima, sino que más bien yo le agarré la muñeca y lo hice pasar por sobre mi cabeza, y para entonces ya le había pegado cuatro veces, así que no era nada probable que se pudiera volver a levantar por un buen rato. Lo ayudé a Dwight a ponerse de pie, y a que viniera hacia el lado del mostrador en que tenía mi bebida, y se mantuvo en pie agarrándose y meneando la cabeza. Danny el mozo le sirvió algo y eso pareció mejorar un poco las cosas, mientras el resto de los parroquianos se volvieron a sentar, salvo dos o tres de ellos que decidieron ocuparse de Grandote. Yo les grité que no se molestaran:
Y mientras tanto, el Joey ese que fue el que empezó todo se había quedado a un lado, donde lo empujara antes Grandote.
Danny me pidió que terminara mi bebida.
—Lo convida la casa, y muy agradecido que le estoy, pero saca a ese Joey de aquí. No quiero verlo más, de veras, te lo juro, Dwight —y me di cuenta de que era a Dwight a quien le estaba hablando, no a mí—. No sé por qué lo cuidas tanto. Si fuera por mí, te aseguro que ya le habrían pasado por encima.
Dwight le contesta:
—Sí, pero no eres tú el que decide. Gracias por el trago.
Luego me mira a mi y me agradece también. Le digo que lo voy a acompañar. A veces estas cosas no se terminan así nomás, sino que lo esperan a uno cuando sale. Dwight dijo que a él no le parecía que sucediera eso ahora, ni a mí tampoco, pero de todas formas salimos juntos. Nos pusimos uno a cada lado de Joey, y casi pareció entonces que lo recogimos y salimos con él. Joey pareció colaborar, pero entonces se paró en la puerta a mirar hacia atrás, donde unos tipos estaban ayudando a Grandote a ponerse de pie, luego lo miró a Dwight y finalmente se echó a reír. No me prestó atención en absoluto. Ya les dije que era un tipejo siniestro.
Salí con ellos, y le diré por qué. He visto muchas cosas en muchos lugares, y una de las que siempre me llama la atención es que alguien se preocupe por algún prójimo, porque, para decir la verdad, no lo entiendo. Por qué un determinado individuo se arroja sobre una granada para salvar a otros. Por qué un tipo que pasaba casualmente por la calle se mete en una casa en llamas para sacar a alguno que quedó adentro. Por qué se puede llamar a alguien en plena noche y éste saldrá rápidamente a ayudar a otro que lo necesite. Tal vez usted me diga algo acerca de la existencia de héroes, de la supervivencia de la raza y otras cosas por el estilo, y yo digo mierda. Tal vez a usted le guste creer todo eso, pero yo creo que en el mundo hay lobos y lobas y nada más, cuando no son gusanos o borregos o cosas así.
Pero igual me quedo mirando, y bien fijo, sin sacar nada en limpio. Parece como si no quisiera entender que alguien puede verdaderamente ocuparse de otro sin sacar ningún provecho. Es como si tuviera miedo de hallar algo así, como si todo mi esquema del mundo. pudiera derrumbarse, pero igual yo sigo buscando.
Lo primero que pasó cuando salimos del Rambler Inn es que Joey se fue corriendo al medio de la calle y pasaban automóviles y autobuses, sin que a él pareciera importarle un comino. Se produjeron una serie de chirridos de frenadas y de maldiciones, y Dwight, que todavía parecía estar mareado del golpe que recibió se largó enseguida detrás de Joey, estiró los brazos alrededor de él, como si quisiera protegerlo, lo llevó a la zona segura y lo hizo quedarse quieto hasta que pudieron cruzar al lado opuesto. El también iba maldiciendo, pero Joey se reía. Dwight le dijo que se mandara a mudar a su casa antes de que alguien lo matara, y tuve la sospecha de que él, Dwight, iba a ser ese alguien. Joey se limitó a decir que no. Siguió sin prestarme ninguna atención.
Entonces Dwight lo soltó, y el hombrecito se puso a caminar por la calle, mientras Dwight lo seguía. No le quitaba los ojos de encima ni un momento. Se volvió hacia donde yo estaba y me dijo que bueno, que muchas gracias por lo que había hecho y parecía que me quería decir adiós, a ver si te vas de una vez. Pero yo seguía caminando con ellos, y al rato Dwight dijo que él era capaz de encargarse de las cosas solo. Me dijo:
—De vez en cuando se le da por salir a emborracharse. No se complican las cosas si uno no le saca el ojo de encima y lo aparta de los grandes. —Pero no me parece que se refiriera a tipos grandes, sino a líos grandes.
Le dije si no le importaría que le preguntara por qué estaba tan desesperado por matarse, y si así era, por qué no lo dejaba en paz, ya que estaba tan decidido a hacerlo. Y Dwight me contestó:
—No, no lo está. —lo dijo muy seguro, quiero decir que parecía que supiera.
Así que aquí estaba Joey, caminando por la calle a altas horas de la madrugada, como si no supiera adonde iba, y nosotros dos siguiéndolo y hablando entre nosotros de vez en cuando. Como yo no me iba, Dwight dejó de decirme gracias y otras cosas agradables. Me enteré que no eran parientes, que no venían de la misma ciudad, que no vivían juntos y que tampoco trabajaban en la misma compañía, ni siquiera tenían trabajos similares. Dwight era jefe o algo así en una especie de imprenta, era un tipo muy educado. lo que quiero decir es que uno se imaginaba que hubiera podido llegar a mucho más, si no se le hubiera presentado una situación como esta en la que se hallaba. Joey era obrero de una fábrica metalúrgica o de automóviles. Tampoco eran homosexuales. Cuanto más averiguaba más me preocupaba el hecho de que aquí parecía haber alguien que estaba dispuesto a hacer algo por otro sin provecho, sin ningún provecho. Ni siquiera pienso que se tuvieran aprecio.
Así que finalmente me decidí a preguntarle ¿por qué? y Dwight me contestó:
—Hav cosas que uno tiene que hacer. Entonces Joey echó a correr.
Nunca hubieran pensado que un tipejo como ese podría salir así disparado: en un instante estaba caminando despacio, mirando vidrieras y al segundo corría como una ardilla o una semilla de manzana lanzada al apretar los dos dedos. Oí el mismo susurro Oh Dios! del pobre Dwight, y al momento ¡buum! estaba corriendo como loco detrás del hombrecito. Pensé maldición, y salí corriendo yo también.
Joey siguió corriendo durante trescientos metros, agrandando siempre más la distancia que lo separaba de nosotros. Me di cuenta en seguida de que Dwight no estaba en buen estado atlético porque cuando pasé junto a él, después de haber corrido cincuenta metros, ya jadeaba. Por lo tanto no me preocupé por él sino que traté de alcanzar a Joey y hacerlo detener. No fue fácil.
Dobló hacia la derecha, hacia una callejuela, y si no hubiera estado atento no lo hubiera visto doblar otra vez a la derecha hasta llegar a una zona sin salida, que parecía destinada a cargar y descargar camiones, detrás de una gran tienda. Estaba oscuro, pero algo se distinguía. No lo pude encontrar por ningún lado.
Comencé a retroceder, buscando por aquí, por allá, hasta que llegué otra vez a la callejuela, pensando que Dwight podría pasar de largo si no nos veía. Al final llegó y estaba tan agitado que no podía hablar, y cuando le dije lo que había hecho Joey se limitó a mover la cabeza y a sostenerse de una pared de ladrillo, respirando anhelosamente y tosiendo un poco hasta que comenzó a reponerse. Entonces me dijo:
—Tenemos que encontrarlo. Tiene un problema cardíaco, no debería correr así. Lo sabe, pero igual me hace esto de vez en cuando, ese hijo de puta.
Me di cuenta de que no era simplemente que no se apreciaran. Dwight odiaba a Joey.
Volvió al lugar donde se cargaban y descargaban camiones y se puso a buscar frenéticamente. Me dijo que si uno se quiere esconder no se mete debajo ni detrás, sino que se va arriba. La gente que busca nunca mira para arriba, siempre mira hacia abajo, al menos que algo atraiga su atención. Me acordé de esto y me puse a mirar para arriba.
Le di un golpe en el brazo a Dwight y señalé. Se veía una escalera de incendio que subía hacia el techo, y a unos veinte metros de altura había algo que parecía un bulto raro y oscuro que oscilaba en uno y otro sentido. Fijándose con cuidado, era posible comprobar que se trataba de Joey y después de un momento vimos que se encontraba en uno de los descansos de la escalera metálica. Cuando los ojos realmente se acostumbraron se veía que estaba en el borde del descanso y del lado de afuera de la baranda, colgado de ella, parado sobre una pierna y oscilando de adelante hacia atrás, colgando sobre el vacío.
—¡Dios mío! ¡Tengo que subir! Padece de mareos. Dwight comenzó a correr hacia la escalera. lo alcancé en dos zancadas. Fue muy fácil porque todavía no había recobrado el aliento. Le pregunté cómo demonios pensaba que iba llegar hasta alcanzar la escalera.
Era una de esas que accionan por contrapeso. Si se estaba bajando por la escalera de incendios, el peso de quien bajaba la accionaba, y la última parte descendía. De otra forma, los dos tramos, hasta el segundo piso, quedaban en el aire, a fin de que los ladrones no pudieran usarla. Había que ser un pájaro o un acróbata para alcanzarla. Alguien debe de haberla atado para que no subiera. Joey la encontró así, pero ciertamente no la dejó igual. Arriba de todo se balanceaba Joey como un mono. Podía oír su risa.
Dwight se situó debajo de la escalera y se puso a saltar. Era patético. Saltaba y saltaba. Creo que estaba medio loco. Me pareció que repetía "Tengo que alcanzarlo" una y otra vez, entre sus saltos inútiles. Al poco rato ya estaba de nuevo sin aliento.
Observé que, no sé por qué, había una cañería lisa, de un grosor adecuado, en uno de los ángulos del edificio, que llegaba hasta el tercer piso. Pasaba a un metro o a un metro y medio del descansillo donde se quedaba aplicada la escalera. Desde donde yo estaba se la veía muy alta y muy lejos del descansillo, y ciertamente que una cañería lisa no es el mejor objeto para trepar por él, pero qué le íbamos a hacer! Comencé a trepar con los brazos y las manos, porque los pies no me servían de nada, así que los dejé acompañarme, colgados. Más abajo veía a Dwight tratando de seguirme, pero no podía despegar del suelo.
Cuando llegué un poco más arriba del descansillo paré por un par de segundos para recobrar el aliento, y simplemente porque un par de segundos era todo lo que mis manos podrían aguantar. Alcé los pies, los llevé hacia afuera tratando de impulsarme, me balanceé una vez más y luego salté hacia adelante. La idea no fue mala, pero no fue un éxito. No pude aferrarme con las dos manos de los barrotes de la escalera, con una tuve que sujetarme de las barras del piso. Me lastimé bastante, pero pude mantenerme hasta que dejé de balancearme y fui capaz de subir al descansillo; tuve que esperar un rato antes de poder seguir adelante.
Creo que hubiera podido bajar la escalera para que subiera Dwight a ayudarme, pero la verdad es que no lo pensé. Comencé a subir para alcanzar al loco de Joey.
Oí que se estaba riendo otra vez.
Subí en cuatro patas. Creo que pensaba que era Dwight, y no yo, quien lo perseguía. Cuando llegué al sexto piso comenzó a gritarme.
—¡No eres Dwight! ¡Más vale que te vayas, métete en tus asuntos, quiero que me cuide el viejo Dwight!
No respondí nada y seguí subiendo. Todavía estaba sobre las vigas, inclinándose peligrosamente. Todo lo que tenía que hacer era abrir las manos, y hubiera caído. Seguí avanzando lentamente.
Tal vez hasta ese momento se estaba divirtiendo, no lo sé. Tal vez se enojaba conmigo, porque las cosas significaban una importante diferencia en su cabeza loca. Pero mientras me acercaba me di cuenta de que algo en sus ojos se extraviaba, que su mirada era rara y luego dejó de gritar y de mecerse, y los ojos se le pusieron blancos. Lo que quiero decir es que puso los ojos en blanco, y vi que sus rodillas temblaban.
Salté. Lo aferré con la mano derecha porque soy diestro, y porque no tuve tiempo de pensar. Pero era la mano que recién me había lastimado, y estaba llena de sangre y despellejada. No puedo decir cuánto me dolió, pero no lo largué. Lo había aferrado por la axila, que no es lo apropiado para sujetar a alguien y con la mano aferré un pedazo de pulover y piel. Caí y comencé a deslizarme, y me hubiera ido tras él, pero enganché los pies en uno de los barrotes. Me sostuve con las piernas y alargué la otra mano para sujetarlo mejor. El no podía ayudarme, porque era un peso muerto. Recuerdo que, por un instante, pensé que después de todo, ya había hecho todo lo que podía. Pero no escuché mis pensamientos y seguí sujetándolo hasta que tuve suficiente fuerza como para alzarlo, hacerlo doblar sobre los barrotes y luego volverlo a aferrar hasta que lo hice caer sobre el descansillo.
Abajo, en la oscuridad, Dwight gritaba y gritaba. Oí que decía:
—¡No le pegues! ¡Por favor, no le pegues!
Creo que si no se hubiera desmayado sí que le hubiera pegado. Como les dije, conozco muchos trucos pero hay algunos que todavía no he ensayado, y me gustaría hacerlo. Pero no hubo necesidad, y luego de descansar, lo cargué sobre mi hombro y bajé con él por la escalera de incendios. La parte basculante descendió sin problemas y llegué al suelo, entonces volví a subir con un ruido metálico, mientras yo ponía a Joey en el piso.
Dwight se precipitó sobre él, trató de oír su respiración, acercó un fósforo encendido a su boca, le levantó un párpado y finalmente dijo con un suspiro de alivio:
—Está bien, ya se recuperará.
No vacilé en decirle que, personalmente, lo lamentaba mucho.
Dwight me informó que permanecería sin sentido durante una media hora, más o menos, que luego se repondría y que lo llevaría a casa. Según manifestó, era poco probable que repitiera la aventura antes de dos o tres semanas.
Creo que entonces me enojé y lo llamé un montón de cosas, todas las cuales querían decir estúpido. Agregué que perder el tiempo dando vueltas alrededor de un alfeñique medio loco como ese Joey era un síntoma de que debía hacerse ver de la cabeza.
Se quedó allí, agachado junto a Joey, mirándome, hasta que me cansé de decirle cosas, y finalmente me dijo que le parecía que yo tenía el derecho de saber toda la historia.
Me contó que en todas las pandillas de muchachitos siempre hay alguien del cual los otros se burlan. Puede ser el más gordo. O a veces el más flaquito, o el único que tiene el cabello rizado. Agregó que cuanto más lo provocan los otros, más lo odia uno, y que a veces uno se siente bien cuando lo encuentra solo y le da una buena paliza, simplemente porque está allí para recibirla. Joey era ese chico, y una vez Dwight lo encontró solo y comenzó a pegarle. Joey se levantó del suelo y le contestó con otro golpe. Tal vez no lo esperaba, y se fue al suelo como si le hubieran dado con un palo; se golpeó la cabeza con unas botellas, se cortó y estuvo un rato sin saber qué le pasaba. Cuando reaccionó vio que Joey estaba a su lado, tratando de limpiarle la sangre que le corría por la cara. Eso lo puso como loco, se levantó y comenzó a golpear a Joey hasta que lo tiró al suelo, y luego siguió golpeándolo hasta que se cansó. Después se levantó y se fue. Cuando hallaron a Joey creyeron que estaba muerto, y durante varios meses en el hospital pensaron que iba a morir, pero resultó que no murió.
Tenía lesiones importantes en el bazo y en el sistema nervioso central, que hacían que caminara de un modo raro, y una fractura de cráneo había producido un aplastamiento de su cerebro. También tenía problemas cardíacos, debido a una fractura de costillas. De acuerdo con la ley del Estado, una muerte que se producía a raíz de una paliza era un asesinato, aunque el fallecimiento ocurriera mucho después. Con todas las lesiones que había sufrido, un puñetazo o una caída hubieran podido bastar para matarlo a Joey. Dwight lo sabía, y Joey también lo sabía. Si alguna vez hallaban a Joey muerto, existían grandes posibilidades de que eso no hubiera ocurrido de no haber estado él tan maltratado previamente, y cualquier médico forense hubiera sido capaz de comprobarlo. Así que lo único que podía hacer Dwight era tratar de que Joey no se metiera en líos.
—Cada tanto comienza a pensar en que nunca se va a casar. ni va a ir a la universidad, o que jamás va a ser como las personas normales, y entonces sale y se emborracha, y trata de que lo golpeen, a ver si yo termino en la silla eléctrica; y de paso a él le gusta ver todo lo que tengo que hacer para que no se meta en líos. Se quedó mirando a Joey un largo rato, y luego alzó los ojos hacia mí—. Se mudó de donde vivíamos a Filadelfia, y luego a Macon y Cleveland, Ohio, y luego aquí, y yo tuve que seguirlo.
—Volvió a mirar a Joey y agregó—: Yo tampoco fui a la universidad, tampoco me case con nadie ni tuve hijos, y creo que nunca lo haré. Ya hace veintidós años de esto.
—Bueno —le contesté— esto me hace sentir mejor. Toda mi vida estuve buscando alguien que ayudara a otros sin recibir ningún beneficio material, y si algún día llegara a encontrarlo me parece que la cabeza me estallaría. Que los perros se devoren entre ellos, es algo que puedo comprender, pero si alguna vez encontrara a alguien que hace algo por un semejante simplemente porque considera que debe hacerse, me espantaré. —Y luego pregunté—: ¿Qué es lo que te parece tan gracioso?
El me contestó:
—Tú eres ese alguien.
—No —grité— ¡yo no! —y salté corriendo, mientras gritaba—: "No, no soy así... No quiero que nadie sea así, porque si alguien lo fuera, ya no comprendería por qué las cosas son como son.