Agradecimientos

He vuelto a contraer una deuda gigantesca con los sospechosos habituales, entre ellos: el asombroso Darley Anderson y su equipo, sobre todo Zoé, Maddie, Kasia, Rosanna y Caroline, por estar varios miles de kilómetros más allá de lo que ningún escritor podría esperar de una agencia; Ciara Considine de Hachette Books Ireland, Sue Fletcher de Hodder & Stoughton y Kendra Harpster de Viking, tres editoras que suelen dejarme anonadada con su pasión, su don y su inmensa sensatez; Breda Purdue, Ruth Shern, Ciara Doorley, Peter McNulty y todo el personal de Hachette Books Ireland; Swati Gamble, Katie Davison y todo el personal de Hodder Clare Ferrara, Ben Petrone, Kate Lloyd y todo el personal de Viking; Rachel Burd, por otra corrección impecable; Pete St. John, por sus bellas canciones de amor dedicadas a Dublín y por su generosidad al permitirme reproducirlas; Adrienne Murphy, por recordar a McGonagle incluso a través de la bruma; el doctor Fearghas Ó Cochláin, por su asesoramiento médico; David Walsh, por responder a mis preguntas acerca de procedimientos policiales y compartir sus conocimientos personales del mundo detectivesco; Louise Lowe, por ocurrírsele un título (y un elenco) tan genial para aquella obra teatral hace tantos años; Ann-Marie Hardiman, Oonagh Montague, Catherine Farrell, Dee Roycroft, Vincenzo Latronico, Mary Kelly, Helena Burling, Stewart Roche, Cheryl Steckel y Fidelma Keogh, por su calidez, amor y apoyo; David Ryan, por el bonito escenario; a mi hermano y mi cuñada, Alex French y Susan Collins, y a mis padres, Elena Hvostoff-Lombardi y David French, por tantos motivos que no tengo espacio para listarlos; y, como siempre, y por encima de todo, a mi esposo, Anthony Breatnach.

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