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MONIQUE MIRÓ el horizonte de Washington a través de la ventanilla polarizada de la Suburban. Los estadounidenses no lo sabían aún; eso fue lo que la impresionó primero. La mayoría de ellos ni siquiera conocían la existencia de la variedad Raison, mucho menos que ya había infectado a la mayor parte de la población del mundo.
El secretario de estado de Estados Unidos, Merton Gains, estaba en su teléfono celular, hablando rápidamente con una persona llamada Theresa Sumner, de los CDC en Atlanta. Planeaban informar aquí en Washington de la misión a Monique antes de dejarla en un laboratorio aún no revelado donde trabajaban en la variedad Raison. Ella había tenido apenas una hora de sueño tranquilo sobre el Atlántico y la fatiga empezaba a jugar con su mente… algo no muy bueno, considerando la tarea que tenía por delante.
El secretario plegó el teléfono.
—¿Seguro que está bien? —le volvió a preguntar.
—Estoy cansada. Pero por lo demás estoy bien. A menos, por supuesto, que usted se esté refiriendo a la variedad Raison, en cuyo caso estoy segura de hallarme muriendo igual que el resto de ustedes.
—Eso no es lo que quiero decir.
Ella miró por sobre el hombro de él a un niño que por la acera hacía rodar una bicicleta azul con un falso motor. El pequeño tenía las manos sueltas y sostenía un refresco.
—Aún me cuesta creer que nadie lo sepa.
—Se sabrá pronto. Esperemos tener buenas noticias que dar junto con las malas.
—Mis buenas noticias —expresó ella.
—Sus buenas noticias.
—Esperemos entonces que la probabilidad esté de nuestro lado.
—¿Dónde pondría usted la probabilidad?
—¿Sesenta por ciento? —contestó ella encogiendo los hombros.
Gains frunció el ceño, luego desplegó el teléfono e hizo otra llamada, esta vez a alguien que evidentemente trabajaba en un informe que fragmentaba el liderazgo de Rusia.
Monique cerró los ojos y dejó que su mente se volviera a deslizar hacia Thomas. Ella había preguntado por él en cuanto bajó del avión, pero Gains solo sabía lo que ella le informara antes. Ningún mensaje nuevo. Suponían que estaba muerto.
Como ella. El agua ya no sanaba como pasó en la habitación del hotel en Bangkok. Y aunque hubiera una forma de curar a Thomas en la selva, quizás no sanara aquí como pasó tres veces antes.
Asombraba que estuviera pensando así. Había vivido en la piel de Rachelle menos de un día, y solo mientras dormía, pero la experiencia había sido tan real que no podía negar la existencia de la realidad de Thomas. Ella había pasado las últimas diez horas considerando este extraño fenómeno y con cada hora que pasaba se fortalecía su convicción de que Rachelle y Justin existían de veras.
Eso significaba que en realidad Thomas fue sanado por el agua de Elyon después de que le dispararan en la habitación del hotel en Bangkok. Esa vez él estuvo en los alrededores del agua, la cual lo curó al instante, quizás antes de que muriera de verdad. Cuando Carlos le disparó en la cabeza después de su primer intento de rescate, Thomas realmente se hallaba en el lago y su curación había sido instantánea. Es probable que ni siquiera hubiera muerto alguna vez.
Pero esta vez estaba muerto de veras. Ella vio a Carlos revisarle el pulso. De ninguna manera el asesino lo hubiera dejado sin estar totalmente satisfecho de que Thomas estuviera muerto. Eso significaba que también habría muerto en el desierto. Tal vez las hordas lo traicionaron y lo mataron. O quizás simplemente murió. Aunque Justin le devolviera la vida, nada garantizaba que volvería a vivir aquí.
Estaba muerto. Esta vez estaba muerto de veras.
Monique tragó el nudo que tenía en la garganta. De ser así, ella haría saber muy bien que él los había salvado a todos. Suponiendo que su antivirus funcionara. Fuera como fuera, él la había salvado. Carlos la habría matado tarde o temprano. Si no él, el virus lo habría hecho.
En realidad aún podría hacerlo.
—Hay algo que ustedes deberían saber —expuso ella—. El hombre detrás de Svensson es el director de asuntos exteriores, Armand Fortier.
—¿Sabe usted eso con seguridad? —preguntó Gains, sorprendido—. Lo habíamos especulado, pero no estoy seguro de que lo hayamos confirmado.
—Thomas y yo nos reunimos con él. También es bastante seguro que tenga a alguien aquí dentro. Alguien con acceso a su presidente.
Ella muy bien pudo haber soltado una bomba. El solamente la miró. A ella se le ocurrió que el hombre de Fortier podría ser este mismo tipo. Podría estar diciéndole al tipo equivocado las cosas equivocadas y nunca saber lo mejor de eso.
—Podría equivocarme —añadió ella—. Pero él pareció hacer esa afirmación.
—Santo Dios, ¿qué pasará ahora? —exclamó Merton Gains interrumpiendo la mirada.
MIKE OREAR se sentó en su silla detrás del escenario del programa que presentaba con Nancy Rodríguez y se ajustó el auricular. Detrás de él, grandes letras negras deletreaban el nombre del programa: Lo que importa.
—Listos en cinco. ¿Estás bien? —anunció Nancy.
—Como nuevo.
Él había estado frente a las cámaras demasiadas veces como para que su carrera relativamente corta tuviera importancia, pero nunca había estado tan ansioso de revelar la verdad. Había esperado debido a la firme exigencia del departamento de estado de que mantuviera cerrada la boca. Le habían dicho que esta era noticia censurada. Pero nada de eso importaba ya.
Lo que importaba era que había despertado esa mañana con una erupción debajo de los brazos y en los muslos, y aunque logró persuadirse de que eso no tenía nada que ver con la variedad Raison, la erupción le recordaba exactamente cuán real era esta noticia censurada.
Esta noticia confinada de que el mundo estaba muriendo por la variedad Raison sin saberlo.
Desde un segundo piso y detrás de las cámaras se proyectaban ventanas hacia el estudio. El programa lo dirigía Marcy Rawlins, que revisaba detalles de último minuto con Joe Spencer detrás del vidrio. Cualquier otra noticia o cambio vendría de ese salón a través de los audífonos.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar Nancy.
—Estoy bien. Empecemos.
—Te ves pálido.
—Quiero cambiar un poco algunas cosas. Empieza con algo fuera de programación.
—¿Se salta esto Marcy?
—No. Créeme, ella no tendrá que hacerlo.
—Es tu piel, no la mía —declaró Nancy arqueando una ceja.
—No, Nancy, estás equivocada. También es la tuya. Lo verás.
—¡Qué diablos estás…!
—Diez segundos —interrumpió la voz de la directora del programa en los auriculares.
—¿Qué se supone que significa esto? —insistió Nancy.
—Lo verás.
—Tres… dos… uno… —ella dio la señal de que estaban al aire.
Nancy ya se hallaba sonriente mientras iniciaba el programa. Repasó lo más destacado de la programación del día, nada de lo cual oyó Mike. Él tenía la mente en otra parte.
Había una buena razón para no haber puesto a andar la historia por los canales de noticias normales. Ni siquiera por los canales noticiosos de última hora, para el efecto. El hecho era que probablemente Marcy habría recortado todo, suponiendo que de ninguna manera ella creyera en las fuentes de información que él tenía.
Pero noticias de esta clase se debían entregar con descaro. Algunos dirían que, de ser cierta, cualquier historia de esta magnitud debería darla el presidente mismo o, al menos, alguien con mayores credenciales que Orear. La detendrían antes de que agarrara fuerza. Hasta podrían desecharla.
Mike no iba a correr ese riesgo. Ya había pasado una semana y por todas partes había señales de que en el ambiente flotaba algo muy importante, y ninguno de sus contemporáneos parecía notarlo. Si lo hacían, seguramente no estaban relacionando los puntos.
Quizás él pretendiera buscar aplausos, pero no mucho. ¿Cómo podía alguien acusar de buscar aplauso a un hombre condenado, por amor de Dios? Se estaba muriendo. Ellos estaban muriendo. Eso era noticia y de eso se trataba. Era hora de revelar el pastel.
—… Mike.
Nancy le estaba lanzando esa mirada de despreocupación que algunos de los mejores presentadores habían llegado a dominar. Soy una fuerza muy importante en el mundo noticioso y el hecho de no parecer que estoy inmerso en él me hace aún más importante.
Mike miró a la cámara. La equivocada. La de la izquierda, con la luz roja encendida.
—Damas y caballeros, espero que estén sentados. La noticia que estoy a punto de dar es de la clase más grave.
Había reflexionado muchas veces en su pequeño discurso, pero ahora le pareció trillado y ridículo. Lanzar su bomba como si fuera noticia atenuaba su importancia. Y sin embargo eso era: Noticia.
—Mike, ¿qué estás haciendo? —sonó la voz de Marcy en el oído de él.
Él levantó la mano y se quitó el audífono.
—No… no estoy seguro de cómo anunciar esto. No es la clase de noticia que un periodista sabe cómo informar.
Por el rabillo del ojo vio que Marcy tenía un teléfono al oído. Lo colgó de golpe. ¿Había llamado el Departamento de Estado? O el ministro de justicia. Había sido rápido. Sin duda, uno de sus agentes estaba observando el programa.
Debía hacerlo antes de que la directora lograra desconectarlo.
—CNN ha sabido que un nuevo virus para el que no hay cura, el cual anteriormente se creía que estaba aislado en una isla pequeña al sur de Java en las islas indonesias, se ha extendido mucho más de lo que inicialmente se creyó, quizás a todo el mundo. Hemos confirmado que la variedad Raison se ha extendido en Estados Unidos y ha infectado…
Muy trillado. Muy minimizado. Imposible de decirlo con palabras.
—… a la mayoría de nosotros. Si este informe es correcto, y sabemos de muy buena fuente que lo es, el mundo está enfrentando una crisis muy, pero muy grave.
Imposible o no, todo había salido en vivo.
—Esto nos ha llegado de las fuentes más altas posibles. Parece que nuestro gobierno lo ha sabido desde hace más de una semana y está haciendo todo esfuerzo posible por descubrir una vacuna o un antivirus que contra…
La luz roja se apagó. Lo habían sacado de antena.
Mike levantó bruscamente la cabeza para ver el monitor que mostraba lo que los telespectadores veían en sus casas, el cual en ese momento pasaba un anuncio de Lexus. Los más de doce técnicos del estudio quedaron paralizados.
La puerta del estudio se abrió de par en par y Marcy apareció en el marco, pálida.
—¿Qué fue eso?
Mike se puso de pie.
—Eso fue… —balbuceó Nancy haciendo retroceder su silla—. ¿De dónde sacaste eso?
—Eso fue la verdad, Marcy —expresó él—. Y gracias por cortarme para anunciar a Lexus. Se envió la historia a los televidentes en casa. Da la sensación de que la Gestapo arrancó el enchufe, ¿verdad?
—Acabo de recibir una llamada del ministro de justicia —espetó Marcy—. Observaron esto. Estás incitando a…
—¡Por supuesto que están observando esto! —gritó Mike—. Lo observan porque saben que es verdad y saben que tengo toda la historia. Respáldanos, Marcy. Llama a quien tengas que llamar; solo respáldame.
—¡No puedo hacer eso! ¡Sencillamente no puedes salir al aire y decirle a todos que están a punto de morir! ¿Te has vuelto loco?
—Bien —declaró él yendo directo hacia ella—. Pero si salgo de este edificio, voy directo a Fox. Diles eso. Tienes exactamente treinta segundos para preparar sus mentes. De cualquier modo, hoy se sabrá toda la historia.
—¡Me estás amenazando! Vas a volver al aire y les vas a decir que te disculpas por lo que dijiste.
La voz de ella resonó en el salón. No le había creído aún, ¿o sí? O sufría de un caso terminal de negación o había perdido la razón ante la impresión que le causó oír acerca del virus.
—Diles, Marcy —insistió él tranquilamente.
Una docena de ojos lo miraron. Al comercial de Lexus lo había reemplazado otro de Mountain Dew.
La puerta detrás de Marcy se abrió de golpe.
—¿Quién está atendiendo la línea directa?
Era Wally, el director de noticias. Su mirada se posó en Marcy, luego se dirigió hacia Mike, que se hallaba de pie en el piso principal ante las cámaras, no sentado en su silla al lado de Nancy.
—¿Qué demonios está pasando aquí?
—Regresa a esa silla —ordenó Marcy a Mike con mucha frialdad.
—Necesito una pausa noticiosa. ¡Ahora! NBC está informando que el gobierno francés acaba de declarar la ley marcial —exclamó Wally—. Lo hemos confirmado.
—¿Ley marcial? —inquirió Mike—. ¿Por qué?
—Para controlar la amenaza de un virus que según ellos ha afectado a Francia.
—¿La variedad Raison?
Era obvio que Wally no había estado observando el pequeño discurso de Mike.
—¿Cómo sabías eso?