EL PRESIDENTE Robert Blair no había dormido en veinticuatro horas. El ambiente estaba cargado de pánico. Ninguno estaba feliz. Todos se habían salido ahora de la alianza, hasta el último de ellos. Llevaban títulos como Presidente de Estados Unidos, Ministro de Defensa y Director de la CIA, pero en su interior solo eran hombres y mujeres en tierra firme, frente a un enorme maremoto que les impedía ver el horizonte. No había escape; no había cómo luchar; solo podían prepararse.

No era cierto. Estaba Dios. La situación se les había salido de las manos y estaba en las de Dios… un pensamiento aterrador, considerando la total falta de entendimiento que Blair tenía en tales asuntos.

Y estaba Thomas Hunter.

El líder de la mayoría en el senado Dwight Olsen dio un manotazo en la mesa, iracundo el rostro redondeado.

—¡Envíelos! —gritó, mirando al presidente—. Diantres, se nos acaba el tiempo. Deles lo que piden. Tenemos la tecnología, podemos reconstruir, podemos volver a empezar; sin embargo, necesitamos algún espacio para respirar. Si usted cree que el pueblo estadounidense aprobaría este juego de póker…

Se detuvo bruscamente. No está pensando con claridad, pensó el presidente. No obstante, ninguno de ellos lo hacía.

Estoy pensando en enviar los misiles, Dwight. Totalmente armados y en un curso de confrontación con París. Israel podría adelantársenos.

Él ya había autorizado los envíos, pero al considerar la arrogancia de Dwight retuvo la información por el momento.

—Entonces usted y Benjamín desafiarían lo que los rusos, los chinos y hasta Inglaterra están haciendo. Quizás ellos tengan más sentido…

—¡Cállese!

Calma, Robert.

—Sólo calle y escúcheme. Usted no está considerando esto con mucha claridad. Los rusos están conviniendo con París porque están alineados con París. Igual los chinos… tenemos que suponer eso basándonos en el servicio de inteligencia que les acabo de presentar. Arthur, por otra parte, ha convencido a nuestra contraparte británica de convenir con París, sobre mi palabra de que finalmente no lo haremos. Enviaremos nuestros misiles como señal de buena fe, pero moriré antes de entregarles una pistola a esos maníacos, que a su vez nos apuntarían y nos dispararían por la espalda.

—Nos han prometido…

—¡Ellos no tienen intención de cumplir sus promesas!

—Usted no puede saber eso —objetó Olsen.

—Son terroristas, ¡por amor de Dios!

—Si usted o Israel hacen algo estúpido, como intentar un ataque preventivo, nos estarán enviando a todos a nuestras tumbas basándose en una suposición que probablemente sea más equivocada que correcta.

El presidente miró a Graham Meyers. Su ministro de defensa escuchaba pacientemente como los demás. Ahora Meyers salía en defensa de él.

—Israel no intentará eso. Nuestro servicio de inteligencia…

—Acabe con las tonterías de inteligencia —interrumpió Olsen—. ¿Quién? ¿Qué servicio de inteligencia?

Meyers miró al presidente y Blair inclinó la cabeza. Adelante, Grant, descubra el pastel. Hemos dejado de jugar al gato y al ratón con este idiota.

—La mismísima inteligencia que localizó a Valborg Svensson —reveló él.

—Svensson —exclamó Olsen parpadeando dubitativo—. Ustedes lo encontraron.

—Sí, Dwight. Lo encontramos —confirmó el presidente—. Ellos derribaron un C-17 que hacía un vuelo bajo de reconocimiento al campamento de él como hace ocho horas.

—¿Dónde?

—En Indonesia. Además, hace dos horas recibimos un comunicado de los franceses. Afirman tener evidencia incuestionable de que Svensson tiene un antivirus en su posesión. Es obvio que se preguntaron si estábamos seguros en ese punto.

El cuello de Olsen estaba empapado de sudor.

—¿Y qué se está haciendo?

—El piloto reportó la ubicación de ellos antes de que derribaran la nave. No sabemos quién sobrevivió. Tres transmisores de radio se activaron al desplegarse sus paracaídas, pero no hemos sabido nada desde entonces; por tanto, suponemos lo peor. Un escuadrón de aviones indetectables de combate y tres C-17 partieron hace siete horas de la base Hickam en Hawái. Y hace una hora bajamos a cuarenta miembros de élite de nuestra armada en el lugar desde el cual nuestra gente cree que dispararon la ojiva que derribó nuestro avión. Esta es la clase de inteligencia de la que estamos hablando.

—Así que hay una posibilidad de que podamos encontrar a Svensson con el antivirus.

—Una posibilidad, sí.

—¿Y cómo encontró su gente a Svensson con tanta facilidad?

Blair titubeó y luego decidió terminar lo que había empezado.

—Thomas Hunter —informó—. Estoy seguro de que recuerdan a Thomas. El síquico, como creo que usted lo llamó. El comunicado de Francia también afirmó que la Nueva Lealtad tenía a Thomas Hunter en custodia y que cualquier otro intento de acción militar les costaría la vida tanto de él como de Monique.

La revelación agarró totalmente desprevenido al líder de la mayoría en el Senado.

—Bien, así que usted tiene un síquico en sus círculos de inteligencia. Y supongo que ese tipo le ha dicho que Estados Unidos no recibirá a tiempo el antivirus. Y ahora usted basará toda su estrategia en esa revelación. ¿Ha pensado en la base lógica de que si ellos administran el antivirus a Francia, Estados Unidos está a solo siete horas de vuelo? No importa a quién entreguen el antivirus; nuestros científicos pueden copiarlo de cualquier portador.

Ellos ya habían analizado el escenario y había maneras de que Svensson aún pudiera impedir que Estados Unidos adquiriera y duplicara algún antivirus a tiempo. Pero Thomas había insistido en que Estados Unidos no recibiría el antivirus. A la luz de esos sucesos recientes, Blair era propenso a creerle.

—Quizás. Lo tomaré en consideración. Nuestra esperanza es que evitemos llegar a ese punto.

—Dios sabe que espero que lo podamos lograr. Pero, si usted es implacable con los franceses en esto, haré que toda esta nación lo haga pedazos.

—Tendré también eso en consideración. Si nuestra misión actual falla, los armamentos se enviarán según lo programado. No haré nada precipitado; usted tiene mi palabra. Solo como un último recurso. Pero no esperen que me deje arrollar todavía. Denme al menos eso, por Dios. Si usted realmente cree que estos tipos nos van a dejar vivos para pelear otro día, no está viendo lo que yo veo.

—Bueno, siempre viviremos en mundos distintos, ¿verdad? Espero que pueda mantener tranquilos a los israelíes.

—Tranquilos, no. Ellos allá se están sintiendo frustrados tras puertas cerradas. Pero tengo la promesa de Benjamín de que harán parecer como si aceptaran, al menos por ahora. Usted entiende que ellos no se rendirán sin pelear, ¿verdad, Dwight?

—Estúpidos —dijo Olsen parándose para salir—. Mientras tanto, nuestra nación está allá afuera en total oscuridad. Tenemos que hablarles pronto. Le puedo prometer que estarán furiosos por no haber sido avisados antes.

—Yo habría pensado que usted consideraría políticamente ese recurso, Dwight.

El hombre lanzó una mirada de despedida, Blair tuvo la seguridad de que el sujeto ya había considerado su futuro político en todo esto. Esa tal vez era la única razón de que no hubiera salido corriendo ya a la prensa.

—Mantenga esto en secreto —pidió el presidente.

—Le daré dos días —respondió Olsen volviéndose—. Le daré dos días. Si me gusta lo que veo, yo podría jugar. Si no, nada de promesas.

—Si usted filtra esto yo hago que lo arresten.

—¿Con qué motivo?

—Traición. Filtrar delicadas operaciones militares es suficiente motivo. Tenemos un virus, pero también tenemos una acción militar en camino.

Eso era más faroleo que algo posible de llevarse a cabo, pero a Blair no le importaba.

—Señor —se oyó por el intercomunicador.

—¿Sí?

—Informe de Hawái.

El presidente pescó la mirada de Olsen. Se trataba de la misión.

—Envíalo, Bill —ordenó el ministro de defensa levantando la mirada, con los ojos abiertos de par en par.

Diez segundos después, Graham Meyers tenía una carpeta roja en las manos. Su mirada examinó el informe. Olsen había vuelto a entrar en silencio al salón.

—Bueno, suéltalo, por amor de Dios —exclamó el presidente aflojándose su ya desarreglada corbata.

—La misión localizó con éxito un enorme complejo en la parte trasera de Cíclope e ingresó en él. No hay bajas. El complejo fue abandonado.

—¿Qué?

—Abandonado en las últimas horas. Ahora están recogiendo algunas computadoras, pero les han quitado los discos duros. El lugar está limpio —informó Grant y levantó la mirada—. Hay evidencia que sugiere que al menos un soldado estuvo en uno de los cuartos. Hay botones de uno de nuestros uniformes.

—Hunter.

El salón se quedó en silencio.

—No pueden estar lejos —expresó alguien.

—¡Encuéntrenlo! —ordenó el presidente echando su silla hacia atrás y poniéndose de pie.