THOMAS Y Mikil se sentaron al otro lado de la mesa de carrizo de Martyn en una tienda abierta que uno de los asesores del general había seleccionado para su líder después de que este aceptara hablar con Thomas. El hedor del encostrado era casi demasiado para soportar.

El hecho de que las hordas casi se hubieran duplicado en tamaño y se acercaran aún más a la selva era una señal de mal augurio, razón de más para que Thomas hablara con Martyn.

Habían entrado ondeando una bandera blanca… idea de Thomas. Él no recordaba que nunca antes alguien hubiera usado una bandera blanca, pero la señal se entendió rápidamente y los guardias del perímetro los detuvieron a cien pasos mientras verificaban con sus líderes. Finalmente había salido otro general, comprobó que Thomas de Hunter solicitaba una audiencia con Martyn y transmitió la petición.

—Díganle a Martyn que Thomas de Hunter solicita una audiencia con Johan —le había dicho Thomas al general.

—¿Quiere usted hablar con Justin del Sur?

—No, con Justin no. Con Johan. Ese es el nombre por el que lo conozco. Johan.

Media hora después se habían reunido.

Johan estaba claramente bajo su piel fétida y descascarada. De mayor edad ahora, casi de treinta años. De pintársele de verde los ojos y dársele color a la piel, nadie que hubiera conocido al muchacho se podría haber confundido. El círculo redondo de los hechiceros se hallaba delineado en su frente.

Pero se movía y hablaba como un hombre totalmente distinto. Movía los ojos con cautela y sus movimientos eran lentos para minimizar el dolor de su enfermedad. Igual que todos en las hordas, no creía que la putrefacción fuera una enfermedad. Tenía la mente aguda, pero se había tragado las mentiras que mucho tiempo atrás lo persuadieron de que este era el camino que todos los hombres buenos debían observar, recorrer y sentir. El dolor era natural. El olor a carne podrida era más un aroma de sana humanidad que una fetidez.

—Los lagos te producen eso —expresó Johan mirando a Thomas y arrugando la nariz.

—¿Qué producen?

—Te dan esa horrible pestilencia.

—Supongo que sí. Y tu piel no es menos ofensiva para nosotros. Hace tres años odiabas la fetidez. ¿Dónde está Justin?

—Salió hace una hora —contestó Johan después de titubear.

—¿Regresará?

—Sí.

—¿Aceptarás hacer la paz con él?

—Esa es claramente su intención.

—¿Y es la tuya?

—Dime tú; ¿lo es?

El hombre hablaba de manera enigmática. Thomas debía hablar francamente con Johan.

—Lo que debo decirte es solo para tus oídos —le anunció—. Aleja fuera a tus hombres y yo alejaré a mi teniente.

—Señor…

Levantó la mano hacia Mikil. Ella no lo cuestionaría más en público.

—Sin duda, no me tienes miedo —enunció Thomas—. Eres el hermano de mi esposa.

—Salgan —ordenó Johan a los cuatro guerreros detrás de él.

Ellos titubearon y luego retrocedieron. Thomas miró a Mikil, cuya mirada era de desaprobación, luego salió. Ambos grupos se alejaron como cincuenta pasos en direcciones opuestas, después se detuvieron para observar desde el desierto abierto.

—Johan —expresó Thomas—. Recuerdas tu verdadero nombre, ¿verdad?

—Quieres decir el nombre que tuve de niño. Todo niño crece. ¿O siguen siendo niños todos los habitantes del bosque?

—¿Ha quedado algo de Johan en ti?

—Sólo queda el hombre.

—¿Y por qué uno de mis soldados puede matar a cinco de los tuyos?

Los ojos de Johan parpadearon.

—Porque apenas ahora mis hombres están aprendiendo a pelear contigo. Yo conozco tu forma de hacerlo. Nuestras pericias te superarán pronto.

—Les estás enseñando nuevos trucos, ¿no es así? Pero haz memoria, Johan. Antes de que te extraviaras en el desierto. Eras mucho más fuerte que ahora. La condición de la piel es una enfermedad.

El hombre solamente le sostuvo la mirada.

—¿Cómo te extraviaste?

—¿Para esto me llamaste? ¿Para hablar de una época en que jugábamos con espadas de juguete?

La mente de Johan se hallaba tan subyugada como su carne, pensó Thomas. Se preguntó si Rachelle podría acabar con este engaño.

—No. He venido porque sé más de lo que debería —expresó; debía ser cuidadoso—. Oí una conversación en la tienda de tu líder unas noches atrás cuando maté al general. Espero que no me guardes rencor por esa muerte.

—El general que mataste era un buen amigo mío.

—Entonces, por favor, acepta mis condolencias. Sea como sea, ahora sé que ustedes conspiran con Justin y Qurong contra los habitantes del bosque. Nos ofrecerán paz y, a pesar de tener todo en contra, ustedes creen que Justin persuadirá a nuestro pueblo para aceptarles la oferta. Pero pretenden traicionarnos una vez que se hayan ganado nuestra confianza.

Thomas dejó que la declaración se afirmara. Johan no hizo ningún comentario. Era imposible verle alguna reacción en el rostro, al hallarse envuelto y reducido por la oscuridad de la capucha.

—Deseo saber qué recibirá Justin por su traición.

—Eso no es de tu incumbencia.

—¿Cuánto tiempo han estado planeando esto?

—Bastante.

—Debí haberlo sabido. Ustedes dos son originalmente de nuestra selva. Primero te perdiste hace tres años y luego apareciste oportunamente como un general al tanto de nuestras estrategias. Un año después Justin rechaza mi nombramiento y empieza a predicar su paz. Todo el tiempo ustedes dos conspiran por acabar con la selva. Que yo sepa, tramaste el plan con Justin en el Bosque Sur y luego decidieron vivir como encostrados. Él ha estado sembrando dudas mientras tú has levantado tu ejército para aprovecharte de esa duda. ¿Fue idea de él o tuya? ¿Harás a Justin líder supremo de las hordas?

Johan, es decir Martyn, el general hechicero, lo miró por un buen tiempo. Pero no quiso contestar.

—Sin embargo, te debió haber preocupado el impacto que una batalla en la selva tendría en tu ejército, o simplemente habrías marchado sobre nosotros ahora, sin ningún intento de traición —expuso Thomas—. La traición es tu nivelador. Esperas atraparnos desprevenidos.

—¿Es correcto eso? Bueno, si sabes esto, nuestro plan está frustrado.

¿Una admisión tan rápida? Pero Johan no tenía el tono de un hombre derrotado.

—No necesariamente. Las dos partes tenemos un problema. El mío es Justin; el tuyo es Qurong. Creo que Justin puede tener suficiente poder para poner en peligro nuestros deseos de luchar.

—Una admisión sorprendentemente cándida —afirmó Johan después de una vacilación.

—No estoy aquí para jugar. Incluso con tu traición, la batalla sería feroz. Muchos de tus hombres morirían. La mayor parte.

—Una posibilidad. ¿Y cuál es mi problema?

—Tu problema es Qurong. Él peleará esta batalla aun sabiendo que se ha puesto en peligro su traición. Al final, la selva se teñirá de sangre y a ustedes les quedarán pocas personas para gobernar.

—¿No es así como sucede? ¿No es así la guerra?

—No —contestó Thomas bajando la voz; Mikil había necesitado casi todo el viaje para adoptar la sabiduría de lo que él estaba a punto de proponer.

—Nunca puede haber una verdadera paz entre nuestros pueblos; ninguno de los dos puede aceptarla. Pero puede haber una tregua —informó él golpeteando los dedos en la mesa—. Ahora.

—Como Justin ha propuesto. Una tregua.

—Él ha propuesto una paz que terminará en más derramamiento de sangre que cualquier cosa que se pueda concebir, sangre en su mayoría de las hordas. La única manera en que le veo salida a este atolladero es que el hermano de mi esposa, Johan, dirija las hordas en lugar de Qurong. Te pudiste haber convertido en hombre, pero ¿matarás a tu propia hermana?

—Podría haberte matado por tales palabras —respondió Johan; miro a sus hombres; estaba claro que no le emocionó la mención de traicionar a su líder.

—Estás sugiriendo una revuelta contra Qurong, el hombre que es mi padre.

—Él no es tu padre.

—Su nombre era Tanis, y siempre lo he visto como mi padre.

Tanis. ¿Tanis? El primogénito de todos los hombres. Una figura paternal para el pueblo del bosque colorido. ¡Qurong era Tanis! Thomas sintió que se le oprimía el pecho. Tomó eso con inquietud, aunque esperaba no haberla demostrado.

—Si crees que tus ejércitos pueden sobrevivir a los explosivos que tenemos para ellos, te equivocas tristemente. Sin duda, te enteraste del destino de tus encostrados en los cañones. Si es más muerte lo que deseas, dile a Qurong que se ponga en marcha ahora, ¡esta noche! Pero les puedo prometer que por cada guardián que maten, nuestra pólvora decapitará a cien de ustedes.

Esto era un faroleo; ellos no tenían explosivos. Pero por la ligera reacción de Johan, Thomas pensó que al menos había creado algo de confusión.

—Garantizaré tu entrada segura a la selva con Qurong y Justin. Trae un millar de tus mejores guerreros si deseas. Pondrás al descubierto, ante el pueblo, la traición de Justin y Qurong, y juraré que dices la verdad. Condenaremos a Qurong a muerte. Ocuparás la vacante.

—Eres hijo de los shataikis, ¿no es así? —declaró Johan mientras se le formaba lentamente una sonrisa en el rostro.

—Ese sería Qurong, el primogénito que en principio nos provocó esta enfermedad.

—¿Y Justin?

—Estará desacreditado —contestó Thomas encogiéndose de hombros—. Desterrado.

—¿Podría matarlo yo?

—¿Por qué? —inquirió Thomas, sorprendido por lo extraño de la pregunta.

—Su lealtad a Qurong sería un problema para mí.

—Haz lo que debas hacer —respondió Thomas, después de titubear.

—¿Crees que soy tan estúpido como para entrar a una trampa con sólo mil de mis hombres a mi lado? Qurong no estará de acuerdo con eso.

—Lo hará si me quedo aquí como garantía de su seguridad.

Ese era para Mikil el elemento más conflictivo del plan. Pero Thomas la había convencido de que el mundo estaba en juego. Sin alguna clase de acuerdo, habría un baño de sangre. Qurong atacaría. Quemarían la selva. Quizás ellos lograsen matar a la mayor parte del ejército de hordas, pero al final se quedarían sin sus esposas e hijos para justificar tan terrible victoria.

—Tu plan es traicionero —afirmó finalmente Johan—. No soy un hombre que piense en traicionar.

—Mi plan salvará a tu pueblo. Y al mío. Soy el esposo de tu hermana. Te ruego que consideres tus orígenes y me ayudes a hacer una tregua. Con Qurong solo hay guerra. Teeleh le ha atado las manos y el alma. Creo que en tu corazón aún hay espacio para Rachelle y tu propia gente.

Johan lo miró y finalmente se puso de pie.

—Espera aquí.

Salió hacia el desierto y observó las distantes dunas. Durante un buen rato permaneció de espaldas a Thomas. Luego volvió a entrar al campamento. Mikil entró corriendo a la tienda.

—¿Y bien?

—No sé.

—¿Lo está considerando?

—Creo.

—Aún no me gusta. ¿Qué impide que un soldado insubordinado te corte la cabeza con una guadaña?

—Insistiré en la protección. La última vez que revisé me podía encargar de un insubordinado maniaco que tuviera una simple guadaña. Además, tendrás a Qurong en la punta de tu espada.

Ella asintió pensativamente.

—Entonces no te tendrán bajo custodia hasta que Qurong esté en la selva, bajo la vigilancia de nuestros guardianes.

—Desde luego. Aquí viene.

Ella se retiró, viendo con escepticismo que el general se acercaba. Johan hizo su túnica a un lado y se sentó.

—Digas lo que digas, eres un hijo de los shataikis —declaró—. Pero me gusta tu plan. Estas son mis condiciones: Como señal de buena fe, no solo te quedarás aquí, como has ofrecido, sino que harás retroceder a tu ejército desde el perímetro hacia el centro de la selva. No quiero que inicien la guerra estando yo adentro.

Thomas consideró la petición. Qurong sería la garantía de ellos. Mientras Mikil tuviera el liderazgo, ellos no atacarían.

—De acuerdo.

—Mi otra condición es que me dejes llevar a cabo la ejecución de Qurong como muestra de mi nueva autoridad sobre mi pueblo. Es un lenguaje que comprenderán.

—Entendido.

Martyn, general de las hordas cuyo nombre una vez fuera Johan, inclinó la cabeza.

—Entonces tenemos un pacto.

sep

PASARON OTRA media hora ultimando detalles antes de que Thomas y su solitaria asesora montaran y se alejaran del campamento. Su segunda al mando, Mikil, saldría para la selva esa noche después de oscurecer. Qurong, Martyn, Justin y mil guerreros seguirían a la mañana siguiente. Entrarían al bosque a cambio de Thomas, que entonces sería tomado en custodia por el ejército de las hordas.

Qurong y Thomas confiarían sus vidas el uno al otro.

El séquito llegaría al lago en la noche con la total seguridad de que Mikil dispondría el escenario. Si no lo hacía satisfactoriamente, Qurong y Martyn se retirarían. Si eran emboscados por los guardianes, Thomas también moriría. Y por supuesto, viceversa.

Así fue planeado. Así fue concordado.

Martyn miró hacia el occidente, donde lograba ver la distante selva en el crepúsculo. Qurong estaba a su lado, con el ceño fruncido.

—¿Así que no sospechan nada?

—Nada. Él cree sinceramente que yo te traicionaría. Son niños, como una vez lo fui yo.

—¿Y Justin estará de acuerdo?

—Justin estará de acuerdo. Él sabe lo que está haciendo. Qurong lanzó un resoplido y se volvió hacia el campamento.

—Igual que todos ellos, muy pronto.