Escena II
Una cárcel.
Entran DOGBERRY, VERGES y el ESCRIBANO, con togas, y la ronda, con CONRADO y BORACHIO.
DOGBERRY.— ¿Están presentes todos los miembros de la «disamblea»?
VERGES.— ¡Oh! Un taburete y un cojín para el escribano.
ESCRIBANO.— ¿Cuáles son los malhechores?
DOGBERRY.— ¡Diantre! Yo y mi compañero.
VERGES.— ¡Pues es verdad! Procedamos al expediente de «intuición».
ESCRIBANO.— Pero ¿contra quiénes se instruye la ofensa? ¡Que se pongan delante de maese alguacil!
DOGBERRY.— Sí, a fe; ponedlos delante de mí. ¿Cómo os llamáis, amigo?
BORACHIO.— Borachio.
DOGBERRY.— Tened la bondad de escribir ahí Borachio. ¿Y vos, tunante?
CONRADO.— Soy un caballero, señor, y me llamo Conrado.
DOGBERRY.— Escribid ahí: maese caballero Conrado. ¿Servís a Dios, maeses?
CONRADO y BORACHIO.— Sí, señor; así lo esperamos.
DOGBERRY.— Escribid ahí que esperan servir a Dios; y poned a Dios primero, pues ¡Dios nos libre de que vaya Dios detrás de semejantes granujas! Maeses, está probado que sois poco menos que hipócritas traidores, y cerca le anda de que lo creamos. ¿Qué contestáis en defensa propia?
CONRADO.— A fe, señor, decimos que no lo somos.
DOGBERRY.— Es un mozo listo este truhán, os lo aseguro; pero yo me las entenderé con él. Venid acá, bellaco; una palabra al oído. Os digo, señor, que se sospecha que sois unos granujas redomados.
BORACHIO.— Señor, os digo que no lo somos.
DOGBERRY.— Bien; retiraos. ¡Vive Dios, que se han puesto de acuerdo! ¿Habéis escrito que no lo son?
ESCRIBANO.— Maese alguacil, ése no es el modo de tomarles declaración. Debéis llamar a la ronda, que es la que ha de acusarles.
DOGBERRY.— A fe que sí; es el mejor camino. ¡Que se adelante la ronda! Maeses, en nombre del príncipe, os mando que acuséis a estos individuos.
GUARDIA PRIMERO.— Este hombre, señor, dijo que don Juan, el hermano del príncipe, era un villano.
DOGBERRY.— Escribid que el príncipe Juan es un villano. ¡Eh! ¡Perjurio evidente llamar villano al hermano de un príncipe!
BORACHIO.— Maese alguacil...
DOGBERRY.— ¡Calle el pícaro, por favor! No me gusta tu facha, te lo aseguro.
ESCRIBANO.— ¿Qué más le oísteis decir?
GUARDIA SEGUNDO.— ¡Pardiez!, que había recibido mil ducados de don Juan para acusar falsamente a la señora Hero.
DOGBERRY.— ¡El mayor robo con fractura que jamás se ha cometido!
VERGES.— ¡Por la misa que sí! No es otra cosa.
ESCRIBANO.— ¿Qué más, camarada?
GUARDIA PRIMERO.— Y que el conde Claudio tenía el propósito, creyendo en sus palabras, de deshonrar a Hero ante toda la asamblea y de no casarse con ella.
DOGBERRY.— ¡Oh villano! ¡Serás condenado por esto a «redención» eterna!
ESCRIBANO.— ¿Qué más?
GUARDIA SEGUNDO.— Eso es todo.
ESCRIBANO.— Y esto es más, señores, de lo que podéis negar. El príncipe Juan ha huido secretamente esta mañana. Hero ha sido acusada de esa manera, y de la misma manera repudiada, y ha muerto de pena repentinamente. Maese alguacil, mandad que se ate a estos hombres y se les lleve a casa de Leonato. Yo iré delante y le mostraré el interrogatorio. (Sale.)
DOGBERRY.— ¡Vamos, que se «obstinan»!
VERGES.— ¡Atadles!
CONRADO.— ¡Atrás, mastuerzo!
DOGBERRY.— ¡Por vida de Dios! ¿Dónde está el escribano? ¡Que escriba que el representante del príncipe es un mastuerzo! ¡Vamos, amarradles! ¡Eres un pillo perverso!
CONRADO.— ¡Fuera! ¡Sois un asno! ¡Un asno!
DOGBERRY.— ¿No te infunde «sospecha» mi cargo? ¿No te infunde «sospecha» mi edad? ¡Oh! ¡Que no esté aquí el otro para escribir lo de asno! Pero vosotros, maeses, recordad que soy un asno. Aunque no conste por escrito, no olvidéis, con todo, que soy un asno. No, granuja; estás lleno de «piedad», como se te probará con buenos testigos. Yo soy un mozo despierto; y lo que es más, un funcionario, y lo que es más, un padre de familia, y lo que es más, un bonito pedazo de carne, como no hay otro en Mesina. Y que sabe de leyes, para que te enteres, y mozo bastante rico, para que te percates, y que ha tenido sus pérdidas, y que posee un par de uniformes y otras muchas cosas finas. ¡Lleváoslo! ¡Oh! ¡Que no haya quedado escrito que soy un asno! (Salen.)