Capítulo 5
Un mes después Julianne se paseaba por el salón de su apartamento en Clearville, en el estado de Pennsilvania. Llevaba una semana enferma. Solo que sabía que no era ni un virus ni una infección bacteriana lo que le producía tal malestar.
Era un bebé. Julianne McKenzie, la mujer que no había podido concebir con su ex marido, estaba embarazada.
—¿Está seguro el médico? —le preguntó Kay.
Julianne dejó de pasearse y miró a su prima.
—Sí, está seguro.
Lo había visto hacía dos días, y había discutido con él, insistiendo en que su diagnóstico estaba equivocado, en que la enfermera tenía que haber confundido su análisis de orina con el de otra persona. Pero un análisis de sangre le había indicado los mismos resultados.
—¿Te ha llamado Bobby? —le preguntó Kay tras dar un trago de su refresco.
—No —Julianne miró por la ventana; hacía un día de mucho bochorno—. Pero le dejé varios mensajes urgentes.
Le había dejado su nombre y número de teléfono a la recepcionista del hotel. Dos veces.
—Pues lo menos que podía hacer era tener la cortesía de devolverte las llamadas.
Pero Bobby no lo había hecho, lo cual quería decir que no tenía interés ninguno en hablar con ella. Sin embargo Julianne no podía abandonar, darse por vencida. Llevaba en su seno a su hijo y tenía que decírselo.
Se sentó al lado de su prima.
—Espero que no crea que lo he engañado. Él es un hombre rico y yo...
Estaba nerviosa, preocupada por su reacción. No podía soportar la idea de que él pensara que se había quedado embarazada a propósito, que estaba intentando sacarle dinero o algo.
Kay le tomó la mano.
—No lo hagas. No te culpes a ti misma, por favor.
—Pero le dije que no podía tener hijos.
—No le mentiste, Jul. Eso fue lo que creías en ese momento.
—¿Y si no me llama? ¿Qué se supone que tengo que hacer entonces? ¿Tomar un avión a Texas y decírselo?
—A mí me parece un buen plan.
Julianne se esforzó por no echare a llorar.
—Siempre he querido tener un hijo. ¿Pero por qué ha tenido que pasar ahora? ¿Y por qué con Bobby?
Bobby, un hombre al que apenas conocía. Un hombre que aún llevaba la alianza de bodas de su esposa muerta.
Kay le apretó la mano.
—No lo sé. Pero piensa que es lo que Dios te tiene reservado. Como algo del Cielo.
¿Aceptaría Bobby ese razonamiento? ¿O lo vería como un truco de Julianne? ¿Se enfadaría con ella?
—Debería haberle dicho que tenía condones. Debería haber dicho algo.
—De acuerdo, cometiste un error. Un error de juicio. A veces ocurre.
—¿Cuántos días crees que debo esperar antes de tomar un avión a Texas? ¿Unos días? ¿Unas semanas?
—Yo le dejaría otro mensaje y después esperaría un par de días. Un par de semanas es demasiado tiempo, Jul. Tienes que arreglar este asunto antes. Además, no has dejado de pensar en él.
Eso era cierto. Incluso antes de saber que estaba embarazada se había quedado cada noche despierta hasta las tantas, recordando cada momento que había pasado junto a él. Su voz, su sonrisa, sus caricias.
—Tengo tanto miedo, Kay.
—¿De tener un hijo? ¿O de decírselo a Bobby?
—De las dos cosas.
Después de todo era una mujer de cuarenta años que había concebido un hijo fuera del matrimonio. Y con un hombre con el que no dejaba de soñar.
Con un hombre que ni siquiera se había molestado en responder a sus llamadas.
Bobby miró su reloj. Había quedado con su sobrino en el cobertizo, pero este se retrasaba. Cansado de esperar, salió para mirar a los caballos en el pasto.
Un hombre nunca podía tener ni demasiado dinero, ni demasiados caballos, dijo mientras admiraba un joven caballo castrado que había adquirido recientemente.
Bobby se había criado en la pobreza; primero limpiando boñigas de caballo en los ranchos de otras personas y después entrenando caballos, ahorrando cada centavo para perseguir su sueño. Que había sido llegar a la categoría de rodeo profesional, igual que había hecho su hermano mayor.
Cameron Elk, su hermano muerto. El padre de Michael.
Bobby miró de nuevo su reloj y entonces oyó pasos. Levantó la cabeza, dispuesto a echarle una buena reprimenda a su sobrino. Pero no era Michael el que avanzaba por el camino hacia él. Era una mujer. Una mujer con el cabello rojo orillándole al sol.
Nada más verla supo que era Julianne. Se le encogió el estómago de nervios y experimentó de nuevo aquella intensa atracción sexual que había intentando aplacar.
Avanzó hacia ella y se encontraron a medio camino. Se detuvieron bajo un árbol en flor y se miraron. No tenía buen aspecto. Estaba pálida y tenía la mirada apagada.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó.
Ella se colocó bien la correa del bolso y Bobby notó la pulsera colgándole de la muñeca.
—No contestaste a mis llamadas de teléfono, Bobby.
¿Y por eso había ido hasta Texas? ¿Por eso se había presentado a su puerta sin avisar?
—He estado ocupado.
Y evitándola a propósito. No habían acordado seguir en contacto, fingir que continuarían siendo amigos. Para Bobby era más fácil encerrarla en un recuerdo.
Se retiró un mechón de pelo de la cara.
—Tengo algo importante que decirte.
—De acuerdo. Te escucho.
—¿Podríamos ir a algún sitio más fresco? Hace tanto calor aquí...
—Si quieres podemos ir al granero. A mi despacho.
—De cuerdo.
Bajó la cabeza y soltó el aire temblorosamente.
—¿Te encuentras mal, Julianne?
Ella levantó la vista.
—Más o menos.
Una vez dentro, la invitó a sentarse. En el despacho que compartía con Michael había dos mesas amplias de escritorio. La de Bobby estaba limpia y ordenada, la de Michael era un barullo.
—¿Te apetece tomar algo? —le preguntó—. ¿Un café, o un refresco?
Julianne juntó las manos sobre el regazo.
—Preferiría agua, si no te importa.
—Claro.
Fue a la nevera pequeña, sacó una botella de plástico y se la pasó. Parecía tensa y se preguntó polla gravedad de su enfermedad. ¿Cómo podía estar alguien «más o menos» enfermo?
Bebió el agua despacio, como si tuviera miedo de dar un trago grande.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
Ella cerró los ojos, los abrió y miró al suelo.
—Estoy embarazada.
La mano se le resbaló de encima de la mesa. No tenía que preguntar si el hijo era suyo; de otro modo ella no habría ido allí.
Otro Elk bastardo. Otro hijo ilegítimo de sangre mezclada.
De pronto se sintió como Cameron, como su irresponsable hermano, el que amaba a las mujeres sin preocuparse de utilizar un condón y después las abandonaba.
—Pensaba que eras estéril.
Ella pestañeó y Bobby temió que se echara a llorar. Parecía tan vulnerable, tan frágil.
—Lo siento. No ha sido mi intención utilizar ese tono acusador; pero como me dijiste que no podías tener hijos.
—No te he engañado, Bobby. No lo he hecho a propósito.
—Yo no he dicho eso.
—Pero es eso lo que estás pensando.
—No lo es —de momento no estaba pensando nada; el cerebro parecía haberle dejado de funcionar—. Todos esos años intentando tener hijos, y de pronto te quedas embarazada. No lo entiendo.
Ella volvió a bajar la vista.
—Yo tampoco.
Bobby fue al frigorífico y sacó una botella de agua. Necesitaba calmar su ansiedad, darse un momento para pensar. Para respirar; para aceptar lo que estaba pasando.
—No sé lo que hacer, Julianne.
—No tienes que hacer nada. Puedo criar sola a este hijo.
Estudió la expresión tenaz de su mentón, el lenguaje corporal que le dijo claramente que tenía la intención de proteger a ese hijo. De alimentarlo; de quererlo.
Con o sin él.
Por un momento pensó en la madre de Michael. Cuando la conoció se estaba muriendo de cáncer, pero había echo lo posible por criar bien a su hijo, por amarlo, por protegerlo. Por hacer todas esas cosas que sin duda Julianne estaría dispuesta a hacer.
Pero la madre de Michael había tenido problemas económicos y Michael había estado algo abandonado durante un tiempo.
Tal vez él podría ofrecerle una pensión a Julianne que fuera suficiente para darles a ella y al bebé una vida buena y segura. Al menos eso no sería igual que abandonar a su hijo, ¿verdad?
Bobby tragó saliva. Pues claro que sí. El niño sabría que le enviaba dinero pero no lo conocería. No sería un padre para él en el sentido estricto de la palabra.
—¿A qué te dedicas? —le preguntó, dándose cuenta de que nunca habían hablado de su profesión.
—Soy encargada de una tienda. Y acaban de ofrecerme un trabajo nuevo. Se supone que tengo que empezar dentro de dos semanas.
—¿Qué clase de negocio?
—Moda de señoras —alzó de nuevo la cabeza—. Me pagan lo mismo que en mi trabajo anterior, pero los beneficios son mayores.
Sospechó que se refería a los beneficios médicos; a que el seguro la dotaría con los cuidados que más adelante necesitaría.
—¿Por qué cambiaste de empleo? —le preguntó con cuidado—. ¿Ha sido por el embarazo?
—No. La última tienda donde trabajé, cerró. Cuando estuve aquí el mes pasado, estaba en un periodo de transición.
Y estaba de nuevo en un periodo de transición. Soltera y embarazada.
Se apoyó sobre su mesa. De repente sentía la necesidad de abrazarla, de arreglarlo todo; de decirle que no estaba sola. Pero no se movió.
—¿Cuántos días te vas a quedar?
—Tres. Voy a reservar una habitación en el motel del pueblo.
—Puedes quedarte aquí. Y no pienso cobrarte la habitación —dijo, sabiendo que había elegido el motel porque era mucho más barato que el rancho—. Después de todo, necesitamos algún tiempo para discutir nuestra situación. Para ver lo que vamos a hacer.
—Gracias —contestó antes de quedarse callados los dos.
Miró por la ventana y se dio cuenta de que hablar de su situación no iba a resultar fácil. No había esperado volver a ver a Julianne, y sin embargo allí estaba, recordándole la noche en la que habían hecho el amor con tanta temeridad.
Aquella noche, ni siquiera se le había pasado por la cabeza utilizar un condón.
Cuando sonó el teléfono, Bobby agradeció la interrupción.
—Tío, siento haberme perdido nuestra reunión —dijo la voz de Michael—. La verdad es que se me olvidó. Pero puedo pasarme ahora por el granero si quieres.
—No te preocupes —contestó—. Tengo un asunto que atender —miró a Julianne y se preguntó si tendría hambre—. Te veré después.
Bobby cortó y observó a Julianne, que bebía el agua a pequeños sorbos. No sabía nada de nada sobre un embarazo, pero había oído que las mujeres resplandecían.
Sin embargo Julianne estaba pálida.
—Vamos —dijo—. Te llevaré al hostal y María te acompañará a tu habitación.
—De acuerdo.
Ella le sonrió y Bobby se sintió culpable. Le habían enseñado que un hombre debía casarse con la mujer a la que metiera en un lío como ese. Por supuesto, Cameron no había seguido esa regla, y Bobby tampoco lo haría.
No podía soportar volver a casarse. Nunca más.
—No hay nada disponible hasta la semana que viene, señor Bobby. El hotel está al completo —le dijo María después de comprobarlo por segunda vez en el ordenador de recepción.
Maldijo entre dientes y Julianne se dio cuenta de lo que estaba pasando.
—Puedo ir a una habitación del motel de la ciudad —dijo.
Él se volvió y fijó la vista en su estómago, aún plano.
—Ni hablar. El motel es un antro de mala muerte. Ya se me ocurrirá algo.
Se quedaron allí un momento, Bobby pensativo y Julianne pensando en las galletas saladas que llevaba en el bolso, deseando que se le asentara un poco el estómago.
—Puedes quedarte en mi casa —dijo por fin Bobby.
Julianne pestañeó, sorprendida. María también pareció sorprenderse. Se afanó en colocar algo detrás del mostrador, pero Julianne se dio cuenta de que estaba con la antena puesta.
—Gracias. Es una oferta muy generosa.
Se preguntó qué lo había llevado a ofrecerle su casa. Parecía tan reservado, tan distante... Sin embargo su oferta decía lo contrario.
Se fijó en la pulsera que él le había regalado, en el refulgente recuerdo de oro. Y de repente las náuseas parecieron calmarse. Deseó estar cerca de él, saber más cosas sobre él.
No se había olvidado de Bobby, que había pasado a ser cada vez más importante.
Sobre todo teniendo en cuenta que llevaba a su hijo en su seno. Un hijo al que ya había empezado a querer.
—Prometo no ser una carga —dijo.
Él se encogió de hombros.
—No te preocupes. Yo me quedaré con Michael mientras tú estés aquí. Él tiene mucho espacio.
Julianne se quedó helada, instantáneamente atrapada en un sinfín de emociones, desde la decepción, o la confusión, al pesar.
Bobby no debería importarle tanto como le importaba. Sus recuerdos no deberían seguir obsesionándola cada noche. No debería interesarle si se quedaba con su sobrino o con ella.
Pero la realidad era distinta.
—¿Dónde está tu maleta? —le preguntó, apartándose del mostrador de recepción.
—En el coche que he alquilado.
Las náuseas volvieron y metió la mano en el bolso para sacar una galleta. Bobby la observó.
—Si tienes hambre, puedo pedir algo para que tomes en mi casa.
—Las galletas saladas me asientan el estómago —reconoció mientras se esforzaba por calmarse, por fingir que era más fuerte de lo que se sentía—. La mayor parte del tiempo, claro.
—Entonces pediré que envíen algunas cosas saladas.
—Gracias.
Se acercó lo suficiente como para percibir el aroma de su colonia, la fragancia cálida y especiada que tan íntimamente recordaba.
—Lo siento, Julianne.
—¿Por qué lo sientes?
¿Por dejarla embarazada? ¿Por no utilizar un condón?
—Siento que no te encuentres bien.
Ella suspiró, agradecida de que se estuviera refiriendo a sus náuseas. No quería hablar de la noche en que se habían acostado juntos. Sobre todo porque sentía algo por él.
—Es normal. Pero me han dicho que se me pasará.
—Eso he oído yo —echó a andar y al momento se dio la vuelta—. Tendrás que seguirme hasta mi casa. Está algo apartada.
Se subió al sedán que había alquilado y él a su camioneta. La carretera hasta su cabaña de Bobby era estrecha y mala. Se metió otra galleta en la boca y plantó cara a los bruscos movimientos del vehículo.
Finalmente llegaron a una vivienda hecha de troncos de madera, rodeada de árboles y flores silvestres.
Salió del coche y aspiró el aire limpio y la belleza del condado de Texas Hill. Una mariposa grande y amarilla aleteó junto a ella, y Julianne la observó posándose en una flor.
Por un momento se imaginó a un niño o a una niña pequeña con el cabello oscuro y la piel bronceada persiguiendo a esa mariposa, corriendo por la hierba, jugando al sol.
Su hijo, pensaba mientras se tocaba el vientre. El hijo de Bobby.
La mariposa se alejó y Julianne se volvió a mirar a Bobby, que también la miraba. No tuvo idea de lo que podía estar pensando. No parecía molesto por su embarazo, tal y como ella había supuesto, pero tampoco parecía demasiado entusiasmado.
Si tan solo pudiera sentir la conexión que sentía ella con el hijo que llevaba en su vientre... La ternura. El amor.
Dejó de mirarlo y se volvió hacia el coche para sacar su bolsa. Él se acercó a ella y le quitó la bolsa de cuero de las manos.
—¿Qué ha sido de la maleta verde?
—No me apetecía cargar con ella. Además, solo estaré aquí unos días.
Esperaba que los suficientes para que Bobby decidiera que quería formar parte de la vida del niño. Podría ser un padre a larga distancia, un papá para el verano. Cualquier cosa con tal de que le demostrase que le importaba, que no tenía intención de abandonar al bebé.
El abrió la puerta de la cabaña y la invitó a entrar.
El interior de la vivienda reflejaba la personalidad de la persona que la habitaba: oscuro y discreto. Las paredes eran de madera, los suelos de roble cubiertos de alfombras indias. Tenía algunos muebles antiguos y otros artesanales. Y la chimenea estaba limpia.
En realidad, todo estaba muy limpio. No tenía figuritas ni nada que recogiera polvo, nada que añadiera un toque cálido a la casa. Le dio la triste impresión de que Bobby Elk sobrevivía allí en lugar de vivir.
—Tiene un dormitorio, un baño, la cocina y este salón —pasaron a la cocina abierta—. No hay mucho en el frigorífico, pero lo voy a llenar.
—Gracias Bobby. Te lo agradezco mucho.
—De nada —colocó su bolsa en una silla de cuero que había en el salón—. Voy a poner en una bolsa unas cuantas cosas que me llevaré a casa de Michael.
—Claro —se retiró, sintiéndose como una intrusa.
Mientras él iba a por sus cosas, Julianne fue a la cocina; pero no abrió ningún armario, sino que se sentó a una mesa pequeña y se comió otra galleta.
Volvió a los pocos minutos, y Julianne pensó que estaría acostumbrado a hacer la maleta enseguida, que probablemente habría vivido en la carretera durante una buen parte de su vida.
—¿Quieres comer un poco de comida de verdad? —le preguntó.
—No. Aún no.
—Te vas a poner enferma, Julianne.
Ella sonrió, conmovida por su preocupación.
—Pronto empezaré a engordar.
Bobby fue a prepararse un café.
—Supongo que no querrás.
—No, gracias. ¿No tendrás una bolsa de té? Me sienta mejor.
—No, pero lo pondré en la lista.
Se bebió el café, fregó la cafetera y la dejó en su sitio.
—Tengo que irme. He quedado en ver a Michael —le dijo—. Volveré más tarde.
—De acuerdo.
Escribió algo en un papel que había junto al teléfono.
—Te dejo el número de la recepción, mi móvil y el del despacho. Llama si necesitas algo.
—Lo haré.
Después de marcharse, Julianne se quedó unos minutos mirando a su alrededor en el salón, preguntándose quién era Bobby Elk.
Finalmente se puso de pie y fue a su dormitorio; al ver la cama, se detuvo. La pieza de caoba era oscura y masculina, y la colcha que la cubría de una vibrante tonalidad de azul. Se lo imaginó durmiendo allí, con las ventanas abiertas y las estrellas iluminando el cielo.
Deseó desesperadamente rebuscar entre sus cosas, resolver los misterios de su persona. ¿Tendría alguna foto de su esposa? ¿Algún álbum de fotos?
Cedió a la curiosidad y empezó a fisgar entre sus cosas, pero solo encontró au ropa doblada ordenadamente. Encima de la cómoda había una novela de Louis L'Amour, una vela medio derretida y una caracola que contenía unas hierbas secas atadas con un hilo rojo. En su ropero no había más que una colección de pantalones Wrangler y de camisas tejanas.
El baño, sin embargo, hablaba de su invalidez. El retrete tenía barandillas de metal a los lados. En la ducha había también barandillas y una silla especial en el centro. Asumió que Bobby no se duchaba con la prótesis puesta.
De pronto sintió claustrofobia y salió de la casa a respirar el aire cálido del verano.
Iba a tener un hijo de un hombre que apenas conocía, de un hombre que se recluía en una cabaña pequeña y remota.
En un lugar donde podía esconderse.
Julianne se fijó en las flores silvestres y al poco tenía en la mano un ramillete.
Volvió a la cabaña con las flores, dispuesta a añadir un toque de color al mundo oscuro y aislado de Bobby Elk.