Capítulo 10

Al atardecer Tamra y Walker estaban sentados en la terraza del ático de éste, tomando comida china que habían comprado a la vuelta en un restaurante.

—Estaba equivocada —dijo la joven.

—¿Sobre qué? —inquirió él.

—Esta mañana pensé que antes de que se fuera el sol ya estaríamos arrancándonos la ropa.

Walker alzó la vista hacia el cielo, y vio un rayo filtrándose entre las nubes que lo cubrían.

—Todavía hay tiempo —dijo—... aunque tendremos que darnos prisa —añadió con una sonrisa traviesa.

Tamra se rió, y Walker se alegró de oír ese sonido. Llevaba todo el día preocupado por ella, esperando que de algún modo su ansiedad se disipase un poco.

Sabía que aquella ciudad albergaba muchos recuerdos tristes para ella, pero se había propuesto cambiar eso. Juntos crearían nuevos recuerdos; recuerdos agradables y hermosos.

Esperaba que aquella cena improvisada fuese un buen comienzo. La terraza ofrecía un ambiente romántico con las luces de la ciudad y las de las velas aromáticas que habían encendido, el móvil de campanillas que colgaba sobre la puerta creaba melodiosas notas cuando se levantaba un poco de brisa, y el jacuzzi estaba preparado, esperándolos, rodeado por una celosía cubierta de hiedra que les daría intimidad.

Aquello le recordó la conversación que habían tenido unas horas antes.

—Ese no es el jaccuzi en el que hice el amor —le dijo a Tamra.

Ella alzó la vista de su comida.

—¿Ah, no?

—No, fue en otro sitio.

—Pues menos mal —contestó ella alargando la mano para tomar su botella de agua—. Ahora ya no te imaginaré chapoteando ahí con otra mujer.

Fueran celos o no lo fueran, Walker se sintió halagado por sus palabras.

—Fue en una fiesta universitaria; ya sabes, una de ésas de beber hasta que te caes redondo.

Tamra hizo una mueca.

—¿Lo hiciste en una fiesta?, ¿con gente alrededor?

Walker frunció el entrecejo preguntándose si no debería haber mantenido la boca cerrada. Probablemente estaba pensando que había participado en una orgía o algo así.

—No, claro que no. La fiesta ya se había acabado. Yo estaba en el jacuzzi con una rubia que vivía allí, y mi amigo Matt estaba en uno de los dormitorios con su compañera de cuarto.

Tamra volvió a hacer una mueca.

—¿No me digas que cambiasteis de pareja?

—Yo nunca habría hecho algo así —dijo él ofendido, pero luego, al quedarse pensando en la activa vida sexual de su amigo añadió—... claro que Matt habría sido capaz de proponerlo.

—Vaya, parece un tipo encantador.

Walker ignoró el sarcasmo en su voz.

—Lo es; en serio, es una buena persona. Nunca dejaría que se acercara a ninguna de las mujeres de mi familia, pero no es mala gente. Lo que no entenderé nunca es cómo se le ocurrió casarse. Desde un principio supe que acabaría divorciándose.

—¿Es rico? —quiso saber Tamra—. ¿Pertenece a un círculo parecido al tuyo?

—Tiene dinero —asintió Walker—, pero se ha ganado cada centavo con el sudor de su frente. Sus padres eran pobres como las ratas. Le gustan demasiado las mujeres, pero como te digo es un buen tipo. Todavía somos amigos.

—Entonces procuraré no juzgarlo para que no te ofendas —dijo ella—. Aunque estoy de acuerdo en que no deberías dejar que se acercara a ninguna de las mujeres de tu familia.

—Bueno, eso no es algo que me preocupe —contestó él—; Matt tiene bastantes amantes como para no aburrirse.

—Y tú me tienes a mí.

Walker se sintió como si le hubiera pegado un puñetazo en el plexo solar, dejándolo sin aliento.

—No te tengo como a un juguete, Tamra —le dijo muy serio—. Yo jamás te consideraría un entretenimiento. No es eso lo que hay entre nosotros.

—Lo sé —dijo ella apartando su plato con un suspiro—. Dios, lo sé muy bien.

Walker vio que las manos le temblaban. Otra vez la ansiedad parecía haberse apoderado de ella. No sabía qué hacer, qué responder. Temía que su relación estuviese escapando a su control, como un tren cuando se sale de las vías. Si no tenía cuidado podían acabar haciéndose daño los dos.

—Hay algo que necesito decirte —comenzó ella jugueteando nerviosa con su brazalete—. No estoy muy segura de que éste sea el momento apropiado, pero...

Walker se puso tenso. Estaba casi seguro de que sabía lo que iba a decir.

—...te quiero, Walker.

Esas palabras eran exactamente las que había imaginado que iba a pronunciar, y un sentimiento de pánico lo invadió.

—Nunca... nadie se había enamorado nunca de mí —balbució—. Nadie.

—Pues yo lo estoy —dijo ella—; estoy enamorada de ti.

Lo miró a los ojos con esa sincera confesión escrita en los suyos y Walker sintió que el corazón se le desbocaba. ¿De qué tenía miedo?; era un hombre soltero, sin compromisos, sin nada que perder... nada excepto su corazón.

¿Estaba enamorado de ella él también? ¿Podía ser que aquella locura fuese amor: esa ansia desesperada, el deseo de protegerla, el temor a perderla, a no poder seguir viviendo sin ella a su lado? Debería haberse dado cuenta antes; debería haberlo sabido.

—A mí me está pasando lo mismo —murmuró finalmente—; no estás sola en esto.

—Oh, Dios... ¿De verdad? —inquirió ella emocionada. Se puso a cerrar las cajas de cartón de la comida, como por hacer algo, y en su nerviosismo casi tiró su botella del agua—. ¿Y qué vamos a hacer?

—No lo sé —respondió él con el corazón latiéndole aún como un loco—. Ya se nos ocurrirá algo.

—¿Tú crees? —inquirió poniéndose de pie.

—Pues claro —dijo Walker nervioso, levantándose también y acercándose a ella—. No es algo tan raro; la gente se enamora todos los días.

—¿También los que viven a más de mil kilómetros?

—Bueno, es sólo un pequeño obstáculo que superar —respondió él acariciándole el cabello—, y a mí se me da bien resolver problemas.

Tamra le acarició el pelo también, peinándoselo con los dedos, y al cabo de unos instantes estaban el uno en brazos del otro, tocándose y besándose.

La joven lo tomó de la mano y lo condujo al jacuzzi. Allí, tras la pantalla que formaba la celosía cubierta de hiedra se desvistieron el uno al otro.

Cuando se metieron en el agua Walker se dijo que no tenía por qué preocuparse, que lo único que tenía que hacer era pedirle que se quedara, que dejara la reserva y se fuera a vivir con él. Era lo lógico se dijo, y se lo propondría... pero no en ese momento.

Ni sus manos ni las de Tamra paraban quietas. Querían tocar cada centímetro de la piel del otro, y el agua caliente los rodeaba a los dos. Walker observó a Tamra a través del vapor, admirando su exótica belleza. El sol ya se había puesto, dejando paso a la luna, y su tenue luz plateada brillaba ya sobre ellos.

Walker levantó a Tamra, sentándola en el borde del jacuzzi. Parecía una sirena, pensó, o una diosa indígena del mar, con las piernas abiertas sólo para él.

Tomó su mano, animándola a tocarse, y ella lo hizo con una timidez que a él le pareció de lo más erótica.

Luego saboreó su néctar, lamiendo y besando sus dedos. Tamra no apartó la vista cuando comenzó a tocarla, y empezó a emitir gemidos y unos ruiditos que sonaban casi como un suave ronroneo.

Walker se sentía como si estuviera a punto de explotar. Tamra alcanzó el orgasmo en ese momento, y la tomó entre sus brazos, volviendo a meterla con él en el agua, ansioso por hacerla suya.

Tamra se notaba la cabeza mareada. Debía ser por la mezcla del sexo, por el agua caliente y burbujeante, y el fresco aire nocturno de San Francisco, pensó. Pero sobre todo, añadió para sus adentros, sobre todo porque Walker Ashton había admitido que él también estaba enamorándose de ella.

Walker estaba envolviéndola en ese momento en una toalla y cuando alzó el rostro para mirarlo su corazón aún seguía palpitando con fuerza.

Walker agarró otra toalla y se secó un poco antes de atársela a la cintura.

—Ven, vamos dentro —le dijo—. Te prestaré mi albornoz.

Tamra lo siguió, se sentó en el salón a esperarlo, y al cabo de un rato Walker regresó con un albornoz azul oscuro de rizo. Le quedaba demasiado grande, pero no le importaba.

—Es perfecto, gracias —le dijo.

Walker sólo se había puesto unos vaqueros así que su pecho aún estaba desnudo, y su pelo todavía seguía húmedo. Tamra sintió deseos de tocarlo de nuevo.

—¿Te apetece una copa de vino? —le preguntó Walker—. Tengo un pinot noir que creo que te gustará.

—¿Vas a intentar emborracharme para aprovecharte de mí? —inquirió ella con una sonrisa traviesa.

—Vaya, me has descubierto —contestó él riéndose.

—Bueno, pero no me sirvas mucho. No tengo costumbre de beber.

—Tranquila, te pondré sólo un poco —le dijo él.

Cuando le tendió su copa Tamra probó un sorbo y lo paladeó, pero como no entendía casi nada de vinos prefirió no dar su opinión.

—¿Es de las bodegas de tu familia? —le preguntó.

—Sí; para ti lo mejor de lo mejor —contestó Walker girando la botella que había dejado sobre la mesita para que pudiera ver la etiqueta.

Se quedaron sentados el uno junto al otro en silencio, hasta que finalmente fue Walker quien habló.

—Quiero que te vengas a vivir conmigo, Tamra.

La joven sintió como si le hubiesen echado por encima un jarro de agua fría.

—¿Aquí?

—Sí, claro, aquí —asintió él—; es donde vivo y quiero compartir mi vida contigo.

Tamra tragó saliva. Walker estaba pidiéndole que se quedase a su lado, pero... ¿cómo podría decirle que sí... vivir en la ciudad... fingir ser alguien que no era?

—No puedo abandonar Pine Ridge —le dijo con un nudo en la garganta—. Allí me necesitan. No puedo dejar a nuestra gente, Walker.

—Esto no tiene nada que ver con nuestra gente —replicó él. Sus ojos relampagueaban de pura irritación por su negativa, y apuró su copa como si fuera cerveza en vez de vino—; tiene que ver con nosotros: contigo y conmigo.

—¿Y no podrías mudarte tú? —inquirió ella, sintiendo vibrar la copa en su mano.

—¿Yo?, ¿irme a vivir a la reserva? Eso no funcionaría y lo sabes, Tamra. Mi mundo es éste; soy el director de una empresa. No pertenezco a Pine Ridge.

—Tampoco yo pertenezco aquí.

—Tú tienes un título en Ciencias Empresariales —replicó Walker—. Podrías encontrar un empleo aquí, en la ciudad. Además ya has vivido aquí antes.

Tamra sacudió la cabeza con los ojos llenos de lágrimas. No podía abandonar la tierra de sus antepasados, no después de todo lo que había luchado por sentirse parte de ella.

—Pine Ridge es mi hogar.

—¿Entonces por qué me has dicho que me amas? —le espetó él con aspereza.

—Porque quería que supieras lo que sentía.

—De mucho nos ha servido —masculló él.

Volvió a llenar su copa y se la bebió de la misma forma brusca en que había apurado la anterior.

Tamra en cambio dejó la suya junto a la botella, encima de la mesa. Recurrir al alcohol para acallar su dolor sería lo último que haría. Había visto a demasiadas personas de la reserva caer en esa trampa.

—Walker, no te pongas así; eso no nos ayuda en nada.

—No me digas lo que tengo que hacer —masculló él poniéndose de pie con el ceño fruncido— Lo que menos necesito ahora mismo es que la mujer a la que amo me trate como a un niño.

Tamra flexionó las piernas y se abrazó las rodillas. Se amaban, pero no podían estar juntos.

Walker se metió las manos en los bolsillos.

—En estos últimos días lo único en lo que he podido pensar es en lo horrible que sería perderte; pero según parece ya te estoy perdiendo.

—Lo mismo me ha pasado a mí —respondió ella—, pero yo no esperaba un milagro. En el fondo sabía que tú nunca estarías dispuesto a cambiar tu estilo de vida por mí; que nunca querrías venirte a vivir a Pine Ridge.

—Y tú tampoco quieres mudarte aquí —le espetó él—. A mí me parece que es lo mismo.

Agarró la botella de pinot noir y miró la etiqueta con el ceño fruncido. Por un momento Tamra temió que fuera a estrellarla contra la pared, pero controló su genio y volvió a dejarla sobre la mesa.

Cuando sus ojos se encontraron de nuevo la mirada de Walker se le clavó a Tamra en el alma, y en aquel momento supo que nunca volvería a ser la misma, que por muchos años que pasaran, por mucho que intentase borrarlo de su mente, siempre sería el hombre al que amaría.

La tensión entre ellos no se disipó, y Walker y Tamra regresaron al valle de Napa al día siguiente, uno antes de lo previsto. Walker la dejó en la mansión diciéndole que tenía que ocuparse de unos asuntos, pero en realidad fue a casa de su hermana, para hablar con su madre. Allí era donde estaba en ese momento, sentado con ella en un banco de madera del jardín, a la sombra de un frondoso árbol.

Le había explicado toda la situación, pero su madre no le había ofrecido ayuda alguna; no se había ofrecido a hacer nada.

—Pero tienes que ayudarme a convencer a Tamra para que se mude aquí conmigo —le insistió él obstinadamente.

—Oh, cariño... —murmuró ella remetiendo un mechón canoso tras la oreja—. No puedo hacer eso.

—¿Por qué?, ¿porque crees que es ella quien tiene la razón?, ¿porque crees que soy yo quien debería mudarme?

—No se trata de quién está dispuesto a mudarse ni de dónde deberíais vivir —replicó ella suavemente—. Se trata de que necesitáis llegar a un acuerdo; solucionar juntos los problemas.

—Eso es fácil de decir para ti; no eres tú quien tienes que hacerlo.

—No es cierto; no es nada fácil para mí. Yo os quiero a los dos, Walker, a Tamra y a ti, y querría que los dos fueseis felices.

—Pues no lo somos; nos estamos haciendo infelices el uno a otro.

Mary suspiró.

—Cuando eras un chiquillo y estabas triste por algo solías apoyar la cabeza en mi regazo, pero ahora ya eres un hombre, y no sé cómo hacer que te sientas mejor.

—Ojalá aún fuera un niño; mi vida era más fácil entonces.

—¿Eso crees? —inquirió su madre—; ¿estás seguro de eso?

—No —murmuró él.

Su vida nunca había sido fácil, sobre todo después de perder a sus padres. Miró a su madre a los ojos, sintiéndose tentado de apoyar la cabeza en su regazo, de volver atrás en el tiempo y empezar de nuevo.

Nada le gustaría más que poder recordarla, recordar los años que había pasado con ella, pero su mente era como un cedazo lleno de agujeros. Incluso había metido en su cartera la fotografía que había copiado, para llevarla consigo a todas partes, pero eso no había cambiado nada; no había hecho que reencontrase su identidad.

—Ya ni siquiera sé quién soy —dijo en un tono quedo.

Su madre puso una mano en su mejilla.

—Eres el hombre al que ama Tamra.

—Pero duele, mamá; estar enamorado duele.

—Lo sé —le susurró ella, siguiendo el trazo de su mandíbula con los dedos, como si quisiera memorizar los rasgos de su rostro—. Tamra también está sufriendo.

—Y yo le prometí que no le haría daño —dijo él con amargura.

—Si buscas bien en tu interior estoy segura de que hallarás una solución —le dijo su madre—. Mira a Charlotte y a Alexandre. Fíjate en cómo a pesar de todo están juntos —añadió dejando caer la mano—. Alexandre tiene sus viñedos y su casa en Francia, pero está dispuesto a quedarse con ella aquí hasta que se sienta preparada para ir con él. Y aun así no venderán esta casa; siempre tendrán un vínculo con el valle de Napa.

—No es lo mismo.

—Sí que lo es, pero tú ahora mismo estás demasiado confundido para poder verlo. Date un poco de tiempo, Walker, medita sobre ello. Busca estar en paz contigo mismo... y con quienes te rodean si es necesario.

Era un buen consejo, pensó Walker, un consejo dado con el corazón, pero no estaba seguro de cómo podría hacer para ponerlo en práctica.

Y entonces, sin pensar, apoyó la cabeza en el regazo de su madre, y cuando ella puso una mano en su mejilla cerró los ojos.

—No quiero que Tamra se vaya —murmuró.

—Y ella tampoco quiere perderte a ti, hijo —le dijo Mary—, pero está tan confundida como tú.

—Entonces nunca conseguiremos ponernos de acuerdo.

—Pues claro que sí —replicó ella—. Si os amáis lo bastante encontraréis un camino.