Capítulo 7
Tamra iba sentada junto a Walker en su coche, un Jaguar plateado que habían recogido del aparcamiento del aeropuerto a su llegada. Mary iba detrás y había estado muy callada desde que se habían adentrado en el valle de Napa.
Cuando finalmente llegaron a la finca, Walker detuvo el vehículo frente a la verja de entrada y marcó un código de seguridad en el panel electrónico. Cuando las puertas se abrieron y entraron, Tamra inspiró nerviosa al ver la enorme mansión a lo lejos, sobre una colina. Al final del camino de grava, justo frente a la casa, había un estanque redondo, en cuya superficie se reflejaba el sol de California.
—Vaya... —murmuró Mary.
Eso era justo lo que Tamra estaba pensando.
—La humilde morada de los Ashton —bromeó Walker aparcando frente a la impresionante mansión.
Se le notaba que se alegraba de estar de vuelta en el lugar en que el que había crecido, pensó Tamra. Ella en cambio estaba hecha un manojo de nervios.
A sus ojos la mansión era como una enorme fortaleza con el nombre Spencer Ashton escrito en cada ladrillo. El patriarca, aun muerto, seguía reinando allí.
—No os preocupéis por el equipaje; ya se ocuparán de llevarlo dentro —les dijo Walker a Mary y Tamra cuando hubieron bajado del Jaguar.
¿Ya se ocuparán?, repitió Tamra para sus adentros. ¿Quién, algún criado?
—Te han malacostumbrado —le dijo a Walker.
Él frunció el entrecejo.
—No es verdad. En mi casa de San Francisco no tengo sirvientes —respondió—; me gusta tener intimidad. Pero aquí las cosas son distintas.
El interior de la mansión las dejó a las dos tan boquiabiertas como el exterior. Pasaron varias habitaciones a cuál más ostentosa, y Walker las hizo pasar a un salón inmenso. Estaba decorado con antigüedades, y todo estaba pulcro y reluciente, dándole un aspecto de museo, de «no tocar».
En ese momento apareció una mujer ataviada con un uniforme de color negro y delantal blanco. Debía tener aproximadamente la edad de Mary.
—Bienvenido a casa, señorito —saludó a Walker con un respetuoso asentimiento de cabeza.
—Gracias, Irena —le respondió él en un tono frío, distante.
Se la presentó a Mary y a Tamra como el ama de llaves de la mansión, Irena Hunter.
Si a la mujer le había molestado el tratamiento que le había dado Walker no lo exteriorizó. De hecho, las saludó a ambas muy atentamente, y a Tamra le cayó bien de inmediato.
Se preguntó si el ama de llaves habría hecho algo que hubiera molestado a Walker o si trataría a todo el servicio con ese desdén. ¿Sería quizá algo que habría aprendido de Spencer?
—La señorita Charlotte y el señor Alexandre han dejado un mensaje para usted —le dijo Irena a Walker—. Según parece han retrasado su vuelo y no llegarán hasta mañana por la mañana.
Walker frunció ligeramente el ceño.
—De acuerdo. ¿Está Lilah en la casa?
—Sí, señorito. Me ha pedido que le dijera que vendrá dentro de un momento.
—Gracias. Pida por favor que nos traigan algo de beber y unos aperitivos.
—Enseguida, señorito.
La mujer se excusó y le dirigió una sonrisa a Mary antes de abandonar la estancia.
A Tamra no le había pasado desapercibida la decepción en el rostro de Mary al oír que la llegada de su hija iba a retrasarse, pero al menos parecía que la amabilidad del ama de llaves la había hecho relajarse un poco. A ella también.
Unos minutos después, sin embargo, cuando Lilah Ashton entró en el salón ambas volvieron a sentirse incómodas.
La señora de la casa, una mujer delgada y pelirroja, se acercó a Walker con el aire de una estrella de Hollywood y depositó un leve beso en su mejilla. Iba impecablemente vestida, parecía que la hubiera maquillado un profesional, y tenía la piel tan tersa que no parecía natural para su edad. ¿Inyecciones de botox?, se preguntó Tamra.
—Vaya, vaya, veo que ya han llegado las indias —dijo.
—Cuida tu lengua —reprendió Walker a su tía de cuarenta y nueve años, como si fuera una niña.
—¿Es políticamente incorrecto llamarlas así? —respondió Lilah mirando a Tamra y después a Mary—. ¿Prefieres que me refiera a ellas como nativas americanas?
Tamra no veía por ninguna parte el trato educado que Walker había dicho que les daría.
—«Indias» está bien —intervino mirando a Lilah.
—Oh, pues estupendo —respondió ésta—. ¿Lo ves?, ellas no ven ningún problema en que las llame así —le dijo a Walker atusándose el cabello—. No hay por qué hacer una montaña de un grano de arena.
Walker le presentó primero a su madre. Mary tuvo más educación que ella y le tendió la mano. Lilah extendió la suya también, pero tuvo que ser Mary quien se la estrechase. Luego Walker le presentó a Tamra, a quien saludo con idéntica frialdad.
En ese momento regresó Irena con una sirvienta. Irena depositó sobre la mesita una bandeja de plata con té frío, menta, unas rodajas de limón, y azúcar, mientras que la otra mujer dejó junto a ella otra con sandwiches, elegantes vasos de cristal tallado, y servilletas.
Lilah contrajo el rostro al ver el té, como si hubiera preferido que les hubieran servido algo más fuerte. El ama de llaves y la sirvienta lo sirvieron, y después de colocar sobre la mesita la fuente con los sandwiches y las servilletas se retiraron con las bandejas.
—Bueno... —dijo Lilah cruzando una pierna sobre la otra, como si fuese una modelo—... tendremos que decidir qué habitaciones van a ocupar Mary y Tamra.
—Mi madre puede dormir en el que era el dormitorio de Charlotte —respondió Walker—. Tamra se alojará en mis aposentos.
—¿En tus aposentos? —repitió Liliah, arqueando sus cejas depiladas.
—Eso he dicho —asintió él, como desafiándola a llevarle la contraria.
Lilah no se atrevió, pero debió parecerle que tenía que decir algo para salvaguardar el decoro en la casa porque dijo sin mirar a nadie en particular:
—Los aposentos de Walker están en el ala oeste, y hay dos dormitorios.
Walker posó su mirada en Tamra, y el corazón de la joven palpitó con fuerza. Lilah podía decir lo que quisiera, pero los dos sabían que no iban a dormir en habitaciones separadas. No habían vuelto a hacer el amor desde aquella primera noche en el todoterreno.
—¿Os uniréis tus invitadas y tú a nosotros para cenar? —le preguntó Lilah a su sobrino.
—Sí, lo haremos.
—Estupendo —contestó ella sin ningún entusiasmo—. Entonces iré a ver qué menú tiene pensado la cocinera para esta noche —se puso de pie, muy tiesa y erguida—. Si están cansadas del viaje no duden en retirarse a descansar —le dijo a Mary y a Tamra—. El jet lag la deja a una tan cansada... —se volvió hacia Walker—. ¿Te encargarás tú de mostrarles sus habitaciones?
—Por supuesto.
—En ese caso me aseguraré de que suban de inmediato vuestro equipaje —dijo Lilah.
Se despidió de ellos y abandonó el salón para ir a atender sus deberes de anfitriona, de reina sin rey.
Los aposentos de Walker eran tan impresionantes como el resto de la mansión. Si no hubiera sido porque estaban integrados en la vivienda, podrían haber sido perfectamente un apartamento independiente porque tenía una sala de estar, dos dormitorios, dos cuartos de baño, y una cocina muy bien equipada.
Un criado apareció con su equipaje al poco rato, y Tamra se puso a deshacer la maleta mientras Walker la observaba, sentado en el borde de la cama.
—¿Ocupa alguien más esta ala de la casa? —le preguntó la joven,
Walker asintió con la cabeza.
—Mi primo Trace. A él le tocó la terraza.
Al advertir un cierto matiz hostil en su voz, Tamra alzó el rostro y sacudió la cabeza.
—¡Por Dios, menuda injusticia! ¿Cómo pudieron dársela a él y no a ti? —dijo con sorna.
Walker puso los ojos en blanco.
—En realidad me da igual esa dichosa terraza. Lo que pasa es que no soporto a Trace.
Tamra fue al armario a por una percha.
—¿Y eso porqué?
—Simplemente por ser él. Nunca nos hemos llevado bien.
Tamra se preguntó si se trataría simplemente de una rivalidad entre hombres o si habría algo más.
—¿Y no has intentado nunca arreglar tus diferencias con él?
Walker soltó una risotada cínica.
—Sí, claro. Con él es imposible tener una conversación civilizada.
—¿A qué se dedica?
—Dirige las bodegas en las que se producen nuestros caldos, los vinos de Bodegas Ashton.
—Ése es el negocio familiar, ¿no? —inquirió Tamra—. ¿Cómo es que tú no estás metido también en él?
—Porque mi tío Spencer quiso que trabajara con él en la Corporación Ashton-Lattimer —respondió Walker mientras se quitaba los zapatos y los calcetines.
—Trace es hijo de Spencer y Lilah, ¿no es así?
—Sí; es el único hijo varón de Lilah.
—¿El único varón? ¿Cuántas hijas tiene?
—Dos: Paige y Megan. Paige todavía vive aquí, pero Megan se casó hace poco y se ha independizado —contestó él quitándose la chaqueta del traje gris oscuro que llevaba puesto—. Y ahora, ¿podríamos dejar de hablar de la familia y ponernos cómodos? —dijo bajando la voz y recorriendo su figura con la mirada—. No sabes cómo te he echado de menos...
Tamra sintió que la invadía una oleada de calor, pero se negó a claudicar con tanta facilidad.
—Lo que has echado de menos ha sido el sexo... lo cual no es lo mismo que echar de menos a alguien. Además, todavía no he acabado de hacer preguntas.
Walker puso una cara de resignación muy graciosa e hizo como que se ahorcaba con la corbata, y Tamra tuvo que morderse el labio para no reírse
—Con eso no vas a conseguir que me meta en la cama —le dijo divertida.
—Pues entonces termina rápido con el interrogatorio para que pueda probar otras tácticas.
—Muy bien —respondió Tamra mientras colgaba en el armario el vestido que había puesto en la percha—. ¿Qué es lo que te pasa con Irena? ¿Por qué has sido tan grosero con ella?
—No he sido grosero.
—Ya lo creo que sí.
—De acuerdo, puede que tengas razón, pero es que es una traidora. Lleva trabajando en esta casa desde que yo era un niño y ha dejado que su hija... que también ha estado trabajando aquí hasta hace nada, por cierto... se alíe con el enemigo.
—¿El enemigo? —repitió Tamra. Aquello estaba empezando a parecer una telenovela—. ¿De qué demonios estás hablando?
—Se ha comprometido con Eli Ashton. El muy bastardo, se subía por las paredes cuando se enteró en la lectura del testamento de que mi tío Spencer me había legado las acciones de la compañía.
El dichoso dinero, pensó Tamra, la fuente de todos los males.
—¿Qué parentesco tenía con tu tío?
—Es uno de los hijos de su anterior matrimonio con Caroline Latimmer, los otros Ashton... —le explicó Walker. Fue hasta el minibar que había en la esquina de la habitación y se sirvió un vaso de tequila. Era la primera vez que Tamra lo veía beber—. Tienen una finca a unos cuarenta kilómetros de aquí, pero por supuesto eso no es suficiente para Eli y es probable que intente impugnar el testamento para arrebatarme las acciones.
—Pero Spencer les dejaría algo al morir, ¿no?
—No.
—¿Nada? ¿Y no te parece que eso está mal?
—No soy quién para juzgar las decisiones de mi tío —replicó Walker—. Además, Eli sólo está enrabietado porque fue su abuelo materno quien fundó la compañía.
—¿Y cómo acabó en manos de Spencer?
—El padre de Caroline se la legó al morir... antes de que mi tío se divorciara de ella, lógicamente —respondió Walker—. Claro que eso tampoco tiene mucha relevancia porque su matrimonio nunca fue válido. Mi tío Spencer había estado casado anteriormente pero nunca había llegado a divorciarse de ella.
Tamra estaba mirándolo pasmada.
—¿Se casó con Caroline sin divorciarse de su primera mujer?
—Sí.
—¿Y también tuvo hijos de su primer matrimonio?
—Dos —respondió Walker—. Fue un verdadero escándalo cuando la prensa lo destapó. Aunque ya estamos curados de espanto; hace nada ha salido lo de ese niño de dos años... un hijo que tuvo con otra mujer...
—¿De dos años? ¿Quieres decir que engañaba a Lilah?
—Bueno, por lo que sé engañó a todas sus esposas. Lilah fue una de sus amantes antes de que se casara con ella. Era su secretaria; ya sabes, uno de esos líos entre jefe y empleada.
—¿Y ése es el hombre al que admirabas?
Walker la miró molesto.
—Yo no tengo ninguna queja de él; siempre se portó bien conmigo y me enseñó todo lo que sé sobre los negocios —le dijo—. ¿Qué esperas, que lo odie por eso?
—No, pero no deberías ser grosero con Irena sólo porque su hija vaya a casarse con ese tal Eli.
—¿Vamos a volver a eso otra vez?
—Pues sí porque no se trata de ninguna traición. El amor no es algo que se pueda controlar; esa mujer no podría haber impedido de ningún modo que su hija se enamorara de él —le dijo Tamra irritada.
Walker frunció el entrecejo y dejó el vaso sobre el mueble del minibar antes de volverse hacia ella con los ojos entornados.
—¿Y si Eli impugna el testamento?
—¿Qué tiene que ver eso con Irena? —le replicó Tamra—. Le debes una disculpa, Walker.
—¿Por qué tienes que ser siempre tan compasiva...? —murmuró él sacudiendo la cabeza—. En fin, supongo que tienes razón; tampoco es culpa suya que su hija se fuera a enamorar de un imbécil que no piensa más que en el dinero. Le pediré perdón esta noche, antes de la cena.
Tamra dudaba que Eli fuese la clase de persona que decía Walker porque de ser así estaba segura de que Irena no habría apoyado la decisión de su hija.
—Los padres lo que quieren es ver felices a sus hijos —le dijo—, y estoy convencida de que Irena no es distinta.
Walker giró el rostro hacia la ventana, repentinamente serio.
—Mi madre también quiere que sea feliz —murmuró.
—Pues claro que sí —dijo Tamra—. Mary te quiere muchísimo.
—Lo sé, siento su afecto en cada pequeño gesto —respondió él volviendo la cabeza hacia él—, pero no lo comprendo. No entiendo cómo puede quererme cuando apenas me conoce.
Tamra fue a sentarse junto a él en la cama.
—La mayoría de las madres tienen un vínculo especial con sus hijos. Yo no pude ver crecer a mi pequeña, pero la querré y no la olvidaré mientras viva —dijo poniendo la mano en la rodilla de Walker—. Siempre ocupará un lugar en mi corazón.
Walker le acarició la mejilla con los nudillos.
—Ojalá para mí fuera así de fácil —murmuró—, ojalá pudiera querer a mi madre como ella me quiere a mí.
—Puede que te lleve tiempo, pero estoy segura de que llegarás a quererla —le respondió Tamra.
Apoyó la cabeza en su hombro y Walker le rodeó la cintura con el brazo, atrayéndola hacia sí, para luego inclinar la cabeza y besarla en los labios.
Tamra le respondió con ternura, pero poco a poco sus besos se fueron haciendo más apasionados, y cuando los labios de Walker descendieron a su cuello comenzó a desabrocharse la blusa.
Walker imprimió besos en la piel que fue quedando al descubierto, dejando marcas cálidas y húmedas en ella.
Se tumbaron en la cama el uno junto al otro al tiempo que seguían besándose y acariciándose, y Walker le quitó el sujetador para luego bajar lentamente las manos hasta su vientre y desabrocharle el botón de los vaqueros.
Introdujo una mano por debajo del elástico de sus braguitas, y cuando sus dedos fueron más abajo Tamra emitió un gemido entrecortado.
Rodaron por la cama arrugando la colcha y dejando caer varios almohadones al suelo en su frenesí por desvestirse el uno al otro, y cuando Tamra bajó las manos a los pantalones de Walker lo notó ya tremendamente excitado y dispuesto.
Sin embargo, decidida a atormentarlo un poco haciéndolo esperar, comenzó a bajarle la cremallera muy lentamente.
—Eso no es justo —protestó Walker.
—¿Ah, no? —murmuró ella introduciendo la mano en sus bóxers y rozando con los dedos la húmeda punta de su miembro.
Walker se estremeció.
—No, no lo es —murmuró con voz ronca.
—Lo que te pasa es que eres demasiado impaciente —le susurró ella al oído.
—No puedo evitarlo —contestó él.
Y con esas palabras tomó sus labios en un beso profundo, imitando con la lengua el acto sexual.
Cuando Tamra acabó de desvestirlo, Walker se colocó sobre ella al tiempo que le inmovilizaba las manos sobre la cabeza, sujetándoselas por las muñecas, y se quedó admirando un momento sus pezones endurecidos y las oscuras areolas de sus senos.
—Eres la amante más increíble que he tenido —le dijo.
—¿Ha habido muchas otras?
—Depende de cuántas sean «muchas» para ti —respondió él bajando la cabeza para lamer uno de sus senos.
Tamra no intentó liberar sus manos. Le gustaba aquel juego.
Un mechón se deslizó sobre su frente, dándole el aspecto de un rebelde. Tamra ansiaba acariciarle la espalda, clavarle las uñas, pero Walker le ofreció algo aún mejor. Sin previo aviso la hizo rodar con él sobre el colchón de modo que quedara sentada a horcajadas sobre él.
—¿Te apetece montar? —le preguntó.
Tamra exhaló excitada, y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Se imaginó cabalgando sobre Walker hasta el fin de los tiempos, hasta que el sol se extinguiera.
—Sí.
—Pues hazlo —respondió Walker asiéndola por la cintura—; hazlo por los dos.
Tamra no se hizo de rogar. Lo necesitaba de tal modo que sentía que si no ponía pronto fin a aquel tormento se moriría. Más que dispuesta, alzó las caderas y descendió sobre él, tomándolo dentro de sí.
Los dedos de Walker le asieron con más fuerza la cintura, haciéndola subir y bajar sobre él, marcando un ritmo febril.
Tamra se inclinó hacia delante para tomar sus labios en un beso apasionado y profundo, y le pareció notar en la lengua de Walker el sabor del tequila que había tomado. ¿O sería el sabor de la pasión, del fuego que ardía cuando estaban juntos?
Hicieron el amor de un modo casi salvaje, sin refrenarse en ningún momento. Las manos de Tamra recorrían su pecho sin descanso, arañándolo con las uñas, y Walker la mordió en los hombros, casi dejándole marca.
—Esto es una locura —murmuró.
«Una locura maravillosa», pensó.
Walker no respondió. Le rogó que no parara entre jadeos, que se moviera más deprisa, que lo llevara más adentro de ella.
Tamra cerró los ojos y tras sus párpados se produjeron estallidos de brillantes colores, como fuegos artificiales.
Un orgasmo intenso le sobrevino, haciéndola estremecer, haciendo que la humedad entre sus piernas pareciese miel. Sólo que no era miel; Walker había alcanzado el clímax también y había derramado dentro de ella su semilla. Su amante, pensó, el hombre que lograba hacer que se olvidase del resto del mundo...