Capítulo 1

Thunder Trueno no había visto a Carrie Lipton, su ex esposa, desde hacía veinte años. Pero eso no debía importar después de tanto tiempo. Entonces habían sido unos chiquillos de dieciocho años, novios de instituto, que se casaron por el bebé.

Un bebé que no llegó a ser. Un aborto espontáneo. Su hijo y el de ella.

Frunció el ceño ante el camino enladrillado que llevaba a la puerta de Carrie. Vivía en un piso situado en el mismo pueblo del desierto en el que habían crecido. La tierra de Arizona era vasta y amplia, salpicada de ranchos y pequeños núcleos suburbanos.

Thunder vivía en Los Ángeles. Se había construido una vida que no incluía el pasado. Por supuesto, volvía de vez en cuando a visitar a su familia, pero nunca se había puesto en contacto con su ex esposa.

Hasta ese día.

Aún con el ceño fruncido, llamó al timbre. Había telefoneado antes para decirle que iba a pasar por allí porque quería entrevistarla respecto a un caso que estaba investigando, sobre una mujer desaparecida.

Thunder era copropietario de SPEC, una empresa que ofrecía diversos servicios de investigación y protección personal. La conversación había sido incómoda, por decir poco. Ella se había quedado atónita al tener noticias suyas.

Cuando un hombre abrió la puerta, el ceño de Thunder se hizo aún más profundo. Se preguntó quién diablos era. Carrie no estaba casada ni tenía un amante que viviera con ella. Thunder lo sabía porque se lo había preguntado directamente durante su breve conversación telefónica. Había querido estar preparado, saber qué esperar. No le gustaban las sorpresas. Sin embargo, había un tipo en la puerta.

Era tan alto como Thunder, pero de pelo color arenoso, ojos azules y tipo desgarbado. Aparte de la altura, no se parecían en nada. Thunder era indio, de la Nación Apache Montaña Blanca, y tenía los ojos casi tan negros como el pelo. El otro hombre era tan anglo como se puede llegar a ser. Estaba vestido con un traje ejecutivo, pero llevaba la corbata desanudada y eso indicaba que se había puesto cómodo en el piso de Carrie.

Thunder sabía que no debía importarle. Carrie ya no era asunto suyo. Aun así deseó darle una patada en el trasero a Don Cómodo.

—¿Dónde está Carrie? —preguntó, sin molestarse en presentaciones.

Cómodo tampoco le ofreció su nombre. Pero no dio la impresión de ponerse a la defensiva como si amenazaran su territorio. Contestó amablemente.

—Ha tenido que ir al mercado. Volverá enseguida.

Thunder no dijo nada. Había llegado temprano. Al otro hombre no pareció importarle. Su rostro relajado irritó a Thunder aún más.

—Tú debes de ser el ex marido —dijo Cómodo—. Carrie me habló de ti.

—Ella no te mencionó a ti —Thunder hizo un esfuerzo por controlarse y no dejar ver su frustración.

—No hace mucho que salimos —comentó Cómodo, imperturbable.

Antes de que Cómodo pudiera invitarlo a entrar, se oyeron pasos en el camino. Thunder se dio la vuelta, percibiendo que era Carrie. La chica que había sentido pánico al descubrir que estaba embarazada. La misma chica que había llorado cuando perdió al bebé. Se preguntó si eso se lo había contado también a Cómodo.

Carrie, con dos bolsas de plástico en las manos, se quedó parada mirando a Thunder. Llevaba un vestido veraniego de lunares y unas sandalias blancas. Lucía el pelo castaño largo y suelto, tan sedoso como él lo recordaba, pero con unos reflejos rojizos que antes no tenía. Tenía la piel de un cálido tono dorado. Carrie se bronceaba fácilmente, tenía vestigios de sangre cherokee en las venas. Eso era lo primero que le había dicho cuando se conocieron.

Comprobó que su rostro había madurado. Y también su cuerpo. Sus caderas adolescentes habían desaparecido. Tenía más curvas.

—Estás distinto —le dijo ella.

—Tú también —respondió él. Se había convertido en el tipo de mujer que le gustaría conquistar en un bar para pasar la noche con ella. De adolescente había sido bonita. Adulta, era muy sensual. Tenía los labios brillantes y húmedos, gracias al brillo labial color canela que llevaba puesto, pero el efecto le golpeó directo al estómago.

Dio unos pasos, con la intención de ocuparse de las bolsas de la compra. Entonces comprendió lo que estaba haciendo. Ésa no era su casa. Ni ella su esposa. Se detuvo y miró a Cómodo; el tipo pareció captar la indirecta.

—Ah, sí. Me ocuparé de eso —dijo. Agarró las bolsas. Carrie parpadeó, mirando al hombre con quien salía.

—Gracias —dijo—. Imagino que ya has conocido a Thunder.

—Oficialmente, no —negó el hombre.

—Kevin Rivers —presentó ella—. Thunder Trueno.

Cómodo, es decir, Kevin, reacomodó las bolsas para saludarlo como era debido y estrecharle una mano.

—¿Thunder Thunder? —preguntó.

Por lo visto el rubio Kevin de ojos azules sabía que la palabra trueno equivalía a Thunder en inglés.

—Mi verdadero nombre es Mark. Pero nadie me llama así —explicó. Ni siquiera lo hacían sus padres, que eran quienes le pusieron el apodo.

—Entendido —dijo Kevin—. Yo tampoco te llamaré Mark.

Thunder analizó su estilo despreocupado, preguntándose si pretendía volverlo loco. Quizá quería demostrar que su relación con Carrie era segura, que no percibía a su ex marido como una amenaza.

Thunder maldijo para sí. Quería ser una amenaza, quería volver a meter a Carrie en su cama, aunque hubieran pasado veinte años.

—Deberíamos entrar —sugirió ella.

Carrie guió, con Kevin pisándole los talones. Thunder entró el último, irritado por la atracción que sentía por ella y, al mismo tiempo, interesado por ver dónde y cómo vivía.

El piso de dos plantas tenía moqueta color carne, muebles de mimbre y reproducciones de acuarelas marinas en las paredes. Había una chimenea de gas flanqueada por ladrillos blancos.

Kevin fue a la cocina y dejó la compra en la encimera. Después volvió a la sala y besó a Carrie en la mejilla.

—Tengo que irme —le dijo—. ¿Pasarás por mi habitación del motel después?

Ella asintió y la envidia de Thunder se disparó. Volvió a desear patearle el trasero a Kevin.

—Encantado de conocerte —dijo el hombre, mirándolo.

Él movió la barbilla como respuesta, sin atreverse a decir nada. Parecía obvio que el Cómodo Kevin sabía que lo tenía pillado por los testículos.

Carrie acompañó a Kevin a la puerta. No se demoraron. Él se marchó tras un simple adiós.

Thunder miró a su ex y se hizo el silencio. Ella jugueteó con su pelo, torciendo las puntas.

—Deja de mirarme así —dijo ella.

—Así, ¿cómo?

—Como si aún estuviera casada contigo.

—Deberías haberme dicho que Kevin iba a estar aquí.

—No te debo ninguna explicación, Thunder.

—Puede que no. Pero te pregunté por teléfono si estabas con alguien. Deberías haber sido honesta.

—No es nada serio.

—¿De veras? —deseaba ir hacia ella, agobiarla, acercarse lo más posible—. Entonces, ¿qué es eso del motel?

—Tengo que trabajar después. Ahora dirijo el motel de mis padres —fue a la cocina a guardar la compra. Él, sin querer dejar el tema, la siguió.

—Eso no explica por qué Kevin tiene una habitación allí.

Ella abrió la nevera y guardó una bolsa de manzanas. Siguió un bote de mayonesa y una bolsa de fiambre.

—Ahí es donde se aloja cuando está en la ciudad. Es vendedor de una empresa farmacéutica.

—¿Estás saliendo con un vendedor de drogas? —Thunder enarcó las cejas.

—Muy gracioso —ella terminó de guardar la comida y sacó una lata con una etiqueta roja de un armario—. ¿Quieres café?

Él asintió con frustración y se apoyó en la encimera.

—¿Por qué te ha pedido que pases por su habitación después?

—Vamos cenar juntos esta noche —le lanzó una mirada de exasperación—. En mi hora de descanso.

—¿Te acuestas con él? —no podía evitarlo, la estaba interrogando como si fuera una esposa infiel.

—No es asunto tuyo, pero no —fue al fregadero y llenó la cafetera de agua—. Aún estamos empezando a conocernos.

—¿Y él acepta que le des largas? Menudo pelele.

—No has cambiado nada —ella soltó un suspiro.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Quiere decir que algunos hombres saben ser amigos de una mujer —lo miró a los ojos—. Tú nunca llegaste a captar ese concepto.

—Tú y yo éramos amigos —arrugó la frente.

—No lo éramos. Sólo teníamos sexo.

—Teníamos más que eso —sus palabras lo habían herido en lo más profundo. La observó echar el café en el filtro—. Teníamos al bebé.

—Me quedé embarazada porque nos acostábamos juntos —dijo ella. Le tembló la mano—. No porque fuéramos amigos.

—Vale. Lo que sea —ignoró el vacío que sentía en el pecho, el dolor que siempre afloraba cuando pensaba en la pérdida de su hijo. Sabía que el aborto también había dejado un agujero en el corazón de ella. Veía la familiar tristeza de sus ojos. Al principio los había aterrorizado la idea de ser padres, pero en unas pocas semanas se habían acostumbrado románticamente a la idea—. No he venido aquí a remover el pasado.

Carrie pensó que, efectivamente, se había puesto en contacto con ella para entrevistarla respecto a un caso que estaba investigando. No la sorprendía que desempeñara un trabajo de seguridad e investigación. Ella siempre había sido hogareña, acomodaticia, pero él soñaba con cosas más grandes y mejores, con salvar el mundo y crear una diferencia. Después del divorcio se alistó en el ejército y se convirtió en miembro del departamento de inteligencia. También había oído decir que cuando dejó el ejército había sido mercenario, en misiones de alto riesgo. La gente siempre le contaba cosas de Thunder. Eso ocurría cuando se vivía en un pueblo pequeño, donde todo el mundo conocía el pasado de los demás. Y siempre había sentido curiosidad respecto a él. No había sido un hombre difícil de olvidar.

Sirvió el café e intentó no pensar en su juventud; en él poniendo las manos sobre su vientre y preguntándole cómo llamarían al bebé. Habían elegido Tracy si era niña y Trevor si era niño.

Carrie le entregó su café. Él aceptó la taza, observándola con una expresión intensa en sus ojos profundos y oscuros. Había envejecido con dureza, tenía los rasgos marcados y fuertes. Era más grande, más ancho, más musculoso, se había convertido en el guerrero que había estado destinado a ser.

Había estado pensando en alistarse en el ejército antes de que ella se quedara embarazada, antes de que su sentido del honor lo llevara a casarse con ella. Y había asumido que se convertiría en la típica esposa de militar, esperando en una base del ejército a que él volviera de Dios sabe dónde. Ella se había negado y él había reaccionado como un gato callejero, siempre inquieto y debatiéndose, a merced de un matrimonio juvenil y lleno de problemas.

Pero, aun así, había deseado al bebé. Había querido ser padre. El recuerdo le dolía más de lo que quería admitir. Supuestamente, debía de haberlo olvidado, veinte años era mucho tiempo. Su hijo ya sería un joven adulto si hubiera nacido.

—¿Qué es eso? —preguntó él.

Ella parpadeó y se dio cuenta de que acababa de echar leche en polvo con sabor a vainilla en su taza. Le mostró el envase.

—¿Quieres?

—No —ladeó la cabeza—. Siempre fuiste golosa.

—Sí, pero ahora todo se acumula en mis caderas.

—Me gusta el aspecto que tienes —dijo él, tras mirarla de arriba abajo, lentamente.

Ella sintió cierta vergüenza, así que removió su café e intentó aparentar indiferencia.

—No buscaba un cumplido.

—Yo no habría mordido el cebo si fuera así.

—Vale, entonces —chocó la cucharilla contra la taza. Él seguía observándola, como el depredador que siempre había sido. Incluso de adolescente tenía una forma directa de mirarla que hacía que se sintiera un ser muy sexual. Esa táctica había funcionando a su favor, sobre todo la noche que le entregó su virginidad. Para Carrie la primera experiencia sexual había resultado dolorosa, pero después él la abrazó largo rato y le prometió que cada vez sería mejor.

Y así fue. Cada vez que la tocaba, se enamoraba más. Había sido una tonta. Pero, al final, ella había solicitado el divorcio. Disolver el matrimonio había sido su elección, su dolor, su salvación. Después de perder al bebé, todo se había derrumbado, incluidas sus emociones, y ganó el miedo que sentía a vivir con un hombre que deseaba conquistar el mundo.

Carrie tomó aire y Thunder se pasó la mano por el pelo. Lo llevaba más corto que de joven, pero no rapado, como ella había supuesto. No era un corte militar.

—¿Estás lista? —preguntó él.

Ella asintió. Sabía que se refería a la entrevista. Le había dicho por teléfono que quería interrogarla con respecto a Julia Alcott, una mujer que solía trabajar en el motel de su familia.

Se sentaron a la mesa de la cocina, con el sol de la tarde entrando por la ventana.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Julia?

—Hace unos diez años. Fue entonces cuando dejó de trabajar para mis padres.

—¿La conocías bien?

—Almorzamos juntas unas cuantas veces. No éramos íntimas, pero me caía bien. Era fácil hablar con ella y era madura para su edad. Es más joven que yo. Entonces sólo tenía dieciocho años.

—Y tú tenías veintiocho —concretó él.

—Sí —Carrie alzó la taza de café y tomó un sorbo. Él sabía exactamente los años que tenía. Thunder y ella eran de la misma edad—. ¿Estás investigando su secuestro? —había leído que Julia había sido abducida en el periódico y había seguido las noticias en televisión, preocupada por la otra mujer—. Oí decir que estaba a salvo. Que un particular la encontró dos días después de que se denunciara su desaparición.

—Ahora estoy investigando su paradero.

—¿Ahora? Eso fue hace seis meses. ¿Han vuelto a secuestrarla?

—No, pero ella y su madre, Miriam, huyeron de la ciudad después del rescate. Miriam es una jugadora compulsiva. Los prestamistas a quienes debía dinero tomaron a Julia como rehén para que Miriam pagara sus deudas. Pero Miriam no le dijo a la policía que sabía quién había secuestrado a su hija. En vez de eso, Julia y ella huyeron en mitad de la noche unos días después de que Dylan encontrara a Julia en una caravana abandonada, cerca de su rancho. Él es el particular que la encontró.

—¿Dylan está involucrado? —preguntó ella. El hermano menor de Thunder había sido un chico rebelde, que siempre estaba metiéndose en líos.

—Él no es investigador oficial. Simplemente la encontró en la caravana. Lleva investigando esto meses; recibió un chivatazo de que los secuestradores han contratado a un asesino para que las encuentre.

Carrie intentó imaginarse el aspecto que tendría Dylan en la actualidad. La última vez que lo había visto tenía nueve años, un niño delgaducho que hacía locuras montado en su caballo y acababa de empezar a practicar el boxeo infantil para dar un escape positivo a su exceso de energía.

—¿La policía ha arrestado a los secuestradores?

—El FBI está involucrado, pero no hay evidencia suficiente para arrestar a los secuestradores, ni siquiera para llevarlos a juicio, y se desconoce la identidad del asesino a sueldo. Estamos intentando encontrar a Julia y a su madre antes de que él las silencie para siempre —Thunder resopló—. Las autoridades necesitan su testimonio. Carrie se enderezó en la silla. Su vida era sencilla y ordinaria, en cambio la de Julia Alcott era un caos.

—¿Crees que Julia y su madre saben que un asesino las busca?

—No, pero sí saben lo peligrosos que son los tiburones de los prestamistas. Están asustadas —hizo un gesto de preocupación—. No contrataron al asesino hasta que Dylan descubrió quiénes eran los secuestradores. Por eso está intentando encontrar a Julia y a Miriam, para ponerlas a salvo.

—¿Tu hermano se siente responsable de sus vidas?

—Sí —Thunder bebió café y entrecerró los ojos para evitar el sol que entraba por la ventana—. Dime todo lo que recuerdes sobre Julia. Aunque te parezca insignificante.

—Se ocupaba de la limpieza —Carrie hizo una pausa, intentando recordar detalles y rememorar a la Julia de dieciocho años—. Era meticulosa, sobre todo para ser tan joven. Acababa de salir del instituto.

—¿Cuánto tiempo estuvo en el motel?

—Alrededor de un año.

—¿La viste alguna vez después de que lo dejara?

—No, pero oí decir que trabajaba de camarera.

Él siguió con el interrogatorio, concentrándose en preguntas personales.

—¿De qué hablabais cuándo almorzabais juntas?

—Cosas de chicas, supongo.

—¿De hombres?

—A veces hablábamos de su novio. No recuerdo su nombre, pero lo pasó mal cuando la dejó.

—Se llama Dan Myers. Ya he hablado con él. Está casado y tiene dos hijos. Parece satisfecho de su vida.

—Me alegro por él —Carrie intentó no sonar cínica, pero Thunder era la última persona con quien quería hablar de matrimonios e hijos—. Le dije que haría bien esperando unos años hasta encontrar al hombre correcto. Que a los dieciocho años era demasiado joven para involucrarse en una relación seria.

—¿Qué eras tú? ¿La voz de la experiencia? —apretó la mandíbula y su rostro se tensó.

—Sí, lo era —lo miró por encima del borde de la taza—. He aprendido a elegir a mis hombres con inteligencia.

—Y yo a tirarme a todas las rubias que encuentro —comentó él, cortante. Su boca se curvó con media sonrisa—. A las morenas y pelirrojas, también.

Ella deseó poder empujarlo ventana afuera, pero no estaba dispuesta a dejar que la afectara su actitud.

—¿Tú acostándote por ahí? ¿El hombre que no sabe ser amigo de una mujer? Vaya, ¡qué sorpresa!

Él no contestó y a ella le flaqueó el pulso. Su sonrisa había desaparecido y sus ojos parecían tan oscuros y peligrosos como su alma. Ella odiaba recordar cuánto lo había amado, cuánto había influido en cada aspecto de su vida.

—¿Podemos volver al tema de Julia? —le sugirió.

—Desde luego —clavó en ella sus ojos amenazantes—. Por eso estoy aquí —se removió en la silla, que crujió—. ¿Tenía amigos o conocidos fuera del estado?

—¿Te refieres a alguien con quien podría haber recuperado el contacto ahora? —Carrie negó con la cabeza—. Nunca mencionó a nadie.

—¿Y sus metas? ¿Alguna vez te habló de lo que quería de la vida? ¿Le interesaba la universidad?

—No lo recuerdo. Pero sé que le gustaba esta zona y se sentía cómoda aquí. No parecía interesada en trasladarse.

—¿Por qué?

—Porque su madre y ella se trasladaban con frecuencia cuando era una niña. Y porque tenía un caballo en los establos Brentwood. Ahorraba mucho para permitirse ese lujo. Le gustaba montar, estar al aire libre y disfrutar de la naturaleza.

—Eso mismo han dicho todos sus colegas de trabajo hasta ahora. Pero no ha tenido un caballo en los últimos años —arrugó la frente—. Por lo que sé, renunció al caballo para ayudar a Miriam. Su madre tenía muchas facturas pendientes.

—¿Por su afición al juego?

—Sí.

—¿Conocía Dylan a Julia antes del secuestro? —curiosa, Carrie pensó que el hermano de Thunder era adiestrador de caballos—. ¿Antes de rescatarla?

—No. Ha ido algunas veces a hacer trabajos en los establos Brentwood, pero no cuando Julia tenía a su caballo allí.

—¿Por qué no está entrevistándome Dylan?

—Porque está viajando, visitando los lugares en los que Julia y Miriam solían vivir —Thunder hizo una pausa—. También me gustaría entrevistar a tus padres.

—Están fuera de la ciudad.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta el domingo.

—Eso está bien. Aún estaré por aquí —acabó su café—. ¿Dónde han ido tus padres?

—A Las Vegas —ella pensó que estarían probando las tragaperras o el blackjack. Pero sus padres no tenían un problema de ludopatía, como la madre de Julia—. Me iré de vacaciones cuando vuelvan.

—¿Adónde vas? —se puso en pie, como una torre.

—A ningún sitio —ella también se levantó, inquieta por sus preguntas, por lo inquisitivo que era respecto a su vida—. Voy a ocuparme de hacer unas cuantas cosas en la casa.

—Suena aburrido.

Carrie encogió los hombros. A veces su vida era aburrida, pero también era segura. No corría riesgos. La primera y única vez que se había arriesgado había sido al casarse con Thunder.

Y había aprendido la lección.

Miró a su ex marido, captando su postura dominante, sus facciones capaces de romper el corazón de una mujer.

La había aprendido bien