22
—Sea lo que sea, estoy convencida de que está relacionado con Byers’Fault.
Marcia Talent se apoyó contra la cabecera de la cama, al tiempo que se cubría con la colcha hasta la altura de los senos desnudos, y encendió otro cigarrillo, cuyas volutas se sumaban a la espesa y cegadora neblina que flotaba en la habitación. Desde la ventana, abierta para dejar escapar la bruma, Steve Ware la observaba furtivamente y pensaba en lo odioso que le resultaba aquel pequeño cuerpo de caderas amplias y piernas excesivamente cortas y aquellos senos menudos y exigentes. Ahora, después de haberlo utilizado, permanecía sentada con los ojos entornados a causa del humo, mostrando una total indiferencia hacia su persona.
—¿Qué te induce a creer que la clave está allí?
No tenía necesidad de preguntar. Sabía perfectamente que ella se lo descubriría de todos modos, cuando reclamara su ayuda para algo.
—Bueno, salta a la vista, ¿no? Allí fue donde mataron a Seepy. Él acudió a ese lugar en busca de algo. Alguien pensó que aquel objeto, el que sea, se encontraba en casa de la Ettison, pero se equivocó, lo que significa que todavía debe hallarse en el lugar en donde Seepy trataba de encontrarlo. Esa anciana…, ¿cómo se llamaba?
—Grafton —masculló—, Charlotte Grafton.
—Bien, la encontraron a millas de distancia de su casa, casi en Byers’Fault.
—No estaba realmente tan cerca.
Cada vez que Steve Ware recordaba ese suceso, sentía escalofríos. Los gritos que él y Marcy habían escuchado en el bosque la noche anterior podían haber procedido del lugar donde fue hallado el cuerpo de la mujer. Oh, también podían haberlo producido los pavos reales, pero comenzaba a dudar. Steve seguía a los perros cuando éstos descubrieron el cadáver; le resultaría difícil olvidar lo que vieron sus ojos.
—Se encontraba bastante más al norte de Byers’Fault.
—Sí, pero es obvio que se dirigía hacia allí. Ella y Seepy eran uña y carne. Siempre hablaba de las historias que le contaba ella, de las «tradiciones orales», como las denominaba él. El verano pasado, cuando excavábamos en Chester, se pasaba horas con ella en su casa. Seguramente, cuando mataron a Seepy, se acordó de algo que le había revelado y decidió ir a inspeccionar.
Steve no realizó ningún comentario. No valía la pena. Cuando Marcy establecía suposiciones, no había forma de disuadirla. Charlotte Grafton no hubiera ido a indagar nada sin sus gafas; su deficiencia visual era sobradamente conocida por todos; sin embargo, los lentes estaban junto a la pila, donde los había depositado. No, posiblemente la habían conducido al lugar donde halló la muerte. Lo que era evidente es que Charlotte no había salido a buscar nada. No obstante, prefería dejar que Marcy pensara lo que le pareciera, pues, de todos modos, no podría evitarlo.
—Esto implica —concluyó brillantemente— que tenemos que ir allá arriba y comenzar a excavar.
—¿Vas a llevar allí a un grupo de chavales? —Se volvió para mirarla estupefacto—. ¿Con ese maníaco suelto vas a atreverte a conducir allí una expedición de colegiales?
—La seguridad estriba en la cantidad —declaró encogiéndose de hombros—. Vamos, Steve, nadie atacaría a una docena de estudiantes con un cuchillo. Por otra parte, sólo así podremos averiguar qué está sucediendo.
—Estás loca, ¿lo sabías?
Le observó con indolencia, mientras echaba el humo por la nariz.
—¿Qué te pasa, pequeño? ¿Estás asustado?
—Tienes razón, maldita sea. Tú no estuviste allí, querida, y no viste el cadáver, pero yo sí.
—Una vieja dama despellejada, me lo puedo imaginar.
—No puedes. Aunque lo creas, es imposible.
Se volvió de nuevo hacia la ventana, asqueado. Dios, qué ganas tenía de librarse de ella. ¿Por qué no se habría fijado en ella el chalado de los cuchillos en lugar de en Paggott? Hubiera podido muy bien ser ella la que hubiera estado rondando por el bosque.
Cerró los ojos y se concentró: vislumbraba el esbozo de una idea.
—¿Cuándo quieres comenzar?
—Cuanto antes, mejor. Hoy es viernes. No podemos hacer nada durante el fin de semana. ¿Qué te parece el lunes? Seepy ya se había ocupado de los preparativos de hospedaje.
—Sí, pero, una vez muerto, la Universidad no va a costear los gastos. El trabajo ha de ser supervisado por un profesor, ¿no? Tú no puedes responsabilizarte.
Marcy hizo entrechocar los dientes y provocó un áspero sonido.
—Seepy ya había sacado un adelanto para la comida y el hospedaje. Estaba en su coche y lo guardé antes de llevarlo a la comisaría. A nadie se le ha ocurrido preguntarse a dónde fue a parar y tampoco se han acordado de cancelarlo. Los muchachos no van a notar la diferencia. Manejo la jerga del oficio tan bien como Seepy y cualquier idiota sería capaz de trazar un círculo en el mapa, asignar las zonas de excavación y anotar los informes. Pueden transcurrir una o dos semanas antes de que se acabe el dinero o de que alguien nos llame la atención.
—Y entonces argumentarás que te limitaste a hacer lo que Seepy habría esperado de ti.
—Evidentemente.
Apagó el cigarrillo, saltó de la cama y se inclinó para recoger la ropa esparcida por el suelo. Steve disimuló rápidamente el estremecimiento que lo invadió en ese momento.
—Estaba totalmente entusiasmado con este sitio. Constituirá nuestro pequeño homenaje: continuar la obra iniciada por él —se deslizó los téjanos por las piernas y, acto seguido, se giró para encararse con él; sus senos le apuntaban como otro par de ojos. Quiero que me consigas lo que le entregó la Ettison a Seepy, aquella especie de escultura.
—No estás de suerte —respondió con voz apagada, pues sabía lo que iba a suceder en el siguiente acto—. Esta mañana ha venido a buscarlo a la comisaría.
—Estúpido de mierda, seguro que ni siquiera te has opuesto.
—En absoluto. Casi la había convencido de que no podía llevárselo cuando entró Goodie Zapatón y le concedió permiso para recogerla. No había forma de impedírselo.
—Excepto haberlo escondido antes en un sitio donde no hubiera podido encontrarlo. Ay, Dios, si no estuviera yo aquí para pensar por ti, no sé qué harías.
«Vivir», se dijo a sí mismo en silencio. «Vivir, señora mía».
La idea que había alumbrado vagamente volvió a acudir a su mente. La consideró de nuevo, con complacencia. Tal vez el maníaco del cuchillo se encontraba todavía por los alrededores, a la distancia de un tiro de escopeta.
Tal vez.