20
Steve Ware había aparcado bajo una altísima haya a alrededor de una milla de distancia del desvío de la carretera de Chester, enojado por haberse sometido a la cita imperativa de Marcy, pero reacio a suscitar sus iras con un plantón. Marcy se había adueñado de su destino, y él tenía que acudir cuando ella se lo pedía y correr cuando a ella se le antojaba. No existía ningún atenuante restrictivo acerca de lo que Marcy consideraba como un asesinato, aunque Steve sabía que lo sucedido no podía calificarse como tal; simplemente, la muchacha había muerto, eso era todo. Steve y sus compañeros habían tomado unas copas, disfrutando de una juerga. Fue culpa de la muchacha, por provocarlos de ese modo; además, ¿a quién se le hubiera ocurrido pensar que Marcy se hallara precisamente allí y lo presenciara todo? Ahora, le bastaba con abrir la boca para hundirlo, a lo cual se mostraba indefectiblemente dispuesta cada vez que él no actuaba con la premura que ella exigía. Encendió la radio para tratar de distraerse. No le gustaba imaginar que Marcy pudiera delatarlo; más exactamente, odiaba pensar en Marcy.
No advirtió su presencia hasta que ella abrió la puerta derecha del coche y desconectó la música.
—Realmente, no deseaba que se enterase toda la gente de Millingham de que estamos aquí. No lograrías llamar más la atención aunque lo intentaras.
Hablaba con un tono marcadamente irónico, como una indulgente profesora, consciente de hasta qué punto le fastidiaba.
—¿Y quién va a oírme, las ranas? No hay nadie en una milla a la redonda, Marcy, lo sabes perfectamente.
—Podría haber alguien paseando por aquí, o algunos chavales que buscaran sitio para acampar. Da igual. ¿Qué has encontrado?
—Sencillamente lo que ya te había anticipado: lo habitual.
Lo escuchó pensativa. Había conducido un largo trecho para irse con las manos vacías.
—¿De verdad? ¿Ni siquiera papeles?
—¿Papeles sobre qué? Hay una oficina con estantes de libros que llegan hasta el techo y tres o cuatro archivadores llenos a rebosar. Tengo la impresión de que deben de pertenecer al marido.
—El hombre misterioso.
—No hay ningún misterio. Todo estaba en orden: los contratos y la correspondencia. Uno de los archivadores estaba cerrado con llave, pero sólo contenía papeles viejos cuando conseguí abrirlo. Guardaba muchas direcciones del extranjero, seguramente habrá viajado mucho. ¡Al infierno! Mi propio padre recorrió numerosos países, lo cual no implica forzosamente nada extraño. Mi padre era de lo más normal.
—Escúchame, Steve, muchacho. Cuando torturan a alguien hasta la muerte, ¿qué significa? ¿Hmm? Podría indicar que aquella persona tenía un enemigo, pero Seepy era incapaz de provocar siquiera odio. Por tanto, hemos de presumir que sabía algo, ¿no? O que al menos alguien lo creía así. Si alguien entra a la fuerza en una casa buscando algo, debemos concluir que hay algo allí que merece la pena, ¿no es cierto? Y cuando ambas cosas ocurren aproximadamente a la misma hora y en el mismo lugar y Seepy visitó esa misma casa justo el día anterior de que lo mataran, ¿qué crees que puede desprenderse de esa coincidencia?
—Si he de confesártelo, creo que hay un chalado suelto. Mira, pasé un día entero allí. La habitación secreta estaba abierta de par en par y Ossie Jeremy estaba arreglando la puerta. La revisé toda…, golpeé las paredes, tomé las medidas. Di a entender que me ocupaba de la investigación policial, y el propio Ossie me prestó su ayuda. Aseguró que no existía ningún panel oculto ni nada por el estilo. Registré la casa de arriba abajo, incluidos todos los cajones y todos los armarios.
No hay nada, querida. Ni «artefactos antiguos» ni mapas ni pistas de tesoros, nada. Alguien se confundió, es la única explicación.
Marcy sacudió la cabeza, con los labios comprimidos formando una inflexible línea.
—Te equivocas, Steve. Nadie se equivocó. Quizá Seepy murió demasiado pronto, pero quien lo mató sabe algo muy importante.
—Murió demasiado pronto —repitió imitándola—. Demuestras un alto grado de compasión, Marcy. Torturan hasta la muerte al pobre idiota con quien te ibas a casar y lo único que se te ocurre comentar es que murió demasiado pronto.
—Has acertado al llamarle pobre idiota —replicó sarcásticamente—. Seepy Paggott era un botarate, una especie de boy scout, siempre dispuesto a ayudar a una ancianita a cruzar la calle o a dar una palmadita en el hombro de un alumno. No tenía ninguna intención de casarme con él, y tú lo sabes. En Chester tuvo la oportunidad de salir en los titulares de algún periódico especializado y, ¿qué hizo?
La pregunta era meramente retórica, pero respondió de todos modos.
—Renunció en tu favor, Marcy, porque creyó que te lo debía.
«Porque ella le había arrebatado el protagonismo», pensó Steve. ¡Pobre Paggott! Tan inocente y tan agradecido por el uso del cuerpo de Marcy que había adoptado el convencimiento de que ella lo amaba y después había dado por supuesto que se casarían, ya que los enamorados solían hacerlo. Por esta razón, cuando Paggott, henchido de entusiasmo, la presentaba como su prometida, la gente se mofaba a sus espaldas, incluida Marcy.
—Era un perfecto inútil. Me dejó recoger los honores a mí porque su pereza le impedía esforzarse en sacar provecho para sí mismo.
La generosidad no era una de las cualidades que mereciera el respeto de Marcy.
—No te engañes. Descubrió algo.
—¿Y a ti qué puede importarte?
Formuló estas palabras de un modo reflejo, puesto que ya conocía las motivaciones de Marcy: aferrarse a algo que la catapultara, captar la atención de la gente, conseguir que su nombre figurase en las publicaciones. Ese constituía el principal objetivo de Marcy: saltar a la fama. La riqueza ya la había heredado de sus padres.
—¡Por favor, Marcy!
Marcy le respondió con una fugaz sonrisa glacial.
—A ver si lo entiendes bien, Ware. Hay algo allí, ante tus narices, y espero que lo averigües, cariño; de lo contrario, podría irme de la lengua.
Salió del coche, harto de permanecer sentado por más tiempo bajo su imperiosa e irónica mirada; a punto de desatar sus impulsos, reprimió los deseos de golpearla, tal vez de matarla. De cualquier manera, intuyó que algún día acabaría por hacerlo, y al mismo tiempo se preguntó por qué motivo había logrado contenerse hasta ahora; no percibía que ella captaba claramente sus sentimientos y calibraba mientras tanto con precisión de experta la violencia de que era capaz. La muchacha prendió un cigarrillo, y se limitó a observarlo a través del humo. El aire estaba cargado, electrizado, como si se gestara una tormenta. De pronto, oyó una serie de gritos procedentes del bosque; los identificó al cabo de unos instantes.
Marcy Talent se levantó y, tras salir intempestivamente del coche, permaneció de pie escrutando la espesura.
—¿Qué ha sido eso?
—Un pavo real —repuso lacónicamente, un tanto gratificado al advertir su estado de tensión.
No resultaba fácil contemplar a Marcy en una situación de la que no fuera totalmente dueña.
—¿Qué quieres decir con un pavo real? ¡No seas estúpido!
—Quiero decir un pavo real, por el amor de Dios. Mrs. Racebill encuentra que son una preciosidad los bichos ésos, así que posee más o menos una docena que se pasean alrededor de la granja.
—Racebill. ¿No está eso al norte de Byers’Fault?
—En efecto.
—Nos encontramos a una milla de distancia.
—Bueno…, será que los pavos andan sueltos por ahí. De todas maneras, seguro que ellos han provocado ese estrépito, no puede tratarse de otra cosa. Siempre que gritan parece como si estuvieran matando a alguien. Vamos, Marcy, cálmate.
—Eres tú quien debe tranquilizarse, Steve. Descubre lo que te pido y te ahorrarás muchos problemas. De lo contrario… —dejó arrastrar las palabras hasta que quedó flotando un silencio amenazador.
—Tú también te verías involucrada hasta el cuello —repuso sin mucha convicción.
—Yo soy de teflón, cariño, a prueba de adherencias.
Lo sabía perfectamente: ella sólo había sido testigo del hecho. Tendría que deshacerse de ella, no quedaba más remedio. El único problema residía en que le resultaba mucho más fácil tener arrestos cuando estaba borracho y ella no se encontraba nunca presente cuando se hallaba bajo los efectos del alcohol. Maldiciendo para sus adentros, se dispuso a recibir sus instrucciones del mismo modo en que las había aceptado en múltiples ocasiones. Al menos, no parecía de humor para llevárselo a la cama, lo cual le agradecía infinitamente…, ¡malditas ganas que tenía! Sin embargo, en otro tiempo le excitaba acostarse con Marcy Talent; mas cada vez le requería más esfuerzo disimular su desgana. Por otra parte, su pretendido noviazgo con Seepy Paggott no había disminuido en un ápice sus demandas en esta materia.