Capítulo 3

3

El Parlante de Sexto Grado, hablador por la gracia de Potipur, Sliffisunda de las Talon Grises, se posó en la puerta de su morada a esperar a la delegación. Había pedido un informe sobre las manadas, y los guardianes le habían dicho que enviarían una delegación; de algún sitio de las tierras del norte, donde mantenían a los animales jóvenes que se habían llevado. Bien, que enviasen la delegación y que se diesen prisa con ello. Sliffisunda tenía hambre. Esa misma tarde le habían traído carne humana nueva y la oía moverse por el comedero, lo que lo hacía salivar de un modo desagradable y la baba caía de su pico hasta mojarle las patas, produciéndole picazón.

Movimientos en la pendiente. Alas extendidas. Así pues, se estaban reuniendo. Ya se acercaban. Stillisas, Parlante del Quinto Grado, y dos cuarto grados, Shimmipas y Slooshasill. Los conocía, pero, claro…, él conocía a todos los Parlantes. Sólo había unos mil quinientos en todo el mundo, divididos entre las Talon Grises, Negras, Azules y Rojas; las únicas cuatro que no resultaron destrozadas en los tiempos del hambre. Ahí estaban.

—Elevadísimo.

Stillisas hizo una reverencia con la cola levantada, para rendirle honores. Los otros se inclinaron del mismo modo.

—¿Y bien? —gruñó Sliffisunda—. ¿Tienes algo de que informarme, Stillisas?

—Sobre los jóvenes thrassil y weehar, Elevadísimo. Tenemos seis de cada: un macho y cinco hembras. Los mantenemos cuidadosamente escondidos. Acabo de estar allí. Para el próximo verano, estarán en edad de aparearse. Según dicen los esclavos humanos, si queremos que la manada crezca tendremos que capturar otros machos en un año o dos. No se necesitan más hembras.

—¿Y por cuánto tiempo podremos disponer de peces costeros, Stillisas?

Muchos de los Thraish habían adoptado el término Noor para designar a los humanos habitantes de Costa Norte. Transmitía mejor que ninguna otra palabra sus sentimientos hacia ellos: peces costeros, carroña, alimento para cuando no había otra cosa.

—Si queremos ser realistas, Elevadísimo, unos quince años. Y sólo bajo los más rígidos controles. Ya se han presentado algunos problemas con voladores que me fueron asignados como ayudantes. Primero hay que prepararlos para refrenarse. ¡Deben ser sensatos!

Sliffisunda se movió con irritación y depositó excrementos para demostrar el alcance de la ofensa.

—Debes dejar eso al Sexto Grado, Stillisas, a los que ya no compartimos nuestra carne.

El pico de Stillisas se ruborizó. Era verdad. Él compartía su carne con los demás, un cuerpo contorsionado para cuatro o cinco Parlantes del Quinto Grado en lugar de uno para cada uno. Sólo los del Sexto Grado podían comer en majestuosa soledad, sin el olor de la saliva ajena sobre su comida. No debía haber hablado de ese modo. Se humilló, inclinándose en la posición femenina de apareamiento mientras Sliffisunda le propinaba dos aletazos, aceptando la subordinación.

—Si todo sale bien, habrá manadas de unos cincuenta u ochenta mil animales en treinta años, Elevadísimo. Las hembras weehar suelen parir mellizos, según dicen los sloosil, los humanos capturados. Se necesitan unos cincuenta mil animales anuales para alimentar a los Thraish. En unos catorce o quince años, es posible que pueda sacrificarse esa cantidad.

—Será suficiente si se comparte la carne —replicó Sliffisunda, y volvió a defecar—. ¿Y si los Thraish no la comparten?

—Muchos años más, Elevadísimo. Para que todos coman carne fresca sin compartirla se necesitarán un millón y medio de animales al año.

—Según la población actual de Thraish.

—Sí, Elevadísimo.

Sliffisunda suspiró. Sólo había unos setenta y pico mil Thraish. Mil quinientos eran Parlantes. En otras épocas llegó a haber casi un millón de voladores. Pero se necesitarían doscientos millones de weehar y thrassil sacrificados cada año para alimentar a esa cantidad. ¿Se atrevería a soñar con tanto?

Poder. Poder sobre muchos. ¿Qué clase de poder detentaban los Parlantes sobre un número tan miserable? Soñaba con los viejos días, cuando las alas llenaban los cielos de Costa Norte, cuando volaban sobre el Río, tal vez hacia las legendarias tierras del sur. Aquello sucedió antes de que el miedo les impidiese volar sobre el Río. Pero ¿por qué no? Eran muchos en aquel entonces. Si los voladores hubieran dejado de reproducirse cuando se lo sugirieron los Parlantes, todo habría estado bien. O sea que era necesario controlar a los voladores de alguna manera. Eso requeriría nuevas leyes, algunas nuevas leyendas. Una película opaca se deslizó sobre sus ojos. Una élite de voladores para cumplir con la voluntad de los Parlantes. Derechos de reproducción, otorgados como recompensa por los servicios. Los huevos, destruidos si un volador no obedecía. La población, cuidadosamente controlada. Y, sin embargo, esa población podía ser mayor que la actual, mucho mayor.

Sliffisunda volvió a la realidad con un estremecimiento. Esos humillados ante él fingieron no notar su ensimismamiento, aunque los miró unos momentos, desafiándolos a que hablasen.

—Habladme de los disturbios entre los sloosil. He oído que hay desórdenes entre los humanos, cerca de las Talon Negras, en lugares llamados Thou-ne y Atter.

—Se trata de la misma persona que antes —murmuró Slooshasill—. El Elevadísimo ya la buscó el año pasado. Una humana llamada Pamra Don.

Ella. La humana llamada Pamra Don. La que vació los fosos de Baris.

—¡Hombres del Río! —exclamó Sliffisunda. Tardó unos momentos en notar que los tres que tenía delante guardaban silencio—. ¿Los Parlantes no están de acuerdo?

—Los fosos están llenos —se atrevió Shimmipas—. Llenos. Los voladores comen hasta saciarse.

—¿No son Hombres del Río? —Estuvo a punto de acuclillarse por la sorpresa, pero se contuvo justo a tiempo—. ¡Hablad!

—Una procesión. —El Parlante se encogió de hombros—. Muchos humanos caminando. Al atardecer, Pamra Don les habla.

—¿Palabras?

—Habla de los Sagrados Clasificadores en el cielo. Del Protector del Hombre. Dice que los humanos deben conocer la verdad. Que se la dirá al Protector del Hombre.

—¡Shimness! —gruñó Sliffisunda.

Era el nombre de un legendario volador Thraish que siempre conseguía lo opuesto de lo que se proponía. En el idioma coloquial significaba «loco» o «inepto», y en ese sentido lo utilizaba Sliffisunda.

—Los fosos están llenos —repitió Shimmipas con obstinación—. Si la procesión continúa, habrá más fosos llenos aún.

Sliffisunda miró a los demás, y éstos bajaron la vista.

—Hay que ver con los ojos —sentenció.

Era todo lo que podía hacer. En la estancia a sus espaldas, se oía el sonido de las cadenas en el comedero, recordándole que estaba muy hambriento. Le habían traído a una joven esta vez; pequeños senos suaves y unas nalgas sabrosas. Las Lágrimas la habían suavizado agradablemente, y sus ojos inconscientes se entrecerraron furiosos cuando él desgarró la carne. Gritaba, y Sliffisunda cerró los ojos mientras imaginaba un weehar entre sus garras; él también gritaría, así que ¿por qué le molestaban tanto los alaridos humanos? Arrancó la garganta, para detener así el sonido. Se sentía demasiado irritado, no disfrutaba ya con el sabor de la carne.

Fue hasta su atalaya y observó el cielo. La delegación salía en ese momento, tres Parlantes y tres voladores comunes. Volaban hacía el este a lo largo del Río, bajo un cielo tormentoso. Es una tontería volar con este clima. Podrían verse arrastrados hacia el agua. No por primera vez, Sliffisunda se preguntó cuál sería el origen del miedo que les producía a los Thraish volar sobre el agua. Supervivencia, se dijo. Durante las guerras entre los humanos y los Thraish, muchos de estos últimos comieron pescado. Otros Thraish los mataron. Sólo los que no comieron pescado lograron sobrevivir. Tal vez el motivo por el que algunos no comieron pescado fue el miedo al agua.

Era posible. Cualquier cosa era posible. Incluso el asunto ese de Thou-ne y Atter era posible.

Iría a las Talon Negras. Lo vería por sí mismo.