2. El Triángulo de las Bermudas

—¡Ya no os esperaba! —exclamó Larry con una gran sonrisa cuando los vio llegar por la pasarela. Miró al asistente de vuelo que vigilaba la puerta y le comentó—: ¿Qué le he dicho? ¡Los Mistery somos gente de palabra!

El hombre hizo un gesto para que entrasen.

—La próxima vez, señor Mistery, le aconsejo que se vista de una manera menos llamativa —contestó.

Agatha y mister Kent no pudieron evitar darle la razón, y apenas pudieron reprimir una carcajada: con aquella pinta de salir de la discoteca y el flequillo sobre el lado derecho de la cara, Larry parecía salido del videoclip de una estrella de rock.

Mientras el chico refunfuñaba por el comentario del asistente de vuelo, su prima le puso una mano en el brazo.

—Vamos a sentarnos, Larry —le dijo amablemente—. Tenemos curiosidad por saber los detalles de la misión.

El joven detective la siguió muy quejoso. Como siempre le pasaba antes de empezar un examen, el miedo a suspender lo convertía en un quejica. Se dejó caer en el asiento y pegó la cara a la ventana.

—¡Ostras, era la chica más guapa del mundo! —suspiró—. ¿Cuándo volveré a verla?

Mientras, los motores impulsaron el Boeing 777 hacia el cielo nocturno. Agatha esperó a que su primo se calmase y le preguntó en tono de broma:

—¿Cómo se llama tu nuevo amor?

—Mmm… Me parece que Linda —murmuró.

—¿Y qué piensa de tu ojo hinchado?

Larry dio un salto en su asiento.

—¿Cómo te has dado cuenta? —se sorprendió. Después se encogió de hombros y resopló—: ¡No se te escapa nada, primita!

—Tienes que ponerte colirio —le aconsejó la chica rebuscando en su bolsa—. ¡Si se te infecta el ojo, tendrás un buen problema!

Con la ayuda de mister Kent, lo curó bajo la mirada socarrona de Watson, que movía la cola con cada chillido de Larry. Al acabar la operación, el joven detective se encontró vendado de una manera bastante llamativa.

—Ahora pareces un feroz bucanero —rió Agatha—. ¡Podrás enfrentarte sin miedo a los peligros del Triángulo de las Bermudas!

El mayordomo aprovechó aquel momento de tranquilidad:

—¿Nos puede dar alguna información sobre la investigación, señorito Larry? —preguntó educado.

—Hombre, todavía no sé mucho del asunto —confesó—. Quería escuchar el informe de la escuela con vosotros.

—Adelante, primito —dijo Agatha.

Sacó el EyeNet y le pasó los auriculares a sus compañeros. Después de teclear una serie de botones, en la pantalla relampagueó el busto de su profesor de Espionaje y Contraespionaje. Era un tipo de aspecto juvenil, con una graciosa voz de pato.

—Buenas noches, agente LM14 —comenzó—. Ha sido elegido con el fin de llevar a cabo una investigación bastante delicada para Ronald Murray. ¿Sabe de quién hablamos? —El profesor hizo una pausa significativa y Larry detuvo un momento la grabación.

—¿De quién hablamos? —repitió dubitativo mirando a los otros.

—¿Quién no lo conoce? —contestó sonriendo su prima—. Es el propietario de Murray Fresh Fish, la gran cadena de fish and chips. Mister Kent y yo vamos de cuando en cuando.

—Está todo buenísimo —confirmó el mayordomo.

—Si la memoria no me engaña —continuó Agatha—, el señor Murray es de origen australiano y tiene una flota de barcos pesqueros que recorren todos los océanos.

—Entonces es un pez gordo —comentó Larry frunciendo el ceño—. Pero ¿qué tiene que ver un multimillonario con el Triángulo de las Bermudas?

—¡Quizás si continuamos oyendo el informe lo descubriremos!

Larry volvió a encender la grabación y el profesor retomó su discurso en el minúsculo monitor. Sin embargo, las informaciones que proporcionó no les resultaron demasiado útiles.

Ronald Murray quería mantener aquel encargo tan secreto como fuera posible y solo revelaría los detalles de la misión en su suntuosa villa y al agente de la Eye International en persona.

—La cita con Mister Murray es mañana a las nueve —concluyó amable el profesor—. ¡Hágase respetar, agente LM14! —Dicho esto, desapareció de la pantalla como un rayo.

La reacción de Larry fue desesperada:

—¿Y ya está? —exclamó repasando febrilmente el índice de ficheros—. ¿Ningún dosier?

Agatha se había quedado pensativa.

—Mmm… todo este asunto es muy extraño —comentó.

Mister Kent se limitó a toser levemente.

Pasaron unos cuantos minutos en silencio, acunados por el murmullo de los motores. Era la primera vez que comenzaban una investigación sin disponer de ninguna clase de información.

—No debemos desanimarnos —intervino Agatha—. ¡Mañana lo sabremos todo! Mientras tanto, ¿qué os parece si refrescamos lo que sabemos sobre nuestro objetivo?

Larry se animó enseguida.

—¡Ajá! —exclamó—. ¡Esta vez seré yo quien abrirá los cajones de su memoria!

—¿Qué quiere decir, señorito? —preguntó perplejo mister Kent.

—He leído muchos libros sobre el Triángulo de las Bermudas —afirmó el chico—. ¿Sabíais que, durante siglos, allí han desaparecido muchos barcos sin dejar el menor rastro? —Cogió una hoja y dibujó un pequeño mapa—. Mirad, el triángulo está formado por las costas de Florida, la isla de Puerto Rico y el archipiélago de las Bermudas, y comprende más de trescientos atol…

Sus compañeros le dejaron hablar un rato sobre teorías estrambóticas de complots, abducciones extraterrestres y fenómenos paranormales, hasta que Agatha lo dejó helado con una pregunta fulminante:

—Primito, ¿sabes quién fue el primero en ver cosas extrañas en el triángulo?

—Eeeeh… No —admitió él.

—No te lo creerás, pero Cristóbal Colón vio unas misteriosas luces en el cielo durante el viaje en que descubrió América —respondió ella.

En la cara de Larry se dibujó una expresión de derrota.

—Eres un pozo de ciencia, primita —murmuró.

Continuaron discutiendo en voz baja unos cuantos minutos más hasta que, vencidos por el cansancio, se fueron durmiendo lentamente.

Los despertó la voz del capitán:

—Estamos a punto de aterrizar en Gran Bermuda. Abróchense los cinturones de seguridad.

Mirando por la ventana, pudieron entrever un islote que emergía solitario de las oscuras aguas del océano, con la forma de un gran gancho.

Cuando bajaron del avión, la ropa de Larry provocó que los encargados de la aduana se partieran de la risa. El chico no les hizo caso y siguió a sus compañeros hasta que recibió una enérgica palmada en la espalda.

—¡Sobrinos! ¡Por fin! —los saludó el tío Conrad con entusiasmo—. ¡Sois muy puntuales! —Era corpulento y atlético, tenía la piel bronceada y un rostro sonriente—. Eh, ¿vais a una fiesta? —bromeó—. ¡No había visto nunca tanta elegancia junta!

—Tío, ¡cómo me alegro de conocerte! —exclamó Agatha—. ¡Eres el vivo retrato de la salud!

—Vida al aire libre y mucha actividad física —sentenció Conrad Mistery—. ¿Y qué os trae a las Bermudas?

—Pues… Larry tiene que hacer un trabajo para la escuela —mintió hábilmente Agatha.

—Muy bien, ya me lo contaréis todo con calma —respondió su tío—. Ahora os llevaré a casa, que debéis de estar cansados por el viaje.

—Me gustaría dormir un mes entero —murmuró el joven detective bostezando.

—Larry tiene el ADN de una marmota —dijo Agatha.

—¡Chico, más energía! —lo animó Conrad dándole otro golpe—. Venga, ¡vamos!

Cogieron un autobús que en diez minutos los dejó bajo el deslumbrante cartel del Mistery Aquaria Park.

—¿Dó… dónde estamos? —preguntó Larry mirando maravillado la luminosa silueta de un delfín.

El tío Conrad abrió la puerta de entrada.

—¡Yo vivo y trabajo aquí, querido sobrino! ¡Este parque acuático es mío!

—¡Es fantástico! —comentó Agatha, en una nube. Ya sabía a qué se dedicaba su tío, pero no se había imaginado todas aquellas piscinas, los toboganes, las motos de agua y el yate amarrado en la orilla.

—¡Me alegro de que os guste! —afirmó él con orgullo—. ¡Seguidme, que os presento a las estrellas del espectáculo! —Los acompañó a una piscina muy grande—. Echadles un vistazo, chicos, y decidme si no son una auténtica preciosidad.

A la luz tenue de unas farolas, cinco delfines nadaban en unas plácidas aguas.

Agatha se agachó junto a la piscina, y enseguida uno de los cetáceos se le acercó. La chica lo acarició y el delfín lanzó un silbido de felicidad.

—Probablemente ha dicho que le gustas —le aclaró divertido el tío Conrad—. ¡Pero ahora todo el mundo a la cama! ¡Para admirar la isla necesitamos un sol resplandeciente!

Los tres londinenses se dejaron guiar hasta el interior del edificio principal y unos minutos más tarde estaban durmiendo a pierna suelta.