1. Un gesto previsor

Agatha Mistery tenía doce años, dos menos que Larry, y un carácter diametralmente opuesto. Su primo era impulsivo, torpe y un entusiasta de todas las novedades tecnológicas; ella, en cambio, era reflexiva, le gustaba la tradición y pasaba su tiempo libre con la nariz metida en polvorientos libros.

No era extraño que fuesen tan distintos: el árbol genealógico de los Mistery estaba compuesto por una lista casi infinita de personajes únicos, dedicados con gran pasión a los oficios más estrafalarios.

Agatha, de vez en cuando, se ponía en contacto con sus parientes esparcidos por todo el mundo y se informaba de las últimas novedades. Para localizarlos con mayor facilidad, se había hecho construir un gran bola del mundo y, encima de sus lugares de residencia, había anotado su dirección y otras informaciones útiles sobre ellos.

Pocos meses antes, al volver de una expedición científica en Sudáfrica, sus padres habían visto la bola en la sala de estar y, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, estuvieron observándola.

—¡Fantástico! —exclamó su padre poniéndose la pipa entre los dientes y dándole un par de chupadas rápidas para que no se apagase.

La madre, en cambio, corrió a abrazar a Agatha.

—Tesoro, siento muchísimo que tengamos que dejarte sola tan a menudo —suspiró—, ¡pero pensamos en ti continuamente y estamos muy orgullosos!

—No te preocupes, mamá —contestó Agatha alegremente—. ¡Con Watson y mister Kent no me aburro nunca!

La chica buscó con la mirada a los otros dos inquilinos de la inmensa mansión victoriana que se erigía en la periferia de Londres. El gato Watson estaba enroscado alrededor de un jarrón Ming y se lamía su pelo blanquísimo. Mister Kent, en cambio, estaba entrando en la sala completamente tieso y con una bandeja de sabrosos canapés.

—¡Extraordinario! —repitió su padre acercándose a la bola del mundo.

—Todavía no he acabado la lista de los Mistery —dijo Agatha—. Debo actualizarla con las búsquedas que he transcrito en la libreta. ¡Todavía me queda bastante trabajo por hacer!

Desde entonces, Agatha había seguido añadiendo detalles sobre los excéntricos miembros de la familia Mistery. Era una tarea absorbente, pero eso no la asustaba; de hecho, de mayor quería ser una escritora de novela negra conocida en todo el mundo, y su pasatiempo preferido era recoger toda clase de noticias curiosas de la prensa.

También aquel sábado, después de cenar, estaba sentada ante el escritorio de su habitación para consultar un montón de libros e ir tomando notas, mientras Watson jugaba encima de la cama persiguiendo un ovillo de lana que ya estaba completamente deshilachado. En un momento dado, oyó tres leves golpes en la puerta y dejó de escribir.

—¿Está todo preparado, mister Kent? —preguntó ansiosa.

—Tal como lo ha dispuesto, señorita —contestó el mayordomo.

—¿Las maletas también?

—Sí, señorita.

—¿Y la bolsa de transporte de Watson?

—Ya está en el maletero de la limusina.

—¡Perfecto, entonces bajo de aquí a un instante!

La chica se puso un pequeño collar y un par de brazaletes de plata, y después se peinó el cabello rubio. El traje de noche que había elegido era gris con unos dobladillos de encaje y le favorecía mucho. Iba al Royal Theatre, el teatro más refinado de Londres y, naturalmente, ¡no podía quedar mal!

Entonces se frotó pensativa la naricilla encogida y se dirigió a Watson.

—¿Me prometes que te portarás bien? —le susurró—. Si descubren que te llevo dentro de la bolsa, nos abroncarán a los dos.

Como respuesta, el gato saltó al interior de la bolsa en bandolera. Agatha lo premió acariciándole la cabeza y bajó por las escaleras.

Cuando estaban en el garaje, el mayordomo le abrió la puerta del coche para que ella entrara. Mister Kent también iba muy elegante: en vez del esmoquin habitual, llevaba una americana cruzada de color malva y un pañuelo de cuello de seda azul marino. Solo aquella corpulencia de oso pardo y la nariz aplastada revelaban su pasado de boxeador profesional en la categoría de los pesos pesados.

—No nos olvidemos de activar fe alarma —dijo Agatha—. Tengo la sensación de que será un largo viaje.

Mister Kent activó el sistema de alarmas con el mando a distancia y se frotó el mentón cuadrado.

—¿De verdad está convencida de que el señorito Larry llamará esta noche? —preguntó dubitativo.

Aquella tarde, Agatha le había sugerido que hiciese las maletas porque estaba segura de que, muy pronto, tendría que irse con Larry en una misión de investigación. Como ya conocía la formidable intuición de la pequeña señorita, mister Kent había obedecido sin pestañear.

—Estoy segura de que sabremos algo de él —contestó Agatha sonriendo—. Tengo dos buenos motivos para creerlo. En primer lugar, ha pasado más de un mes desde su último examen —comenzó—. Me parece extraño que la Eye International le tenga calentando banquillo durante un periodo tan largo.

—Ya lo entiendo —murmuró el mayordomo—. Entonces, ¿le ayudaremos a resolver un delito en algún rincón perdido del mundo?

—Como siempre —contestó ella.

—¿Y el segundo motivo, señorita?

Agatha se dio la vuelta para mirarlo.

—¡Es evidente! Esta noche representan mi obra preferida, Hamlet, de Shakespeare, y Larry es especialista en fastidiarme los planes.

Mister Kent soltó una seca carcajada y volvió a conducir de forma desenvuelta y segura.

A las 20.15 le dejaron las llaves de la limusina al vigilante del aparcamiento del Royal Theatre, un edificio blanco de estilo neoclásico. La alta sociedad londinense desfilaba hacia el interior en una lenta y charlatana procesión.

—He reservado un palco solo para nosotros —le susurró la chica a mister Kent dándole con rapidez las entradas—. Tenemos que damos prisa, ¡ya noto que Watson está empezando a ponerse nervioso dentro de la bolsa!

Se escurrieron hasta llegar al segundo piso, cerraron bien la puerta y, finalmente, liberaron al gato de su escondrijo.

En un instante, Watson ya había saltado sobre el regazo de Agatha y estaba mirando a su alrededor con las orejas bien erguidas.

En el teatro, el ambiente era mágico. La imponente lámpara que colgaba del techo y los candelabros diseminados por todas partes hacían que la sala resplandeciera.

La intensidad de la luz disminuyó y los murmullos del público languidecieron hasta que se hizo un silencio absoluto.

Se levantó el telón y estallaron los aplausos.

La primera escena transcurría en los bastiones con almenas de un castillo, donde dos soldados aterrorizados hablaban con el fantasma del difunto rey. Entonces aparecía en el escenario Hamlet, príncipe de Dinamarca, que le juraba a su padre que se vengaría de su malvado asesino.

Aunque era capaz de adelantarse a todas las réplicas del diálogo, Agatha estaba hipnotizada por la belleza de las palabras. La magia, por desgracia, fue interrumpida muy pronto por las vibraciones del móvil.

El mayordomo lo miró de reojo y acabó pasándoselo a Agatha con una expresión de resignación en la cara.

—Tenía razón, miss Agatha —susurró—. Parece un mensaje del señorito Larry…

La chica leyó el mensaje de su primo:

AQUÍ AGENTE LM14. VENGA AL AEROPUERTO DE GATWICK Y SÚBASE AL PRIMER AVIÓN DE BRITISH AIRWAVS HACIA LAS ISLAS BERMUDAS. PD: SI NO ME ACOMPAÑÁIS, ¡ESTOY PERDIDO!

Agatha le dirigió una sonrisita al mayordomo: ¡su sexto sentido había vuelto a acertar! Recogió la bolsa y salió disparada por los sinuosos pasillos del Royal Theatre, seguida de cerca por Watson y mister Kent. Llegaron a la salida en un instante y mister Kent apretó el acelerador de la limusina para llegar al aeropuerto. De camino a Gatwick, la chica continuó pensando en el tema.

—Si la memoria no me engaña, en las Bermudas vive uno de nuestros parientes —rumió hojeando su inseparable libreta—. Pero ¿cómo me pongo en contacto con él?

Hasta que no estuvieron en la cola de facturación, la chica no vio una minúscula nota.

—¡Por las barbas de la reina! —exclamó radiante—. Mira, ¡el número de teléfono del tío Conrad! ¡Tengo que avisarlo antes de despegar!

—Faltan pocos minutos para salir —observó el mayordomo—. El señorito Larry debe de estar muy angustiado…

Agatha se salió de la cola con el móvil en la mano. Un instante más tarde, ya estaba conversando con Conrad Mistery, que se encontraba al otro lado del océano Atlántico.