Capítulo 3

—¿Por qué nos ha echado fuera?

—No nos ha echado fuera. Tenía cosas que hacer. Bajará a vernos. No te preocupes.

—No me estoy preocupando. —Denny mantuvo el equilibrio a lo largo del bordillo—. Mierda, hubiera podido quedarme ahí el resto de mi vida y ser feliz. Tú a un lado y ella al otro.

—¿Cómo te las arreglarías para comer?

—Exceptuando la presente compañía —Denny tironeó de su chaqueta—, enviaría a alguien a buscar la comida. ¿Estás seguro de que no se ha enfadado con nosotros?

—Estoy seguro.

—De acuerdo… ¿Crees realmente que bajará a visitar el nido?

—Si no lo hace, subiremos de nuevo a verla. Pero ella vendrá.

—¡Es una persona encantadora! —Denny enfatizó cada palabra con un gesto de su barbilla—. Y me gusta realmente esa canción. Difracción, ¿eh?

Chico asintió.

—Espero que baje. Quiero decir que sé que tú le gustas, porque escribiste un libro y todo lo demás, y la conoces desde hace tiempo. Pero yo sólo soy un recién llegado. No tiene ninguna razón para que yo también le guste.

—Pero le gustas.

Denny frunció el ceño.

—Al menos actúa así, ¿no?

La luz de la farola encima de ellos pulsó… hasta media luminosidad; luego murió. El cielo extendió su manto sobre ellos, con una capa más de oscuridad. La única otra luz estaba a dos manzanas de distancia; pulsó, pulsó, pulsó de nuevo.

Alguien se movió junto a ella y gritó:

—¡Hey! ¡Hey, Chico! ¡Denny! —Otros se agruparon en torno al vacilante círculo.

—¿Qué demonios están haciendo ahí?

Denny se encogió de hombros.

En mitad de la siguiente manzana, Dólar, sujetando el león de bronce sobre su rota base, se abrió paso entre Jetadecobre y Jack el Destripador.

—Hey, nos mudamos, ¿sabes? ¡Nos mudamos de nuevo! —Dólar estaba sonriendo.

Jetadecobre no.

—¡La jodida casa se puso a arder encima de nosotros! ¿Qué te parece? ¡La jodida casa se incendió! —Una mochila, verde y llena, colgaba a la altura de sus tobillos. Pasó la correa a su otra mano.

—Jesús —dijo Denny—. ¿Toda mi mierda…?

—¿Qué ocurrió?

—Nada. —Jetadecobre se encogió de hombros—. Ya sabes: simplemente…

—Toda la jodida manzana —dijo Siam—. Hará una hora. ¡Mierda, fue algo grande!

Chico sintió que su corazón daba un fuerte latido, uno solo (como hacía siempre cuando se enteraba de que alguien a quien conocía había muerto), y en el hueco que quedó pensó: No es tanto la reacción como el temor a lo que pueda significar esa reacción. ¿La casa incendiada? ¿La… casa incendiada? Pero eso parece demasiado fácil. La casa…

Preguntó:

—¿Estaba Pesadilla ahí?

—Mierda —dijo Jetadecobre—. Mierda. Él y Dragón Lady estaban fuera en alguna parte. Trece había ido también no sé dónde. Mierda.

Cristal rió quedamente.

—Pude oler todas las cosas que tenía escondidas Trece mientras ardían hasta el mismo fondo. Me hubiera gustado saber dónde las guardaba para poder sacarlas de allí. Al menos algunas. Pero cuando se pusieron a arder —trasladó una funda de almohada de su hombro a su antebrazo— pude olerlas, seguro. ¿Sabes?, he estado en siete condenados incendios. Siete veces he visto mi casa arder debajo de mis pies. Perdí a mi madre en un jodido incendio.

—¿En Bellona? —preguntó Siam.

Cristal miró a Siam, reflejando en su rostro la comprensión de haber sido mal interpretado.

—No… —Volvió a colocar la funda de almohada sobre el hombro—. No he estado en ningún incendio en Bellona, excepto éste.

—¿Dónde vamos ahora?

—¿Quieres volver a lo de Lanya y preguntarle si ella quiere…? —dijo Denny.

—No en toda tu jodida vida —dijo Chico.

—Pero tú dijiste que ella no estaba enfadada con nosotros —insistió Denny.

—¿Tienes algún lugar donde podamos instalarnos? —preguntó Jetadecobre.

—No —dijo Chico—. Pero venid conmigo. Encontraremos uno.

—No queremos ningún lugar que pueda arder de nuevo antes de que nos hayamos instalado por completo —dijo Jetadecobre—. ¿No es así, muchachos?

Los escorpiones murmuraron fuera del círculo de la farola. Algunos llevaban consigo colchones, algunos cajas, algunos palas y herramientas.

—Sigamos por esta calle —y la cabalgata llenó prácticamente la calzada. Había plantados árboles, rodeados con pequeñas verjas ornamentales. Pero cada tronco estaba carbonizado hasta quedar reducidos a negras horcas de retorcidos dedos—. Esa casa de madera debió arder como una caja de cerillas.

—No —dijo Jetadecobre—. Nadie resultó herido. Nadie perdió tampoco nada que no deseara perder. Todos pudimos salir a tiempo.

—¡Yo me llevé el león!

Chico se volvió hacia la granujienta y cerdosa sonrisa de Dólar.

—Hombre, no hubiera dejado atrás mi león por nada. Es la única jodida cosa que es mía. Tú la recogiste por mí, Chico, ¿recuerdas? La recogiste por mí, y no dejaría atrás algo así por nada del mundo, ¿sabes?

—¿Denny…?

La muchacha se abrió camino detrás de Dólar. Sus brazos estaban llenos de cosas, su pelo enmarañado, y una de sus regordetas mejillas aparecía tiznada.

—¡Denny, saqué tus cosas!

Sus ojos, barriendo los reunidos, captaron los de Chico y se apartaron rápidamente.

—¿Denny? Creo que lo recogí todo…

—¡Oh, huau! —dijo Denny—. Oh, hey, ¿lo hiciste? ¡Huau, esto es grande!

—Toma: cogí tus camisas. —Se las tendió—. Y —miró con ojos vacuos a Chico; sus pesados pechos dentro de su camiseta azul se apretaban contra bolsas y paquetes. Sus pequeños y rechonchos dedos habían dejado el papel marrón sudoroso, formando hinchados dobleces entre ellos— los pósters de tu pared. Y los libros de fotos. No traje las mantas… No traje las mantas porque pensé que no iba a ser demasiado difícil conseguir otras…

—¿Cogiste mi radio?

—Claro que cogí tu radio. Creo que lo cogí todo, no había demasiado…, excepto las mantas.

—No me importan las malditas mantas —dijo Denny—. ¿Estás bien? Quiero decir: La casa estaba ardiendo, ¿y tú volviste dentro para recuperar mis cosas? —Tomó una bolsa de papel de entre las manos de ella…

—¡Oh, cuidado…!

… y se sacó Orquídeas de cobre del bolsillo de atrás de sus pantalones para meterlo dentro.

—¿Qué es eso?

—Nada. ¿Por qué eres tan curiosa con todo? ¡Oh, hey! Metiste mi juego ahí dentro.

—Ajá. ¿Denny?

—¿Por qué no me dejas llevar todo lo demás?

—¿Está bien así, Denny?

—¿Qué?

—No creo que yo y mi amiga…

Miró hacia atrás.

Chico miró también.

La muchacha rubia con el chaquetón de marinero estaba justo detrás de ellos.

—… vayamos a seguir más tiempo con vosotros. Sólo quería entregarte todo esto.

—Hey —dijo Denny—. ¿Por qué no?

—No lo sé. —Ajustó las otras bolsas—. Simplemente queremos ir a alguna otra parte. No queremos seguir siendo miembros. Y conocemos a una gente encantadora que tiene una casa donde suponemos que podremos quedarnos. Sólo hay chicas allí.

—¿Sólo chicas? —dijo Denny—. No vais a encontrar ninguna diversión.

—Los chicos pueden visitarnos y todo lo demás. Pero los chicos simplemente no viven allí. No creo que desee seguir viviendo más tiempo con vosotros. Quiero decir, después del fuego —miró una vez más a Chico— y todo lo demás. Ya sabes.

—Jesús —dijo Denny—. Jesucristo. Bueno, quiero decir, supongo que sí, si no lo deseas.

—Tú también puedes venir a visitarme, si quieres.

—Mierda —dijo Denny—. Jodida mierda.

—Creo simplemente que será lo mejor. Quiero decir, el vivir en un lugar distinto. Es un lugar muy bonito. Y las chicas son estupendas.

Denny estaba mirando dentro de la bolsa.

Ella dijo:

—Estoy segura de que lo cogí todo. ¿Qué es lo que estás buscando? Si no está aquí, probablemente estará en alguna de las otras.

—No estoy buscando nada.

—Oh.

La máscara del rostro de Chico hormigueó. De pronto se volvió hacia Jetadecobre.

—¿Habéis estado alguna vez en alguna de estas casas de aquí?

—No.

—Entonces probemos ésta.

—Por supuesto.

Chico se volvió hacia los demás.

—¡Hey! Vamos a echar un vistazo, ¿de acuerdo? —Empezó a subir los despintados escalones. A medio camino, miró hacia atrás:

Ella estaba removiendo las bolsas en sus brazos, mordiéndose los labios, mientras intentaba situarlas de una manera más cómoda. Denny la miró, luego miró a Chico, luego de nuevo a ella. Los otros agitaban los pies y hablaban.

En su mano, el cuadrado y dentado picaporte giró otro par de centímetros…

Chico empujó la puerta hacia dentro.

La desconchada pintura del techo…

Paseó sus ojos por todo el vestíbulo, en busca de sonidos de ocupación.

La sucia y rayada pared…

Tuvo una sensación de lo más extraño.

—¿Hay alguien en casa?

—Bien, si lo hay —dijo Jetadecobre—, ya pueden prepararse a mover su condenado culo fuera de aquí. Porque vamos a hacerles una larga visita, ¿de acuerdo? —Los demás rieron. Jetadecobre dijo en voz muy alta—: ¿No os parece que está bien?

—Sí. Tiene un aspecto…

—¿Vamos?

—Sí, vamos.

Al final del pasillo, la puerta del cuarto de baño estaba abierta. El ruido de pasos tras él pasó por su lado; y alguien cargado con el encadenado maniquí le empujó ligeramente para pasar.

La casa cobró vida con escorpiones.

Con una sensación de confusión suspendida, Chico vagó por la habitación delantera y cruzó hasta la cocina.

Jetadecobre estaba mirando en los armarios encima de la fregadera.

—Hay un montón de comida enlatada. Estupendo. Lástima que dejaran también toda su basura. —Una bolsa se había roto debajo de la mesa. La propia mesa estaba llena también de basura. La fregadera y las encimeras estaban repletas de platos.

Chico decidió que no le gustaba el lugar.

Fuera de la puerta mosquitera, el cielo colgaba y se retorcía como algo encadenado.

Se volvió bruscamente hacia la sala de estar.

La chica rubia con el chaquetón de marinero se había sentado en el sofá, los puños entre las rodillas, contemplando a dos escorpiones que estaban extendiendo un colchón en el suelo. Miró a Chico, hundió los hombros y volvió a mirar a los escorpiones. Parecía muy cansada.

—Hey, hombre —dijo Dólar detrás de su hombro—, este lugar es estupendo. —Aferrando su león, empujó con el hombro una puerta al otro lado del pasillo. Había varios tipos dentro, extendiendo colchones y sacos de dormir. Dólar se abrió paso entre ellos para depositar el león en la ventana. Se volvió, silueteado ante la retorcida persiana. La bestia de bronce atisbo a la altura de su cadera desde el alféizar—. Hey, hombre. No deberías haberte traído contigo este viejo colchón quemado. Va a echar su olor por todo el jodido lugar. —En el cutí había un halo oscuro en torno a un cráter de cinco centímetros de diámetro que exhibía un fondo de cenizas y algodón quemado.

—Es el único que tengo —dijo el escorpión (otro blanco llamado California), y cruzó el cuarto. Se inclinó en el rincón para desenrollar otro.

En otro tiempo había habido fotos de periódicos y revistas pegadas en la pared; luego algunas de ellas habían sido retiradas.

Un escorpión negro al que Chico no conocía se alzó y sonrió.

—Éste gana en mucho al otro lugar donde estábamos, ¿eh, Chico? —Miró a su alrededor, frunciendo los ojos—. Sí, es estupendo.

Prefiero los ojos rojos, pensó Chico. ¡Maldita sea!

Al otro lado del pasillo, la puerta que daba al porche de servicio estaba abierta. Se dirigió hacia allá y se detuvo, con una mano en la jamba. No había ni cristal ni mosquitera en las ventanas. Siam estaba sentado sobre una caja.

—Hey… —Alzó el periódico que tenía sobre sus rodillas y miró a Chico con creciente confusión—. Estaba… estaba leyendo el periódico. —Siam ofreció una sonrisa, se lo pensó mejor, la retiró—. Sólo leyendo el periódico. —Se puso en pie; el periódico cayó al suelo. Las tablas habían sido pintadas en su tiempo de marrón—. ¿Hay algo que quieres que haga…? Querría ayudar con el traslado, pero mi mano… —Hizo un gesto con su brazo vendado. En el lugar donde el vendaje envolvía su mano, la piel se estaba escamando—. Aunque supongo que podré ayudar en algo —dijo Siam, contemplando sus sucios dedos—. Si quieres…

—No —dijo Chico—. No, ya está bien así.

El grifo gris verdoso en la pared goteaba sobre la lodosa fregadera.

Algo golpeó contra algo con un clang a sus espaldas.

Chico se volvió.

El Destripador y Devastación empujaban la Harley por el pasillo.

—No sé por qué lleváis este trozo de chatarra de un lado para otro. No podéis obtener gasolina para ella, y dijisteis que de todos modos el motor estaba estropeado.

—Sí, pero es una buena moto, si podemos repararla.

—¿Pensáis ponerla en el cuarto de baño como la última vez?

—Mierda, esos chupapollas se emborrachan y pierden toda su puntería a la hora de mear. ¿Y sabes que uno de ellos se mea a sabiendas sobre ella sólo por el gusto de verla oxidarse?

—Oh, vamos, mamón…

—¡No, hombre! ¡De veras! Hey. Denny, ¿puedo ponerla aquí?

—Supongo que sí. —Denny estaba de pie junto a una puerta, con los brazos llenos de bolsas de papel.

Chico se dirigió hacia él, sujetó su hombro.

—¿Se ha ido?

Denny asintió, con los labios fruncidos, mirando de una a otra bolsa.

Dentro, alguien apoyó las palas contra la pared al lado de una tabla de planchar.

Hicieron retroceder la Harley para meterla dentro.

—Hey, ¿ésta va a ser tu habitación, Chico?

—Es probable —dijo Chico.

—No va a ocupar mucho espacio. Luego quizá podamos encontrar algún otro lugar para ella, ¿sabes?

—Si está en la habitación de Chico, nadie va a molestarla.

—Está bien.

Chico apretó el hombro de Denny. Entraron.

—Hey —dijo Denny—. ¡Tiene un altillo!

Chico sintió un helor en la espina dorsal. Se inmovilizó.

—¿Denny?

—¿Qué?

—El lugar de donde hemos venido, ¿no tenía un altillo?

Denny pareció desconcertado.

—Por supuesto que lo tenía. Pero no era tan bonito como éste.

—¿De veras?

—Éste es mucho más grande —dijo Denny—. Y además tiene un colchón.

—¿Cómo era el lugar donde vivíamos antes?

—¿Eh?

—Descríbemelo. No puedo recordarlo. No puedo… recordar nada de él.

—¿Qué quieres decir?

—¿De qué color estaban pintadas las paredes?

—De blanco, ¿no?

Frunciendo el ceño, Chico asintió. Las paredes en torno a ellos eran verdes.

—¿Realmente no recuerdas dónde vivíamos antes?

Chico agitó la cabeza.

—Teníamos —empezó Denny, recordando— un puñado de negros al otro lado de la calle. Estaba a unas ocho o nueve calles de aquí. Y un poco hacia un lado.

—¿Cómo se puede comparar con esto?

—¿Qué… quieres decir? —preguntó de nuevo Denny.

—¿En qué es diferente este lugar?

—Mierda —dijo Denny—. ¡Este lugar es al menos dos veces más grande! ¿No recuerdas lo cuarteadas que estaban las paredes y todo lo demás? Este lugar está en mucho mejores condiciones. —Al cabo de un momento, Denny preguntó—: ¿Lo vas a convertir en tu lugar?

—Supongo que sí —dijo Chico.

—¿Puedo poner algo de mi mierda ahí arriba? Esos mamones arramblan con todo si lo dejas por ahí.

—Seguro. Adelante.

Denny echó arriba una de las bolsas, luego otra.

—Eso tendría que tener una escalera. Se supone que uno ha de subir y bajar de esta cosa. —El poste de sustentación tenía entalladuras triangulares en uno de sus lados. Denny trepó dos de ellas, miró hacia atrás—. Hey, no es tan difícil… ¿Realmente no recuerdas dónde estábamos antes?

—Supongo… que no.

—Huau —dijo Denny, y se izó hasta el colchón—. Viviste ahí un tiempo jodidamente largo. —Miró de nuevo a Chico, frunció el ceño, respondiendo a algo que Chico pudo ver que se agitaba en su rostro pero que no pudo identificar—. Quizá no tanto tiempo —rectificó Denny, dubitativo.

Desapareció.

Más gente se movió en el pasillo tras él.

—Hey, Chico —dijo alguien, pero había desaparecido cuando miró.

Fue al poste y subió detrás de Denny. Se sentó en un rincón y observó al muchacho mientras pegaba a Koth el Ángel Oscuro al lado del signo de Escorpio. Luego Denny vació las otras bolsas entre sus rodillas.

—Supongo —dijo al cabo de un momento— que realmente lo recogió todo. Fue muy considerado por su parte, ¿no crees?

Chico asintió.

Denny se arrastró encima del colchón, dudó, luego apoyó su cabeza en el regazo de Chico. Chico acarició el cuello de Denny y bajó la vista, sorprendido. Denny hizo dos profundas inspiraciones.

¿Iba a echarse a llorar?, se preguntó Chico.

—¿Estás bien? —preguntó Denny con voz perfectamente controlada.

—Sí —dijo Chico—. ¿Qué hay contigo?

—Estoy bien —dijo Denny, apático. Al cabo de un momento añadió—: Iré abajo a comprobarlo todo, ¿eh?

—De acuerdo.

Se quedó sentado a solas, escuchando los sonidos de la casa. Cogió la radio de Denny y la conectó. Ni siquiera había estática. ¿No tenía pilas?

Hizo girar uno de los dados de cristal, observando los fantasmas reflejados en sus caras. Alzó uno de los espejos de su cadena; la comparación de las dos imágenes no le dijo nada. Pero miró a uno y otro lado.

Alguien golpeó las tablas debajo de él.

—Hey, ¿estás ahí arriba, Chico?

Abrió los ojos; el dado rodó de sobre sus piernas cuando se arrastró hasta el borde del altillo.

Ojos negros, dientes rotos, pelo con una trenza medio deshecha: entre amplios hombros, el liso y el lleno de cicatrices, Pesadilla sonrió.

—Hey, te has buscado un hermoso nido aquí, ¿eh?

—¿Cómo te va, hombre? —Chico pasó sus piernas por el borde, se dejó caer al suelo. Le hormigueaba todo el cuerpo: talones, barbilla, nudillos y rodillas.

Pesadilla dio un rígido paso atrás, otro hacia el lado, e inclinó la cabeza.

—Sí, realmente te has instalado bien. Es hermoso. —Miró al pasillo, asintió a alguien que le llamaba—. Robándome toda mi gente, ¿eh? —Miró hacia atrás, las cejas alzadas y la frente fruncida—. ¡Eres bienvenido a los jodidos hijos de madre! Los negros está bien. Pero los blancos, hombre. ¡Mierda…!

—Hey, Pesadilla —dijo Dólar.

Los macizos hombros se alzaron; con la cabeza inclinada, Pesadilla escupió al suelo.

Dólar tragó saliva y desapareció a un gesto del puño de Pesadilla.

Pesadilla se volvió, con la irritación y la preocupación equilibrando los bordes de sus cejas, las comisuras de su boca.

—¡Jodida psico! ¡Vas a tener que tratar a esos bastardos como mierda de caballo, hombre! ¡Como jodida mierda de mono! Les caes bien a todos, ahora. Pero pronto vas a tener que demostrárselo. —Hizo girar su bota sobre el escupitajo—. Y vigilar a las damas: son particularmente malas.

—Pesadilla —dijo Chico—, ¡la mayor parte de las veces ni siquiera puedo decir quiénes son las damas!

—Acabas de anotarte un punto —asintió Pesadilla—. Además, ¿cuántas tienes aquí?

—No lo sé.

—Yo tampoco llegué a saberlo nunca. —En el pasillo, Pesadilla miró de reojo al techo—. Sí, va a ser interesante.

Chico le siguió.

—Alguien me dijo que también vas por ahí con chicos, ¿eh? —Pesadilla agitó de nuevo la cabeza, pensando en sus propias palabras—. Yo estuve cuatro años en un reformatorio. Sí, conozco toda esa mierda. —Se asomó al porche de servicio (donde dos negros transportaban una destartalada lavadora) y volvió a echarse atrás, aún agitando la cabeza—. Así que te has traído a Jetadecobre, Cristal y Escupitajo aquí al nido contigo. Eso es tener sangre fría, supongo. Yo no tendría los cojones suficientes para hacerlo. Te lo digo ahora.

—¿Quién es Escupitajo?

El rostro de Pesadilla se volvió, quebrado por la incredulidad.

—¿Que quién es Escupitajo? —La incredulidad entró en erupción y se convirtió en burla—. ¿Quieres saber quién es Escupitajo? —La burla entró en erupción y se convirtió en risa—. ¡Hey, Escupitajo! Ven aquí. —Se volvió hacia el pasillo.

—¿Sí? —El joven blanco salió de la habitación. Una velluda barriga, que apuntaba como una flecha hacia el vello púbico, desaparecía debajo de una hebilla turquesa y plata. Una cicatriz cruzaba los firmes pectorales desprovistos de vello y descendía hacia el ombligo. No llevaba chaqueta. Su única cadena era su proyector. Muñecas y antebrazos eran velludos, los bíceps llenos de venas y desprovistos de vello. Sus mejillas exhibían los pocos pelos de alguien que nunca podrá llegar a tener barba—. ¿Qué quieres?

—El Chico cree que le gustaría una presentación formal. Chico, éste es Escupitajo. Escupitajo, éste es Chico.

—¿Oh? —dijo Escupitajo—. Oh… Hola. —Se secó una húmeda mano en sus tejanos negros y la tendió.

—Hola —dijo Chico, pero no se la estrechó.

Escupitajo bajó la mano y pareció incómodo.

—Estaba en la cocina, intentando lavar algunos de los malditos platos. No van a permanecer mucho tiempo limpios, pero pensé que, siendo el primer día, quizá. ¿Quieres algo?

—No, puedes volver —dijo Chico—. Pesadilla es un payaso, ¿sabes? Sí, echa fuera algo de esa basura, ¿eh?

—Iba a hacerlo —Escupitajo parpadeó, interrogativo, entre los dos. Bajó la vista, agitó los pies un par de veces, gruñó; luego fue a la otra habitación.

—¿Pretendes decirme que no sabes quién le hizo eso en las tetas a Escupitajo? —preguntó Pesadilla; hizo oscilar con el dedo la orquídea que colgaba del cuello de Chico. Tintineó entre las cadenas.

Al cabo de unos segundos de silencio, Pesadilla, exhibiendo frustración, agitó la cabeza y adoptó un suspiro teatral:

—¡Es el tipo al que le hiciste el tajo, hombre, cuando él y Cristal y Jetadecobre te pegaron la primera vez ahí arriba, en lo de Calkins! ¿Quieres decir que no lo sabías? —Pesadilla dejó escapar un «¡Ja!» que hizo que al menos dos de los escorpiones en la parte delantera del pasillo volvieran la cabeza. Uno de ellos, una mujer negra, estaba clavando un clavo en la pared, utilizando un trozo de madera como martillo—. Ya me han dicho que a veces te muestras un poco aturdido. Como si no siempre estuvieras aquí, ¿sabes? Bueno, les diré que simplemente vayan con cuidado contigo, ¿eh? El Chico sabe lo que está haciendo mejor que cualquiera de vosotros, hijos de madre, les diré.

—Me alegra que pienses así —dijo Chico—. ¿Vas a quedarte aquí?

—¿Yo? —Pesadilla enterró un pulgar en los eslabones que colgaban sobre su pecho—. ¿Yo quedarme aquí, con todos esos mamones hijos de madre? —El pulgar osciló. Los eslabones resonaron—. ¡Mierda!

—¿Qué hay contigo y Dragón Lady?

—Vamos por ahí, ¿sabes? Dragón Lady acostumbraba a tener esa pandilla de finolis, hombre, allá en el borde con Jackson. ¿Sabes dónde está Cumberland Park?

Chico asintió.

—Hombre, había algunos auténticos hijos de madre allí. Quiero decir, hombre… —Pesadilla miró de nuevo hacia la sala de estar, entró en ella.

Chico le siguió.

Sobre la mesa de la esquina había apilados una docena de ejemplares de Orquídeas de cobre.

—Tienes que vigilar mucho ahí abajo —dijo Pesadilla—. Quiero decir que la gente está empezando a tener auténtica hambre allí. Desde que se rompió la conducción principal de agua, las cosas se han puesto más bien terribles. Dos tipos que conozco resultaron muertos. Ayer. Y alguien más dos días antes de eso.

—Oí que la mayor parte de la gente se había marchado.

—Y los que se han quedado, hombre, son jodidamente extraños, apuesta a que sí. Dragón Lady trasladó su nido allá abajo. Tiene auténtica sangre fría, ¿sabes?

—¿Y tú vas a dejarme realmente todo esto a mí?

—No lo quiero. —Pesadilla le frunció el ceño a la mesa.

—¿Por qué?

—Ya me preguntaste eso.

—¡Y puedo seguir preguntándotelo diez malditas veces más! Hasta que lo descubra.

—Te dije que simplemente sentía curiosidad…

—¡Yo! ¿Por qué yo? —Los tres escorpiones que cruzaban en aquel momento la habitación hicieron un visible esfuerzo por no mirar—. Vamos, Pesadilla. Dímelo.

—Bien; viniste. —Pesadilla se volvió en redondo y apoyó sus posaderas en el borde de la mesa—. Llegaste aquí. Tenías un cierto estilo. —Se echó el pelo hacia atrás—. Estás loco. La gente dice que ni siquiera sabes quién eres. Todo esto me parece bien. Yo tampoco quiero a nadie preguntando por Larry H. Jonas antes de que llegara aquí… Luego, de tanto en tanto, haces algo realmente valiente, algo que sólo un loco del culo haría. —Pesadilla sujetó el borde de la mesa con las manos—. Yo no soy valiente. Creo que todo el mundo que lo es en realidad es un estúpido. Y no estoy tan ido que no pueda recordar hoy lo que hice ayer…, lo cual es más de lo que puedo decir de ti. Creo que ésa es la única razón por la que terminé siendo el jefe. —Se encogió de hombros—. Ahora lo eres tú. Si no lo quieres, simplemente quítate todas estas cadenas, haz una pelota con ellas, arrójalas al lago Holland y vete a hacer alguna otra cosa. Alguien las recogerá: Jetadecobre, Cuervo, Dama de España…, quizá cualquier negro cuyo nombre no sepas todavía. —Pesadilla crispó el rostro—. Pero no te veo haciendo eso, ¿sabes? —Sacó algo del bolsillo de atrás de sus pantalones, lo colocó entre ellos—. Y esta mierda… —Un ejemplar de Orquídeas de cobre, doblado—. ¿Sabes que he intentado realmente leerlo? ¡No comprendo ese tipo de mierda, hombre! Pero cada día, durante una jodida semana, has tenido una jodida página o media página del jodido periódico para ti. Como si fuera una jodida película o algo así. —Pesadilla se volvió y golpeó con el libro el montón de los otros libros. Los ejemplares se desparramaron sobre la mesa. Tres de ellos cayeron al suelo—. Tú ni siquiera hablas de ello; al menos, yo nunca te he oído hacerlo. —Pesadilla recuperó el doblado libro—. Ni siquiera lleva tu nombre en él. Quiero decir que ni siquiera sé si realmente tú escribiste lo que hay dentro. Quiero decir que todo es lo que alguna gente dice por ahí. Pero le eché un vistazo pese a todo, ¿sabes? Un buen vistazo. ¡Y entonces encontré esa parte que se refiere a mí!

Chico frunció el ceño.

Pesadilla remarcó las siguientes palabras con el libro doblado.

—Sí, lo sabes; no me digas que no pusiste nada sobre mí ahí dentro. —Abrió la tapa, hojeó las páginas.

Chico se inclinó para ver.

—¡Aquí! —Pesadilla golpeó la página con los dedos doblados, dejando cuatro marcas—. ¿Eso no eres tú hablando de mí? —Toda la página estaba gris con huellas de dedos, las esquinas dobladas.

Chico tomó el libro. La siguiente página estaba limpia.

Igual que la página anterior.

—Sí… —dijo Chico—. Supongo que pensaba en ti cuando escribí eso.

—¿De veras? —La inflexión de la pregunta sonó a desconfianza.

Chico asintió, cerró el libro, y pensó en lo inexacta que era la verdad que estaba perpetrando.

—Oh. —Pesadilla recuperó el libro de entre sus manos. Las páginas se abrieron automáticamente sobre el pasaje mencionado—. Bien, leer un jodido libro y encontrar que alguien habla de ti en él es una mierda bastante curiosa, ¿no crees? Quiero decir que no he acabado de decidirme respecto a si me gusta… Claro que tú no dices nada malo de mí. —Asintió de nuevo, frunció los labios, los entreabrió en una silenciosa configuración—: Pero tampoco dices nada bueno. —Miró otra vez a Chico—. Es bastante curioso. Me gustaría comprender un poco mejor ese tipo de mierda, ¿entiendes? —De pronto, una sonrisa se abrió en torno a sus rotos dientes—. Soy realmente yo, ¿verdad? Y no querías criticarme ni nada de eso. Le dije a Dragón Lady que era yo, y ella intentó decirme que estaba lleno de mierda. Espera sólo a que se lo diga. —Dobló el libro, palmeó el brazo de Chico con él, e intentó meterlo de vuelta en su bolsillo de atrás; a la tercera lo consiguió—. Eres una persona muy extraña. Y haces algunas cosas muy extrañas. —Pesadilla se puso en pie y salió de la habitación.

Chico vio a Escupitajo y Cristal, que habían permanecido de pie justo al lado de la puerta de la cocina, avanzar hacia la mesa.

Pesadilla murmuró con voz muy fuerte:

—Demasiado.

—¿Quieres venir a una fiesta? —preguntó Chico a espaldas de Pesadilla, en el pasillo.

—¿Aquí?

—En lo de Roger Calkins.

Pesadilla inclinó la cabeza hacia un lado.

—¿Qué voy a hacer yo en una fiesta ahí arriba?

—Es mi fiesta. Calkins la da para mí en su casa. Trae contigo a Dragón Lady.

—¿Sólo tus amigos? ¿En su casa?

—Sus amigos también.

—Oh —dijo Pesadilla—. Ella no vendrá sin sus acólitos.

—¿Adam y Baby?

—Ajá.

—Está bien. Subid todos. Es dentro de tres domingos, según la fecha del periódico. Tan pronto como se haga oscuro.

—¿Los amigos de Calkins, esa gente de la que lees en el periódico?

—Probablemente.

—¿Ese tipo astronauta estará ahí?

—Supongo que sí.

—El hijo de madre —dijo Pesadilla—. ¿Sabes?, Baby no se pone nunca ninguna ropa. Quiero decir que es extraño y que simplemente se niega, así, de plano. Y Dragón Lady no vendrá si no viene él.

—Puede venir. Si desea ir en pelotas, por mí está bien.

—¿De veras?

—Vosotros venid de la manera que queráis. Traed vuestras luces. Eso es probablemente lo único que les importa.

—No tengo nada para vestirme —dijo Pesadilla—. ¿No se tratará de una fiesta para la que hay que vestirse?

—Yo voy a ir así.

—¿Sabes?, le diré a Baby que tú has dicho que suba a esa fiesta en pelotas. —Pesadilla frunció el ceño—. Probablemente lo hubiera hecho de todos modos. Porque es un hijo de madre auténticamente raro. Quiero decir que anda así por la calle, todo el maldito tiempo. —El fruncimiento de ceño se quebró ante la risa—. Habrá que ver eso. Sí, habrá que ver esa mierda.

—Dentro de tres domingos —dijo Chico.

—¿Quizá será mejor que nos reunamos todos aquí primero? —ofreció Pesadilla.

—De acuerdo. Nos veremos entonces, si no nos vemos antes.

Del clavo colgaba la fotografía enmarcada con el cristal roto. Padre, madre, los dos hermanos y la hermana miraban reprobadores en sus ropas pasadas de moda. Sobre el cristal, con un rotulador negro, alguien había dibujado, cruzando las bocas del muchacho y de la mujer, unos bigotes desproporcionados.

—¡Hey, hola, papi! —saludó Pesadilla al barbudo caballero de la foto—. Chico, me voy. Gracias por la invitación. Se lo diré a la Lady. Esperamos verte todos la próxima vez que corras.

Pesadilla abrió la puerta.

Sus sombras se derramaron sobre los escalones en dirección a la noche.

—Hasta otra. —Pesadilla bajó la suya hasta la acera, saludó con la mano y se alejó.

Chico miró hacia atrás al fondo del pasillo. Todas tres bombillas funcionaban, así como la del cuarto de baño. Supongo que he escogido un buen nido, pensó. Los films de sus pensamientos, colgando más allá de las palabras, se erizaron y arrugaron, hicieron todos los movimientos propios de la más delgada de las películas atrapada por las llamas. Supongo…

Escupitajo salió de la sala de estar.

—Hey, vamos a comer. ¿Sigue Pesadilla por ahí? —Su mano, apoyada contra su pecho, concentraba sus movimientos en torno a la cicatriz.

—No.

—Oh.

Detrás de Chico, la puerta cliqueteó al cerrarse.

—Hubiera podido quedarse —dijo Escupitajo—. Tenemos mucha comida para esta noche…

Chico se dirigió al fondo del pasillo.

Soy un parásito. Nunca me he construido un hogar. Incluso aquí, no he dado instrucciones para que esto se convirtiera en un hogar. En toda mi estancia, aunque nunca recuerdo haber buscado comida, entre estos veinte, veinticinco rostros, siempre ha habido alguno de ellos que se ha ocupado de eso. Me arrastro de lugar en lugar, observando los hogares que se crean o se derrumban a mi alrededor.

Se preguntó qué tipo de fiesta esperaba Calkins.

El aliento brotó de su nariz; era risa.

En el porche de servicio, Chico miró al patio (luz de un fuego en las vigas del techo), se apoyó en el alféizar de la ventana, se echó hacia atrás, saltó:

—¡Yu… piü!

Otros rieron.

—Jesucristo —dijo Cuervo—. ¡Vas a romperte el jodido cuello!

Chico se tambaleó, agónico.

Tres manos acudieron a sujetarle.

Y tres voces:

—¡Hombre, eso tienen que haber sido cinco metros!

—No han sido cinco… ¿tres? ¿cuatro? Toma, Chico, bebe algo. ¿Sabes que hay una maldita tienda de licores justo doblando la esquina, y que nadie ha roto siquiera el escaparate?

—Ahora está roto. Mierda. Vamos a tener que trabajar toda una semana para beber todo ese alcohol.

Chico dio otro paso, sonriendo, entre los escorpiones que lo flanqueaban. El dolor le aguijoneó de nuevo, de pantorrilla a muslo. Me he roto la rodilla, pensó. No. Estará bien en un minuto…

—¿Estás bien, Chico? —Era una de las chicas negras con los pechos desnudos colgando entre colgantes cadenas—. ¡Hombre, me asustaste de muerte cuando apareciste saltando de esa manera!

Chico inspiró de nuevo y sonrió.

—Estoy bien. —Se reclinó en el negro hombro, mientras ella se apartaba de otra chica para sostenerle. Se echó a reír, se tambaleó, se afirmó; y Chico se apartó, dio otro paso, otra inspiración—. Sí, estoy bien. ¿Qué tenemos para comer?

El Destripador, con un abrelatas, estaba arrodillado delante de una lata de extraña forma.

—Una es de jamón cocido. —La lata rezumó gelatina por su etiqueta roja y azul—. Encontramos tres de ellas.

El fuego chisporroteó sobre el fondo de una olla colgada de una tubería encima de un recinto de ladrillos de cenizas.

—¿No funciona el gas en la cocina?

—Sí —dijo Denny, al otro lado del fuego—, pero pensamos que podíamos cocinar fuera.

La primera burbuja de la… ¿sopa? ¿guiso?, gris en el borde de la olla, agitó su reflejo del marco de la ventana del porche y estalló. Otra burbuja ocupó su lugar.

Chico retiró el peso de su cuerpo de su pulsante pierna. Mejor. La flexionó, sintiendo como si la tierna maquinaria de la rodilla y el tobillo estuviera fuera de lugar. Era su pierna calzada. ¿Quizá la suave suela había golpeado contra una roca?

—No eches tu maldita botella en el patio, hombre. ¿No has oído hablar de la polución? Vamos a vivir aquí.

—¡Cállate, o te voy a polucionar a fondo! —dijo una mujer blanca de pelo corto.

—Arroja tu jodida botella al siguiente patio, ¿quieres?

—De acuerdo, de acuerdo…

La luz rió burlonamente en los bucles de su cadena, derramó mates chapoteos sobre la oscura piel, iluminó un orificio encima de un negro labio, depositó hilos de luz en el grasiento pelo cobrizo, resplandeció en el hinchado borde de un ojo sin pestañas, se sumergió en la lana grafito que poblaba un cráneo ovoide.

El Destripador rió y se inclinó y se secó la boca con el puño. La orquídea, colgada de la cadena de su cuello, chispeó brillantes pétalos.

—¡Toma…! —el cuello de una botella golpeó la boca de Chico, cliqueteó contra sus dientes, se clavó en sus encías.

—¡Cristo, hombre! —Chico la apartó de un manotazo—. No quiero maldito vino. —Ése era el sabor que goteaba de su labio inferior; se frotó la boca—. Que alguien me dé algo auténtico.

—¿Quieres esto? —preguntó Denny.

—Sí. ¿Qué es? —Chico bebió y se aclaró la ardiente garganta—. ¿Sabes que cuando tenía tu edad era un jodido adicto al alcohol? Ahora ni siquiera me gusta. —Dio otro sorbo, más pequeño, y le devolvió la botella a Denny—. Pero estaba jodidamente enganchado.

Algunos estaban discutiendo:

—¿Qué vas a hacer ahora con esto?

—Cortarlo a trozos y asarlo en el fuego.

—Puedes comerlo así, directamente de la lata.

—Infiernos, no. Es jamón, hombre. ¡Pillarías la triquinosis!

—¡Hombre, no puedes pillar la triquinosis de jamón en lata!

—Bueno, de todos modos coceré el mío antes de comérmelo.

Alguien pasó tenedores de cocina de mango largo. («Eso está bien. Tengo mi cuchillo de caza.») La burbujeante sopa se derramaba por un lado de la olla. La pierna de Chico estaba casi bien. Se volvió, sonriendo a la oscuridad, mientras los escorpiones le animaban a que comiera un poco de carne. («Hey, que alguien empiece a abrir la otra lata, ¿queréis?») La sopa silbó y chisporroteó en las llamas. Los bordes del anochecer se ablandaron con el licor. Miró de Denny a la botella de Denny.

¡Hey, Chico! —La sonrisa era un pozo de parpadeante podredumbre y plata—. Realmente lo estás dejando bien, ¿eh? Hermoso, sí. Hermoso.

—¡Bueno, voy a ser un jodido hijo de madre! —anunció Chico—. No creí que vivieras otras veinticuatro horas, y mucho menos que te dejaras ver por aquí arriba.

Pimienta abrió una boca como un túnel.

—¡Pero tengo… hambre! —Su barbilla tembló con la última palabra. Agitó una botella de vino en su espigada mano—. Te has montado un nido realmente bonito aquí; y estoy preparado para correr.

—Sírvete tú mismo. —Chico hizo un gesto por encima de las cabezas a su alrededor—. Ve allá y sírvete tú mismo.

Un escorpión muy rubio y de cuadrada mandíbula se abrió camino desde el centro de un grupo de negros (Cuervo, Jack el Destripador, Trepenques, D-t, Araña), se situó detrás de Pimienta y dijo:

—¡Jesucristo…, mierda! —Agarró el flaco hombro de Pimienta—. ¿Qué haces de vuelta por aquí, hijo de madre, culo triste? ¿Por qué no pones tus pelotas fuera de este lugar antes de que yo…?

—Hey, espera… —dijo Pimienta—. ¡Hey…!

Otros, mirando, se movieron hacia un lado. La mujer del pelo corto avanzó unos pasos. Jetadecobre la detuvo con una pecosa mano en su encadenado y enchaquetado hombro.

—Saca tu jodido culo fuera de aquí —dijo el rubio de la mandíbula cuadrada—. Nadie te quiere por aquí para que hediondes el lugar. Ya has sido echado dos veces. ¿Quieres que alguien vuelva a hacerlo?

—¡Hombre, tengo hambre! —se quejó Pimienta—. Chico dijo que podía… —Y, bajo el empuje de la mano, se tambaleó hacia Chico.

Chico retrocedió un paso, aunque, no, sin ninguna palabra acompañando su movimiento. Hizo girar su mano en un arco, y golpeó la nuca de la rubia cabeza tan duramente que su mano hormigueó.

—¡Huaaa…! —le llegó, inexplicablemente de Pimienta, que se deslizó discretamente hacia un lado.

El escorpión al que había golpeado Chico se volvió, el rostro contorsionado.

No, pensó Chico: esta vez con la palabra. Tengo una pierna mala. Estoy medio borracho, ¿y estoy pegándole a la gente? No. Esto va a meterme en problemas.

—¡Déjale solo! —dijo en voz alta.

Los escorpiones se agitaron en silencio.

Sacerdote, arrodillado sobre el jamón cocido, frunció los ojos. Estaba tan cerca del fuego que sus oscuros hombros sudaban.

Chico se dirigió al ceñudo rubio y sujetó su hombro.

—¡Simplemente ve y sírvete algo de comer! —Agitó el hombro del escorpión en amplios movimientos—. Hay para todo el mundo, ¿sabes? —¿Voy a seguir realmente con esto? Chico empezó a reír—. Vamos, dadle un trozo de jamón. —Empujó al escorpión hacia el fuego. Y me daré la vuelta, echaré a andar, y esperaré a que un tenedor se clave en mi espalda.

Chico se dio la vuelta.

Jetadecobre estaba de pie delante de los otros, los brazos cruzados, Cristal a un lado, Escupitajo al otro. La mujer del pelo corto, agitando la cabeza, se alejaba.

Chico avanzó entre ellos, pensando: No puedo decir si van a respaldarme o a saltar sobre mí. ¿Lo saben los demás?

—¿Por qué no vais a buscar vosotros también algo de comer? —Pasó por su lado.

Algo de la tensión se había roto con su risa.

Trepenques dijo:

—¿Tenéis una escudilla o un cazo o algo así?

Jack el Destripador dijo:

—Tenemos bols y tazas y otras cosas. Alguien lavó todos los jodidos platos.

Media docena de personas se acuclillaron juntas al lado del fuego, los hombros lisos como grandes ciruelas prunas, pelo arrugado como grandes ciruelas pasas, manteniendo sus tenedores sobre las brasas, retirando las manos y chupándose bruscamente los nudillos.

Miró una botella.

—¿Quieres un poco de…?

—Sí. —Tomó la botella y dio otro trago—. Gracias. —Y siguió trazando el círculo. Dos estaban besuqueándose debajo de un árbol. Por un momento tuvo la impresión de que ambos eran muchachos.

Dólar alzó su rostro del alborotado pelo de la muchacha.

—Hey, Chico… —Parpadeó a la luz del fuego, su cerdosa barbilla ampollada aquí y allá.

Chico pasó por encima de las botas de Dólar.

—¿Todavía no has cogido nada de comer? —preguntó Denny.

Chico negó con la cabeza.

—Toma esto. Yo iré a buscar más.

La taza estaba caliente, y la sopa se había derramado por los lados.

—Gracias.

—No vamos a coger la triquinosis de ese jamón si no lo asamos, ¿verdad? —preguntó Denny.

—Si sale de una lata —dijo Chico—, ya está cocido.

—Eso es lo que pensé —murmuró Denny.

Bebió un poco; el caldo cosquilleó en su paladar. La sensación tardó unos segundos en reducirse a simple calor.

Buscó, vagamente, a Pimienta o al escorpión que lo había importunado. No pudo descubrir a ninguno de los dos en torno al fuego. Y la gente estaba entrando y saliendo de nuevo de la casa.

Cristal, Escupitajo y Jetadecobre, con una actitud menos formal, pero aún juntos, permanecían de pie a un lado del patio, comiendo jamón y sopa. Chico inclinó su taza.

—¿Puedes oír eso? —preguntó Cristal.

—¿Oír qué?

—Escucha —dijo Escupitajo.

Chico se inclinó sobre la sopa que humeaba hacia su barbilla. El patio estaba lleno de voces.

—¿Qué?

—Ahora —dijo Escupitajo.

Quizá a dos manzanas de distancia, un hombre gritó. El sonido se prolongó, murió al final de un largo aliento y empezó de nuevo, esta vez quebrado y tembloroso.

—¿Quieres ir a echar un vistazo? —Jetadecobre se metió en la boca otro pedazo de jamón. Una línea de grasa relucía desde la comisura de su boca hasta su barba.

—No —dijo Chico.

—Tú eres el gran héroe, hombre —dijo Jetadecobre—. ¿No deseas ir a ayudar a un caballero en apuros? —Jetadecobre se echó a reír.

—No, yo…

El hombre gritó de nuevo.

Momentáneamente, Chico imaginó a ellos cuatro horadando la noche más allá del fuego, cruzando oscuras calles, con el ulular llenando la noche a su alrededor.

—No, no lo deseo. Ya he dado de comer a Pimienta. Ésa es mi heroicidad por esta noche. —Sorbió ruidosamente y caminó de vuelta entre los escorpiones reunidos en torno al fuego. Cuando los vecinos están chillando… El pensamiento cruzó por su mente, pero no pudo recordar qué venía a continuación.

—Hey, Chico. ¿Quieres usar mi tenedor?

Era el escorpión rubio que había intentado echar a Pimienta.

—Gracias. —Era un tenedor de mango largo con tres puntas. Chico pinchó un trozo de jamón y se acuclilló junto al fuego. Frunció los ojos ante las llamas. En su intento de beber la sopa, derramó más sobre su mano de la que entró en su boca. E incluso pese al largo tenedor, sus nudillos acumulaban un calor doloroso. El escorpión rubio, acuclillado al lado de Chico, observó la carne burbujear y tostarse.

—Gracias por el tenedor —dijo Chico de nuevo al cabo de unos minutos, y dio un nuevo sorbo de su taza.

El grito había cesado.

O había demasiado ruido para oírlo.