I

—Acabamos de salir del Resorte, ca’itán. ¿Ustedes dos siguen borrachos?

La voz de Rydra:

—No.

—¿Eh? Carnicero, ¿ha sufrido ella otro de sus ataques?

La voz del Carnicero:

—No.

—Los dos suenan más raros que el demonio. ¿Debo enviar a Control ’ara que les eche una mirada?

La voz del Carnicero:

—No.

—Está bien. De ahora en más es un vuelo fácil, y ’uedo acortar el viaje en un ’ar de horas. ¿Qué me dicen?

La voz del Carnicero:

—¿Qué tenemos que decir?

—’rueben de decir «gracias». ¿Saben?, me estoy rom’iendo la es’alda aquí abajo.

La voz de Rydra:

—Gracias.

—Me alegra, me ’arece. Los dejaré solos. Eh… siento si interrum’í algo.

II

¡Carnicero, no lo sabía! ¡No podía saberlo!

Y en el eco, sus mentes se fundieron en un grito: No podía… no podía. Esta luz.

Se lo dije a Brass, le dije que debías hablar algún lenguaje que no tuviera la palabra «yo», y le dije que no conocía ninguno; pero sí había uno… ¡el más obvio, Babel-17!

Sinapsis congruentes se estremecieron armónicamente, hasta que las imágenes se fijaron y ella empezó a crear fuera de sí misma, lo vio…

… En el solitario confinamiento de Titin, rascando en la pintura verde de la pared un mapa con su espolón, encima de las obscenidades palimpsésticas de los prisioneros de dos siglos: un mapa que ellos seguirían cuando él se escapara, un mapa que los conduciría en la dirección equivocada; lo vio caminar durante tres meses, ida y vuelta por ese espacio de un metro y medio, hasta que su cuerpo de un metro noventa llegó a pesar cincuenta y un kilos y él se desplomó en las cadenas de la desnutrición.

Trepó del pozo a través de una triple cuerda de palabras: desnutrir, destrozar, desdeñar; colapsar, confrontar, colectar; cadenas, cambio, casualidad.

Él colectó sus ganancias de manos del cajero y estaba a punto de caminar a través de la alfombra parda del Casino Cósmico en dirección a la puerta, cuando el croupier negro le bloqueó el paso, sonriendo ante la enorme valija de dinero.

—¿Le gustaría intentarlo una vez más, señor? ¿Algo que fuera un desafío a su habilidad de jugador?

Lo llevaron hasta un magnífico tablero de ajedrez 3-D, con piezas de cerámica esmaltada.

—Juego en contra de la computadora de la casa. Por cada pieza que pierda, pierde mil créditos. Cada pieza que gane le reporta la misma cifra. Los jaques valen quinientos créditos. El jaque mate le reporta al ganador cien veces el costo de las piezas, tanto para usted como para la casa.

Era un juego para poner parejas sus ganancias exorbitantes… y sus ganancias habían sido exorbitantes…

—A casa y llevar ahora este dinero —le había dicho al croupier.

El croupier sonrió y le dijo:

—La casa insiste en que usted juegue.

Ella observó, fascinada, mientras el Carnicero se encogía de hombros, se volvía hacia el tablero… y le daba jaque mate a la computadora en siete tontas jugadas. Le dieron su millón de créditos… y trataron de matarlo tres veces antes de que llegara a la puerta del casino. No tuvieron éxito, pero el deporte había sido más satisfactorio que el juego.

Observándolo funcionar y reaccionar en estas situaciones, la mente de ella se estremeció dentro de la de él, acomodándose a su placer o a su dolor, emociones extrañas porque no tenían yo, eran inarticuladas, mágicas, seductoras, míticas.

Carnicero… —se las arregló para interrumpir los círculos— …si comprendías Babel-17 —y las preguntas se arremolinaban en el cerebro de ella, enloquecido—, ¿por qué lo utilizaste solamente en forma gratuita para ti mismo, en una noche de juego, en el asalto a un banco, cuando un día más tarde perderías todo y ni siquiera intentarías guardar las cosas para ti mismo?

—¿Quién es yo mismo? No había «yo».

Ella lo había penetrado a él, una forma invertida de la sexualidad. Rodeándola, él agonizaba.

¡La luz… qué haces! ¡Qué haces! —era su grito aterrado.

Carnicero —dijo ella, más experta en estructurar palabras en situaciones de violencia emocional—, ¿qué aspecto tiene mi mente adentro de la tuya?

Un brillo, un brillo que se mueve —bramó él, bajo la analítica precisión de Babel-17, cruda como la piedra para articular su fusión, construyendo tantas estructuras, reformándolas.

Eso es sólo por ser poeta —explicó ella, mientras la conexión momentáneamente oblicua sesgaba la corriente principal—. Poeta en griego significa hacedor o constructor.

—¡Ahí hay una…! Hay una estructura. ¡Ahhhh…! ¡Es tan brillante, tan brillante!

¿Esa simple conexión semántica? —ella estaba atónita.

—Pero los griegos fueron poetas hace tres mil años, y tú eres poeta ahora. Unes palabras tan distantes, que sus estelas me enceguecen. Tus ideas son fuego, sobre formas que no puedo captar. Suenan como una música tan profunda que me estremece.

—Eso es porque nada te ha estremecido antes. Pero me siento halagada.

—Eres tan grande adentro de mí que me romperé. Veo la estructura llamada La Conciencia Criminal y la Artística fundiéndose en la misma cabeza con un lenguaje común…

—Sí, había empezado a pensar algo como…

—Flanqueándola, formas llamadas Baudelaire… ¡Ahhh!… y Villon.

—Eran antiguos poetas fran…

—¡Demasiado brillante! ¡Demasiado brillante! El «yo» en mí no es lo suficientemente fuerte para contenerlos. Rydra, cuando yo miro la noche y las estrellas es un acto pasivo, pero tú eres activa aun cuando contemplas y dibujas un halo alrededor de las estrellas con llamas más luminosas.

—Cambias todo lo que percibes, Carnicero. Pero debes percibirlo.

—Debo… la luz; en medio de ti veo al espejo y el movimiento fusionados, y las imágenes se mezclan y rotan, y todo es elección.

¡Mis poemas! —era el pudor de la desnudez.

Definiciones de «yo», cada una grande y precisa.

Ella pensó: I / Aye / Eye,[4] el yo, el de los marineros, el órgano de la percepción visual.

Él empezó:

—You…

You / Ewe / Yew,[5] el otro yo, una oveja hembra, el símbolo vegetal con que los celtas representaban a la muerte.

—… enciendes mis palabras que sólo alcanzo a vislumbrar. ¿Qué es lo que estoy rodeando? ¿Qué soy yo, que te rodeo?

Siempre observando, ella lo vio cometer crímenes, asaltos, mutilaciones, todo porque la validez semántica de mío y tuyo estaba destrozada en una cadena de sinapsis destruidas.

—Carnicero, la escucho resonar en tus músculos: la soledad, esa soledad que te hizo convencer a Jebel de que rescatara al Rimbaud tan sólo para tener cerca a alguien que hablara este lenguaje analítico; la misma razón por la que trataste de salvar al bebé —susurró Rydra.

Las imágenes se entrelazaron en su cerebro.

La hierba alta susurraba junto a las cañas; las lunas de Aleppo nublaban la noche. El llanomóvil zumbaba, y con medida impaciencia el Carnicero encendió el emblema rubí que estaba sobre el volante rozándolo con la punta del espolón izquierdo. Lili se retorcía al lado de él, sonriendo.

—¿Sabes, Carnicero? Si Mr. Big supiera que me has traído hasta aquí con una noche tan romántica se pondría muy hostil. ¿De veras vas a llevarme contigo a París cuando termines aquí?

Una innominada calidez se mezcló con impaciencia. El hombro de ella estaba húmedo bajo la mano de él, sus labios muy rojos. Se había recogido el pelo de color champagne sobre una oreja. El cuerpo de ella junto al suyo, se movía ondulante con la excusa de volver el rostro hacia él.

—Si me estás engañando con lo de París, se lo contaré a Mr. Big. Si fuera una chica lista, esperaría que me llevaras allí antes de permitir que… intimáramos.

Su aliento era perfumado en la noche. Él hizo correr la otra mano por encima del brazo de ella.

—¡Carnicero, sácame de este mundo caliente y muerto! ¡Pantanos, cavernas, lluvias! Mr. Big me asusta, Carnicero. Llévame lejos de él, llévame a París. Por favor, no finjas. Deseo tanto ir contigo… —sonrió nuevamente—. Creo que… después de todo, no soy una chica lista.

Él cubrió la boca de ella con la suya… y le quebró el cuello con un solo movimiento de las manos. Con los ojos aún abiertos, ella cayó hacia atrás. La jeringa hipodérmica que había estado a punto de clavar en el hombro de él cayó de su mano, rodó sobre la consola y descendió hasta los pedales. Él la llevó hasta el cañaveral y regresó cubierto de lodo hasta los muslos. Al sentarse conectó la radio.

—Está listo, Mr. Big.

—Muy bien. Estuve escuchando. Puedes recoger tu dinero en la mañana. Fue muy tonta al tratar de traicionarme con esos cincuenta mil.

El llanomóvil se deslizaba, la brisa cálida secaba el lodo de sus brazos, la alta hierba siseaba contra los deslizadores…

¡Carnicero…!

—Pero ése soy yo, Rydra.

—Lo sé. Pero yo…

—Tuve que hacerle lo mismo a Mr. Big dos semanas más tarde.

—¿Adónde le prometiste llevarlo?

—A las cavernas de juego de Minos. Y una vez tuve que agazaparme…

… Aunque era el cuerpo de él el que se agazapaba bajo la luz verde de Kreto —respirando con la boca muy abierta para evitar todo ruido—, era la ansiedad de ella, su miedo controlado. El embarcador de uniforme rojo se detiene y se enjuga la frente con un paño. Él se adelanta rápido, le da un golpecito en el hombro. El embarcador se da vuelta, sorprendido, y las manos se alzan, los espolones abren el vientre del embarcador, que se derrama sobre la plataforma, y después él corre, suenan las alarmas, salta por encima de los sacos de arena, arrebata la cadena y la estrella contra el rostro sorprendido del guardia que está del otro lado y que se ha vuelto para mirarlo con los brazos abiertos por la sorpresa…

… salí al aire libre y me escapé —le dijo él—. El rastro falso funcionó y los Rastreadores no pudieron seguirme más allá de las fosas de lava.

—Abriéndote de arriba abajo, Carnicero.

—¿Todo el tiempo abriéndome a mí?

—¿Te hace daño, te ayuda?

—No lo sé.

—Pero no había palabras en tu mente. Hasta Babel-17 era como el ruido cerebral de una computadora dedicada a un puro análisis sináptico.

—Sí. Ahora empiezas a entender…

… de pie, temblando en las rugientes cuevas de Dis, donde había estado enterrado durante nueve meses, se había comido todos los alimentos, después al perro de Lonny, después al mismo Lonny —que se había congelado hasta morir tratando de escalar el hielo—… hasta que de repente el planetoide hizo un arco y salió de la sombra de los Cíclopes, y el resplandeciente Ceres ardió en el cielo de modo tal… que en cuarenta minutos la cueva se inundó, y el agua del hielo que se fundía le llegó a la cintura. Cuando logró liberar su platillo aéreo el agua ya estaba tibia, y él bañado en sudor. Se remontó a velocidad máxima durante las primeras dos millas de penumbra, conectando el piloto automático un momento antes de desmayarse a causa del calor. Se desmayó diez minutos antes de entrar en Gotterdammerung.

—Desmáyate en la oscuridad de tu perdida memoria, Carnicero; debo hallarte. ¿Quién eras antes de Nueva-Nueva York?

Con suavidad, él se volvió hacia ella.

—¿Tienes miedo, Rydra? Como antes…

No, no como antes. Me estás enseñando algo, y ese algo está sacudiendo toda mi imagen del mundo y de mí misma. Antes tenía miedo porque creía que no podía hacer lo que tú hacías, Carnicero… —la llama blanca se hizo azul, protectora y temblorosa—. Pero en realidad, tenía miedo porque sí podía hacer todas esas cosas, y por mis propios motivos, no por tu carencia de motivos; porque yo soy y tú eres. Soy mucho más grande de lo que creía ser, Carnicero, y no sé si agradecerte o maldecirte por habérmelo enseñado.

Y algo lloraba dentro de ella, tartamudeaba, se aquietaba. Se volvió hacia los silencios que había tomado de él, temerosamente, y en los silencios algo esperaba que ella hablara, sola, por primera vez.

—Mírate a ti misma, Rydra.

Reflejada en él, ella vio, creciendo en su propia luz, una sombra sin palabras, sólo ruidos… ¡creciendo! Y gritó con su nombre y forma. ¡Los paneles de circuitos destrozados!

—Carnicero, ¡esas cintas que sólo podían haber salido de mi consola mientras yo estaba allí! Por supuesto…

—Rydra, podemos controlarlos si podemos nombrarlos.

—¿Cómo podemos, ahora? Tenemos que nombrarnos a nosotros mismos primero. Y tú no sabes quién eres.

—Tus palabras. Rydra, ¿no podemos usar de algún modo tus palabras para descubrir quién soy?

Mis palabras no, Carnicero. Pero tal vez las tuyas, tal vez Babel-17. No. Yo soy —susurró ella—, créeme, Carnicero, y tú eres.

III

—Cuartel General, capitán. Eche un vistazo con el casco sensorio. Esas redes de radio parecen fuegos artificiales, y las almas corpóreas me dicen que huele como corned beef con huevos fritos. Ah, gracias por haber mandado a limpiar un poco. Cuando estaba vivo padecía de una tendencia a la alergia que nunca logré superar.

La voz de Rydra:

—La tripulación desembarcará con el capitán y el Carnicero. La tripulación los llevará hasta el general Forester y no permitirá que se los separe.

La voz del Carnicero:

—Sobre la consola de la cabina del capitán hay una cinta grabada que contiene la gramática de Babel-17. Control enviará inmediatamente esa cinta al doctor Markus T’mwarba, de la Tierra, por correo especial. Después informará por estelarófono al doctor T’mwarba acerca del envío de la cinta, de sus contenidos, y de la hora del envío.

—¡Brass, Control! ¡Allí arriba pasa algo! —la voz de Ron interfirió con la señal del capitán—. ¿Alguna vez los oyeron hablar así? Hey, capitán Wong, ¿qué ocurre…?