Capítulo 22

—¿QUÉ planeas hacer con los dibujos, amor? Tus dibujos de la orgía que no me incluyen. Mientras el carruaje avanzaba, Marcus desató el gran nudo en la garganta de Venetia y le quitó el sombrero.

Deseaba que ella alejara sus pensamientos del horror que había experimentado. Quería deshacerse de sus propias memorias, del rugir de la pistola, de la explosión cuando la bala desgarró el cuerpo de Polk, del abrumador temor de perder a Vee que, temor que aún lo perseguía...

Él sólo conocía una manera de hacerlo.

Los brillantes ojos verde esmeralda de Venetia brillaron al mirarlo, el mismo hermoso color que la frondosa vegetación primaveral que se mecía del otro lado de la ventana del carruaje.

—No tengo ni idea —admitió suavemente—, la verdad es que disfruto de la pintura erótica. Tengo que crear las historias, adoro hacer que los dibujos sean sensuales, hermosos y excitantes. He estado atrapada toda mi vida, negando quién soy, intentando ser una mujer virtuosa. Ahora deseo ser libre.

—¿Y exactamente cómo deseas ser libre? —Arrugó la frente al notar la incertidumbre y el alivio en su rostro. —¿Qué necesitas, Vee?

—Sólo necesito ser honesta —se volvió y le posó las manos sobre los muslos, y la intimidad de la caricia hizo que el corazón de Marcus diera un brinco.

Ahora nunca permitirías que pinte el retrato de tu sobrino —dijo—, nunca me ayudarías a comenzar una carrera en Londres. Siempre pensé que los libertinos no podían ser reformados pero soy yo, la que no puede cambiar. Nunca supe quién era... una dama correcta o una artista bohemia. Ahora lo sé. Tú me lo has mostrado.

Él le sostuvo cuidadosamente el mentón. —¿Quién eres entonces, cariño? Creo que eres una tentadora mezcla de ambas.

Los labios de Venetia se extendieron en una sonrisa comprometedora —eso es lo que siento en mi corazón. Soy un poco de ambas...

—Lo mejor de ambas —la interrumpió, hablando con el corazón.

Ella se sonrojó, una imagen cautivante. Él no pudo evitar reír suavemente cuando ella inclinó el mentón. —Gracias —dijo.

—Pintar es parte de tu alma. —Le desató los lazos de la capa y se la retiró de los hombros—. Tu talento es una parte muy importante de ti. Y deseo que seas libre.

—¿Pero cómo podré? Es imposible.

Él le desabotonó el abrigo. Ninguna sorpresa. Quedaron a la vista dos perfectos pechos color marfil que culminaban en rosados pezones erectos. Besó el abultamiento de los pechos, consciente del sobresalto que sintió en su pene.

—Pienso que debemos rodear Londres en un carruaje cerrado, contigo desnuda bajo la capa. Mi tesoro secreto —dijo. Le tomó el pezón izquierdo con los labios y rozó la superficie aterciopelada. El gemido de Venetia lo electrizó.

Le alzó la blanca falda, dejando al descubierto las correctas medias, las bragas color marfil pálido. Enganchando el elástico con los dedos, las deslizó hacia abajo de las piernas y se las quitó. Subió las manos para acariciarle la sensible parte interna de los muslos y los ensortijados cabellos del pubis, la vulva caliente.

Venetia se ocupaba de los botones del pantalón de Marcus. Le liberó el pene, y el placer y la necesidad lo poseyeron.

Se abrió el chaleco y la camisa. —Móntame— le instó. Se rodeó el pene con el puño para mantenerlo firme, la sostuvo mientras se dispuso sobre él, con la vagina mojada y presta. La piel de Venetia parecía satén caliente bajo las caricias. Con un suspiro profundo, ella se desplomó. La vulva lo envolvió hasta la base, presionó contra las ingles.

Hacia arriba y hacia abajo, ella cabalgó.

—Despacio —murmuró él—. Quítala. Tortúrame.

Así lo hizo, con los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás en éxtasis. Se elevó hasta que sólo la punta quedó dentro, luego se deslizó hacia abajo, intentando controlar los músculos para moverse en una lenta agonía.

El calor le inundó el falo, excitándolo increíblemente.

—Te henchiste dentro de mí, más grande, más grueso.

Su asombro lo hizo reír. Nunca había sido así, tan íntimo, con ninguna otra que no fuese Vee. —Ahora hazme lo que te plazca— la invitó.

Esperaba movimientos frenéticos, pero ella lo tomó de los hombros y hundió la vulva hasta el fondo, sin levantarse. Frotó fuerte y apremiantemente, moviéndose hacia adelante y hacia atrás, dando agudos gritos de placer.

Si ella deseaba que fuese duro, fuerte y profundo, estaba gozoso de obedecer. Elevando las caderas, hundiendo más el pene, la alzó en el aire.

Ella cerró las manos sobre su pecho, apretó los dedos. Su cabellera se sacudía mientras lo montaba, desenfrenada, sin control. Esta era su licenciosa artista, una mujer por momentos excitante, o cautivante, llevándolo al éxtasis. Le pellizcó fuertemente las tetillas. Su rostro era una máscara de hambrienta necesidad. Se mordió los labios.

Era salvaje. Apasionada.

Le pertenecía.

—¡Oh Dios!

Le clavó las uñas. Su cuerpo se sacudió sobre él, luego se desplomó hacia adelante. Su cabello flameó en el aire hasta abofetear el rostro de Marcus. Sintió los jugos fluir alrededor de su pene. Latiendo salvajemente, su vulva fuertemente aferrada a él. Lo encendía.

De un empellón, le introdujo el pene por completo y gimió cuando liberó la primera descarga de semen antes de que el resto saliera como un torrente. La oscuridad se apoderó de él y oyó gritos roncos y guturales. Luego melodiosos suspiros femeninos. Luego su fuerte respiración, los jadeos desesperados de ella, el traqueteo de las ruedas del carruaje.

Algo suave como el satén le presionó el pecho, haciéndolo suspirar. Eran las manos de Venetia. Ella alzó la cabeza. —Gritaste tan fuerte...

Él le retiró las manos, tomó aire. —Casi me matas, cariño.

—¿Sí? —miró sorprendida y, luego, resplandeciente de orgullo. La picara joven meneó las caderas.

Ella sujetó. —No, no, amor. Estoy demasiado sensible.

Pero ella continuó moviéndose, llevándolo a un grado de placentera agonía que nunca había conocido. A cualquier otra mujer la habría retirado instantáneamente, pero permitió que Vee jugara. Y ella lo llevó al borde explosivo del deseo y el dolor. Su cerebro latió por la sensación y su pene volvió a endurecerse.

Ella no podía entender cuan intenso era, pero él se forzó a no detenerla, cautivado.

Moviendo las caderas en un círculo sensual, jugueteó con él, con los verdes ojos encendidos de poder. Las ceñidas paredes de la vulva, calientes como fuego, acariciaron el miembro henchido, moviéndolo hacia adelante y hacia atrás. Ella le pellizcó las tetillas nuevamente, y el placer se esparció desde aquellas doloridas protuberancias hasta su grueso pene.

A él no le importaba si lo mataba.

—Fóllame Venetia —imploró—, fóllame fuerte otra vez. Empuja tu vulva hacia mí. Clávame las uñas. Dámelo.

El sonido del lujurioso golpeteo de la empapada vagina ciñendo el rígido miembro llenó el carruaje, la mente y el alma de Marcus. Ella le arañó el pecho y los hombros. Deslizó las afiladas uñas hacia el cuello y él comenzó a follarla como un salvaje. Se aferró a los pechos una vez más y embistió contra ella. Repitió su nombre como poseído.

Ella le contestó gritando el suyo. Contestaba a su brutal embestida con una cadencia que amenazaba con volarle los sesos. Tenía que hacer que ella se corriera, hacerla explotar. Desesperado, medio enloquecido de placer, deslizó la mano hacia abajo entre los cuerpos unidos.

Tan fuera de control como él, ella cabalgó fuertemente, se llenó de él. Frotó el clítoris contra los dedos doblados.

El pene corría peligro de explotar, de deshacerse a causa de su próximo clímax, pero no le importaba. Necesitaba ir más profundo, follar con fuerza.

—Quiero hacer que te corras —musitó—, quiero que te corras tan fuerte que explotes sobre mí.

Ella gritó, se meneó sobre él. —Es tan intenso. ¡Tan, tan, tan maravilloso!

Repitió su nombre, una y otra vez con cada embestida. Él la observó, con la boca seca, la garganta quemándole y el cuerpo empapado de sudor mientras ella lo montaba. Desesperado, luchó por controlarse. La haría correrse antes de ceder. Se hallaba al borde, esclavo de su incipiente orgasmo, de la necesidad de correrse, pero demonios, primero la complacería.

La victoria fue suya en el momento en que ella arqueó la espalda y gritó. Una mirada a sus bamboleantes pechos, al rostro agónico, lo llevaron al límite.

El orgasmo lo recorrió como un disparo de cañón. Se le unió en el salvaje placer, arrasado y debilitado. Pestañeó y abrió los ojos, viendo aún manchas de colores, asombrado por el poder de Venetia.

Liberación mutua. Alegría perfecta. Demonios, le encantaba.

Se desplomó sobre él, igual de exhausta. Riendo, él le acarició la espalda. El vestido estaba caliente y húmedo. —¿Cómo sobrevives a los orgasmos múltiples, mi amor?

Su dulce y suave risilla lo recorrió. —Hay veces en que casi no logro sobrevivir —admitió.

Venetia sintió un cambio en Marcus, una tensión en su cuerpo. Él deslizó una mano por su húmedo, ensortijado cabello. La sonrisa que generalmente tenía luego del clímax, una sonrisa encantada, asombrada y presumidamente masculina, desapareció. En sus ojos no se reflejaba la pesada pereza tras la dicha. Su expresión se tornó seria.

El sobrecogedor encanto de Venetia se esfumó. Se incorporó sobre su regazo ¿Qué sucedía?

Intensa, solemne, su mirada se posó en la de ella. —Nos casaremos, Vee.

Ella pestañeó —¿C... casarnos? —Perpleja y confundida continuó— Casarnos. Pero... no. Por supuesto que no.

—¿No, por supuesto que no? —él también pestañeó, como si no comprendiera—. Lo haremos. Te he robado la virginidad, cariño. Ofrecer matrimonio es lo que un caballero hace.

Ella comprendió. Su padre no se había comportado como un caballero, provocó que una joven se quitara la vida. Había cometido incesto.

—No puedo... no. No te forzaré a casarte por obligación, Marcus. La idea es ridícula. Eres un conde. Los condes no desposan artistas ilegítimas—. Se echó el ensortijado cabello negro hacia atrás.

—No es ridícula. Insisto en el matrimonio. No ignoraré mi responsabilidad...

Ella se retiró de su regazo, sentándose junto a él. Con dedos temblorosos intentó abrocharse los botones. —No soy tu responsabilidad ¡No necesito que me rescates! Y me resisto a contraer matrimonio por una cuestión de honor.

Pero incluso cuando protestaba, sabía la verdad. Ella deseaba casarse con él. Eso era lo demencial de todo esto. ¿Dormir con él cada noche? ¿Despertar cada mañana junto a él? Tener un hijo suyo...

A él lo motivaba sólo el honor. ¿Ella, una condesa? Imposible. Si él la presentaba a la alta sociedad como su prometida, las matronas la devorarían como los animales de carroña. En Maidenswode, había visto cuan mezquinas, vengativas y crueles podían ser las damas correctas. Si descubrían que era la hija de un pintor erótico...

Él la cogió del mentón. —Nos casaremos.

Ella le retiró la mano. No obligaría a un hombre a contraer matrimonio por haberle hecho el amor; además, Marcus se hallaba más atrapado en sus costumbres libertinas de lo que ella jamás había estado.

No compensaría un trágico error con otro. No necesitaba el matrimonio. Podía volver al campo donde nadie sabría que había entregado su virginidad, y su corazón, al magnífico conde de Trent en una orgía.

—Vee ¿Qué pasa si ya hay un niño en camino? —le preguntó.

Esa llamada de atención la detuvo en seco. En el fragor de quererlo en su cama había olvidado las consecuencias de hacer el amor. Pero ¿qué era mejor para un niño? ¿Un matrimonio por obligación o una madre determinada a criarlo sola?

Venetia se quedó mirando impotente el apuesto rostro de Marcus, que parecía más severo, más resuelto.

No podía ver sus emociones. Ella debía elegir, tomando en cuenta sus ejemplos, qué infancia había sido la más feliz. No podía.

—Creo que podríamos tener un matrimonio feliz —continuó él— somos amantes y amigos.

Pero no había mención del amor. ¡Amor! El amor no haría ninguna diferencia en lo que eran. Pero ella deseaba oír la palabra de sus labios. Quería eso, cándidamente. Aguardo, sin poder respirar. Esperó esas palabras.

—No hace mucho que nos conocemos pero creo que nos podríamos llevar bien. Podríamos ser más felices que mis padres. Estoy seguro.

Pero no habló de amor.

Venetia meneó la cabeza. —No creo en el deber y en hacer lo correcto, Marcus. Preferiría ser independiente que estar atrapada. La sociedad se reiría de mí... de nosotros. Y lo que es peor, dañaría a tu familia. Desposarme lastimaría a tu hermana y a tu sobrino.

El comentario lo frenó. —Mi elección no debería tener consecuencias sobre Min.

—Pero así es y lo sabes. Marcus, tu deber debe ser para con tu familia.

—Obstáculos —la interrumpió—. Un conde puede sortear los obstáculos para obtener lo que desea.

La sorprendió —¿Me deseas tanto? Pero incluso un conde no puede evitar el escándalo tan fácilmente. Presintió que él lo sabía. Había venido a una orgía para salvar a su familia del escándalo. Ella se percató de que había temido fracasar.

—¿Me quieres? —le preguntó.

Querer. No amar. Ella le había temido al amor. Su libertino padre le había roto el corazón a su madre porque lo amaba irremediablemente. Pero ahora Venetia temía la existencia sin la compañía íntima, la prefecta amistad y la pasión que había encontrado con Marcus. Podía aceptar... pero eso le arruinaría la vida. —Tú me has salvado, Vee.

—Con la trementina...

—Contigo. Con todo lo tuyo. Tu valor. Tu corazón. Tu sensualidad. Tu valentía en una sociedad que se deja llevar por reglas ridículas. Quiero que me salves de la infelicidad endemoniada y solitaria. Me pasé una vida buscando la disipación que me hiciera olvidar lo que no tenía. Nunca podré olvidarte, Vee. Quédate conmigo. Sé mía.

Su familia, la familia que significaba tanto para él, quedaría destruida por su elección. Humillados. Pero ella lo quería. Lo amaba.

Intentó deshacerse de los recuerdos de su madre. La soledad de su vida mientras esperaba esas pocas visitas clandestinas con Rodesson. Las posteriores lágrimas, cuando se iba de Londres y dejaba al hombre que desesperadamente amaba.

—Yo... ¿deseas que sea tu amante? —Venetia intentó no pensar en cómo sería cuando Marcus se casara, ya que merecía casarse por amor.

Amante. Marcus la miró fijamente. No podía creer que eso fuera lo que ella deseaba. Sus ojos se veían tan inciertos. ¿Acaso ella temía una negativa o detestaba ofrecerse como una mera amante?

Él sólo sabía una cosa. La necesidad de proteger a Vee se había convertido en ansias de poseerla. Tenerla por siempre.

Ella había dicho «no» a su propuesta de matrimonio y su maldito corazón le había dolido como si nunca fuese a sanar.

Amante. Si se convertía en su amante, podría comprarle una casa, bellos vestidos, un carruaje magnífico, todo lo que ella deseara. Podría dormir con ella por la noche, despertar junto a ella en la mañana.

La quería. La necesitaba. Más que a nada. Más que la aprobación de su padre. Más que el afecto de su madre.

—Eso te arruinaría a los ojos de la sociedad. Y destruiría las posibilidades de tu hermana de un matrimonio feliz y gratificante —él sintió el corazón tan pesado y negro como un trozo de plomo.

Vee se echó hacia atrás en el asiento y volvió la cabeza hacia la ventana. Estaban en la cima de una colina, y el verdor besado por el sol de la campiña inglesa se extendía debajo de ellos. —Entonces —le tembló la voz— ... entonces es imposible.

*****

Ella se hallaba recostada sobre algo firme y tibio. Retozando mientras despertaba, Venetia descubrió un bulto duro que le presionaba el trasero. La cabeza rebotaba en el asiento de terciopelo. Se despabiló y descubrió que se encontraba recostada sobre Marcus, con el trasero rebotándole en el regazo. Estaba cubierta con la capa y él la sostenía de la cadera para mantenerla firme.

Intentó incorporarse. Él la cogió de la mano y la ayudó. Los faroles de la calle iluminaban las afueras de Mayfair, esferas de luz difusa en la niebla nocturna.

—¿Deseas ver a tu padre antes de ir a casa?

El sueño se desvaneció instantáneamente. ¡Su padre! No había recibido noticias de ella, no tenía idea de que Lydia Harcourt estaba muerta y que sus secretos eran tan sólo cenizas. Pero Venetia no pudo hablar por la presión en la garganta. Sólo pudo asentir con la cabeza.

Imposible. Marcus la quería, ella lo quería a él, pero era imposible.

La calle de su padre, el límite del mundo elegante, estaba atestada de carruajes que se dirigían velozmente hacia majestuosas fiestas. Se quitó su capelina, dejó caer el velo.

—Gracias —cuan impropio es todo esto. ¿Pero qué otra cosa podía ella hacer? ¿Llorar? ¿Revelar el amor que sabía que no debería sentir por él? ¿Hasta qué punto? —Puedo contratar un carruaje que me lleve a casa.

El carruaje se detuvo. Oyó el sonido de las botas del sirviente en la calle y se puso de pie, lista para partir.

Marcus también se puso de pie, agachado en el carruaje de techo bajo. —No pedirás ningún maldito carruaje. Voy contigo.

Antes de saber lo que hacía, lo empujó para hacer que se sentara. Pero él permaneció de pie, inamovible, sus manos le presionaron el pecho. —¿Tienes la intención de gritarle? —Suspiró— ¿Por lo de mi carrera?

—Pienso que necesita saber exactamente por lo que tuviste que pasar para salvar a la familia de la cual él, debería ser responsable.

Mientras Marcus la ayudaba a descender del carruaje, descartaba bruscamente cada ruego. Ni siquiera las lágrimas lograron conmoverlo. Le rodeó la cintura con el brazo y la condujo firmemente a la casa. Pensó en lo que había dicho el médico. «Está mejorando, y si toma precauciones, se recuperará por completo.»

¿Acaso el enojo de Marcus le causaría otro ataque a su padre? Si Marcus lastimaba a su padre ¿Podría ella ayudarlo, componer la situación, hacer que todo estuviese mejor nuevamente?

Siguieron al mayordomo hasta la recámara de su padre, donde aún descansaba, Venetia se detuvo en el umbral. Sorprendida. Una mujer se hallaba sentada en una banqueta junto a la cama. Llevaba un vestido azul oscuro. Los rizos blancos arreglados en la parte superior de la cabeza. La mujer sostenía la mano de Rodesson. Venetia sintió una ira tonta, por qué Rodesson se hallaba con una mujer... hasta que la mujer se dio la vuelta.

—¿Madre?

Los ojos verdes de Olivia Hamilton se agrandaron. —¿Venetia? ¿Dónde has estado? Charles me dijo que no tenía idea de dónde estabas.

Venetia sintió la mano de Marcus deslizarse sobre sus hombros. La condujo hasta el interior de la habitación, luego la rodeó.

—Señora Hamilton —se inclinó mientras la madre de Venetia, boquiabierta, se ponía de pie. Le echó una mirada al padre, una mirada autocrática—. Rodesson.

Su padre, apoyado en unas almohadas, tenía color en las mejillas, y los ojos le brillaban de energía y vida.

Venetia reunió valor. —Madre, te presento al conde de Trent.

Frente a la expresión atónita de Olivia, Venetia temió que fuese a sufrir un ataque al corazón.

—¿De qué se trata esto, Venetia? ¿Qué estás haciendo con Trent? —rugió su padre.

Venetia reparó en la vestimenta inusual de su padre. Su camisa de noche tenía volados y llevaba un pañuelo brillante atado al cuello, como un gitano. —Por favor no te molestes, padre.

—Le ruego que tome asiento, madame —interrumpió Marcus, dirigiéndose a la madre—. Creo que es hora de que ambos sepan exactamente lo que Venetia hizo para protegerlos.

—No hay necesidad —gritó Venetia, pero sus padres hablaron de inmediato.

—¿Protegernos? Venetia. No entiendo.

—Ah, jovencita ¿Qué has hecho ahora? —el dolor y la culpa marcaron el rostro de su padre.

Venetia abrió la boca para protestar, los había estado rescatando después de todo, cuando Marcus insistió: —Necesitan saber.

Repentinamente Venetia decidió que quería que supiesen. Estaba cansada de secretos. Cansada de tomar precauciones. Se dejó caer en una silla junto al hogar de leña de su padre. —Oh, bien. ¡Cuéntales!

Con su profunda voz magnética, Marcus la pintó como una heroína, una mujer que había ido a una orgía y se había arriesgado al escándalo, una mujer que había seguido a un asesino, una mujer que se había salvado de la muerte cierta. Al finalizar el relato, ella se sitió orgullosa de sí misma.

Hasta que su madre gritó: —¡Una orgía!

Era obvio que su madre se preocuparía por eso, no por el asesinato y la violencia.

—En efecto. Una orgía —Marcus inclinó la cabeza. Iluminado por el resplandor del fuego, exudaba poder, fuerza, nobleza.

Su madre le echó una mirada furiosa a su padre, quien, a su vez, miró furiosamente a Marcus. —Tú, rufián, debería hacer que te echen.

—¡Padre! —gritó Venetia

Imperturbable, Marcus continuó: —Fui para protegerla. No pude. Hay otra cosa que ambos deben saber.

Venetia se puso de pie de un salto. Echó miradas de pánico a su padre que se veía culpable y a su madre que se veía impactada. —No, Marcus. No tienen por qué saber más.

—Creo poder adivinar.

Ella se avergonzó frente a la mirada de su madre, horrorizada, decepcionada.

—Sé exactamente qué sucedió —Olivia continuó—, y entonces la arruinó. Y no hay remedio en absoluto ¿no es así?

La mirada dolida de su madre se posó sobre ella. —¿Fuiste tan tonta como para enamorarte de él?

Y luego Olivia dejó caer la cabeza entre las manos. —Te has arruinado. Es a causa de tus pinturas. Intenté detenerte. Pensé que si no te dejaba pintar, podría cambiar tu naturaleza. Pero eres exactamente igual a tu padre. Un hombre puede ser así, arrojado, seductor, salvaje y no tiene que pagar ningún precio, sólo gozar. Una mujer, no. Tendría que haber hecho cualquier cosa para impedir que vinieras a Londres y que te desgraciaras pintando.

—Me agrada su naturaleza —interrumpió Marcus—. Y su obra.

Con el rostro rígido, su madre alzó la vista para mirarlo. —Es escandalosa. Pecaminosa. Una buena mujer no debería pensar en...

—¿Sexo? —Preguntó Marcus— ¿En todas las maneras en que los amantes pueden disfrutar el placer? ¿Por qué no? Sus hermosas pinturas han cautivado a cada hombre que las ha observado.

Venetia sintió el canto de su corazón cuando Marcus le sonrió. —¿Por qué una mujer no habría de crear arte erótico y enseñarle al mundo lo que las mujeres quieren de sus amantes? —preguntó.

—Y no hace mucho tiempo, a las mujeres se las quemaba en la hoguera, mi lord —respondió Olivia—. Sólo quiero que sea feliz. Quiero que tenga una vida normal.

—¿Fuiste tú infeliz? —Venetia se acercó a su madre lenta, dubitativamente. Su madre había llorado. Pero también había reído y sonreído. ¿Había sido falsa la risa?

—¿Usted no cree que esté mal que ella pinte? —Preguntó su madre— ¿Cuando es por esas pinturas, mi lord, por lo que usted la ha arruinado?

—Le pedí que se casara conmigo —dijo Marcus—, pero ella se negó.

—Porque me aseguré de que no perteneciera más a esos círculos. —Su madre se golpeó el dedo contra el pecho—. Porque es ilegítima. Lo cual es mi culpa. Porque es hija de Rodesson, lo cual también es mi culpa.

Impulsivamente Venetia corrió al lado de su madre. —No es tu culpa —miró a su padre. La enfermedad lo había cambiado. Se veía mayor, más sobrio, pero aún atractivo.

—Tienes razón, jovencita —exclamó Rodesson—. La culpa fue mía.

—¿Culpas al Conde por quitarte tu inocencia?

Venetia se sintió intimidada frente a la pregunta directa de Olivia. —No —exclamó—, yo tomé la decisión.

Su madre le tocó la mejilla, con los ojos brillantes. —Si yo hubiese sido correcta y me hubiera casado tal cómo mi padre lo deseaba, me habría casado con un hombre viejo que sufriera de gota. No te habría tenido a ti, Venetia, ni a tus hermanas. No os habría sonreído después de que nacisteis ni habría sentido como me cogíais el dedo con los vuestros. No las habría visto ni a ti ni a Maryanne ni a Grace, seguir su camino para convertirse en mujeres. Era impulsiva y romántica pero nunca me lamenté de haberlas tenido. Nunca me arrepentí de haber tenido al hombre que amaba, aunque fuese sólo por un momento. Pero lamento haber arruinado tú...

—Basta, mujer. Soy yo quien tiene la culpa —Rodesson echó a un lado las sábanas y saltó de la cama—. Cometí un error, Olivia. Pensé que serías infeliz conmigo. Me he pasado la vida intentando olvidar cuan infeliz he sido sin ti. Esas citas furtivas solo me recordaban cuanto me importabas, lo tonto que había sido. Quiero enmendar las cosas ahora, contigo y con mis hijas.

Venetia se quedó mirando la mano estirada de su padre.

—Di la verdad, Livvie —instó Rodesson—. Ella necesita saber que admiras su talento, su valentía. Nunca he conocido una mujer tan fuerte como mi querida Venetia.

Siempre había creído que su madre se avergonzaba de ella.

Su madre la abrazó, fuertemente. —Venetia, te amo profundamente. Siento haber intentado robarte lo único que te hace ser quien eres.

Rodeada por los brazos de su madre, respirando lavanda tibia, Venetia comprendió. Su madre había intentado cambiarla porque sentía culpa. Había sufrido tantos años por seguir a su corazón. Olivia no lo merecía.

Venetia le devolvió el abrazo a su madre cediendo frente a la placentera sensación. Miró a Marcus. En sus ojos brillaba la felicidad profunda. Felicidad por ella.

Sintió la mano de su padre aferrándose. —Quería creer que era un artista salvaje y apasionado —dijo—, temí que ser convencional me entumeciera. Era un joven tonto. Una biblioteca con libros no calienta el corazón ni llena el alma. Sólo el amor puede hacer eso. Tú, Trent, eres un tonto si no amas a mi Venetia.

El corazón de Venetia casi se detuvo.

—Me gusta pensar —Marcus arrastró las palabras—, que no soy un tonto.

*****

Marcus no había dicho directamente que la amaba. Pero durante un delicioso mes, se encontraron en secreto y Venetia aprendió sobre las verdaderas delicias que ofrecía Londres. Condujeron hacia Richmond a la luz de la luna para pasear por el parque, y ella montó a Marcus bajo el cielo nocturno.

Alquiló un bote en el Támesis y yacieron desnudos bajo una manta, bebiendo champaña y observando el brillo de las estrellas al pasar.

Le dio una lección de equitación en Hyde Park al amanecer, probando que una mujer podía sentarse tanto sobre el pene de su amante como sobre un semental.

En Vauxhall llegaron a orgasmos simultáneos mientras los fuegos artificiales hacían explosión sobre ellos.

Ella no tenía tiempo para pintar, vivía cada fantasía en los brazos de Marcus. Con palabras pervertidas él colocaba a otros hombres y mujeres en su cama, sólo en una fantasía, pero le agregaba sabor al delicioso sexo.

Ella acudía a cada encuentro enmascarada y disfrazada, incluso con una peluca rubia. Se toparon con el vizconde de Swansborough en una noche ruidosa en Vauxhall con una pelirroja enmascarada del brazo. Venetia se había sorprendido, tanto por el color de cabello, como por su constitución: la mujer era exactamente igual a ella. Y Marcus y el Vizconde habían intercambiado una sonrisa secreta.

Sabía, sin duda, que estaba locamente enamorada. Pero, también sabía que no podía tener a Marcus. No podían mantener su secreto por siempre. Y en una cálida, estrellada, y adorable noche de mayo, él envió una nota con la más sorprendente solicitud...

—Es adorable— susurró Venetia. Había cargado muchos bebés en Maidenswode, cuando Olivia había ayudado a las cansadas madres. Se maravilló frente a David, al igual que se había maravillado con cada uno de los que había cargado. La cabeza era tan suave y delicada e increíblemente pequeña. Y tenía una forma muy extraña, para nada redondeada, sino un tanto... aplastada.

Lady Ravenwood resplandecía, con los ojos azul verdosos encendidos. Venetia estaba tan emocionada de que se le permitiera cargar el tesoro especial de la dama. Que lady Ravenwood confiara en ella, la invitara a su hogar, y fuera tan agradable y cálida.

Mientras sostenía a David, Venetia echó una mirada a Marcus, quien se encontraba arrellanado en una silla al otro lado de la sala, riendo junto su cuñado, el apuesto vizconde Ravenwood. Su corazón se henchía incluso frente a la mirada robada, pero notó cómo la expresión de Marcus se tornaba sombría al mirar a su madre, quien se hallaba sentada, inmóvil y silenciosa, junto al fuego. Marcus la había presentado a lady Trent. Los grandes ojos aguamarina la habían recorrido y luego a Marcus, con la mirada perdida, como si ni siquiera pudiera verlos.

—Noto algo de Marcus en él —comentó lady Ravenwood.

Venetia observó a David buscando un parecido. Tenía grandes y redondos ojos azules y pequeñas pestañas oscuras. De la pequeña boca de ángel brotaron burbujas al mirarla.

—Marcus te ama mucho, lo sabes.

Venetia alzó la mirada, perpleja. Aún no podía creer que Marcus les había dicho abiertamente a su hermana y a su cuñado que ellos eran amantes. ¿Qué clase de dama recibía en su casa a una amante? Una muy notable. Venetia se dio cuenta al observar el hermoso rostro de lady Ravenwood.

Ella sonrió. —Marcus la ama profundamente. Me contó todo acerca de sus aventuras. Los riesgos que corrió. Debo agradecérselo, señorita Hamilton.

—No comprendo.

—Usted me está protegiendo, lo ve. Marcus no deseaba contármelo en un principio, pero lo adiviné cuando habló del chantaje. Lo pude ver en sus ojos. El secreto más irrebatible que Lydia Harcourt tenía sobre mi padre era lo que me hizo a mí.

—Yo... lo siento —el secreto era lo que Venetia había supuesto, pero no sabía qué decir.

—Debe entender que Marcus nunca se ha perdonado el no protegerme. Casi me destruye. Sentí como si hubiese permitido que sucediera porque obedecí a mi padre. Sentí como si hubiese traicionado a mi madre. No sentí que merecía nada, y ciertamente no merecía la felicidad en el matrimonio y en la familia.

Lady Ravenwood la miró a los ojos con solemnidad.

—Sólo Stephen sabe de esto. Pero se lo cuento porque usted debe entender cómo lo ha devastado a Marcus. El intentó confrontar a nuestro padre una vez, cuando era un niño. Incluso lo golpeó y nuestro padre lo aporreó casi hasta la muerte.

El corazón de Venetia tembló. Le acarició la panza al bebé a través del cobertor. —¿Pero qué podría haber hecho él?

—Nada. Marcus se aseguró de que me casara y encontrara la felicidad. Me dio un milagro pero aún se culpa. Se siente responsable por todo. Yo también quiero que él encuentre la felicidad, señorita Hamilton.

—Yo también —su visión del bebé se tornó borrosa.

—Pienso que puede hallarla con usted. Creo que usted se convertiría en una condesa admirable.

Venetia se mordió el labio. Desde la silla, Marcus se volvió y le sonrió. No podía haber oído, pero el corazón le dio un vuelco en el pecho. —Yo... yo no pertenezco a su mundo. No puedo...

—Esas cosas no le importan a él. Quiere seguir su corazón.

A Venetia le dolió protestar. —Pero habría un escándalo, mi lady.

—Min, debes llamarme Min.

—Por supuesto, seño... —Venetia se interrumpió, y compartió una risita con Min—. Y yo soy Venetia.

El rostro de David se contrajo, sus finas cejas oscuras se arquearon hacia abajo. Cerró los puños y se oyó el sonido de ahogo. Venetia sabía que debería levantarlo hasta la altura de los hombros, pero el sollozo salió antes de que ella pudiera hacerlo. Con una sonrisa, lo tomó en sus brazos.

Min sostuvo a David contra el hombro, frotándole la espalda. —El escándalo no es el fin del mundo. Yo he afrontado la amenaza del escándalo durante gran parte de mi vida. Y con la ayuda de Marcus, sobreviví a ello. Podemos soportar el escándalo, Venetia.

—Pero devastaría a la Condesa si él se casara conmigo ¿no es así? Y la opinión de su madre le importa. Lo que le había dicho cuando él era joven, le dolió profundamente...

Venetia se detuvo. ¿Debería haber sido tan directa?

—Le dijo que era como nuestro padre— una sonrisa comprensiva y suave tocó la boca de Min.

—Marcus me ha contado mucho sobre ti, Venetia. Pienso que temes lastimar a Marcus en la manera en que Rodesson lastimó a tu madre. No te pareces a tu padre, señorita Hamilton, más de lo que Marcus se parece al suyo.

—No, él no se parece en nada a su padre —concedió Venetia.

—¿Lo ves? Posees el talento de tu padre, pero en cuestiones del corazón, eres mucho más lista —Min sonrió aún más—. Por otra parte, no te ha llevado veinticuatro años darte cuenta de lo maravilloso que es Marcus. Entiendes lo que es verdaderamente importante en la vida.

Venetia no sabía qué decir, pero David rompió el silencio. La pequeña criatura profesó un enorme eructo y lanzó un borbotón de leche blanca. Cayó sobre el paño que Min llevaba sobre el hombro. En lugar de horrorizarse, Min lo palmeó.

—¡Qué buen niño!

Marcus y el vizconde Ravenwood reían. Venetia pestañeaba para evitar las lágrimas. Sí, ella quería que Marcus fuese feliz. ¿Pero lo haría feliz si se casaba con él y traía el escándalo a su vida?

El cuero crujió cuando Marcus se levantó de la silla. Él y el Vizconde se acercaron hacia ellas, pero Min se adelanto a su encuentro.

—Deseo que sostenga a David —imploró Min—. Me disuadiste de intentarlo antes, Marcus. Por favor... me gustaría tanto.

Venetia contuvo la respiración. Un escalofrío de miedo le invadió el corazón. Y luego, para su sorpresa, Marcus caminó hacia ella, entonces notó que él deseaba pedirle su opinión, incluso en un tema familiar tan íntimo.

Él estaba de pie lo suficientemente cerca para que su aliento acariciara su oreja, y el corazón le latiera fuertemente mientras él le hacía confidencias.

—Mi madre ni siquiera nos recuerda, ni a mí ni a Min, la mayoría de las veces, pero hoy, está más ensimismada que nunca.

Venetia echó una mirada a Min y notó su ilusión.

—Podríamos vigilar a tu madre cuidadosamente. Seguramente la ayudaría sostenerlo.

El Vizconde se les unió. Ravenwood rodeó la cintura de su mujer con el brazo. La preocupación le nubló la mirada, pero asintió con la cabeza a Min. —Estaré de pie a un lado, en caso...

—No. —Min meneó la cabeza—. Creo que debemos ser Marcus y yo. Besó a su marido en la mejilla, luego lo dejó para dirigirse al lado de su madre.

Marcus se acercó mientras Min se inclinó ofreciendo a David. En voz suave y autoritaria le preguntó a su Madre: —¿Te gustaría sostenerlo?

Venetia notó la emoción brillar en los ojos de la Condesa. ¿Calidez? ¿Comprensión? Una sonrisa movió los arrugados y ceñidos labios. Sus delgadas manos enguantadas se extendieron. Min depositó a David sobre los frágiles brazos y se mantuvo cerca.

La viuda miró a David como si no tuviera idea de lo que era. Pero luego comenzó a acunarlo. Y lo acunó. Venetia vio a Marcus sonreír y sintió que las lágrimas quemaban sus ojos nuevamente.

Tenía una rodilla en el suelo, estaba atento. Al ver la preocupación en sus ojos le dolió el corazón. Él estaba tan preocupado por su sobrino... Sus ojos centellaron y ella adivinó que había sido tocado hasta el alma por la reacción de bienvenida de su madre.

Era un hombre magnífico, capaz del amor más fuerte y más profundo. Y ella lo amaba perdidamente.

Capítulo 23

—¿Por qué Covent Garden? —Mientras Marcus la escoltaba a un palco privado en la segunda grada, Venetia observó hacia abajo una escena que no podría haber imaginado.

—Te prometí una noche en el teatro. Marcus le concedió una sonrisa seductora. Enmascarado por una cinta de cuero negro se veía sensual y peligroso. Llevaba una capa con capucha, al igual que ella, y ahora que se hallaban ocultos en el palco dorado de terciopelo, se la había quitado y la había echado a un lado.

—El disfraz es notoriamente pecaminoso —explicó mientras la ayudaba a quitarse la capa— ¿Recuerdas cuando viajábamos hacia la orgía, y me hablaste sobre la pintura en la que una mujer de cabello cobrizo complace a un conde a la vista de todo el teatro? Es una fantasía muy tentadora.

Un escalofrío de expectativa la recorrió hasta los dedos de los pies, encendiéndole la vagina a su paso. Pero el corazón también le dolió. Había pasado una semana desde que había conocido a Min, desde que Min la había instado a aceptar la propuesta de Marcus.

Él le rozó el cuello con un beso. —Me alegra que hayas decidido salir conmigo esta noche, Vee. —Caminó hacia su lado y la tomó de la mano, llevándola al frente del compartimiento.

—Siento haberte rechazado tanto tiempo, necesitaba tiempo para pensar.

Los ojos turquesa de Marcus brillaron en el resplandor de los candelabros de la pared. —Supuse que no podrías resistir esto. Aquí con las cortinas corridas, podemos hacer lo que deseemos, mientras observamos la diversión abajo.

Venetia posó las manos en la brillante balaustrada y miró hacia abajo. Allí, la escena era más salvaje que en la orgía de Chartrand. Muchos de los presentes llevaban máscaras. Los caballeros vestían tradicionales trajes de noche, pero las mujeres estaban ataviadas con vestimentas extremadamente reveladoras. Elegantes arreglos de plumas, seda y lazos. Muchas mujeres llevaban el pecho totalmente al descubierto y docenas de hombres les succionaban los pezones.

—Más tarde se torna más lujurioso.

¿Más lujurioso? Había una pareja de pie, la mujer le rodeaba la cadera al hombre con la pierna y él la levantaba hacia arriba y hacia abajo, más y más rápido, obviamente haciéndole el amor.

—No fue esto lo que me indujo a venir —dijo ella—, quería estar nuevamente contigo. No me importaba dónde.

—Vee... —Marcus se dejó caer en el asiento detrás de ella, luego la cogió de las caderas y la atrajo hacia abajo, de manera que ella quedara sentada sobre su regazo, mirando hacia adelante. Con el trasero presionado contra el bulto duro de su pene. Ella estaba mojada, excitada por la pecaminosa insinuación.

—¿Nos puede ver la gente que se encuentra abajo?

—Si miran hacia arriba. Pero no sabrán quiénes somos.

Risas ásperas, gritos obscenos, y chillidos femeninos llegaron hasta ellos, así como también la melodía del vals.

—¿Deseas hacer realidad la fantasía de mi pintura? —ella se retorció en su falda y posó las manos sobre sus hombros. Él la acercó hasta que su respiración le rozó los labios. Venetia vio vulnerabilidad en sus ojos, en la forma firme de su boca.

—Debo hablarte de algo primero —dijo él—, Minerva te habló sobre el pasado ¿no es así?

Incluso mientras le hacía la pregunta, Marcus no estuvo seguro de estar preparado para hacer la confesión que sabía necesitaba hacer. Pero ya no podía evitar hablar de ello.

Vee asintió con la cabeza —no sé por qué ella confió en mí.

Dios, era hermosa. La mujer más hermosa que él hubiera conocido.

—Min aprecia tu discreción, tu fuerte sentido del honor —le dijo—, y sabe cuánto significas para mí.

—Me dijo que la convenciste de que merecía encontrar la felicidad en el matrimonio y en la familia —dijo Vee suavemente—. Eres un hombre tan maravilloso...

Desde abajo se elevaban el sonido de la música y las risas, ahora apagados y distorsionadas por la niebla. El mundo a su alrededor parecía dorado por la luz de las velas, pero su palco era íntimo. Un lugar para confesiones.

—No, demonios, no. Sólo me enfrenté a mi padre una vez por lo que estaba haciendo y luego sucumbí a la cobardía. Lo golpeé, él me fustigó con un látigo, y regresé a la escuela, acobardado y aporreado.

Ella le tocó la mejilla. —No había nada que pudieras hacer.

—Podría haberlo detenido.

Se encontró con su mirada y casi pudo creer que había fe en sus ojos. Fe, confianza en él, amor.

—No hay razón para que te sientas culpable —le susurró— ¿No comprendes que también te lastimó a ti?

—Hay algo más que debes saber, que necesito contarte.

—¿Deseas compartir tus secretos conmigo?

—Yo asesiné a mi padre —lo escupió, directo, frío, sin palabras bellas para mitigar el crimen. Pero el calor de Venetia venció el frío que siempre envolvía su corazón cuando recordaba.

Ella frunció el ceño. —¿Por tu hermana?

No lo estaba condenando. Demonios ella intentaba entender.

—Si, por Minerva, Pero lo que lo desencadenó fue la muerte de una joven, Lady Susannah Lawrence?

—Sí —asintió Vee—, lo recuerdo.

—Te conté que me enfrenté a él, pero no lo que sucedió después, cuando estuvo sobrio. Se iba hacia la primera posada para emborracharse nuevamente y arrojarse sobre la camarera del lugar.

Algo me trastornó. Lo seguí, empuñando un bastón. No sé qué planeaba hacer con eso. Yo mismo estaba medio borracho.

—¿Qué sucedió? —La voz de Venetia era suave y serena. Le tomó la mandíbula con la tibia palma de la mano. Un bálsamo para su dolida conciencia.

—Se rio de mí. Montó su caballo para irse. Cogí las riendas, asusté a la bestia. Se cayó del lomo y se golpeó la cabeza contra el piso. Pero la furia me impulsaba. Lo golpeé con el bastón, amenazándolo, gritándole cuánto lo odiaba. Entonces, se tocó el pecho con una mano y levantó la otra hacia mí, y gritó de dolor.

—¿Un ataque al corazón? —los ojos de Venetia eran verde oscuro y tenía una mirada grave.

Él apartó la mirada hacia el escenario dorado y los desinhibidos juegos sexuales en el foso. —No lo mató. Pero el segundo ataque esa misma noche, sí lo hizo.

Lo separó para mirarlo a los ojos. Los ojos de Venetia resplandecieron, brillantes, hermosos. Como un rayo al amanecer tras una larga tormenta.

—No, tu padre los causó. Quizás fue el remordimiento. Pero no fue culpa tuya. Lo que le sucedió a tu hermana, a tu padre, no fue culpa tuya. Tú sólo intentaste componer las cosas. Tu madre estaba equivocada, no fuiste responsable de su muerte. Creo que ella se ha encerrado en una prisión de infelicidad porque no podía dar amor.

Venetia deslizó los brazos alrededor del cuello de Marcus. —Te amo, no a pesar de tu dolor, sino a causa de tu dolor. Nunca conocí a un hombre con un carácter tan profundo, tan honorable, tan digno de amor.

Él le tocó los labios con los suyos, no a modo de un beso sino como una caricia de cálido placer.

—Te amo Venetia. Mi corazón y mi alma te pertenecen. No puedo imaginar cómo sería mi vida sin ti. Te quiero, ahora y para siempre.

—Por supuesto que sabes que te amo también.

—Por supuesto —Marcus rio suavemente—. Soy el hombre más afortunado de la tierra al oír esas palabras. —Presionó sus labios contra los de ella nuevamente.

Venetia se entregó al beso apasionado de Marcus, pero cuando se detuvo para mirarla amorosamente a los ojos, ella le respondió con una sonrisa picara. Se deslizó de su regazo para arrodillarse en el piso. Con una sonrisa descarada, le desabrochó los pantalones. Él observó perplejo, los ojos le brillaban y su respiración era rápida y profunda.

Su aroma fuerte la envolvió al liberarle el pene de entre la vestimenta. Lejos, debajo de ellos, giraba el torbellino de las risas ásperas, los gritos obscenos, los chillidos femeninos.

Una excitación salvaje se apoderó de ella y le dirigió una mirada descarada antes de abrir ampliamente la boca, introduciéndolo lo más que pudo.

Sabor terrenal... textura aterciopelada... las tensas manos sobre sus hombros diciéndole cuánto le gustaba. Lo succionó profundamente, lo retiró, lo envolvió con la lengua. Probó cada movimiento que se le ocurría. Acarició el vello de su abdomen, jugueteó suavemente con los testículos henchidos.

—Bien, cariño... —cogiéndola de los brazos la alzó hasta que estuvo de pie. Le levantó la falda del vestido y se arrodilló. Con la boca completamente abierta, le dio la vuelta. Su aliento caliente fluyó sobre la vulva ya mojada. Su lengua mojada le lamió la carne brillante. Ser comida y succionada frente a la multitud...

Escandaloso. Cautivante.

Venetia cerró los ojos, meneándose como un esbelto árbol mientras la complacía. Repentinamente sintió que la levantaba. Sintió tela debajo del desnudo trasero. Al abrir los ojos, vio que la había colocado en el asiento. Se cogía el pene con la mano... se veía enorme. Grueso y presto y completamente para ella.

Ella abrió las piernas de par en par, colocando los muslos sobre los apoyabrazos de la silla, deseándolo.

El deseo se reflejaba en sus ojos al mirarla. Ella contuvo la respiración.

Apoyado sobre un brazo, se inclinó hacia abajo. El pene le tocó los labios, ella extendió la mano hacia abajo, los separó. Sus gemidos se escucharon a coro cuando él se hundió dentro de ella. La llenaba tanto, tan estrechamente, tan perfectamente.

Se oyó otro vals mientras él se impulsaba suave, profunda y maravillosamente dentro de ella. El placer brotaba con cada movimiento, con cada arremetida contra su vientre. En todo lo que podía pensar era en sus embestidas, en el placer creciente, más y más...

Ella explotó de placer, latiéndole fuertemente la vagina, el corazón, el alma. Él también se corrió, gritando fuertemente. Ella oyó los jadeos que provenían de abajo, el repentino silencio, la ovación y el aplauso. Rodeándola con los brazos, Marcus la besó. Rieron por los aplausos y las silbatinas, luego la soltó.

Saciada y sorprendida, Venetia se volvió lentamente mientras Marcus se dirigió hacia su frac.

Ahora sabía la respuesta a la pregunta que se había hecho mientras pintaba la escena del teatro... ¿Qué haría el libertino lord con las manos mientras su amor de cabellos cobrizos se arrodillaba entre sus piernas?

Las hundiría en el asiento y le haría el amor, hasta que volaran su corazón y su alma, y le daría un placer fuera de este mundo.

Marcus cogió una caja del bolsillo del frac. Una caja pequeña forrada con terciopelo.

Desnudo, cayó de rodillas a su lado y abrió la cubierta de la caja. Venetia pestañeó. La luz de las velas brilló sobre las facetas de una esmeralda con forma de corazón. Enorme. Rodeada por centellantes diamantes.

—No tan adorable como tus ojos —dijo—, te dije que no podía vivir sin ti. No puedo imaginar mi futuro sin ti. No como mí querida, sino como amante, alma gemela y esposa.

—Pero...

—Min nos desea lo mejor, cariño. Quiere que ambos seamos felices. En lo que respecta a tus hermanas, nuestro casamiento las devolverá a la sociedad, les garantizará importantes dotes, y les dará la posibilidad de hallar felicidad y amor.

Tembló mientras Marcus le alzaba la mano izquierda. Sostuvo el anillo en la punta de su dedo. —¿Te casarías conmigo?

¿Una propuesta de matrimonio de un conde desnudo? No pudo evitar una risilla. El hermoso anillo se desdibujó en vividas estrellas verdes y lágrimas de alegría se agolparon en sus ojos. —Por supuesto.

Su risa, y la presión en la garganta, la recorrieron. Sintió el frío del anillo deslizándosele por la piel.

Marcus le besó los dedos. —Pero entiendo si no deseas enfrentarte a la sociedad de inmediato. Pensé en una ceremonia privada en St. George. Luego Italia.

Sostuvo el anillo frente a sus ojos, acercándolo y alejándolo. —¿Italia?

—Una villa bañada por el sol en ese país que inspiró tu adorable nombre.

—¿Pero quieres decir que dejaríamos a nuestras familias? —lo miró a los ojos, hermosos y exóticos y repletos de felicidad bajo las extensas y abundantes pestañas.

Se tocó el labio inferior con el dedo, enviando un destello de deseo por su satinado cuerpo. —No para siempre. Un viaje para pasar tiempo a solas. Para que pintes. Y para gratificar nuestros sentidos disfrutando de todos los placeres que deseemos.

—Me gustaría eso —dijo ella.

Sus labios se unieron en un beso lento, pero ella lo interrumpió con un murmullo, —¿Hablaste de pinturas? Sé que no puedo pintar cuadros eróticos. Y entiendo acerca de mi carrera...

Marcus le profesó una de aquellas sonrisas malvadas que le derretían el corazón y le incendiaban el cuerpo. —¿Por qué no puedes pintar cuadros eróticos? —preguntó— ¿O tener tu carrera? ¿Quizás una colección de obras de una dama misteriosa?

Abrumada gritó —¡No podemos! ¡Piensa en el escándalo si se descubre la verdad!

Pero estaremos a salvo y felices en Italia —sus ojos turquesa brillaron al mirarla—. Y cuando estemos en casa, la elección será tuya. Te apoyo en cualquier cosa que dicte tu corazón. Pero antes de partir, ¿pintarías el retrato de mi sobrino?

—Por supuesto —dijo ella, con un nudo en la garganta.

—Y luego planeo mantenerte ocupada pintando retratos de nuestros hijos.

Ella rió frente a esa declaración. —Te amo —susurró, incapaz de pensar en nada más conmovedor, importante o brillante que decir. Aun así, esas palabras encendieron una luz en los ojos de Marcus que le robó la respiración. —Tus ojos, me pregunto, ¿son del mismo color que el Mediterráneo?

Él también rio —No tengo idea, amor.

—Bien, ahora tengo una vida para intentar capturar ese color.

Marcus la cogió del mentón con sus elegantes dedos. Mientras acercaba sus labios a los de ella una vez más, prometió: —Tengo más planes pecaminosos para nuestro futuro.

RESEÑA BIBLIOGRÁFICA

Sharon Page

Sharon Page es escritora, esposa y madre de dos niños; posee un título de diseño industrial y también dirige un programa de investigación y desarrollo científico. En la escritura de novelas de eróticos libertinos y seductores vampiros de la Regencia encuentra la manera perfecta de escaparse de su mundo técnico.

Pecados

El sabor de lo prohibido

El arte erótico no es algo desconocido para Venetia Hamilton —las pinturas exuberantes de su padre constituyen uno de los placeres secretos de la sociedad. Sin embargo, Venetia nunca había experimentado un verdadero deseo hasta que conoció a Michael Wyndham, Conde de Trent, un hombre poderoso que tiene el futuro de ella en sus manos y despierta su curiosidad con un intenso beso. Su hábil tacto es sólo el comienzo de la enseñanza carnal, pero es posible que el precio que tenga que pagar por ese placer inimaginable sea aún más peligroso que el sometimiento...

1818 Inglaterra

Venetia Hamilton, es la mayor de las hijas ilegítimas de un famoso ilustrador erótico. Desde que su padre quedó lisiado, ha sido ella la que se ha encargado de pintar las ilustraciones de su padre. Y una conocida y decadente cortesana, Lydia Harcourt, se ha dado cuenta del ardid y está chantajeándola para obtener una importante suma de dinero a su costa.

Con el objeto de proteger a su madre y hermanas, Venetia decide aliarse con Marcus Wyndham, el apuesto Conde de Trent, que está siendo chantajeado por la misma persona bajo la amenaza de descubrir un oscuro secreto de su familia, y que está furioso por ser el involuntario modelo de las ilustraciones de Venetia.

Ahora, ambos deben acudir a una orgía que se celebra en una casa de campo a la que también irá Lydia. Y una vez allí no sólo se enfrentarán a la chantajista, sino a un asesinato y, sobre todo, a sus propios deseos y pasiones.

* * *

© 2006 Sharon Page.

Título original: Sin

Traducción: Alicia Liliana Azcué de Bartrons

Primera edición: Febrero 2007

ISBN-13: 978-84-96692-12-1 ISBN-10: 84-96692-12-4

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