Capítulo 6

DE pie en lo alto de la galería, Venetia recorrió con la vista a los caballeros elegantemente trajeados y a las cortesanas que paseaban abajo. Las luces de los candelabros hacían destellar las joyas sobre los pechos empolvados. Recorrió con los dedos el magnífico collar. Todas las mujeres eran hermosas y los hombres impresionantes.

—Tan temprano por la tarde, parece un aburrido baile de sociedad —le dijo Marcus al oído. De joven, me divertía el contraste. Saber que la fiesta devendría en sexo salvaje y desinhibido.

La mano aferró el collar y los bordes fríos de las piedras le cosquillearon en la palma enguantada.

—Pero, esta noche —admitió Marcus— me hace rechinar los dientes. Esta noche, deja que me encargue de Lydia y mañana regresaremos a Londres.

Le bastó una mirada a los intensos ojos turquesa para saber que no aceptaría discutir al respecto. Sólo una noche. Una noche de aventura.

—Bueno, plasma una bella sonrisa en el rostro —dijo él—. Es hora de que busquemos a nuestros anfitrión y anfitriona.

La sorprendió: —¿Lady Chartrand se encuentra aquí?

—En carne y hueso. —Señaló a una voluptuosa rubia al pie de la escalera que dirigía una sonrisa coqueta y deslumbrante al duque de Montberry. Incluso ella reconoció a Su Ilustrísima, el famoso héroe de guerra. Un hombre con canas en el abundante cabello rubio ceniza quien desprendía una potente sensualidad. Instintivamente, la hizo humedecérselos labios. En cuanto a lady Chartrand, era alta y esbelta, y sus dorados bucles se engarzaban en un elegante peinado. El hermoso rostro tenía un poco de color gracias al maquillaje, pero debajo de él traslucía una palidez de muerte como si estuviese trastornada de dolor.

Venetia siguió a Marcus escaleras arriba. —Lady Chartrand es sadomasoquista, tiene la espalda llena de cicatrices bajo el vestido, producto de largas sesiones de latigazos y golpes.

Golpes. Se debía referir a algo parecido a lo que Belzique pintaba. —¿Alguna vez...?

—Sólo unas palmadas. —Marcus le miró las manos—. Le encanta y generalmente solicita una mayor rudeza, pero yo no lo pude hacer. Disfruta del dolor mientras que yo odio causarlo. Nunca he querido dar latigazos a una mujer.

—No puedo... ¡no puedo imaginar por qué una mujer querría ser azotada y lastimada por un hombre!

—Muchas lo hacen, cariño.

Levantó las faltas de satén verde mientras descendían las escaleras, era como si ingresasen a la guarida del demonio. Sintió las miradas curiosas sobre ella como si le quemasen la piel. El feroz zumbido de las voces susurrando conjeturas.

Nadie la podía reconocer. Llevaba puesta la máscara y un vestido escotado de satén color marfil, el más hermoso que tenía. Con los dedos en la máscara, se tocó los lazos de los costados, palpó el broche de detrás de la cabeza.

Él le apretó la mano. —Tranquila, querida. Estamos juntos en esto.

Se hallaban al pie de la escalera, cerca de lady Chartrand y Montberry. La mujer los observó con la cabeza ladeada y obvia curiosidad en los enormes ojos azules. Venetia sintió que se le enrojecían las mejillas debajo de la máscara. Con los labios maquillados, simuló una sonrisa de seguridad.

—¡Trent! —una voz resonó en todo el elegante salón.

—Nuestro anfitrión.

Venetia vio a un enorme caballero dirigiéndose hacia ellos con una voluptuosa mujerzuela de cabello teñido del brazo. ¿Quién sino una mujerzuela podría estar enfundada en un ceñido vestido de encaje negro, con agujeros que dejaban en exposición sus pezones escarlata? Él sonrió ampliamente dejando al descubierto la falta de algunos dientes, sus cejas de halcón, y los gruesos y carnosos labios le otorgaban una sensualidad atrayente.

Lord Chartrand le palmeó el hombro a Marcus. —Encantado de verlo, Trent. Me habían llegado rumores de que últimamente ha estado practicando la abstinencia.

¿Abstinencia? Antes de que pudiera pensar más en ello, en definitiva, no lo había hecho con ella, lord Chartrand la recorrió de arriba abajo con mirada lujuriosa. Le miró los senos, luego estudió el rostro cubierto por la máscara.

—¿Quién es tu encantadora compañera que protege sus secretos? —Se soltó de la mano de la cortesana. Venetia no pudo impedir que le cogiera los dedos llevándoselos a los labios.

Tiesa como una tabla y con los ojos ardientes, como si se fuera a desmayar, desapareció todo el valor ante la lasciva avidez en los ojos de lord Chartrand.

—Me divierte llamarla Vixen —dijo Marcus arrastrando las palabras.

—Vixen, por cierto, espero que tenga la intención de compartirla, Trent.

¡Compartir! Sin embargo, eso era exactamente lo que sucedía en una orgía.

—No esta vez, Char —dijo Marcus—. Es nueva en esto.

—Qué mejor razón para iniciarla en todos los deleites carnales a disposición.

—Planeo una lenta seducción, Char.

Chartrand se lamió los labios como si estuviese considerando darse un festín con ella—: ¿No me dirá que es virgen?

—No es doncella, tan sólo una joven que no ha sido expuesta a las prácticas sexuales más ingeniosas.

Recordó sus palabras: ¿Tienes alguna idea de los que te haría Chartrand si descubriese que una virgen ha concurrido a su fiesta?

Chartrand sonrió burlón—: Puede que se resista al principio, pero luego se excitará rápidamente. Puede llegar a descubrir que le gusta el sexo desenfrenado.

La cabeza le zumbaba como una colmena. Había disfrutado de los placeres compartidos con Marcus, pero no quería que Chartrand la tocara.

Marcus le apoyó la mano en la espalda. La acarició, y sintió que a su lado no tenía nada que temer. Podía relajarse y simular ser una intrépida exploradora.

Chartrand aferró la muñeca de la pelirroja y la arrastró. Ella se inclinó en una graciosa reverencia. La voz de Chartrand se convirtió en un rudo gruñido: —Señorita Vixen, permítame presentarle a la señorita Rosalyn Rose.

¿Vixen? Venetia se inclinó también pero los nervios hicieron que se tambaleara. No sabía si le agradaba el nombre que Marcus le había puesto para proteger su identidad. Levantó la vista y vio cómo lord Chartrand estrujaba el generoso pecho de Rosalyn Rose y le clavaba los dientes. La señorita Rose chilló pero lo toleró sin defenderse. La marca roja de los dientes de Chartrand se podía ver en la suave piel de la mujerzuela luego, mientras que él se enderezaba.

—Conduce a la bella Vixen al salón. Chartrand hizo un guiño y luego siguió su camino con Rosalyn Rose.

—¿Te diviertes?—preguntó Marcus.

Estaban a solas. Podían hablar.

Levantó el mentón: —No tengo miedo.

—Deberías.

Se negó a temblar debido a su voz, baja y amenazante pero, ciertamente, no se apartaría de su lado.

Jóvenes semidesnudas circulaban entre los invitados, hermosas mujeres cubiertas por batas transparentes, de cabellos brillantes, largos y sueltos hasta por debajo de la cintura. Los hombres les aferraban senos e ingles, les besaban los labios y pezones rosados, les palmeaban los traseros. Se suponía que era una de ellas.

—No posarán sus garras en ti —Marcus la tomó por la cintura y la acercó hacia él—. Saben que me perteneces. Aun en este juego, ningún hombre caza en el coto ajeno. Sobre todo en un coto donde puede recibir un tiro.

—¿Te refieres a duelos? —el horror hizo eco en su suspiro—. Pero eso es ilegal.

Con un golpe del guante en el trasero, la impulsó a continuar la marcha.

—¡No puedes matar a un hombre por mí!

—No muestres las garras en público. Las rameras astutas las mantienen escondidas.

—Pero se supone que soy ingenua —replicó—. Por favor, debes prometerme que no retarás a nadie a batirse en duelo.

Pero antes de que pudiese contestar, un hombre de oscuros cabellos se inclinó frente a ellos. El caballero vestido de negro completamente, incluida la corbata, lucía una sardónica sonrisa en los sensuales labios. Tenía largas pestañas, oscuras cejas y pómulos hermosamente esculpidos.

El hombre hizo una descuidada y teatral reverencia. —Vizconde Swansborough para servirle, mi lady.

En vez de darle un beso en los dedos, el vizconde le dio la vuelta a la mano y en la palma le estampó un beso con la boca abierta. Incluso le clavó la lengua en el sensible centro y ella contuvo un chillido. De sorpresa, de placer prohibido.

—Cuidado, Swansborough —advirtió Marcus. Pareció que el pecho se le agrandaba, la columna tiesa y los ojos brillantes como los de un animal depredador. Ella percibió esa postura de macho en celo y tragó saliva.

Lord Swansborough le soltó la mano, no antes de acariciarle los dedos—: Un tesoro privado. ¿Tiene nombre esta joya, Trent?

—Vixen —Venetia respiró. El Conde inhalo profundamente ante el tono enronquecido de la voz nerviosa de la mujer.

Pero cuando intentaron pasar delante de él, Swansborough cogió a Marcus del hombro. Su expresión cambió. —¿Quién es? —preguntó aviesamente. Habló en un tono jadeante que ocultaba una dureza letal—. ¿Para qué diablos ha traído una mujer como ésta aquí?

Con sorna en la sonrisa, Marcus dijo: —Es una mujer que me divierte simulando ser una novicia. Sueña con un futuro en las tablas.

—La manzana no cae lejos del árbol.

Venetia se sintió tan impotente como quien presencia un accidente ante la furia de Marcus por el comentario, con los puños y dientes apretados. Todo lo que pudo hacer fue llevarse las manos a la boca y rezar.

Swansborough se volvió hacia un par de cortesanas casi desnudas, ambas rubias. Palmeó los dos redondos traseros y alternadamente, acarició con la nariz los soberbios pechos. Venetia temió que si la conmoción aumentaba, quedaría petrificada. Pero el arrebato de pasión lujuriosa del Vizconde, al menos sirvió para diluir la tensión provocada por su comentario ofensivo.

Marcus le atrapó la mano y la arrastró hacia fuera del salón. Venetia corrió deprisa para alcanzar su paso: —¿Qué sucede?

Al llegar a un par de puertas doradas abiertas, él se detuvo. Le acarició la mejilla.

—Tendrás que ser más convincente como prostituta, cariño —murmuró—. Basta un vistazo para saber que eres inocente.

Venetia sintió una mirada fija en la espalda, al volverse se encontró con los ojos escudriñadores de lady Chartrand clavados en ella. Se las ingenió para esbozar una sonrisa. La mujer estaba de pie entre dos hombres que conocía por habladurías y por el libro de su padre. Lord Brude, el imaginativo poeta y el señor Wembly, principal referente de la moda masculina, rey de Bow Window Set.

—¿Cómo quieres que simule ser una prostituta? —preguntó.

—Abrázame, flirtea conmigo y hazme propuestas lujuriosas.

Se acurrucó junto a él y posó la mano en los muslos de acero. Deslizó la mano por encima hasta que alcanzó los testículos y el gran bulto bajo los pantalones. Los cogió con ambas manos. Cálidos. Suaves. Grandes. Le desbordaron la palma de la mano.

Su respiración se agitó. —Cariño —gruñó— tu acto no tiene que ser tan convincente. Tus caricias son una dulce tortura. Dios me ampare por haberte alentado.

Alguien pasó junto a ellos, Swansborough y dos damiselas. —¿Desea usted... follarme, mi lord? —Lo preguntó simulando ser una osada mujerzuela, comportándose tan diferente como pudo a su verdadera forma de ser.

Marcus arqueó una ceja. Cuando estuvieron solos, le advirtió: —No puedes usar palabras como «follar».

—¿Por qué no? ¡Tú lo haces!

—Porque escuchar a un ángel como tú decir palabras tan crudas me incita a follarte hasta que ninguno de los dos pueda caminar más. Y eso es algo que no me puedo permitir.

«¿Por qué no?» Gritó en su interior.

—Me estás tentando a pecar, querido ángel —Quitó la mano de la entrepierna, agitó la cabeza como si estuviese tratando de despejar la nebulosa de la lujuria—. Haces que olvide la razón por la cual estoy aquí. Para rescatarte de Lydia, y no para ser objeto del progreso de tus habilidades como ramera.

—Ella no está aquí—. Recorrió con la mirada más allá del tranquilo vestíbulo. Los oscuros rizos de Lydia y sus enormes pechos no se distinguían por ningún lado.

—Debe de estar en el atestado salón.

¿Por qué parecía tan renuente a entrar? Ella podía ver tan sólo invitados elegantes caminando, bebiendo champagne y compartiendo miradas ardientes. — ¿Qué hay allí?

—Sexo —su risa irónica le erizó la espalda.

Tan sólo esa palabra pecaminosa bastó para que le hirviera la sangre—: Lo he representado en mis cuadros. Quiero verlo todo.

*****

Venetia temió que los ojos se le salieran de las órbitas. Sujetó con fuerza la copa de champagne.

Cerca del piano del salón, un joven sostenía un candelabro y hojeaba un libro mientras que una hermosa joven de rizos de oro jugueteaba. Con los pantalones abiertos, empujaba el pene erecto hacia los labios rosados de la mujer. En las sombras, debajo del instrumento, un hombre de cabello oscuro mantenía la cabeza entre las piernas de la dama.

—¡Es El Lector cautivado! Ha copiado mi cuadro —tragó saliva consternada. Se suponía que el hombre de cabello oscuro era el conde de Trent, disfrutando de actos pecaminosos con una virginal joven durante una fiesta en casa de familia. Marcus debía estar furioso.

—Aparentemente Chartrand admira tu obra— el tono duro e irónico la hizo temblar.

—¡Oh! ¡Dios del cielo! —gimió ella.

—Pero —su voz grave y profunda no sólo la sorprendió, sino que también la enardeció—. Ha captado bastante bien la esencia de tu exquisita obra, mi amor.

Mi amor. Tanto más íntimo que simplemente amor, ¿quizás simplemente en tono de burla, o para ocultar su terrible furia?

—Ahora que me conoces, ahora que te he ayudado para que te corrieras, ¿satisfago tu fantasía del conde de Trent? —Su erección le rozó las nalgas y la dejó sin palabras.

¿Qué quería decir? No podía adivinar qué se escondía en su seductor tono de voz. ¿Era un simple juego o encubría ira profunda? Observó la representación en vivo de su cuadro, la elegancia del acto erótico. Pero no representaba una historia. Sólo artificio.

Marcus le deslizó la cálida y poderosa mano por la espalda. Él era real. Su esencia. Su calidez. Su calor. Extrañamente, aunque sabía con certeza que estaba enojado, su caricia le dio coraje en ese ambiente extraño. Esa no era la caricia de un hombre enojado.

—Tú eres mucho más seductor de lo que había imaginado —susurró. Era verdad.

A diferencia de su cuadro, no representaba un momento atrapado en el tiempo. La lengua del falso conde envolvía ávidamente la de la mujer que emitía sonoros gemidos. La vulva de Venetia se contraía en respuesta a cada gemido. El hombre con el miembro expuesto lo acercó a la boca de la mujer y ella sacó la lengua. Se acercaron inexorablemente, hasta que lengua y pene se tocaron y la mujer deslizó una húmeda caricia en la cabeza del falo.

El hombre gimió pero fue el quejido de Marcus, el que le electrizó cada uno de sus nervios.

Le rozó levemente la oreja con los dientes provocando que una dulce miel fluyera de su sexo. —¿Crees que puedo follar mejor que tu hombre imaginario? ¿Practicar mejor el sexo oral?

La lengua aleteó inútilmente en el interior de su boca, bebió un reconfortante sorbo de champagne.

—Magnífico artista, Rodesson. Historias de un caballero londinense es una obra maestra. Espero que no tengas objeciones, Trent.

Una risa puramente lasciva se escuchó a su izquierda, demasiado cerca, destilando un fuerte olor a brandy. Abrumada, Venetia tosió y se ahogo. Marcus la abrazó y ella se volvió hacia la persona que había hecho el comentario, lord Chartrand.

—Parece que su amante se está ahogando —Chartrand sonrió con sorna—. Bueno, Trent, ¿sabe su dama ejecutar el pianoforte?

—Nunca le he dado tiempo para ello —replicó Marcus. Venetia tembló. La estaba presentando como a una prostituta, dejando en claro que no estaba disponible para nadie más.

—¿Pero, posee la dama manos habilidosas?

—Es muy habilidosa con las manos —replicó Marcus con un peligroso gruñido.

Si hubiese sido un lobo, tendría los pelos del lomo erizados y estaría mostrando los colmillos. Sintió como si le estrujasen el pecho. Quería tener el control. Sin embargo, no se animó ni siquiera a hablar por temor a cometer un error.

Chartrand, aunque más grande que Marcus, dio un paso atrás con una sonrisa. —Lo único que espero de mi representación en vivo, es que sirva de inspiración.

La respiración agitada de Venetia se tornó en un silbido. Chartrand pestañeó primero, luego murmuró perra de manera desdeñosa mientras echaba chispas por los ojos al mirar por encima de sus cabezas. Venetia se volvió para mirar.

Un apuesto caballero se estaba acercando con Lydia Harcourt del brazo.

Venetia tragó con dificultad. Lydia sabía que ella, no Rodesson, había pintado El lector cautivado. ¿Qué diría cuando lo viese?

Furtivamente, Venetia se tocó la máscara para asegurarse de que estuviera en su lugar. Lydia no podía reconocerla. Gracias a Dios, no la habían descubierto. Lydia no podía señalarla y gritar: —Ella es la que lo pintó.

—Marcus murmuró. —No le hables, Vixen. Ten cuidado.

Los inmensos ojos azules de Lydia se paseaban de los rasgos patricios de Montberry al rostro de Marcus y una sonrisa de gata le curvo los labios escarlata. El colorido de Lydia era magnífico: mejillas rosadas, labios rojos, interminables pestañas oscuras. Cualquier artista estaría encantado de capturar tal belleza. Lucía un vestido de seda escarlata con profundo escote y un tajo en el costado que le dejaba las piernas al descubierto.

—¿Pública y maldita seas, Ilustrísima? —Lydia le preguntó al duque en voz baja—. Lo haré por cierto, pero no seré blanco del ridículo.

El elegante héroe de guerra levantó su monóculo. —¡Bah!, ya lo eres, descarada. ¿Acaso no sabes que el mundo letrado se está riendo de tus ridículas aspiraciones de autora? ¿Niña, pequeña, puedes siquiera componer una frase?

—Lo suficientemente bien como para mofarme de usted, Ilustrísima —espetó Lydia. Dicho eso, la cortesana giró y se retiró airadamente.

Montberry extrajo un cigarro del bolsillo. —Estúpida, mujerzuela —murmuró.

—¡Oooh!

Le temblaron las piernas, el corazón le galopó. Venetia prestó nuevamente atención al piano. La joven dama se contoneaba mientras que el hombre le sujetaba con fuerza el rostro. El Conde la había hecho correrse.

El momento erótico la capturó, la fascinó. Se dio cuenta de la respiración agitada de Marcus, tocándole la cadera, tan sensible aun a través de las ropas. De la dureza de la erección contra sus nalgas.

Lo deseaba, penaba por él, le cogió la mano, entrelazó los dedos con los suyos y la posó en su pecho.

Marcus gimió mientras Venetia observaba cómo Trixie Jones succionaba el pene introducido hasta la garganta y meneaba la pelvis en el rostro del otro hombre.

Esto debía de ser un castigo por sus pecados.

Las esmeraldas brillaron alrededor de la muñeca cuando llevó la mano hasta el ceñido corpiño, a los pechos turgentes. Su regalo. La prueba de que le pertenecía, de que la seduciría esa noche.

Había visto la condena en los ojos de Brude, Swansborough, Wembly, incluso en los de Helen, lady Chartrand. Todos y cada uno habían pensado que estaba haciendo lo mismo que había hecho su padre. Corromper a una joven ingenua. Ellos no intervendrían, pero él odiaba que lo consideraran un corruptor. A pesar de eso y para proteger a Venetia, no tenía opción.

—Él no lo alcanzó —musitó ella.

—¿Quién? —dijo punzante— ¿El que está debajo o el que está de pie?

La escena le hacía hervir la sangre como a todo hombre, pero saber que Venetia había creado esta fantasía lo hacía sufrir de necesidad. Aunque debería estar furioso porque lo estaban representando a él, lo excitaba. Se sentía tan duro, henchido, a punto de perder el control como cuando era más joven. Sufría, pero no sólo por la abstinencia a la que se había sometido desde hacía meses, sino debido a las pocas horas que había estado frente a la tentadora presencia de Venetia.

—Chartrand —Venetia frunció los labios carnosos. El rubor escarlata los hacía parecer más turgentes, húmedos, tentadores. Sin embargo, los prefería sin nada. Suaves, naturales, con su propio sabor.

—Creo que Trixie es un poco descarada para la escena —continuó—. Me imaginé una mujer seducida y arrastrada al pecado en contra de su naturaleza. Una mujer más tentadora.

—¿Una mujer como tú?

El rubor le cubrió las mejillas, visibles bajo la máscara. La estrujó contra él. Su trasero parecía un cojín lujurioso contra su erección. Pudo aspirar su erótico perfume, inhaló profundamente. No era el de siempre, la inteligente joven se había percatado de que una mujer puede ser fácilmente identificada por el perfume.

Otras parejas que pasaban por allí, se detuvieron para observar a El lector cautivado. Helen del brazo de Wembly.

Rosalyn y Brude, quien asentía con aprobación: —¡Ah!, la última obra de Rodesson. Excelente elección.

Marcus apretó los dientes mientras que las mujeres hacían un guiño y le dirigían insinuantes invitaciones con el movimiento de los abanicos. Wembly y Brude se rieron obscenamente a su costa. Pero lo cierto era que Venetia era una artista notable. Y ella tenía razón, la versión de Chartrand no poseía la atrayente sensualidad del original.

Brude y Wembly le besaron la mano a Venetia pero cuando él se distrajo besando los dedos de Helen, ambos le estrujaron el trasero. Ella dio un brinco. Su copa de champagne se derramó.

Marcus la atrajo posesivamente junto a su lado. —No tengo intención de compartir —gruñó.

Wembly extrañado, arqueó la ceja. —Entonces no la hubieses traído, Trent. Los ojos de Venetia se agrandaron espantados mientras las parejas se alejaron y Marcus le advirtió: —¿Lo ves?, la fantasía y la realidad son dos cosas totalmente diferentes.

Ella entregó la copa vacía a uno de los sirvientes —Me sorprendí, no me ofendí. Puedo reconocer los riesgos.

«No, no completamente. Sólo una noche aquí y tu alma nunca será la misma.»

—Te protegeré de todos los riesgos, cariño —Y lo haría, pero ahora sabía que la misión de preservar la virginidad de Venetia no le salvaría el alma.

Sujetándola por la cintura la alejó de la creciente multitud que observaba la escena, sin embargo, terminaron en otra copia de un Rodesson genuino, La primera noche. En una cama enorme, una joven debutante de mirada brillante entregando su inocencia a un elegante granuja, en realidad, una hermosa prostituta pelirroja que lucía convincente en su papel de virgen.

Se le cortó la respiración, la mujer era muy parecida a Venetia.

La escena en progreso mostraba a dos amantes desnudos. El canalla separó los hermosos muslos, se colocó en posición, dio la primera embestida hundiéndose profundamente. Venetia jadeó. Aunque la mujer en las tablas dudosamente era virgen, emitió un lastimoso alarido. El grito como un eco en las venas de Marcus hizo que la sangre le fluyera en torrente, hacia las ingles.

Instó a Venetia a salir hacia la galería. Un lugar sano.

—Espera, m... mi lord. —Venetia se detuvo frente a la siguiente escena a pesar de que Marcus la instaba a seguir. Él miró hacia atrás. Una maraña de cuerpos desnudos, bocas en cada orificio y enormes penes erectos empujando a diestra y siniestra. Ella murmuró algo.

Sólo pudo escuchar una palabra: Bosquejo. «¿Bosquejo?»

Venetia lo hizo girar. Cuando la creía trastornada, actuaba como una artista bohemia. Y algunas veces estaba dulcemente perpleja, le dolió el corazón...

—¿Cuál es la prisa, mi lord? ¿No te intriga?

—Lo he visto antes, Vixen. He participado. Lo que quiero es alejarte de aquí.

La verdad, estaba ansioso de arrastrarla a la habitación. Pasar toda la noche con la cabeza entre sus piernas de seda, respirando su deliciosa fragancia, descubriendo su sabor, haciéndola gritar... pero con el pene.

Una noche. Tenía que soportar sólo una noche. Encargarse de Lydia y regresar a Londres con la virginidad de Venetia intacta. Y así, habría protegido a la damisela en desgracia.

La iglesia era un lugar al que raramente concurría, excepto para las fiestas cristianas obligatorias y las bodas. Como todo sinvergüenza se sentía incómodo en terreno santo, sin embargo, elevó una plegaria mientras que la conducía hacia afuera. «Dame la fuerza para resistir la tentación.» Su padre ardía en el infierno por las canalladas que había hecho y ni un montón de oraciones sobre la botella de brandy lo había salvado.

—Por todos los cielos, jadeó. ¡Mira eso!