El calendario azteca
Los aztecas vivían en un mundo gobernado por la religión y la magia, y sus ritos y augurios estaban regidos por el calendario.
El año solar, que comenzaba en nuestro mes de febrero, estaba dividido en dieciocho períodos de veinte días (a menudo llamados «meses»). Cada mes tenía sus propias fiestas religiosas; con frecuencia incluían sacrificios, algunos de ellos humanos, a uno o más de los muchos dioses aztecas. Al final del año había cinco «días inútiles» que se consideraban infaustos.
Paralelamente a este, había un calendario adivinatorio de doscientos sesenta días dividido en veinte grupos de trece días (algunas veces llamados «semanas»). El primer día de la «semana» llevaba el número 1 y recibía un nombre de una lista de veinte: Junco, Jaguar, Águila, Buitre, etc. El segundo día llevaba el número 2 y el siguiente nombre de la secuencia. El día catorce, el número volvía a ser el 1, pero la secuencia de nombres continuaba hasta agotar la lista, y cada combinación de nombre y número se repetía cada doscientos sesenta días.
Un año llevaba el nombre del día correspondiente en el calendario adivinatorio en que comenzaba. Por razones matemáticas, estos nombres solo podían ser uno entre cuatro: Junco, Cuchillo de Pedernal, Casa y Conejo, que se combinaban con un número del uno al trece. Esto producía un ciclo de cincuenta y dos años, donde el principio y el final del calendario solar y el adivinatorio coincidían. Los aztecas llamaban a este período un «haz de años».
Cada día en un haz de años era el producto de una única combinación de año, mes y día en el calendario adivinatorio y, por consiguiente, tenía, para los aztecas, un carácter individual propio y un significado mágico y religioso.