19
CLARICE sabía que se estaba quedando boquiabierta pero no pudo evitarlo. Miró a Alton y finalmente logró tomar aire suficiente para decir:
—¿Lo sabías?
Su hermano frunció el cejo.
—No. Es decir, lo descubrí anoche, cuando me pasé por Gribbley e hijos para comprobar las cifras para los acuerdos matrimoniales. El viejo Gribbley se había enterado de mis planes, me hizo pasar a su despacho para felicitarme y comentar cómo habría visto nuestro padre mi elección. Mientras lo hacía, dejó caer la opinión de nuestro padre sobre el origen de Carlton.
—¿Nuestro padre lo sabía? — Clarice lo miró aún más sorprendida.
—Al parecer, sí. Tenía más que una sospecha, pero según Gribbley, siendo Carlton el cuarto en la línea sucesoria, no se molestó en remover el asunto, lo cual suena muy propio de él. — Alton se encogió de hombros—. Me atrevería a decir que si no hubiera muerto de un modo tan repentino, me lo habría dicho. De hecho, yo no lo sabía, pero Gribbley pensaba que sí.
Clarice parpadeó.
—Pero Moira sabía que no estabas al corriente. Y después de que nuestro padre muriera, se sintió completamente a salvo para obligaros a bailar a su son.
—Exacto.
—En cambio, tú sí lo sabías. — con la cabeza inclinada, Roger la contempló—. ¿Cómo?
Clarice hizo una mueca.
—Yo tenía siete años en ese momento y Moira y yo ya estábamos enfrentadas. Citarte con tu amante en tu propia casa, con tu joven hijastra allí, no era muy prudente.
—Pero nunca le dijiste que lo sabías — comentó Nigel.
—No, aunque si hubiera seguido así, lo habría hecho. — miró a Alton—. Pretendía enfrentarme a ella con eso si no permitía vuestros matrimonios. — sonrió—. Pero ahora ya no tengo que hacerlo, porque te has encargado tú solito de ello.
Su hermano sonrió con ironía.
—Y menos mal que lo he hecho. Conniston me ha preguntado por Moira, así que le he explicado lo que había sucedido. Después, tras darme su bendición, me ha dicho que no me la habría dado si Moira hubiera seguido por aquí. Cree que es una víbora. Me ha felicitado por, según sus palabras, «haberme hecho un hombre».
Clarice lo estudió durante un momento y luego dejó que su sonrisa se ampliara.
—En algunos aspectos, eso es cierto y debo decir que es un alivio.
Los tres hermanos bufaron con rudeza, pero ella se limitó a sonreírles.
—¿Y bien? — insistió Alton inclinándose hacia adelante—. ¿Qué hay de nuestro baile de compromiso?
Se pasaron el resto de la tarde ocupados con todos los preparativos. Jack observó cómo Clarice se mostraba a la altura de las circunstancias, a pesar de que aún parecía un poco aturdida.
James estaba a salvo, exonerado, su nombre ya no era puesto en cuestión. Era cierto que Humphries aún tenía que retirar los cargos, pero como el deán había dicho, eso sólo era un retraso sin importancia y todo se arreglaría pronto. En cuanto a Humphries, Jack albergaba los más graves temores, aunque no dijo nada para no desanimar a Clarice.
Mientras ella daba instrucciones sobre la lista de invitados y las invitaciones, el sirviente enviado a Whitehall regresó con una respuesta de Dalziel. Jack fue al vestíbulo para recogerla. Dalziel había enviado a un agente para vigilar y seguir al diácono. Al llegar al palacio y ver cuántas salidas había desde los jardines, dicho hombre había ido por refuerzos. Lamentablemente, antes de que pudieran organizar una red de vigilancia adecuada, Humphries había salido por una puerta trasera y había desaparecido. El panorama no se le presentaba a éste muy halagüeño. Dalziel le decía a Jack que lo mantendría informado y le pedía que hiciera lo mismo.
Se metió la nota en el bolsillo y, cuando se volvió para regresar a la biblioteca, descubrió que Alton lo había seguido y lo observaba con serenidad. Jack arqueó las cejas.
Alton señaló la nota con la cabeza.
—¿Ese hombre en Whitehall es el hombre para el que trabajaste durante la guerra?
Él vaciló. El impulso de ocultar su pasado era todavía casi instintivo. Alton se ruborizó.
—Yo... nosotros lo comprobamos. Eras un comandante en la Guardia Real, pero nadie en tu regimiento te recuerda. Sin embargo, no eres alguien fácil de olvidar.
Jack esbozó una sonrisa totalmente sincera.
—En realidad, descubrirás que soy de los que se olvidan con facilidad si así lo deseo. — se acercó y se detuvo delante de él para que nadie más pudiera oírlo—. Ése era mi talento en particular, ser capaz siempre de pasar desapercibido, que pareciera que ése era mi lugar. — miró a Alton a los ojos—. Y sí, el caballero de Whitehall fue mi superior durante más de una década.
El otro asintió y luego sonrió.
—Sólo queríamos saberlo.
Jack le devolvió la sonrisa.
—Totalmente comprensible.
—Alton, ¿dónde demonios estás?
Se volvieron cuando Clarice apareció en la puerta de la biblioteca y frunció el cejo en dirección a su hermano.
—Ni se te ocurra escaparte.
Él la miró con expresión inocente.
—Sólo iba a enviar a alguien a buscar a Sarah.
Ella asintió.
—Pues hazlo. Y ya puestos, pide que vayan también a por Alice y Emily. Y a por la tía Camleigh, y será mejor que llamemos también a la tía Bentwood. Necesitaremos que todos pongan de su parte si queremos organizar un gran baile dentro de cinco días.
—Podría ser sólo un baile normal — comentó Alton—. No nos importaría.
Clarice le lanzó una mirada de disgusto.
—¡No seas bobo! ¡Eres el marqués de Melton, tu baile de compromiso tiene que ser como mínimo grandioso! Y ahora, en marcha. — volvió a entrar en la estancia—. Tú y los demás podéis empezar con las invitaciones.
Alton la siguió. Jack avanzó más despacio, se detuvo en la puerta y observó cómo se ocupaba de que sus hermanos se pusieran a escribir las invitaciones.
James estaba a salvo, los compromisos de los jóvenes Altwood también y en breve se anunciarían como correspondía. Todo lo que Clarice había ido a hacer a Londres lo habían logrado.
Ella había decretado que el baile se celebraría lo antes posible y Jack lo había interpretado como un deseo por su parte de tenerlo todo ya acabado. Después de eso...
Al observarla, no pudo negar la perturbadora incertidumbre que se había adueñado de su ser. ¿Regresaría a Avening y a la tranquila vida del campo o la buena sociedad y su familia no sólo la habían aceptado, sino que la habían vuelto a atrapar?
Clarice lo vio y frunció el cejo.
—Ven aquí. Tú tampoco te vas a escapar.
Jack sonrió y se acercó para complacerla en lo que fuera. Se pasaron las siguientes dos horas inmersos en un controlado caos.
Sólo ella parecía saber qué venía a continuación.
Sus futuras cuñadas llegaron y se unieron a los preparativos, tras lo cual, Clarice las envió a casa cargadas con listas de preguntas para sus padres.
Sus tías fueron a verlos y les dieron su augusta bendición. Además, prometieron enviar una lista de las personas más influyentes para que se las incluyera entre los invitados.
Entretanto, Clarice los mantuvo a él y a sus hermanos ocupados escribiendo invitaciones con su mejor caligrafía.
Finalmente, consultó el reloj y puso fin a la jornada.
—Tenemos que arreglarnos para la cena.
Alton se estiró y gruñó.
—Yo voy a desplomarme agotado en mi club.
Clarice lo miró con los ojos entornados.
—No, no lo harás. Irás a reunirte con Sarah y la acompañarás a dondequiera que vaya. — miró a sus otros dos hermanos—. Y vosotros haréis lo mismo con Alice y Emily. Ahora sois unos caballeros prometidos y debéis actuar como tales. Si queréis que vuestro baile de compromiso sea un éxito, empezaréis a plantar las semillas adecuadas esta noche.
Nigel resopló.
—Los tres Altwood anuncian sus compromisos la misma noche con su hermana recién regresada del destierro como anfitriona. El baile no será un éxito, será una locura. Todo el mundo en Londres querrá asistir. — captó la furibunda mirada de Clarice y alzó las manos—. De acuerdo, de acuerdo, haremos lo que dices, pero es imposible que el baile no sea otra cosa que un horrible acontecimiento de masas.
—En realidad — Alton se inclinó hacia adelante y clavó la vista en el rostro de su hermana—, ahora que hablamos de anfitrionas, regresarás aquí, ¿verdad, Clary? Moira se ha ido y a Sarah no le importará. Ya te ve como una hermana mayor. Agradecerá tu ayuda y, de hecho, nadie está mejor preparado que tú para encargarse de este tipo de cosas. — señaló el revoltijo de invitaciones que los rodeaba—. No hay motivo para que tengas que regresar a Avening, no ahora. James no te necesita, pero nosotros sí. Te quedarás, ¿verdad?
A Jack casi se le paró el corazón.
Antes de que Clarice pudiera decir nada, Roger y Nigel intervinieron para añadir sus argumentos. Esa vez, los tres fueron más persuasivos. Habían tenido tiempo de planearlo y pulir sus razonamientos. Le pintaron una imagen de su vida tal como debería haber sido, como podría serlo si lo deseaba, la vida para la que había nacido, una vida de privilegio, riqueza y poder.
Jack logró no reaccionar, no tensarse, no atraer la atención de nadie mientras escuchaba. Usó las habilidades de su pasado para que los otros cuatro olvidaran que estaba allí y observó a Clarice. Aún no había podido decir ni una palabra, parecía resignada a dejar que sus hermanos le presentaran todos los argumentos que se les pudieran ocurrir, que tiraran de todos los hilos en los que pudieran pensar para convencerla de que regresara al hogar familiar.
Guardar silencio y permanecer inmóvil le supuso a Jack un gran esfuerzo, toda una batalla. Sentía como si tuviera el corazón en la garganta pero, aun así, esperó. Era decisión de ella y sólo de ella.
Finalmente, cuando Nigel, se quedó al fin sin palabras y reinó un expectante silencio, Clarice les sonrió.
—Gracias, pero no.
Jack volvió a respirar y se sintió levemente aturdido. Ella alzó una mano para detener las protestas.
—No. No discutáis. Ya habéis hablado bastante y ahora debo regresar al hotel para prepararme para la velada.
Calmada y serena, se levantó y miró a Jack, que también se levantó y la miró a los ojos, pero no pudo ver en ellos nada más que una cariñosa exasperación con sus hermanos.
Clarice los besó y se despidió.
—Os veré a todos esta noche.
Jack ocultó sus sentimientos con su habitual maestría y se despidió de los demás. Acompañó a Clarice al carruaje de ciudad de Alton, que esperaba para llevarlos de vuelta al Benedict’s. Jack se sentó a su lado, echó la cabeza hacia atrás y se repitió que ella había dicho que no. Lamentablemente, no había sido un «no» muy contundente y no había convencido a sus hermanos. Jack lo había visto en las miradas que habían intercambiado. Tampoco lo había convencido a él.
Las cosas habían cambiado mucho e inesperadamente. La habían acogido de nuevo en sociedad, su madrastra había sido derrotada y desterrada, sus hermanos se casarían pronto y juntos habían logrado exonerar a James.
Cuando Clarice tuviera tiempo de considerarlo, de pensar en cuántas cosas eran ya distintas, ¿seguiría queriendo regresar a Avening, un tranquilo remanso de paz campestre, o decidiría quedarse en la ciudad y vivir la vida que siempre debería haber tenido?
No iba a renunciar a ella. No fácilmente; no sin luchar. Con el brazo apoyado en la repisa de la chimenea, Jack estudió el fuego de la salita de estar de la suite de Clarice. Ésta se estaba vistiendo para la velada, así que no le quedaba mucho tiempo. La presión renovada de sus hermanos para hacer que volviera a reunirse con la familia había sido una sorpresa inoportuna. Jack era muy consciente de lo grande que era la amenaza que eso representaba para su visión del futuro; una visión que había estado alimentando durante las últimas semanas, la de él viviendo en Avening, con Clarice a su lado.
En ningún momento se había imaginado que ganársela fuese a ser fácil. A diferencia de con otras mujeres, no podía llegar sobre su corcel, acabar con sus dragones y reclamar su mano como recompensa. Con su Boadicea, sólo podía despejar el camino, como mucho apoyarla para que pudiera acabar con sus dragones por sí misma. Clarice era ese tipo de mujer.
Podía poner su mano sobre la de ella, sobre su espada, y luchar juntos, pero como había sucedido con el asunto de Moira, era Clarice quien debía ejecutar el acto final. Esa independencia, esa autonomía, formaba parte de lo que era y no podía arrebatársela de ningún modo. No si la quería a ella. Y la quería.
A lo largo del tiempo que habían pasado en Londres, su admiración por Clarice no había hecho más que aumentar. Había visto más de sus puntos fuertes y mientras que éstos dominaban la imagen que todo el mundo tenía de ella, él había atisbado también puntos débiles. Y se había quedado con ellos. No para explotarlos, sino para apoyarla, para protegerla.
En su corazón, estaba convencido de que lo necesitaba tanto como él la necesitaba a ella. Pero ¿cómo podía hacérselo ver? La única respuesta que había logrado encontrar era darle infatigablemente el apoyo que necesitaba, que no era siempre el que cabía suponer, porque ella no necesitaba ni quería ser protegida del mismo modo que otras mujeres, sino que deseaba colaboración, que la trataran como a una igual, que no la metieran en una jaula dorada.
Pero Jack se había estado comportando así de bien durante semanas y, aunque sin duda Clarice apreciaba su actitud, sospechaba que la veía más o menos como algo que le correspondía; y de hecho era así.
Entonces, ¿cómo iba a hacerla reaccionar?, ¿cómo iba a abrirle los ojos para que lo viera realmente a él y no sólo a un hombre que tenía el sentido común de tratarla correctamente?
Recordó el consejo de Deverell: el factor sorpresa. En ese momento había creído que la idea merecía consideración, ahora le parecía prometedora. Si deseaba cortejarla, tendría que hacerlo del modo adecuado, lo que significaba que no debía hacerlo convencionalmente. Otros habían intentado lo convencional en el pasado y no era de extrañar que no hubieran tenido éxito. Nada de joyas; demasiado fácil, demasiado predecible, y además ya tenía muchas. Tenía que ser algo más significativo.
—Bien.
Se volvió hacia el objeto de sus pensamientos, que se acercaba con un seductor vestido de brillante encaje color guinda y sedas a juego.
Clarice lo miró y se dio la vuelta.
—¿Te gusta?
Jack la contempló y sonrió con total sinceridad.
—Estás... espléndida. — le cogió la capa a la doncella, que la había seguido desde el dormitorio, y se la puso sobre los hombros. Mientras lo hacía, murmuró en voz baja, sólo para ella—: Bastante apetecible, de hecho.
Sus ojos, un poco más abiertos de lo normal, se encontraron con los suyos, los examinaron brevemente y luego sonrió y miró al frente.
—Será mejor que nos vayamos.
Antes de que Jack dejara horrorizada a la doncella. Él sonrió, inclinó la cabeza y la siguió.
Jack bajó para tomar un tardío desayuno en el club Bastion aún sonriendo al recordar a su reina guerrera desnuda, retorciéndose en éxtasis sobre una cama cubierta por brillante seda color guinda. Ese color en contraste con su piel, rubí y blanco marfil, como pétalos de rosa, le había dado idea de un regalo que podría hacerle y que ella no esperaría, pero que sospechaba que apreciaría. Le comentó a Gasthorpe lo que necesitaba y el mayordomo se dispuso a enviar a un sirviente para que recorriera la ciudad y sus alrededores en busca de todo lo necesario.
Acababa de terminarse un plato de jamón y salchichas y estaba saboreando el excelente café de Gasthorpe cuando oyó un fuerte golpe en la puerta principal, seguido por una pregunta con una clara voz que él conocía bien y en un tono que hizo que sus instintos protectores cobraran vida.
Se levantó y salió sin esperar a que el mayordomo lo avisara.
Clarice lo miró a los ojos y señaló al deán, de pie a su lado.
—Aquí estás. Me temo que traemos malas noticias.
Jack miró el pálido rostro del deán y los hizo pasar a la salita.
—Quizá nos iría bien un poco de brandy, Gasthorpe.
—Desde luego, milord. En seguida.
Jack hizo sentarse al hombre en un sillón mientras Clarice se sentaba en otro. Aunque conmocionada, no se la veía en absoluto superada por la situación.
—¿Qué ha sucedido? — Jack miró al deán. Éste, de repente, parecía mayor, mucho más frágil.
—Humphries. — miró a Jack a los ojos—. No ha regresado.
Gasthorpe llegó con una bandeja en la que había brandy, té y café. Jack le sirvió al deán una copa de licor y luego se sirvió un café mientras Clarice se preparaba una taza de té.
Samuels bebió, tosió, volvió a beber y luego carraspeó.
—Quería haberle informado anoche, cuando Humphries no apareció para la cena pero el obispo... Creo que esperaba contra toda esperanza. Se halla en un estado de ansiedad terrible. Hemos preguntado a todos los porteros, pero no han visto a Humphries desde que dejó el palacio ayer, poco después de hablar con su ilustrísima.
Jack miró a Clarice.
—Podemos albergar esperanzas, pero me temo que deberíamos esperar lo peor.
Miró también al deán, que asintió vencido.
—Informaré a mis colegas y pondré en marcha una búsqueda — añadió Jack. Vaciló y luego preguntó—: ¿El obispo se lo ha notificado a Whitehall?
El deán frunció el cejo.
—No lo sé... No lo creo.
—Enviaré un mensaje también allí.
Al cabo de unos minutos, cuando las mejillas de Samuels recuperaron algo de color, Jack sugirió que regresara al palacio.
—Dígale al obispo que haremos todo lo que podamos, pero a Humphries le ha sucedido algo serio, es posible que nunca lo sepamos. Y si por casualidad regresa, háganmelo saber inmediatamente.
—Sí, por supuesto. — el hombre se levantó.
Clarice también se puso de pie.
—Lo llevaré de vuelta al palacio en mi carruaje. — miró a Jack a los ojos—. He cancelado todos mis compromisos de hoy. Pasaré todo el día en Melton House con los preparativos para el baile.
Él asintió.
—Enviaré un mensaje allí y al palacio si tengo alguna noticia. Aunque no espero averiguar nada en breve.
Acompañó a Clarice y a Samuels al carruaje de ciudad de Alton y luego regresó rápidamente al club.
—¿Gasthorpe?
—Sí, milord. Tengo a los sirvientes esperando.
Informó a Dalziel, a Christian y a Tristan. Levantó a Deverell de la cama en el piso de arriba y todos se pusieron a trabajar. Activaron una red de ojos y oídos concentrada en las zonas sur y este del palacio y a lo largo del Támesis, en busca de cualquier persona que hubiera visto a Humphries, solo o con alguien más. El club Bastion se convirtió en su base; Dalziel les comunicó que había indicado a sus hombres que informaran allí.
Después del almuerzo, Jack se vistió como un comerciante y se dirigió al río. Encontró a un equipo de barqueros desocupados y los envió a buscar por los pantanos en Deptford al este, hasta Greenwich Reach, el tradicional lugar donde se arrojaban los cadáveres cerca de la ciudad. Hecho eso, regresó al club a la espera de recibir cualquier información y coordinar esfuerzos.
El día avanzó sin que averiguaran nada. Aunque no esperaba otra cosa, Jack se preguntó si alguna vez descubrirían lo que le había sucedido al diácono. A medida que las horas fueron pasando, se alegró de que Clarice estuviera ocupada, protegida en el seno de su familia, rodeada por otras personas y con demasiadas cosas que hacer como para pensar demasiado en el desaparecido, para preguntarse si había algo que hubiese podido hacer de un modo diferente que hubiera desviado a aquel hombre tristemente tenaz de su camino.
Jack sabía que no, que cuando la gente como Humphries se veía atrapada en una red de intriga y traición, era demasiado débil para liberarse. En ese caso, la araña — el traidor — se comería a Humphries aunque, como Jack sospechaba, no fuera él en persona quien lo hiciera.
Cuando anocheció, seguía sin noticias. Dejó las riendas del asunto en las capaces manos de Gasthorpe y fue al Benedict’s. Al comprobar que Clarice no estaba allí, se dirigió a Melton House, donde la encontró.
Cuando entró en el salón, la vio sentada en el diván, rodeada por sus futuras cuñadas, sus tías y un pequeño ejército de ayudantes femeninas. Parecía una general dirigiendo a sus tropas. Distraída, alzó la vista y se encontró con sus ojos desde el otro lado de la estancia. Comprendió su expresión rápidamente y no necesitó preguntar si habían descubierto algo. Consultó el reloj y parpadeó sorprendida, antes de volverse hacia sus ayudantes:
—¡Cielo santo! ¡Hemos olvidado qué hora es!
El comentario provocó un torrente de exclamaciones y de órdenes para que prepararan carruajes. La reunión femenina se acabó. Jack supuso que los hermanos de Clarice habrían buscado refugio en sus clubes. Las damas, que ya se marchaban, le sonrieron tímidamente al pasar junto a él, camino del vestíbulo principal. Clarice cerraba la marcha. Cuando llegó a su altura, le acarició levemente la mejilla con la mano y luego le apretó el brazo antes de continuar andando.
Jack, reconfortado por esa fugaz caricia, por la comprensión y empatía que ella le había transmitido, la siguió hacia el vestíbulo. Se despidió de sus tías con una inclinación de cabeza mientras besaban a Clarice en la mejilla y se marchaban.
—Te veremos más tarde — le dijo lady Bentwood a Clarice.
Jack sólo deseaba una velada tranquila a solas con ella.
Cuando la puerta se cerró tras la última de las damas, Clarice se le acercó de nuevo. Con un suspiro, se detuvo ante él y Jack la miró a los ojos.
—¿Es necesario que salgamos esta noche?
Clarice lo miró y luego hizo una mueca de desagrado.
—Me temo que sí. Es el baile de máscaras de lady Holland.
Lady Holland era una de las anfitrionas más importantes de la buena sociedad.
Clarice lo cogió de la mano y lo llevó al salón. Una vez dentro, se volvió, se lanzó a sus brazos y Jack cerró la puerta tras de sí.
—Tenemos que ir. Es un acontecimiento anual, uno de esos eventos de la Temporada a los que no se puede faltar.
Jack puso mala cara.
—¿Y es un baile de máscaras?
Ella se pegó a él y sonrió cuando la rodeó con los brazos. Alzó las manos y le enmarcó el rostro.
—Tenemos que ir, pero no tenemos que quedarnos mucho tiempo.
Jack la contempló.
—¿Dónde voy a conseguir la indumentaria adecuada?
—Le he pedido a Manning, el conserje, que te consiga una túnica negra. Es terriblemente eficiente y por alguna inimaginable razón, ha decidido que le gustas.
Jack resopló.
—Muy bien. Si tenemos que ir, tenemos que ir.
Que ella hubiera hablado en todo momento de «nosotros» lo calmó un poco.
Clarice se estiró y lo besó. Con dulzura, levemente, una promesa de las cosas que vendrían. Jack aceptó la caricia, pero no hizo ademán de ir más allá. Clarice se echó hacia atrás y lo miró con evidente sorpresa mientras él le señalaba la puerta con la cabeza.
—Tiene cerradura, pero no llave.
La expresión de ella se iluminó. Se rió y se apartó.
—En ese caso, está claro que es hora de marcharse. Regresemos al Benedict’s. Podemos cenar allí.
Así lo hicieron. Clarice se arregló y se dirigieron luego al club Bastion, donde Jack se cambió mientras Gasthorpe lo informaba de los resultados de la búsqueda; una poco estimulante negativa por todas partes.
Hizo una mueca y despidió al mayordomo con una inclinación de cabeza. Se colocó sobre los hombros la túnica negra que Manning le había conseguido, se ató los lazos en el pecho e hizo una mueca horrorosa ante el espejo. Luego cogió la máscara negra que completaba el atuendo y bajó a por Clarice, que lo esperaba en la salita.
Durante el trayecto a Holland House, la informó de su falta de resultados. Ella se inclinó levemente sobre su hombro con los dedos entrelazados con los suyos.
—Has hecho todo lo que has podido.
Su carruaje se unió a la cola de vehículos que aguardaban para dejar a sus ocupantes ante el arco de entrada a los jardines de Holland House. Al final, el carruaje se detuvo por completo. Se pusieron las máscaras, bajaron y siguieron el sendero de tierra bajo la arboleda hacia el invernadero donde los Holland aguardaban para recibir a sus invitados.
El famoso baile de máscaras siempre se celebraba en los jardines más que en Holland House propiamente dicho. La terraza a la que se abría el invernadero era larga y estaba iluminada por numerosas lámparas.
Cuando Clarice y Jack salieron a la misma, tras recibir la cálida bienvenida de lady Holland y su esposo, mucho más reservado, la amplia extensión que seguía todo el largo de la casa ya estaba abarrotada por lo más selecto de la buena sociedad, una extraña imagen con aquellas túnicas negras que los hacían parecer cuervos y los brillantes colores de los vestidos destellando aquí y allá, como joyas ocultas debajo, mientras las verdaderas joyas que adornaban los cuellos de las damas y que brillaban en los pañuelos de los caballeros resplandecían como fuego líquido.
La impresión de que se trataba de una reunión de aves fantásticas se veía intensificada por las máscaras, algunas con largas plumas adornando la parte superior, otras con una nariz muy similar a un pico, incrustadas de piedras preciosas o doradas.
En ese momento de la noche, las máscaras eran obligatorias, igual que las túnicas negras. En un salón de baile bien iluminado, sería relativamente fácil descubrir quién había bajo un disfraz tan incompleto, pero en los jardines de Holland House ni las lámparas de la terraza, ni la luna, que proyectaba un suave resplandor, ni los pequeños faroles esparcidos por los jardines proporcionaban iluminación suficiente para hacer otra cosa que envolver las figuras de todos en misterio.
A medida que llegaban más invitados, los ya presentes se iban distribuyendo por la escalera de la terraza y los paseos y extensiones de césped inferiores. Como una ola, se mecían por el patio pavimentado, convertido en una improvisada pista de baile.
Mientras descendía la escalera con Clarice a su lado, Jack dijo:
—Realmente es una visión mágica.
Ocultos en una frondosa gruta, los músicos se dispusieron a tocar. Cuando las primeras notas de un vals flotaron por encima de las cabezas, Jack la estrechó contra su cuerpo y la hizo girar.
Ella sonrió.
—Es una noche mágica.
En una fiesta así, hasta que se quitaran las máscaras a medianoche era posible bailar con una misma pareja sin provocar un escándalo. Con todo el mundo enmascarado y cubierto por la túnica, ¿cómo podían los malvados ojos que observaban estar lo bastante seguros como para arriesgarse a hacer algún comentario? Así que Jack y Clarice bailaron el vals y hablaron en voz baja mientras se movían a través del gentío.
Aunque algunos invitados, principalmente los más jóvenes, aprovechaban la oportunidad del anonimato para permitirse un comportamiento más arriesgado de lo habitual, la fiesta en general se desarrollaba en una atmósfera apacible. Era un modo agradable de pasar una noche de primavera.
Más tarde, una vez se quitaran las túnicas y las máscaras, harían acto de presencia el brillo y el glamour propios de un baile de sociedad, pero hasta entonces una sensación de sutil misterio prevalecía.
—Ése es Alton. — Clarice se inclinó hacia Jack y señaló a una pareja que parecía totalmente ajena a todo a su alrededor—. Al menos se está comportando. Aún no he localizado a mis otros dos hermanos.
—Están ahí.
Jack la alejó de Alton y Sarah. Clarice lo miró sorprendida.
—¿Los has visto? ¿Cómo los has reconocido?
Él sonrió.
—Te han visto y he reconocido su reacción.
Clarice lo miró a los ojos para contemplar que no estaba bromeando y luego resopló y desvió la vista. Al ser más alta que la mayoría, era relativamente fácil de reconocer y al identificarla entre la multitud, Roger y Nigel se habían ido en dirección contraria.
Jack sonrió y la hizo volver a la pista de baile. Los músicos se estaban preparando para tocar de nuevo. Se encontraban en el borde de la pista, esperando para comenzar el baile cuando una pareja más joven se presentó ante ellos riendo y la dama les hizo un gesto admonitorio con el dedo.
—La señora de la casa dice que han estado demasiado rato bailando juntos. Deben mezclarse.
—Exacto. — su compañero, alto y al parecer atractivo, sonrió—. Se les ordena que se mezclen. — le hizo una extravagante reverencia a Clarice—. ¿Milady?
Cuando Jack la observó acercarse al caballero, reprimió un aguijonazo de celos y una inquietud claramente irracional. Miró a la bonita dama rubia que aguardaba expectante y le sonrió.
—Señora, ¿me concede el honor de este baile?
Ella se rió, un leve sonido que albergaba cierto rastro de triunfo, luego le dio la mano y permitió que la guiara a la pista de baile.
No había nada inusual en aquel encuentro, eso mismo había estado sucediéndoles a otras parejas a su alrededor durante la última media hora. No obstante, por costumbre, Jack estuvo pendiente de Clarice mientras hacía girar a su pareja por la pista. Mantenerla localizada debería haber sido fácil, sin embargo, cuando el baile acabó y se despidió de su compañera, que le hizo una elegante reverencia y desapareció entre la multitud, sin duda, en busca de su siguiente víctima, Jack se acercó a la dama que había pensado que era Clarice, pero cuando se volvió, resultó ser alguien mucho mayor. Notó un escalofrío al contemplar a la multitud sin ver a ninguna otra mujer alta y regia.
La última vez que la había visto, seguro de que era ella, estaba girando con su pareja al otro lado de la pista. Les recordó a sus instintos que se hallaban en los jardines privados de Holland House, rodeados por muros de piedra, y que las probabilidades de que algo malo sucediera eran sin duda escasas.
Empezó a buscar entre la multitud de invitados intentando no preocuparse por el hecho de que cualquiera con buenos contactos habría sabido que Clarice estaría allí esa noche, bailando con él casi en la penumbra. Y que todo el mundo iría enmascarado y cubierto por una túnica, indistinguible, que no importaba cuánto se esforzara por recordar, nunca sería capaz de identificar al caballero que se había llevado a Clarice ni a la dama que lo había distraído a él.
Cuando llegó al otro lado de la pista sin encontrarla, estuvo a punto de dejarse llevar por el pánico.
—¡Suéltame, zopenco! — Clarice se resistía frenéticamente.
Intentó zafarse de las hoscas manos que la habían agarrado arrastrándola a través de los arbustos hasta un oscuro claro.
Su pareja de baile — ¡el muy sinvergüenza! — la había hecho girar y luego la había hecho pararse en el límite de la pista de baile, de hecho, un poco más allá, donde la espesa vegetación bordeaba el patio pavimentado. Una vez allí, la había soltado, le había dedicado una desagradable sonrisa y, de un modo más bien inquietante, le había dicho:
—Disfrute del resto de la velada, lady Clarice.
Ella parpadeó sorprendida mientras el joven desaparecía entre la multitud. Frunciendo el cejo, avanzó para seguirlo, para irse de aquel rincón donde no había nadie más, cuando dos pares de manos surgieron de los arbustos a su espalda y la agarraron.
—¡Estate quieta, mujer! Fred, ¿dónde está esa mordaza?
Ella tomó aire e intentó liberarse, pero el hombre que la sujetaba desde atrás, un enorme animal, se limitó a tensar los brazos alrededor de su cuerpo hasta que Clarice llegó a pensar que se desmayaría. Al darse cuenta de repente de lo real que era el peligro que corría, tomó aire como pudo y abrió la boca para gritar...
Su máscara salió volando y una gran mano le cubrió los labios.
—Tranquila, tranquila. No quieres hacer eso. No hay necesidad de que nadie sepa que estamos aquí.
La levantó del suelo y empezó a alejarse de la ruidosa multitud.
Clarice cerró los ojos e intentó no respirar, porque aquel hombre apestaba de tal modo que podría hacer que se desmayara sólo con el olor. Luego le mordió la palma con fuerza y estuvo a punto de vomitar, pero funcionó. El hombre rugió, apartó la mano y la sacudió desesperadamente. Ella no esperó, sino que tomó aire y gritó pidiendo ayuda.
El otro secuestrador, una figura oscura, la abofeteó y el golpe hizo que la cabeza le vibrara.
—¡Basta!
El que la sujetaba estaba maldiciendo. El segundo hombre se puso delante de ella y sus pequeños ojos la contemplaron por debajo de la visera de una sucia gorra.
—No sirve de nada chillar. Esos esnobs están montando tal jaleo que nadie te oirá.
Clarice tomó aire de nuevo para volver a gritar, pero en cuanto abrió la boca, rápido como un rayo, el segundo hombre le metió dentro un pañuelo arrugado.
Le sobrevinieron arcadas, resolló e intentó escupir la tela desesperadamente. Sus repentinas sacudidas hicieron que el hombre que la sujetaba la agarrase del hombro esforzándose por mantenerla erguida, justo en el momento en que Jack atravesaba la pared de arbustos.
Clarice redobló sus esfuerzos. Con el rabillo del ojo, lo vio agarrar al segundo hombre y derribarlo de un golpe. Luego se volvió para enfrentarse al que la sujetaba, que lo miró y al instante empezó a usarla como escudo.
Jack se movió hacia un lado y el hombre hacia el otro. Durante un tenso minuto, ejecutaron un torpe baile. El secuestrador al que él había derribado gruñó, se levantó sobre las manos y las rodillas y gimió.
—¡Vamos, Fred! ¡Tenemos que irnos de aquí!
El que sujetaba a Clarice la levantó y la lanzó contra Jack, que la cogió, atrayéndola hacia él con gesto protector y logró recuperar el equilibrio casi de inmediato. Ella notó cómo los músculos de él se tensaban con el impulso de salir tras ellos cuando sus asaltantes se alejaron atropelladamente y desaparecieron en la oscuridad de los jardines. Y supo después en qué instante se quedaron solos y a salvo, porque la tensión de la batalla que lo dominaba desapareció lo suficiente como para permitirle moverse y acariciarle con delicadeza la mejilla, acunarle el rostro y alzárselo hacia el suyo.
—¿Estás bien?
Clarice se limitó a asentir, porque no estaba del todo segura de que pudiera confiar en su voz, y lo miró a los ojos. Observó cómo la devoraba con la mirada, cómo recorría sus rasgos. A la luz de la luna, vio los duros rasgos de su cara y distinguió muy claramente al lord normando que verdaderamente era; el guerrero curtido por la batalla quedó durante un instante totalmente al descubierto. Y lo que Clarice vio en ese instante hizo que se le encogiera el corazón.
Jack la miró a los ojos, parecía poder leer en su interior, percibir que ella lo veía, que podía verlo. Luego, algo, una cruda posesividad, un evidente deseo, sobrevoló sus ojos y tensó los brazos a su alrededor. Bajó la cabeza y la besó como si fuera suya totalmente, completamente.
Clarice se vio arrastrada por la emoción, ni siquiera intentó resistirse. En lugar de eso, se aferró a él, le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso con toda la pasión que albergaba su ardiente alma. El tiempo se detuvo. Durante unos largos momentos, se besaron explícita e íntimamente en su mundo privado en la oscuridad de la noche hasta que, finalmente, Jack levantó la cabeza y la miró.
Clarice estaba pegada a él y no vio la necesidad de moverse.
Algo llamó la atención de Jack, que le miró el hombro y frunció el cejo.
—Tienes el vestido roto.
Alzó una mano mientras aún la sujetaba contra él y le levantó la seda desgarrada del corpiño sobre el pecho hasta la costura del hombro. En ese momento oyeron la primera risita ahogada. Los dos se volvieron para mirar, Jack aún rodeándola con los brazos con gesto protector.
Un grupo de invitados, mayores y jóvenes, se arremolinaban alrededor de un hueco en los arbustos, un poco más allá. Dos de los hombres sostenían unos faroles.
—Ah... — empezó uno—. Nosotros... nos ha parecido oír un grito y... hemos venido.
Como era previsible, el comentario fue recibido con una oleada de risitas mientras algunos de los invitados de más edad susurraban tapándose la boca con la mano.
Clarice cerró los ojos y ahogó un gruñido. No era difícil imaginar lo que creían haber visto. Jack estaba levemente despeinado, y se lo veía protector y defensivo. Ella tenía la falda arrugada, la túnica torcida y el corpiño roto y era cierto que había gritado.
Sin duda habían llegado a tiempo de ver el apasionado beso y ahora creían comprender lo que había pasado.
Jack la miró. No sabía qué decir. Ella tampoco. Antes de que pudieran hacer ningún intento de aclarar el asunto, Alton se abrió paso entre la multitud y avanzó directo hacia ellos.
—¿Qué diablos está sucediendo?
—Dos hombres han atacado a Clarice — respondió Jack en voz baja.
—¿Qué? — su hermano se la quedó mirando. Para alivio de Jack, pareció percibir su palidez—. ¡Dios mío! ¿Estás bien?
—Sí. Jack me ha encontrado a tiempo. Pero...
—¿Por dónde se han ido? — Alton escrutó la oscuridad que se extendía más allá.
Jack se lo indicó.
—Pero ya estarán lejos. No podía dejar a Clarice para seguirlos.
—¡Por supuesto que no!
—Alton...
—¡Cielo santo! ¿Qué sucede? — Lady Camleigh se acercó mientras dirigía una severa mirada al grupo que ya empezaba a alejarse. Miró a Jack y a Clarice y sus ojos se abrieron como platos—. ¿Qué...?
Alton se lo explicó antes de que Jack pudiera hacerlo. En cuestión de un minuto, lady Cowper, lady Davenport y, por último, lady Holland en persona se reunieron con ellos, junto con Roger y Nigel, sus prometidas y Sarah.
Jack podía sentir el esfuerzo que le estaba costando a Clarice, aún sujeta por su brazo, mantenerse erguida, con la cabeza alta y la espalda tiesa como un palo. Todo el mundo soltaba exclamaciones y preguntaba cómo había sucedido, si se encontraba bien...
—¡Silencio, por favor! — ella no gritó, pero su tono se oyó por encima del parloteo.
Todo el mundo guardó silencio y todos la miraron. No intentó apartarse de Jack, pero con los brazos en jarras, alzó la cabeza y dijo tranquilamente:
—Hay algo que debéis saber.
Jack podía sentirla temblar por la conmoción y los nervios, pero su frío comportamiento y su mirada firme no dejaban traslucir nada de eso.
—Antes de que aparecierais, se había reunido aquí un grupo. Han acudido bastante tarde por cierto, en respuesta a mi grito. Pero después de que Jack me rescatara y los hombres que me atacaran se hubieran ido, nos hemos besado. Luego él me ha ayudado a ponerme bien el vestido roto. — con una mano, se señaló el hombro—. Eso, lamentablemente, es lo que los interesados han visto. — hizo una pausa y recorrió al círculo con la mirada—. Supongo que podéis imaginar lo que creen haber visto.
—¡Maldición! — fue Nigel quien expresó en voz alta los pensamientos de todos.
Con aire regio, Clarice inclinó la cabeza.
—Exacto. Sin embargo... me temo que no me apetece pasearme entre los invitados durante la próxima hora para acabar con los inevitables rumores.
Preocupado, Alton se acercó a ella.
—No estás bien.
Clarice alzó una mano.
—Sólo me siento un poco temblorosa, eso es todo. Jack me llevará de vuelta al Benedict’s. Mañana estaré totalmente recuperada. Pero — hizo una tensa inspiración y volvió a mirarlos — quería que todos fuerais conscientes... de lo que vendrá.
Para sorpresa de Jack, las damas, tanto las jóvenes como las de más edad, se acercaron y le aseguraron a Clarice que podía dejarlo en sus manos, que se asegurarían de que nadie diera crédito a ninguna tontería. Luego, todos los acompañaron de vuelta a la casa en un evidente gesto de solidaridad.
Quien más sorprendió a Jack fue lady Holland, su venerable anfitriona. Tenía fama de ser una excelente amiga y una espantosa enemiga. Hasta que no se quedó a solas con ellos mientras llegaba el carruaje, Jack no estaba seguro de qué actitud adoptaría respecto al asunto. Pero entonces le dio unas palmaditas a Clarice en la mano.
—No te preocupes, querida. Creo que subestimas tu posición y la nuestra si crees que no podemos acallar esto o, al menos, cortarlo de raíz. Está claro para todos los que han hablado con vosotros dos que el incidente ha sucedido como lo habéis descrito. En semejantes circunstancias, el resto — con un gesto de la mano, descartó su abrazo demasiado revelador — era lo lógico.
La mujer dirigió sus ojos levemente saltones hacia Jack y sonrió.
—De hecho, un caballero como lord Warnefleet nos habría decepcionado mucho si no hubiera reaccionado como lo ha hecho.
Él sonrió, pero gruñó para sus adentros. Lo último que necesitaba era ser visto como un héroe romántico por toda la buena sociedad.
Cuando al fin estuvieron en el interior del carruaje camino del Benedict’s, no dijeron nada. Clarice cogió la mano de él con fuerza y apoyó la cabeza en su hombro mientras contemplaba la noche.
Jack hizo lo mismo mientras revivía la escena e imaginaba lo que la gente había visto. Lady Holland y los demás lo tenían muy claro, pero ellos no habían visto aquel abrazo tan revelador ni el beso excesivo, la inevitable reacción a una circunstancia que había afectado tanto a la camaleónica máscara de Jack.
Sin embargo, el momento, el beso, habían sido demasiado intensos, sus emociones, tanto las de él como las de ella, habían estado demasiado cerca de la superficie como para que alguien que los observara lo hubiera malinterpretado, como para que no hubieran sido conscientes de que eran amantes.
No habían hecho el amor en los jardines de Holland House, como creía la gente, pero ese hecho era en esos momentos indiscutible y de dominio público.