14

FUE como ver romperse una crisálida y emerger una nueva forma de vida. Alton no se levantó, en realidad ni siquiera se movió. Sin embargo, pareció crecer. Su rostro se endureció, desprovisto de cualquier rastro de humor y sus oscuros ojos ardieron. Cuando habló, la furia apenas contenida vibró bajo sus palabras.

—Déjanos, Moira.

La mujer pareció conmocionada, casi como si la hubiera abofeteado. Entonces, tomó aire y entró.

—¡De eso nada! ¡Cómo te atreves a permitir que esta mujer...! — avanzó y señaló a Clarice con el dedo.

Jack miró a ésta y tuvo que esforzarse por no sonreír. Tras aquella primera mirada, al parecer había decidido que no tenía que dedicarle más atención a su furiosa madrastra. Había cogido con calma otra pasta y ahora estaba sentada como la viva imagen del decoro, comiéndose su pasta en un delicado plato de porcelana. Todo indicaba que ni oía ni veía la horrible escena que se desarrollaba ante ella.

Furiosa, Moira tomó otra inspiración.

—¡... que esta escandalosa mujer entre en esta casa! Tu padre lo prohibió.

Jack sospechaba que debería haber seguido el ejemplo de Clarice, pero la tentación era demasiado grande. Se recostó en el asiento y observó a Moira y a Alton.

La mujer se detuvo junto a la mesa. Pasaba de los cuarenta y su rostro, demasiado blanco, empezaba a mostrar las primeras arrugas. Estaba rellenita, pero era más bien baja, de pelo dorado y los ojos de un turbulento azul, que centelleaban con rencor. Casi vibraba de furia cuando posó la vista en Clarice.

Jack entornó los ojos al percibir que tras la colérica fachada de Moira había mucho miedo. Miró a Clarice mientras, con un increíble control, Alton afirmaba:

—Mi padre está muerto. Ésta es ahora mi casa y en ella recibiré a quien yo quiera.

Su madrastra se volvió para mirarlo fijamente. Por un instante, pareció quedarse sin habla y luego se puso rígida.

—Creo, Alton, que has olvidado...

—No he olvidado nada, pero he recordado una o dos cosas. Yo mando en esta casa y te sugiero que salgas de esta habitación.

Moira se quedó boquiabierta, pero se recuperó enseguida.

—Si crees...

—¡Edwards!

—¿Sí, milord? — el mayordomo respondió tan rápido que quedó claro que estaba esperando en la puerta.

—Por favor, acompañe a la señora a su habitación. Creo que necesita tumbarse hasta la hora de la cena. — sus ojos, duros y fríos, se clavaron en los de su madrastra—. Si tiene algún problema, llame a un sirviente o dos para que le ayuden.

—Desde luego, señor.

Temblando de indignación, Moira se puso rígida.

—Si crees que dejaré que te salgas con la tuya en esto — siseó—, será mejor que lo pienses mejor.

Edwards le tocó el brazo y ella soltó un furioso chillido. Miró airada al mayordomo y luego se dio media vuelta y salió de la biblioteca. El hombre se volvió para seguirla.

—Edwards — Clarice dijo sin alzar la vista—, si se produce alguna represalia por esto, hágaselo saber a Alton.

El mayordomo asintió con la cabeza e hizo una reverencia.

—Desde luego, milady.

Cuando la puerta se cerró, Alton exhaló y la tensión en sus hombros y brazos desapareció visiblemente.

—Ya está. — Clarice dejó el plato vacío—. ¿Ves qué fácil puede ser reclamar tu vida?

Su hermano soltó un bufido, pero su expresión se tornó reflexiva.

—Nunca antes se me había ocurrido.

Ella resopló y el sonido sugirió que pensaba que debería habérsele ocurrido mucho antes.

—Bueno, nuestro padre gritaba y despotricaba por todos.

—Exacto. Así que si quieres que Moira comprenda que ahora tú ocupas su lugar...

Alton frunció el cejo.

—Nunca lo había visto de ese modo. — al cabo de un momento, la miró—. Tú fuiste la única de nosotros, no sólo de nosotros cuatro, sino de todos nosotros, que se enfrentó a él. Hasta que murió, se dedicó a gritarnos y a humillarnos siempre que le apetecía. — soltó una breve risa—. En cuanto a Roger, a Nigel y a mí, nunca dejó que olvidáramos lo que él llamaba su indulgencia al escucharnos y mandarte con James.

Un incómodo rubor apareció en sus mejillas y miró a Clarice a los ojos.

—No lo he dicho para que te sientas en deuda con nosotros. No lo estás. Deberíamos haberte protegido mejor...

—No estoy segura de que hubierais podido o de si yo os lo hubiera permitido — respondió ella con calma—. Pero no importa, eso forma parte del pasado. Es del presente de lo que tenemos que encargarnos y de proteger el futuro. Por eso estamos aquí Jack y yo.

Rápidamente, informó a su hermano de las acusaciones contra James y le describió con brevedad las consecuencias que eso podía tener para el nombre de la familia. Recurrió a Jack, que confirmó la gravedad de las acusaciones. Alton lo comprendió rápido; no tuvieron que explicarle el probable efecto que tendría en sus esperanzas de casarse, tanto en las suyas como en las de sus hermanos, si un Altwood era juzgado por traición.

Miró a Jack y luego a Clarice.

—¿Qué queréis que haga?

—¿Hay algún modo de que puedas influir en el obispo de Londres? — preguntó su hermana.

Él pensó y luego asintió.

—Conozco a su hermano mayor. Es socio de White’s y era amigo de nuestro padre. Podría hablar con él.

—Bien — exclamó Jack—. Lo que necesitamos es que el obispo me dé permiso a mí, como representante de la familia, para interrogar al diácono Humphries, no como acusación en el caso sino como quien ha aportado las acusaciones. Ya tenemos acceso a la información que hasta el momento se ha presentado en el tribunal episcopal, pero no es en absoluto todo lo que Humphries sabe. Necesitamos preguntarle por los detalles que ha omitido antes de que los presente en la vista, así sabremos qué necesitamos para refutar esas acusaciones por completo, no limitarnos sólo a ir desgranando los bordes sembrando con ello la duda, sino a acabar con ellas totalmente.

—Es urgente — añadió Clarice.

Alton asintió mientras tomaba notas.

—Veré qué puedo hacer. — hizo una pausa y luego añadió con tono adusto—: Sabe Dios que probablemente haya muy poco más que pueda aportar.

Clarice lo observó un momento antes de levantarse y rodear la mesa. Se detuvo junto a su hermano, le apoyó una mano en el hombro, se inclinó y le dio un beso en la mejilla.

Jack vio la expresión de Alton cuando alzó la vista, sorpresa combinada con un recuerdo dolorosamente dulce. Clarice le sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro.

—Pensaré en tu problema con Moira. Tiene que haber un modo. Saluda a Roger y a Nigel de mi parte y no te olvides de transmitirle a Roger mi mensaje.

Acto seguido, se dirigió a la puerta. Jack se despidió de Alton con una inclinación de cabeza, se levantó y la siguió.

—A propósito — Clarice se detuvo antes de salir, volviéndose—, podrías intentar decirle a Sarah que la amas con toda el alma y que tienes intenciones de mover cielo y tierra para casarte con ella. Luego, háblale de la amenaza de Moira. Si le cuentas la verdad, se mostrará más inclinada a hacer todo lo que pueda para evitar recibir una proposición de algún otro.

Dicho eso, se volvió hacia la puerta, que Jack abrió antes de seguirla. La última imagen que tuvo de Alton Altwood, marqués de Melton, fue sentado a su escritorio, levemente estupefacto pero con el brillo de la esperanza en los ojos.

Regresaron al Benedict’s, donde almorzaron en la suite. La comida transcurrió en un inusual silencio. Era evidente que Clarice estaba asimilando todo lo que había descubierto en Melton House y no le gustaba nada de lo que había averiguado. Jack observó su rostro y se fijó en el fruncimiento de cejo que no se molestaba en ocultar. Sintió que el hecho de que ya no intentara esconderle sus preocupaciones e inquietudes era una señal alentadora. Una vez acabaron de comer y se retiraron los platos, Clarice se sentó en un sillón, lo miró a los ojos cuando él se acomodó en el de enfrente e hizo una mueca.

—Me temo que voy a tener que volver a la vida social de un modo mucho más contundente de lo que había planeado.

—Pensaba que estabas decidida a acudir al rescate social de James — respondió él.

—Lo estaba. Lo estoy. Y lo haré. Pero parece que voy a tener que actuar también en nombre de mis hermanos. Ya has visto a Moira. Es extremadamente retorcida y los conoce, nos conoce muy bien a los cuatro.

—¿No crees que Alton puede arreglárselas solo con tu apoyo? Esta mañana parecía haber recobrado la vida por el simple hecho de que estuvieras allí.

Clarice frunció el cejo aún más y al final admitió:

—En cierto modo tienes razón. Mi hermano puede mandar como debería hacerlo. Sé que puede. Por desgracia, siempre ha estado a la sombra de nuestro padre y con la manipulación de Moira aún no se ha dado cuenta del todo de que ahora es él quien ocupa la posición de nuestro padre, que puede asumirla y tomar el control. — al cabo de un momento, murmuró—: No ha sido tanto el hecho de que yo estuviera allí como que Moira me haya atacado lo que ha hecho que Alton entrara en acción.

Jack levantó una mano.

—Si estás pensando en convertirte en blanco de esa espantosa mujer para conseguir que tus hermanos reaccionen como deberían, te recomiendo encarecidamente que lo reconsideres.

Clarice lo miró a los ojos y una sutil calidez la recorrió, pero resopló con desdén.

—No estaba considerando semejante cosa. El auto sacrificio no es mi estilo. Sin embargo, está claro que tendré que hacer más vida social de la que habría hecho si sólo tuviera la defensa de James como objetivo. Eso puedo lograrlo contactando con unas pocas personas clave. No obstante, acabar con la manipulación de Moira requerirá mucho más. Para empezar, voy a tener que encontrarme con las damas elegidas por mis hermanos y espero aliviar presión por ese lado. También podría ayudar que me reuniera con el propio Conniston y quizá con Claire, a la que conozco desde hace mucho tiempo...

Unió las yemas de los dedos y apoyó la barbilla en ellos. Con expresión ausente, siguió frunciendo el cejo.

—La principal dificultad es cómo. ¿Cómo puedo introducirme rápidamente y de un modo aceptable en un mundo al que di la espalda tan contundentemente hace siete años?

Al cabo de un momento, Jack preguntó:

—¿Con cuánta contundencia lo hiciste?

Ella lo miró a los ojos.

—Con contundencia total. Estaba furiosa con todos ellos y no lo oculté.

Él hizo una mueca y luego añadió:

—Sin embargo, eres una Altwood.

—Desde luego. Si después de siete años deseo regresar y pavonearme por los salones — se encogió de hombros—, dudo que nadie intente impedírmelo.

Se fijó en la rápida sonrisa de Jack. Podía verlo imaginársela acabando con las pretensiones de cualquiera que se atreviera a intentarlo. Como de hecho lo haría. Había sufrido los aspectos adversos de ser la hija de un marqués y no estaba dispuesta a renunciar a los beneficios.

—Puedo regresar a la buena sociedad y lo haré, pero necesito consejo de una clase que no es fácil de conseguir.

Calló un momento hasta que Jack se movió para atraer su atención.

—Tengo dos tías que nos ayudarán si se lo pido — dijo él.

Clarice arqueó las cejas; era la primera mención que le oía de cualquier familiar más allá de su padre.

—¿Quiénes son?

—Lady Cowper y lady Davenport.

Clarice se lo quedó mirando.

—¿Puedes exigir así sin más el apoyo de dos de las más formidables anfitrionas de nuestro mundo?

Jack sonrió.

—«Exigir» puede que sea un poco excesivo, pero saben que salí huyendo de la ciudad hace poco, en plena Temporada. Estarán más que encantadas de ayudarte en cuanto sepan que eres tú quien me ha traído de vuelta.

Clarice lo estudió, y contempló sus ojos color avellana, pero no pudo saber si escondía algo más bajo sus palabras. Despacio, asintió.

—Desde luego, lady Cowper y lady Davenport serían unas aliadas muy útiles para combatir a Moira. En cuanto a James...

Él hizo una mueca.

—Mis tías tienen una buena amiga, una dama a la que suelo evitar, porque es aterradora. Sin embargo, en lo referente a ejercer influencia en los niveles más altos de poder, dudo que haya muchas que estén a su altura. Si aviso a mis tías, cuando las visitemos, ella seguramente también estará.

Clarice pudo ver su inseguridad respecto a esa otra dama.

—¿Quién es ella?

—Lady Osbaldestone.

Clarice se irguió en su asiento.

—¿Therese Osbaldestone?

Cuando Jack asintió, ella parpadeó sorprendida y recordó.

—Era una amiga íntima de mi madre, según me dijeron las hermanas de mi padre, pero yo no la conocí hasta el día en que fui presentada en sociedad. Vino al festejo y fue muy amable conmigo, pero entonces apareció Moira, y lady Osbaldestone la miró con desdén y se marchó.

Él arqueó las cejas.

—Parece pues que le apetecerá ayudarte a apartar sus garras de la garganta de tus hermanos.

Clarice sonrió.

—Qué imagen.

Llamaron a la puerta.

—¡Adelante! — dijo ella.

La puerta se abrió y entró un sirviente con una bandeja de plata que le ofreció a Clarice. Ésta cogió las tres tarjetas que había sobre ella, las leyó y luego sonrió con un poco de pesar. Por encima de los rectángulos color marfil, miró a Jack.

—Son mis hermanos. Los tres.

Dejó las tarjetas en la bandeja y le dijo al sirviente:

—Acompañe a los caballeros aquí arriba.

Cuando la puerta se cerró tras el hombre, comentó:

—¿Qué querrán?

No tuvo que preguntárselo mucho rato, porque en poco más de un minuto sus hermanos, encabezados por Alton, entraron en la habitación decididos. Roger y Nigel sonreían, claramente encantados; la levantaron del sillón y la abrazaron efusivamente, ignorando alegremente sus advertencias de que no le arrugaran el vestido. Por un instante, casi pudo pensar que nada había cambiado, que no habían pasado los años y que los tres volvían a ser aquellos chicos algo mayores que ella a los que sin embargo siempre tendría que mantener a raya, guiar y en cierto modo proteger.

Pero luego observó de qué manera miraban a Jack, percibió su reacción y la de ellos y supo que las cosas nunca volverían a ser como antes.

—Lord Warnefleet me ha acompañado a Londres. Es un buen amigo de James. — hizo las presentaciones y evitó que la conversación se dirigiera hacia sí misma y Jack, sentado muy a gusto en su suite, sin hacer ningún esfuerzo por parecer menos depredador de lo que era. El manifiesto recelo de sus hermanos parecía conjurar una actitud abiertamente posesiva en él, incluso más posesiva de lo habitual.

Le entraron ganas de darles una patada a todos, una buena patada.

—Alton, ¿has hecho ya algo respecto al obispo?

—Sí — contestó él y le sonrió, pareciéndose de repente mucho al Alton que ella recordaba—. Me ha venido a la memoria que el viejo Fotheringham a menudo echa una cabezadita después del almuerzo en la biblioteca del White’s y he pensado que ése es un buen lugar para arrinconarlo, así que lo he probado. Siempre está gruñendo sobre su hermano el obispo, sobre la vanidad de la Iglesia y todas esas cosas. Ha estado más que dispuesto a escribirle una carta señalando la, tal como dijo él, conveniencia de acceder a la petición perfectamente razonable de los Altwood de tener un representante privado que examinara las pruebas que se iban a presentar en el tribunal episcopal antes de la vista oficial.

Miró a Jack e hizo una pausa.

—Yo mismo he enviado la carta con uno de los sirvientes del White’s. Me sorprendería que el obispo no siguiera su consejo. Se lo considera muy astuto a la hora de valorar en qué dirección sopla el viento y tiene ambiciones. Sospecho que aprovechará la oportunidad para...

—¿Congraciarse? — sugirió Jack.

Alton sonrió cínicamente.

—Exacto. — luego se volvió hacia su hermana y continuó—: Pero ahora que he hecho todo lo que he podido por James en ese aspecto, nosotros — con un gesto incluyó a Roger, a Nigel y a sí mismo — hemos venido a ponernos en tus manos, Clarice. Moira y sus complots nos superan. Estamos decididos a liberarnos, pero necesitamos tu ayuda.

—Antes de que respondas sí o no — dijo Roger, cogiendo una silla y sentándose al lado de Clarice—, tenemos una proposición que hacerte a cambio. Tú quieres exonerar a James, para lo que necesitarás ayuda, un tipo de ayuda que nosotros podemos ofrecerte. — entonces miró a Jack de un modo calculador, pero no antagonista—. Necesitas soldados de a pie y se nos da bien seguir órdenes. Sea lo que sea que desees que hagamos para ayudar a James, lo haremos encantados. A cambio...

—A cambio, querida hermana — continuó Nigel, acurrucándose a sus pies y dedicándole una sonrisa de adoración—, queremos que nos ayudes a llegar al altar.

—Cuidado, no a un altar — aclaró Roger—. A tres altares, uno para cada uno. Fechas diferentes, damas diferentes.

Clarice le lanzó una fulminante mirada. Alton se acercó a la chimenea y añadió con sencillez:

—Por favor.

Jack observó a Clarice y percibió que algo en su interior se resistía. Había tenido la intención de hacer lo que pudiera para ayudar a sus hermanos, pero decírselo a ellos... eso era otra cosa, pues una vez se comprometiera abiertamente, se consideraría obligada a cumplirlo.

Cuando desvió la mirada del rostro de Alton al suyo, Jack permaneció inmóvil y la miró inexpresivo con mirada inescrutable. En realidad, no podía aconsejarla en eso. Ella conocía a sus hermanos mucho mejor que él, sabía cómo eran y si realmente podrían ayudar a limpiar el nombre de James eficazmente. Decidiera lo que decidiese, él la apoyaría.

El fruncimiento de cejo de Clarice fue desapareciendo y volvió a observar a Alton.

—Si os ayudo a libraros de Moira...

—Y a conseguir la mano de las damas que hemos elegido — intervino Nigel.

Clarice lo miró.

—Y os despejo el camino para que podáis conseguir a vuestras damas, me niego a que se me responsabilice de cualquier consecuencia de cualquier torpe intento de galanteo. Y si hago eso por vosotros, nos ayudaréis a exonerar a James de cualquier modo que Jack y yo necesitemos.

Los tres hermanos al mismo tiempo lanzaron una rápida mirada a Jack, que se mostró impasible, luego intercambiaron otra mirada mientras sopesaban las palabras de Clarice en una muda comunicación. Jack percibió el fenómeno con una punzada de pesar al darse cuenta de que Clarice también seguía el intercambio. Él nunca había tenido hermanos, ni siquiera amigos íntimos. Nunca había tenido ese tipo de comunicación con nadie.

Luego, ella lo miró a los ojos y en su expresión Jack vio la confirmación de que la ayuda de sus hermanos merecería el esfuerzo y que por su parte los ayudaría de todos modos, así que su decisión era aprovechar la ocasión que se les presentaba.

Clarice apartó la vista y Jack parpadeó.

—Si os sirve de alguna ayuda para tomar vuestra decisión — dijo ella contemplando a Roger, luego a Nigel y finalmente a Alton—, pensad en cómo afectará a vuestras aspiraciones matrimoniales tener a un sospechoso de traición en la familia.

Alton apretó los labios, los ojos de Roger se ensombrecieron y tensó la mandíbula y Nigel maldijo entre dientes, por lo que recibió una rápida patada de su hermana. El joven le sonrió.

—Bueno, de todos modos, sabes que te ayudaremos igualmente y que tú no serás capaz de resistirte a ayudarnos, así que todo este regateo sobra. ¡Vamos! — miró alternativamente a Clarice y a Alton y luego volvió a mirar a Clarice—. ¿Por dónde queréis que empecemos?

Ella contempló el ansioso rostro de Nigel antes de mirar a Jack.

—Jack y sus amigos están comprobando los hechos referentes a tres encuentros que James tuvo supuestamente con un mensajero francés. Están más preparados que nosotros para hacer eso. Por nuestra parte — miró a Alton—, tenemos que encargarnos del otro lado de la amenaza, de los chismosos y los que se dedican a difundir rumores. Lo primero que hay que hacer es averiguar cómo de extendidos están éstos y una vez lo sepamos, pensaremos en el mejor modo de responder a ellos.

Alton frunció el cejo.

—Yo no he oído ningún rumor — dijo.

—Ni lo harás. — Jack lo miró—. Nadie dirá nada delante de los miembros de la familia. Seréis los últimos en saberlo.

—Yo lo descubrí porque estaba detrás de un biombo en el salón de mi modista y esas viejas brujas de lady Grimwade y de la señora Raleigh no sabían que estaba allí — explicó Clarice—. Sin embargo, parecía que el rumor acabara de iniciarse.

—¿Grimwade y Raleigh? — Roger frunció el cejo—. Si quieres extender rumores malintencionados, esas dos viejas son las personas idóneas para hacerlo.

—Desde luego. Es evidente que alguien ha cuchicheado al oído de Grimwade, porque Raleigh no sabía nada. No obstante, no creo que ninguna de ellas diga una palabra más, no hasta que no tengan más detalles. — miró a sus hermanos—. Ahora es media tarde. Muchos caballeros visitarán sus clubes. Si os dais una vuelta por ellos, seguramente os haréis una idea de lo extendidas que están las murmuraciones.

—Tendréis que pedirles a vuestros amigos que os ayuden, porque vosotros no oiréis nada directamente — intervino Jack.

—Y sea lo que sea lo que escuchéis, no reaccionéis. Todavía no. — Clarice los miró a los tres con severidad—. Necesitamos saber cuál es la magnitud del problema al que nos enfrentamos, luego ya pensaremos en el modo más eficaz de combatirlo. Si alguien hace lo impensable y os pregunta sobre el asunto, alegad total ignorancia. Fingid que no tenéis ni idea de qué os están hablando. — Se detuvo y luego continuó—: Si nos volvemos a ver esta noche...

—Oh, por supuesto que nos veremos esta noche. — Alton miró a sus hermanos y luego a ella—. Queremos que conozcas a nuestras prometidas no oficiales. Lo hemos arreglado todo para que te envíen invitaciones para los bailes a los que asistiremos hoy. Nos reuniremos contigo en casa de los Fortescue. Hemos acordado que el caso de Roger es el más urgente y luego el mío. Nigel — Alton dio un empujoncito a su hermano pequeño con la punta de la bota — puede esperar su turno.

Clarice miró a Alton con una expresión que era una mezcla de altanero resentimiento y frío cálculo. Jack logró ocultar una sonrisa que supo que ella no apreciaría. Clarice quería que su hermano se hiciera cargo de su propia vida y de la marquesa, pero Jack dudaba que le gustase que organizase también la vida de ella.

Pero el frío cálculo ganó la batalla y asintió con la cabeza.

—Muy bien. Jack y yo nos reuniremos con vosotros en casa de los Fortescue a las diez en punto.

Jack notó su mirada, pero no se la devolvió. Ella sabía que la acompañaría a cualquier baile o fiesta al que decidiera asistir. En cambio, observó a sus hermanos y la reacción de éstos ante su afirmación de que él la acompañaría. No estaban nada seguros de cómo tomarse eso y no estaban nada seguros de si lo aprobaban.

Alton cambió de actitud y clavó sus oscuros ojos en Clarice. A Jack le dio la impresión de que se estaba preparando para la batalla.

—Hay otra cosa más, Clary. Queremos que vuelvas a casa, que vengas a vivir con nosotros a Melton House.

Ella alzó la vista claramente sorprendida y luego vaciló reflexionando, pensando antes de actuar... A Jack se le encogió el corazón. Clarice no había esperado nada de eso, no sabía que sus hermanos la habían echado tanto en falta, que le darían una bienvenida tan cordial, que lejos de hacerle el vacío e ignorarla, su familia la acogería, prácticamente saltarían de alegría, pero sentirse necesitada y valorada era un bálsamo para las personas como ella.

Jack tomó aire y aguardó. No había nada que pudiera decir para influir en su decisión, no con sus hermanos presentes listos para saltar en su defensa. Se interpondrían entre los dos en menos de un segundo si creían que ella los necesitaba.

Los miró brevemente y confirmó que no estaban observando a Clarice, sino a él. A pesar de su situación, ninguno de ellos era corto de entendederas ni verdaderamente débil. Tal como ella lo había dicho, simplemente aún no se habían dado cuenta de sus posibilidades, de su capacidad para hacer las cosas. Y la querían; eso era evidente. Los tres habían visto lo suficiente, percibido lo suficiente como para darse cuenta de que había alguna conexión, una relación de algún tipo entre ella y él. En adelante, lo observarían como halcones, pero a Jack no le importaba. No verían nada que los hiciera sacar las garras, porque sus intenciones eran las que seguramente ellos deseaban...

De hecho, se le pasó por la cabeza la idea de pedirles ayuda en su campaña para conseguirla. Sin embargo, no importaba lo tentador que fuera ese pensamiento ni valioso el apoyo que pudieran darle, porque Clarice descubriría cualquier conspiración y se pondría furiosa. No era un modo sensato de cortejar a una reina guerrera.

Por las oscuras miradas de los hermanos, estaba claro que la conocían y la comprendían tanto como él. Los cuatro sabían que tomaría su propia decisión sobre Jack y sobre cualquier relación que hubiera de haber entre ellos, y pobre de aquel que intentara interferir.

El silencio de Clarice no duró más de dos segundos, luego, sin mirarlo a él, observó a Roger, a Nigel y a Alton.

A Jack se le detuvo el corazón en el pecho. A pesar del pasado, su familia era importante para ella y regresar a su seno podía ser algo que realmente deseara hacer...

—Gracias, pero no. Prefiero quedarme aquí. — reprimió el impulso de mirar a Jack para reconfortarse y ver su reacción. Alton frunció el cejo y abrió la boca para discutir, pero Clarice alzó una mano—. No. La última vez que estuve en Melton House... Los recuerdos son demasiado dolorosos. Los dejé atrás cuando me marché y empecé de nuevo. No hay razón para volver, no hay ningún motivo en las circunstancias actuales para que necesite vivir bajo vuestro techo. Estoy muy bien aquí. — observó brevemente a Jack. A pesar de sus esfuerzos por parecer distante, una leve sonrisa iluminó sus ojos y sobrevoló sus labios—. Y aquí seguiré.

Sus hermanos gruñeron para manifestar su descontento, pero ninguno intentó discutir.

—Por otro lado — continuó Clarice irguiéndose en su asiento—, aunque puede que penséis que es una buena idea tenerme cerca para protegeros de Moira, en realidad, tenernos a las dos bajo el mismo techo, sobre todo ese techo, sería insostenible. — los miró con perspicacia—. El trastorno sería significativo, no sólo para vosotros, sino también para el servicio. No funcionaría.

Ellos hicieron una mueca, pero aceptaron su decisión. Todos se levantaron. Clarice esperó a que le estrecharan la mano a Jack antes de acompañarlos a la puerta. Alton, el último en salir, le lanzó una mirada a Jack que estaba junto a la chimenea, pero tras repetir que las invitaciones llegarían pronto, se marchó de mala gana.

Él la observó regresar a su lado. Cuando se acercó, le dijo:

—Se sienten responsables de ti y no es de extrañar. No les estás poniendo las cosas fáciles.

—Mi vida ya no les concierne, como saben muy bien. — con un rápido revoloteo de faldas, volvió a sentarse en el sillón y observó cómo Jack se acomodaba relajado en el otro—. Y bien, ¿ahora qué hacemos?

Acordaron que dividirse las tareas era probablemente lo más eficaz. Jack, a través de sus contactos, investigaría los tres supuestos encuentros y buscaría los datos suficientes como para rebatirlos. Entretanto, Clarice, con la ayuda de sus hermanos, haría lo que fuera necesario para acallar cualquier rumor que circulara entre la buena sociedad y, a través de las influencias familiares, abriría cualquier puerta que pudiera descubrir, en un principio, cerrada. Además, haría lo que pudiera para contrarrestar la influencia de Moira y allanarles a ellos el camino hacia el matrimonio.

—Sin embargo, me niego en redondo a hablar en su nombre. Eso deben hacerlo por sí mismos.

Jack ocultó una sonrisa ante su severidad. En realidad, le apetecía sonreír y para ello no necesitaba ninguna excusa: se sentía feliz de que hubiera decidido quedarse en el Benedict’s. A pesar de lo que les había dicho a sus hermanos, una parte de su razonamiento tenía que ver con él. Aquella breve sonrisa que le había dedicado le aseguraba que así era.

—No quería decir nada en su presencia, pero tu decisión de no prestarte a actuar como escudo entre ellos y tu madrastra ha sido muy sensata. Están a punto, sobre todo Alton, de enfrentársele por sí solos, pero si tú estuvieras allí...

—Exacto — asintió Clarice—. Retrocederían.

Las anunciadas invitaciones llegaron, los dos las leyeron e hicieron una mueca. Luego acordaron encontrarse en el Benedict’s a las nueve y media para, desde allí, dirigirse a casa de los Fortescue.

Jack le robó un beso, uno que duró unos largos segundos y luego se marchó, aún sonriendo. Regresó a Montrose Place agradecido por la oportunidad de estirar las piernas mientras una suave brisa le acariciaba el rostro. Seguía con la cabeza despejada, sin rastro de dolor.

Deverell y Christian llegaron al club poco después que él, junto con Tristan Wemyss, conde de Trentham, otro miembro del Bastion. Los tres se reunieron con Jack en la biblioteca. Se acomodaron en los grandes y cómodos sillones mientras aceptaban agradecidos las jarras de cerveza que Gasthorpe les sirvió. Intercambiaron bromas y comentaron con sagacidad lo previsores que habían sido al crear aquel club, su refugio en Londres.

—Os lo aseguro — comentó Tristan—, tal como está la sociedad hoy en día, siempre necesitaremos un lugar en el que podamos desaparecer. Tras la boda, pensaba que estaría a salvo, pero no. Ahora son las grandes damas casadas pero insatisfechas las que me echan el anzuelo.

—Se diría que Leonora tiene algo que decir al respecto.

Los ojos de Christian brillaron. Leonora, la esposa de Tristan, vivía antes en la casa de al lado del club y no era precisamente una damisela dócil y sumisa.

—Oh, desde luego — asintió Tristan—, pero tengo un límite y estoy harto de ocultarme tras sus faldas. Resulta un pelín desmoralizante, tras haberme enfrentado y haber sobrevivido a lo peor de Napoleón.

Todos se rieron y se pusieron al día respecto a sus demás colegas: Charles St. Austell, recién casado, se adaptaba a su doméstica felicidad en Cornualles; Tony Blake, también casado, estaba aprendiendo a lidiar con una familia que le había sido dada ya hecha, en su residencia en Devon; y Gervase Tregarth, conde de Crowhurst, en esos momentos estaba fuera de la ciudad, encargándose de unos asuntos familiares.

—En cuanto a Christian y a mí — Deverell estiró las largas piernas—, hemos estado merodeando por los márgenes de la buena sociedad, reconociendo el terreno.

—Esforzándonos al máximo por pasar desapercibidos. — Christian hizo una mueca—. Una misión nada fácil. La verdad es que, por lo pronto, estoy encantado de tener algo más con lo que ocupar mi tiempo. No he visto ninguna posibilidad de matrimonio que merezca la pena en los salones de baile y preferiría perseguir a algún villano. — arqueó una ceja en dirección a Deverell—. Y tú, ¿qué tal?

—Lo mismo de siempre. — Deverell suspiró—. Cuando creamos el club, tenía la maravillosa pretensión de pensar que encontrar a la dama adecuada sería... bueno, un poquito más fácil que infiltrarme en el mundo de los negocios francés y fingir ser uno de ellos durante más de diez años.

Christian asintió.

—Así que, dejando aparte el desmoralizador tema de nuestros baldíos esfuerzos matrimoniales, ¿qué tenemos?

—Primero explicadme de qué va todo esto — pidió Tristan—. Quiero participar. Me apetece mucho más que hacer el paripé por los salones.

Jack le explicó brevemente la amenaza que se cernía sobre James Altwood, por qué sabían que era inocente, las sospechas de Dalziel y sus planes actuales para refutar las acusaciones.

—Antes de que se transformen en cargos de traición. Gracias a los Altwood, es probable que mañana pueda interrogar al hombre que hay tras las acusaciones, el diácono Humphries. Ya tenemos las fechas, horas y lugares de los tres recientes encuentros que el mensajero tuvo supuestamente con James. Deverell y Christian están trabajando en ello. Hemos verificado que James estaba en Londres en esas tres ocasiones, así que teóricamente los encuentros podrían haberse producido.

—Exacto — asintió Deverell—. Los tres lugares son tabernas de Southwark a las que se puede llegar a pie desde el palacio Lambeth, que es donde James Altwood se aloja cuando viene a Londres. Y las tabernas son exactamente lo que uno esperaría de ese tipo de lugares. Del único modo que podremos averiguar algo es observando, con discreción y aspecto anodino, hasta que lleguemos a conocer cada lugar. No serviría de nada arrinconar a los testigos hasta que no sepamos cómo está la situación y tengamos una posibilidad de sorprenderlos. Les habrán pagado para que cuenten su historia, pero si podemos desbaratársela, lo más probable es que retrocedan, aunque para eso necesitamos conocer mejor las tabernas. No hay ningún atajo, me temo.

—Estoy de acuerdo. — Christian miró a Jack—. Estableceremos la vigilancia necesaria. La información que le saques al bueno del diácono nos ayudará a restringir nuestro campo de investigación.

—Tengo una sugerencia. — Tristan dejó la jarra de cerveza y miró a sus compañeros—. Christian, Deverell y yo estamos instalados en Londres actualmente. Los tres tenemos aquí contactos útiles pero éstos prefieren trabajar sólo con gente que conozcan. — miró a Jack—. Tienes tres principales acontecimientos que necesitas refutar. Sugiero que cada uno de nosotros se quede con una taberna y utilice a su gente para investigar un solo encuentro. Si centramos nuestra atención en un solo punto, avanzaremos más deprisa.

Christian asintió.

—Una excelente idea. Cada uno podrá hacer más presión y la cadena de mando será más clara y más directa.

—Estoy de acuerdo. — Deverell dejó su jarra de cerveza y sacó del bolsillo de la chaqueta la hoja en la que Jack le había escrito las direcciones de los tres lugares—. Veamos...

Más tarde, antes de ir a vestirse para su velada nocturna, Jack se sentó a la mesa de la biblioteca del club y escribió una nota para su tía, lady Davenport, en la que le pedía que le mostrara el contenido también a lady Cowper.

Puso especial esmero en su redacción, porque, con damas como ellas, una insinuación era mejor que una afirmación. No obstante, cuando la leyó ya acabada, su petición quedaba clara: quería que ayudaran a lady Clarice Altwood a regresar a la buena sociedad al nivel al que su título le daba derecho. Hacía alusión a los motivos que había tras su regreso, una grave pero infundada amenaza contra un pariente cercano, y su propósito de ayudar a sus hermanos.

No había necesidad de ser más específico. Las escuetas frases bastarían para asegurar que sus tías, poderosas grandes dames como eran, se muriesen de ganas de echarle una mano a Clarice.

Respecto a los motivos que lo impulsaban a él a ayudarla, no dijo ni una palabra. Su imaginación volaría descontroladamente. Si les concedían a Clarice y a él la entrevista que les solicitaba, a la mañana siguiente, esperaba encontrarlas a ambas con los ojos brillantes y casi dando brincos de curiosidad.

Sonriendo, firmó; luego recordó algo y añadió una posdata mencionando que, si conocían a alguna dama en la que confiaran, con influencia en la esfera política, les agradecería que se la presentaran.

Con una sonrisa, selló la carta. Apostaría cualquier cosa a que cuando Clarice y él se reunieran con sus tías, lady Osbaldestone estaría también allí.