21

Cuando Alicia salió al páramo se sintió aliviada. El bosque estaba oscuro, los árboles eran muy antiguos y el camino discurría irregular y lleno de raíces. Allí, al menos, podía respirar. Tomó aire y levantó la vista para seguir el sendero hasta donde se alzaba una pila de rocas y tierra: los restos de la mina abandonada donde sir Freddie planeaba ahogarla.

Con los nervios a flor de piel, continuó caminando con la cabeza alta, a un ritmo ni demasiado rápido ni lo bastante lento como para hacer que él la hiciera apresurarse. Estudió la zona, buscó una roca, una rama, cualquier cosa que pudiera usar para reducirlo... Sería preferible más cerca de la mina. Sin embargo, cuanto más se acercaban...

Era extremadamente consciente de su presencia a su espalda. Parecía relajado, sólo un asesino dispuesto a causar otra muerte. Reprimió un escalofrío y volvió a mirar hacia la mina. El sendero iba subiendo, cada vez con mayor pendiente según se acercaban al pozo que el camino rodeaba. Las nubes no dejaban de moverse; siempre había suficiente luz para ver por dónde iban, pero cuando la luna brillaba despejada, se distinguían también los detalles. Como el palo tirado que avistó brevemente a la derecha, en la parte más empinada del camino. El corazón se le aceleró; los músculos se le tensaron... Pensó rápidamente. Tenía que distraer a sir Freddie en el punto exacto. Ya había decidido cómo, pero tenía que prepararse bien.

Cuando llegaron al lugar donde empezaba la pendiente, se detuvo bruscamente. Se volvió para encararse con él y descubrió que la inclinación le permitía quedar a su altura.

—¿Tengo su palabra de caballero de que mi hermano no sufrirá ningún daño? ¿De que lo soltarán lo antes posible en Upper Brook Street?

Sir Freddie la miró a los ojos. Sonrió, asintiendo y bajó la vista.

—Por supuesto. —Tras una breve pausa, añadió—: Tienes mi palabra.

Había vivido con tres varones el tiempo suficiente para detectar al instante la mentira. Apretó los dientes, entornó los ojos y luego le preguntó lacónicamente:

—En realidad no lo ha secuestrado, ¿verdad? No hay un segundo carruaje.

Ya antes lo había dudado, pero no se había atrevido a manifestarlo, ni siquiera a cuestionarlo, mientras se encontraba atrapada en el coche. Sir Freddie la miró, arqueó las cejas y se encogió de hombros levemente.

—No vi razón para molestarme con tu hermano. Sabía que la amenaza sería suficiente para hacer que te comportaras.

El alivio que Alicia sintió casi la hizo caer de rodillas. El peso que soportaba sobre los hombros se evaporó. Era libre, libre de enfrentarse a sir Freddie como se le antojara, con sólo su propia vida en peligro. Una vida que estaba dispuesta a arriesgar para asegurar su futuro. ¿Qué otra alternativa tenía? Se esforzó por ocultar la resolución que la invadió. Lo fulminó con la mirada, luego se dio media vuelta y siguió caminando. Confió en que la arrogante seguridad del hombre le impidiera dudar de su aceptación durante unos pasos más...

Detrás de ella, oyó una leve risita, luego los pasos de él cuando la siguió. Arriba a su derecha estaba el palo de madera. Sólo un poco más allá; necesitaba aquella mayor pendiente para compensar la diferencia de altura... De nuevo se paró en seco y se volvió para encararlo. En el último segundo, dejó que viera su desprecio.

—¡Maldito bastardo!

Lo abofeteó con todas sus fuerzas. Él, a un nivel más bajo que ella, con su rostro a la altura adecuada, recibió el bofetón con todo el impulso. No tuvo posibilidad de agacharse, Alicia le dio de lleno. La palma le escoció y sir Freddie se tambaleó. Ella no se detuvo, en lugar de eso, dio media vuelta y corrió hacia el palo. Lo oyó maldecir y blasfemar y a continuación escuchó el sonido de sus botas persiguiéndola por el camino. Se agachó, cogió el palo con ambas manos, lo levantó y se volvió. Impulsada por su resolución, a la que se sumaba un miedo muy real, aplicó al giro hasta el último ápice de fuerza que poseía. Sir Freddie no la vio venir. Alicia sujetó el palo como si fuera un bate. Él seguía a un nivel más bajo, con lo que el palo le golpeó en la cabeza, se rompió y se le cayó a ella de las manos.

El hombre se desplomó de rodillas, mareado, aturdido, pero no inconsciente. Avanzó dando tumbos y Alicia, desesperada, miró a su alrededor. No había más palos. Se recogió la falda, pasó por delante de él y, rodeándolo, corrió. Huyó como alma que lleva el diablo por el camino, atravesó el páramo y se adentró en el oscuro bosque. Se obligó a reducir el ritmo, porque las raíces eran traicioneras y no podía permitirse caer. Si lograba llegar hasta las casas y pedir ayuda, estaría a salvo. Ni siquiera tenía que preocuparse ya por Matthew. Desde detrás de ella oyó un rugido y el sonido de unos pasos que avanzaban rápido. Luchando por contener el pánico, mantuvo la mirada fija en el suelo mientras esquivaba las raíces hasta que... chocó contra un negro muro. Gritó, pero se calmó de inmediato al percibir el familiar olor, el familiar contacto del cuerpo de Tony contra el suyo, de sus brazos rodeándola. Casi se desvaneció de alivio. Él miraba más allá, por encima de su cabeza.

—¿Dónde está?

Sus palabras fueron un susurro letal.

—En un sendero que lleva a una mina abandonada.

Tony asintió.

—Lo conozco. Quédate aquí.

Dicho eso, se marchó. Se movió tan rápido, de un modo tan silencioso, tan seguro en la oscuridad que para cuando Alicia se volvió, un poco aturdida, casi lo había perdido de vista. Lo siguió, pero con cuidado, tan silenciosa como él. Creía que Tony aguardaría entre las sombras y dejaría que sir Freddie se topara con él, como había hecho ella, pero en lugar de eso se detuvo, esperó hasta que el hombre casi llegó a los árboles y, entonces, con calma, con decisión, salió del bosque. Cuando sir Freddie lo vio, una expresión de puro horror apareció en su rostro. Se paró, se dio la vuelta y salió huyendo por el sendero hacia la mina. Tony lo siguió casi inmediatamente.

Corriendo tras él tan rápido como sus faldas se lo permitieron, Alicia pudo ver que Tony podría haber adelantado a sir Freddie en cualquier lugar de la pendiente. En cambio, esperó hasta llegar al llano que había junto a la entrada de la mina antes de alcanzarlo, hacerlo girar y darle un puñetazo en la cara. Ella oyó el golpe desde donde se encontraba. El primer puñetazo fue seguido por más. No podía ver a ninguno de los dos hombres, pero estuvo segura de que sir Freddie era quien los recibía y esperó que dolieran tanto como parecía. Cuando llegó al llano, vio cómo Tony le descargaba el puño contra la mandíbula. Algo crujió y el hombre cayó de espaldas sobre una pila de desechos. Se desplomó, pero con un rápido movimiento cogió una roca y se la tiró a Tony a la cabeza.

Alicia gritó, pero él no había perdido de vista a sir Freddie y esquivó el proyectil. Luego, con un gruñido, se agachó, cogió a su contrincante, lo levantó del suelo y le dio un puñetazo en la cara; acto seguido lo volvió a coger, lo zarandeó y lo lanzó de espaldas al pozo de la mina. Se oyó el sonido del agua, un chapoteo. Tony se quedó donde estaba, recuperando el resuello; después avanzó y miró abajo. Alicia se acercó a su lado y lanzó una breve mirada a sir Freddie, que chapoteaba desesperadamente, intentando agarrarse a la resbaladiza pared del pozo. A continuación miró a Tony. Lo sujetó con las dos manos y lo palpó.

—¿Estás bien?

Él le clavó la mirada, contempló su rostro. Vio que estaba mucho más preocupada por su bienestar que por el suyo propio y sintió que algo cedía en su interior.

—Sí. —Cerró brevemente los ojos. Si ella estaba bien, él también lo estaba.

La cogió y la estrechó contra su cuerpo, rodeándola con los brazos y disfrutando de su contacto. Con la mejilla pegada a su pelo, dio las gracias de corazón al destino y a los dioses; luego la soltó y miró a sir Freddie, que luchaba por mantener la cabeza fuera del agua.

—¿Qué quieres que haga con él?

Alicia miró hacia abajo y entornó los ojos.

—Me ha dicho que había matado a Ellicot y que iba a matarme a mí. Yo propongo que dejemos que se ahogue. Justicia poética.

—¡No! —La protesta se disolvió en un gorgoteo cuando el terror hizo que a sir Freddie se le resbalaran los dedos—. No —se volvió a oír cuando logró salir a la superficie—. Torrington —jadeó—, no puedes dejarme aquí. ¿Qué les dirás a tus jefes?

Tony lo miró.

—¿Que te hundiste antes de que te alcanzara?

Alicia cruzó los brazos y frunció el cejo.

—Yo digo que lo dejemos. Así probará de su propia medicina.

—Hum. —Tony la miró—. ¿Qué tal un juicio por traición y asesinato?

—Los juicios y las ejecuciones cuestan dinero. Mucho mejor dejar que se ahogue. Sabemos que es culpable, nadie lo ha obligado a venir hasta aquí desde Londres. ¿Lo he obligado a contarme que había raptado a Matthew?

Tony se puso tenso.

—¿Te dijo eso?

Con los labios apretados, Alicia asintió.

—¡Y piensa en todos los marineros valientes que envió a la tumba en el mar! Es un gusano asqueroso y depravado. —Tiró del brazo de él—. Vamos..., marchémonos.

No hablaba en serio, pero estaba muy furiosa con sir Freddie y no veía razón para no torturarlo.

—¡Esperad! Por favor... —El hombre tosió—. Hay alguien más.

Tony se quedó inmóvil. Luego soltó a Alicia, se acercó al borde y se agachó para mirar a sir Freddie.

—¿Qué has dicho?

—Que hay alguien más. —Respiraba con dificultad, el agua del pozo debía de estar helada—. Otro traidor.

—¿Quién?

—Sacadme de aquí y hablaremos.

Tony se levantó, retrocedió, estrechó a Alicia, le dio un beso en la sien y le susurró:

—Sígueme el juego. —Más alto, añadió—: Tienes razón, dejémoslo aquí. —Rodeándola con el brazo, se dio la vuelta.

—¡No! —Se oyeron maldiciones—. Maldita sea..., no me lo estoy inventando. Hay alguien más.

—No lo escuches —le aconsejó ella—. Siempre se está inventando cosas. Como la historia de Matthew.

—¡Tenía un motivo para hacerlo!

Alicia miró por encima del borde.

—¿Y salvar tu vida no lo es? —Retrocedió—. Vamos, tengo frío.

Echaron a andar, de forma que sir Freddie pudiera oírlos.

—¡Esperad! Vale, maldita sea, es alguien del Ministerio de Exteriores. No sé quién, intenté averiguarlo, pero es más astuto que yo. Es muy cuidadoso y alguien muy veterano.

Tony suspiró y retrocedió para agacharse en el borde.

—Sigue hablando. Yo te escucho, pero ella no está convencida.

Entre jadeos y toses, sir Freddie habló. Respondió a sus preguntas y le reveló cómo se había topado con el rastro del otro traidor. Finalmente, Tony se levantó y le hizo a Alicia un gesto con la cabeza.

—Échate hacia atrás. Voy a sacarlo.

Tuvo que tumbarse en el suelo para hacerlo, pero finalmente sir Freddie quedó tendido junto al pozo como una ballena varada, temblando, tosiendo y convulsionándose. Sin embargo, ninguno de los dos sintió la más mínima compasión por él. Tony le desató el pañuelo y lo usó para atarle las muñecas antes de levantarlo y empujarlo hacia el camino. Cogió a Alicia de la mano y siguió a su prisionero por el bosque hasta el camino principal. Maggs estaba esperando junto al carruaje de sir Freddie.

Alicia lo miró.

—Tenía un cochero. Le ha dicho que lo esperara.

—Oh, sí. Y lo está haciendo. Dentro del coche. —Maggs levantó la capa y el bolsito de Alicia—. He encontrado esto cuando lo he metido.

—Gracias.

El sirviente hizo un gesto de la cabeza en dirección a Tony.

—Estaba pensando que lo mejor sería dejarlos en los sótanos del George. Le he enviado un mensaje a Jim y abrirá la trampilla.

—Excelente idea. —Hizo avanzar a sir Freddie por el camino hacia la cercana posada—. Trae al cochero.

Maggs tuvo que arrastrarlo, porque el hombre estaba inconsciente. Tras una breve conversación con Jim, el dueño del George, dejaron a los prisioneros en los sótanos de su hostal.

Luego, Jim salió y se llevó el carruaje de sir Freddie. Alicia se hallaba en el coche de Tony y éste estaba a punto de reunirse con ella cuando oyeron el inconfundible sonido de otro vehículo que se aproximaba. Tony intercambió una mirada con Maggs antes de acercarse a ella.

—Sólo por si acaso, baja.

La tenía protegida detrás de él cuando el vehículo apareció tras una esquina. El conductor los vio y redujo la velocidad.

—¡Gracias a Dios! —Geoffrey detuvo los caballos.

Tony acarició la cabeza de uno para calmar al animal.

—¿Qué diablos...?

En respuesta a su pregunta, las puertas del carruaje se abrieron y Adriana, David, Harry y Matthew salieron a toda prisa. Corrieron hacia Alicia para abrazarla mientras se oía una cacofonía de preguntas. No esperaron ninguna respuesta. En lugar de eso, los niños se pusieron a saltar y bailar alrededor de ellos, pero en seguida volvieron a abrazar y a estrechar a su hermana mayor.

Geoffrey bajó del coche, se estiró y se acercó a Tony.

—No me digas que debería haberlos detenido. Fue imposible. En mi opinión, una vez se les mete una idea en la cabeza, los Pevensey son imparables. —Sonrió—. Al menos Alicia es una Carrington. La han domado.

—Hum —fue todo lo que Tony dijo.

Tanto Geoffrey como él eran hijos únicos y la escena que se desarrolló ante ellos los dejó perplejos y un poco celosos. Intercambiaron una mirada. Por una vez, no les cupo ninguna duda de lo que el otro pensaba... y planeaba.

—Vamos —dijo Tony—. Será mejor que hagamos que se muevan o pasaremos aquí el resto de la noche.

Rodearon al grupo. Con la alegría reflejada en sus rostros y aún haciendo preguntas, los triunfantes Pevensey subieron por fin al carruaje. Geoffrey se puso tras las riendas y miró a su amigo.

—¿A Chase?

Tony se volvió, después de ayudar a Alicia a subir a su coche.

—¿Adónde si no? —Tomó las riendas y subió él también—. Es lo único que sir Freddie ha hecho bien.

El comentario dejó perpleja a Alicia. Esperó hasta que se pusieron en marcha.

—¿Adónde vamos?

—A casa —le respondió Tony.

Estaba decidida a hablar con él, a sacar el tema del matrimonio, pero esa noche no tuvo oportunidad. Viajaron durante casi una hora hacia el norte, luego Tony giró hacia unas enormes verjas de hierro forjado abiertas de par en par. Se había negado a decirle nada más sobre adónde la llevaba, pero Alicia lo adivinó cuando vio la casa. Una gran mansión de piedras marrones y grises con alas de una y dos plantas se erigía bajo la luz de la luna, perfectamente proporcionada, acogedora y rodeada por unos extensos jardines.

Tony hizo detenerse a los caballos. Bajó, contempló la casa con orgullo, se volvió y le tendió la mano.

—Bienvenida a Torrington Chase.

La siguiente hora fue un agradable caos. Los sirvientes se levantaron de la cama y acudieron corriendo. Su solicitud demostraba la consideración que sentían por su señor. Tony dio órdenes a unos y otros. En medio del revuelo, se oyó una voz calmada y femenina que preguntó en qué andaba metido ahora su hijo.

En la salita de estar, Tony intercambió una mirada con Geoffrey y luego miró a Alicia. Le cogió la mano, se la llevó a los labios y la tranquilizó:

—No te dejes llevar por el pánico.

La soltó y se fue. Un momento después, apareció con su madre del brazo. No había ninguna duda de la relación existente. La oscura, espectacular y casi descarada belleza de la vizcondesa era la versión femenina de la de Tony. Antes de que Alicia pudiera hacer algo más que asimilar ese hecho, se vio rodeada por un brazo; luego, la vizcondesa dijo:

—Puedes llamarme Marie, si lo deseas. —Y empezó a hacerle preguntas, se presentó ella misma a los chicos y soltó exclamaciones sobre Adriana, todo con una actitud que dejó claro que estaba muy bien informada sobre los acontecimientos en Londres.

Sirvieron leche caliente para los niños y después los sirvientes los acompañaron a sus habitaciones. Maggs dijo que se quedaría con ellos y se marchó. El ama de llaves —Alicia estaba segura de que la mujer era hermana de la señora Swithins— entró para decir que estaban preparados los dormitorios de Alicia, Adriana y el señor Geoffrey, y que, como siempre, los aposentos del señor estaban listos.

Aconsejándoles que intentasen dormir un poco y añadiendo que hablaría con todos ellos por la mañana, la vizcondesa se retiró.

Tony le pidió a la señora Larkins, el ama de llaves, que les mostrara a Adriana y a Geoffrey sus habitaciones. Mientras, él cogió a Alicia de la mano y la guió por la escalera detrás de ellos; cuando llegaron al piso de arriba, la hizo girar por otro pasillo, abrió una puerta al final de una ala y entraron juntos en la habitación. Era una sala privada que daba a los jardines. Alicia apenas los vio cuando Tony la guió por otra puerta a un gran dormitorio. Miró a su alrededor, admiró los cortinajes azul oscuro y el mobiliario de caoba ricamente tallado, todo ello muy poco femenino. Su mirada se detuvo en la enorme cama con dosel. Él la atrajo hacia sus brazos y la miró a los ojos.

—Ésta es tu habitación —susurró Alicia.

Él le sostuvo la mirada durante un instante y luego murmuró:

—Lo sé. —Bajó la cabeza—. Pero esta noche éste es tu lugar, el lugar al que perteneces.

El primer roce de sus labios, el primer contacto de sus manos cuando la abrazó y le acarició la espalda, pegándola a él, corroboraron la afirmación, le indicaron lo cierto que era, cuánto la necesitaba. El hambre voraz en su beso, la pasión sin disimulo, el intenso deseo que alimentaba ésta, hablaron con elocuencia de todo lo que él, y ella también, había temido, de todo lo que habían sabido que arriesgaban. Ahora habían dejado la amenaza atrás y, tras la pesadilla, a la clara luz de su victoria, nada era más evidente que la maravilla y la idoneidad de sus sueños. Su fuerza, su vulnerabilidad, ambas cosas surgían de la misma fuente, de la misma abrumadora emoción que echaba abajo todas las barreras y los dejaba ardiendo con una urgente y compulsiva necesidad. Ninguno de los dos lo cuestionó. Se desvistieron a la luz de la luna, se liberaron de sus inhibiciones junto con su ropa. Tony la levantó y los dos se unieron en un frenesí de necesidad, lujuria, codiciosa pasión, exultante deseo. La necesidad de él era la de ella; la de ella era la de él. La alimentaban y saciaban, tomaban, cedían y dejaban que aquella bullente oleada se elevara. Alicia se lo dio todo y él le devolvió el placer una y otra vez, hasta que el éxtasis surgió, aumentó y los envolvió. Los atrapó en su dorado fuego. Ardieron, se abrazaron, jadearon cuando alcanzaron la cima y se sintieron flotar. Cuando las llamas se apagaron, ambos estaban mucho más allá de las estrellas, mucho más allá del mundo físico.

Abrazados, unidos, respiraron, sintieron y pensaron como uno solo. El instante se prolongó; una total y profunda conciencia del momento los alcanzó. Se miraron a los ojos. Un momento de desgarradora quietud los dominó. Pasión, deseo y amor. La menor palabra albergaba el mayor poder. Aquello, todo aquello, era suyo. Si querían. Si lo deseaban. Los dos lo asimilaron mientras regresaban al mundo físico. Con suaves murmullos y relajantes besos y caricias, se tendieron en la cama.

«Mañana», se prometió Alicia cuando, rodeada por sus brazos, se quedó dormida.

Tony la despertó, totalmente vestido, para explicarle que la noche anterior había enviado un mensajero a Londres y que tenía que llevar a sir Freddie de vuelta a la capital. Mientras la observaba parpadear y esforzarse por despertar, hizo una mueca.

—Regresaré lo antes posible. Quédate aquí con los niños. Sospecho que Geoffrey querrá llevar a Adriana para que conozca a su madre.

Se inclinó y la besó antes de marcharse. Alicia se quedó mirando la puerta. «¡No, espera!», fue su reacción instintiva. En cambio, suspiró y se tumbó boca arriba. Otro intento frustrado. Aunque era inútil enfadarse, porque cuando hablara con él de matrimonio, deseaba que hubieran acabado ya con sir Freddie y sus tramas, que su amenaza no se cerniera sobre ellos de ningún modo, lo cual la dejó ante su situación actual: en la habitación de Tony, en la cama de Tony, pensando cuál sería el mejor modo de actuar.

Al final, descarada y resuelta, decidió comportarse como pretendía continuar haciéndolo; estaba harta de engaños. Llamó para que le trajeran agua, se lavó mientras una doncella, con los ojos abiertos como platos, sacudía y cepillaba su vestido. Luego, decidida a ser completamente clara y honesta con la madre de Tony, se dirigió al vestíbulo, desde donde la condujeron con deferencia a la sala del desayuno. Allí encontró a sus cuatro hermanos, de muy buen humor. Geoffrey se levantó cuando entró, ella sonrió y le indicó que se sentara; luego le hizo una reverencia a la vizcondesa y se dirigió al extremo de la mesa.

Marie le sonrió.

—Ven y siéntate a mi lado, querida. Creo que tenemos mucho de que hablar.

Su mirada era de alegría, franca y alentadora. Alicia obedeció, se llenó el plato hasta arriba y se sentó a su lado.

Apenas había comido el primer bocado, cuando Geoffrey preguntó si podía llevar a Adriana de visita a su casa.

—Me gustaría que conociera a mi madre.

La vizcondesa, ocupada en servirle a Alicia una taza de té, murmuró:

—Manningham Hall está a tres kilómetros de aquí y la madre de Geoffrey, Anne, está impaciente para darle la bienvenida a tu hermana.

Alicia miró a Adriana y leyó la ávida súplica en sus ojos.

—Sí, por supuesto. —Con un destello de su propia resolución, añadió—: Lo sensato es aprovechar la ocasión.

Geoffrey y Adriana resplandecían de felicidad, se excusaron y se fueron. Se cruzaron con Maggs en la puerta, que entró y saludó a las damas.

—Si está de acuerdo, señora —se dirigía a Alicia—, me llevaré a estos diablillos al arroyo. Se lo he comentado esta mañana, parece ser que hace una eternidad que no cogen una caña de pescar.

Cuando ella miró a los niños, Marie volvió a murmurar:

—Maggs es de absoluta confianza. —Sonrió al hombre—. Ha estado con Tony desde que mi hijo no era mayor que tu David.

Alicia contempló los ojos brillantes y la expresión impaciente de sus hermanos.

—Si prometéis comportaros y obedecer a Maggs... —miró a éste y sonrió—, podéis ir.

—¡Hurra! —Dejaron las servilletas sobre la mesa, se levantaron y corrieron hacia Maggs, deteniéndose sólo para despedirse de ella y de la vizcondesa.

Alicia observó cómo Matthew, de la mano del hombre, salía con paso seguro y sintió una oleada de emoción. No sólo por su hermano pequeño, sino por los hijos que ella tendría. Allí, con aquel tipo de continuidad era como debía educarse a los niños.

—¡Bueno! —Marie se recostó en su asiento. A su señal, el joven lacayo se retiró y las dejó solas—. Puedes comer y yo hablaré. Así nos conoceremos y podrás decirme cuándo celebraréis la boda. Con su habitual defecto de no mencionar detalles, Tony no me lo ha dicho.

Alicia levantó la mirada del plato y la miró a los ojos.

—Sí, bueno... —Tomó aire; no había esperado un planteamiento tan directo—. De hecho, ése es un tema que deseaba comentar contigo.

Miró a su alrededor para confirmar que estuvieran solas. Volvió a tomar aire, lo contuvo un momento y luego miró a la vizcondesa a los ojos.

—Soy la amante de Tony, no su futura esposa.

La mujer parpadeó. Una serie de emociones se reflejaron en su cara; a continuación sus ojos brillaron, apretó los labios y le apoyó una mano sobre el brazo.

—Querida, me temo que debo disculparme de corazón, no por mi pregunta, sino por la lentitud de mi hijo.

Negó con la cabeza. Alicia se dio cuenta, con cierta sorpresa, de que se estaba esforzando por no sonreír. Luego, Marie volvió a mirarla a los ojos.

—Parece ser que tampoco te lo ha dicho a ti.

A lo largo de la siguiente hora, Alicia intentó corregir su suposición, pero la madre de Tony no atendió a razones.

—No y no. Non, ma petite. Créeme, no lo conoces como yo. Pero ahora que me has contado tu historia, puedo entender bien cómo, debido a su tardanza, has llegado a creer eso. No tienes ningún mentor, ninguna guía en la que confiar, nadie que..., cuál es la palabra..., que «interprete» su comportamiento por ti. Puedes estar segura de que él no habría permitido que nadie supiera de tu existencia, ni mucho menos te habría mostrado ante los ojos de la buena sociedad. De hecho, no te habría traído aquí si no te considerase desde el primer momento como su futura esposa.

Ante su convicción, a ella cada vez le resultaba más difícil mantenerse firme en sus argumentos. Sin embargo, no podía, simplemente, no podía, creer que durante...

—¿Desde el principio?

Oui, sin duda. —Marie se levantó—. Ven, deja que te enseñe una cosa para que puedas verlo con más claridad.

Mientras recorrían la gran casa, la vizcondesa le preguntó por la educación de sus hermanos. Por un lado, el corazón de Alicia se henchía de gozo. Aquello, aquella casa, aquel sentimiento familiar, de inmediato y natural cuidado, era lo que siempre había soñado; pero por otro no podía aceptarlo, no podía dejarse llevar por el júbilo, bloqueada como estaba por la incertidumbre respecto a las intenciones de Tony.

¿La había visto siempre como su futura esposa? ¿Realmente la veía así en ese momento?

Marie la llevó a una larga galería llena de retratos.

—La famille Blake. A la mayoría no necesitamos tenerlos en cuenta, pero aquí... Aquí están los que podrán aclarar las cosas.

Se detuvo ante los últimos tres cuadros. El primero mostraba a un caballero de unos veinte años, vestido a la moda de una generación anterior.

—James, el padre de Tony, el último vizconde. —El retrato de en medio era de una pareja, Marie y un caballero unos años mayor—. Aquí está James otra vez, mi esposo. —Se volvió hacia el último cuadro—. Y éste es Tony a los veinte años. Ahora mira y dime qué ves.

Una cosa era evidente.

—Se parece mucho a ti.

Oui, se parece a mí. Sólo heredó de James la altura y el cuerpo. Parece francés y eso es lo que uno ve, pero sólo si lo que ve es la superficie. —Miró a Alicia a los ojos—. Lo que un hombre es, cómo se comporta, no viene fijado por su apariencia.

Ella volvió a mirar el retrato.

—¿Quieres decir que se parece más a su padre en su forma de ser?

—Mucho. —La cogió del brazo, se volvió y la hizo avanzar por la galería—. En las cosas superficiales es claramente francés. Cómo se mueve, sus gestos. Habla francés tan bien como yo, si no mejor. Pero siempre se puede ver a James en las palabras que dice, siempre sin excepción. Su vena inglesa lo domina. Así que en cuanto a la cuestión de si siempre ha tenido intención de casarse contigo o no, la respuesta está clara. —Con un gesto que abarcaba a todos los Blake, Marie dijo—: Tú misma eres inglesa. Sabes lo que es el honor. El honor de un caballero, el verdadero honor de un caballero inglés, eso es algo inviolable. Algo por lo que uno se puede guiar, a lo que puede apostar su vida e incluso su corazón con absoluta seguridad.

—¿Y eso es lo que guía a Tony?

—Eso es lo que hay en el fondo de su ser, un código interior que es una parte tan íntima de sí mismo que ni siquiera es consciente de ella. —Marie suspiró—. Ma petite, debes ver que no es un desaire deliberado que no haya pensado en decírtelo, en pedirte que seas su esposa. Para él, su rumbo es evidente, así que, como la mayoría de los hombres, espera que lo veas tan claro como él.

Habían llegado a lo alto de la escalera. Alicia se detuvo. Tras un momento, dijo:

—Podría haber dicho algo... Somos amantes desde hace semanas.

—Oh, sí, debería haber dicho algo. Estoy totalmente de acuerdo contigo. —La mujer la miró y frunció el cejo—. Ma petite, al decirte esto, no quisiera que pensaras que te aconsejo..., cómo lo dicen los ingleses... ¿que lo trates con ligereza?

—Indulgencia —respondió Alicia, con aire ausente. Se dijo a sí misma que ella no se enfadaba con facilidad, que no ser informada de que Tony pretendía casarse con ella y que, de hecho, había pretendido hacerlo desde el principio, que había dado tan por sentada su aceptación que ni siquiera había pensado en mencionárselo, no tenía nada que ver con su irritación... Tomó una profunda inspiración y notó que se le tensaba la mandíbula—. No, no lo haré.

Los niños entraron en el vestíbulo. Cuando las vieron, subieron a toda velocidad. Si en algún momento habían sentido alguna timidez ante la vizcondesa, ya había desaparecido. Les explicaron bulliciosa y atropelladamente cómo les había ido la pesca. Tanto Alicia como Marie sonrieron y asintieron. Finalmente, se les acabaron las noticias emocionantes y guardaron silencio.

David le clavó a Alicia una brillante mirada.

—¿Cuándo vais a casaros Tony y tú?

—Lo que quiere decir —intervino Harry, empujando a su hermano mayor— es que, si va a ser pronto, ¿podemos quedarnos aquí?

Matthew se acercó también.

—Hay ponis en el establo. Maggs dice que me enseñaría a montar.

Alicia esperó hasta que estuvo segura de que podía confiar en su voz y que tenía su expresión bajo control.

—¿Cómo sabíais que íbamos a casarnos?

—Tony nos lo dijo. —Harry esbozó una amplia sonrisa.

—¿Cuándo?

—¡Oh, hace días! —contestó David—. Pero ¿podemos quedarnos aquí, por favor? Es tan divertido...

Ella no podía pensar.

Marie intervino y les aseguró a los chicos que considerarían su petición. Los tres sonrieron, abrazaron a Alicia y salieron corriendo para lavarse y prepararse para el almuerzo.

Cuando el sonido de sus pasos se apagó, la vizcondesa tomó una larga inspiración y de nuevo, cogió a Alicia del brazo.

Ma petite, realmente creo... —la miró— que no debes tratarlo con indulgencia.

—No. —Con la mandíbula apretada, levantó la cabeza mientras Marie y ella bajaban la escalera—. Ni tampoco con ligereza.

El coche se balanceó y se meció. Llovía y las ruedas salpicaban el agua de los crecientes charcos. La noche había caído pronto sobre Exmoor y unas oscuras nubes llegaron desde el canal de Bristol y cubrieron los páramos. Luego, las nubes se abrieron.

Alicia se sentía como el tiempo, pero rezaba porque no quedaran atascados. Esperaba llegar mucho más lejos antes de parar para pasar la noche. Había pensado en la siguiente ciudad, South Molton, donde Maggs le había dicho que encontrarían una pensión decente.

Harry estaba dormido a su lado, con la cabeza apoyada en su regazo. Se movió, resopló y volvió a quedarse quieto. Alicia le acariciaba el pelo, distraída.

A través de la anormal penumbra, miró a Maggs, sentado enfrente de ella, fornido y con aspecto de oso. Matthew dormía en brazos del hombre, y David, apoyado en su costado. Cuando supo de su decisión de irse de Torrington Chase y volver a Little Compton, se ofreció para acompañarla y ayudarla con los niños. Sin Jenkins ni Fitchett, Alicia aceptó encantada. Una vez que se le ocurrió la idea de volver a casa, se aferró a ella y se negó a cambiar de parecer. Tampoco era que Marie hubiera intentado convencerla, simplemente la escuchó y asintió.

—Sí, funcionará. Entonces tendrá que hablar.

Desde luego. La única pregunta que Alicia se hacía era qué le diría. Suponiendo que, como la vizcondesa y ella habían supuesto, Tony fuera a buscarla.

Cuando su hermana regresó con Geoffrey y una invitación para pasar unos días en casa de lady Manningham, con quien había conectado en seguida, Adriana se mostró preocupada, más por lo que sucedía entre Tony y Alicia que por cualquier otra cosa. Ahora, Adriana se encontraba en Manningham Hall.

Los chicos, por supuesto, no lo comprendieron y protestaron a voz en cuello cuando los informó de que regresaban a Little Compton de inmediato, pero Marie había intervenido para declarar, con su tono más imperioso, que si deseaban volver pronto a Torrington Chase, tendrían que marcharse sin quejas. Ellos se quedaron mirándola, intercambiaron miradas entre sí y, finalmente, accedieron a acompañar a Alicia sin más protestas.

La vizcondesa les había prestado un coche de viaje y un buen cochero. También insistió en que se llevaran a un lacayo.

—No tengo intención de provocar la ira de Tony permitiendo que te vayas sin la suficiente protección.

Así que el pobre lacayo, además del cochero, ahora se estaba empapando fuera. Tendrían que detenerse en South Molton. No tenía ni idea de cuánto tardaría Tony en regresar de Londres. ¿Tres días? ¿Cuatro? Alicia esperaba llegar a casa en dos días. Recostó la cabeza en los cojines, cerró los ojos e intentó calmar sus caóticas emociones, poner orden en su mente. La mayor parte de ésta aún bullía; el resto estaba confusa, preguntándose inocentemente: él no había tenido intenciones de casarse con ella, ¿verdad? Pero una parte de sí misma sabía que sí, que había tenido esa intención desde el principio. No debería habérsele pasado por alto lo dictatorial que se había mostrado. ¿Cuántas veces se había limitado a cogerla de la mano y la había llevado a la pista para bailar un vals o a otra habitación? Sabía perfectamente lo acostumbrado que estaba a salirse con la suya.

En ese caso, también lo lograría, porque no estaba tan furiosa como para negarse a sí misma sus sueños, pero no antes de que él se arrodillara y se lo suplicara. Con la mandíbula prieta, se estaba imaginando la escena cuando el rítmico estruendo de unos cascos al galope surgió de la noche, desde detrás de ellos. El cochero hizo que los caballos redujeran la marcha y se echó a un lado del camino para dejar pasar al otro carruaje. Al notar el cambio de ritmo, los niños se agitaron, bostezaron y abrieron los ojos.

Alicia se preguntó quién más habría salido en una noche como aquélla, poniendo además en peligro a sus caballos con semejante velocidad. Pero ésta se redujo cuando el carruaje se acercó y luego el sonido de los cascos bajó aún más hasta que, finalmente, desapareció entre el constante golpeteo de la lluvia. Alicia aguzó el oído, pero no oyó nada más.

De repente, les llegó una voz desde el interior del otro vehículo y el cochero hizo detenerse a los caballos. El carruaje se balanceó. Los niños se pusieron alerta, con los ojos abiertos como platos. Alicia miró a Maggs, que, con la cabeza ladeada, escuchaba con atención. Ningún salteador de caminos usaría un carruaje, eso seguro, y no podía ser...

La puerta del coche se abrió. Una figura alta y oscura se perfiló en la noche.

Tony recorrió con la mirada el interior una sola vez, luego alargó el brazo y cogió a Alicia de la muñeca.

—¡Quedaos ahí!

Ante su tono de rígida autoridad, los cuatro varones se irguieron bruscamente, pero él no esperó y sacó a Alicia del vehículo sin más ceremonia; ella se quedó muda por la sorpresa, como comprobó Tony con inflexible satisfacción. La sujetó para que no se cayera y a continuación avanzó arrastrándola tras él. Alicia jadeó pero no tuvo más remedio que acompañarlo.

Gracias a la huida totalmente insensata de ella, estaba empapado. Alicia también lo estaba cuando Tony se detuvo a una distancia desde la que no pudieran oír sus gritos en el coche. La soltó, se dio la vuelta hacia ella y la fulminó con la mirada a través de la lluvia.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo?

La pregunta restalló como un látigo. A lo largo de kilómetros, se había estado diciendo que no debía dejarse llevar por la furia, que debía descubrir por qué había huido antes de cantarle las cuarenta, pero la simple visión de ella en un coche, abandonándolo, había sido suficiente para acabar con toda aquella prudencia.

—¡Me voy a casa! —El pelo se le pegaba a las mejillas y los mechones le caían sobre el cuello.

—¡Tu casa está por ahí! —Señaló con un dedo al otro lado del camino—. Donde te dejé, en Torrington Chase.

Ella se irguió, cruzó los brazos y levantó la cabeza.

—No continuaré siendo tu amante.

Si Alicia había tenido alguna duda de si Marie habría cumplido su promesa de fingir no saber nada y no explicarle a su hijo su queja, de inmediato se desvaneció al ver el semblante de Tony. Su expresión se transformó en rápida sucesión, desde la estupefacción hasta la incredulidad, de ser incapaz de seguir su razonamiento... a no gustarle ese razonamiento en absoluto..., antes de volver a una furiosa estupefacción y una absoluta incredulidad.

—Tú... —Se quedó mudo. Con los ojos centelleantes, la apuntó con un dedo—. ¡Tú no eres mi maldita amante!

Ella asintió.

—Exacto. Razón por la cual me voy a casa, a Little Compton. —Se recogió las faldas e hizo ademán de dar media vuelta con gesto altivo. La falda empapada le golpeó las piernas, pero Tony la cogió del brazo y la hizo volverse de nuevo hacia él. La sujetó allí mirándola a la cara, con aquellos rasgos severos suyos y el pelo pegado a la cabeza. Nunca había tenido un aspecto más duro.

—No tengo ni idea de... —gesticuló violentamente— de qué idiota idea se te ha metido en la cabeza, pero yo nunca te he considerado mi amante. Siempre, desde la primera vez que te vi, he pensado en ti como mi futura esposa.

—¿En serio? —Alicia abrió exageradamente los ojos.

—¡Sí, en serio! Te he mostrado toda la cortesía y consideración. —Se acercó más, intimidador, y ella resistió el impulso de retroceder—. Te he protegido abiertamente, no sólo a lo largo de la investigación, en tu casa y en la mía, sino también socialmente. Dios es mi testigo de que nunca te he tratado de otro modo más que como mi futura esposa. ¡Ni siquiera he pensado en ti como otra cosa!

Todo él emanaba agresividad masculina. Sin dejarse intimidar, Alicia le sostuvo la mirada.

—Ésa es una noticia asombrosa. Lástima que no pensaras en informarme a mí...

—¡Por supuesto que no te he dicho nada! —El grito se lo tragó la noche. Tony clavó la mirada en la suya—. Refréscame la memoria —gruñó—. ¿Cuál era la base del intento de Ruskin de chantajearte?

Alicia parpadeó, pensó y volvió a centrar la mirada en su rostro..., donde vio la verdad.

—No quería que accedieras a ser mi esposa por algún condenado sentido de gratitud. —Tony casi rugió las palabras. Al sentir la momentánea debilidad de ella, atacó. Bajó la cabeza para ponerse a la altura de su mirada y le señaló la nariz con un dedo—. Y esperé..., y esperé... ¡Me obligué a mí mismo a esperar para pedírtelo cuando no te sintieras presionada!

Tony sintió en las entrañas un pánico como no había conocido nunca. La ira y una rabia impotente bullían en su interior, pero un extraño dolor acechaba por debajo de todo eso. Él pensaba que había hecho lo correcto. Sin embargo, el destino había logrado pillarlo en falta. No obstante, la verdad empezaba a filtrarse despacio en su cerebro: no iba a perderla. Sólo tenía que encontrar un camino a través de la ciénaga que el inconstante destino había puesto a sus pies.

Frunció el cejo.

—Independientemente de lo que dije, dejé de decir o por qué lo hice, ¿qué diablos crees que ha sucedido estas últimas semanas? —Se acercó aún más, invadiendo su espacio a propósito—. ¿Qué clase de hombre crees que soy?

—Un noble. —Alicia se negó a ceder ni un milímetro. Alzó la cabeza y lo miró a los ojos—. Y los hombres de tu clase a menudo tienen amantes, como todo el mundo sabe. ¿Vas a decirme que nunca has tenido una?

Un músculo le tembló en la mandíbula.

—¡Tú no eres mi amante!

Las palabras resonaron entre ellos. Despacio, Alicia arqueó las cejas.

Tony tomó aire, retrocedió, le soltó el brazo que le había sujetado con fuerza hasta ese momento y se pasó la mano por el pelo, apartándose los mechones empapados de los ojos.

—Maldita sea, todos los malditos miembros de la buena sociedad saben cómo te veo. ¡Como mi esposa!

—Eso se me ha dado entender. Toda la sociedad, la gente que conozco, ¡incluso mis hermanos! Todos saben que tienes la intención de casarte conmigo. ¡La única persona en todo el mundo que no ha sido informada al respecto soy yo! —Entornó los ojos y luego dijo en voz más baja—: Ni siquiera me has preguntado si deseo hacerlo.

Sus palabras le dieron a Tony qué pensar. Le sostuvo la mirada durante un largo momento hasta que, también más tranquilo, contestó:

—Te dije que te amaba. —De repente, sus ojos se abrieron mucho—. ¿Entiendes el francés?

—Lo bastante para entender eso, pero no mucho más. Hablas muy de prisa.

—Pero dije las palabras y las comprendiste. —Su voz ganó fuerza—. Fuiste tú la que nunca me correspondió con ese mismo sentimiento.

Alicia perdió los nervios.

—Sí lo hice. Aunque no con palabras. —Podía sentir el calor en sus mejillas, pero se negó a que eso la distrajera—. No me digas que no lo entendiste. —Le dio un segundo para hacerlo; cuando él se limitó a endurecer su expresión, ella le clavó un dedo en el pecho—. Y en cuanto a decir las palabras, creyendo como creía que era tu amante, una confesión así habría sido totalmente imprudente por mi parte.

Alicia se dio cuenta del implícito reconocimiento y, por el destello en la mirada de él, supo que Tony también lo había captado. Alzó la cabeza y continuó, decidida a dejarlo todo claro.

—Está muy bien decirme que me amas, pero muchos hombres creen, sin lugar a dudas, que aman a sus amantes y así se lo dicen. ¿Cómo podía saber qué querías decir con esas palabras?

Durante algo más de un minuto, Tony le sostuvo la mirada, luego hizo un gesto, como si descartara el razonamiento. Con el mismo movimiento, la cogió de los codos y la sujetó cara a cara con él, mirándola a los ojos.

—Necesito saberlo. ¿Me amas?

La pregunta y la expresión de su mirada le llegaron directamente al corazón. Cerró los ojos; luego los abrió y estudió los de él. La lluvia caía con fuerza, la noche era salvaje y negra a su alrededor. Sin embargo, Tony estaba totalmente centrado en ella, como ella en él. Tomó aire y dijo con voz temblorosa:

—En mi mundo, el amor entre un hombre y una mujer con frecuencia significa matrimonio. En el tuyo, no es así necesariamente. Dijiste unas palabras, pero no las otras. Sabías de dónde procedía, cuál era mi situación, eras consciente de que no era adecuada. No podía saber qué querías decir, pero... eso no cambiaba en nada lo que yo sentía por ti.

Tony la miró un poco más y luego la soltó, se acercó y le enmarcó el rostro con las manos.

Je t’aime. —Las palabras resonaron con una convicción imposible de obviar—. Te amo. —Le sostuvo la mirada—. No deseo a ninguna otra mujer, ni para un día, ni para una noche, sólo a ti. Y te deseo para siempre. Quiero casarme contigo. Te quiero en mi casa, en mi cama, ya resides en mi corazón. Eres mi alma. Por favor... —Se detuvo, aún mirándola a los ojos, y luego continuó en voz más baja—: ¿Quieres casarte conmigo?

No esperó su respuesta, sino que le rozó los labios con los suyos.

—Nunca te quise como mi amante. Sólo te he deseado como mi esposa.

Otro sutil beso le hizo cerrar los ojos, Alicia tragó saliva para poder pronunciar las palabras.

—¿Crees que podrías verme como la madre de tus hijos?

Tony se echó hacia atrás y la contempló con una expresión levemente burlona. Cuando Alicia no dijo nada más, él respondió:

—Por descontado.

—Bien. —Ella carraspeó—. En ese caso...

Se detuvo, lo miró a los ojos. Aún no podía asimilarlo del todo, que el futuro de sus sueños estaba allí, que se le estaba ofreciendo, que era suyo si lo deseaba. Tony no se había puesto de rodillas y le había suplicado, sin embargo... Sonriendo, le rodeó el cuello con los brazos.

—Sí, te quiero, y sí, me casaré contigo.

—¡Gracias a Dios!

La atrajo hacia él, la besó a conciencia, le permitió que le devolviera el beso en un salvaje momento de júbilo, con la lluvia empapándolos. Luego suspiró mientras se besaban, la rodeó con los brazos y la estrechó. Hasta ese momento, Alicia no había sido consciente de lo tenso, lo nervioso, lo inseguro que había estado. Por medio del beso sintió cómo sus emociones se unían, se fundían, se relajaban. La inquietud, las inseguridades, los miedos, todo desapareció y se sumergió bajo una creciente oleada de felicidad sin límites.

Cuando Tony levantó la cabeza, tomó una gran inspiración y la soltó, toda esa tensión había desaparecido y volvió a mostrarse tan dictatorial como siempre.

—Vamos. —Le besó la mano y la hizo volverse hacia el coche. El de él se encontraba cruzado en el camino—. Hay un buen hostal en Chittlehampton, un poco más atrás. Es la pensión más cercana. —Con una mano en su espalda que la urgía a moverse, la miró a los ojos—. Deberíamos quitarnos estas ropas mojadas antes de que cojamos un resfriado.

Alicia dudaba seriamente de que, una vez se quitaran la ropa, corrieran ningún peligro de enfriarse, porque podía sentir el calor en su mirada incluso a través de la oscuridad.

Tony dio órdenes al cochero; luego abrió la puerta y miró dentro del carruaje.

—Vamos a regresar a Torrington Chase.

Un coro de vítores y un «¡bravo!» de Maggs siguieron al anuncio. Alicia asomó la cabeza para añadir:

—Pero antes tenemos que parar en un hostal para pasar la noche. Estoy demasiado mojada para volver a entrar en el coche. Iré detrás, en el de Tony.

Sus hermanos estaban emocionados, entusiasmados ante la perspectiva de regresar a una casa que Alicia sospechaba que veían como un paraíso, y no les disgustó en absoluto el hecho de tener que pasar la noche en un hostal.

Tony ayudó al cochero a dar la vuelta y luego la hizo retroceder con gesto protector mientras el carruaje se ponía en marcha y avanzaba por el camino. Se acercaron a su coche. Tony la cogió de la cintura y la levantó hasta el asiento. La lluvia estaba cediendo; esperó hasta que estuvieron en marcha antes de decir:

—Respecto a mis hermanos...

Él la miró.

—¿Qué ocurre con tus hermanos? Vivirán con nosotros, por supuesto.

Alicia vaciló y luego preguntó:

—¿Estás seguro?

—Sí.

Intentó pensar en qué más quedaba pendiente, qué más debían hablar...

—¡Dios santo! —Lo miró—. ¿Qué ha pasado con sir Freddie?

Más tarde, de rodillas frente al potente fuego de la chimenea del mejor dormitorio del Sword and Pike en Chittlehampton, envuelta en una toalla mientras con otra se secaba el pelo, recordó cómo se había reído Tony. Lo encantado que se había sentido de que él y el asunto de convertirse en su esposa hubiesen hecho que se olvidara por completo a sir Freddie.

Tenía que agradecerle a Dalziel su rápido regreso. Tony había enviado un jinete a Londres en cuanto llegaron a Torrington Chase la noche anterior y Dalziel envió un mensaje de vuelta pidiendo que trasladaran a sir Freddie a la ciudad. Pero luego el comandante cambió de opinión y se encontró con Tony en el camino para llevarse a sir Freddie bajo su custodia. Al parecer, Dalziel deseaba visitar la casa del prisionero en compañía de éste. Parecía evidente que las afirmaciones de sir Freddie de que había un traidor sin identificar habían despertado su interés. Por su parte, Alicia había descubierto lo suficiente sobre traiciones y traidores para el resto de su vida.

Sin embargo, la reacción de Tony en el camino no se le iba de la cabeza. Casi como si no hubiera estado seguro de si su conexión con él dependía de algún modo de la amenaza de sir Freddie.

Tony entró. Acababa de acomodar a sus hermanos. Maggs dormiría con ellos, por si acaso. Esbozó una sonrisa cuando se detuvo para mirarla. Entonces, sonriendo aún más, se acercó a ella.

—¡Detente! —Alicia alzó una mano—. Estás empapado. Quítate la ropa.

Él frunció el cejo, pero la obedeció.

—Como desees.

El ronroneo en su voz fue claramente el de un depredador; la especulación de sus ojos también. Alicia sonrió para sus adentros, se volvió hacia el fuego y continuó secándose el pelo. Pero en cuanto Tony estuvo desnudo, se levantó y se acercó a él. Lo miró a los ojos; en una mano sostenía la toalla que había usado para secarse el pelo y en la otra aquella en la que la había envuelto. Con una en cada mano, empezó a acariciarlo, a secarlo. Intentó obligarlo a mantener las manos quietas, pero fracasó estrepitosamente. En cuestión de minutos, la piel de ambos estaba más caliente que las llamas, se tocaban con bocas y manos codiciosas. Notó que le rodeaba la cintura con los brazos y que éstos se le tensaban al levantarla. Alicia interrumpió el beso.

—No. En la cama.

Nunca había dado ninguna orden, nunca antes había tomado el mando, pero Tony accedió y la condujo hasta el lecho. Retiró los cortinajes y la miró a los ojos cuando ella se tumbó.

—¿Cómo deseas hacerlo?

Alicia sonrió y se lo mostró. Lo hizo tumbarse boca arriba y se sentó a horcajadas sobre él. Lo acogió en su interior y lo cabalgó hasta que casi perdió el sentido.

Lo cierto era que se había tomado una hora para registrar la biblioteca de él y, como sospechaba, encontró una excelente colección de útiles manuales. Tenía toda la intención de estudiarlos detenidamente y poner en práctica sus conocimientos, tal como hizo esa noche, prodigándole placer y disfrutando del suyo propio ante su impotente rendición. Horas más tarde, cuando el fuego casi se había consumido y estaba tendida, exhausta y profundamente saciada en sus brazos, murmuró:

—Te quiero. No porque vayas a protegerme a mí y a mi familia, no porque seas rico o tengas una maravillosa casa. Te quiero porque eres tú, por el hombre que eres.

Tony guardó silencio durante un largo momento, luego su pecho se hinchó al tomar aire.

—No sé lo que es el amor, sólo que lo siento. Lo único que sé es que te quiero y siempre te querré.

Alicia alzó la cabeza y lo besó; luego se acurrucó en sus brazos, el lugar al que pertenecía.

Tony deseaba una gran boda, en Torrington Chase, con la mitad de la buena sociedad y todos los miembros del club Bastion presentes. Y así fue. La única persona que se excusó fue Dalziel.

Una semana después, se reunían todos para verla avanzar por el pasillo de la iglesia de Great Torrington y ocupar su sitio junto a Tony. Su vestido era una confección de seda color marfil con perlas, por el que Adriana, su dama de honor, ayudada por Fitchett, por la señora Pennecuik y otras muchas en Londres, se habían matado a trabajar para tenerlo listo a tiempo. En su cuello brillaban tres hileras de perlas, y algunas más le rodeaban las muñecas y colgaban de sus lóbulos, un regalo de Tony, junto con su corazón.

Cuando lo miró a los ojos y colocó la mano sobre la suya, no tuvo ninguna duda de cuál era el regalo más valioso para ella y, en ese momento, cuál era el más valioso para él. Con Tony a su lado, se volvió hacia el pastor, lista y muy dispuesta a encarar su futuro. La ceremonia transcurrió sin problemas. El almuerzo nupcial se celebró en los jardines de Torrington Chase. Todo el mundo, desde el personal hasta la duquesa de St. Ives, se involucró en la celebración, que se convirtió en un día rebosante de felicidad y simple y puro júbilo. Los niños estaban eufóricos y, junto con las hijas de Miranda, se escabulleron aquí y allá entre los invitados, provocando risas y benevolentes sonrisas a su paso. Los horrores de la guerra aún atormentaban a muchas mentes y era en momentos como ése cuando el futuro brillaba con más fuerza.

Ya avanzada la tarde, una vez las damas se sentaron en sillas del jardín para charlar y ponerse al día, sus esposos se reunieron bajo los árboles que daban al lago y pasearon por la orilla.

Junto con Jack Hendon, quien en compañía de Geoffrey había sido su padrino, y los otros miembros del club Bastion —Christian, Deverell, Tristan, Jack Warnefleet, Gervase y Charles—, Tony se retiró a un lugar desde donde podía mantener a las damas a la vista, pero también podía hablar libremente. El asunto que más les interesaba era la ausencia de Dalziel.

—Nunca lo he visto en actos sociales —comentó Christian. Movió la cabeza hacia las damas—. Estoy empezando a pensar que, si apareciera, alguien lo reconocería.

—Lo que me gustaría saber es cómo se las arregla —intervino Charles—. Debe de estar en la misma complicada situación que nosotros, ¿no creéis?

—Parece probable —asintió Tristan—. Sin duda, es «uno de los nuestros» en todos los demás aspectos.

—Por cierto —intervino Jack Hendon—, ¿qué fue de Caudel una vez que se lo entregaste a Dalziel?

—Oh, cantó alto y claro —respondió Charles—. Y luego se sentó en su biblioteca y se puso una pistola en la cabeza. La única salida que le quedaba a un hombre de su posición. Mucho más sencillo que un juicio y todo lo que eso conllevaría.

—¿Tenía familia? —preguntó Gervase.

—Dalziel dijo que un primo lejano sería el heredero.

Tony miró a Charles.

—¿Cuándo lo viste?

—Vino a verme. —Charles sonrió—. Parece ser que ese otro indeseable que ha estado usando la guerra para sus propios fines ha actuado sobre todo en Cornualles, desde Penzance hasta Plymouth: mi territorio. Está en el Gobierno, lo más probable es que en el Ministerio de Exteriores, y al parecer pertenece a los niveles superiores, alguien de confianza, que es lo que más preocupa a Dalziel. Si Caudel era malo, este otro tiene potencial para ser incluso peor.

—¿Ha estado espiando o era algo más similar a lo de Caudel? —inquirió Tristan.

—No lo sé —respondió Charles—. Ésa es una de las cosas que se supone que debo averiguar. Haré preguntas para crear el tipo de efecto que cualquier espía que se precie desea evitar y luego veré qué sucede.

Christian hizo una mueca.

—Una estrategia muy arriesgada.

—Pero emocionante. —Charles miró a los otros con los ojos brillantes—. Así que ahora debo dejaros. Me marcho a Lostwithiel esta noche. —Esbozó una sonrisa un poco demoníaca—. Por cortesía de nuestro antiguo comandante, tengo una gran excusa para escapar de Londres, de la buena sociedad, de mis hermanas, mis cuñadas y mi querida madre, que ahora están instaladas en la ciudad para pasar la Temporada. Allí solo, libre de sentarme en mi biblioteca, rodeado por mis perros, descansando y saboreando un buen brandy. —Suspiró satisfecho—. Qué felicidad. Ahora debo dejaros para que libréis vuestras propias batallas, caballeros. —Y se despidió sonriente.

Los demás se rieron.

—Si necesitas ayuda, háznoslo saber —ofreció Jack Warnefleet.

Charles levantó una mano.

—Lo haré. Y si necesitáis esconderos, ya conocéis el camino hasta Lostwithiel.

El grupo bajo los árboles se dispersó. Tony, Jack Hendon y Tristan se quedaron observando cómo Charles se excusaba ante Alicia y la madre de Tony y luego se libraba hábilmente de las garras de las demás matronas presentes.

Cuando Charles se dirigió a los establos, Tony se fijó en su desenvuelto y engreído modo de caminar. Miró a Jack y a Tristan y los tres sonrieron. Observaron luego a sus damas, Alicia, Kit y Leonora, que hablaban bajo la luz del sol.

—Me temo —murmuró Tony— que la imagen de felicidad de Charles está muy limitada por su restringida experiencia con esa sensación.

—No sabe de qué está hablando —aseguró Tristan.

—Cierto —afirmó Jack.

Tony amplió su sonrisa.

—Ya lo descubrirá.

Los tres avanzaron por el jardín hacia sus esposas.

FIN

* * *