16

En la oscuridad previa al amanecer, Alicia se agitó. La conciencia invadió sigilosamente su cerebro. Su cuerpo aún vibraba; su cabello era una rebelde maraña, una fina red que los atrapaba, que envolvía el musculoso brazo que la rodeaba con gesto protector. Con los ojos cerrados, se quedó tumbada, inmóvil, a salvo, segura. Liberados por la noche, por el silencio, sus pensamientos surgieron de los rincones de su mente y se preocupó por el extraño giro que había dado su vida, el engaño que nunca había tenido intención de llevar a cabo, no con tanta gente, no hasta ese punto.

El papel creado por ella misma ahora la atormentaba. Ni en sus sueños más locos había esperado alcanzar semejante prominencia social, nunca imaginó que tendría la amistad de tantas personas poderosas. Sin embargo, en los tiempos de necesidad de ella y su familia, habían acudido a ayudarla. ¿Cómo podría alejarse de ellos, de la protección que tan generosamente le habían ofrecido?

Gracias a A. C. y a su último intento de hacer recaer todas las sospechas en ella, ni siquiera podía desaparecer, esfumarse de la escena. Tenía que quedarse con la cabeza bien alta y enfrentarse a los rumores que ese hombre había extendido; tenía que hacerlo al menos durante las próximas semanas. Debía seguir fingiendo que era la viuda que no era, mientras entre la buena sociedad se convertía en la protagonista del último chismorreo, en el personaje principal de la historia más asombrosa y llamativa.

La idea de que alguien más procedente de su pequeño rincón del país, como Ruskin, apareciera y la reconociera se había convertido para ella en una pesadilla. Por más que razonara, que se repitiera que realmente había muy pocas familias de buena posición cerca de Little Compton, y que ninguna la conocía, no consiguió minimizar el efecto. Como una oscura y sombría nube se cernía, amenazante, sin estallar pero siempre ahí, creciendo en un rincón de su mente.

¿Y si la nube estallaba y la verdad llovía sobre ellos?

El corazón se le encogió; tomó aire, consciente de la opresión que sentía en el pecho.

Tony le había mostrado su apoyo tan públicamente, se había comprometido tan abiertamente con su causa y había arrastrado con él a tantos de sus aristocráticos contactos... Si éstos descubrían alguna vez la verdad de su viudedad, ¿cómo le afectaría eso a él?

Aquello estaba mal. Muy mal. Había tratado lo suficiente con la buena sociedad como para saber que semejante revelación la convertiría en una paria y él sería el hazmerreír de todos. O, peor aún, lo dejaría como alguien que conscientemente los había engañado.

No se lo perdonarían nunca.

Y no importaba cuánto protestara afirmando lo contrario. En el fondo de su corazón, Tony nunca podría perdonarla. Al hacerle formar parte de su engaño, le arrebataría y dejaría fuera de su alcance para siempre la posición en la que había nacido, una posición que Alicia sospechaba que ni siquiera se cuestionaba, al constituir una parte tan profunda de sí mismo.

Le entraron ganas de volverse, pero con él durmiendo a su lado, se obligó a quedarse tumbada bajo el pesado brazo que le rodeaba la cintura. El amanecer se deslizaba ya sobre los tejados cuando al fin Alicia aceptó que no podía hacer nada para cambiar las cosas; lo único que podía hacer era esforzarse al máximo para asegurarse de que nadie descubriera su verdadero estado civil.

Contempló el rostro de Tony sobre la almohada, junto al de ella. Sus oscuras pestañas eran como oscuras medias lunas sobre sus pómulos. Dormido, su rostro conservaba sus duras líneas, la austera angularidad de la nariz y la mandíbula. En su mente, Alicia oyó su voz relatándole desapasionadamente, describiendo cómo habían sido los últimos diez años de su vida, cómo los había pasado y dónde. Había evitado mencionar el peligro que había corrido, pero ella no era tan inocente como para no saber leer entre líneas. Cuando su máscara desaparecía, como en ese momento, la prueba de esa década seguía allí, grabada en su semblante.

Esa noche, esa madrugada, la había necesitado. La había deseado. Había tomado todo lo que ella le había ofrecido y, sin embargo, necesitaba más, algo más que ella había descubierto que también le era posible entregarle.

Su satisfacción era la suya, profunda, poderosa y completa. Alicia nunca había imaginado semejante conexión, que un hombre como él tendría semejante necesidad, y que ella fuera capaz de satisfacerla por completo.

Su alegría por ese descubrimiento era profunda.

Levantó una mano y le apartó con delicadeza un pesado mechón de pelo negro que le caía sobre la ceja. Tony no se despertó, pero se agitó. Dobló la mano para cogerla por el costado antes de relajarse y sumirse de nuevo en el sueño.

Durante largos minutos, Alicia observó, preguntándose en silencio, enfrentándose a un hecho incontrovertible. En ese momento, a un nivel emocional profundo e intenso, él significaba más para ella que cualquier otra cosa en su vida.

Tony se marchó de Waverton Street antes de que la luz del sol alcanzara los adoquines. La oleada de satisfacción que lo había inundado la noche anterior había cedido, revelándole, en su opinión con demasiada fuerza, la vulnerabilidad subyacente en ella.

No podía perder a Alicia, no la perdería; ni siquiera podía digerir con facilidad el hecho de que estuviera en peligro. Por tanto...

Esa mañana, durante el desayuno, servido con la misma eficiencia de siempre por Hungerford que, a pesar de saber muy bien que Tony no había dormido en su cama desde hacia más de una semana, se mostraba extraordinariamente animado, hizo sus planes. Unos planes que incluían precisamente al mayordomo. Pero lo primero que hizo fue entrar a su estudio y escribir dos notas requiriendo la presencia de dos personas. La primera, para Geoffrey Manningham, no le llevó más que unos pocos minutos y la envió mediante un sirviente. Luego se dispuso a escribir la segunda, una comunicación que requirió mucha más reflexión por su parte.

Aún estaba absorto en la búsqueda del enfoque correcto, de las frases adecuadas, cuando llegó Geoffrey. Le indicó que se sentara en uno de los dos sillones que había ante el hogar y se reunió con él.

—¿Noticias? —preguntó el joven, tomando asiento.

—No. —Mientras se sentaba, Tony esbozó una amplia sonrisa—. Planes.

Geoffrey le devolvió una sonrisa similar.

—Soy todo oídos.

Él le describió en líneas generales lo que pretendía hacer y el otro se mostró de acuerdo.

—Si puedes poner todas las piezas en su sitio, incluida tu amada, ésa sería la línea de acción más sensata. —Miró a Tony a los ojos—. Entonces, ¿qué quieres que haga yo? Supongo que habrá algo.

—Quiero que te lleves a Adriana toda la tarde... O todo el día, mejor.

Geoffrey abrió los ojos como platos.

—¿Eso es todo?

Él asintió.

—Tú haz eso y yo me encargo del resto.

Estuvieron debatiendo durante diez minutos varias opciones sobre cómo lo haría; después Geoffrey se marchó para cumplir con la tarea que se le había asignado.

Tony se quedó ante el fuego unos cuantos minutos más; luego, en un momento de inspiración, regresó al escritorio y completó la segunda misiva, una carta para su prima Miranda en la que las invitaba a ésta y a sus dos hijas, Margaret y Constance, a que lo visitaran en Londres para hacerle de carabina a la dama a la que pretendía convertir en su vizcondesa, mientras la misma pasaba aproximadamente una semana bajo su techo.

Conociendo a Miranda, estaba convencido de que eso último le aseguraría su aparición en un abrir y cerrar de ojos, concretamente al día siguiente.

Una vez dejó la carta en manos de un mozo de cuadra, llamó a Hungerford.

Tratar con su mayordomo era una bendición. Nunca cuestionaba nada, nunca ponía dificultades. Es más, se podía contar con él para garantizar que, incluso si surgían problemas y sus órdenes ya no encajaban con la situación, se cumplirían sus deseos.

Decirle que se proponía proteger a su futura esposa de cualquier ataque social e incluso posiblemente físico instalándola bajo su techo, bajo su cuidado, fue lo único que necesitó hacer para que todo estuviera listo en Upper Brook Street.

No tenía idea de los arreglos que habría que hacer para recibir en la casa no sólo a Miranda, su prima viuda, y a sus hijas, de diez y doce años, sino también a su futura esposa, la familia de ésta y su servicio doméstico, pero estaba seguro de que su personal, bajo las instrucciones de Hungerford, lo lograría.

Sonriente y al parecer encantado con sus órdenes, el mayordomo se retiró. Tony consultó el reloj; aún no era mediodía. Durante un rato, consideró la prudencia del siguiente paso. Al final, se levantó y se dirigió a casa de los Hendon.

A las dos, se detuvo junto a Collier, apoyado en su escoba en la esquina de Waverton Street. El gran hombre lo saludó con la cabeza.

—Acaba de salir. He vuelto de un almuerzo y en seguida se ha ido con los tres chicos y su preceptor al parque. Hoy toca cometas, si tiene pensado reunirse con ellos.

—¿Y la señorita Pevensey?

—Lord Manningham ha venido a las once y se la ha llevado en su carruaje. Aún no han regresado.

Tony asintió.

—Voy a hablar con el personal; luego quizá vaya a hacer volar una cometa. —Se detuvo y después añadió—: Planeo trasladar a la señora Carrington y a su familia a Upper Brook Street, pero quiero que tú y los demás sigáis vigilando esta casa. Dejaré también a Scully y a otro más en la casa para mantener cubiertas todas las posibilidades.

Collier asintió.

—¿Cuándo será eso?

Si por él fuera, ese mismo día. Pero siendo realista...

—Mañana a primera hora, o bien a última.

Se despidió del hombre y se dirigió a casa de Alicia. Maggs abrió a la puerta.

Tony frunció el cejo pero el hombre se apresuró a explicarle:

—Scully está con ellos. No hay necesidad de inquietarse.

Su fruncimiento de cejo se intensificó al sentirse tan transparente. Entró.

—Quiero hablar con el personal, con todos los que estén en la casa. Seguramente es mejor que baje yo a la cocina.

Desde debajo de las amplias ramas de uno de los árboles en Green Park, Alicia observaba, con una sonrisa en los labios, cómo Scully y Jenkins se peleaban con la segunda de las dos cometas que habían llevado.

La primera, bajo la atenta vigilancia de Harry, flotaba por encima de las copas de los árboles. David observaba a Scully y a Jenkins con una compasiva mirada, mientras contemplaba con atención la cometa azul y blanca que descendía y giraba por encima de los árboles.

—Estáis aquí.

Alicia se volvió al oír las palabras, consciente incluso antes de verlo, de que era Tony.

—Como siempre.

Sonriendo, le tendió la mano. Con los ojos fijos en los suyos, él se la llevó a los labios y le besó primero los dedos y luego la palma. Sin soltarla, bajó la mano, entrelazando los dedos con los de ella, y contempló la escena que se desarrollaba en el claro.

—Me pregunto... —La miró, arqueando una ceja—. ¿Debería rescatar a Jenkins y a Scully de una estrepitosa caída en la estima de tus hermanos?

Alicia sonrió y se recostó en el tronco del árbol.

—Por supuesto. Yo observaré y valoraré tu destreza.

Durante muchas tardes, Tony les había enseñado a los chicos trucos para mantener las cometas en el aire. Era evidente que él había disfrutado de esos momentos y algo en el interior de ella se había deleitado al verlo absorto en lo que debía de haber sido un placer de su infancia.

—Hum. —Estudiando las cometas, vaciló.

A Alicia le dio la impresión de que estaba armándose de valor para resistirse a la tentación de las cometas y hacer otra cosa, algo que se mostraba reacio a hacer.

Al cabo de un momento la miró.

—La verdad es que quería hablar contigo.

Ella abrió más los ojos, invitándolo a continuar.

Tony vaciló aún y escrutó su semblante. De repente, Alicia se dio cuenta de que no se atrevía a decirle lo que fuera.

—Quiero que os trasladéis —soltó de golpe.

Ella frunció el cejo.

—¿Trasladarnos? Pero ¿por qué? Waverton Street nos va...

—Por razones de seguridad. Como precaución. —La miró a los ojos—. No quiero que tú ni nadie de tu casa tenga que volver a vivir lo de ayer.

Alicia no tenía ningún deseo de discutir eso. Nadie había disfrutado de la experiencia, pero... Frunció aún más el cejo.

—¿Cómo una casa diferente evitará...? —Observó la intensidad de su mirada y abrió la boca, sorprendida. Luego se lo quedó mirando y preguntó—: ¿A qué casa quieres que nos traslademos?

Tony apretó los labios.

—A la mía.

—No.

—Antes de negarte, piénsalo. Viviendo bajo mi techo contarás con la protección no sólo de mi título, de mi estatus, sino también de todos mis aliados y de mi familia. —La miró fijamente—. También tu hermana y tus hermanos.

Alicia cruzó los brazos y entrecerró los ojos.

—Por el momento, dejemos a Adriana y a los chicos fuera de esta discusión. Me he dado cuenta de que siempre te apresuras a sacarlos a colación.

Tony frunció el cejo.

—Forman parte de todo esto, forman parte de ti.

—Quizá. Sea como sea no puedes pensar en serio en...

Él la interrumpió alzando una mano.

—Escúchame bien. Si es por las convenciones, te diré que mi prima y sus dos hijas, de diez y doce años, llegarán mañana. Con Miranda en mi casa, no hay motivo, social, lógico ni de cualquier otra índole, para que tú y tu familia no podáis quedaros en casa de los Torrington. Es una mansión. Hay espacio más que suficiente.

—Pero... —Se quedó mirándolo. Las palabras «Soy tu amante, ¡por Dios santo!» le quemaban en la lengua. Apretó los labios, lo miró y le preguntó remilgadamente:

—¿Qué pensará tu personal?

Lo que quería decir era: ¿qué pensará toda la buena sociedad? Ser su amante era una cosa; en aquel medio, se hacía la vista gorda ante los romances entre caballeros como él y distinguidas viudas. Sin embargo, ser su amante y vivir abiertamente bajo su techo era, estaba casi segura, ir demasiado lejos.

Tony la miró, perplejo.

—¿Mi personal?

—Tus sirvientes. Los que tendrán que adaptarse y enfrentarse a semejante invasión.

—Resulta que están encantados con la perspectiva. —Volvió a fruncir el cejo—. No puedo imaginar por qué piensas que podría ser de otro modo. Mi mayordomo se pasea por ahí con una sonrisa que amenaza con partirle la cara en dos y los demás están entusiasmados preparando las habitaciones.

Alicia parpadeó, repentinamente insegura. Si su mayordomo creía que era aceptable que viviera en la mansión de Upper Brook Street... Ella siempre había oído que los mayordomos de la buena sociedad sólo eran superados por las grandes dames en su defensa de las buenas costumbres.

Tony suspiró.

—Sé que no lo hemos hablado como es debido, pero ahora no hay tiempo. Porque el simple hecho de que hayamos hecho fracasar los tres últimos intentos de A. C. no significa que no pruebe suerte de nuevo. —Con una expresión decidida, la miró a los ojos—. Que haya intentado implicarte tres veces sugiere que está obsesionado con la idea de usarte para cubrir su rastro. Estoy seguro de que volverá a intentarlo.

Tuvo un presentimiento de por qué estaba tan empeñado en trasladarla a su casa, en tenerla, al menos por el momento, bajo su techo. Alicia vaciló.

Él percibió su vacilación. Se acercó más a ella e insistió.

—Hay una enorme aula con dormitorios anexos y habitaciones cerca para Jenkins y Fitchett. Hay un jardín trasero donde los chicos pueden jugar cuando no estén estudiando y el personal está impaciente por tener niños subiendo y bajando de nuevo la escalera.

A pesar de todo, eso último la hizo sonreír.

Tony le apretó la mano y se la llevó al pecho.

—Los chicos, Adriana y tú estaréis cómodos y a salvo en mi casa. Seréis felices allí.

Y él también sería feliz si ella estaba. Eso no hacía falta que lo dijera, porque podía verse en sus ojos.

—Por favor. —Sus palabras sonaron suaves—. Ven a vivir conmigo.

A Alicia el corazón le dio un vuelco y su resolución flaqueó.

—No hay ningún motivo por el que no puedas hacerlo. Ningún obstáculo que no podamos superar.

Perdida en sus ojos, ella apretó los labios. Sintió que le tiraban del vestido. Desvió la vista y vio que Matthew estaba allí; ninguno de ellos se había dado cuenta de su presencia. Con expresión radiante, se quedó mirando primero a una, luego al otro y, jadeante, preguntó:

—¿De verdad vamos a vivir en casa de Tony?

Para cuando regresaron a Waverton Street, a Alicia le dolía la cabeza. Había estado frunciendo el cejo demasiado rato y ésas eran las consecuencias. Estaba verdaderamente enfadada, aunque con nadie en concreto; más bien con el mundo en general. No podía culpar a Tony por haber involucrado a sus hermanos, pero ahora lo estaban, y también estaban decididos a convencerla de las enormes ventajas de trasladarse de inmediato a casa de los Torrington.

Si Tony era despiadado, ellos eran implacables. Subió la escalera guiándolos delante de ella. Se sentía exhausta.

A pesar de su argumentación, Alicia estaba segura de que necesitaba pensar largo y tendido en su propuesta. Necesitaba investigar y asegurarse de que su presencia en la mansión no dañaría la posición de Tony. Ni pondría la suya propia en mayor riesgo.

—Id a lavaros las manos. No comeréis hasta que lo hagáis.

Ese día volvía a haber mermelada de mora, así que se marcharon corriendo sin discutir.

Con un breve suspiro, ella se volvió hacia Tony, que la observaba atentamente.

—Ven a sentarte —dijo él.

Alicia dejó que la guiara hasta la salita. Scully y Jenkins desaparecieron y ella se sentó en el diván y clavó en Tony una sombría mirada.

—No he aceptado.

Él inclinó la cabeza y no respondió.

El té debería haber aplacado su genio. Por desgracia, sus hermanos no eran tan perspicaces como Tony. Aunque sí lo bastante inteligentes como para no discutir directamente el asunto. Sus hábiles comentarios, dirigidos únicamente entre ellos, sobre las posibilidades que imaginaban que podrían tener si vivieran en Upper Brook Street, posibilidades como la de tener barandas adecuadas para deslizarse por ellas y toda una serie de cosas que le consultaban a Tony con inocencia, llenaron los minutos.

Ella mantuvo la boca cerrada y se negó a dejarse arrastrar por el entusiasmo.

Entonces oyó que se abría la puerta principal y acto seguido escuchó las voces de Adriana y Geoffrey. Entraron en la salita. El rostro de Adriana estaba resplandeciente.

—Hemos disfrutado de un maravilloso paseo por Kew. Merece la pena visitar los jardines.

Alicia se inclinó hacia adelante para coger dos tazas de té mientras se preguntaba cómo plantear el tema del traslado propuesto por Tony de un modo que le asegurara la cooperación de su hermana y la ayudaron a contener lo que había empezado a sentir como una inexorable avalancha.

Adriana dejó el sombrero en el banco de la ventana, cogió la taza de té que Alicia había servido para Geoffrey, ya sentado en el segundo sillón, y se la ofreció a éste; luego tomó asiento al lado de su hermana en el diván. Cogió su propia taza mientras observaba a Geoffrey, a quien Harry y Matthew le estaban sirviendo unos bollitos con mermelada.

Alicia siguió su mirada, y lo vio claro. A pesar de su afición a los bollitos, los niños los compartían sin problemas con Geoffrey. Lo habían aceptado, quizá no del mismo modo incondicional que a Tony, pero era evidente que lo consideraban un miembro de su pequeño círculo y confiaban en él.

Sonriendo, Adriana se volvió hacia ella.

—Geoffrey me ha explicado la sugerencia de Tony de que nos traslademos a Upper Brook Street. —Bebió y luego la miró a los ojos—. Parece una idea excelente... —Su voz se apagó. Al ver la reacción de su hermana, parpadeó—. ¿No crees?

Alicia miró a Tony, que le devolvió la mirada con firmeza, sin ceder un ápice. A continuación miró a Geoffrey, pero, seguramente de un modo deliberado, éste estaba charlando con sus hermanos sobre los méritos de la mermelada de mora.

Tomó aire despacio, y miró de nuevo a Adriana.

—No lo sé. —Era la pura verdad.

—Bueno...

Adriana intentó también convencerla. Sus argumentos le recordaron a los de Tony, pero eran lo bastante diferentes para asegurarle que no había sido tan estúpido como para conspirar con su hermana contra ella.

Él sabía lo que estaba pensando. Cuando lo miró, tras reconocer para sí misma que sus sospechas no estaban justificadas, Tony arqueó una ceja levemente. Luego cogió su taza y bebió calmadamente, mientras Alicia se encontraba resistiéndose con todas sus fuerzas a todos los demás presentes.

Sus hermanos no la presionaron de forma directa. En lugar de eso, apoyaron y desarrollaron los argumentos de Adriana. Geoffrey, más discretamente pero también con mayor seriedad y mucho más peso, ofreció su apoyo a Adriana y a Tony.

Al observar la firme mirada de Geoffrey, ella sintió que su resistencia cedía. Pudo ver por qué el joven los quería a Adriana y a los demás bajo el techo de Tony. Miró a éste y supo que esa misma razón era también gran parte de su motivación. ¿Estaba siendo irracional al negarse a aceptar?

Necesitaba que la tranquilizaran, pero no del modo en que los presentes podían hacerlo...

Sonó la campanilla de la puerta. Alicia consultó el reloj, el tiempo se le había pasado volando. Oyó voces femeninas en el vestíbulo y se levantó. Llamó a Jenkins y les indicó a sus hermanos que podían acabarse los bollitos antes de continuar con sus clases.

Se dio la vuelta y salió, seguida por Adriana, Tony y Geoffrey.

—Ah, ¡estás aquí, Alicia! —En el vestíbulo, Kit Hendon la saludó.

A su lado, Leonora Wemyss sonrió.

—Espero que no hayamos venido en un momento inoportuno, pero hay una reunión en casa de lady Mott a la que deberíamos asistir y queríamos coordinar con vosotros a qué eventos iremos esta noche.

Alicia sonrió a su vez, les estrechó la mano y esperó mientras saludaban a los demás; luego las acompañó al salón. Cuando todos se sentaron, Alicia se dio cuenta de que ni Kit ni Leonora habían mostrado la más mínima sorpresa al encontrarse con Tony y Geoffrey allí. Aunque a esas horas no era normal que los caballeros fueran de visita.

Leonora se embarcó de inmediato en un monólogo sobre los eventos más prometedores para esa noche.

—Creo que estaría bien ir a la fiesta de lady Humphrie, al baile de los Canthorpe y luego al de los Hemmings. ¿Qué opináis?

Barajaron posibilidades y, al final, sustituyeron el baile de los Hemmings por el de los Athelstan.

—Están mucho mejor relacionados —comentó Tony mirando a Alicia a los ojos—. Y eso ayuda al final de una larga noche.

—Sí —asintió Leonora, con la mirada perdida, como si revisara una lista mental—. Eso bastaría. —Miró a Alicia—. Muy buen trabajo para una noche.

—Bien —intervino Kit—, el motivo por el que creemos que sería prudente visitar a lady Mott esta tarde es que sus reuniones atraen invariablemente a todas las damas más entrometidas en la ciudad. Son mayores y cascarrabias, y aunque nuestra historia sin duda habrá llegado a oídos de algunas, hay otras que se muestran muy activas sólo durante el día.

—Si únicamente concentramos nuestras actividades en los eventos nocturnos, no llegaremos hasta ellas —explicó Leonora—. No sólo dejaremos un cabo suelto que A. C. podría aprovechar, sino que esas viejas damas no nos lo agradecerán. Odian quedarse fuera de los cotilleos.

Ese último comentario los hizo sonreír a todos.

Alicia se miró el vestido lila que llevaba. Se lo había puesto para el almuerzo en casa de lady Candlewick, pero debido a su visita al parque, tenía unas manchas de césped en el borde.

—Tendré que cambiarme.

—Yo también. —Adriana señaló su vestido de paseo, bastante inadecuado para una visita de tarde a casa de lady Mott.

—No importa. —Kit se recostó y les indicó con la mano que lo hicieran—. Leonora y yo esperaremos.

Alicia miró a Geoffrey y a Tony. La oportunidad de hablar en privado con Kit y Leonora para ver qué opinaban respecto a la sugerencia de éste era una bendición, pero no deseaba dejarlo a solo con las dos damas por si se ganaba su apoyo antes de que ella tuviera oportunidad de valorar sus verdaderas reacciones.

Como si le hubiese leído el pensamiento, Tony se levantó y, con una mirada, hizo que Geoffrey se levantara también; luego se volvió hacia ella.

—Os dejamos, pues. Vendré a buscaros a las ocho, ¿os parece bien?

Alicia se levantó para acompañarlos a la puerta.

—Sí, por supuesto.

Geoffrey y él se despidieron de Kit y Leonora. Adriana también se levantó y fue con ellos al vestíbulo. Maggs ya se encontraba allí listo para abrir la puerta.

Alicia le tendió la mano a Tony, que se la sostuvo, la miró a los ojos y apretó los labios.

—Considerarás mi sugerencia, ¿verdad?

—Sí. —Le sostuvo la mirada—. Pero no sé si la aceptaré.

El impulso de protestar era fuerte, Alicia pudo verlo en sus ojos y sentirlo en el apretón de sus dedos. Pero él lo reprimió e inclinó la cabeza afablemente. Le soltó la mano y se despidió de Adriana. Cuando Geoffrey y él se marcharon, Alicia soltó el aire que había estado conteniendo y se dio la vuelta. Vio a su hermana con la boca abierta, dispuesta a decir algo y levantó una mano.

—Ahora no. Tenemos que cambiarnos, no podemos hacer esperar a Kit y a Leonora.

Adriana, tan testaruda como ella, apretó los labios con fuerza, pero obedeció. Subieron rápidamente la escalera. Alicia se dirigió a su habitación, donde se apresuró a escoger un vestido verde claro de la más fina sarga y se lo puso. Finalmente, se retocó el pelo con habilidad. Estuvo lista mucho antes que Adriana y bajó al salón a toda prisa.

A pesar de que las conocía sólo desde el día anterior, con Kit y Leonora había sentido una conexión instantánea. De hecho, ellas dos también se habían conocido en la puerta de su casa, y sin embargo, la sinceridad y la rápida comprensión en las que se basaba la amistad ya podían sentirse entre ambas. Podría preguntarles sobre la sugerencia de Tony porque eran dos de las escasas personas en cuya opinión confiaba.

Kit estaba explicando una de las travesuras de su hijo mayor. Sonrió cuando Alicia llegó y acabó rápidamente la historia.

Ella se sentó en el diván y empezó a retorcerse las manos en el regazo. Tanto Kit como Leonora la miraron. Tomó aire y dijo:

—En vista de las dificultades que A. C. parece empeñado en causar, Torrington me ha pedido que considere la posibilidad de que nos traslademos todos a Upper Brook Street. A su casa.

Leonora abrió los ojos como platos, y Kit frunció el cejo y tamborileó con los dedos en el brazo del sillón.

—¿Quién más vive allí?

—Mañana llegará una prima viuda con sus dos hijas, de diez y doce años.

El rostro de Leonora se relajó y miró a Kit.

—Eso sería, sin duda... —Antes de acabar miró a Alicia e hizo una mueca—. Iba a decir una mejora, pero con eso me refiero a que, además de que esa dirección es perfectamente respetable, pues Upper Brook Street te colocaría en el corazón de la buena sociedad, sería una declaración en sí misma.

—Desde luego —asintió Kit—. Y dado que sospechamos que A. C. es muy listo, constituye una declaración que comprenderá. —Se movió y sus ojos, violetas, estudiaron a Alicia—. Conozco esa casa. Jack y Tony son viejos amigos. Es una mansión enorme y actualmente sólo Tony vive allí. Puedes imaginarlo yendo de aquí para allá como un guisante en un puchero. Y cuenta con todo el personal porque nunca ha sido capaz de dejar que nadie se marchara aunque no se necesite de tres sirvientas para el salón si sólo hay un soltero al que servir. Por lo que sé de su mayordomo, Hungerford, estará entusiasmado ante la perspectiva de volver a tener una casa que organizar llena de gente.

—Parece una sugerencia excelente. —Leonora la miró—. Y sin duda parece que tú y toda tu familia encajaréis.

Alicia estudió sus rostros. No había el más mínimo rastro de que ninguna de ellas viera nada socialmente inaceptable en la idea de que se fuera a vivir a la casa de Tony. Al final, se decidió a plantearles directamente la cuestión:

—¿No creéis que se verá como algo escandaloso que yo viva allí?

Leonora abrió mucho los ojos, claramente sorprendida por la pregunta.

—Con su prima allí, no veo por qué nadie tendría que desaprobarlo.

Miró a Kit, que asintió mostrándose de acuerdo. Las dos miraron a Alicia, que les dedicó una sonrisa.

—Ya veo. Gracias.

Adriana entró como una impresionante ráfaga de aire fresco, con un recargado vestido de muselina blanca adornado con flores azules.

—¿Listas?

Las tres damas sonrieron y se levantaron. Se cogieron del brazo y se dirigieron a casa de lady Mott.

Cómo logró morderse la lengua, Tony no lo sabía, pero guardó silencio respecto al asunto del traslado durante toda la noche.

Kit ayudó. Se le acercó en el salón de baile de lady Humphries y reclamó su brazo para un vals. Alicia se rió y les indicó que fueran mientras se quedaba charlando con un grupo de personas bastante inofensivas. A regañadientes, Tony dejó que Kit lo guiara a la pista de baile.

—Misión cumplida —le informó ella en cuanto estuvieron dando vueltas—. Y debo decir que he sido extremadamente sutil. Ni siquiera he tenido que mencionarlo. Ella ha preguntado y Leonora y yo la hemos tranquilizado. Le hemos dicho que es una excelente idea.

La joven le sonrió.

—Así que la próxima vez que Jack se ponga difícil con algo, recuerda que me debes una.

Tony soltó un bufido, la hizo girar y se abstuvo de decir que si Jack se ponía difícil en algo, casi seguro que él estaría de acuerdo con su amigo.

—¿Cómo se lo ha tomado? —preguntó.

Kit frunció el cejo.

—No estoy segura, pero me ha dado la impresión de que su resistencia se debe principalmente a que le preocupa cometer una especie de grave error social al aceptar tu invitación. —Alzó la mirada hacia él—. Está sola. No tiene a ninguna dama de más edad que la guíe. Por si sirve de algo, no creo que su resistencia sea tan fuerte.

—Bien.

No hablaron más de ello. Al final del baile, acompañó a Kit junto a Jack, que le lanzó una significativa mirada.

—Me pasaré por ese otro lugar más tarde y me reuniré contigo mañana si averiguo algo al respecto.

Había bajado la voz y había dirigido sus palabras a Tony. Sin embargo, Kit no sólo lo oyó, sino que leyó entre líneas.

—¿Al respecto de qué? ¿Qué otro lugar?

Su marido la miró con los ojos entornados.

—Sólo un pequeño asunto de negocios.

—¿Oh? ¿Negocios de quién? —preguntó Kit con dulzura—. ¿De A. C.?

—¡Chist! —Jack miró a su alrededor, pero no había nadie lo bastante cerca para oírlos.

Su esposa aprovechó la oportunidad y le clavó un dedo en el pecho.

—Si imaginas que vas a salir solo esta noche, tendrás que prometer no sólo que informarás a Tony, sino a todos nosotros sobre lo que descubras.

Jack le cogió la mano y frunció el cejo.

—Lo sabrás pronto.

Kit abrió exageradamente los ojos.

—¿Cuando tú te dignes decírnoslo? Gracias, pero no. Prefiero establecer un momento y un lugar para tus revelaciones.

Tony casi se atragantó. Estaba al corriente de lo que había sucedido en los primeros días de su matrimonio, cuando Jack se había negado a explicarle a Kit en qué estaba realmente involucrado. Era evidente que ella no lo había olvidado y, por la expresión del rostro de Jack, de disgusto e incómoda incertidumbre, él tampoco.

Cuando su amigo lo miró, Kit volvió a intervenir:

—Y no tienes que mirar a Tony en busca de apoyo. —Clavó los ojos en éste—. Ya nos debe a Leonora y a mí un favor. Un gran favor.

En sus ojos, Tony leyó una amenaza de condena si no capitulaba. Suspiró y miró a Jack.

—Iba a sugerir el club, pero reunámonos en mi biblioteca. ¿A qué hora?

El otro soltó un bufido.

—Te informaré a primera hora de la mañana, en cuanto logre averiguar algo.

Kit les sonrió a ambos.

—¿Veis? No ha sido tan difícil.

Jack resopló y Tony reprimió una sonrisa. Charló con los dos un rato y luego regresó junto a Alicia, aún a salvo con el grupo de su hermana. Un grupo que cada vez era más reducido, a medida que más de los pretendientes de Adriana tomaban nota de las miradas que ésta dedicaba a Geoffrey, y se iban a cortejar a otra señorita. Sin embargo, un caballero que se mantenía aparentemente ajeno a la clara confirmación de las intenciones de la joven era sir Freddie Caudel.

Mientras se acercaba, Tony se preguntó si el hombre estaría esperando su momento. Quizá pensaba que Adriana debía tener más experiencia entre la buena sociedad antes de oír su proposición, o tal vez la estaba usando meramente como una conveniente excusa para evitar a todas las demás posibles candidatas. Si no había dicho nada aún... Aunque lo cierto era que Geoffrey y él mismo pertenecían a una generación más directa.

Sir Freddie estaba conversando con Alicia. Cuando vio que Tony se acercaba, sonrió con benevolencia y se excusó cuando él llegó a su lado.

Alicia se volvió para recibirlo y arqueó una ceja. Había cautela en sus ojos. Con una sonrisa, Tony reclamó su mano, se la colocó sobre el antebrazo y le preguntó si le apetecía dar un paseo. Ella accedió.

Debido a la cantidad de miradas pendientes de ellos por la historia que corría de boca en boca, era imposible escabullirse. Resignado, Tony se recordó el verdadero objetivo que había tras sus esfuerzos nocturnos y la llevó a charlar con la siguiente dama distinguida que esperaba para dar su opinión.

Se encontraron con su madrina en el baile de los Athelstan. Cuando lo enviaron por un refrigerio, Tony dejó a Alicia sentada al lado de lady Amery y se abrió paso entre la multitud.

Alicia lo observó alejarse; luego tomó aire y se volvió hacia la mujer.

—Espero que no me considere impertinente, señora, pero necesito consejo y como Torrington es la persona más directamente involucrada...

Lady Amery y ella estaban solas en el pequeño diván. No había nadie cerca que pudiera oírlas y nunca tendría una oportunidad así para preguntar la opinión de la persona que velaba más por el bienestar de Tony en Londres.

Lady Amery se había vuelto hacia ella con una sonrisa radiante. Le cogió las manos y se las apretó.

—Querida, estaría encantada de ayudarte de cualquier modo que me sea posible.

Alicia se preparó para ver cambiar ese sentimiento en los siguientes minutos. Levantó la cabeza y dijo:

—Torrington me ha pedido que me traslade con mi familia a su casa en Upper Brook Street. Su prima viuda y dos hijas se quedarán allí también.

La mirada de lady Amery se tornó distante mientras pensaba; luego volvió a centrarse en el rostro de ella.

Bon. Sí, puedo entender que eso sería mucho más cómodo, sobre todo para él, que con el último alboroto... —Sus ojos brillaron. Luego, al ver la atribulada expresión de Alicia, se puso seria—. Pero ¿tú no lo deseas? ¿Sería complicado el traslado a Upper Brook Street?

Alicia se quedó mirando los sinceros ojos de la dama y parpadeó.

—No... Es decir... —Tomó aire—. No quiero hacer nada que alimente... No quiero hacer nada que pueda dañar su nombre o su reputación.

La preocupada expresión de lady Amery se convirtió en una gran sonrisa y le dio unas palmaditas en la mano.

—Está muy bien que pienses en esas cosas, esos sentimientos te honran, pero te aseguro que en este caso no hay nada de lo que preocuparse. La buena sociedad entiende esos asuntos... Oui, vraiment. —Asintió de un modo alentador—. En semejantes circunstancias, vuestro traslado a Upper Brook Street no tendrá ninguna repercusión adversa.

La seguridad con que lo afirmó dejó el asunto fuera de toda discusión.

Alicia sintió que su expresión se relajaba, que el peso que sentía en los hombros se aligeraba; sonrió y se permitió aceptarlo. A pesar de sus preocupaciones, de sus reservas, todo el mundo, absolutamente todo el mundo, insistía en que la sugerencia de Tony no era sólo prudente, sino deseable.

A pesar de eso, no dijo nada cuando él regresó con copas de champán. Lady Amery reclamó la atención de su ahijado y charló animadamente sobre conocidos que tenían en común. Para alivio de Alicia, no hizo ninguna alusión a su conversación ni a su consejo.

Al fin, la larga velada acabó y regresaron a casa. Geoffrey se mantuvo firme en su nuevo hábito y los acompañó hasta la puerta; Tony, como siempre, entró con ellas.

En su dormitorio, se desvistieron en silencio. Alicia sintió que se tensaba, esperando que se lo volviera a preguntar, que insistiera. Sin embargo, Tony no dijo nada. Ella se metió en la cama, él apagó la vela y se metió también bajo las sábanas. Alargó los brazos, la atrajo hacia su cuerpo y luego vaciló. En la penumbra, la miró a la cara.

—¿Aún lo estás pensando?

No había ni rastro de disgusto, irritación o impaciencia en su voz; simplemente deseaba saber.

—Sí. —Le sostuvo la mirada—. Pero aún no me he decidido.

Oyó que suspiraba; luego él la estrechó más contra su cuerpo y bajó la cabeza.

—Podemos hablarlo por la mañana.

Sin embargo, cuando se despertó a la mañana siguiente, Tony ya había dejado su cama. Se quedó tumbada, con la mirada clavada en el dosel, mientras los minutos pasaban, convirtiéndose en media hora. Suspiró y se levantó. Se lavó, se vistió, se peinó con un severo recogido y bajó. En la puerta del comedor se detuvo para mirar los anchos hombros de Tony. No la sorprendió encontrarlo allí.

Sus hermanos la vieron y se volvieron; Tony también se dio la vuelta y se levantó cuando entró, pero Alicia le indicó que se sentara de nuevo, mientras saludaba a sus hermanos y a Adriana; a continuación, para diversión de esta última, recordó dar los buenos días también a su invitado, que le respondió con aplomo y le recomendó el plato de arroz, pescado y huevo duro. Ella se sirvió una taza de té y luego se levantó y se dirigió al aparador. Se sirvió la comida, atenta a los susurros de sus hermanos, a la anticipación que iba intensificándose poco a poco alrededor de la mesa. Con calma, regresó a su silla, dejó el plato, se sentó y le dio las gracias a Maggs, que le había apartado la silla. Hecho esto, cogió el tenedor y recorrió a los presentes con la mirada. Había cuatro pares de ojos expectantes y una negra mirada que no pudo interpretar. Tomó una profunda inspiración y exhaló.

—Muy bien. Nos trasladaremos a Upper Brook Street.

Sus hermanos lanzaron vítores. Adriana esbozó una amplia sonrisa y ella bajó la vista hacia su plato.

—Pero sólo cuando la prima de lord Torrington esté preparada para recibirnos.

Los vítores no cesaron; en lugar de eso, se convirtieron en excitadas especulaciones, mezcladas con planes susurrados. Alicia miró a sus hermanos y a Tony. Arqueó una ceja. Él sabía que no debía permitir que su satisfacción, y mucho menos la profundidad de ésta, se hiciera evidente. Con los ojos clavados en los de ella, inclinó la cabeza.

—Os informaré cuando Miranda se haya recuperado de su viaje y esté lista para recibiros.

Conociendo a Miranda, Tony preveía que eso sería unos diez minutos después de su llegada.