PRIMERA PARTE

La cuenta atrás

El teléfono sonó casi a las siete de la mañana de un domingo lluvioso. La subinspectora Santana tardó en escucharlo, o más bien tardó en procesar correctamente la información. La ventana se abrió violentamente azotada por un viento malhumorado y una ráfaga de aire lluvioso penetró en la habitación. Maldiciendo, rodó por la cama, cerró la ventana y alcanzó el teléfono justo antes del cuarto tono.

—¿Diga? —murmuró somnolienta.

—¿Dormías, Rebeca? —La voz de su compañera, la subinspectora Miriam Vázquez, vibró acusatoria, como si dormir fuese un delito penado con la cárcel.

—Tú lo has dicho —rezongó—, dormía hasta que me has fastidiado el sueño. Bueno, ¿qué pasa? Espero que sea importante.

—¿Estás sentada?

—Acabo de sentarme en la cama. —Se restregó los ojos. Una luz de alarma empezó a destellar en algún rincón de su cabeza embotada—. ¿Me vas a decir qué ocurre o no?

El silencio en la línea telefónica se hizo pesado. La respiración agitada de Vázquez resonaba estridente. Santana comprendió que algo terrible había sucedido.

—¿Han encontrado a otra víctima? —aventuró.

Vázquez carraspeó al fin con tanta fuerza que tuvo que lastimarse la garganta.

—Sí... —Hizo otra pausa infinita—. Pero no es una víctima cualquiera, Rebeca.

—¿Qué quieres decir?

—La conoces.

—¿Qué? ¿Es alguien que conozco? —Las palabras se le pegaron al paladar.

—Sí, alguien a quien conoces mucho —explicó despacio.

—Me estás asustando, Miriam.

—Lo siento muchísimo... —La voz de Vázquez flaqueó.

Vázquez pronunció el nombre de la víctima número seis. Santana soltó el teléfono y vomitó en la alfombra. El viento volvió a abrir la ventana de par en par.

—¿Rebeca? Rebeca, ¿estás bien? Estoy muy cerca de tu casa. Por favor, no te muevas de ahí. ¿Me oyes? ¿Rebeca? ¿Rebeca?