9. Rompecabezas

Algunas áreas de la escena global que hay que mencionar no encajan fácilmente en una categoría o pertenecen a varias al mismo tiempo; además, plantean problemas particulares o ambigüedades para la ERP. A continuación comentaremos sucintamente tres de ellas.

El rompecabezas chino

Cabría resumir en una sola palabra uno de los mayores obstáculos para alcanzar el objetivo general de reducir la población: China. Uno de cada cinco habitantes de la tierra es chino. Todo lo que ocurra en ese país es motivo de enorme preocupación para el resto del mundo. Si para llegar a una población global de 4.000 millones de habitantes en el 2020 hubiera que evaluar proporcionalmente a cada país, China tendría que reducir su número de habitantes de 1.200 millones a 800 millones. La magnitud de la tarea es gigantesca. Pero China debe someterse de algún modo a las ERP.

Este país ocupa más territorio de la superficie del planeta que ningún otro país a excepción de Canadá o de Rusia, y es un Estado sumamente estructurado con tradiciones que se remontan a 3.500 años. Pese a rotundos fracasos políticos como el Gran Salto Adelante, al final del siglo XX tiene menos probabilidades que la mayoría de los países en desarrollo de ser víctima de los flagelos tradicionales de los cuatro jinetes.

No es probable que China sucumba ante las sirenas de la guerra pese a que tiene un poderoso ejército profesional integrado por más de 3 millones de soldados. Hong Kong ya ha vuelto al regazo de la madre patria sin que hubiera que efectuar un solo disparo y Macao lo seguirá en breve. China considera que su ocupación del Tíbet es la «recuperación de una antigua posesión». Hay algunas posibilidades de que estalle un conflicto con Taiwán, a la que China sigue considerando una de sus provincias; y posiblemente con Vietnam o Filipinas, en torno a las pequeñas y deshabitadas islas Spratly del Mar del Sur de China, que este país reivindica como parte de su «Territorio Sagrado». Además, estas islas han resultado tener reservas petrolíferas submarinas. No hay ningún conflicto civil ni étnico manifiesto en la China continental. Sin embargo, si Taiwán escapa de su control, China teme que pueda animar a las regiones musulmanas y budistas a pedir la independencia.

No son imposibles la provocación y tal vez la explosión, pero para el ciudadano chino de a pie, cualquier guerra tiene actualmente poco interés. La incitación al conflicto tendría que ser manejada con enorme cuidado, especialmente debido a su posible repercusión sobre Japón. Hay que permitir que Japón desarrolle todo su potencial militar. Es una potencia estabilizadora vital en Asia y quizá necesite recurrir a la fuerza si se agudiza la competencia por los alimentos y por los suministros locales de energía necesarios para que continúe el crecimiento[51].

Dado que China es ahora uno de los mayores productores de cereales del mundo, una hambruna del tipo de la que provocó la muerte de entre 30 y 40 millones de personas a principios de la década de 1960 no constituye una amenaza verosímil. China seguirá necesitando cada vez más las exportaciones de alimentos de Occidente, y para Occidente esto podría ser una importante baza para la negociación.

En cuanto a la peste, China tiene actualmente una cuarta parte de todos los casos de tuberculosis del mundo. Está utilizando incentivos económicos para combatir la enfermedad, y paga a los médicos descalzos un dólar por cada caso que identifican y 5 dólares por cada paciente que termina con éxito el tratamiento. Sin embargo, la elevada tasa de infección por tuberculosis será una ventaja porque apenas se ha reconocido aún el SIDA y éste se propagará antes de que el gobierno admita que es un problema. Hasta la fecha, no se dispone de cifras precisas sobre los casos de SIDA en China, pero probablemente estarán todavía en las decenas de millar.

Según las autoridades de la OMS, en el año 2000 Asia superará a África en número de muertes por VIH y por tuberculosis; hay quien dice incluso que «hay millones y millones de personas infectadas de tuberculosis en Asia que sólo aguardan a que llegue el VIH para activarla. Es un desastre anunciado». No podemos saber la incidencia que tendrán en última instancia el VIH y la tuberculosis en China, pero el habitual síndrome de la negación deberá propiciar su propagación.

El factor más importante que, según nuestras previsiones, contribuirá a la mortandad en China no será ninguno de los cuatro jinetes, sino el desastre ecológico. Como reguladores de la población, los daños ecológicos son una espada de doble filo. Algunas fuentes de contaminación pueden contenerse dentro de las fronteras de un país; otras suponen una amenaza creciente para el planeta en su totalidad. De China están llegando informes sobre contaminación grave de la tierra, el aire y el agua, con efectos nocivos para la salud. Un excelente informe reciente elaborado por un periodista estadounidense con datos de primera mano expone los devastadores costes ecológicos de la industrialización rápida[52].

La opción del transporte automovilístico, la lluvia ácida, la gasolina con plomo, el carbón sucio, la erosión del suelo, la deforestación, los residuos tóxicos, la contaminación de los ríos… la lista continúa. Sin embargo, hasta que el nivel de envenenamiento alcance auténticas proporciones críticas, el gobierno no está dispuesto a actuar, puesto que sabe que cualquier mejora en el medio ambiente tendrá un coste inmediato en pérdida de puestos de trabajo, que se traducirán en los consiguientes conflictos sociales.

Sólo cuando caigan enfermas miles de personas que beben agua del río Huai, el gobierno se decidirá por fin a tomar medidas, clausurando las fábricas de papel y otras fábricas que llevan años vertiendo directamente al río residuos sin tratar. Mientras la situación sólo bordee la crisis, el gobierno podrá seguir diciendo: «La abundancia de contaminación puede matar a una persona en cien días, pero sin calefacción ni comida, esa persona morirá en tres».

Según el mismo periodista, los ciudadanos chinos corrientes, incluso los cultos, creen realmente que se puede desarrollar una tolerancia o inmunidad al aire contaminado y están dispuestos a pagar el precio ecológico a cambio de un desarrollo industrial que garantice su enriquecimiento económico. Ya una cuarta parte de las muertes en China se deben a enfermedades respiratorias. La repercusión de la enorme contaminación se ve agravada por la epidemia del tabaco.

La degradación del medio ambiente sólo puede extenderse aún más cuando el campo trata de satisfacer sus voraces necesidades de energía quemando carbón de azufre de baja calidad. China pretende triplicar en el 2010 la capacidad para generar energía que tenía en 1991, de 150 gW a 430 gW, y duplicar el número de automóviles particulares en los próximos años. Esto significa contaminación por monóxido de carbono, que alterará el clima y afectará a muchas más personas además de a los chinos.

¿Qué población tiene China? Oficialmente, 1.200 millones de habitantes; en realidad, nadie lo sabe. China instituyó la llamada «política de un solo hijo» en 1979 y ha perpetuado en el mundo exterior la ilusión de que dicha política está implantándose cuando está lejos de ser cierto, especialmente en las zonas rurales. Puede que los burócratas del gobierno tengan que cumplir las normas porque pueden ser castigados fácilmente, pero decenas de millones de familias campesinas hacen caso omiso a los decretos del Gobierno: «Las montañas son altas y el Emperador está lejos». Los funcionarios del partido también tienen un gran interés profesional en informar de tasas de nacimiento bajas en sus distritos…

La combinación de una contaminación alarmante y un crecimiento de la población fuera de control podría ser, paradójicamente, la clave para resolver el rompecabezas chino. Si el programa se presentase de la forma adecuada como algo que sirve a los propios intereses de China, este país seguramente cooperaría activamente en las ERP. El peligro está en que pueda parecer un plan urdido por Occidente para debilitar a China, una impresión que hay que evitar a toda costa.

Las autoridades chinas ya reconocen el peligro de tener un enorme excedente de mano de obra. Se calculaba que, a mediados de la década de 1990, había 150 millones de desempleados en el campo, y es probable que esta cifra alcance los 370 millones en el año 2000, y tal vez los 450 millones en el 2010, según fuentes estatales. Las presiones de la migración sobre las ciudades podrían ser abrumadoras. Las industrias rurales absorbieron sólo a 5,3 millones de personas entre 1988 y 1994, y posiblemente no podrán absorber la oleada que está por venir, sobre todo si se tiene en cuenta que el gobierno ha decidido finalmente aplicar a las infladas e ineficientes industrias estatales unas políticas que priman la supervivencia del más apto.

Su objetivo es reducir las actuales 130.000 empresas de propiedad pública a 512 grandes conglomerados estratégicos que se abrirán al capital extranjero. Los extranjeros ya han invertido 64.000 millones de dólares. El gobierno afirma que al menos un tercio de las compañías estatales actuales pierden dinero. Tratar de apoyar esta economía artificial es, por emplear una gráfica expresión china, «tan imposible como que diez dedos traten de contener a cientos de pulgas».

A medida que se extienda la globalización y se apliquen en China las mismas reglas ganador/perdedor, inclusión/ exclusión que en otros lugares, millones de pulgas chinas se encontrarán sin empleo. El Gobierno declaró en 1996 que había en total 688 millones de desempleados, pero esta cifra enmascara una década de disminución del empleo estable y un gran aumento del trabajo con contrato y temporal. Se están produciendo millones de despidos en el sector textil y en el ferroviario y en la industria pesada. La región de Harbin, al nordeste de Pekín, antes centro industrial, está convirtiéndose rápidamente en un cinturón oxidado, una evolución familiar en los Estados Unidos y en Gran Bretaña. Muchos trabajadores superfluos no perciben ningún subsidio.

Las empresas extranjeras emplean directamente a pocas personas, y prefieren subcontratar. Por ejemplo, Nike ha recibido muchas críticas por sus políticas laborales, pero en realidad no tiene ni una sola fábrica en China. En última instancia, los chinos culparán a su Gobierno de la disminución del número de empleos y de las condiciones laborales cada vez más terribles que padecen quienes sí los tienen[53].

Los chinos tienen la vaga esperanza de que los millones de desempleados encontrarán de algún modo la salvación en la economía de servicios. Puede que para algunos de ellos sea así, pero la mayoría se convertirán en vagabundos. Es esta población excedente inabsorbible la que define el área de la cooperación con Occidente. El mundo rico puede facilitar conocimientos técnicos y dinero para resolver problemas que preocupan a ambas partes, de los que no es el menor la reducción del enorme número de chinos. En caso contrario, lo pagaremos caro, nosotros y el clima mundial.

¿Qué ocurriría si China se negase a cooperar? Si no se hace nada, oficialmente se prevé que su población llegará a 1.400 millones de habitantes en el año 2010 y a 1.700 millones en el 2025. Estos cálculos son mínimos y se basan en una población actual de 1.200 millones de habitantes, que podría ser muy superior. Sea cual fuere la cifra real, esta presión intensificará todos los problemas que actualmente padece China. El medio ambiente sufrirá una vejación tras otra, lo que llevará a su quiebra local, cuando no nacional, en última instancia, especialmente en lo relativo al agua (de lo que hablaremos con más detenimiento más adelante). En el 2010, el Gobierno tendrá que proporcionar más de 500 millones de toneladas de alimentos y pienso a una población que se habrá acostumbrado a dietas mejores.

Cuando su capacidad para restaurar el equilibrio ecológico y mantener un nivel nutricional aceptable sea problemática, en el mejor de los casos China podrá adherirse estrictamente a las estrategias de reducción de la población o buscar territorio adicional para seguir existiendo y manteniendo su nivel de bienestar. Suponemos que los especialistas militares occidentales conocen a la perfección los peligros del expansionismo chino debido a su enorme superpoblación, su escasez de recursos y su abuso ecológico.

Instamos a que se dé a conocer exhaustivamente a los dirigentes chinos que esta segunda opción es poco aconsejable y sus últimas consecuencias militares. Por el contrario, China tiene el máximo interés, incluido el de la supervivencia del Estado, en cooperar en las ERP. Alentar y ayudar a los chinos a comprender esta realidad debe ser una de las prioridades diplomáticas.

El rompecabezas del agua

China también ocupa un lugar de honor cuando examinamos la situación del recurso más indispensable del mundo. Ya hemos considerado algunas cuestiones relativas al agua al hablar de los suministros de alimentos y de las enfermedades, pero no hemos hecho justicia aún a toda su importancia estratégica. Por algo se ha calificado el agua de oro azul, pues será uno de los bienes más preciados en muchos países. Imagínese una sustancia que, al mismo tiempo, es indispensable, no tiene ningún sustituto posible y cada vez escasea más: estas circunstancias auguran notables beneficios, pero también conflictos.

El agua está distribuida desigualmente tanto entre los países como dentro de ellos, y en muchos lugares, el agua potable ya es un bien que escasea. Según el Banco Mundial, 80 países donde vive el 40% de la población mundial sufren escasez de agua, mientras que sólo nueve países tienen el 60% de todos los recursos mundiales de agua potable.

No sólo las mujeres africanas que viven en el medio rural deben caminar incontables kilómetros para buscar agua, sino que sus homologas de la ciudad también han de hacer cola para conseguir un agua que muchas veces no es potable. Las alternativas son obtenerla clandestinamente de las tuberías de distribución o comprar la que se transporta en camiones cisterna. Además del acceso a la comida, el acceso al agua se está convirtiendo en un factor que limita gravemente la existencia humana, aunque ningún organismo de la ONU ha definido aún la seguridad del agua.

Los habitantes de las ciudades chinas son un buen ejemplo. En Pekín, un tercio de los pozos se ha secado ya debido a su superexplotación, destinada a la producción de trigo y mijo en los suburbios. El nivel freático ha descendido hasta los 50 metros por debajo del nivel del mar y está provocando serios problemas de hundimientos. Y sigue bajando a un ritmo de un metro o dos al año, hasta el punto de que puede que haya que trasladar la capital de China a otro lugar. El propio ministro del agua chino ha reconocido públicamente que la mitad de las 600 ciudades grandes y medianas del país sufren escasez de agua; más de 100 tienen carencias graves.

No contribuyen a mejorar la situación las miles de fábricas chinas que vierten sustancias químicas tóxicas a ríos de los que depende la gente para la agricultura y para obtener agua potable. Dos tercios del agua potable del país no satisface las normas mínimas de la Organización Mundial de la Salud.

Cuando estudiamos el uso del agua, encontramos algunos de los factores malthusianos que descubrimos respecto de los alimentos: desde 1940, la población casi se ha triplicado, pero el consumo de agua se ha cuadruplicado. Ni la fusión nuclear ni ninguna otra tecnología energética barata para la desalinización del agua marina van a llegar a tiempo para impedir crisis graves. La única fuente nueva de agua es dejar de derrocharla, lo que significa que debe ser gestionada profesionalmente, preferiblemente por una empresa privada, y ser vendida a precios acordes con los costes reales de mantenimiento y suministro.

Cuando las empresas transnacionales se trasladan a una ciudad como Buenos Aires o Casablanca, mejora el servicio y se eliminan los residuos. Estos servicios deben ser de pago. Si los barrios marginales no pueden permitirse estar conectados a la red general de suministro y pagar por el servicio, hay que eludirlos. Cuando ya el 50% de la población mundial vive en las ciudades, sabemos que no se puede satisfacer la demanda de agua. Por tanto, hay que racionarla de la única forma factible: en función del precio. Algunos tendrán que arreglárselas con agua sin tratar, como ya se dice que hacen 1.400 millones de personas. El regreso del cólera a Latinoamérica, por ejemplo, está directamente relacionado con el crecimiento urbano y la insuficiencia de suministros de agua potable.

Un análisis estratégico de los suministros disponibles revela que el futuro estará lleno de guerras por el agua. De los 200 principales sistemas fluviales del mundo, 150 los comparten dos países, y los otros 50, entre tres y diez países. Por ejemplo, ocho países situados cauce arriba pueden tomar agua del Nilo antes de que llegue a Egipto, pero Egipto depende del Nilo para casi la totalidad de su suministro de agua. Existen muchas situaciones similares más que dejan patente de inmediato el potencial para fomentar los conflictos.

Aunque se encuentra fuera del ámbito de nuestro estudio, recomendamos elaborar un mapa de puntos álgidos del agua que incluya datos físicos, políticos y estratégicos. Este mapa pondría de relieve las zonas donde la guerra, el hambre y las enfermedades podrán desarrollar todas sus posibilidades.

El rompecabezas de la droga

El Grupo de Trabajo coincide en que todas las drogas, tanto las «duras» como las «blandas», deben ser legalizadas. Reconocemos que en la mayoría de los países occidentales resulta difícil hacer una campaña con este programa y que la cuestión de la despenalización ni agrada ni atrae a los políticos. También es muy posible que se derroche un tiempo y una energía muy valiosos en la batalla por la legalización de la droga en un momento en que las potencias occidentales deberían dirigir sus esfuerzos a ERP selectivas tanto en sus propios territorios como en el extranjero. Por tanto, no podemos decir imperiosamente que los solicitantes del Informe deberían ser adalides de esta causa.

Sin embargo, somos partidarios de la legalización por varias razones de peso. Utilizando los cálculos más conservadores, las actividades relacionadas con la droga representan al menos el 2% del producto mundial bruto, y algunas fuentes consideran que el valor de su tráfico es dos o tres veces superior. Incluso en el extremo inferior de la escala, lo menos que cabe decir es que los narcóticos son el bien más rentable del mundo. El volumen de ventas de las drogas ilegales representa entre el 10 y el 13% del valor del comercio mundial: más que todos los productos derivados del petróleo juntos. Si el negocio de la droga fuera una economía nacional, ocuparía alrededor del décimo puesto en el mundo; antes, por ejemplo, que la del Canadá.

No vemos ninguna razón por la que estos ingresos deban continuar enriqueciendo a la clase de los delincuentes internacionales y a los elementos más infames de las sociedades occidentales. Sería mucho más preferible sacar este comercio a la luz y someterlo a controles legales y fiscales, como cualquier otro negocio. La industria farmacéutica y la agropecuaria, o incluso las empresas de medios de comunicación y del espectáculo estarían en buenas condiciones para asumir la producción y la comercialización de las drogas legalizadas y podrían responder de la pureza y calidad de sus productos.

Esto es muchísimo más de lo que cabe decir de los proveedores actuales. Debido a que están prohibidas, las drogas no sólo son de calidad dudosa, sino excesivamente caras. Los ingresos son bombeados a otros negocios delictivos y sostienen a los blanqueadores de dinero que han dado mala fama a una actividad financiera legítima. En cuanto a la influencia corruptora de las drogas sobre todos los niveles de la administración del Estado, años de revelaciones desagradables sobre al menos una decena de países hacen innecesario documentar más este aspecto.

Especialmente en los Estados Unidos, el comercio de la droga ha sobrecargado fatídicamente las prisiones y el sistema judicial. El 3% de los varones adultos de raza negra está entre rejas, en su mayoría por delitos relacionados con la droga. Además de los 1,8 millones de personas (de todas las razas) que están en prisión, otros 2,3 millones tienen antecedentes penales y están en libertad condicional. Los cálculos conservadores de la Oficina de Política Nacional sobre Control de Drogas estadounidense confirman que la economía de los Estados Unidos sufre pérdidas de al menos 146.000 millones de dólares al año debido a las drogas, incluidos los costes sociales de la delincuencia relacionada con éstas, que se calcula son de 67.000 millones.

Desde el comienzo de la administración Reagan, los Estados Unidos han declarado una «guerra contra las drogas». Puede que el programa sea, desde el punto de vista político, una buena baza frente a la opinión pública, pero si fuera una guerra real, sería considerada una derrota peor que la de Vietnam. Y no es por falta de ensayos[54].

Los resultados de la participación internacional (la ONU, el G7, el Consejo de Europa, la Comunidad Europea, etcétera) en esta «guerra» son igualmente decepcionantes. La Interpol dedica la mitad de su presupuesto a combatir el comercio de drogas. Pese a todos estos esfuerzos, se calcula que las autoridades confiscan sólo el 10% de las drogas que se producen en el mundo. Dado lo elevado de las compensaciones, muchas personas están dispuestas a asumir enormes riesgos por transportar y comercializar drogas.

Europa no ha adoptado tampoco una postura sobre la legalización de la droga, potenciando así a diversas mafias locales y ejércitos extranjeros. Los países de origen, para los que las drogas constituyen indirectamente grandes fuentes de dinero, cooperan con sus homólogos del Norte sólo cuando se ven absolutamente obligados a hacerlo o bajo chantaje, y no hay motivos para creer que vayan a actuar de otro modo en el futuro. Si se legalizaran las drogas, los países de origen podrían permitir su cultivo, procesamiento y exportación y recaudar impuestos sobre estas actividades. Dejarían de fumigarse pequeñas plantaciones y se evitarían otras medidas de destrucción de recursos.

Cada año que pasa se confirma que la policía y los ejércitos no pueden destruir los suministros. Aun así, el gobierno de los Estados Unidos pretende dedicar otros 16.000 millones de dólares a la guerra contra la droga en 1998, para interceptarla en todas sus fronteras, erradicarla en los países de origen, más una pequeña cantidad para la «educación sobre la droga» en el país. Una vez más, se encauzarán enormes sumas de dinero a corruptos dirigentes militares latinoamericanos que seguirán utilizando su equipo contrainsurgencia contra sus enemigos políticos y no contra los cerebros de la droga. Sus prioridades son rara vez las mismas que las de los guerreros antidroga estadounidenses. Sería mucho más eficiente dedicar estas espléndidas sumas a ERP preventivas y curativas.

Las fuerzas armadas estadounidenses tampoco están a la altura de los barones de la droga. Como escribió un oficial estadounidense: «Igual que en Vietnam, las abrumadoras ventajas que poseen los Estados Unidos en cuanto a tecnología, servicios de inteligencia y poderío militar no son suficientes para superar los factores políticos, económicos y sociales que influyen en la guerra contra la droga […]. [Sin embargo, es] más fácil desde una perspectiva política precipitarse hacia delante en lugar de realizar reevaluación en serio[55]».

Recomendamos que se realice sin demora esa reevaluación en serio y que se calculen las ventajas que tendrá la legalización de las drogas para la economía mundial. En la actualidad, las drogas son demasiado costosas en términos económicos, sociales, militares y políticos, y desvían recursos que escasean de áreas donde podrían ser de más utilidad.

Si las drogas legales fueran vendidas por empresas legales, éstas no deberían ser consideradas responsables de los abusos individuales, aunque, como ocurre en la industria del tabaco, deberían tener la obligación de advertir de sus riesgos. Haría falta rotular con claridad el envase para indicar que la sustancia contenida es «adictiva» (en su caso) o «perjudicial para la salud». Para los más jóvenes, se podrían aplicar a las drogas los mismos límites legales de edad que rigen para el consumo de alcohol, y someter la conducción bajo los efectos de las drogas a las mismas sanciones. Ésta es un área donde tal vez los gobiernos tengan que aplicar controles de precios o bien vender el producto a algunos consumidores en tiendas designadas, si los precios tendieran a fomentar los mercados negros y la delincuencia, como ocurre en la economía de la droga ilegal.

No se deben exaltar las drogas, pero si la gente quiere matarse con una sobredosis, hay que dejarle que lo haga. Teniendo en cuenta los tipos de personas que lo hacen hasta ahora, estarían prestando un notable servicio a la sociedad. Desde el punto de vista de las ERP, las tasas de mortandad son insignificantes y probablemente permanecerían estables o disminuirían algo. Se calcula que en los Estados Unidos se producen 20.000 muertes al año debido a la droga (1986-1996). Las cifras relativas a otros países no son fiables o no existen, y la OMS sólo tiene constancia de 11.000 muertes al año, número que se queda claramente corto. Las drogas son un rompecabezas que exige más estudios, pero tienen un importante potencial económico y otro menor para las ERP.