6. Los pilares

No somos ingenieros ni poseemos competencia técnica en todos los campos que hay que abarcar; por tanto, no pretendemos ofrecer programas ni soluciones con todos sus elementos básicos. Sin embargo, sí podemos proporcionar un marco general para plantear las cuestiones estratégicas importantes y señalar las áreas en las que podría ser provechoso buscar competencia técnica.

Antes de describir las estrategias preventivas y las curativas, creemos que es importante poner de relieve las tendencias actuales que hay que fomentar y aquellas a las que hay que poner freno para perpetuar el capitalismo, el único sistema que consideramos capaz de garantizar el máximo bien para el mayor número de personas. El primer paso es consolidar los cimientos para la ambiciosa empresa de reducir masivamente la población. Estos cimientos tienen cuatro pilares:

  • el ideológico-ético
  • el económico
  • el político
  • el psicológico

Aunque deben permanecer ocultos a la vista, estos pilares sostienen el edificio estratégico visible. Además, se refuerzan entre sí en todo su sentido arquitectónico.

El pilar ideológico-ético

¿Por qué nos ocupamos de ideas y creencias en lugar de proceder de inmediato a asuntos prácticos? Sencillamente porque las ideas y creencias gobiernan el mundo… pero no son inmutables. Surgen y cobran forma en función de las necesidades de los tiempos; Marx habría dicho que evolucionan para satisfacer las necesidades de las clases dominantes. La ideología es el agua para los peces de la que éstos no son conscientes. Nuestro cometido aquí es moldear conscientemente la ideología para que las ideas y creencias dominantes de nuestra época sirvan para justificar el gran plan.

Por ejemplo, nuestra era ve con espanto las epidemias o las hambrunas que se producen en cualquier lugar del planeta, pero el teólogo cristiano Tertuliano escribió sobre «los flagelos de la pestilencia, la hambruna, las guerras y los terremotos [que] han llegado a considerarse una bendición para las naciones superpobladas, pues sirven para podar el exuberante crecimiento de la raza humana». También se lamentaba de la «inmensa población de la tierra para la que somos una carga», hasta el punto de que «ésta apenas puede satisfacer nuestras necesidades»[21].

Para este Padre de la Iglesia, los flagelos naturales o provocados por el hombre son «bendiciones», algo positivo, porque salvan a las «naciones superpobladas» de las funestas consecuencias de sus excesos en la reproducción. La guerra, el hambre y la pestilencia salvaguardan a la comunidad y el futuro. Gracias a estas calamidades que en realidad son benéficas para la humanidad, los supervivientes y sus descendientes gozarán, una vez más, de la prodigalidad de la Tierra. Sin ellas, ésta nunca podría «satisfacer nuestras necesidades», sobre todo porque estas necesidades aumentan sin cesar.

Como cristiano, este teólogo no considera la vida individual el bien supremo. Por el contrario, situaba el bienestar común en el vértice de su escala de valores y reconocía que había que podar algunas ramas del árbol de la familia humana y domeñar su «exuberante crecimiento» para asegurar que prevalece ese bienestar colectivo. Ya hemos citado las opiniones de filósofos clásicos como Platón y Aristóteles, que pensaban con razón que la superpoblación era un grave peligro para la comunidad y para el Estado.

Nuestra propia era y su ideología pertenecen, por el contrario, al individuo. El mecanismo del mercado y el propio liberalismo se basan en las decisiones particulares y en los riesgos que asumen libremente incontables individuos. De modo similar, nuestra ética dominante y nuestros sistemas jurídicos se ocupan sólo de la conciencia, de los actos y de los derechos individuales (o «humanos»); y nuestra justicia, de delitos y fechorías individuales. En consecuencia, hemos perdido el contacto con las nociones de ofensa colectiva y del bien supremo colectivo. Este bien podría exigir en ocasiones una coacción y unos sacrificios que nuestra era ya no reconoce como legal o moralmente justificables. Nuestras sociedades rara vez aplican el concepto de responsabilidad colectiva, y mucho menos el de culpa colectiva por la situación del bien común.

La prueba es que seguimos considerando éticamente correcto que personas analfabetas, sin posibilidad de encontrar empleo, superfluas y degeneradas sigan proliferando y propagándose a placer; hasta el punto de que juicios como éste ni siquiera pueden expresarse en público sin atraer sobre sí una inmediata censura, denuncias beatas y, en ciertos contextos, acciones legales. Platón, Aristóteles y Tertuliano se habrían quedado consternados ante esta situación, del mismo modo que habrían mostrado su estupefacción ante la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Para cambiar las normas básicas y para que tenga éxito la estrategia que recomendamos, es imprescindible que transformemos primero el actual clima ideológico y pongamos en orden nuestras casas conceptual y éticamente. Los sistemas éticos dominantes han evolucionado a lo largo de la historia y no hay ningún motivo por el que no puedan cambiar de nuevo. Si se considera que la ética es la estrategia de supervivencia colectiva de una sociedad, la nuestra necesita una seria puesta a punto. Nuestra ética actual rechazará la gestión eficaz de la población a menos que se resuelvan las contradicciones entre el individualismo del mercado, los derechos humanos y la necesidad de una armonía colectiva.

El paso inicial es reconocer, y hacer que los demás reconozcan desapasionadamente, que una economía vigorosa, competitiva y globalizada creará necesariamente una sociedad de dos niveles de ganadores y perdedores, de incluidos y excluidos, tanto dentro de cada país como entre los países. Y esto es saludable. Es el móvil del sistema, la «naturaleza de la bestia» y, en cualquier caso, no se puede alterar.

En lugar de intentar en vano cambiar esta naturaleza, hay que tratar de aumentar al máximo el número de ganadores, de reducir al mínimo el de perdedores y de dar a una proporción de la humanidad mucho mayor que la actual las ventajas que puede procurar el mercado. Hay que incorporar a muchas más personas, tanto en el Norte como en el Sur; además, hay que garantizar un entorno social en el que los principales males de las sociedades ricas (delincuencia, desempleo, contaminación, adicción, etcétera) hayan disminuido visiblemente.

Es evidente que el mercado, por sí mismo, no puede crear bienestar masivo en las actuales condiciones demográficas, y que, en consecuencia, hay que corregir éstas. Para que sea aceptable un auténtico control de la población, hay que instituir un nuevo clima de pensamiento y de opinión; un clima que no suponga que el punto de partida es la libertad personal doctrinaria e ilimitada, ni que el punto de partida son los derechos humanos.

Por tanto, animamos encarecidamente a los solicitantes del Informe a que creen y mantengan un cuerpo de pensadores, escritores, profesores y comunicadores que puedan desarrollar conceptos, argumentos e imágenes que proporcionen una justificación intelectual, moral, económica, política y psicológica a unas estrategias enérgicas de gestión de la población. Estos trabajadores intelectuales deberán elaborar y transmitir también una ética innovadora y práctica del siglo XXI.

Una inversión sustancial dentro del marco ideológico adecuado centuplicará sus beneficios. Hay que desempolvar en caso necesario las ideas de grandes pensadores como Platón, Darwin, Hobbes, Malthus, Nietzsche, Hayek, Nozick (y esperamos con atrevimiento que también las ideas y argumentos contenidos en este Informe), ponerlas a punto, adaptarlas al gusto de nuestra época, envolverlas para consumo de diferentes públicos y difundirlas entre creadores de opinión, personas con poder decisorio y los ciudadanos en general.

Los descubrimientos de la biología, la ecología, la demografía, la sociología, la economía neoclásica y de otras disciplinas modernas, interpretados juiciosamente, encontrarán su lugar natural en las estructuras de un renovado edificio intelectual. Estas ideas deben ser elaboradas, desarrolladas y promovidas mediante una red, un cuadro intelectual comprometido, cuyos miembros deberán recibir generosos estipendios y el espacio físico y mental necesario donde puedan trabajar y desarrollar sus ideas, ya sea en universidades tradicionales, fundaciones e institutos especializados o por medio de redes informáticas.

El fruto del trabajo de estas personas debe tener acceso no sólo a la publicación en libros y revistas, sino también a la prensa, la radio, la televisión y los medios de comunicación electrónicos de más difusión. Sus autores deben recibir abundantes oportunidades para hablar en actos públicos y privados, encontrarse con los jóvenes e instruirlos, desarrollar múltiples páginas web.

Advertimos de que si no existe un liderazgo, una autoridad y una justificación intelectuales, autorreflexivos y dinámicos, las estrategias expuestas en este Informe están abocadas al fracaso. Suponemos que la creación, mantenimiento y promoción de este cuerpo de legionarios ideológicos ofrecerá pocos problemas para los solicitantes, que están familiarizados, sin duda, con el liderazgo de los conglomerados de medios de comunicación globalizados, cada vez más numerosos, cuyo activo incluye todos los «amplificadores intelectuales e ideológicos» necesarios para la difusión de ideas[22].

Con absoluta franqueza, los miembros del Grupo de Trabajo se consideran a sí mismos una especie de prototipo de este cuadro intelectual. Además, reconocen de buen grado haberse sentido atraídos por las recompensas materiales de su participación en esta empresa, por encima de sus méritos intrínsecos. No somos diferentes, a este respecto, de otros pensadores, científicos y escritores profesionales que reconocerán las manifiestas ventajas del liberalismo y pondrán sus conocimientos y su talento al servicio del libre mercado cuando ello les sea claramente provechoso y beneficioso.

No obstante, hemos de introducir aquí otro llamamiento a la cautela. Incluso si el trabajo ideológico es llevado a cabo con brillantez por un cuadro de genios con generosos medios económicos y tecnológicos a su disposición, también fracasará si el sistema no puede ofrecer realmente una medida cada vez mayor de bienestar económico, renovación ecológica y valores civilizados a la mayoría de los habitantes de la Tierra. Si esto brilla por su ausencia, tarde o temprano los excluidos se rebelarán y arrastrarán en su caída al capitalismo liberal.

El pilar económico

Éste es el motivo por el que hay que instituir o reforzar sin demora ciertas políticas económicas. Hasta ahora, la norma vienen siendo los programas de ajuste estructural (PAE) que establecen el Banco Mundial y el Fondo Monetario internacional en los países del Sur y del Este, y que sin duda vienen desempeñando un papel positivo. Introducen una disciplina neoliberal sensata, obligan a los gobiernos a integrar sus economías nacionales en la global y proporcionan un marco en el que las elites locales pueden enriquecerse (mediante salarios más bajos, una mano de obra más dócil, la privatización masiva, una menor intervención gubernamental, etcétera). Esta orientación hacia la elite de los programas de ajuste estructural sirve para crear influyentes accionistas e inversores nacionales en el neoliberalismo y la globalización.

Aunque quizá sea difícil de demostrar, probablemente los programas de ajuste estructural han frenado el aumento de la población, aunque no hayan reducido su número. Ha llegado el momento de vincular específicamente los objetivos económicos a los demográficos. Existe la oportunidad de ampliar y reforzar los programas de ajuste estructural, ya que prácticamente todos los países afectados están mucho más endeudados ahora que cuando comenzaron a aplicarlos. Su endeudamiento los deja a merced de medidas del FMI cada vez más drásticas, pues no pueden obtener créditos en otras partes sin el sello de aprobación del Fondo. Ahora que todas las naciones populosas de Asia, con la única, aunque significativa, excepción de China, han quedado bajo la tutela del FMI, se puede avanzar realmente.

Los programas de ajuste estructural pueden tener un efecto directo o indirecto sobre la población. Son modelos de sinergia. Por ejemplo, fomentan la producción agraria para la exportación y hacen subir los precios de los alimentos, reduciendo así el consumo de alimentos y la resistencia a las enfermedades. Algunas mujeres se prostituirán para llegar a fin de mes, y después contraerán y propagarán el SIDA. A menudo los presupuestos de sanidad y los fondos destinados a construir sistemas de alcantarillado y de recogida de residuos sufren drásticos recortes, y la consecuencia es el regreso de la malaria y de otras enfermedades. Los salarios bajos se traducen en falta de acceso a la atención médica o a medicinas de pago.

Donde quiera que los mercados se liberalizan con rapidez, bajo coacción o sin ella, se crea un terreno favorable para que aumente la mortandad y disminuya la fertilidad. En algunos lugares, la expectativa de vida ya se ha reducido de forma espectacular, como en la Unión Soviética, donde el empleo y los servicios sociales han sufrido drásticos recortes y la esperanza media de vida ha disminuido cinco años. El UNICEF afirmó hace una década que la deuda externa, más los programas de ajuste estructural causaban la muerte de medio millón de niños adicionales al año, aunque no se puede verificar la cifra.

Los países occidentales tienen una fuerte mayoría en la junta directiva del FMI y deben procurar que se potencien los programas de ajuste estructural. A diferencia del Banco Mundial, el Fondo nunca se ha rebajado a hacer relaciones públicas para agradar a las multitudes, y sugerimos la posible utilidad de compartir las conclusiones de este Informe con una selección juiciosa de altos cargos del Fondo que pudieran ser receptivos a su contenido.

El capital financiero privado también puede desempeñar un papel positivo en la creación de condiciones favorables para la reducción de la población. A diferencia de las inversiones en maquinaria y equipos, las compras de acciones y bonos son totalmente líquidas y pueden retirarse instantáneamente. Cuando se produjo la crisis mexicana de 1994, la crisis del peso resultante precipitó fracasos empresariales generalizados, el alza repentina de los tipos de interés, así como quiebras y despidos masivos. Como consecuencia de ello, el consumo de alimentos se redujo en una cuarta parte, los índices de suicidios alcanzaron nuevos récords y aumentó la frecuencia de los delitos violentos. En Rusia existe una situación similar, que está empezando a darse también en Tailandia, Corea, Indonesia y en otros países del sudeste asiático. Los mercados imponen disciplina al instante; es como si celebrasen, por así decir, elecciones permanentes.

Estas medidas financieras públicas o privadas, debidamente gestionadas, pueden producir reducciones de población y respaldar estrategias de «poda». Pero sean cuales fueren las ventajas del ajuste o de la inversión en una cartera volátil, éstos no pueden hacer todo el trabajo por sí solos, sino que deben ir acompañados de un replanteamiento del orden político que lo ponga al servicio del nuevo orden económico mundial.

El pilar político

El ajuste estructural, por útil que sea, es necesariamente un atributo del sistema de naciones-Estado en el que los gobiernos individuales, incluso bajo la tutela del FMI y del Banco Mundial, siguen siendo la entidad pertinente y el punto de referencia. Hasta la fecha, los Estados cooperan en mayor o menor grado con los programas de liberalización. Puede que las naciones más pequeñas y débiles no tengan otra elección; otras han tratado de rebelarse directamente contra una disciplina económica drástica. El panorama no es uniforme y gran parte podría depender de la persuasión ideológica de los dirigentes. Lo cierto es que, en muchos países, el ajuste ha fracasado.

Esto no es culpa del Fondo ni del Banco. Ellos han hecho un trabajo notable y pionero, pero también se ven obligados a funcionar dentro de un marco político tambaleante y ambiguo. Su propia legitimidad ha sido cuestionada, no sólo por organizaciones populares, sino también por los gobiernos. Las autoridades políticas mundiales existentes no pueden dictar normas adecuadas para resolver los problemas evidentes de hoy y son gravemente inadecuadas si se quiere que las estrategias para reducir la población sean operativas mañana.

Ahora el objetivo ha de ser sustituir el anticuado modelo de nación-Estado. Las postrimerías del siglo XX han presenciado el semitriunfo de la globalización económica; la tarea del siglo XXI será crear la estructura política global, reconocida universalmente y legítima que la respalde, la sostenga y la perfeccione. Sean cuales fueren sus defectos, un FMI rejuvenecido será probablemente una parte vital de este marco. El Fondo debe utilizar cada crisis económica sucesiva para aumentar su autoridad doctrinal y su poder de coacción.

Como ya se ha señalado, un pionero es la innovadora —revolucionaria, en realidad— Organización Mundial del Comercio (OMC). Por primera vez, un organismo internacional goza de un auténtico poder judicial sobre las disputas comerciales de todos sus Estados Miembros, sean ricos o pobres, grandes o pequeños, débiles o poderosos.

Otro elemento positivo de esta labor en marcha es el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI), que está negociándose en estos momentos. El AMI podría añadir poder al gobierno económico mundial mediante la creación de un marco transnacional coactivo para la inversión empresarial privada, que reemplace las leyes nacionales.

El AMI debe recibir un poder real y ser ratificado lo antes posible. Como ha declarado un funcionario responsable: «Recuerden que éste es sólo el primer paso, como el GATT en 1947. Se supone que el AMI es el núcleo de una constitución económica global. Estamos iniciando un proceso de dimensiones históricas». Esperamos que sea escuchado.

Tomados en conjunto, y suponiendo que consultan y cooperan entre ellos, el FMI, la OMC y el AMI podrían funcionar como embrión de un Ministerio Internacional de Economía, Inversiones y Comercio. Pero en realidad esto es sólo un comienzo. Sin duda, no podrían, por sí solos, constituir un gobierno planetario con poderes universales para hacer cumplir sus normas.

El umbral del milenio está, así pues, lleno de peligros. No hay duda de que las naciones-Estado se han debilitado, pero no se ha instituido aún un poder político auténtico, reconocido y supranacional que las sustituya. ¿Cómo se podría llenar este vacío?

  • El mercado global debe seguir siendo el principal principio organizador de la sociedad. Sin embargo, y contrariamente a las opiniones de algunos apologistas doctrinarios, el mercado no puede autorregularse del todo, sino que ha de ser guiado y encauzado para salvaguardar su propio futuro y el nuestro. Este principio es cierto especialmente en el ámbito de los mercados financieros. Podría ser demasiado pronto para recomendar una moneda global, pero no cabe duda de que la necesidad primordial es que haya un poder ejecutivo fuerte, capaz de moverse con velocidad y autoridad, y de tomar decisiones sobre asuntos económicos y políticos de alcance universal y de hacerlas cumplir.
  • Este poder ejecutivo debe encargarse de regular los mercados financieros, quizá por medio de un Banco Internacional de Pagos mucho más reforzado. Dichos mercados deben ser gravados con unos impuestos que proporcionen los ingresos que permitan el funcionamiento del ejecutivo.
  • Las empresas transnacionales deben implicarse a fondo en el diseño de las nuevas estructuras políticas y participar activamente en su instauración, del mismo modo en que han actuado en el seno de la OMC y del AMI. Sin embargo, es evidente que no debe verse que gobiernan directamente.
  • La Comisión Europea, que representa formalmente a ciertos gobiernos, pero que no rinde cuentas en casi ningún ámbito ante el Parlamento Europeo, y mucho menos ante los parlamentos nacionales, podría servir de modelo inicial para un poder ejecutivo transnacional.
  • El G7 debe explorar la posibilidad de ejercer un papel similar. Sus reuniones no se limitan ya a los jefes de Estado del G7, sino que se convocan también para los ministros de Economía (o de otras carteras) del G7. Los siguientes deberán ser los burócratas de alto nivel, con mandatos concretos para desarrollar una maquinaria que sirva para tomar decisiones colectivas sobre temas sensibles.
  • Hábilmente manejadas, las Naciones Unidas podrían utilizarse para ayudar a constituir un poder ejecutivo mundial. Si se reestructurasen, fusionasen y redujesen radicalmente sus numerosísimos organismos, si la ONU estuviera dispuesta a seguir los pasos de la empresa privada en cuanto a sus conocimientos sobre recopilación de información y toma de decisiones, podría aportar legitimidad al proceso de creación de un poder ejecutivo internacional. El actual Secretario General es sin duda receptivo a este mensaje.
  • Aunque un poder ejecutivo fuerte es un requisito claro, el mundo es ya demasiado complejo como para admitir unos órganos legislativos internacionales que tendrán, en cualquier caso, una base territorial. La democracia parlamentaria ha de considerarse un paréntesis de 200 años entre dos tipos de gobierno diferentes y necesariamente más autoritarios.
  • Sin embargo, hay que seguir permitiendo que las organizaciones no gubernamentales (ONG) tengan «estatus consultivo» dentro de un órgano formal que se reúna a intervalos regulares. Los representantes en este foro permanente de ONG podrían ser elegidos o no, en función de las políticas de cada Estado Miembro. Se ha demostrado que este modelo, ensayado con éxito en la larga serie de conferencias de la ONU celebradas durante la década de los noventa, sirve para que las ONG sean más constructivas y responsables, es decir, mucho menos radicales, desafiantes y rebeldes.
  • El único poder tradicional que es mejor dejar en manos de la nación-Estado es el judicial, que abarca las funciones policiales, de mantenimiento del orden local, el sistema judicial propiamente dicho, las prisiones, etcétera.
  • Todo orden político necesita un mecanismo militar para hacer cumplir las normas. El Pentágono, con la Agencia de Seguridad Nacional y una OTAN ampliada, parece el órgano destinado a desempeñar ese papel. Deberá mantener unas instituciones militares de segundo nivel dignas de confianza en ciertos Estados clientes en las zonas de civilización no occidental y culturalmente diversas.
  • Las tecnologías de la información serán primordiales en la construcción y consolidación de un orden mundial renovado. Las elites ya están unidas por medio de redes dedicadas, y estos vínculos se potenciarán por fuerza, a medida que se vaya haciendo más patente la necesidad de una consulta y de una gestión políticas globales. La tecnología de la información mejorará la vigilancia, la infiltración y la capacidad de causar problemas a una incipiente oposición.

Hay que redefinir el concepto de ciudadanía (con la ayuda del pilar ideológico, véase supra) y hacer pleno uso de unas redes de información interactivas y fácilmente manipulables para crear la ilusión de la participación popular en la toma de decisiones. Una vez más, las herramientas de control político han de seguir siendo en su mayor parte invisibles para los controlados, pues de otro modo la gestión planetaria e incluso el funcionamiento sin trabas del mercado fracasarán. La escena internacional se llenará de basura, confusión y anarquía.

El pilar psicológico

El último pilar está estrechamente relacionado con los asuntos de carácter ético-ideológico antes expuestos. No obstante, las psicologías individual y de grupo, la «batalla por los corazones y las mentes», merecen un lugar propio, pues debidamente encauzadas, pueden contribuir a crear una atmósfera favorable para las hostilidades intergrupales, que a su vez propicien la reducción de la población. Paradójicamente, la psicología individual puede también aumentar la difusión de la globalización.

La herramienta psicológica más útil jamás creada para estos fines es la política de identidad, como ha venido a llamarse en Occidente. Lo ideal es que los individuos de todo el mundo se identifiquen con fuerza con un subgrupo étnico, sexual, lingüístico, racial o religioso en detrimento de su autodefinición como nacionales de un país o incluso como miembros de una clase social o casta profesional de esa nación, y mucho menos como parte de la raza humana. Cada persona debe sentirse primero miembro de un grupo estrictamente definido, y sólo de forma secundaria, trabajador, miembro de la comunidad, padre, y ciudadano nacional o internacional. Hay que alejar activamente la noción de ciudadanía, en cualquier nivel.

Parte de la ofensiva ética-ideológica expuesta debe dedicarse a proporcionar apoyo material y moral a los portavoces más articulados y agresivos de los particularismos sexuales, raciales, religiosos y étnicos. Éstos han de tener también un acceso generoso a los medios de comunicación dirigidos específicamente a cada grupo, que habrá que crear y financiar cuando no surjan de forma espontánea.

Buscamos, por así decir, fundamentalistas y supremacistas negros, blancos, marrones y amarillos; homosexuales, lesbianas, feministas y falocráticos; judíos, cristianos, hindúes y musulmanes, así como grupos profesionales vulnerables y menospreciados (desde policías hasta camioneros), todos los cuales tendrán sus propios periódicos, revistas, radios, televisiones y páginas web, y todos los cuales estarán preocupados, por encima de todo, por sus derechos. Estos derechos han de concebirse y defenderse con vehemencia, no sólo en negativo (es decir, el derecho a no ser objeto de acoso, violencia o discriminación), sino también en afirmativo (es decir, el derecho a recibir un trato especial en el nombre de errores pasados o presentes, reales o imaginarios), incluido el derecho a un Estado separado.

Dado que prácticamente todo grupo identificable sobre la Tierra ha sido, en un momento o en otro, en mayor o menor medida, víctima de algún otro grupo o simplemente de la historia y la geografía, el clamor pronto será cacofónico y ensordecedor, de forma que no se podrá oír por encima del estruendo ninguna otra llamada a las armas. El objetivo es potenciar la fragmentación, poner de relieve las diferencias con los demás y crear guetos, tengan o no base en la realidad o en la tradición. Al contrario que la opinión generalmente aceptada, la mayoría de las identidades, especialmente las llamadas étnicas, tienen raíces históricas poco profundas y casi siempre son de construcción reciente. Por tanto, las identidades se parecen mucho a Dios: aunque no existieran, seguirían siendo muy poderosas; tanto, que la gente matará en su nombre.

La vía más rápida para crear una sensación psicológica de separación fuerte y beligerante es asegurarse de que un número suficiente de miembros del Grupo X son humillados o asesinados por el Grupo Y (o crean que lo son). Aunque estas tensiones no siempre son fáciles de crear y manipular, el mundo contemporáneo ofrece numerosos ejemplos de diferencias étnicas y religiosas dudosas a las que se ha hecho salir así a la superficie y desarrollarse con fuerza. Se pueden fomentar odios intergrupales duraderos y conflictos continuos mediante el empeoramiento de las tendencias racistas existentes y una serie de provocaciones que garanticen que los grupos sean más receptivos a la violencia.

La política de identidad tiene dos ventajas destacables:

  • Primero, hace el trabajo previo para los conflictos internos y las guerras civiles al exacerbar todo tipo de tensiones intracomunitarias. Aun cuando estas tensiones no se intensifiquen hasta convertirse en una guerra, mantienen a los grupos más destacados airadamente centrados entre sí y alejados de los auténticos actores de la escena global que de este modo se hacen prácticamente invisibles.
  • Segundo, bloquea la solidaridad y hace muy problemática la oposición a las estrategias que recomendamos; lo que dificulta, cuando no imposibilita, la creación de frentes y alianzas amplios nacionales o internacionales, e impide el recurso a la auténtica política.

En lugar de preguntarse qué puede hacer, la gente deberá centrase, sobre todo, en quién es. La globalización económica y política puede avanzar sin obstáculos siempre y cuando la gente esté psicológicamente ciega y no exista la correspondiente ciudadanía global para oponerse a ella.

Sólo hay que recordar el exhorto del Manifiesto Comunista: «¡Trabajadores de todo el mundo, uníos!», o el grito de los estudiantes y trabajadores parisinos en mayo de 1968: «Nos somos taus des guifas alemandas» («Todos somos judíos alemanes»), cuando el gobierno trató de censurar al líder estudiantil Daniel Cohn-Bendit por su religión y su nacionalidad. La situación ideal es aquella en la que los futuros Cohn-Bendits se sientan judíos alemanes (o cualquier otra cosa) y se dediquen a abordar los problemas de ese grupo específico con exclusión de los demás; en lo posible, contra otros grupos nacionales, religiosos o étnicos. A la inversa, los líderes en potencia que persistan en estrategias de solidaridad y universalidad, como quienes tratan de practicar un nacionalismo inclusivo, basado en los ciudadanos, deben ser desprestigiados personalmente para que sus vecinos, los estudiantes, los trabajadores o sus colegas dejen de confiar en ellos, sobre todo en razón de su raza, su origen étnico, sus preferencias sexuales o su solvencia económica.

Algunos estudios científicos recientes ofrecen más ideas a este respecto, y han de seguirse atentamente como aplicaciones prácticas del avance del «imperativo de la reducción». En concreto, la teoría del juego y el estudio de los primates contribuyen a explicar cómo y por qué los seres humanos cooperan y viven en sociedades. Las simulaciones por ordenador de ciertas estrategias de juego («ojo por ojo», «cooperador condicional», «desertar siempre», «firme pero justo», etcétera) muestran que se puede inducir una conciliación y cooperación que continúen indefinidamente, o lo contrario: inextricables recriminaciones mutuas que aumentan vertiginosamente, odio y enemistades de sangre. La construcción del pilar psicológico se beneficiará del atento estudio de estas estrategias y de sus resultados[23].

Confiando en que estos pilares hayan quedado firmemente establecidos, nos ocuparemos a continuación de los elementos concretos de la gran Estrategia de Reducción de la Población.