III. El hambre
El tercer jinete monta un caballo negro, lleva una balanza y una voz dice: «Un litro de trigo por un denario, tres litros de cebada por un denario». La visión que tiene San Juan del hambre es sorprendentemente contemporánea: tanto en la Biblia como en el mundo actual, quién come y quién muere de hambre lo deciden, no los caprichos del tiempo, de la peste, ni siquiera de la guerra, sino la política y el poder adquisitivo. Cuando la voz dice «Un litro de trigo por un denario», sabe que el tráfico resistirá. Para quienes tienen poder para dar órdenes y denarios para pagarla, siempre habrá comida.
Durante la mayor parte de la historia, en todas las sociedades, las crisis alimentarias han sido habituales. En la Europa medieval, una medida de semillas podía producir dos medidas de grano, las cosechas eran exiguas, las reservas se agotaban con facilidad y había hambrunas aproximadamente cada diez o doce años. Aun así, en conjunto, nadie moría de hambre salvo que murieran todos.
En la época moderna, el hambre responde mucho más a las fuerzas del mercado que a escaseces físicas absolutas y rara vez afecta a los acaudalados. Durante la gran hambruna de la patata de 1846-1847 en Irlanda, que mató a cerca de un millón de personas, los grandes propietarios de tierras siguieron exportando alimentos a Gran Bretaña mientras los campesinos pobres morían a su alrededor.
Incluso en las hambrunas clásicas del siglo XX en el Tercer Mundo, como la de Bengala de 1943, que mató a varios millones de personas, las mesas de los ricos siguieron estando repletas. Durante las hambrunas africanas de los años ochenta, no se supo de muertes masivas de burócratas, empresarios y oficiales del ejército… Hoy, tanto en el Norte como en el Sur, haría falta una combinación poco usual de circunstancias —la pérdida total de las cosechas, más una paralización del comercio debida a la guerra o a una calamidad similar— para reducir a los ricos a la desnutrición, y menos aún a la muerte por hambre.
Lo que nos incumbe aquí es probar el valor del flagelo tradicional del hambre como freno para el aumento de la población. Malthus vio que el único «control» fiable sobre los nacimientos desbocados era el hecho de que la producción de alimentos no mantuviera el ritmo de la reproducción humana. Por nuestra parte, creemos que se puede apuntar el arma verde con más precisión que antes, pero que no es la única de la que disponemos. No debe concebirse aisladamente, sino como parte de un arsenal.
Dependiendo de si la comida escasea o abunda, los conflictos que analizábamos antes (y las enfermedades que se examinarán a continuación) se avivarán o se apagarán, se exacerbarán o se atenuarán. Los cuatro jinetes cabalgan juntos, ayudándose mutuamente a pisotear a sus víctimas.
La confusión intelectual y un sentimentalismo alejado de la realidad empañan demasiados debates sobre el hambre y las hambrunas e impregnan la recientísima idea utópica de la seguridad alimentaria[32]. Para empezar, preguntarse —como hacen muchos expertos— si en el futuro «el mundo» puede producir suficientes alimentos para 8.000, 10.000 o 12.000 millones de personas no tiene apenas sentido. Si se paga el precio, y si se tiene suficiente poder político, «el mundo» puede hacerlo casi todo.
La pregunta pertinente se refiere no sólo a los recursos físicos como la tierra, el agua, los aportes agrícolas, las semillas, etcétera, por importantes que sean, sino también al acceso político y económico a los alimentos y a las tierras para cultivarlos, de los países, las clases sociales y los individuos. Abordaremos estos aspectos empleando las categorías económicas tradicionales de oferta y demanda.
La oferta
Recientemente, y en unos cuantos años excepcionales, las cosechas mundiales han alcanzado la marca de 1.900 millones de toneladas de cereales para alimentos. Si se añaden raíces y tubérculos, la producción de cultivos básicos (trigo, maíz, arroz, mijo, sorgo, patata y mandioca) podría ser de hasta 2.500 millones de toneladas, una destacable mejora (de casi el 40%) en relación con 1980. Sin embargo, la tendencia de la producción al aumento constante de las últimas décadas parece, sin embargo, predestinada a invertirse, hasta el punto de que prevemos que en el nuevo milenio habrá una escasez crónica de alimentos.
Pese al bochorno sufrido por anteriores grupos de estudio que pronosticaron la penuria y resultaron errados, asumimos de nuevo el riesgo porque hay una gran cantidad de factores que apuntan hacia esa dirección. Después de años de ir a la par, la antigua verdad malthusiana entra de nuevo en el juego: las tasas de crecimiento de la población superan actualmente los aumentos de la producción alimentaria.
Los remanentes de cereales que van acumulándose son relativamente precarios. La FAO recomienda que se mantengan estables en un 20%, equivalentes a 73 días de consumo mundial. En 1995-1996, después de tres años de disminución de las cosechas, ondeó la bandera roja. Las reservas mundiales se redujeron a 48 días de consumo, el nivel más bajo en 20 años; los precios del trigo y del maíz se dispararon. Las cosechas y las reservas se recuperaron en la temporada 1996-1997 y los precios volvieron a la normalidad. Predecimos que este repunte será temporal, y no una mejora duradera.
Lo más probable es que la producción se estabilice o disminuya, mientras la población sigue aumentando. Por definición, ningún país tiene una oferta ilimitada de tierras, agua, energía, fertilizantes y agricultores. Actualmente, incluso algunos de los más dotados están alcanzando sus límites naturales.
Los límites de la tierra
Los principales productores de cereales del mundo son, por orden descendente, China, los Estados Unidos, la India, Rusia, Indonesia, Francia, Canadá, Brasil, Alemania, Ucrania y Australia. Salvo quizá en Brasil y en los Estados Unidos, tienen poco margen para ampliar el conjunto de la superficie cultivable. Por el contrario, gran parte de excelentes tierras de cultivo son víctimas constantes de la erosión, la contaminación, la salinización o el adoquinado. Si se quiere que la producción siga aumentando, habrá que exprimirla en su mayor parte de las tierras restantes.
China ha dado pasos gigantescos en los últimos 15 años, aumentando su producción alimentaria en casi un 50%. En 1980, la producción de China fue igual a la de los Estados Unidos; hoy, los chinos producen de nuevo un 50% más que los estadounidenses. Hacen falta casi tres cuartas partes de la población activa para lograr esta proeza, y menos del 3% de los estadounidenses cultivan la tierra.
Ahora China se concentra en industrializarse a una velocidad vertiginosa. Aunque, al igual que los Estados Unidos, puede sustituir el capital artificial con capital humano, dudamos seriamente de que pueda repetir los resultados obtenidos en el pasado reciente en la producción de alimentos, y quizá ni siquiera pueda sostenerlos. En cuanto a otros productores, los Estados Unidos cultivan hoy poco más cereal que en 1980 (en parte, es cierto, debido a las subvenciones para las tierras en barbecho). Los graneros estadounidenses, canadienses y australianos dependen de la lluvia y son sensibles al clima, lo que les pone en una posición precaria en una época de calentamiento global.
Rusia y Ucrania también dependen de la bondad del tiempo y su producción cayó en cuanto desaparecieron las subvenciones soviéticas a las fincas estatales. Los cultivos intensivos de cereales en Europa dependen también en gran medida de las subvenciones, que siguen representando la partida más onerosa del presupuesto de la Comunidad. Los desastres ecológicos en Indonesia y la fatiga de la Revolución Verde[33] en la India reducirán aún más el progreso.
En las últimas décadas, buena parte de la mejora de la producción mundial de cereales se ha debido a las variedades de la Revolución Verde, de alto rendimiento y elevados aportes. Algunos expertos afirman que sigue habiendo muchas posibilidades para que se cultiven estas variedades (o semillas genéticamente modificadas) en lugares donde nunca se ha hecho, como en África. En algunos territorios vírgenes, como el cerrado brasileño, puede que las nuevas semillas tolerantes al ácido y resistentes a la sequía hagan que Brasil sea autosuficiente en cereal y tal vez lo conviertan también en exportador.
Los mismos expertos dicen asimismo que se pueden arar nuevas tierras en otros lugares, que el riego o las cosechas dobles o triples en los países más pobres incrementarán los rendimientos. Confían en la tecnología y no ven ningún motivo de alarma, sin observar muchas veces que la deforestación y el pastoreo excesivo exponen las tierras a la erosión, mientras que las cosechas dobles suelen convertirse en sobrecosechas. Todo esto contribuye a que la fertilidad disminuya.
Estas optimistas predicciones pasan por alto varios factores cruciales más. Aunque tal vez los Estados Unidos y Brasil puedan ampliar las zonas de cultivo, la ley de la disminución de los beneficios se aplica aquí igual que en otras partes. Cada unidad extra de producción costará más que la anterior. La poca tierra que quede para ser cultivada en los países más pobres es de calidad relativamente peor y a menudo está situada lejos de los mercados, en zonas que carecen de infraestructuras básicas. Quizá los agricultores que trabajan sus propias tierras estén dispuestos a asentarse en ellas para mejorar su situación, pero si no se hacen costosas inversiones en infraestructura y aportaciones, el cultivo comercial en gran escala parece una apuesta pobre.
Los límites del agua
También se nos dice que el riego puede compensar las pérdidas en otros lugares y elevar la producción como ha hecho en el pasado. Aunque en todo el mundo tan sólo un pequeño 16% de las tierras de cultivo (dos veces y media más que en 1950) son de regadío, estas tierras producen una tercera parte de las cosechas totales de cereales para alimentos. Sin embargo, el agua dulce es un bien cada vez más escaso, y la competencia, por no decir la guerra abierta para obtenerla, está caldeándose entre las naciones, así como entre usuarios agrícolas, industriales y particulares. Los expertos en técnicas agrícolas suelen ignorar las limitaciones sociológicas y políticas.
Desde un punto de vista físico, el agua dulce está mal repartida entre países y continentes. El riego acapara actualmente casi tres cuartas partes de todo el uso a que se destina el agua dulce. En el Sur, el 90% del agua está destinado a la agricultura. ¿Durante cuánto tiempo puede prevalecer esta pauta desigual de captura de recursos cuando la población del Tercer Mundo está emigrando en masa a las ciudades?
En el medio rural chino, pese a su situación desproporcionadamente favorecida, decenas de millones de campesinos de las provincias del norte ya sufren crisis crónicas de agua. Esta escasez de agua para la agricultura, presente o en potencia, a duras penas se limita a China, aunque los chinos se han visto obligados a eliminar al menos un millón de hectáreas de tierras de regadío de la producción. Otros países, desde México hasta Argelia, están afectados de forma similar. El derroche y la mala gestión contribuyen de forma notable a la escasez, pero los límites físicos absolutos pesan aún más.
Los acuíferos se están secando. El agua fósil que existe bajo las grandes llanuras de los Estados Unidos ya está casi agotada. Tierras antes fértiles en Texas, Israel y la India han sido abandonadas por falta de aguas subterráneas. En la antigua URSS, donde se desecó el mar de Aral para regar los campos de algodón, casi tres millones de hectáreas se han convertido en un desierto de sal y ya no sirven para el cultivo.
Los gobiernos tendrán problemas para justificar planes despilfarradores de riego cuando cientos de millones de habitantes de las ciudades carezcan de agua potable. La mayor parte del riego es ineficiente y caro, y los cultivos absorben en realidad poco más de una tercera parte del agua. Aun cuando los sistemas de riego siguieran teniendo agua de sobra, su mantenimiento es caro y exige prestar una constante atención a canales y pantanos llenos de lodo.
Desde el fracaso del mar de Aral hasta las numerosas zonas de la India sometidas a la Revolución Verde, antes de alto rendimiento, la acumulación de sal es común y destruye la fertilidad. En el Sahel, a instancias del Banco Mundial, se han privatizado a precios de saldo tierras que antes se cuidaban en propiedad comunal. La tierra barata, la proximidad de los ríos y la facilidad de obtener un crédito para cultivar arroz con riego han atraído a quienes quieren enriquecerse con rapidez, que utilizan sistemas de riego improvisados y sin canalizar que pueden echar a perder decenas de miles de hectáreas en una o dos temporadas. En pocas palabras, la Revolución Verde parece haberse vuelto marrón y el calentamiento global podría marchitarla más aún.
En cuanto a otros aportes clave, los residuos líquidos de fertilizantes y pesticidas ya están envenenando los suministros de agua potable de muchas regiones del Norte, lo que agudiza más el conflicto entre el uso de agua para fines agrarios y no agrarios.
Los límites del dinero
Las poderosas fuerzas económicas y sociales también limitan la oferta. La propiedad de la tierra, al igual que la propiedad de otros bienes, está muy concentrada en las manos de un puñado de terratenientes acaudalados y ello se ha exacerbado en la última generación, pues la Revolución Verde ha enriquecido a los que ya eran ricos. Los pobres no tienen acceso a la tierra y no podrían intensificar el cultivo aunque estuvieran dispuestos a trabajar más.
Las semillas mejoradas y las tecnologías necesarias para mejorar la producción de alimentos no van a regalarse. Como ocurrió con la inicial Revolución Verde, las nuevas prácticas agrarias serán costosas y sólo podrán disponer de ellas los agricultores en mejor posición económica. Estas técnicas deben difundirse por medio de complejas redes institucionales difíciles de crear y sostener en épocas de austeridad nacional. Incluso si mejorase la producción per se, unas tecnologías más caras producirán necesariamente unos alimentos más caros.
Los países con una gran deuda externa no tienen fondos para invertir en el costoso desarrollo de nuevas tierras ni pueden subvencionar los tipos de programas de extensión agraria y mejora de la tecnología que podrían ayudar a los agricultores tradicionales a producir más. La investigación y el desarrollo agrarios fueron responsables de la mayor parte de las mejoras en el rendimiento en el mundo de posguerra, pero la financiación de la investigación y del desarrollo, que aumentó en un 7% anual en la década de 1970, se ha estancado en la de 1990.
Por todas estas razones, prevemos limitaciones severas, múltiples y que se reforzarán a sí mismas en la oferta, que irán acompañadas de la intensificación de los conflictos por la tierra y el agua. Puede que los optimistas tengan razón al pensar que, en conjunto, la oferta mundial de alimentos puede mantener el ritmo de la demanda de alimentos expresado en dinero. Pero dinero es precisamente lo que no tienen los pobres. Tienen necesidades, acaso tengan hambre, pero el mercado es sordo a ese tipo de demanda. Estudiemos ahora este aspecto de la ecuación mundial de los alimentos.
La demanda
¿Puede «el mundo» alimentar a su población actual de 6.000 millones de habitantes con las cosechas actuales? Esta pregunta es también vana porque todo depende de lo que se entienda por alimentar. Si significa que la producción se divide de forma que todos reciben una ración vegetariana idéntica, compuesta por cereales o tubérculos, con un mínimo de proteínas procedentes de guisantes, judías y legumbres y por un total apenas suficiente de 2.350 calorías diarias, entonces la respuesta es «sí». En circunstancias de absoluta igualdad y de voluntad universal de consumir una dieta básica, monótona y apenas suficiente para vivir, «el mundo» puede alimentar a su población actual y a unos cuantos habitantes más[34].
Si, por el contrario, significa que una cuarta parte de la dieta de cada habitante procede de productos animales (que son calorías concentradas) y que las personas también pueden consumir diversas frutas, verduras y aceites (y, desde nuestra privilegiada posición, añadiríamos vinos y cervezas), entonces la respuesta es rotundamente «no». En ese caso, partiendo de la base de las cosechas actuales, «el mundo» sólo puede alimentar a algo más de 3.000 millones de personas, aproximadamente la mitad de las que viven en la actualidad. Sea cual fuere la hipótesis, es puramente académico proceder como si la oferta de alimentos siempre se repartiera por igual y como si quienes pueden permitirse un régimen más satisfactorio se contentasen nada más que con pequeñas porciones de cereales y legumbres básicas.
No nos ocupamos aquí de la necesidad biológica, o lo hacemos sólo en cuanto que el hecho de no satisfacerla puede contribuir a que se eleve la mortandad. La demanda de alimentos ha de examinarse estrictamente a la luz de la capacidad adquisitiva, ya que los alimentos son un artículo como cualquier otro. Quienes pueden permitirse comer lo que quieren rara vez son vegetarianos. Desde el punto de vista estadístico, no lo son nunca. En todas las sociedades, en todas las épocas, cuando se dispone de ingresos extraordinarios, éstos se dedican a mejorar la dieta. Cuando los más acomodados formulan su demanda, en dinero contante y sonante, de más productos animales, la oferta sigue a esa demanda.
Las tierras cultivables se convierten entonces en tierras de pastoreo. Pese a la presencia de un gran número de personas hambrientas y desnutridas en muchos países, el dominio sobre los alimentos de los más prósperos hace que los cultivos destinados a pienso desplacen a los de alimentos básicos: el sorgo para el ganado sustituye al maíz para las personas en México, la soja sustituye a las judías en Brasil, se siembra mandioca en lugar de arroz en Tailandia, y así sucesivamente.
Estos cultivos se exportan a menudo como pienso destinado al ganado del Norte. Los cambios en el uso de la tierra reflejan directamente los conflictos por los alimentos entre los consumidores más ricos y los más pobres, con independencia del lugar donde vivan. Los pobres pierden por partida doble: no sólo no pueden permitirse consumir productos animales, sino que el precio de sus propios alimentos básicos sube a medida que disminuye su superficie de producción.
Los moralistas actúan como si todos debieran comer la misma dieta básica y aburrida para tener en cuenta de algún modo a los pobres. Virtuosos y autoproclamados portavoces disfrutan apuntando con sus dedos acusadores a las mascotas occidentales, que comen mejor que muchos seres humanos. Y esto es así porque sus amos son libres de gastar sus ingresos como mejor les parezca.
El argumento de los perros y los gatos es una variación del tema de denunciar las lujosas exportaciones de comida de países pobres y hambrientos para las ricas mesas del Norte. A nadie sorprende que nunca se haya demostrado de qué forma la reducción del número de perros y gatos o de fresas y aguacates en diciembre podría proporcionar una sola comida decente para el estómago de una sola persona desposeída que careciera de medios para pagarla.
Comercio de alimentos y ayuda alimentaria
En cuanto al conjunto de la demanda de fuentes solventes, las importaciones comerciales de cereales han permanecido notablemente estables durante más de un decenio en alrededor de 200 millones de toneladas al año. Para los países que sufren déficits e incapaces económicamente de adquirir suficientes cereales en los mercados comerciales, la ayuda alimentaria en la década de 1990 ha sido relativamente generosa (entre 10 y 15 millones de toneladas al año).
Creemos que estos factores deben cambiar. Las importaciones comerciales que realizan países solventes con déficit de alimentos aumentarán, mientras que la ayuda alimentaria siempre disminuye a medida que aumenta la oferta. El récord de la ayuda alimentaria se alcanzó en el abundante año de 1993, cuando se regalaron o se vendieron exentos de impuestos 16,8 millones de toneladas en todo el mundo.
Sin embargo, en 1996-1997, las cosechas menos abundantes habían hecho que la ayuda alimentaria cayera a 7,5 millones de toneladas, una cuarta parte menos que el año anterior y una señal de lo que iba a venir. Según el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, si se consideran sus necesidades básicas de nutrición, 65 países en los que vive aproximadamente la mitad de la población mundial necesitan ya 22 millones de toneladas de ayuda alimentaria.
China es, una vez más, un factor crucial en la ecuación. Resulta inquietante que, pese a ser el mayor productor de cereales del mundo, sea ya el segundo importador; sólo por detrás de Japón. Corea, Egipto, Brasil y México van a continuación de estos dos clientes asiáticos: todos tienen ahora problemas económicos. Lester Brown, uno de los más conocidos malthusianos de nuestros días, argumenta de forma contundente y creíble que China se convertirá en el mayor actor desestabilizador en la escena alimentaria mundial.
Algunas de las imágenes de Brown son sorprendentes: si China quiere alcanzar su meta oficial de aumentar el consumo de huevos anual de 100 a 200 por persona, necesitará 1.300 millones de gallinas que engullirán el equivalente a toda la producción de cereales de Australia (alrededor de 26 millones de toneladas). Si cada chino adulto se bebe sólo tres cervezas más al año, la cuenta del bar será un millón de toneladas más de cereal[35].
Por tanto, el impacto de la mejora de la dieta china será tremendo para el resto del mundo. Dado que China cambió oficialmente su política agraria en 1978 «de un sistema de responsabilidad colectiva a uno de responsabilidad familiar», el progreso del país ha sido espectacular. La ley de que el aumento de la riqueza va seguido inexorablemente del aumento del consumo de productos de origen animal se aplica a China al cien por cien. Entre 1978 y 1992, el consumo de carne de cerdo per cápita se multiplicó casi por dos y medio, pese al aumento de la población en 200 millones de habitantes. Otros artículos alimentarios para personas acomodadas han registrado un aumento similar de la demanda.
China también ha decidido, desastrosamente en nuestra opinión, desarrollar un sistema de transportes basado en el automóvil. Millones de hectáreas de tierras de cultivo están destinados a convertirse en autopistas y aparcamientos. En el sur, donde la industrialización avanza con rapidez, ya se están perdiendo enormes superficies fértiles que producían regularmente dos o tres cosechas al año a manos de la urbanización y la contaminación, probablemente a un ritmo de un millón de hectáreas al año.
Así pues, no es probable que China siga siendo autosuficiente en alimentos. Pero es sumamente solvente y puede permitirse, con los precios actuales, importar la cantidad de cereal que pueda necesitar. Lester Brown ofrece otra sorprendente comparación: el superávit comercial de China sólo respecto de los Estados Unidos —30.000 millones de dólares en 1994— le habría permitido comprar todo el grano de los mercados mundiales de ese año. Las reservas de efectivo y las necesidades de importación en potencia de China son precisamente el problema para otros clientes necesitados.
Se prevé que la demanda de cereales de China aumente en un tercio entre la actualidad y el 2020, pasando de 450 millones de toneladas a 594. Debido a las mejoras en la dieta, el 40% de esa demanda será de cereal para fabricar pienso. Se espera que China, que sólo importó tres millones de toneladas de cereales en 1991, importe 40 millones de toneladas en el 2000, antes de estabilizarse en alrededor de 43 millones en el 2010, o eso dicen los expertos (dos chinos y un estadounidense) que informan a la OCDE.
Dependiendo de numerosas variables, como el tiempo, la introducción de variedades de alto rendimiento, una conversión más o menos eficiente de pienso en carne, las tasas de urbanización, la velocidad del cambio de la dieta y el crecimiento de la población, estas proyecciones podrían ser demasiado bajas o demasiado altas. Aun así, indican la tendencia. La defensa nacional y la ideología también exigen que el gobierno chino vigile estrechamente el equilibrio entre autosuficiencia e importaciones[36].
He aquí, pues, un enorme y poderoso país sometido a un desarrollo industrial rápido y que ya tiene una clase media importante. ¿Tratará de satisfacer a sus propios consumidores pese a los costes económicos o humanos que ello supondría para otras personas que viven al otro lado de sus fronteras? China tendrá una temible capacidad para afectar a las reservas y a los precios mundiales de grano.
Si, tal como prevemos, la demanda de China hace subir los precios a medio plazo, el aumento podría ser oneroso, incluso catastrófico, para algunos de los principales aliados de Occidente. Las necesidades de importación de alimentos de Japón se han estabilizado, pero no van a disminuir. Los principales compradores, como Corea y México, son ahora miembros de la OCDE; ambos son víctimas de la crisis económica y Occidente no puede permitirse el lujo de abandonarlos. Egipto, otro gran importador, es la clave para la estabilidad en Oriente Medio. Con la posible excepción de Corea, cuya capacidad adquisitiva se ha visto muy mermada por la devaluación, se prevé que la demanda comercial de todos estos importadores de alimentos aumente a medida que lo haga su población.
Al igual que cualquier otra producción, la producción de cereales responde lógicamente a las señales del mercado. Pero incluso con mejores precios, no existen garantías de que la oferta mundial pueda aumentar para satisfacer una demanda enormemente superior. Otro factor de desestabilización, que pasa casi desapercibido, es la emigración del campo a la ciudad. Se puede convertir a un campesino en un obrero; pero no se puede convertir a un obrero en un campesino. Salvo en algunas zonas de África, una vez que un campesino se ha convertido en un habitante de la ciudad, no regresa al campo y, si lo intenta, se encontrará con que su lugar ya ha sido ocupado.
También se puede sustituir la mano de obra con capital. Por eso menos del 3% de los estadounidenses sigue cultivando la tierra. Pero los países deben tener primero dinero en efectivo para invertir en maquinaria y abonos.
Prevemos un aumento de la demanda y un acaparamiento de la oferta por los clientes solventes, lo que se traducirá en una subida de los precios y en la creación de nuevas tensiones entre los países poseedores y los desposeídos, y entre los incluidos y los excluidos dentro de cada sociedad.
Soluciones y recomendaciones
Estas tendencias de la oferta y de la demanda son casi totalmente favorables a nuestros fines. ¿Dónde hace falta realizar un esfuerzo extraordinario en términos de ERP?
La erosión, la salinización, la contaminación y la urbanización continuarán por sí solas. Sostenerlas y fomentarlas exigirá poco más que las políticas y sangrías económicas actuales (incluida la deuda y el pago de la deuda) para que contribuyan a limitar la oferta de alimentos y a subir los precios.
La monopolización del mercado por un puñado de compradores solventes como China y Japón servirá también a los objetivos de la escasez y de la subida de los precios de los alimentos. Habida cuenta del libre mercado y de la capacidad de estos clientes de pago de cubrir económicamente sus necesidades de alimentos, no podemos decir con exactitud dónde podrán concentrarse las víctimas del hambre salvo que encajarán en nuestro principal grupo-objetivo de personas superfluas en los países pobres.
Pese a la existencia de los factores que frenan la producción de alimentos, hay ciertas políticas que podrían fomentarla. Recomendamos que los solicitantes del Informe se concentren en bloquear estas vías.
Prevención de remedios
A pesar de la limitación de tierras, agua y capital, existe un recurso alimentario oculto que tiene un auténtico potencial para mejorar a bajo coste la oferta agraria. Las pérdidas de cereales y de otros alimentos que se producen después de la cosecha equivalen actualmente a entre el 8 y el 25% del producto total cosechado, dependiendo del país y del clima. Enormes cantidades se echan a perder debido al uso de técnicas precarias de almacenamiento incapaces de hacer frente a los ataques de hongos, insectos, roedores y otras plagas.
Cuanto más centralizado sea el almacenamiento, más aumentan las oportunidades de que se produzcan pérdidas. Los proyectos de desarrollo y las transferencias de tecnología agrícola a países dependientes deben tratar de reducir el almacenamiento local en pueblos y fincas en favor del uso de instalaciones grandes, centralizadas, ubicadas en las ciudades, donde las infestaciones pueden propagarse con más rapidez y causar más daños. La reducción de reservas intermedias también contribuye al alza de los precios y a limitar el acceso a los alimentos. La reducción drástica de las pérdidas posteriores a la cosecha sería sumamente rentable, por lo que deberá impedirse.
La segunda propuesta que podría mejorar el acceso a los alimentos de un número significativo de personas es política, es decir, la reforma agraria y el apoyo a los pequeños agricultores, especialmente a las agricultoras. Esta contraestrategia es menos amenazadora para las ERP que hace algunas décadas, pues la mayoría de los gobiernos ya ha optado por eliminar los planes del tipo de la Revolución Verde para favorecer a los agricultores comerciales políticamente influyentes y las zonas más dotadas. Los donantes, por sus propios motivos, han propiciado también estas políticas, de forma que los pequeños agricultores sufren actualmente más desventajas que nunca.
Mientras que la reforma agraria fue una cuestión viva en muchos países hace dos o tres decenios, vemos poco peligro de que se reavive ahora. No sólo hay menos campesinos, sino que la capacidad política del campesinado para resistirse a las fuerzas del mercado ha disminuido significativamente. Los gobiernos han aprendido a respetar las estrictas normas del ajuste estructural y ahora someten a la agricultura a las mismas políticas liberales que a cualquier otro sector.
Por ejemplo, en Egipto, una ley recién promulgada anula las medidas de reforma agraria de décadas anteriores para que las rentas se determinen de nuevo en función del mercado y los propietarios puedan expulsar a voluntad a los arrendatarios que una vez gozaron de una tenencia sin límites e incluso hereditaria.
La reforma agraria mexicana quedó consagrada en el sacrosanto artículo 27 de la Constitución, que creó los ejidos o tierras comunitarias con derechos de uso individuales. Ahora el artículo 27 se ha reformado dentro del conjunto de medidas destinadas a respaldar el Acuerdo Norteamericano de Libre Comercio (NAFTA). La Constitución adaptada permite la privatización y la propiedad extranjera de los ejidos y ha abierto las cooperativas y las tierras comunitarias a las mismas fuerzas del mercado que cualquier otra propiedad inmobiliaria. Los efectos están empezando a extenderse: en 1995, la producción de maíz básico se había estancado y México importó la cantidad récord de 10 millones de toneladas de cereales, más de una cuarta parte de su consumo anual.
Algunos movimientos de oposición como la tan idealizada rebelión de Chiapas en México se niegan a aceptar estas duras realidades. Tendemos a ver estas protestas como la última boqueada y no como una recuperación de energías. Los agricultores deben competir en el mercado como cualquier otra persona. Ya existen casi todos los instrumentos legales necesarios para facilitar esta competencia; la mayoría de los gobiernos sufren presiones para liberalizar el comercio de alimentos y abrir sus mercados a importaciones (momentáneamente) baratas. En cualquier caso, estos gobiernos prefieren ver a sus agricultores produciendo valiosas cosechas para la exportación y no materias primas para hacer tortillas.
Siempre que se mantengan estas condiciones, la concentración de la tierra y la invisibilidad de los pequeños agricultores deberán seguir estando a la orden del día. Tanto mejor, pues estos agricultores invisibles son los únicos actores que, con apoyo técnico y político, podrían aumentar de forma significativa el rendimiento y la disponibilidad de alimentos locales.
Desde un punto de vista ideológico, si es que surge el debate, la reforma agraria debe presentarse como una cuestión de antaño, reemplazada ahora por la eficiencia de la industria agropecuaria. Hay que rechazar la agricultura campesina y sus técnicas como algo anticuado y en desuso. Pero, ¿qué técnicas son, exactamente, modernas? Esta cuestión nos lleva a la importante y en gran parte incomprendida área de la biotecnología y de las cosechas manipuladas genéticamente respecto de las cuales propugnamos un punto de vista posiblemente poco grato.
La caja de Pandora
Muchos observadores y numerosas empresas transnacionales químicas, farmacéuticas y de semillas promocionan el uso de la biotecnología y de la ingeniería genética como la última panacea para combatir el hambre en el mundo. Queremos manifestar todo nuestro apoyo a los cultivos creados gracias a la ingeniería biológica siempre que estas plantas se cultiven exclusivamente en el Sur, donde el objetivo es reducir la disponibilidad de alimentos y aumentar el hambre y la hambruna como freno de la población. Hasta ahora, se viene aplicando justo la estrategia contraria: las cosechas genéticamente modificadas se extienden con rapidez en el Norte, pero se consideran «demasiado sofisticadas» o «demasiado caras» para usar en el Sur.
A riesgo de incurrir en el desagrado de los solicitantes, que podrían tener lazos con las industrias participantes, no podemos aprobar los intereses estrechos y a corto plazo de una parte de la comunidad empresarial transnacional, pues consideramos que actúan contra los intereses superiores del sistema económico globalizado.
Pese a las limitaciones de espacio, que nos impiden hacer un análisis completo de la bibliografía científica relativa a la biotecnología y a las plantas modificadas genéticamente, trataremos de justificar esta postura en síntesis. Sin embargo, los datos a los que nos hemos visto enfrentados nos han convencido de que la ingeniería genética vegetal fracasará, con independencia de lo que digan los científicos de las compañías.
Estas plantas modificadas pueden ser, sí, armas eficientes, pero contra quienes las empleen. Los experimentos de laboratorio in vitro y los limitados ensayos realizados sobre el terreno no pueden reproducir las complejidades del medio ambiente in vivo ni sustituirlas. No sólo vemos riesgos, sino efectos secundarios futuros tan graves que superarán con creces cualquier beneficio que se pueda obtener del uso de estas variedades.
La tolerancia a los herbicidas lograda por modificación genética de las plantas (la característica que permite fumigar campos enteros en cualquier momento del ciclo de crecimiento, matando teóricamente las malas hierbas y dejando intacto el valioso cultivo) producirá con rapidez una resistencia a las plagas y a las super malas hierbas. En 1993-1994, la tolerancia a los herbicidas fue la característica de la planta que se probó en el 36% de los ensayos realizados en campos.
Una mala hierba (que en diferentes circunstancias podría ser una buena hierba) expuesta reiteradamente a un herbicida determinado desarrollará una tolerancia hacia ese producto, por lo que harán falta dosis cada vez más elevadas para controlarla. La fumigación constante dejará residuos químicos crecientes en el suelo y en las cosechas. Y es sabido que los herbicidas reducen la fertilidad del suelo, matan las lombrices de tierra y los insectos beneficiosos y contaminan el agua.
Las plantas modificadas biológicamente que liberan sus propios insecticidas en lugar de tolerar el herbicida Marca X (el 32% de los ensayos de campo realizados en 1993-1994 fueron para probar esta característica) son el equivalente en el reino vegetal de un fumigador permanente de productos químicos. Estas plantas pueden matar en última instancia a una gran diversidad de organismos, incluidos los útiles. Las toxinas que emiten pueden sobrevivir en el suelo durante largos períodos y siguen siendo potentes varios meses después de recogida la cosecha. Esto significa que los insectos también se verán expuestos a ellos durante toda su vida.
La exposición constante crea fuertes presiones de selección a los superbichos resistentes a las toxinas, que podrían comenzar a alimentarse de otros cultivos distintos de aquel del que se alimentaban en exclusiva originalmente. Según su propio fabricante (Monsanto), una planta de algodón modificada genéticamente que libera un insecticida, que se ha sembrado ampliamente en el sur de los Estados Unidos, mata al 80% de los gusanos que se comen las cápsulas de algodón. Pero, como señala un científico, «el 80% de mortandad es exactamente lo que utilizan los investigadores cuando quieren producir insectos resistentes»[37].
Hubo un tiempo en que los científicos creían que eran imposibles las transferencias de genes entre especies distintas; ahora se sabe que son habituales. Los genes no son permanentes, así que los efectos de la resistencia podrían propagarse a una gran diversidad de organismos: plantas, animales, y no resulta inconcebible que también en los seres humanos. Los genes viajeros, cruzados con super malas hierbas, podrían producir híbridos invasivos. Una vez que un gen ha escapado a un entorno mayor, no puede ser atrapado de nuevo. De modo similar, las plantas criadas para resistir determinados virus pueden provocar el desarrollo, mediante recombinación, de nuevos virus más virulentos que los que se dan de forma natural.
Antes de que ponerlo en circulación general, se descubrió casualmente que una bacteria «perjudicial» (la klebsiella planticola) cuando es modificada genéticamente, provoca cambios imprevistos en los ecosistemas del suelo. La bacteria fomentaba la reproducción explosiva de nematodos que podían destruir semillas. Por fortuna, en este caso, los ensayos de campo se realizaron sólo en terrenos experimentales.
Ya se ha conseguido una variedad de maíz resistente a los antibióticos; no se sabe aún si esta resistencia puede transmitirse a otros organismos de la cadena alimentaria, incluidos los seres humanos. Los conocimientos actuales sobre los sistemas ecológicos y efectos secundarios no deseados son aún rudimentarios.
En nuestra opinión, las consecuencias no deseadas de las plantas modificadas por ingeniería genética son una cuestión de cuándo se producirán y no de si llegarán a producirse o no. Aunque muchas de estas plantas ya han escapado y aunque muchos científicos de empresas mostrarán su contundente desacuerdo, instamos a que los cultivos modificados por ingeniería genética, si es que son necesarios, se limiten a países pobres y populosos, pues en caso contrario serán ellos los que se rían los últimos.
Los caminos menos concurridos
Entre otras ERP basadas en los alimentos y el hambre, hacemos hincapié en las siguientes:
- Una mayor liberalización del comercio. El libre comercio agrícola sitúa a los agricultores del Tercer Mundo, más pobres y débiles, en una competencia mucho más directa con sus homólogos, sumamente mecanizados, del Norte. Además, éstos, pese a las normas internacionales, probablemente continuarán recibiendo subvenciones, encubiertas o no. En unos años, las grandes cantidades de cereales importados a bajo precio en los mercados locales borrarán del mapa a numerosos pequeños propietarios en situación límite y vulnerables.
- Las técnicas agrícolas modernas y la reducción de la diversidad de cultivos. Hay que contrarrestar la tendencia de los pequeños agricultores a guardar semillas a fin de garantizar la diversidad genética, si es necesario proporcionando semillas modernas y genéticamente uniformes a un precio inferior al de su coste o incluso gratuitamente. Las plagas se desarrollan con más fuerza en circunstancias de homogeneidad, y los monocultivos son más susceptibles a las enfermedades que los cultivos mixtos o intercalares. La agricultura para la exportación se basa casi siempre en la uniformidad; hay que forzar que los cultivos de alimentos sigan los mismos patrones.
- Potenciación de la Revolución Verde. Las técnicas de la Revolución Verde aumentan inicialmente la producción, pero exigen comprar semillas y aportes manufacturados que normalmente están fuera del alcance de los agricultores más pequeños y pobres. También se les puede disuadir con rentas más elevadas, la cancelación de la tenencia y otras medidas contra la reforma agraria.
- La ayuda alimentaria, aunque está disminuyendo, puede seguir empleándose con buenos resultados si se comprende bien la cuestión fundamental de la programación. La ayuda alimentaria debe llegar justo antes de la recogida de las cosechas locales o coincidir con ella. Incluso si estas cosechas son más pequeñas que lo previsto, la llegada de una cantidad importante de alimentos extranjeros hará que los precios locales caigan por debajo del nivel remunerativo para los agricultores locales. Se puede contratar a organizaciones benéficas para que ayuden en la distribución. Cuando se haya empezado a depender de las semillas importadas, habrá que programar asimismo su entrega para que coincida con períodos de siembra inadecuados.
La hambruna
Contrariamente a la creencia habitual, las hambrunas importantes son relativamente raras. Por eso nos hemos centrado mucho más en las posibilidades de limitar los suministros de alimentos y de provocar el hambre y la desnutrición que, si bien no provocan muertes directamente, preparan el terreno al cuarto antiguo jinete, la Peste, cuyo homólogo moderno encontraremos en el siguiente apartado.
Sin embargo, la hambruna puede aún ser una herramienta significativa para las ERP en algunas zonas limitadas. Otra idea falsa común es que la hambruna está causada por la sequía, las inundaciones u otros desastres naturales. La sequía es muy diferente en Iowa y en África, y las hambrunas sólo se producen cuando un gran número de personas ha agotado sus reservas —de alimentos, de dinero, del cuerpo humano—. Las primeras señales de alerta de una hambruna son conocidas: una repentina subida de precios en el mercado de alimentos, ventas de joyas y de otros objetos de valor, emigración en busca de trabajo, consumo de alimentos que normalmente no se comen.
Cuando se observan estas señales, lo más importante es no intervenir. Además, en ese momento, un desastre natural puede contribuir a que se desencadene una crisis de alimentos. Por tanto, vale la pena reflexionar sobre las formas de desorganizar estos posibles factores precipitadores, como el control de las inundaciones o la eliminación de la langosta. La guerra, como ya hemos visto, es otra herramienta sumamente eficaz para crear masas de personas vulnerables.
Los desastres naturales y los provocados por el hombre causaron el desplazamiento de alrededor de 50 millones de personas en 1996, bien dentro de sus propios países, bien convirtiéndolas en refugiados. Cuatro quintas partes de estas personas dependían totalmente de la ayuda internacional para sobrevivir. Las emergencias de todo tipo tuvieron un coste económico de cerca de 1.000 millones de dólares anuales en la década de 1960, de 3.000 millones en la de 1970, y de 9.000 millones al año en la de 1980. Se calcula que en la década de 1990 serán aún más elevados.
Las Naciones Unidas ya dedican más del 50% de su presupuesto a la ayuda de emergencia, frente al 25% en 1989. En los próximos años, la tarea será desalentar por todos los medios posibles —intelectuales, políticos, físicos— las intervenciones costosas para salvar a personas insalvables.
Otro argumento contra la ayuda humanitaria en épocas de hambruna lo ofrece la conducta de las elites del poder locales. Se puede contar con los compatriotas más acaudalados de los vulnerables para reforzar nuestras estrategias de reducción de la población y disuadir a los buenos habitantes del Norte de que supliquen ayuda. Los terratenientes y comerciantes con reservas de grano hacen fortunas en épocas de crisis de alimentos y no van a regalar sus reservas. Los caudillos podrían retener a su propio pueblo en calidad de rehén para atraer la ayuda humanitaria. Y cuando ésta llega, son ellos quienes la controlan.
Estos líderes de facciones pudieron utilizar durante un tiempo a una de las dos potencias de la guerra fría para financiar sus actividades expansionistas. Ahora que esta opción ha desaparecido, han descubierto que la hambruna y la compasión internacional les servirán igualmente. Los organismos humanitarios que teóricamente reparten la ayuda no tienen libertad para socorrer a las víctimas, como podría parecer. Aun cuando estén en condiciones especialmente buenas para comprender cómo se les está utilizando, estas organizaciones están atrapadas. Si denuncian a los caudillos, se verán obligadas a salir del país y abandonar a las víctimas de la hambruna. Si no lo hacen, le dan visibilidad internacional al dictador local y lo invisten de una legitimidad espúrea.
Recomendamos que se explique a la opinión pública que dar esos sobornos a dictadores de pacotilla es peor que no dar nada; que humanitario no significa necesariamente bueno. Naturalmente, desde el punto de vista de los caudillos, la hambruna —y, por tanto, la ayuda— debe durar el máximo posible. Nuestro argumento sería, por el contrario, «acabemos de una vez con ello cuanto antes».