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—No avances ni un centímetro más, cabrón —fue lo siguiente que vociferó Kaja, y Mats necesitó unos instantes hasta comprender que no se dirigía a él, sino a Valentino, que había aparecido de nuevo en la zona de paso a la clase business al oír el disparo—. Lárgate o nos caemos todos al vacío.
Kaja presionó la pistola directamente contra el cristal de la ventanilla de una puerta de salida.
—Calma, mucha calma —dijo Mats, que no sabía qué pasaría si Kaja apretaba el gatillo.
En las películas quedaban absorbidas todas las personas que se hallaban en la inmediata cercanía debido a la diferencia de presión. No tenía ni idea de si en la realidad sucedía eso, pero no deseaba averiguarlo bajo ningún concepto.
Avanzó hacia Valentino, que parecía paralizado mientras miraba fijamente a la madre muerta en el suelo.
—¿Adónde va?
—Por favor, solo quiero entregarle la criatura.
Mats tendió al auxiliar de vuelo el bebé, que desde la detonación berreaba a pleno pulmón.
—Llévelo a un lugar seguro —le dijo a Valentino, sin saber dónde podía haber alguno a bordo de este avión. Luego corrió la cortina de nuevo y regresó donde Kaja.
Ella estaba sudando y sus pupilas parecían haberse estrechado. Eran señales de un estado psicológico excepcional, tal vez también producto de la intoxicación. Fuera lo que fuese, la situación había cambiado irrevocablemente. Kaja se había convertido en una asesina. La inhibición de ataque había fallado y ella volvería a hacerlo, además enseguida, a no ser que alguien la frenara en seco. Y el único que estaba en disposición de hacerlo aquí, a bordo, era él. Su psiquiatra, que conocía las heridas de su alma tan bien como ninguna otra persona en el mundo.
Él se arrodilló. Le tomó absurdamente el pulso a Salina, pero tenía que hacer algo para comprender aquel horror. Un pensamiento atroz se encendió en su interior como una llama: «Si Salina era la “voz”, entonces la única persona que se encontraba al tanto del destino de Nele, ¡está ahora muerta!».
—¿Dónde está mi hija? —preguntó, obligado a formular esa pregunta, aunque estaba seguro de que Kaja no lo había engañado antes.
—No lo sé, de verdad —contestó ella, y él volvió a creerla.
Mats cerró un instante los ojos y se concentró. Se levantó.
—Ya ha pasado todo —dijo débilmente, tanto para sí mismo como para la asesina de Salina. Señaló con el dedo al cadáver en el suelo—. Esta persona ya no ejercerá ningún poder sobre usted. Ya puede deponer el arma.
—No.
—¿No?
Él buscó la mirada de Kaja, pero ella la rehuyó.
La joven estaba sudando intensamente, un sarpullido desfiguraba su cara pálida y un hilo de babas salía de su boca. La intoxicación comenzaba a manifestarse en ella, y Mats contaba con oír una segunda detonación de un momento a otro.
—¿Sigue sin entenderlo? —le preguntó ella.
Se había acabado la jugada, no había ya salvación. Ni para él, ni para Nele y, de ninguna manera, para Kaja, que se había ejecutado a sí misma. Lo único que todavía estaba a su alcance era impedir una catástrofe aún mayor. Y este era el único motivo por el cual conversaba con Kaja en lugar de derrumbarse ante ella entre llantos.
—Aún me quedan muchas cosas por entender, pero ahora sé lo suficiente para hacerme una idea aproximada del conjunto —dijo él con toda la calma que pudo.
El mundo a su alrededor se había encogido. El avión y todas las personas que iban dentro habían dejado de existir para él. Tan solo estaban Kaja y él, y las palabras que fueron encontrando como por sí solas el camino hacia su boca:
—Amelie era la esposa de Klopstock y pretendía estimular el negocio de los test de idoneidad psicológica de la misma forma que comenzó a debatirse su uso en pilotos tras la tragedia de Germanwings. Supongo que se trata de las pruebas de laboratorio de Klopstock y de los carísimos test psicológicos, pero también de los análisis de sangre, con los cuales se puede averiguar si los pasajeros o la tripulación toman psicofármacos. Para ello se precisa de una ley y, con objeto de ponerla en marcha, se requería un incidente a bordo de un avión como el que usted ha provocado aquí hoy. Amelie Klopstock le prometió una inmensa suma de dinero si colaboraba y, dado que usted se sentía engañada por todo el mundo, pensó al menos en resarcirse asegurándose ese dinero a modo de indemnización. Pero entonces vio quién había grabado el vídeo y se dio cuenta de que Amelie no la había contemplado como una socia de igual a igual, sino que la había manipulado desde el principio como a una marioneta.
—¡Bravo! —Kaja imitó el movimiento de un aplauso—. Lo ha comprendido. Y, no obstante, me pregunto: ¿cómo se puede ser a la vez tan inteligente y tan tonto? Amelie era una manipuladora, pero yo, doctor Krüger, y esto es algo que no ha entendido nunca, soy mil veces peor. Yo quise hacerlo.
—¿El qué?
—El asesinato en masa.
Mats asintió con la cabeza.
—Sí, ya hablamos de eso. Deseaba vengarse por el vídeo y matar a todos los que la estaban poniendo verde.
—No. No estoy hablando del segundo intento, sino del primero.
—¿Cómo dice?
—Lo planeé con Peer.
Mats contuvo el aliento.
¿Qué acababa de revelarle Kaja en ese momento?
—Yo era su novia. Por eso no quería saber nada de otros chicos, me daba igual lo que dijeran las chicas de mi pandilla. Él lo era todo para mí. Quería ayudarlo a denunciar a los cabrones que lo acosaban y le hacían la vida imposible.
«Más claro que el agua».
Habría querido darse de puñetazos en la cabeza.
«¿Cómo pude pasar por alto ese detalle en todas nuestras conversaciones?».
Eran una pareja, un equipo. Cómplices.
«Así que por eso Peer tomó a Kaja como rehén».
No por casualidad, sino con plena consciencia.
—Pero no lo conseguí. No fui lo bastante valiente. Tampoco quería que matara a las chicas de la ducha. Solo quería que acabara. En el vestuario follamos por última vez. Después íbamos a dispararnos un tiro juntos, pero yo fui demasiado cobarde, así que me dijo que me marchara.
—Pero usted regresó.
«Para un último, un íntimo beso de despedida».
Kaja asintió con la cabeza.
—Y posteriormente se publicó el vídeo de mi supuesta violación, que en realidad fue voluntaria. Y los comentarios de mis compañeros de escuela no abrieron ninguna herida, sino que me recordaban mi cobarde traición por el miedo que había sentido y por haber dejado en la estacada a Peer.
—Así pues, ¿volvió a ponerse en marcha para completar la obra de él con un segundo asesinato en masa?
—Para subsanar mi error. Para saldar mi deuda. Peer era mi novio, pero nunca estuve a su lado en público, cuando los demás lo imitaban sin gracia, cuando se burlaban de él, cuando le pinchaban las ruedas de la bici. Solo quedaba con él a escondidas de los demás, sin que las chicas de mi pandilla lo supieran. Él era igual que yo. Éramos almas gemelas. Cuando quedábamos en secreto y escuchábamos la misma música, fumábamos hierba y hablábamos de la muerte, entonces me daba cuenta de lo mucho que nos unía.
Mats se llevó inconscientemente la mano a la nariz, como hacía a menudo cuando se concentraba, y recibió el castigo de un dolor punzante.
«En el fondo, el diagnóstico es muy sencillo».
Dos adolescentes tímidos, con problemas de comunicación, se sentían incomprendidos. A uno lo acosaban; la otra estaba desgarrada interiormente; como les ocurre a tantos adolescentes, no habían encontrado ninguna válvula de escape para sus emociones y planearon una acción conjunta que tuviera mucho eco. El estallido de un volcán que no pudiera dejar indiferente a nadie.
Mats comprendió que en realidad nunca había entendido nada en las sesiones de terapia con Kaja. Todo ese tiempo había creído que la injusta campaña de difamación, la burla mordaz y las infames injurias de sus compañeros por el vídeo de la supuesta violación le habían provocado un trastorno de embotamiento postraumático, cuando en realidad había sido la relación enrevesada y secreta con Peer Unseil la que la había perjudicado. La vergüenza de no haber estado a su lado al final, pese a haberlo planeado así. Era una culpa que podía devorar a una persona por dentro como un ácido. Eso lo sabía Mats por propia experiencia, pues también a él lo atormentaba esa culpa, desde que se levantó de al lado del lecho mortuorio de su esposa y se fue como un cobarde.
Mats tragó saliva con dificultad y trató de reprimir esa desesperación paralizante que iba acompañada de la impotente certeza de no saber cómo podía ser de más ayuda a su hija. Pero sabía que Nele no habría querido que murieran más personas por ella. Así que trató de mantener la comunicación con Kaja.
—Así que un año después regresó a la escuela con un arma cargada para completar la acción de Peer.
Kaja suspiró con tristeza.
—Deseaba concentrarme. La calma antes de la tormenta. Fui al baño y allí vi esa pegatina. Ayuda psicológica de emergencia. Esos estúpidos chismes estaban colgados por todas partes en la escuela desde la primera vez y, maldita sea, volví a achantarme.
—Porque usted no es ninguna asesina —enfatizó Mats, y Kaja se rio con cinismo y miró al cadáver que estaba a sus pies.
—¿Ah, no?
—No mata a inocentes.
—No hay nadie inocente. Usted el que menos, doctor Krüger. Fue el que lo fastidió todo.
—¿Con mi terapia?
—Tratando de disuadirme. Con sus frases inteligentes y comprensivas, me arrebató mi deseo más ardiente, irme de este mundo con un tiro limpio, sonoro. Sueño con eso desde que tengo uso de razón.
—No, ese no es su deseo, de lo contrario no habría consentido que la disuadiera.
—Solo provisionalmente. Ni siquiera usted es capaz de convertir a un lobo en un gatito. No puede cambiar mi carácter, ni tampoco reeducarme. Venga, vámonos.
—¿Adónde?
—¿Adónde va a ser? A la cabina de pilotaje. ¿Cómo si no voy a estrellar este chisme?
—No puede entrar ahí —dijo Mats, recordando otra información de su seminario de aerofobia—. Los pilotos están encerrados por dentro. La puerta está blindada. No la podrá abrir con su arma.
Kaja preguntó a Mats con una sonrisa burlona:
—¿Sabe qué fue lo primero que cambió tras el atentado suicida del piloto de Germanwings? Hay una clave de seguridad con la que se puede desbloquear la puerta desde fuera, para que nunca más un piloto pueda encerrarse solo por dentro. Y le doy tres oportunidades para adivinar quién conoce esa clave…