CARTA III
SEÑORA:
El fuego en que me consumís produce un humo tan escaso que desafío al más riguroso capuchón[25] a ennegrecer allí su conciencia y su humor; ese fulgor celeste, por el que tantas veces San Javier[26] quiso rasgar su jubón, no era más puro que el mío, pues os amo como él amaba a Dios: sin haberos visto jamás. Cierto es que quien me habló de vos hizo un cuadro tan acabado de vuestros encantos que, en tanto duró el trabajo de su obra maestra, no me imaginé que os pintaba, sino que os creaba.
No tengáis cuidado de que haya renunciado a rendirme, pues tenéis en mi carta a un rehén. Tratadla, os lo ruego, con humanidad y quedad con ella en buena lid, pues aunque la costumbre no os obliga, su captura es de tanta consideración que podría hacer ruborizar a su conquistador. En verdad no negaré que la sola imaginación de los poderosos trazos de vuestros ojos me hubiera desarmado y forzado a suplicaros por mi vida. ¡Pero cierto es también que creo haber ayudado mucho a vuestra victoria! ¡Combatía como si quisiera ser vencido! Siempre he presentado mi lado más vulnerable a vuestros asaltos. Y mientras alentaba a mi razón para alcanzar el triunfo, creaba en mi alma voces para su derrota: yo mismo os prestaba mi fuerte brazo contra mí; y si acaso el arrepentimiento de una intención tan temeraria me forzara a llorar, me persuadiría de que vos enjugabais estas lágrimas en mi corazón para hacerlo más combustible, sustrayendo así el agua de una casa a la que vos quisierais prender fuego. Me afianzaba en este pensamiento al acordarme de que el corazón es un lugar, al contrario que otros, que no se puede guardar si antes no se le ha prendido fuego.
¿Es posible que creáis que no hablo en serio? Sí, lo hago de veras, y os reclamo que si no os veo pronto, la bilis y el amor me van a asar de tan exquisita manera que dejaré cerca del cementerio el anuncio de un frugal almuerzo. ¡Qué! ¡Os reís de eso! No, no. No me burlo en absoluto y tengo previstos tantos sonetos, madrigales y elegías —como los que habéis recibido estos días de mí—, que sólo sé que esto es Poesía y que el amor me destina al viaje hacia el reino de los dioses, ya que él me ha enseñado la lengua de ese país[27]. No obstante, si alguna piedad os mueve a retrasar mi muerte, ordenadme permitir que os ofrezca mis servicios, pues si no lo hacéis, y pronto, se os reprochará que vos, sin conocimiento de causa, habéis asesinado de una forma inhumana al más apasionado de todos vuestros servidores, el más humilde y el más obediente.
De Bergerac.