EN EL
GARAJE
E. M. BUTLER, El mito del mago (1948)
«En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca.» Supongamos (sigo el método de terapia de grupo del psicólogo Richard Franklin) que yo le hago a usted una aseveración como ésa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido innumerables historias de dragones, pero ninguna prueba real. ¡Qué oportunidad!
—Oh, está aquí —contesto yo moviendo la mano vagamente—. Me olvidé de decir que es un dragón invisible.
Me propone que cubra de harina el suelo del garaje para que queden marcadas las huellas del dragón.
—Buena idea —replico—, pero este dragón flota en el aire. Entonces propone usar un sensor infrarrojo para detectar el fuego invisible.
—Buena idea, pero el fuego invisible tampoco da calor. Se puede pintar con spray el dragón para hacerlo visible.
—Buena idea, sólo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se le pegaría.
Y así sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba física que usted me propone con una explicación especial de por qué no funcionará.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un dragón invisible, incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón inexistente? Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún experimento concebible válido contra ella, ¿qué significa decir que mi dragón existe? Su incapacidad de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluto a demostrar que es cierta. Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones inmunes a la refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan tener para inspiramos o excitar nuestro sentido de maravilla. Lo que yo le he pedido que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.
Lo único que ha aprendido usted de mi insistencia en que hay un dragón en mi garaje es que estoy mal de la cabeza. Se preguntará, si no puede aplicarse ninguna prueba física, qué fue lo que me convenció. La posibilidad de que fuera un sueño o alucinación entraría ciertamente en su pensamiento. Pero entonces ¿por qué hablo tan en serio? A lo mejor necesito ayuda. Como mínimo, puede ser que haya infravalorado la falibilidad humana.
Imaginemos que, a pesar de que ninguna de las pruebas ha tenido éxito, usted desea mostrarse escrupulosamente abierto. En consecuencia, no rechaza de inmediato la idea de que haya un dragón que escupe fuego por la boca en mi garaje. Simplemente, la deja en suspenso. La prueba actual está francamente en contra pero, si surge algún nuevo dato, está dispuesto a examinarlo para ver si le convence. Seguramente es poco razonable por mi parte ofenderme porque no me cree; o criticarle por ser un pesado poco imaginativo... simplemente porque usted pronunció el veredicto escocés de «no demostrado».
Imaginemos que las cosas hubieran ido de otro modo. El dragón es invisible, de acuerdo, pero aparecen huellas en la harina cuando usted mira. Su detector de infrarrojos registra algo. La pintura del spray revela una cresta dentada en el aire delante de usted. Por muy escéptico que se pueda ser en cuanto a la existencia de dragones —por no hablar de seres invisibles— ahora debe reconocer que aquí hay algo y que, en principio, es coherente con la idea de un dragón invisible que escupe fuego por la boca.
Ahora otro guión: imaginemos que no se trata sólo de mí. Imaginemos que varias personas que usted conoce, incluyendo algunas que está seguro de que no se conocen entre ellas, le dicen que tienen dragones en sus garajes... pero en todos los casos la prueba es enloquecedoramente elusiva. Todos admitimos que nos perturba ser presas de una convicción tan extraña y tan poco sustentada por una prueba física. Ninguno de nosotros es un lunático. Especulamos sobre lo que significaría que hubiera realmente dragones escondidos en los garajes de todo el mundo y que los humanos acabáramos de enterarnos. Yo preferiría que no fuera verdad, francamente. Pero quizá todos aquellos mitos europeos y chinos antiguos, sobre dragones no eran solamente mitos...
Es gratificante que ahora se informe de algunas huellas de las medidas del dragón en la harina. Pero nunca aparecen cuando hay un escéptico presente. Se plantea una explicación alternativa: tras un examen atento, parece claro que las huellas podían ser falsificadas. Otro entusiasta del dragón presenta una quemadura en el dedo y la atribuye a una extraña manifestación física del aliento de fuego del dragón. Pero también aquí hay otras posibilidades. Es evidente que hay otras maneras de quemarse los dedos además de recibir el aliento de dragones invisibles. Estas «pruebas», por muy importantes que las consideren los defensores del dragón, son muy poco convincentes. Una vez más, el único enfoque sensato es rechazar provisionalmente la hipótesis del dragón y permanecer abierto a otros datos físicos futuros, y preguntarse cuál puede ser la causa de que tantas personas aparentemente sanas y sobrias compartan la misma extraña ilusión.
¿Cómo se puede progresar en este tema cargado de tantas emociones, controvertido y fastidioso? Los pacientes deberían ejercitar la precaución ante los terapeutas que deducen o confirman rápidamente abducciones por extraterrestres. Los que tratan a los abducidos podrían explicar a sus pacientes que las alucinaciones son normales y que el abuso sexual infantil es bastante común. Podrían tener en cuenta que ningún cliente está totalmente libre de la contaminación extraterrestre de la cultura popular. Podrían enseñar escepticismo a sus clientes. Podrían cargar de nuevo sus propias reservas de escepticismo, que van disminuyendo.
Las declaraciones de abducciones por extraterrestres molestan a muchas personas y en más de un aspecto. El tema es una ventana hacia las vidas internas de nuestros compañeros. Si mucha gente dice haber sido abducida y no es verdad, es como para preocuparse. Pero es mucho más preocupante que haya tantos terapeutas que aceptan esas declaraciones a pies juntillas, prestando una atención inadecuada a la sugestibilidad de sus pacientes y a las indicaciones inconscientes de sus interlocutores.
Me sorprende que haya algunos psiquiatras y otras personas con una mínima preparación científica, que conocen las imperfecciones de la mente humana, y que rechacen al mismo tiempo la idea de que esos relatos puedan ser algún tipo de alucinación o de falsa memoria. Todavía me sorprenden más las afirmaciones de que la historia de la abducción por extraterrestres es verdadera magia, que es un desafío a nuestra comprensión de la realidad o que constituye una base para una visión mística del mundo. O, tal como planteó el asunto John Mack: «Hay fenómenos lo bastante importantes para que se garantice una investigación seria, y la metafísica del paradigma científico occidental dominante puede ser inadecuada para sostener plenamente esta investigación.» En una entrevista con la revista Time, sigue diciendo:
Tengo un amigo que dice que la única cuestión interesante en el paradigma de la abducción por extraterrestres es: «¿Quién estafa a quién?» ¿Es el cliente quien engaña al terapeuta, o al revés? No estoy de acuerdo. Para empezar, hay muchas cuestiones interesantes sobre las declaraciones de abducciones por extraterrestres. Además, esas dos alternativas no son mutuamente excluyentes.
Durante muchos años me rondaba algo en la memoria sobre los casos de abducción por extraterrestres. Por fin lo recordé. Era un libro de 1954 que había leído en la universidad: La hora de cincuenta minutos. El autor, un psicoanalista llamado Robert Lindner, había sido llamado por el LaboratorioNacional de Los Álamos para tratar a un brillante y joven físico nuclear cuyos delirios estaban empezando a interferir con su investigación gubernamental secreta. Resultó que el físico (al que se puso el pseudónimo de Kirk Alien) tenía una vida paralela a la de crear armas nucleares: confesó que, en el futuro lejano, pilotó (o pilotará... los tiempos verbales chirrían un poco) una nave espacial interestelar. Le encantaban las estimulantes aventuras de bravucones en planetas de otras galaxias. Era «señor» de muchos mundos. A lo mejor allí le llamaban capitán Kirk. No sólo podía «recordar» esa otra vida; también podía entrar en ella cuando quería. Sólo con pensar de la manera correcta, deseándolo, podía transportarse a sí mismo a través de los años luz y de los siglos.
18 Y luego, en una frase que nos recuerda lo cerca que está el paradigma de la abducción por extraterrestres de la religión mesiánica y milenarista, Mack concluye: «Yo soy un puente entre esos dos mundos.»
Alien había escrito doce mil páginas sobre sus experiencias en el futuro y docenas de tratados técnicos sobre geografía, política, arquitectura, astronomía, geología, formas de vida, genealogía y ecología de los planetas de otras estrellas. Unos cuantos títulos monográficos dan una idea del material: «El desarrollo cerebral único de los cristópedos de Srom Norba X», «Adoración del fuego y sacrificio en Srom Sodrat II», «La historia del Instituto Científico Intergaláctico» y «La aplicación de la teoría de campo unificada y la mecánica de propulsión estelar al viaje espacial». (Este último es el que me gustaría ver; al fin y al cabo, según decían. Alien era un físico de primera categoría.) Fascinado, Lindner estudió detenidamente el material.
Alien no dio muestras de ninguna timidez a la hora de presentar sus escritos a Lindner o comentarlos en detalle. Imbatible y formidable intelectualmente, parecía no ceder ni una pulgada a los servicios psiquiátricos. Cuando falló todo lo demás, el psiquiatra intentó algo diferente:
Entonces ocurrió algo extraño: «Los materiales de la psicosis de Kirk y el talón de Aquiles de mi personalidad se encontraron y encajaron como el engranaje de un reloj.» El psicoanalista se convirtió en co-conspirador en el delirio de su paciente. Empezó a rechazar las explicaciones psicológicas de la historia de Alien. ¿Qué seguridad tenemos de que no pueda ser realmente verdad? Se encontró a sí mismo defendiendo la idea de que se podía entrar en otra vida, en la de un viajero del espacio en el futuro lejano, mediante un simple esfuerzo de voluntad.
—¿Por qué? —le preguntó el psiquiatra—. ¿Por qué simulaba? ¿Por qué insistía en decirme...?
—Porque sentía que debía hacerlo —contestó el físico—. Porque sentía que era lo que usted quería. «Kirk y yo intercambiamos los papeles», explicó Lindner,
¿Y si el físico no hubiera confesado? ¿Se habría convencido Lindner a sí mismo, más allá de toda duda razonable, de que realmente era posible deslizarse a una era más romántica? ¿Habría dicho que, a pesar de haber empezado como un escéptico, se había convencido por el peso de la prueba? ¿Podía haberse ofrecido como experto para asistir a los viajeros del espacio del futuro que están perdidos en el siglo XX? La existencia de un especialista psiquiátrico así ¿animaría a otros a tomarse en serio las fantasías o alucinaciones de este tipo? Tras unos casos similares, ¿habría podido rebatir Lindner todos los argumentos del tipo de «sé razonable, Bob» y deducir que estaba penetrando en un nuevo nivel de realidad?
Su preparación científica ayudó a Kirk Alien a salvarse de la locura. Hubo un momento en que terapeuta y paciente habían intercambiado sus papeles. A mí me gusta verlo como el paciente que salva al terapeuta. Quizá John Mack no tuvo tanta suerte.
¿Emisión de radio desde CTA-102? Sin duda. Pero ¿qué es CTA102? Hoy sabemos que CTA-102 es un quasar distante. En aquel momento, la palabra «quasar» ni siquiera había sido acuñada. Todavía no sabemos muy bien qué son los quasars; y hay más de una explicación de ellos en la literatura científica. Sin embargo, ningún astrónomo hoy en día —incluyendo
los implicados en aquella conferencia de Moscú— opina seriamente que un quasar como el CTA-102 es una civilización extraterrestre a billones de años luz con acceso a inmensos niveles de energía. ¿Por qué no? Porque tenemos explicaciones alternativas de las propiedades de los quasars que son coherentes con las leyes físicas conocidas y no invocan la vida extraterrestre. Los extraterrestres representan una hipótesis de último recurso. Se recurre a ella sólo cuando falla todo lo demás.
Sin embargo fueron más listos que sus colegas soviéticos. No convocaron una conferencia de prensa. Pronto quedó claro que lo que observaban era lo que ahora se llama un «pulsar», el primero, el pulsar de la Nebulosa Cangrejo. Así, ¿qué es un pulsar? Un pulsar es el estado final de una estrella masiva, un sol encogido hasta el tamaño de una ciudad, con su estructura mantenida de un modo distinto a las otras estrellas, no por presión de gas ni por degeneración de electrones sino por fuerzas nucleares. En cierto sentido es un núcleo atómico de más de diez kilómetros de extensión. Bien, sostengo que eso es una idea al menos tan extraña como la del radiofaro de navegación interestelar. La respuesta de lo que un pulsar es tenía que ser algo terriblemente raro. No es una civilización extraterrestre. Es algo más: pero un algo más que nos abre los ojos y la mente y nos indica posibilidades insospechadas en la naturaleza: Anthony Hewish ganó el Premio Nobel de Física por el descubrimiento de los pulsares.
El experimento Ozma original (la primera búsqueda intencional por radio de inteligencia extraterrestre), el programa META (Megachannel Extraterrestrial Assay) de la Universidad de Harvard/Sociedad Planetaria, la investigación de la Universidad Estatal de Ohio, el proyecto SERENDIP de la Universidad de California, Berkeley, y muchos otros han detectado señales anómalas del espacio que hacen palpitar un poco el corazón del observador. Por un momento pensamos que hemos captado una señal genuina de origen inteligente más allá de nuestro sistema solar. En realidad no tenemos la menor idea de qué es, porque la señal no se repite. Unos minutos después, al día siguiente, o años después, uno gira el mismo telescopio hacia el mismo punto del cielo con la misma frecuencia, ancho de banda, polarización y todo lo demás y no se oye nada. No se deducen, menos aún se anuncian, extraterrestres. Quizá haya habido una sobretensión electrónica estadísticamente inevitable, o una disfunción del sistema de detección, o una nave espacial (de la Tierra), o un avión militar volando y emitiendo por canales que se suponen reservados para la astronomía por radio. Quizá puede ser incluso un mecanismo para abrir la puerta del garaje al final de la calle o una estación de radio a unos cientos de kilómetros. Hay muchas posibilidades. Uno debe comprobar sistemáticamente todas las alternativas y ver cuáles puede eliminar. No puede declarar que ha encontrado extraterrestres cuando la única prueba es una señal enigmática no repetida.
Y, si la señal se repitió, ¿lo anunciaría entonces a la prensa y al público? No creo. Quizá alguien le está engañando. Quizá es algo que ocurre en su sistema de detección y usted no ha sido lo bastante listo para descubrir. Quizá sea una fuente astrofísica desconocida. Lo que haría es llamar a científicos y otros observadores de radio y les informaría de que en este punto particular del cielo, en esta frecuencia y ancho de banda y todo lo demás, parece haber algo curioso. ¿Les molestaría ver si pueden confirmarlo? Sólo si varios observadores independientes —todos plenamente conscientes de la complejidad de la naturaleza y la falibilidad de los observadores— consiguen el mismo tipo de información del mismo punto en el cielo, podrá usted considerar seriamente que ha detectado una señal genuina de seres extraterrestres.
Todo esto implica cierta disciplina. No se puede salir gritando «hombrecillos verdes» cada vez que detectamos algo que al principio no entendemos porque, si resulta ser otra cosa, vamos a parecer francamente tontos... como los astrónomos soviéticos con CTA-102. Es necesario tomar precauciones especiales cuando el precio es alto. No estamos obligados a dar nuestra opinión hasta que no haya alguna prueba. Es permisible no estar seguros.
Con frecuencia me preguntan: «¿Cree usted que hay inteligencia extraterrestre?» Yo doy los argumentos habituales: hay muchos lugares por ahí fuera, hay moléculas de vida en todas partes, utilizo las palabras miles de millones, y todo eso. Entonces digo que me sorprendería muchísimo que no hubiera inteligencia extraterrestre pero, desde luego, de momento no hay prueba convincente de ello.
A menudo, a continuación, me preguntan:
—Le acabo de decir lo que pienso realmente.
Pero yo intento no pensar con las vísceras. Si me planteo entender el mundo con seriedad, pensar con algo que no sea el cerebro, por tentador que
Además, las fotografías no sólo se pueden falsificar fácilmente, sino que es indudable que hay grandes cantidades de fotografías falsas de ovnis. Algunos entusiastas salen noche tras noche al campo en busca de luces brillantes en el cielo. Cuando ven una, encienden sus flashes. A veces, dicen, hay un relámpago de respuesta. Bueno, quizá. Pero los aviones de baja altitud hacen señales luminosas en el cielo y los pilotos, si lo desean, pueden devolver un destello con sus luces. Nada de eso constituye algo parecido a una prueba seria.
¿Dónde está la prueba física? Como en las declaraciones de abuso ritual satánico (y como eco de las «marcas del diablo» en los juicios de brujas), la prueba física más común apuntaba a cicatrices y «marcas de cuchara» en el cuerpo de los abducidos, que dicen no tener conocimiento de dónde proceden sus cicatrices. Pero este punto es clave: si generar cicatrices entra dentro de la capacidad humana, no pueden ser pruebas físicas convincentes de abuso por extraterrestres. Ciertamente, hay trastornos psiquiátricos bien conocidos en los que la gente se hace marcas, se corta, se araña y se mutila a sí misma (o a otros). Y algunos de nosotros con umbrales altos de dolor y poca memoria podemos herirnos accidentalmente sin que nos quede ningún recuerdo del acontecimiento.
Una paciente de John Mack declara que tiene cicatrices por todo el cuerpo que dejan totalmente perplejos a sus médicos. ¿Cómo son? Oh, no puede enseñarlas; como en la persecución de brujas, están en lugares íntimos. Mack lo considera una prueba irrefutable. ¿Ha visto él las cicatrices? ¿Podríamos contar con fotografías de las cicatrices tomadas por un médico escéptico? Mack dice que conoce a un tetrapléjico con marcas de cuchara y considera que eso es una reductio ad absurdum de la posición escéptica; ¿cómo puede hacerse las cicatrices un tetrapléjico? El argumento sólo es bueno si el tetrapléjico está herméticamente encerrado en una habitación a la que no tiene acceso ningún otro ser humano. ¿Podemos ver sus cicatrices? ¿Puede examinarlo un médico imparcial? Otra paciente de Mack dice que los extraterrestres le han estado quitando óvulos desde que alcanzó la madurez sexual y que su sistema reproductivo tiene desconcertado a su ginecólogo. ¿Es tanto el desconcierto como para enviar un artículo de investigación a The New England Journal of Medicine'7 Por lo visto no.
Luego tenemos el hecho de que uno de sus pacientes lo había inventado todo, como informó la revista Time, y Mack no tenía ni idea. Se tragó anzuelo, línea y plomada. ¿Cuáles son sus niveles de escrutinio clínico? Si pudo ser engañado por un paciente, ¿cómo sabemos que no le ocurrió lo mismo con todos?
Mack habla de estos casos, los «fenómenos», como si plantearan un desafío fundamental al pensamiento occidental, a la ciencia, a la propia lógica. Probablemente, dice, las entidades abductoras no son seres extraterrestres de nuestro propio universo, sino visitantes de «otra dimensión». Aquí hay un pasaje típico y revelador de su libro:
Ahora bien, la idea de otras dimensiones no surgió del cerebro del ufólogo de la Nueva Era, sino que es parte integrante de la física del siglo XX. Desde la relatividad general de Einstein, una verdad de la cosmología es que el espacio-tiempo está doblado o curvado a través de una dimensión física más alta. La teoría de Kaluza-Klein postula un universo de once dimensiones. Mack presenta una idea totalmente científica como la clave de «fenómenos» que están más allá del alcance de la ciencia.
Lo que Mack quiere decir realmente cuando habla de seres de otras dimensiones es que —a pesar de las descripciones ocasionales de sus pacientes de las experiencias como sueños y alucinaciones— no tiene ni la más remota idea de qué son. Pero es significativo que, cuando intenta describirlas, busca la física y las matemáticas. Quiere las dos cosas: el lenguaje y la credibilidad de la ciencia, pero sin verse ligado por sus métodos y normas. Parece no darse cuenta de que la credibilidad es una consecuencia del método.
El principal desafío que plantean los casos de Mack es el ya viejo problema de cómo enseñar más amplia y profundamente el pensamiento crítico en una sociedad —que incluye a los profesores de psiquiatría de Harward— impregnada de credulidad. La idea de que el pensamiento crítico es el último capricho de Occidente es una tontería. Si uno compra un coche usado en Singapur o Bangkok —o un carro usado en la antigua Susa o Roma— le servirán las mismas precauciones que en Cambridge, Massachusetts.
Cuando uno compra un coche usado desea creer de todo corazón lo que le dice el vendedor: «¡Tanto coche por tan poco dinero!» Y, en cualquier caso, cuesta trabajo ser escéptico; se ha de saber algo sobre coches y es desagradable que el vendedor se enfade con uno. A pesar de todo, sin embargo, uno reconoce que el vendedor podría tener un motivo para ocultar la verdad y ha oído hablar de engaños a otros en situaciones similares. Por tanto, da una patada a los neumáticos, mira bajo la capota, da una vuelta con él, hace preguntas perspicaces. Incluso podría ir acompañado de un amigo con conocimientos de mecánica. Uno sabe que se necesita cierto escepticismo. Y es comprensible. Suele haber al menos un pequeño grado de confrontación hostil en la compra de un coche usado y nadie dice que sea una experiencia especialmente alegre. Pero, si no se ejercita cierto escepticismo mínimo, si uno tiene una credulidad absolutamente ilimitada, más adelante tendrá que pagar el precio. Entonces se lamentará de no haber hecho antes una pequeña inversión de escepticismo.
Muchas casas de Norteamérica tienen ahora sistemas de alarma moderadamente sofisticados contra los ladrones, incluyendo sensores infrarrojos y cámaras que se disparan con el movimiento. Una cinta de vídeo auténtica, con la hora y la fecha indicados, que mostrase una incursión de extraterrestres —especialmente cuando atraviesan las paredes— podría ser una prueba muy buena. Si millones de americanos han sido abducidos, ¿no es raro que ni uno de ellos viva en una casa así?
Algunas mujeres, según cuenta la historia, son fecundadas con esperma de uno o varios extraterrestres; a continuación, éstos retiran el feto. Se habla de números ingentes de casos de este tipo. ¿No es raro que no se haya visto nunca nada anómalo en las ecografías habituales de estos fetos, o en la amniocentesis, y que nunca haya habido un aborto que fuera un híbrido extraterrestre? ¿O es que los médicos son tan idiotas que echan una ojeada al feto, ven que es medio humano y medio extraterrestre y pasan al siguiente paciente? Una epidemia de fetos perdidos es algo que sin duda causaría revuelo entre ginecólogos, comadronas, enfermeras de obstetricia, especialmente en una época de intensa conciencia feminista. Pero no se ha producido ni una sola denuncia médica que dé credibilidad a esas informaciones.
Algunos ufólogos consideran un punto significativo, que mujeres que declaran inactividad sexual acaben embarazadas y atribuyan su estado a la fecundación extraterrestre. Un buen número de ellas parecen ser adolescentes. Creer sus historias a pies juntillas no es la única opción al alcance del investigador serio. Sin duda, es fácil entender por qué, en la angustia de un embarazo no deseado, una adolescente que vive en una sociedad inundada de relatos de visitas extraterrestres pueda inventar una historia así. También aquí hay posibles antecedentes religiosos.
Algunos secuestrados dicen que les hicieron pequeños implantes, quizá metálicos, en el cuerpo: por la nariz, por ejemplo. Esos implantes, según los terapeutas de extraterrestres, a veces se sueltan accidentalmente, pero «excepto en algunos casos, el artefacto se ha perdido o eliminado». Esos abducidos parecen tener una falta de curiosidad pasmosa. A uno le cae un objeto extraño —posiblemente un transmisor que envía datos telemétricos sobre el estado de su cuerpo a una nave espacial extraterrestre en algún lugar de la Tierra— de la nariz, lo examina vagamente y lo tira a la basura. Algo así, nos dicen, ocurre en la mayoría de los casos de abducción.
Los expertos han sacado y examinado algunos «implantes» de ese tipo. No se ha confirmado que ninguno de ellos fuera de manufactura extraterrestre. Ningún componente está hecho con isótopos inusuales, a pesar de saberse que otras estrellas y otros mundos están constituidos por proporciones isotópicas diferentes a las de la Tierra. No hay metales de la «isla de estabilidad» transuránica, donde los físicos creen que debería haber una nueva familia de elementos químicos no radiactivos desconocidos en la Tierra.
El caso que los entusiastas de las abducciones consideraban el mejor era el de Richard Price, que afirmaba que los extraterrestres le abdujeron cuando tenía ocho años y le implantaron un pequeño artefacto en el pene. Un cuarto de siglo después, un médico confirmó la existencia de un «cuerpo extraño» allí. Ocho años después, el objeto cayó. De apenas un milímetro de diámetro y cuatro de longitud, fue examinado con atención por científicos del MIT y el hospital General de Massachusetts. ¿Su conclusión? Colágeno formado por el cuerpo en puntos de inflamación más fibras de algodón de los calzoncillos de Price.
El 28 de agosto de 1995, las estaciones de televisión propiedad de Rupert Murdoch emitieron lo que según decían era la autopsia de un extraterrestre muerto tomada en película de 16 milímetros. Patólogos enmascarados con modelos anticuados de trajes de protección contra la radiación (con ventanas de vidrio rectangulares para mirar fuera) abrieron a una figura de ojos grandes y doce dedos y le examinaron los órganos internos. Aunque la película estaba desenfocada en muchos momentos y la visión del cadáver bloqueada a menudo por los humanos que lo rodeaban, algunos espectadores consideraron que el efecto era escalofriante. El Times de Londres, también propiedad de Murdoch, no sabía cómo enfocarlo, aunque citaba a un patólogo que creía que la autopsia había sido realizada con una celeridad impropia y poco realista (aunque ideal para verla por televisión). Se dijo que había sido rodada en México en 1947 por un participante, que tenía a la sazón más de ochenta años y deseaba guardar el anonimato. Lo que pareció ser el argumento decisivo fue el anuncio de que la cabecera de la película (los primeros metros) contenía información codificada que Kodak, el fabricante, fechaba en 1947. Sin embargo, resulta que no se presentó a Kodak toda la película, sino sólo la cabecera cortada. Es evidente que se podía haber cortado de un noticiario de 1947, de los que hay un abundante archivo en América, y que la «autopsia» podría haber sido escenificada y filmada por separado y recientemente. Hay una huella de dragón, de acuerdo, pero falsificable. Si es una broma, no requiere mucha más inteligencia que los círculos del cultivo y el documento MJ-12.
En ninguna de estas historias hay nada que sugiera con fuerza un origen extraterrestre. Ciertamente no hay ninguna recuperación de maquinarias ingeniosas que superen en mucho la tecnología actual. Ningún abducido ha hurtado una página del cuaderno de bitácora o un instrumento de examen ni ha tomado una fotografía auténtica del interior de la nave o ha vuelto con información científica detallada y verificable de la que no se disponía hasta ahora en la Tierra. ¿Por qué no? Esas carencias deben decirnos algo.
Desde mediados del siglo XX, los que proponen la hipótesis extraterrestre nos han asegurado que tenían pruebas físicas —ni mapas de estrellas recordados de hace años ni cicatrices ni tierra removida, sino tecnología extraterrestre real— a mano. Se iba a publicar el análisis de un momento a otro. Esas declaraciones se remontan a la época de la antigua patraña del platillo accidentado de Newton y GeBauer. Han pasado ya algunas décadas y seguimos esperando. ¿Dónde están los artículos publicados en la literatura científica, en las revistas de metalurgia y cerámica, en las publicaciones del Instituto de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, en Science o Nature
Un descubrimiento así sería impactante. Si hubiera artefactos reales, los físicos y los químicos lucharían por el privilegio de descubrir que hay extraterrestres entre nosotros, que usan, por ejemplo, aleaciones desconocidas
Sobre los que aceptan un testimonio así a pies juntillas, decía:
Esas personas carecen no sólo de actitud crítica sino del conocimiento más elemental de psicología. En el fondo no quieren que se les enseñe nada, sólo quieren seguir creyendo... una presunción sin duda de lo más inocente en vista de nuestros defectos humanos.
Y si los relatos de abducción por extraterrestres tratan principalmente de fisiología del cerebro, alucinaciones, memorias distorsionadas de la infancia y bromas, ¿no tenemos ante nosotros un asunto de suprema importancia que afecta a nuestras limitaciones, la facilidad con que podemos ser desorientados y manipulados, la modelación de nuestras creencias e incluso quizá los orígenes de nuestras religiones? Hay un genuino filón científico en los ovnis y las abducciones por extraterrestres... pero creo que el carácter que los distingue es casero y terrestre.