16
Lluvia

Alrededor del mediodía, oí el coche de Kellan detenerse frente a la entrada. No paró el motor, y después de que una portezuela se abriera y se cerrara, partió de nuevo. Al cabo de un momento, entró Anna por la puerta principal, vestida con el mismo atuendo que llevaba la noche anterior. Se la veía feliz y contenta.

Me tragué mi indignación cuando se sentó en el sofá junto a mí. No tenía la culpa de haberse dejado seducir por el atractivo de Kellan. No, toda mi indignación iba dirigida a él… Me lo había prometido.

—¿Lo pasaste bien anoche? —pregunté secamente.

Ella se tumbó en el sofá y, sonriendo de oreja a oreja, apoyó la cabeza sobre los cojines.

—Dios…, no tienes ni idea.

Por supuesto que la tenía.

—Kellan nos llevó al apartamento de Matt y Griffin y…

Yo no quería saberlo.

—Por favor, no me lo cuentes.

Ella me miró y arrugó el ceño; le encantaban las historias de sexo.

—De acuerdo. —Volvió a sonreír y se inclinó hacia mí—. Denny y tú os fuiste muy pronto —dijo arqueando una ceja de forma insinuante—. Kellan dijo que queríais estar solos. —Soltó una carcajada—. Y tú, ¿te lo pasaste bien anoche?

La culpa, la indignación y la vergüenza se apoderaron de mí. ¿Kellan le había dicho que Denny y yo queríamos estar solos?

—Tampoco deseo hablar de eso, Anna —respondí con tono quedo.

Ella se reclinó de nuevo sobre los cojines y puso cara de enfurruñada.

—De acuerdo. —Luego me miró y dijo—: ¿Puedo preguntarte al menos una cosa…?

—¡No!

Suspiró en voz alta.

—Bueno, vale. —Ambas guardamos silencio un rato—. ¿Estás bien, hermanita? —preguntó arrugando el ceño.

Apoyé la cabeza en el cojín y traté de suavizar mi expresión.

—Sí…, sólo un poco cansada. Apenas he dormido. —Al instante, me arrepentí de haberlo dicho.

Ella sonrió con un gesto más que elocuente.

—¡Bravo! ¡Ésta es mi chica!

Denny preparó la comida para los tres, y Anna lo miró con gesto de aprobación. Supongo que el hecho de que era un manitas en la cocina sumaba puntos ante sus ojos. Mientras comíamos, Anna se mordió el labio en varias ocasiones, y comprendí que le costaba un gran esfuerzo reprimirse y no contarnos la historia que había querido relatarme. Confié en que fuera capaz de mantener la boca cerrada, pues no quería escucharla. Estaba segura de que si lo hacía me llevaría un disgusto mortal. Las explícitas secuencias que me había imaginado eran más que suficiente.

Mantuve los ojos fijos en Denny mientras me comía la ensalada de pollo con anacardos que él había preparado. Estaba deliciosa; Denny era muy hábil en la cocina. Me sonrió cariñosamente, sus profundos ojos castaños serenos y apacibles. La noche anterior había sido… muy intensa… entre nosotros. Me estremecí en mi fuero interno al pensar que yo guardaba un recuerdo de lo ocurrido distinto del suyo. Para él, probablemente significaba que habíamos vuelto a conectar después de una separación demasiado larga. Para mí… no era tan sencillo.

Anna y Denny llevaron el peso del noventa por ciento de la conversación mientras yo los miraba en silencio. Mis pensamientos eran demasiado contradictorios para articular frases coherentes. Después de pasar buena parte de la tarde observándolos mantener una animada conversación, que a mí me habría gustado tener con mi encantadora hermana, llegó el momento de que ésta hiciera la maleta y la lleváramos al aeropuerto.

Anna se despidió de mí con un cálido abrazo.

—Gracias por dejar que por fin viniera a visitarte —dijo sonriendo tímidamente—. Ha sido… muy divertido. —Me estremecí en mi interior pero sonreí—. La próxima vez haremos más cosas juntas, las dos solas, ¿de acuerdo? —Sonrió con dulzura y volvió a abrazarme.

—De acuerdo, Anna.

Se apartó un poco y me miró fijamente. Luego añadió con prisas:

—Por favor, dale a Kellan las gracias de mi parte. —Me agarró del brazo y, hablando atropelladamente para que yo no la interrumpiera, añadió muy exaltada—: Ya sé que no quieres oírlo, ¡pero, Dios, lo de anoche fue inesperado e increíble! La mejor noche de mi vida —concluyó sonriendo de oreja a oreja.

—Ya —fue cuanto atiné a responder con un hilo de voz.

—Te lo aseguro. —Se rió y se mordió el labio—. Los mejores… múltiples…, ya sabes a qué me refiero.

Desde luego, aunque hubiera preferido no saberlo.

Ella suspiró.

—¡Dios, ojalá pudiera quedarme…!

Dios, yo ansiaba que se fuera de una vez.

Anunciaron su vuelo y ella miró hacia la puerta de salida y luego a mí.

—Te echaré de menos. —Volvió a abrazarme y luego retrocedió, sonriendo—. Volveré pronto. —Me besó en la mejilla—. Te quiero.

—Yo también te quiero…

Anna se acercó a Denny, que se había alejado un poco para dejarnos solas. Le echó los brazos al cuello y lo besó en la mejilla.

—También te echaré de menos. —Antes de alejarse, le tocó el trasero—. Tío bueno —murmuró, haciendo que Denny y yo nos sonrojáramos.

A continuación, mi loca e impulsiva hermana se subió al avión y regresó a casa, en Ohio, dejando, sin saberlo, mi mundo más enmarañado que antes.

Cuando regresamos a casa del aeropuerto, Kellan aún no había vuelto. De hecho, no lo vi en toda la noche. No lo vi hasta la noche siguiente, cuando él y los D-Bags aparecieron por el bar de Pete mientras yo trabajaba. Cuando entró, lo miré con recelo. No sabía qué esperar de él. Llevaba un atuendo distinto del que lucía la noche de la discoteca, una delgada y seductora camiseta de color gris que ponía de relieve sus músculos, una cazadora de cuero negra y sus vaqueros desteñidos favoritos. Tenía un aspecto descansado y recién duchado y su atractivo peinado con el pelo de punta había desaparecido, por lo que deduje que había regresado a casa en algún momento. Me miró y sonrió brevemente al tiempo que me saludaba con la cabeza. Al menos no me ignoraba.

Procuré pasar olímpicamente de él, pues el muy cretino había roto su promesa. Cuanto más pensaba en ello, imaginando unas imágenes terroríficamente explícitas, más me afanaba en ignorarlo. Apenas me acerqué a la mesa que solían ocupar los chicos. Por fin, Evan me llamó y, sin preguntarles qué querían, les serví unas cervezas. Era lo único que solían pedir. Deposité las cervezas en la mesa sin decir palabra. Deposité las cervezas en la mesa sin prestar atención a lo que decían. Me esforcé en huir mentalmente de mi cuerpo. No quería saber nada de Kellan.

Él no pensaba lo mismo. Después de la forma en que los había atendido sin abrir la boca, me acorraló en el pasillo cuando salí del lavabo. Al verlo al fondo del pasillo, se me ocurrió ocultarme en el cuarto del personal. Pero enseguida rechacé semejante idea, porque la cerradura de la puerta estaba rota y si estaba empeñado en hablar conmigo, como parecía, se limitaría a seguirme. Y yo deseaba evitar estar a solas con él en una habitación. Traté de pasar de largo, pero me sujetó bruscamente del codo.

—Kiera…

Entrecerré los ojos y observé su armonioso semblante. Eso hizo que los entrecerrara más. Ese rostro estúpidamente perfecto, con esos ojos increíbles y sobrenaturales, de un azul intenso, que hacían que a las chicas se les cayeran las bragas…, incluso a mí, me cabreó. Aparté el brazo violentamente, sin decir nada.

—Tenemos que hablar…

—¡No hay nada que hablar, Kellan! —le espeté.

—No estoy de acuerdo —respondió en voz baja, frunciendo un poco los labios.

—Me tiene sin cuidado lo que pienses. —Ni siquiera traté de reprimir el desdén en mi voz.

—¿Qué se supone que significa eso? —Me miró achicando los ojos y su tono se hizo más áspero.

—Significa que no tenemos nada que hablar —contesté, pasando de largo y dejándolo plantado en el pasillo.

Trabajé hasta más tarde de lo que esperaba, y debido a la furia que me consumía y a la bruma que me impedía pensar con claridad, olvidé pedir a alguien que me acompañara a casa en coche. De hecho, cuando pensé en ello, casi todo el mundo se había marchado ya. Jenny libraba esa noche. Kate se había ido con su novio. Sam y Rita se habían marchado poco después que ella, mientras yo estaba distraída pidiendo un taxi para un cliente que había bebido demasiado. Evan había salido a dar un paseo con una atractiva rubia. Matt se había marchado hacía horas. Y Kellan, aunque lo había descartado como opción, estaba apoyado contra una mesa sonriendo divertido, observando mis esfuerzos por conseguir que alguien me llevara a casa en coche. Cuando Evan salió de local me di cuenta de que lloviznaba, lo cual empeoraba la situación. Pensé en llamar a Denny. Pero era muy tarde. O quizá pedírselo a alguno de los clientes habituales.

Observé que Griffin seguía allí, y esa noche se daba la circunstancia de que estaba solo. Quizá… No, esa opción tampoco me apetecía…, pero era mejor que Kellan y mejor que regresar caminando bajo la lluvia. Confiando en que accediera, me acerqué a él. Al ver que me dirigía a Griffin, a Kellan se le amplió la sonrisa que se le pintaba en el rostro.

—Hola, Griffin —dije con tono desenfadado.

Él me miró receloso. Por lo general, no me dirigía a él ni con un tono amable ni desenfadado.

—¿Sí? ¿Qué quieres? —Imaginando algo que probablemente yo no deseaba oír, arqueó una de sus pálidas cejas y sonrió de un modo que hizo que se me erizara el vello.

Haciendo caso omiso de mis instintos, respondí en tono afable:

—¿Podrías llevarme a casa en coche?

Él sonrió.

—Bueno, Kiera…, jamás pensé que me lo pedirías. —Me miró de arriba abajo—. Me encantaría llevarte a casa… o a dónde quieras.

Sonriendo con desdén, repliqué secamente:

—Basta con que me lleves a casa, Griffin.

Él arrugó el ceño.

—¿Nada de sexo?

—No —respondí sacudiendo la cabeza con energía.

Él dio un respingo.

—En tal caso…, no. Si no hay sexo, pídele a Kyle que te lleve.

Acto seguido, dio media vuelta y se marchó. Kellan se rió por lo bajinis. Miré a mi alrededor, pero todo el mundo se había marchado. Pete aún estaba en su despacho, quizás él…

—¿Quieres que te lleve a casa en coche? —preguntó Kellan en voz baja.

Negué con la cabeza mirando furiosa su rostro perfecto y me encaminé apresuradamente hacia la puerta. Crucé los brazos, dispuesta a afrontar la lluvia, y salí. Él no me siguió, lo cual me provocó un curioso sentimiento de ira y a la vez de alivio. No llovía torrencialmente, pero hacía frío. En mis prisas por alejarme de Kellan, había olvidado coger mi bolso y mi chaqueta. Me arrepentí de haberme apresurado, y tras avanzar unos pasos a través del desierto aparcamiento me puse a tiritar mientras unas gotas de lluvia se deslizaban por mi rostro. Suspiré y pensé en regresar al bar para recoger mis cosas, pero decidí que no quería volver a ver a Kellan esa noche. Estaba furiosa por el hecho de que se hubiera ligado a mi hermana… ¡El muy sinvergüenza me lo había prometido!

Había recorrido una manzana desde el bar, cuando decidí que estaba harta de la lluvia, que había empezado a arreciar. Calculé cuántas manzanas quedaban hasta nuestra casa. El trayecto en coche era corto…, pero ¿a pie? Tiritando de forma incontrolable, pensé en llamar a Denny desde un teléfono público. Estaba buscando alrededor una cabina telefónica o una tienda abierta desde la que pudiera llamarlo cuando vi que se acercaba un coche lentamente. Sentí pánico. Ese barrio no era muy seguro. De pronto, al darme cuenta de que estaba sola, en plena noche, calada hasta los huesos, me sentí muy vulnerable.

El coche se detuvo junto a mí. Y empezó a seguirme mientras yo seguía avanzando por la acera. De repente, me sentí aún más vulnerable al volverme y ver un Chevelle negro que me resultaba más que familiar. Como era de prever, Kellan había decidido venir en mi busca. Se inclinó sobre el asiento y bajó la ventanilla. Me miró incrédulo, negando con la cabeza.

—Sube, Kiera.

Lo miré enojada.

—No, Kellan. —Compartir un espacio reducido con él no era una buena idea después de nuestro intenso momento en la discoteca, y menos teniendo en cuenta lo furiosa que estaba con él.

Él suspiró y alzó la vista hacia el techo del coche. Al cabo de unos instantes me miró de nuevo y dijo con forzada paciencia:

—Llueve a cántaros. Sube.

Pero volví a mirarlo enojada y respondí con terquedad:

—No.

—Entonces te seguiré hasta casa en el coche —dijo arqueando las cejas y sonriendo con aire de suficiencia.

Me detuve.

—Vete a casa, Kellan. No me pasará nada.

Él detuvo el coche.

—No dejaré que te vayas a casa andando. No es seguro.

«Es más seguro que ir en coche contigo», pensé irritada.

—No me pasará nada —insistí, echando a andar de nuevo.

Con un suspiro de exasperación, Kellan arrancó a toda velocidad y dobló la esquina. Supuse que el asunto había quedado zanjado, pero en cuanto dobló la esquina se detuvo y se apeó del coche. Yo me detuve de nuevo. «Maldita sea…, ¿por qué no me deja en paz?»

Llevaba puesta su cazadora de cuero, pero, cuando se acercó a mí, estaba calado hasta los huesos. La lluvia le chorreaba a través del pelo, que le colgaba sobre la cara y alrededor de los ojos y oscurecía la parte visible de su camisa de color claro. De pronto recordé la ducha que yo le había obligado a darse, completamente vestido, hacía mucho tiempo. Mi respiración se aceleró al observar lo atractivo que era. No podía ser. Mi irritación aumentó. No necesitaba eso en este momento.

—Sube de una vez al coche, Kiera. —Su enfado también aumentaba por momentos.

—¡No! —lo aparté de un empujón.

Él me agarró del brazo y empezó a arrastrarme hacia el coche.

—No, Kellan…, ¡basta!

Traté de soltarme, pero él era más fuerte que yo. Me arrastró hasta el asiento del copiloto. El ver cómo la lluvia caía sobre su espalda y su cuello me hizo tiritar más que el frío…, lo cual me cabreó. No necesitaba eso, ¡no quería desearlo! Furiosa, me solté bruscamente en el preciso momento en que él abría la puerta del coche. Eché a andar, pero él me agarró por detrás. Traté de liberarme revolviéndome y pataleando, pero me sujetó con fuerza. Me apoyó contra la puerta abierta, acorralándome con su cuerpo.

—Basta, Kiera, ¡súbete al maldito coche!

Su cuerpo, empapado y apretado contra el mío, hizo que perdiera los estribos. Estaba furiosa con él por lo de la discoteca, por lo de mi hermana, por Denny, por todo lo que me hacía sentir…, por el mero hecho de existir. Tomé con ambas manos su empapado pelo y lo atraje bruscamente hacía mí, acercando mis labios a escasos centímetros de los suyos. Mis ojos se clavaron en los suyos como dagas. Yo respiraba con dificultad debido a la indignación que sentía, y permanecimos así unos instantes, frente a frente. Oprimí con fuerza mis labios contra los suyos, que estaban fríos por culpa de la lluvia… Luego… lo abofeteé.

Él me arrojó violentamente contra el gélido coche, aunque apenas sentí el frío debido a mi furia. Durante unos segundos, se pintó en su rostro el estupor; luego, me miró con tanta rabia como yo a él. Su furia no era menor que la mía. Oí que la lluvia caía con fuerza a nuestro alrededor, batiendo sobre el tejado metálico del coche y los asientos de cuero. Me agarró por la cintura y me obligó a sentarme en el vehículo. Lo único que yo veía eran sus ojos enfurecidos y apasionados, de un azul tan oscuro que eran casi negros.

Sentí el borde del asiento debajo de mí, pero él me empujó hacia el centro y se montó detrás de mí. Me soltó para poder volverse y cerrar la puerta. Al librarme de su furiosa mirada, me deslicé sobre el asiento para alejarme de él, pensando en bajarme por el otro lado, deseosa de escapar. Pero él se volvió y, tirando de mis piernas, me atrajo hacia él. Luego se inclinó sobre mí, forzándome a tumbarme sobre el asiento. Furiosa, apoyé las manos sobre su pecho y traté de apartarlo, pero no pude.

—Apártate —dije, jadeando, mientras él me miraba fijamente.

—No —contestó, mirándome entre furioso y confundido.

Lo agarré del cuello y lo atraje con fuerza hacia mí.

—Te odio… —dije con rabia.

Me levantó las piernas, las colocó sobre sus caderas y, antes de que yo pudiera reaccionar, se apretó con fuerza contra mí. Incluso sentí a través de sus vaqueros la intensidad de ese movimiento, su cuerpo, lo excitado que estaba también, y sofoqué una exclamación, jadeando.

—No es odio lo que sientes… —Su voz sonaba áspera. Furiosa, lo miré con frialdad. Él sonrió maliciosamente, jadeando también, sus ojos serios—. Ni amistad.

—Basta… —Me revolví debajo de él, tratando de apartarme, pero me sujetó de las caderas y me inmovilizó. Volvió a apretarse contra mí para impedir que me moviera. Gemí y empecé a inclinar la cabeza hacia atrás. Él me tomó de la mejilla y me obligó a mirarlo a los ojos.

—¡Quedamos en que esto sería inocente, Kellan! —le espeté.

—Nunca fue inocente, Kiera. ¡Qué ingenua eres! —dijo con el mismo tono hosco.

—Dios, te odio… —murmuré mientras unas lágrimas de furia afloraban a mis ojos.

Él me miró a los ojos, tan furioso como yo.

—No es verdad…

Me volvió a inmovilizar, aunque esta vez con menos lentitud, mordiéndose el labio y emitiendo un sonido que me produjo el efecto de una descarga eléctrica. Apenas podía respirar. El agua le chorreaba del pelo y caía sobre mis húmedas mejillas, el olor de la lluvia se mezclaba con el olor embriagador de su persona. Una lágrima rodó por mi mejilla, confundiéndose con la gota de lluvia que cayó de su pelo.

—Sí, te odio…, te odio… —murmuré de nuevo entre jadeos.

Él se apretó contra mí y gimió, estremeciéndose debido a la intensidad que sentía. En sus ojos ardía el fuego de la pasión.

—No, me deseas… —dijo resollando, entrecerrando los ojos—. Lo vi. Lo sentí en la discoteca…, sentí que me deseabas. —Acercó su boca a la mía, casi rozándola, arrojándome su trémula respiración sobre el rostro. Era increíble. Lo único que yo veía, que sentía, que respiraba, era él. Me excitaba y a la vez me enfurecía.

—Dios, Kiera…, prácticamente me desnudaste. —Sonrió maliciosamente—. Me deseabas, delante de todo el mundo. —Deslizó la lengua por mi barbilla hasta alcanzar mi oreja—. Y yo te deseaba a ti…

Enredé mis dedos en su pelo húmedo y tiré con fuerza para obligarlo a apartarse. Él inspiró entre dientes, pero volvió a frotarse contra mí.

—No, he elegido a Denny. —Puse los ojos en blanco al sentirle restregarse de nuevo contra mí—. Me fui a casa con él… —Lo miré de nuevo a los ojos, enfurecida—. ¿A quién elegiste tú?

Él dejó de mover las caderas durante un instante y me miró con crueldad.

—¿Qué? —preguntó secamente.

—¡A mi hermana, cretino! ¿Cómo pudiste acostarte con ella? ¡Me lo prometiste! —Le golpeé en el pecho con furia.

Él entrecerró los ojos y me miró de una forma que me alarmó.

—No puedes estar furiosa conmigo por eso. ¡Te marchaste para follar con él! Me dejaste allí plantado…, deseándote…, con ella. —Sonrió satisfecho y me acarició las caderas de forma sensual—. Y ella estaba más que dispuesta. Fue muy fácil tomarla…, penetrarla —murmuró con intensidad.

Rabiosa, traté de abofetearlo, pero él impidió que me moviera.

—Eres un hijo de puta.

Esbozó una sonrisa maliciosa.

—Yo sé con quién follé, pero dime… —preguntó sin apenas poder articular palabra debido a su rabia, acercando la cabeza a mi oído y jadeando con furia—, ¿con quién follaste tú esa noche? —Al decir eso, se apretó con fuerza contra mí. La intensidad de ese gesto y su grosera pregunta me produjeron otra descarga eléctrica, haciendo que gimiera e inspirara una rápida bocanada de aire entre dientes.

—¿Es mejor amante… que yo? —Me miró de nuevo a los ojos, acercó la boca a la mía y deslizó la lengua sobre mi labio—. Nada puede sustituir a lo auténtico. Conmigo será mejor…

—Odio lo que me haces. —Odiaba que supiera lo que yo le había hecho a Denny. Odiaba que él tuviera razón: aquél había sido el mejor polvo que había echado con Denny. Odiaba saber que él tenía razón: que con él sería mucho mejor…

Me miró a los ojos con intensidad.

—Te encanta lo que te hago. —Pasó la lengua sobre mi cuello, lamiendo las gotas de lluvia de mi piel húmeda. Yo me estremecí—. Lo deseas con todas tus fuerzas —musitó—. Me deseas a mí, no a él —insistió.

Pasé los dedos a través de su pelo cuando volvió a rozarse contra mí. Empecé a mover las caderas debajo de las suyas. Mis movimientos intensificaron nuestra excitación y él gimió en el mismo momento y de la misma forma que yo. Las ventanillas estaban empañadas debido a nuestro aliento. Dios, lo odiaba. Dios, lo deseaba…

Empecé a quitarle la cazadora, diciéndome que sólo pretendía que tuviera tanto frío y se sintiera tan desdichado como yo. Él terminó de quitársela con gesto impaciente y la arrojó sobre el asiento trasero. Sentí un fuego abrasador que me recorría el cuerpo al contemplar su pecho perfecto tan cerca del mío. Un fuego violento, como lava líquida.

Traté de acercar su rostro a mis labios, pero él se apartó. Eso me enfureció. Traté de tocar su boca entreabierta con mi lengua, pero él se apartó. Eso me cabreó y le arañe la espalda con saña. Él emitió un extraño sonido de excitación y apoyó la cabeza sobre mi hombro, moviendo las caderas contra las mías con más fuerza. Yo grité y lo agarré por los bolsillos del pantalón, estrujándolo con fuerza contra mí, rodeándole las caderas con las piernas.

—No, le deseo a él… —gemí mientras lo apretaba contra mí.

—No, me deseas a mí… —murmuró con los labios contra mi cuello.

—No, él jamás tocaría a mi hermana —le espeté—. ¡Me lo prometiste, Kellan! —Mi furia se recrudeció y de nuevo traté de apartarlo con fuerza, revolviéndome debajo de él.

—Eso no tiene remedio. No puedo cambiarlo. —Me sujetó las manos y las inmovilizó a ambos lados de mi cabeza, restregando las caderas contra las mías. Contuve el aliento y emití un sonido gutural—. Pero esto… Deja de luchar, Kiera. Di que lo deseas. Dime que me deseas…, como yo te deseo a ti. —Acercó su boca a la mía; sus ojos centelleaban—. Sé que me deseas…

Por fin me besó…

Gemí dentro de su boca y lo besé con ardor. Él me soltó las manos y volví a enroscar los dedos en su pelo. Me besó profunda y apasionadamente. Acercó las manos a mi coleta y me quitó la cinta elástica. Sus caderas seguían moviéndose contra las mías.

—No… —Deslicé las manos sobre su espalda—. Te… —lo agarré de las caderas y lo apreté contra mí—… odio.

Nos besamos con furia y pasión durante una eternidad. Entre jadeo y jadeo, seguí repitiéndole que lo odiaba. Él siguió insistiendo en que no era cierto mientras me besaba en los labios.

—Esto no está bien —protesté, introduciendo las manos debajo de su camiseta para sentir su cuerpo increíblemente duro.

Él deslizó las manos por todo mi cuerpo: mi pelo, mi rostro, mis pechos, mis caderas.

—Lo sé… —musitó—, pero ¡Dios, me vuelves loco!

El continuo movimiento giratorio de sus caderas se intensificó. Yo necesitaba más… o que se detuviera. Entonces, como si me hubiera leído el pensamiento, dejó de besarme y se apartó. Jadeando de excitación, apoyó las manos sobre mis vaqueros. «No…, sí…, no…», pensé frenéticamente, incapaz de descifrar mis propias y caóticas emociones. Empezó a desabrocharme el pantalón, mirándome fijamente, furioso…, al igual que yo a él. Había un calor tan intenso entre nosotros que pensé que nos abrasaríamos.

Cuando alcanzó el último de los cuatro botones, le sujeté las muñecas, le levanté las manos y las coloqué sobre mi cabeza, contra la puerta, estrechándolo contra mí. Entrelacé mis dedos con los suyos y él gimió al sentir que nuestros cuerpos se fundían.

—Basta, Kiera —dijo furioso—. Te necesito. Déjame que lo haga. Puedo hacer que te olvides de él. Puedo hacer que te olvides de ti misma.

Yo me estremecí, sabiendo que tenía razón.

Él consiguió que le soltara una de las manos, que le sujetaba cada vez con menos fuerza, y la deslizó sobre mi pecho hasta apoyarla de nuevo en mis vaqueros, al tiempo que sus labios me besaban en el cuello con intenso fervor.

—Dios, deseo penetrarte… —gimió apasionadamente en mi oído.

Sentí de nuevo una descarga eléctrica a la vez que mi cuerpo reaccionaba a sus palabras; mi cuerpo lo deseaba también desesperadamente. Pero no podía apartar de mi mente la imagen de sus caricias íntimas con mi hermana.

—¡Basta, Kellan! —le espeté.

—¿Por qué? —replicó, con sus labios rozándome el cuello y provocándome un escalofrío—. Es lo que deseas…, ¡lo que me imploras! —murmuró entre dientes, metiendo las manos dentro de mis vaqueros y apoyándolas sobre mis bragas.

Ese gesto tan íntimo fue demasiado. Sus caricias prometían un placer inimaginable. Gemí en voz alta y cerré los ojos. Abriéndolos rápidamente, lo agarré del cuello y acerqué su rostro al mío. Estaba furiosa… Al oírme respirar con dificultad, inspiró entre dientes y gimió. Dios, estaba tan excitado como yo.

—No…, no te deseo. —Le decía que no, pero su dedo se deslizaba sobre el borde de mis bragas, sobre mi muslo, y mi voz se quebró. No sonaba como un rechazo. Retiré la mano de su cuello, para tratar de apartarle la mano de mis bragas, sabiendo que si llegaba a tocarme estaría perdida. Pero él era más fuerte y sus dedos permanecieron tentadoramente cerca de mis partes íntimas.

—Siento que me deseas, Kiera. —Sus ojos ardían con un deseo intenso y abrasador mientras me observaba. Vi el esfuerzo que le costaba controlarse, lo mucho que me deseaba. Gimió en voz alta, y en su rostro había una mezcla de doloroso deseo y furia. Era lo más sexualmente excitante que yo había visto jamás—. Te deseo… ahora. No puedo resistirlo más —dijo con la voz entrecortaba, soltándose de la otra mano que yo aún le sujetaba y acercándola también a mis vaqueros. Empezó a bajarme rápidamente mi empapado pantalón.

—Dios, Kiera. Lo necesito…

—¡Espera! ¡Kellan…, basta! Dame un minuto. Por favor… Dame sólo un minuto…

Nuestra frase en clave para indicar «estoy demasiado excitada; por favor, dame un respiro» pareció penetrar en su mente a través de su pasión. Sus manos se detuvieron. Me miró con esos ojos intensos y abrasadores y contuve el aliento al contemplar su belleza. Volví a decirlo, haciendo un gran esfuerzo.

—Dame un minuto —dije, jadeando.

Él me miró durante unos segundos.

—¡Mierda! —exclamó de pronto. Yo me sobresalté pero no dije nada. De todos modos, no podía articular palabra.

Se incorporó, con sus ojos rebosantes aún de pasión, y se pasó la mano por su húmedo pelo. Tragó saliva y me miró irritado, respirando de forma entrecortada.

—¡Mierda! —repitió, descargando un puñetazo contra la puerta del coche, a su espalda.

Observándolo con recelo, me abroché los vaqueros y me incorporé, tratando de calmar mi respiración y los latidos de mi corazón.

—Eres…, eres… —De inmediato cerró la boca y meneó la cabeza. Antes de que yo pudiera reaccionar, abrió la puerta y se bajó del coche, bajo la gélida lluvia. Lo observé a través de la puerta abierta, sintiéndome como una estúpida y sin saber qué hacer.

—¡Joder! —gritó mientras asestaba una patada al neumático del coche. Llovía a cántaros, y el agua le empapaba de nuevo el pelo y el cuerpo. Asestó otra patada al neumático, profiriendo una retahíla de palabrotas. Su ataque de ira me dejó estupefacta. Por fin, se alejó del coche y, crispando los puños, bramó hacia la calle desierta: ¡JODEEEER!

Resollando con una mezcla de pasión y furia, se llevó las manos a la cara y luego las pasó por su cabello. Las dejó apoyadas allí, enredadas en su pelo, y alzó la cabeza hacia el cielo, cerrando los ojos y dejando que la lluvia le empapara, refrescándolo. Poco a poco, su respiración se normalizó y dejó caer los brazos, con las palmas hacia arriba, como alegrándose de que lloviera.

Permaneció en esa posición durante un rato dolorosamente prolongado. Lo observé desde el interior relativamente caldeado y seco del coche. Era muy atractivo: el pelo húmedo que acababa de alisar hacia atrás con los dedos, el rostro relajado y alzado hacia el cielo, los ojos cerrados, los labios entreabiertos, respirando de forma regular y emitiendo unas nubecillas de vaho, la lluvia chorreándole sobre la cara, sobre los brazos desnudos hasta las palmas de las manos alzadas hacia arriba, su camiseta de color claro adherida a cada músculo de su maravilloso cuerpo, sus vaqueros empapados y pegados a sus piernas. Era más que perfecto. Y empezaba a tiritar de frío.

—¿Kellan? —grité por encima del sonido de la lluvia.

No me respondió. No se movió salvo para extender una mano hacia mí, alzando un dedo para indicar que necesitaba un minuto.

—Hace un frío polar…, por favor, vuelve al coche —le rogué.

Él movió lentamente la cabeza en sentido negativo.

No estaba segura de lo que hacía, pero estaba convencida de que iba a helarse fuera del coche.

—Lo siento, por favor, métete en el coche.

Él apretó la mandíbula y negó de nuevo con la cabeza. De modo que aún estaba furioso.

Suspiré.

—Maldita sea —murmuré, y, haciendo de tripas corazón, me bajé del coche bajo la lluvia torrencial.

Él abrió los ojos y me miró arrugando el ceño cuando me acerqué. Sí, aún estaba furioso.

—Sube de nuevo al coche, Kiera —dijo articulando cada palabra con rabia; la pasión en sus ojos había dado paso a una frialdad tan gélida como la lluvia.

Tragué saliva bajo su intensa mirada.

—No sin ti. —No podía quedarse allí con ese tiempo. Todo su cuerpo temblaba de forma incontrolable debido al frío.

—¡Súbete al maldito coche! ¡Por una vez, hazme caso! —me gritó.

Retrocedí un paso, sorprendida por su arrebato de ira, y entonces estallé.

—¡No! Háblame. ¡No te escondas aquí, háblame! —La fría lluvia me empapaba a mí también, pero no me importaba.

Él avanzó un paso hacia mí, furibundo.

—¿Qué quieres que te diga? —gritó.

—¿Por qué no me dejas en paz? ¡Dímelo! Te he dicho que todo ha terminado, que quiero a Denny. Pero sigues atormentándome… —Mi voz se quebró debido a la ira.

—¿Atormentándote? Tú eres la que… —Calló y desvió la vista.

—¿Qué ibas a decir? —le grité también.

Debí dejarlo solo allí. No debí provocarlo…

De repente, se volvió de nuevo hacia mí. Sus ojos centelleaban de furia y sonrió con frialdad.

—¿Quieres saber realmente lo que pienso en estos momentos? —Avanzó otro paso, y yo retrocedí un poco sin querer—. Pienso que… eres una maldita calientabraguetas, ¡y que debí follarte! —Lo miré atónita, con el rostro desencajado, mientras él avanzaba otro paso y se plantaba frente a mí—. Debería follarte aquí mismo, como la puta que eres…

Antes de que terminara la frase, le abofeteé con fuerza. Toda compasión que pude haber sentido por él se esfumó al instante. Toda tierna emoción que pude haber sentido por él se esfumó al instante. Todo sentimiento de amistad que pude haber experimentado hacia él se esfumó al instante. Deseaba que él mismo se esfumara. Las lágrimas afloraron a mis ojos.

Cabreado, me empujó de nuevo hacia el coche.

—¡Tú empezaste todo esto! ¿Cómo crees que iba a terminar nuestro inocente flirteo? ¿Cuánto tiempo creíste que podrías seguir provocándome? —Me agarró del brazo con fuerza—. ¿Aún sigo… atormentándote? ¿Aún me deseas?

Las lágrimas que rodaban por mis mejillas se confundían con la lluvia.

—¡No! ¡Te aseguro que ahora te odio!

—¡Me alegro! ¡Entonces súbete al puto coche! —gritó, empujándome a través de la puerta abierta y obligándome a meterme en él.

Me senté en el asiento, rompiendo a llorar, y él cerró de un portazo. El ruido me sobresaltó. Quería irme a casa. Quería refugiarme en la seguridad y el confort que me ofrecía Denny. No quería volver a ver a Kellan.

Él se paseó durante largo rato por la calle, probablemente tratando de calmarse, mientras yo lloraba dentro del coche, observándolo y deseando estar lejos de él. Luego, se acercó al lado del conductor y se sentó al volante, cerrando de un portazo tras él.

—¡Maldita sea! —exclamó de repente, golpeando el volante con la mano—. ¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea, Kiera! —Descargó un puñetazo tras otro sobre el volante y me aparté de él, asustada.

Apoyó la cabeza sobre el volante y se quedó así unos momentos.

—Maldita sea, no debí quedarme aquí… —murmuró. Alzó la cabeza y se pellizcó el caballete de la nariz con los dedos. Yo me había mojado bastante, pero él estaba empapado; chorreaba agua por todas partes. Se sorbió la nariz sin dejar de tiritar; tenía los labios casi azulados y estaba muy pálido.

Volví la cabeza, llorando desconsolada, y él puso por fin el coche en marcha. Esperamos en un tenso silencio mientras encendía la calefacción. Nos quedamos callados unos segundos, hasta que volvió a sorberse la nariz y dijo:

—Lo siento, Kiera. No debí decirte eso. Nada de esto debió de ocurrir.

Yo no podía dejar de llorar.

Él suspiró, luego alargó el brazo hacia atrás y tomó mi chaqueta del asiento trasero. Me volví y comprobé que mi bolso también estaba allí; él había recogido ambas cosas. Tragué saliva para aliviar el nudo que tenía en la garganta mientras él me pasaba mi chaqueta en silencio. Me la puse, aliviada de poder abrigarme, pero no dije nada. Regresamos a casa sin que ninguno de los dos abriera la boca en todo el trayecto.

Tras detenerse frente al portal y apagar el motor, Kellan se bajó enseguida del coche bajo la lluvia torrencial y entró en casa, dejándome sola, mirándolo. Tragué de nuevo saliva, entré y subí la escalera. Me detuve frente a su puerta. Había entrado en su habitación, pues vi sus huellas mojadas en la alfombra. Lo odiaba. Miré la puerta de mi habitación, donde me esperaba Denny, seguramente dormido, y volví a mirar la puerta de Kellan. Deseé que Denny y yo estuviéramos de regreso en Ohio, seguros, junto a mis padres. Luego, oí en el silencio un sonido que jamás imaginé que oiría. Respiré hondo, abrí la puerta de la habitación de Kellan y la cerré en silencio a mi espalda.

Kellan estaba sentado en el centro de la cama, poniéndolo todo perdido de agua, ensuciando las sábanas con sus zapatos. Tenía los brazos alrededor de las piernas y la cabeza entre las rodillas. Temblaba de la cabeza a los…, pero no de frío. Temblaba porque estaba llorando.

Cuando me senté junto a su empapado cuerpo, no dijo nada; no me miró, y no dejó de llorar. Me invadieron una serie de emociones: odio, culpa, dolor…, incluso deseo. Por fin, se impuso el sentimiento de compasión y le rodeé los hombros con mis brazos. Emitió un sollozo y, volviéndose hacia mí, me enlazó por la cintura y apoyó la cabeza en mi regazo. Entonces, perdió el control por completo. Me abrazó como si temiera que yo fuera desaparecer en el momento menos pensado. Lloraba con tal desconsuelo que apenas podía respirar.

Me incliné sobre él, acariciándole el pelo y frotándole la espalda, mientras sentía que se me saltaban las lágrimas otra vez. El dolor que me habían causado sus palabras se evaporó en mi mente ante su dolor. Sentí un profundo sentimiento de culpa por lo que le había obligado a hacer. Él tenía razón…, en un sentido grosero y vulgar. Yo era una calientabraguetas. Lo había provocado. Lo había conducido continuamente hasta el límite, y luego lo dejaba por otro. Lo había herido. Ahora mismo seguía haciéndole daño. Por fin, había estallado, diciéndome cosas muy duras, y yo lo tenía merecido…, y ahora se odiaba por ello.

Temblaba de forma incontrolable. Noté su cuerpo frío contra el mío, por lo que supongo que en parte temblaba porque estaba calado hasta los huesos. Extendí la mano hacia atrás y él me abrazó con más fuerza, como si temiera que me fuera. Agarré el borde de una manta que estaba a punto de caer de su desordenada cama y lo cubrí a él y a mí con ella. Me tumbé sobre su espalda, rodeándolo con los brazos. Poco después, mi cuerpo empezó a entrar en calor, y a transmitirle mi calor, y sus temblores remitieron lentamente.

Al cabo de un rato que se me antojó una eternidad, sus sollozos dieron paso a un leve lloriqueo, que también remitió al cabo de unos minutos. Seguí abrazándolo en silencio, sorprendida al comprobar que lo mecía suavemente, como si fuera un niño. Pasados unos momentos, dejó de abrazarme por la cintura, su respiración se hizo regular y acompasada, y comprobé que se había quedado dormido sobre mis piernas, también como un niño.

El corazón me dolía debido al cúmulo de emociones que había experimentado. Había perdido la cuenta. Traté de olvidar nuestra espantosa noche, pero ésta no dejaba de reproducirse en mi mente. Sacudí la cabeza para apartar los malos recuerdos y le besé suavemente el pelo mientras seguía acariciándole la espalda. Me moví con cuidado debajo de él. Se agitó un poco, pero no se despertó. Cuando me aparté, alargó instintivamente el brazo y me sujetó por las piernas, sin despertarse. Ese gesto me conmovió, y, tragando saliva, lo obligué suavemente a que me soltara. Él se estremeció y dijo «no», y, durante unos instantes, pensé que estaba despierto, pero, después de observarlo un minuto, no volvió a moverse ni dijo nada.

Suspiré y le acaricié el pelo. Se me saltaron las lágrimas de nuevo y sentí la apremiante necesidad de abandonar esa habitación. Después de cubrirlo con la manta para que no se enfriara, salí de la habitación y entré en la mía.