Capítulo XXXIV
Salió a toda velocidad del aparcamiento del multicines, rodeó el complejo del centro comercial y tomó la primera incorporación que vio a la autopista central, en dirección norte. Apretaba el acelerador pero no se atrevía a pisarlo a fondo por miedo a que lo pararan por exceso de velocidad. Conducía con un ojo puesto en el espejo retrovisor, temeroso de que, en cualquier momento, apareciera en su campo de visión un coche patrulla que lo persiguiera.
-¿Por qué no iba a querer Rodarte encontrar a Manuelo Ruiz? -preguntó Laura.
-Piénsalo. No es que haya puesto a Manuelo en busca y captura precisamente, ¿no?
-Rodarte pensaba que lo habías matado y que lo único que descubrirían sería su cadáver. Le interesaba más encontrarte a ti.
-Para culparme de asesinato. Lo mejor que le podría pasar a Rodarte sería que Manuelo ya hubiera cruzado la frontera y se dirigiera de vuelta a la selva, para no volver a salir de allí jamás. ¡Mierda! -exclamó en un susurro, a la vez que daba un puñetazo al volante-. ¿Crees que se quedó con la dirección? ¿Crees que la entendió?
-Eh…
-Porque si encuentra a Manuelo antes de que yo lo encuentre, ese hombre nunca llegará al juicio, lo más probable es que ni siquiera llegue a la sala de interrogatorios.
-¿Crees que Rodarte lo ayudaría a escapar?
-Si Manuelo tiene suerte, podría hacer eso. Pero lo que me da más miedo es que Rodarte quiera asegurarse de que nadie oiga la versión de Manuelo sobre lo que pasó aquella noche. Nunca.
-Te refieres a que… ¿podría matarlo?
Él se encogió de hombros.
-Griff, es un agente del cuerpo de policía…
-Sí, que ha dedicado todas sus energías a llevarme al corredor de la muerte. Con ese propósito, no le importará prescindir de Manuelo.
-Y ¿qué hacemos ahora? ¿Llamamos a uno de los superiores de Rodarte, les contamos tu versión?
Griff sacudió la cabeza.
-No sé cuáles de ellos son sus aliados. Contrató a dos para que me dieran una paliza. No sabría en quién confiar.
-Entonces, ¿qué?
-Tenemos que encontrar a Manuelo antes que Rodarte.
-¿Cómo vamos a hacerlo?
Tras culebrear y ponerse delante de un camión para tomar una salida, Griff murmuró:
-Y yo qué coño sé…
La crepería estaba abierta toda la noche. A cualquier hora estaba bien iluminada y llena de gente, igual que el aparcamiento. Un coche abandonado allí no llamaría la atención. Griff aparcó y se bajaron del vehículo.
-Bienvenida al glamuroso mundo de los fugitivos.
Le dio la mano a Laura y la condujo a la parte posterior del edificio, donde estaban los malolientes contenedores de basura, abiertos y llenos hasta los topes.
-¿Adónde vamos?
-Está a menos de un kilómetro. ¿Te ves con fuerzas?
-Un kilómetro no es ni el calentamiento.
Griff le sonrió pero su expresión era taciturna.
-No he dicho que fuera un kilómetro fácil.
Cuando dejaron atrás la zona con establecimientos, se adentraron en un barrio residencial. A lo largo de los últimos días, con el método de prueba y error, Griff había aprendido cuál era la ruta más segura, aunque no la más sencilla. Tuvieron que atravesar metros de follaje y arbustos densos, y rodear árboles frondosos, pero por lo menos no había iluminación exterior, ni vallas, ni perros que ladraran.
Llegaron a la casa por detrás. Griff se sintió aliviado al ver que no había luces en el interior. Cada vez que regresaba a su refugio, tenía miedo de que los dueños hubieran vuelto durante su ausencia.
El patio posterior estaba limitado por una valla de estacas, pero cuando llegaron a la puerta de la verja, Griff abrió el cerrojo sin dificultad.
-Nunca la cierran.
Instó a Laura a cruzar la portezuela y después la cerró con cuidado.
-¿Quién vive aquí? -le preguntó Laura en un susurro.
Era evidente que las casas que había a ambos lados estaban habitadas. Las luces se colaban por las ventanas. Cerca de allí oyó el siseo de un aspersor. También se oía la banda sonora de un programa televisivo.
-Antes vivía yo. -La condujo hasta la puerta de atrás, la abrió y tiró de Laura para que entrase tras él. Empezó a sonar la alarma, pero Griff marcó una secuencia de números y se hizo el silencio-. No han cambiado el código. Después de todos estos años, sigue siendo el mismo.
-¿Ésta era tu casa?
-La de mi entrenador y su mujer. Me acogieron cuando tenía quince años.
-Los Miller. -Al ver la cara de sorpresa de Griff, Laura añadió-: Me he informado.
Griff no se atrevía a encender las bombillas, pero le llegaba luz suficiente de las casas adyacentes a través de los visillos de la cocina para poder distinguir las facciones de Laura cuando estudió su rostro.
-¿Te has informado sobre mí?
-Cuando Foster recomendó que fueras el padre del bebé, busqué información sobre tu pasado.
-Ah. -Esperó un instante y luego añadió-: Supongo que aprobé el examen. A pesar de que mi padre fuera un machista violento y de que mi madre fuera una puta.
-No era culpa tuya.
-Ya sabes lo que dice la gente: de tal palo, tal astilla.
-Por norma general, la gente se equivoca.
-En este caso no. Yo salí igual de podrido.
Ella negó con la cabeza y estaba a punto de decir algo cuando la nevera empezó un ciclo y emitió un zumbido que sonó como una sierra eléctrica en aquella casa tan silenciosa. Laura dio un respingo. Griff le tocó el brazo.
-Tranquila, es la nevera. No pasa nada. Ven.
Le dio la mano y tiró de ella mientras se desplazaba desde la cocina hacia la sala de estar, donde las cortinas estaban corridas y la oscuridad era mucho más espesa.
Todavía en un susurro, Laura preguntó:
-Entonces, ¿aquí es donde te has escondido todo este tiempo?
-Desde que me escapé de casa de Turner.
-¿Te han dado cobijo?
-No exactamente. No saben que estoy aquí. Vine a ver a Ellie hace unas semanas. Me comentó que iban a hacer un viaje a Hawai. Supongo que es donde deben de estar ahora. Bueno, no importa, el caso es que me presenté aquí, dispuesto a suplicar su perdón. No me hizo falta.
-Tendrás que hacerlo cuando regresen.
-A lo mejor -dijo él con preocupación-. Estoy seguro de que el entrenador me echará a patadas. Pero por lo menos nadie podrá acusarlos de haberme ayudado. Siento no poder encender las luces. Los vecinos saben que están de viaje y seguro que echan un ojo a la casa. Este barrio es así. Los vecinos se ayudan. Cuidado, voy a cerrar esta puerta.
Cerró la puerta que había entre la sala de estar y el pasillo, y quedaron sumidos en una completa oscuridad.
-¿A Rodarte no se le ha ocurrido buscarte aquí?
-Seguro que lo hizo, y no me extrañaría que pidiera a un coche patrulla que hiciera rondas de vigilancia por estas calles. Pero cuando descubrió que los Miller estaban fuera del Estado, supuso que yo no estaría en su casa. Además, sabe que ahora el entrenador no soporta verme. Es probable que piense que, si yo asomara la nariz por aquí, él sería la primera persona a quien llamara el entrenador. Confío en que todo esto se solucione antes de que Ellie y él vuelvan de vacaciones y nunca se enteren de que he utilizado su casa. -Se rió en voz baja-. Aunque lo más probable es que Ellie se dé cuenta. He intentado recogerlo todo después de usarlo, pero es un ama de casa excelente.
-¿El coche en el que íbamos es suyo?
-Sí, es su segundo coche. No lo usan mucho. Lo saqué del garaje sin que me vieran en plena noche, lo llevé al aparcamiento del restaurante y lo dejé allí. Desde entonces, lo he aparcado siempre en el mismo sitio. Para los vecinos, el coche sigue metido en el garaje de la casa.
Fue palpando la pared hasta que llegó a la puerta de su dormitorio.
-Entra.
Una vez que estuvieron dentro y hubieron cerrado la puerta tras ellos, la soltó de la mano y tanteó con los dedos hasta encontrar el escritorio. Distinguió la lamparita por el tacto y la encendió. Los dos parpadearon ante la repentina luz. Griff se desplazó hacia la ventana que daba al jardín delantero.
-Rudimentario pero eficaz.
Había extendido una manta oscura sobre el marco de la ventana y la había ajustado con cinta adhesiva, para que no se colara ni el menor resquicio de luz.
-Desde fuera lo único que se ve son las persianas bajadas.
-Ingenioso.
-Más bien desesperado.
Encima de la mesa había un ordenador portátil. Lo encendió. Lo había encontrado en el dormitorio de invitados. El entrenador siempre había maldecido los ordenadores, porque decía que eran «un coñazo de utilizar», así que Griff supuso que era Ellie quien se había unido a la era de la electrónica.
Mientras se encendía el sistema, Griff observó a Laura, que deambulaba por la habitación, mirando fotos, trofeos, recortes de prensa y otros recuerdos de su vida… a partir de los quince años.
-Empezaste pronto.
En ese momento miraba una foto de él antes de que tuviera edad suficiente para afeitarse. Estaba en cuclillas con una rodilla sobre la hierba, vestido con el uniforme del equipo de fútbol con las clásicas hombreras, el casco agarrado debajo del brazo y la expresión más mezquina que sabía poner. Las fotografías y premios de esa habitación marcaban la crónica de su carrera de futbolista, desde los equipos adolescentes hasta el fatídico partido de los play-off contra los Redskins.
-Te encantaba, ¿verdad? -preguntó Laura.
-Sí.
-¿Te arrepientes de lo que hiciste?
-Ni te lo imaginas.
Miró la pantalla del ordenador. No era un modelo nuevo, rápido ni moderno. Los programas seguían cargándose. Laura se sentó en el borde de la cama y cruzó las manos sobre el regazo, como si se dispusiera a escuchar.
Griff se quedó mirando una foto enmarcada de sí mismo en el momento de lanzar un pase. La habían hecho durante un partido gracias al cual el equipo de su instituto había ganado el campeonato estatal. El equipo del entrenador. Todos los alumnos del centro habían hecho un desfile para conmemorar la victoria cuando los jugadores regresaron de Houston, donde habían disputado el partido, en el Astrodome. Hasta ese momento, había sido el punto álgido de la vida de Griff.
-Desde el día en que comienzas, sabes que no puede durar para siempre -dijo-. Aunque vayas directo a los equipos profesionales, es una carrera corta. A los treinta eres viejo. A los treinta y cinco eres una momia. Y eso si no tienes una lesión grave. Cada partido que juegas puede ser el último de tu carrera. O incluso el último de tu vida. Cada vez que te lanzan la pelota, estás tentando a la suerte.
Volvió la cabeza y la miró.
-Pero no cambiaría ni un día de lo que viví. Ni un solo día. Me encantaba la concentración que hacíamos siempre antes de los partidos. Para cuando llegaba el primer lanzamiento, tenía un nudo en el estómago del tamaño de un puño, pero era una ansiedad buena, ¿sabes?
Ella asintió con la cabeza.
-Me encantaba el chasquido de la pelota al agarrarla con las dos manos. Me encantaba el subidón de adrenalina que sentía cuando me tocaba hacer una jugada complicada y la bordaba. De paso, jugar me permitió obtener becas y favores, educación universitaria, un sueldo millonario. Pero la verdad, Laura, es que habría jugado gratis. Porque, incluso los peores días, me encantaba el fútbol. Sentía pasión por el juego incluso los lunes por la mañana, cuando apenas podía levantarme de la cama de tantos dolores y magulladuras. -Sonrió-. Muchos días aún tardo media hora en conseguir ponerme en pie.
Miró hacia el ordenador. Todavía estaba procesando.
-Recuerdo un domingo por la tarde en el estadio de Texas, tirado en la hierba después de que me aplastara la mitad del equipo de los Broncos y en medio de un campo lleno hasta la bandera de aficionados del equipo local. Miré hacia arriba por ese ridículo agujero que había en el techo del estadio y, a pesar de verme sentado de culo y de haber retrocedido siete yardas en aquella jugada, me sentí tan feliz como un niño de poder estar en el campo y me eché a reír en voz alta. Todos pensaron que se me iba la olla, que había sufrido una contusión, o sencillamente que me había derrumbado por la presión. Nadie imaginó que me reía de pura alegría por jugar. ¡Por jugar! -Sacudió la cabeza y ahogó una risa triste-. Sí, me encantaba. Dios mío, adoraba el deporte.
Pasaron algunos segundos. Oyó que Laura respiraba hondo y soltaba el aire poco a poco.
-Y ellos te adoraban a ti.
Cuando se dio la vuelta para mirarla, Laura estaba contemplando una foto de Griff con los Miller.
-¿Te refieres al entrenador? ¿A Ellie? -Se encogió de hombros, incómodo-. Has hecho bien en usar el pasado.
Ella señaló las paredes, las estanterías llenas, y dijo con cariño:
-Todo sigue aquí, Griff.
Él le aguantó la mirada unos segundos y después volvió a centrarse en el portátil.
-Por fin.
Movió el cursor hasta el icono que lo conectaría a Internet. Notó cómo Laura se ponía de pie a su espalda y miraba la pantalla por encima de su hombro.
-¿Qué plan tienes?
-No tengo plan. Entrar en algún servidor de información, supongo. Intentar encontrar esa dirección. Empezaré por la ciudad de Dallas, después ampliaré al condado de Dallas, y luego, a todo el puñetero Estado si hace falta.
-¿No puedes ir más rápido?
Griff tecleaba con dos dedos y mirando las letras. Levantó la vista por encima del hombro.
-¿Tú sí?
Cambiaron de lugar. Ella se acomodó en la silla del escritorio. Él apoyó los brazos en el respaldo para poder ver el monitor. Ella tenía muchas más tablas como mecanógrafa.
-Manuelo no escribió si Lavaca era una calle, una avenida o un pasaje -comentó Laura-. Tendremos que probarlo todo.
-¿Cuántas calles, avenidas y tal llamadas Lavaca crees que habrá en Texas?
-¿Cientos?
-Eso mismo pienso yo. Y Rodarte tiene mejores ordenadores y más gente trabajando para él.
-¿Puedo hacer una sugerencia?
-Por supuesto.
-Los impuestos de bienes inmuebles. Todas las propiedades están gravadas con impuestos.
-¿Te parece que alguien que proporciona documentos falsos a inmigrantes ilegales va a pagar impuestos?
-Los impuestos se asignan. Si la gente los paga o no, es otro tema.
-Está bien. ¿Se puede acceder a informes de impuestos por Internet?
-Lo intentaremos. ¿Buscamos la lista oficial de recaudación del condado de Dallas?
-Venga, suéltate.
Empezó a buscar una página web parecida a ésa.
-Háblame de Bill Bandy.
La petición lo sorprendió tanto que, por un momento, se quedó callado. Después dijo:
-¿Qué quieres saber?
-Cómo os conocisteis. Cómo empezaste a tener tratos con él.
Griff le dio una versión resumida.
-Cuando me puse de deudas hasta las cejas, él me habló de una organización. Cancelaron mi deuda a cambio de que les hiciera unos favores, trampas. Nada que no pudiera ocurrirle a cualquier quarterback un domingo normal y corriente.
-Bandy te traicionó.
-Los federales lo pusieron en libertad condicional a cambio de que me delatara, y supongo que no tuvieron que retorcerle el brazo demasiado para que lo hiciera.
-Hay una calle Lavaca en Dallas, pero los números de las casas tienen tres dígitos, no cuatro -informó Laura.
-Prueba con paseo Lavaca.
-Los periódicos dijeron que Bandy te había entregado los dos millones en el apartamento de Turtle Creek.
-Es cierto. Llevaba un micro. Y en el mismo instante en el que le quité la caja de billetes de las manos, los agentes entraron dando mamporros por la puerta de mi casa y me leyeron mis derechos.
-¿Te metieron en la cárcel?
-Sí -dijo él sin rodeos, mientras recordaba la humillación de esa experiencia-. Wyatt Turner consiguió que me liberaran con la condición de que entregase el pasaporte. En cuanto salí de la cárcel, fui a buscar a Bandy.
Laura dejó de teclear, se dio la vuelta y levantó la vista hacia él.
-Ya lo sé, fue una estupidez. Pero estaba furioso. Supongo que quería asustarlo para que se arrepintiera de no estar muerto por haber dado el chivatazo. -Maldijo para sus adentros-. Joder, qué iluso era. Cuando llegué al piso de Bandy, la puerta estaba abierta. Entré. Casi me marcho sin verlo. Lo habían empotrado entre el respaldo del sofá y la pared. Le habían retorcido el cuello de tal forma que tenía la cara casi mirando hacia atrás.
-¿Quién lo mató?
-Seguro que el clan de los Vista estaba detrás del asunto. Querrían cerrarle el pico para que no pudiera delatarlos igual que me había delatado a mí.
-También podrían haberte matado a ti.
-Imagino que pensaron que sería más divertido dejarme con vida, para que me inculparan del asesinato de Bandy. Seguro que fueron ellos los que llamaron a la policía.
-¿Cómo podían saber que irías a casa de Bandy?
-No sé, supongo que imaginaron que iría a buscar a Bandy, por lo menos para decirle lo decepcionado que estaba con él -dijo con sarcasmo-. Todavía estaba arrodillado junto al cuerpo cuando se presentaron dos coches patrulla. Habían respondido a una llamada anónima al número de emergencias hecha desde una cabina telefónica, según me dijeron.
-Los Vista te vigilaban.
-Sin duda. Y si conocieras al tipo que se llama Bennett, tú también tendrías la impresión de que puede ver a través de un huracán sin pestañear. Bueno, el caso es que ahí estaba yo, con cargos por actividades mafiosas y apuestas ilegales, y ahí estaba mi corredor de apuestas, el que me había delatado, frito en el suelo.
»En ésas entró el detective Stanley Rodarte, a quien habían mandado a investigar el escenario del crimen. Entró y se presentó, me dijo que yo era un jugador de fútbol fantástico, pero que era una pena que me hubiera vuelto corrupto. Entonces miró el cuerpo, volvió a mirarme a mí y se echó a reír. El caso le pareció pan comido.
-Tampoco hay ninguna dirección con ese nombre de calle en el registro del condado de Tarrant -dijo Laura.
-¿Y en Denton? ¿Qué hay en la parte oeste de Tarrant?
Laura consultó un mapa en pantalla, donde aparecían los límites de los condados.
-Parker.
-Prueba ahí también. ¡Joder! -exclamó mientras miraba el mapa y se daba cuenta del alcance de su esfuerzo-. Podríamos pasarnos toda la noche.
Miró el reloj y se preguntó si Rodarte ya habría localizado la dirección y estaría yendo a toda velocidad hacia allí.
-Pero el caso no era tan pan comido como pensaba Rodarte -dijo Laura.
-El dormitorio de Bandy estaba patas arriba. Lo habían registrado todo. Mis huellas estaban en el sofá, en la pared que había detrás… ¡Hostia, estaba de rodillas al lado del cadáver cuando llegó la pasma! Pero no pudieron demostrar que hubiera entrado en la otra habitación, y te aseguro que Rodarte lo intentó. El tribunal supremo consideró que era imposible creer que hubiera evitado dejar huellas u otras pruebas mientras registraba el piso, pero que después me hubiera quitado los guantes para matar a Bandy. Y si lo había hecho, ¿dónde estaban esos guantes?
-¿Por qué registraron la habitación?
-Rodarte opinaba que Bandy tenía dinero escondido por algún rincón y que yo me lo había agenciado.
Una vez más, Laura se dio la vuelta y levantó la mirada hacia él.
-Pero no llevabas dinero metido en los bolsillos, ¿verdad?
-No. Pero no tenía por qué ser obligatoriamente dinero en efectivo lo que buscara. Podía ser un número de cuenta o la combinación de una caja fuerte. Algo que pudiera aprenderme de memoria. Más adelante, cuando saliera de la cárcel, tendría un tesoro esperándome. -La miró con seriedad-. Para tu información, nunca entré en el dormitorio de Bandy. No sé lo que tenía o dejaba de tener allí. Pero que yo supiera, el corredor no guardaba ahorros para las vacas flacas.
Lentamente, Laura dijo:
-No te he preguntado.
Volvió a concentrarse en la búsqueda y, tras leer en diagonal la información de la pantalla, dijo:
-No hay nada llamado Lavaca en el condado de Parker.
Griff abrió la bolsa de deporte y sacó el mapa de Manuelo.
-Vuelve a abrir el mapa del Estado. -Laura obedeció. Cuando la imagen apareció en la pantalla. Griff tocó un punto-. La estrella de color rojo está aquí. -Señaló la parte más al sur del Estado-. Algún sitio entre Misión e Hidalgo.
-Es de suponer que por ahí fue por donde entró en el país, ¿no? Dios mío, ¿a cuánto está de aquí?
-Por lo menos a seiscientos kilómetros. Yo diría que casi a setecientos.
-Hay montones de condados.
-Sí, pero me apuesto lo que quieras a que su contacto no estará muy lejos de esa zona. Pongamos que Manuelo fue hacia el norte a través de San Antonio y Austin.
-Básicamente siguiendo la I-35.
-Sí, básicamente. Concentrémonos en los condados que quedan justo al sur de Dallas-Fort Worth.
-Hood, Jonson, Ellis…
-Busca ésos y empieza a bajar desde ahí.
Lo encontraron en el condado de Hill.
-¡Griff! Hay una calle Lavaca en el condado de Hill. A las afueras del pueblo se convierte en la carretera FM 2010. ¡Creíamos que era el número de la casa!
Griff se inclinó hacia ella y Laura lo señaló en la pantalla.
-¿Qué pueblo es ése? -preguntó él.
-Itasca.
-Repítamelo -dijo Rodarte.
-Itasca.
-¿Dónde coño está eso?
Conducía con una mano, mientras con la otra se sujetaba el móvil contra la oreja.
Había mandado a un agente de la comisaría de policía que buscara la dirección que Griff Burkett le había chivado antes de colgar. Gracias a un satélite y a una tecnología que no comprendía, habían seguido la pista del teléfono de Laura Speakman hasta un cine. Antes de que pudiera emocionarse demasiado con el descubrimiento, encontró el puñetero aparato tirado en el suelo del aparcamiento.
Ahí había perdido la pista, porque el coche de la señora Speakman se había quedado en la mansión, y no sabían qué vehículo conducía ahora Burkett. Además, ninguna de las personas a quienes habían preguntado al salir del cine sabía de qué les hablaba. Rodarte había dejado allí a Carter para que intentara recuperar el rastro. A decir verdad, estaba encantado de poder asignarle otra tarea a su compañero. A partir de entonces, prefería trabajar solo.
Rodarte se subía por las paredes al pensar que Griff Burkett y su amante adúltera -¿habría planeado el asesinato de su marido con él?- se estaban riendo en su cara. Los idiotas que había colocado para vigilarla tendrían que empezar a buscar trabajo mañana mismo. Y después les haría mucho daño. A ellos y a sus mujeres. Y a sus hijos. Se arrepentirían de haber nacido.
Y eso no era nada comparado con lo que tenía pensado hacer con Griff Burkett y la pobre, inocente y apenada viuda. Lástima que no se la hubiera follado cuando tuvo la oportunidad. «¿A quién se lo habría contado ella? ¿A la poli?», pensó con sorna. «Ni hablar.» No, cuando él podía darle la vuelta a la tortilla y contar lo de su aventura ilícita con el asesino de su marido. Sí, tendría que haber respondido al impulso que había sentido en la habitación del hotel, haberse echado encima de ella y habérsela tirado. Ay, era demasiado bueno, ése era su problema.
El agente de la comisaría le bombardeaba con indicaciones.
-Desde donde está, vaya al sur por la 35 E hasta llegar a la I-20 y después hacia el oeste. Luego salga por Fort Worth y coja la 35 dirección sur. Fíjese en la salida.
-Entonces, ¿dónde está la calle Lavaca o como se llame?
-Recorre la parte este del pueblo y luego se convierte en la carretera comarcal 2010. Suponemos que de ahí vienen los números. No es exactamente una dirección, pero tiene sentido.
-Sí, ya -dijo Rodarte no muy convencido-. Pero no se mueva, por si acaso necesito volver a llamarlo.
-Ya he llamado a la policía local del pueblo. El jefe se llama Marion.
-¿De nombre?
-De apellido. Y también he avisado a la comisaría del condado de Hill. El señor Marion va a mandar a un escuadrón a que peine la zona, para ver si sus chicos encuentran algo. Cuando llegue allí, tendrá muchos refuerzos.
-¿Todavía circula la orden de búsqueda y captura de Manuelo Ruiz?
-Le pedí a Marion que les refrescara la memoria a todos.
-¿Y la de Griff Burkett?
-Sí, saben que va armado y es peligroso. Tal como me ordenó, detective.
-Lleva el arma de un policía.
-También se lo he dicho al señor Marion. Se puso furioso. -Después de una pausa, añadió-: Y pensar que alabábamos a ese cabrón.
-Sí, quién iba a dar…
Lo mejor que podía pasarle a Burkett era que lo pillara y machacara un poli mal pagado y muy nervioso de Hicksville, un fan de los Cowboys que no le hubiera perdonado la falta de principios.
Que otra persona matase a Burkett eliminaría todas las sospechas contra Rodarte. Pero había una pega incuestionable: le privaría de cargarse a ese cabrón con sus propias manos, y no podía aguantarse las ganas de hacerlo.
-¿Qué número de teléfono tiene esa comisaría? -preguntó Rodarte al agente de su departamento. En cuanto apuntó el número, colgó y marcó el teléfono. Se presentó y no tardaron en pasarle con el jefe de policía, el señor Marion.
-Rodarte, detective de la policía de Dallas.
-Sí, señor -dijo el otro nervioso.
-Llamaba para ver qué tal va todo. ¿Qué pasa por ahí abajo?
-En la FM 2010 no hay nada más que una granja vieja. Vacía. Parece que lleva mucho tiempo abandonada. Mis hombres han dicho que se caería a pedazos si soplara el viento fuerte.
-No me joda…
-El lugar estaba desierto. Seguiremos buscando, pero ni mis agentes ni los subordinados del sheriff conocen ninguna otra casa en esa dirección. En varios kilómetros.
-De acuerdo. Manténgame informado.
-Por supuesto, detective.
Rodarte colgó la llamada y arrojó el móvil al asiento del acompañante, maldiciendo su suerte. ¿Acaso Burkett le había tendido una encerrona para que persiguiera humo? ¿Quería entretenerlo mientras él y su amante escapaban?
Se detuvo en el arcén de la carretera, bajó la ventanilla y encendió un cigarro. Dejó el motor encendido mientras barajaba sus opciones.
-Itasca -repitió Laura-. ¿Lo habías oído alguna vez?
-No, pero lo encontraré. -Le apretó los hombros-. Buen trabajo. Gracias. -Se desplazó hacia la puerta-. Apaga la luz hasta que me haya marchado. Y recuerda que no puedes encender ninguna bombilla a menos que la puerta de este cuarto esté cerrada.
-¿Te marchas ya?
-Ahora mismo. Confío en que Rodarte no me lleve demasiada ventaja.
-Pero no sabemos si es la dirección correcta, Griff. Y aunque lo sea, puede que Manuelo ya no esté allí.
-Tengo que intentarlo. Es mi última esperanza.
-Yo también voy -dijo ella decidida.
-No, no. Ni hablar. No sé lo que…
-Voy contigo.
Laura se levantó pero, al hacerlo, una expresión extraña le cubrió el rostro, y apretó las manos entre las piernas.
-¿Qué pasa?
Laura se quedó allí de pie, mirándolo con ojos alarmados. Entonces, su cara se quebró y gimió:
-No, por favor.