Capítulo XXXIII
Después de varios minutos de silencio, Griff dijo:
-Tienes que creerme, por lo menos en parte, porque si no, no seguirías en este coche.
Laura se pasó los dedos por la melena. Había estado intentando encontrar las palabras precisas que reflejaran las dudas que albergaba sin sonar desleal al marido que acababa de enterrar. Pero no estaba segura de si eso era posible.
-Foster daba saltos de alegría con el tema del bebé -empezó a decir-, pero le supliqué que no te lo notificara hasta que tuviéramos la confirmación médica del embarazo.
-Me llamó justo después de que te dieran los resultados del análisis de sangre.
-Esa tarde admitió que había hablado contigo. Me pidió disculpas por no esperar hasta que yo llegara para llamarte, pero dijo que no podía aguantar más sin compartir la buena noticia. Me dijo que nos deseabas todo lo mejor, pero que lo que más te importaba era cobrar el dinero cuanto antes.
-Eso es mentira. Yo…
Laura levantó la mano.
-Deja que te lo cuente desde mi punto de vista. Luego puedes corregirme.
Griff asintió con la cabeza.
-Foster y yo lo celebramos aquella noche. Le pidió a la señora Dobbins que preparase una cena especial. Me obligó a comer una segunda ración de patatas, recordándome que tenía que comer por dos. No me quitaba ojo de encima. Me mandó que subiera por el ascensor en lugar de subir caminando como siempre. Insistía en que la escalera era peligrosa y podía caerme. Le dije que iba a volverme loca si se comportaba así durante los siguientes nueve meses. Pero fui comprensiva con su estado de ánimo. A decir verdad, los dos nos reímos de su exceso de protección. Cuando Manuelo lo preparó para pasar la noche, fui a su dormitorio. Me dio la mano y me dijo lo mucho que me quería, me repitió lo emocionado que estaba por el bebé. Cosas así. -Se le sonrojaron las mejillas, porque le daba un poco de vergüenza-. Fue muy tierno y atento, y más afectuoso de lo que había sido en meses. Me quedé con él hasta que concilió el sueño.
Laura se dio perfecta cuenta de la silenciosa inmovilidad de Griff, de su mirada imperturbable.
-Teniendo en cuenta su comportamiento de aquella noche, no comprendí por qué insistió tanto en que viajara a Austin a la mañana siguiente. Era un viaje innecesario. El incidente podría haberse resuelto tranquilamente con ayuda del supervisor de la zona, y debería haber sido así. Era un insulto para él que Foster me enviara para vigilar. Además, no era su modo habitual de proceder. No tenía ningún sentido que me mandara allí.
-Para mí sí tiene sentido.
A su pesar, Laura asintió.
-Habíamos resuelto el problema a media tarde. Podría haber cogido un vuelo más temprano de vuelta de Dallas, pero, sin consultármelo, Foster me había organizado una cena con algunos de los responsables de la oficina de Austin. La velada se prolongó muchísimo. Llegué con el tiempo justo de coger el vuelo de las nueve de la noche, el último que había.
-No quería que regresases antes de esa hora. Quería mantenerte al margen para que no te entrometieras. Para cuando tú regresaras, yo ya estaría muerto.
-Sigo sin poder creérmelo, Griff. De verdad, es que no puedo. A pesar de lo que tú pienses, no era un lunático. Admito que se había vuelto cada vez más obsesivo. Lo de hacer las cosas en series de tres, la limpieza… ¿Viste los frascos de desinfectante?
-Por todas partes.
-No toleraba ninguna mancha, nada fuera de su sitio, ningún detalle dejado al azar. Pero no me cabe en la cabeza que le mandase a Manuelo que te matase con las manos desnudas.
-No quería que mi sangre manchara su alfombra de lujo.
Ella lo fulminó con la mirada. Luego añadió:
-Ya sabes a qué me refiero. ¿Cómo pensaba salir airoso del embrollo?
-Aseguraría que había asaltado la mansión y había intentado matarlo.
-¿Por qué?
-Por ti. Diría que Manuelo le había salvado la vida cuando lo ataqué en un arrebato de celos.
-Pero Foster no conocía a Rodarte. Y por supuesto, ignoraba que el detective había descubierto la casa de la calle Windsor y había llegado a la conclusión de que tú y yo teníamos una aventura. Si te hubieran matado a ti, ¿cómo le habría explicado Foster al investigador…?
-Rodarte habría hecho todo lo que estuviera en su mano para que lo pusieran en el caso, te lo aseguro. Me prometió que sería testigo de mi autodestrucción.
-Ya, pero entonces, ¿qué justificación le habría dado Foster para que intentaras atentar contra su vida?
Griff lo pensó un momento.
-El dinero. Habría dicho que yo había ido a la mansión para pedirle más.
-Foster no le habría contado a nadie lo de nuestro acuerdo, y mucho menos a alguien tan mezquino como Rodarte.
-A lo mejor le habría dicho que me había ofrecido un trabajo en publicidad, y que después había cambiado de opinión y había retirado la oferta.
-Supongo que es plausible.
-Conociendo a Rodarte como lo conozco, estoy seguro de que tarde o temprano habría jugado su baza, le habría dado el soplo al pobre cornudo a quien yo había tomado el pelo acostándome con su mujer. Por supuesto, Foster habría dejado que creyera que yo había actuado por celos. Nuestra aventura secreta le habría dado todavía más aspecto de víctima, y a mí, de asesino en potencia.
Laura reconoció en silencio que sonaba lógico, pero seguía sin estar del todo preparada para aceptarlo.
-¿Y qué me dices de ese documento falso? ¿Y de la caja de dinero? ¿Cómo habría explicado Foster esas cosas?
-Si Manuelo me hubiera matado -dijo Griff-, esas cosas habrían desaparecido de allí. Foster no esperaba que las viera nadie más que yo.
No tenía nada que objetar a eso.
-Está bien, ya veo que podría haberle dado a Rodarte una explicación verosímil, y Rodarte la habría aceptado, pensando que Foster no tenía ni idea de lo nuestro. Pero ¿qué me habría dicho Foster a mí?
-Probablemente, que la confirmación del embarazo había despertado mi avaricia. Te habría dicho que llegué a la mansión y le exigí que subiera el medio millón. Cuando se negó a pagarme más, lo ataqué. Gracias a Dios que estaba Manuelo. Y gracias a Dios que por lo menos había realizado la tarea para la que me habías contratado. Estabas embarazada. Mi muerte era una tragedia, pero ¿no era también una suerte que ya no rondara por allí, una amenaza continua para el secreto y el bienestar de vuestro hijo? -Hizo una pausa y añadió-: Habría sido justo como a él le gustaba todo, Laura. Limpio y ordenado.
Permanecieron un rato callados. Terminaron las películas. La gente empezó a salir del multicines y se dirigió al aparcamiento. Fueron llegando otras personas. Se formó una cola para comprar entradas. Pero la furgoneta y el todoterreno no se movieron, y nadie se fijó en la pareja que había sentada en el discreto coche de tamaño mediano que había entre los dos vehículos.
-Tus huellas estaban en la empuñadura del abrecartas.
-También las de Manuelo.
-Pero él podría haberlo tocado en cualquier momento. -Intentó mirarle a los ojos, pero él desvió la mirada-. ¿Griff?
-No quería que supieras cómo había muerto.
-Tengo que saberlo.
Él miró hacia otro lado, a través del parabrisas, y centró la mirada en una familia de cuatro miembros, padre y madre, con dos niños, que acababan de salir de una película. El hijo más joven ponía los ojos en blanco, sacudía los brazos y daba brincos desacompasados, sin duda imitando a un personaje de dibujos animados. No paraban de reírse mientras se subieron al utilitario y se marcharon.
-¿Por qué estaban tus huellas en el abrecartas?
-Intenté salvarle la vida -respondió él en voz baja-. Cuando vi lo que había provocado los chillidos de Manuelo, lo aparté de un manotazo y le grité que llamara a urgencias. Pero le había cambiado la cara por el horror de lo que había hecho. Así que llamé yo. Mientras tanto, Manuelo se esfumó.
»Me incliné sobre Speakman para ver lo grave que era el corte. Mi reacción inicial fue intentar sacarle el abrecartas de la garganta. Lo cogí pero casi de inmediato me di cuenta de que era mejor dejar esa cosa donde estaba. Taponaba en parte la herida, que, aun con todo, sangraba a borbotones. -Se detuvo y soltó un juramento en voz baja-. Laura, ¿seguro que quieres oírlo?
-Tengo que hacerlo.
Griff vaciló pero luego siguió con el relato:
-No podía hacer nada más que lo que hice, que fue aplicar presión alrededor de la hoja, intentar disminuir el sangrado.
Ella tragó saliva.
-Rodarte dijo que había sangre en las manos de Foster, y tejido debajo de sus uñas. Que había…
Griff extendió las manos con las palmas hacia abajo, para que Laura pudiera ver las marcas de los arañazos en el dorso que le había propinado Foster.
-Él intentaba sacarse el abrecartas. Pero yo estaba seguro de que si lo hacía, moriría, así que, sí, los dos luchamos por controlarlo.
Esperó para ver si ella respondía a eso, pero como no dijo nada, continuó:
-Le hablé, intenté tranquilizarlo y conseguir que dejara de forcejear. Le dije que la ambulancia estaba de camino. Le dije que aguantara, que fuera fuerte. Cosas así. Pero… -Sacudió la cabeza-. Yo ya sabía que no se salvaría, y creo que él también lo sabía.
-¿Dijo algo?
Griff negó con la cabeza.
-No podía articular palabra.
-¿Estabas con él cuando…?
-Sí. Me quedé.
-Gracias por hacerlo.
-Dios, no me des las gracias -dijo Griff, y sonó casi enfadado-. Créeme, en cuanto se apagó, me largué corriendo. Sabía lo que parecería. No tuve más agallas que Manuelo. Agarré el culo y eché a correr. Y…
Se detuvo, desvió la mirada hacia la entrada del cine, iluminada por los focos.
-¿Qué?
Soltó una bocanada de aire.
-Muchas veces, después de haber pasado aquella tarde contigo, deseé que estuviera muerto. -Entonces la miró directamente a los ojos-. No muerto, precisamente. Sino… ausente. En lo más profundo de mi alma podrida, deseaba que desapareciera. -Continuó mirándola durante unos segundos lentos antes de volver a hablar-. Pero yo no lo maté. ¿Me crees ahora?
Laura abrió la boca para hablar pero descubrió que no podía. La historia de Griff era más creíble de lo que ella quería que fuese. Pero también recordó la tarde en la que hicieron el amor como locos, el ansia y la urgencia que demostró. Las respuestas apasionadas de ella habían despertado en él un afán salvaje de posesión. Recordó cómo sus manos grandes se habían deslizado por todo su cuerpo, agarrándolo, recordó la intensidad con que la había penetrado, y lo celosamente que la había abrazado después.
La mujer bajó la cabeza y se masajeó las sienes.
-Olvídate de lo que te he preguntado -dijo él para salir del paso-. No vas a creerme hasta que no tenga la confesión jurada de Manuelo Ruiz diciendo que mató por accidente a tu marido. Ni tú, ni Rodarte.
Laura alargó el brazo y lo agarró de la mano con rabia.
-No te atrevas a compararme con Rodarte. Y tampoco me mires con esa cara. Me estás pidiendo que crea en tu inocencia. Quiero hacerlo, Griff. Pero creer en ti también implica aceptar que mi marido, la persona que había amado y admirado durante años, era un loco que planeó tu asesinato. Son demasiadas cosas para asimilarlas tan poco después de haberlo enterrado. Perdóname si me resulta difícil.
Dejó caer la mano y durante unos segundos el ambiente se enrareció. Él fue el primero en dar su brazo a torcer.
-Está bien. Basta de caras largas. -Alargó la mano hacia el asiento de atrás y cogió la bolsa de deporte, se la colocó en el regazo y abrió la cremallera-. La única esperanza que tengo de probar mi inocencia, ante todos, es encontrar a Manuelo Ruiz.
Sacudió la bolsa y sacó lo que parecían ser las reliquias que el asistente había guardado de su vida en El Salvador. Un rosario. Un mapa de México, con una línea marcada con pintura roja que serpenteaba hasta llegar a un punto en el que había una estrella, en la frontera de Texas.
-La ruta que siguió -dijo Griff. Había una fotografía antigua de una pareja en el día de su boda-. Sus padres, ¿no crees?
Le tendió la fotografía a Laura.
-Puede ser. La edad parece encajar.
Básicamente eso era todo, salvo unos cuantos libros de bolsillo en español y una cartera barata. Griff comprobó todos los compartimentos. En el último en que miró, encontró un trocito de papel manchado. Lo habían doblado y desdoblado tantas veces que las arrugas estaban sucias y muy gastadas. Griff lo extendió con cuidado y lo dejó abierto sobre el muslo. Leyó lo que había escrito en el papel, después sonrió y le dejó ver la hoja a Laura. Había cuatro dígitos y un nombre escritos a lápiz. Laura miró de nuevo a Griff.
-¿Una dirección?
-Eso parece. Es un punto por el que empezar a buscar.
-Pero podría estar aquí mismo, en Dallas o en Eagle Pass.
-Sí, pero algo es algo.
De repente le dio un arrebato.
-¿Llevas móvil?
Ella buscó en el bolso hasta encontrarlo. Antes de dárselo, comprobó si la habían llamado y vio que tenía varias llamadas perdidas.
-Lo dejé en silencio en el despacho y se me olvidó volver a activarle el sonido. Kay me ha llamado una vez. Y Rodarte ha llamado tres veces. La última, hace doce minutos.
Le pasó el teléfono a Griff. Él apretó el botón de respuesta, de modo que el número de Rodarte fue marcado automáticamente. Apenas sonó una vez antes de que el hombre contestara.
-¿Señora Speakman?
-Siento decepcionarte, Rodarte. Tú me tienes a mí. Y yo la tengo a ella.
-Eres un pringao, Burkett. Acabas de hundirte aún más en el barro.
-Oye, te lo diré de forma rápida y fácil de entender, incluso para ti. Yo no maté a Foster Speakman. Lo mató Manuelo Ruiz.
Rodarte se echó a reír.
-Sí, claro, el mayordomo. El esclavo que adoraba a ese tío. Venga ya, tómale el pelo a otro.
-Fue un accidente. Manuelo se peleó conmigo.
-Porque intentaba proteger a Speakman de tus garras.
-Te equivocas otra vez, pero ya entraremos en detalles más tarde. Tú y yo necesitamos a Manuelo. Tienes razón en que adoraba a Speakman. Por eso le horrorizó tanto ver lo que había hecho y salió huyendo. Encuéntralo y todos nuestros problemas habrán acabado. Tengo un soplo que darte. -Le leyó la dirección-. La encontramos entre los objetos de Manuelo. No tenía mucho, así que esto debe de significar algo importante, o no lo habría guardado.
-¿De qué ciudad?
-No lo sé, pero tienes medios para averiguarlo.
-Y él tiene casi una semana de ventaja.
-Por eso no puedes perder más tiempo. Si lo encuentras, trátalo bien, y te contará la verdad de lo que pasó aquella noche. Nadie asesinó a nadie a propósito. Manuelo te lo dirá. Te contará que…
Griff dejó de hablar de repente para sorpresa de Laura, que había estado siguiendo la conversación palabra por palabra. Un segundo hablaba a toda prisa por el móvil y el segundo siguiente se quedaba callado, mirando al infinito. Por el auricular del teléfono oyó que Rodarte decía:
-¿Burkett? ¿Burkett, estás ahí? ¡Burkett!
-¿Griff? -susurró Laura-. ¿Qué pasa?
Él enfocó la mirada en ella y de pronto cerró la tapa del móvil, cortando la llamada de cuajo. Abrió la puerta del coche y tiró el teléfono al suelo. Volvió a encender el motor a la vez que le decía:
-Seguro que Rodarte ha empezado a buscar tu móvil por satélite. Tenemos que largarnos de aquí ya.
-No lo entiendo.
Agarró con fuerza el bolso de mano mientras él salía marcha atrás del aparcamiento y empezaba a conducir a toda velocidad.
-Manuelo Ruiz podría demostrar mi inocencia.
-Por eso estás tan desesperado por encontrarlo…
-Y por eso Rodarte está tan desesperado por que no lo encuentre.