Capítulo 7
Becca tomó una copa de champaña de la bandeja del camarero, agradeciéndole con una sonrisa e intentando prestar atención a Harry Cook, que hablaba del primer recital de baile de su nieta.
Harry era un hombre dulce, generoso con sus millones también y Becca había conocido a Lila, que tenia cuatro años, el año pasado en el hospital de niños durante el picnic de recaudación de fondos. La historia que Harry estaba contando era divertida, pero a Becca le resultaba difícil concentrarse.
Se volvió de espaldas al arco de la entrada que conducía al vestíbulo del restaurante, decidida a no pasar la velada esperando a que Mish se presentara.
O no se presentara.
Esa era la pregunta de esa noche.
Tomo un sorbo de champaña y se obligó a ralentizar la respiración. Ella generalmente no tomaba durante las fiestas. Después de todo, le pagaban por asistir, cotillear, y reforzar el contacto de Justin Whitlow con la gente adinerada de Nuevo México.
Esta noche necesitaba el champaña.
Ella se sonrió, al igual que todos los demás, cuando Harry terminó su historia, de como hizo una exacta imitación de la última reverencia de Lila. Luego se separo del grupo, dirigiéndose hacia la puerta de la plaza central de Sidewinder, al aire libre.
El aire nocturno era mucho más cálido que el frío incesante del aire acondicionado del restaurante. Y dado que el vestido largo que llevaba exponía sus brazos y la mayor parte de su espalda, acogió con satisfacción el calor.
Había pocas personas afuera y Becca se alegro de tomar un respiro de la multitud. Bebió un sorbo de champaña, mirando las cadenas de las luces festivas que decoraban la plaza, bailando con la brisa suave.
Mish no iba a venir.
Incluso si lo hiciera, probablemente estaría avergonzado de entrar en un restaurante de lujo con sus jeans y su camiseta.
La luna era una franja en el cielo, mucho más bella que la cadena de luces. Y la brisa llevaba el aroma de las flores, una prueba que la naturaleza podía proporcionar la decoración más atractiva para fiesta, incluso para el elegante restaurante Sidewinder.
Becca miro la luna, negándose a preguntarse si volvería a ver a Mish. Si no que así fuera. Él había estado presente en el momento justo para salvarle la vida a Chip. Si ella hubiera elegido entre eso y su aparición esta noche en la fiesta, bueno, eso era algo obvio. Por mucho que a ella le gustara Mish, ella siempre escogería a Chip, vivo y bien. Y aunque Mish no se fuera a presentar, bueno, al menos la posibilidad de su aparición, la motivó a llevar ese vestido.
Estuvo colgado en la parte posterior de su armario durante años, en el fondo del armario de su madre, desde antes que Becca naciera. Su bisabuela lo hizo durante la década de 1930. Era elegante y gracioso y sin lugar a duda sexy. Evidentemente sexy. No era algo que llevaba todos los días.
Oyó que la puerta del restaurante se abría, como un portal a un mundo diferente. La música y la risa fueron por un momento más fuertes, antes que se volviera a cerrar, dejando fuera todo, la más cordial risa y los sonidos débiles de los platos de la cocina, que tintineaban juntos.
Becca levantó la mirada para ver a un hombre de traje oscuro, orientándose, parado en la puerta. No era Mish, tenia el pelo muy corto y además el traje parecía muy caro. Ella apartó la mirada. Podía verlo por el rabillo del ojo mientras él bebía en el bar al otro lado de la plaza, las parejas conversaban tranquilamente bajo las sombras, las cadenas de luces, las flores, los árboles y la luna.
Él miró la luna por un largo tiempo.
Ella le dio la espalda antes que él pudiera mirarla por segunda vez.
Y este vestido, hacía que los hombres la miraran por segunda vez. Y algunos hombres incluso se atrevían a acercarse a ella.
Efectivamente, podía oír los pasos de él sobre el piso, acercándose. Él había comenzado a caminar hacia ella.
Becca se volvió hacia la puerta, dispuesta a asentir cortésmente en su camino de regreso al restaurante y...
—Lo siento, estoy un poco retrasado, al autobús de Albuquerque se le espichó una rueda.
¿Mish?
Eso era, se había cortado el pelo. Y había conseguido un traje nuevo. Y estaba afeitado. Debió haberse detenido en el tocador de hombres, antes de venir.
—Te ves increíble, — le dijo a ella, su voz tan aterciopelada como la noche.
—Tu también. — Su voz era ronca.
Él sonrió torcidamente, sus ojos ligeramente arrugados en los bordes.
—Si, me arreglé bastante bien ¿no?
Ella toco la lana de la manga de su chaqueta.
—¿De donde demonios has sacado el dinero para esto?
Dio un ligero paso hacia atrás, liberándose de su mano y metiendo las manos en sus bolsillos. Un gentil recordatorio. Nada de sexo. No tocar.
—Llame a Jeeves, uno de mis hombres, y me transfirió algunos fondos de mi cuenta en Suiza.
Becca se rió.
—Lo siento, no debí haber preguntado. No es de mi incumbencia.
—La verdad, es que tenía algo de dinero. — Le dijo Mish.
Él había estado esperando encontrar el resto de su ropa y algunas pertenencias como libros, por lo menos, porque tenía seguramente libros en la dirección indicada en su expediente personal. Pero fue hasta llegar a Alburquerque solo para descubrir que la dirección era falsa. La calle existía pero no el numero. Era un distrito financiero, lleno de casas de empeño deterioradas y bares miserables de prostitución. Todo era completamente desconocido.
Mish había encontrado en el archivo el número de teléfono y estaba desconectado.
Había pasado vagando dos días en Alburquerque, en busca de algo, cualquier cosa que provocara algún tipo de reconocimiento.
Lo más cerca que había estado de tener un destello de memoria había sido cuando fue al centro comercial y se probó el traje. Mientras se ponía la chaqueta y se veía en el espejo, tuvo la sensación que algo andaba mal. Que había usado trajes mucho antes, pero la chaqueta había sido diferente. Había algo en el cuello o collar o...
Se miró en el espejo de tres caras, hasta que el empleado de la sala de pruebas se puso nervioso, pero la respuesta no llegó a él. ¿Cómo podía una chaqueta ser diferente? Las chaquetas de los hombres habían sido prácticamente iguales durante cien años. No tenía ningún sentido en lo absoluto.
—¿Cómo te sientes?— Becca pregunto.
—Mucho mejor— le dijo. — Aunque, agradecería si pudieras abstenerte de codearme por otro día o dos.
Ella se rió.
—Lo intentare
Ella realmente se veía increíblemente hermosa. Su vestido era matador, con tirantes angostos que eran apenas existentes, pero eran necesarios para sostener el frente, como una especie de proeza de ingeniería. La tela era brillante, no del todo blanco, no del todo dorado, de un color en un punto intermedio que provocaba que sus rizos marrones dorados combinaran casi a la perfección. Ella en realidad había tratado de peinar su cabello en algo parecido a un moño usando clips para mantenerlo en su lugar, pero se revelaba. Él tuvo que sonreír.
—Decidiste dejar en casa tu sombrero vaquero, ¿eh?
—No, esta afuera en el camión.
Mish mantuvo sus ojos en su cara, lejos de esa piel suave, lejos de esa tela blanca-dorada que se pegaba seductoramente a sus senos y el estomago y caía en una suave capa hasta el suelo. Sin embargo, no pudo resistirse echar un vistazo a sus pies.
—No. — Ella dijo. — No tengo botas. — Se levanto la falda para mostrarle.
Sus zapatos se veían como algo que la Cenicienta podría usar. Delicados y apenas existentes. Tan sexy como el vestido.
Ella estaba sonriéndole, a pesar que él estaba jugando con fuego esta noche, sintió que empezaba a relajarse. En Albuquerque no obtuvo respuestas. Tal vez nunca iba a encontrar de donde había venido, y lo que había hecho. Y puede que eso estuviera bien.
—¿Se nos permite bailar?— le pregunto.
Ella sabía que se refería a la regla de no-sexo, y ella pensó en eso.
—Pienso que es probablemente bueno. Es decir, siempre y cuando estemos en público. Podemos bailar. Solo después de la cena.
Mish se echo a reír, y no podía imaginar el motivo.
—¿Por qué solo después de la cena?
Termino su copa de champaña y la coloco en una mesa cercana, dándole una sonrisa que le calentaba el alma.
—Por que me muero de hambre.
Él probablemente la hubiera seguido a cualquier parte.
* * *
—Ella se mudó al lado cuando yo estaba en segundo grado—. Becca le dijo a Mish.
Ellos habían encontrado una mesa en una esquina tranquila del restaurante, y hablaron de libros y películas, mientras cenaban. O más bien, ella había hablado, Mish había escuchado.
Estaba escuchando todavía, y mirándola a través de la pequeña mesa., dándole toda su atención. Él escuchaba con los ojos, así como con los oídos, su rostro estaba iluminado por la luz parpadeante de una vela. Era un poco desconcertante ser el foco de toda esa intensidad. Era muy agradable, también, como si todo lo que tenía que decirle le importara. Como si él no quisiera perderse una sola palabra.
—Fuimos inseparables a través de la escuela secundaria. — Ella continúo. — Y cuando fuimos a la universidad. Peg iba a ser una maestra de preescolar, y yo iba a ser veterinaria. — Ella sonrió. — Solo que yo lo odiaba. No sé lo que esperaba, probablemente unos cuantos años de clases y unas prácticas retozando por el campo como el doctor de todo aquello brillante y hermoso, ayudando al nacimiento de corderos, potros y conejitos. En cambio me quedé atrapada en un hospital para animales de la ciudad, que atiende a los perros que han sido golpeados por los coches y animales de compañía que habían sido abusados. Tuvimos a una mujer que trajo a su gato, al que alguien roció con un líquido inflamable y le prendió fuego. Eso fue...— Ella sacudió la cabeza. — Fue realmente horrible. Yo estaba decidida a no renunciar. Ser veterinaria había sido mi sueño durante tanto tiempo. No podía simplemente abandonar.
Mish había estado observando sus ojos, la más perfecta mezcla de color verde, azul y marrón. Pero ahora miraba hacia en su taza de café.
—Es difícil admitir que has cometido un error, sobre todo a esa escala.
—Creo que tenia miedo a la desaprobación de mis padres. — Ella admitió
Él miro de nuevo a sus ojos y Becca sintió que la habitación de movía.
—¿Y que paso?
—A Peg le diagnosticaron cáncer.
Mish asintió, como si estuviera esperando que ella le dijera esa terrible noticia acerca de su amiga de toda la vida.
—Lo siento.
—Fue la enfermedad de Hodgkin. En una etapa avanzada. Ella hizo quimioterapia y radiación, y...— Dios eso había sido hace diez años, y Becca todavía tenía que parpadear para contener las lágrimas. Desde luego, ella nunca hablaba de ello, nunca hablaba de Peg. No podía recordar la última vez que abrió su alma de forma gratuita. Realmente quería que Mish lo entendiera. Porque tal vez entonces, él sabría porque ella lo había estado persiguiendo implacablemente.
—Ella murió ochos meses después, — le dijo Becca.
En silencio, Mish se inclino sobre la mesa y tomo su mano.
Becca sintió las lágrimas frescas y miro abajo, sus dedos entrelazados. Las manos de Mish eran cálidas, sus dedos anchos y ásperos del trabajo duro. Ella quería que le tomara la mano pero no quería que lo hiciera por lastima.
Gentilmente, ella libró su mano.
—Ella sabia que estaba muriendo. — Dijo Becca. — Y aunque había dejado de quejarme de la escuela, ¿Cómo podía quejarme de algo tan trivial, como las clases aburridas y maestros aburridos, cuando ella estaba pasando por esta vida infernal? Ella sabía que yo era infeliz. Y me hizo hablar de eso. Si, odiaba la escuela, pero no podía renunciar. Me sentía atrapada por mis expectativas y mi sentido de la responsabilidad. Y ella me preguntó que era lo más que me gustaba, más que nada en el mundo. Por supuesto, ella sabía que me encantaba montar a caballo. Y yo le dije: “Genial, ¿quien me pagará dinero por montar todo el día?” Y ella me dijo que fuera un vaquero, que trabajara en un rancho, que hiciera lo que tuviera que hacer, maldita sea, para hacer lo que me hacía feliz. La vida era demasiado corta como para desperdiciarla.
Los ojos de Mish eran hermosos pero inescrutables. Seguramente comprendió lo que estaba diciendo. Pero él no reconoció que sus palabras le aplicaban a él, a los dos y la atracción a fuego lento que había entre ellos. Y cuando él hablo, la sorprendió.
—Entonces, ¿Por qué sigues trabajando en el Lazy Eight?
Ella no respondió de inmediato.
—Me encanta Nuevo México—. Sonaba como una excusa cobarde.
Mish asintió con la cabeza.
Becca cerró brevemente los ojos.
—Si, esta bien, sé que sería mucho más feliz trabajando para mi misma. Compre un billete de lotería esta noche. Tal vez tenga suerte y gane bastante dinero para comprar mi rancho. — Y tal vez a Silver le crecerían alas y volara. O aun más improbable, tal vez se despertaría mañana por la mañana con Mish en su cama.
Ella desvió la mirada, de pronto conciente que lo había estado mirando como si fuera el postre.
—Realmente debería ir a socializar.
—Sabes, a veces funciona mejor si haces tu propia suerte. — Le dijo mientras ella alejaba su silla de la mesa. — Si lo buscas en lugar de esperar a que venga a ti.
Becca lo tocó entonces, solo ligeramente, las puntas de sus dedos deslizándose por su mejilla en una suave caricia.
—¿No me has notado intentándolo?
Ella se alejo, su corazón palpitante, antes de poder ver su reacción.
Ella había dado el primer paso a través de los límites que habían establecido entre ellos y el siguiente le correspondía a Mish. ¿Se quedaría o se alejaría?
* * *
Becca sabía quien era quien en Santa Fe.
Ella hizo su trabajo en la habitación como una profesional, estrechando manos, recordando nombres, e introduciendo a Mish con una breve anécdota sobre la gente con la que se reunía.
—Este es James Sims. No apuestes dinero si juegas al golf con él. Es lo bastante bueno para como para ser un profesional. — Y — Mish Parker, Frank y Althea Winter, su nieta fue aceptada en la Universidad de Yale. En Bioquímica.
No era una actuación. Ella era realmente buena con la gente. Y a todos ellos les gustaba, también. ¿Quién no podría, con esa sonrisa tan cálida que los incluía a todos?
Ella no había esperado que él se quedara después de la cena. Mish había visto la sorpresa en sus ojos cuando se le había acercado en el bar, después de tomar una segunda taza de café y dejar que su pulso regresara a la normalidad.
Él no estaba seguro de porque no se había ido. El mensaje de ella fue muy claro, cuando le había contado la historia de la muerte de su amiga. La vida era demasiado corta. Cortar por lo sano. Dar el paso decisivo. Solo hacerlo.
Y, por si acaso, él fuera completamente denso, ella había mandado su mensaje tocándolo suavemente, provocativamente. Ven conmigo a casa esta noche.
Él quiso. Él quiso ceder. La tentación era demasiado fuerte, parecía un zumbido y un crujido a su alrededor. Él sabía que debería correr hacia la puerta.
Mientras miraba, Becca se dejo llevar a la pista de baile por un hombre de ochenta años.
Ella brillaba mientras se reía con él. Y dado que ella estaba a una distancia segura, Mish se dio el lujo de suspirar por ella. Él anhelaba perderse en la dulzura de su cuerpo, el calor de su boca. Era algo más que sexo, aunque era sin duda sexo, también. El no podía pretender otra cosa. Ardía por ella, pero también quería acostarse con ella en sus brazos para quedarse dormido y soñar no sobre el pasado, sino sobre el futuro.
Un futuro claro y brillante, sin sombras por los errores y arrepentimientos y dudas ocultas.
Mish se quedo ahí mirando a Becca, sin querer huir a otro sitio. No podía huir. Él se pegó completamente en su sitio.
La canción termino, y el señor la llevo de nuevo a él.
Y entonces por primera vez en lo que parecieron horas, estaban solos. La habitación estaba despejada. La fiesta casi había terminado.
—La banda está recogiendo sus instrumentos—, dijo ella, tratando de volver a fijar uno de los clips en el pelo.
Ellos todavía no habían compartido un baile. Probablemente era mejor.
—¿Dónde vives?— le pregunto, sin tocarla nuevamente. Tenia que encontrar la fuerza para mantenerse alejado de ella. Ella se merecía a alguien mejor que él.
—Estoy calle abajo, en el viejo Hotel Santa Fe. Han terminado de restaurarlo. Es hermoso. — Ella sonrió. — No te preocupes, no voy a preguntar si quieres venir a verlo. — Ella le tendió su mano para despedirse. — Gracias por esta noche encantadora.
Mish contemplo su mano con incredulidad. ¿Honestamente ella pensaba que él podría rápidamente darle la mano y dejarla salir en la noche, con un vestido que llamaba la atención de todos los varones en un radio de quince kilómetros?
—Te acompañare a tu coche—, le dijo
—Estoy estacionada en el Hotel.
Maldita sea.
—Entonces te acompañaré al hotel. — Caminar con ella a su hotel era un error. Él lo supo al momento que las palabras salieron de su boca.
—En realidad no tienes que hacerlo. — Ella dijo como si le hubiera leído la mente.
—No entrare. — Le dijo a ella. Se lo dijo así mismo.
—Bueno—. Becca dijo, mientras se dirigía a la puerta. — No te obligaré, así que no tienes que lucir tan tenso.
Mish giró ligeramente la cabeza.
—No estoy tenso.
Becca solo le sonrió.
El aire nocturno era frío, y ella respiro profundamente cuando salieron a la calle.
Un grupo de hombres, que acababa de salir de un bar llamado Ricky, estaba cruzando la calle, y se dirigía al centro de la ciudad. Eran cuatro y mientras Mish los miraba, ellos se fijaron en Becca. Primero dos, luego tres y luego los cuatro volvieron la cabeza y cambiaron su lenguaje corporal. Sus miradas no eran irrespetuosas, solo muy interesadas.
Y se resistió a la urgencia de poner su brazo o por lo menos su chaqueta alrededor de sus hombros.
Ella volvió a respirar hondo, y su vestido se aferro a ella de una manera que era difícil de ignorar. Y ahora él miraba fijamente también.
—Es una noche hermosa. — Ella se abrazo frotándose los brazos. — Me encanta cuando refresca por la noche.
—¿Tienes frío? Te puedo prestar mi chaqueta...
Becca le sonrió.
—Teniendo en cuenta que estamos a doce pasos del hotel, y que probablemente estamos a veintidós grados, creo que voy a sobrevivir sin peligro de congelarme, gracias.
Mish podía ver el cartel enfrente del hotel. El lugar estaba literalmente a una docena de metros de distancia. En tan solo unos minutos, Becca podría entrar y el estaría solo.
—¿Por qué quiso Justin Whitlow que vinieras esta noche a la fiesta?— le preguntó con la esperanza que tal vez que ella se demorara y rezando para que no lo hiciera. — Quiero decir, ¿fue el punto justo para mantener su nombre en la punta de la lengua de todos, o había algo más que estabas intentando hacer?
Ella miro en dirección a la luna.
—Whitlow realmente está tratando de organizar un evento de recaudación de fondos para la opera en Lazy Eight. Intenta parecer como un generoso benefactor, porque ha donado las instalaciones, claro que, por otro lado, la gente tiene que hospedarse y ahí obtendría publicidad como anfitrión del evento, aparte de la bonificación de mostrar el rancho a toda la gente de Santa Fe que tiene dinero para gastar.
—Dinero para gastar.
Ella se volvió para mirarlo, con diversión en sus ojos y con una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios.
—Si, concepto asombroso, ¿no? Pero casi a todos los que yo te presenté esta noche tienen tanto dinero que no saben que hacer con él.
Mish la toco. Por segunda vez esa noche. Él no podía ayudarse así mismo. Él solo se detuvo y la tomo del brazo.
—Ahí esta tu respuesta, Becca.
Ella no supo de qué diablos estaba hablando. Pero ella no se aparto. Su piel era tan suave bajo sus dedos. Se distrajo momentáneamente y se desconcentró temporalmente.
Ella estaba lo suficientemente cerca para besarla, y por la forma en que lo miraba, los ojos muy abiertos, los labios entreabiertos, él estuvo apunto de ceder a la tentación de cubrir su boca con la suya.
Pero no la besó, aunque bien, tampoco la liberó.
—Acabas de pasar cuatro horas estrechando relaciones con una docena de hombres y mujeres quienes tienen, en tus palabras, “dinero para gastar”. Vamos, Bec, ¿no lo entiendes? A estas personas les gustas. Si tú vas a ellos con un plan para comprar una hacienda y transformarla en un rancho para vacaciones, podrías muy bien encontrar todo el apoyo financiero que puedas necesitar aquí en Santa Fe.
Ella era cuidadosa, manteniendo su entusiasmo natural sepultado, al menos por el momento.
—Necesitaría trabajarlo todo, hasta el ultimo detalle antes de pedir dinero a nadie. Tendría que encontrar una propiedad...— Ella sacudió la cabeza. — Dios, no tengo tiempo para ir conduciendo a través del estado.
—Usa Internet—, interrumpió Mish. — La nueva computadora en la oficina de Lazy Eight tiene acceso a Internet, ¿no?
—En realidad no — dijo Becca. — Pero tengo acceso en mi laptop. Estoy tratando de crear un sitio Web para el Lazy Eight. En mi tiempo libre. — Ella se rió. — Me oigo decirlo y me suena completamente loco. ¿Qué tiempo libre?
Finalmente la soltó y dio un paso atrás. Cuando ella se rió la encontró irresistible, pero besarla ahora solo complicaría las cosas más aún. — Cuando regresemos mañana al rancho, podemos utilizar tu ordenador para buscar propiedades en venta.
—Mi laptop esta arriba en mi cuarto de hotel. — le dijo Becca.
Arriba. En su habitación. Mish no dijo nada, no se movió. Se limitó a mirarla, imaginando la quietud silenciosa de las habitaciones de este hotel de cuatro estrellas, imaginando que olía levemente a su shampoo, imaginando las luces tenues, una cama King-size. Becca dándole la espalda a él, sus dedos encontrando su pequeña cremallera y sacar de un tirón de la parte trasera de su vestido y...
—Solo he estado en línea pocas veces—, continuo, — ¿Es posible realmente hacer una búsqueda de una propiedad?
Mish asintió con la cabeza.
—Si, creo que si, pondríamos necesitar y usar un motor de búsqueda. Un complemento en la información que estamos buscando y...
Ella lo miraba con curiosidad.
—¿Donde aprendiste sobre el Internet?
Ah. Buena pregunta. Fue una de esas cosas que él sabia, como el tamaño de la cintura de sus jeans. Se encogió de hombros.
—No se. Yo solo...lo tome de aquí y de allá, supongo.
—¿Te importaría venir y...? — se callo. — Lo siento. Esto puede esperar a mañana. — Ella miró disgustada. — No era mi intención hacerte sentir incomodo.
—Si gustas— Mish dijo. — Puedo ir por unos minutos, ayudarte a conectarte y empezar. — Pero luego se iría.
—Esto no es solo una táctica para llegar a mi habitación. — Ella le dijo a él seriamente.
Mish se rió.
—Lo se. — El y ella estarían a salvo mientras él no la besara. Y él no iba a besarla. — No me quedare mucho tiempo.