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Desde el principio quedó claro que el
capitán Peter Remmert desaprobaba la intrusión de Garrod. (Remmert
era un hombre caprichoso, variable; a veces se mostraba lacónico, y
en otras ocasiones su lengua se soltaba de un modo
incongruentemente pedante. En un momento dado, mientras tomaban
café, le dijo a Garrod: «El hombre rico cuya afición es resolver
crímenes ya no es una figura creíble, ni siquiera en la literatura
barata, gracias a la nivelación en la distribución de la riqueza.
Su apogeo tuvo lugar en la primera mitad del siglo, cuando lo
anormal de su situación pasaba desapercibido para el hombre pobre,
que consideraba a los ricos como seres incomprensibles capaces de
convertirse en detectives como mero pasatiempo».) Pero Remmert
cooperaba al máximo en lo que, bajo su punto de vista, debía de ser
un caso aburrido y frustrante. Al principio, lo único que sabía era
que él y un selecto grupo de hombres habían jurado guardar secreto,
que se les había comunicado un nombre y una dirección de Augusta y
que se les había dicho que hicieran todo lo que pudieran para
relacionar al sospechoso con el asesinato del senador
Wescott.
El sospechoso se llamaba Ben Sala. Tenía
cuarenta y un años, era de origen italiano y regentaba un pequeño
negocio de venta al por mayor especializado fundamentalmente en
detergentes y desinfectantes. Habitaba, en compañía de su esposa,
en una modesta casa de un distrito de clase media del oeste de la
ciudad. El matrimonio no tenía hijos, y el piso superior de la
vivienda estaba subarrendado a un soltero de cincuenta años,
Matthew H. McCullough, que trabajaba como conductor en los
transportes locales.
A modo de rutina, Remmert hizo ciertas
averiguaciones sobre el origen italiano y la familia de Ben Sala,
en busca de una conexión con la mafia, pero obtuvo resultados
nulos. Puesto que había recibido instrucciones de no entrar en
contacto directo con Sala por lo que al asesinato concernía, la
investigación parecía estar a punto de concluir tal como había
empezado… hasta que se conoció otra muerte.
La mañana siguiente a la muerte del senador
Wescott entre los explosivos vapores metálicos de su coche, el
inquilino de Sala, McCullough, falleció a causa de un ataque
cardiaco mientras entraba en su autobús.
La coincidencia no fue advertida por el
equipo de Remmert durante varias horas, y cuando la consideraron
les pareció poco más que una excusa preconcebida para hacer una
visita al hogar de Sala…, en principio. En ese momento tuvieron
acceso a los resultados de ciertos exámenes de las cámaras de
vidrio lento del departamento de tráfico. Y estos resultados
constituyeron para Remmert una desagradable e inesperada sorpresa.
Sus instrucciones eran demostrar que Sala había sido el ejecutor
del asesinato, y las cámaras colaboraron hasta el punto de mostrar
el abollado camión de reparto de Sala saliendo de su casa,
dirigiéndose hacia el norte, hacia Bingham, horas antes del
asesinato y regresando por la misma ruta varias horas después del
crimen. Pero había una pega.
Las imágenes del vidrio lento demostraban
con claridad que el conductor del camión había sido Matthew
McCullough, el hombre que había fallecido de muerte natural pocas
horas después.
Y McCullough no iba acompañado.
- Eso nos permitió entrar en la casa de
Sala y actuar del modo apropiado -dijo Remmert-. La idea era una
supuesta investigación de McCullough, pero no dejamos de averiguar
todo lo posible sobre Sala.
- ¿Y qué consiguieron?
Garrod seguía mirando la pantalla de
proyección, en la que había un holograma fijo de la parte frontal
de la casa de Sala.
- Nada, por supuesto. McCullough era la
parte culpable.
- ¿No fue demasiado conveniente que
cayera muerto a la mañana siguiente?
- Si eso es conveniente -se burló
Remmert-, espero que mi muerte no lo sea hasta que tenga cien
años.
- Ya sabe a qué me refiero, Peter. Si
Sala fue el asesino, ¿no fue demasiada casualidad que un hombre al
que podía inculpar fuera silenciado a las pocas horas?
- Sala no está culpando a McCullough,
soy yo el que lo hace. De todos modos, no comprendo ese
razonamiento. Supongamos que lo hizo Sala… ¿Iba a desear que su
inquilino llamara la atención de la policía cayéndose muerto?
Además, aunque Pobjoy opine lo contrario, Sala no lo hizo. Tenemos
todo tipo de pruebas para justificar su declaración.
- Veamos las pruebas.
Remmert suspiró de un modo audible, pero
apretó el botón de rebobinado rápido del proyector. Habían
requisado una ventanorama de una vivienda que estaba casi enfrente
de la casa de Sala y habían hecho un holofilme que recogía la vida
del sospechoso durante el año anterior. La información de la
ventanorama también estaba en grabadoras de retardita, mas debido a
que el vidrio lento tenía la desventaja de no admitir la marcha
atrás, se usaba un holofilme convencional para el trabajo práctico
de examinar las pruebas.
En la pantalla apareció la imagen de la casa
de Sala tal como estaba un año atrás, tras la instalación de la
ventanorama. Era una casa de madera, ordinaria, con dos pisos y una
ventana saliente en la planta baja que sostenía un mirador en el
nivel superior. El jardín de la entrada estaba bien conservado, y
había un garaje unido a la estructura principal, con la puerta a la
altura de la línea de edificación. Las ventanas de la mitad
superior de la puerta del garaje eran el único medio de ver el
interior.
Remmert fue saltándose diversos fragmentos
de la bobina, haciendo pausas de vez en cuando para mostrar escenas
de Sala y McCullough entrando y saliendo del lugar. Sala era un
hombre menudo y grueso, con negro cabello rizado en cuyo centro se
veía el cuero cabelludo reluciendo igual que cuero pulido.
McCullough era más alto -y algo encorvado. Su cabello, de un color
parecido al acero, estaba peinado hacia atrás sobre un rostro
alargado y afligido, y el hombre parecía estar excesivamente
apegado a su parte de la vivienda.
- McCullough no tiene aspecto de ser un
asesino de cuidado -comentó Garrod-. Sala sí.
- Eso es prácticamente todo lo que hay
para argumentar en contra de él -dijo Remmert, fijando una imagen
de Sala mientras se ocupaba del jardín, con la camisa presionando
un estómago protuberante-. Es un tipo pícnico.
- ¿Cómo?
- «Tipo pícnico» es la denominación que
dan los psiquiatras a hombre algo bajo, rollizo y ancho de hombros,
que tanto abunda entre los asesinos sicópatas. Aunque infinidad de
gente inofensiva está catalogada en el mismo grupo.
Hubo otras imágenes -diáfanos fragmentos de
hielo arrancado del río del tiempo- de Sala y su esposa, una mujer
de pelo oscuro, discutiendo, dormitando, leyendo, a veces dedicados
a un juego amoroso carente de sutilezas, mientras la solitaria cara
avinagrada de McCullough cavilaba en las ventanas superiores. Sala
iba y venía de su lugar de trabajo a horas regulares con un camión
de reparto último modelo de color blanco. El otoño dio rápido paso
al invierno y llegaron las nieves, y vieron a Sala utilizando una
ordinaria camioneta abollada, con cinco años de rodaje, en lugar
del modelo más reciente. Garrod levantó la mano para que la
película se detuviera.
- No iba bien el negocio de Sala?
- Le va muy bien; parece un sagaz
hombre de negocios, a su nivel.
- ¿Le preguntó por qué usaba ese camión
viejo?
- Si le digo la verdad, lo hice
-replicó Remmert-. Es ese tipo de cosas que no serían obvias en la
tarea de un detective a la antigua, pero que son Curiosamente
notables al revisar la retardita.
- ¿Qué le contestó él?
- Que de todas formas sólo pensaba
conservar el camión último modelo durante seis u ocho meses más,
pero que alguien le hizo una buena oferta por el vehículo. Sala
dijo que no podía rechazar la oferta.
- ¿Le preguntó cuánto dinero
obtuvo?
- No. No me preocupé por eso.
Garrod anotó algo en su cuaderno e hizo un
gesto para que la película continuara. Las nieves se retiraron,
eliminadas por colores verdes, los brotes primaverales y
veraniegos. El otoño se aproximaba de nuevo cuando una capa de lona
alquitranada azul apareció en el techo del garaje. Era tan extensa
que cubría el techo entero, y un borde pendía sobre la parte
frontal, tapando las ventanas de la puerta.
Garrod volvió a levantar la mano.
- ¿Cuál era el propósito de eso?
- El techo del garaje tenía
goteras.
- ¿Estaba en mal estado? No me había
fijado.
Remmert retrocedió un poco en el tiempo y se
vio el techo con tejas fuera de sitio en varios lugares. Todas
estaban normales algunos días antes.
- Ocurrió muy de repente, ¿no?
- A principios de septiembre hubo
algunas tormentas inesperadas. Sala piensa construir un nuevo
garaje, y por eso no valía la pena perder el tiempo haciendo una
adecuada reparación del techo.
- Todo sigue cuadrando.
- ¿A qué se refiere?
- No lo sé. Fíjese en el modo chapucero
con que cuelga la lona alquitranada sobre la parte delantera del
garaje, y sin embargo Sara es muy exigente en todas las
cosas.
- Es probable que la lluvia resbale
mejor de ese modo. -Remmert Mostró impaciencia al ver que Garrod
tomaba otra nota de qué va a servirle ese detalle?
- Quizá de nada, pero si se ha vivido
con el vidrio lento tanto tiempo como yo, eso cambia la forma en
que ves las cosas. -Garrod se dio cuenta repentinamente de que
estaba mostrándose ampuloso-. Perdone, Peter. -Hay algo de especial
interés entre este momento y la noche del crimen?
- Creo que no, pero tal vez
usted…
- Vamos a la gran noche -dijo
Garrod.
Era de noche cuando la puerta del garaje se
abrió y se deslizó hacia dentro, con un movimiento que a Garrod le
recordó el retraimiento de los alerones de un avión comercial. El
camión salió a la calle, la puerta se cerró automáticamente y la
imagen de la pantalla aumentó su brillo al entrar en acción los
intensificadores luminosos. Remmert fijó la imagen; el conductor
era McCullough, sin duda posible. Llevaba puesto un sombrero que
oscurecía sus ojos, pero imposible confundir el porte
melancólico.
- Las cámaras urbanas registraron su
paso en dirección al límite norte de la ciudad -dijo Remmert-.
Ahora fíjese en el garaje. La lona está un poco plegada y se ve el
interior.
Aceleró el ritmo temporal y lo dejó otra vez
en normal cuando el indicador digital situado en un ángulo de la
imagen indicó que había transcurrido media hora. Los oscuros
rectángulos de las ventanas del garaje irradiaban un resplandor
blanco, y había un hombre en el interior. Era un hombre rechoncho y
con el cabello negro: Ben Sala, inequívocamente.
Mientras Sala deambulaba por el garaje
dedicado a raras tareas de limpieza y aseo, Remmert tocó un botón
para reproducir las declaraciones del sospechoso:
- Bueno, hacia las siete de aquella
tarde Matt bajó por las escaleras. No tenía muy buen aspecto;
estaba más bien pálido, ¿comprende? Y se frotaba el brazo izquierdo
como si le doliera. Matt me dijo que la compañía de transportes le
había pedido que hiciera algunas horas extras aquella noche. Casi
siempre iba en autobús a todas partes porque podía viajar gratis,
pero esta vez me pidió que le prestara el camión. Dijo que estaba
cansado, y que no tenía ganas de caminar por la carretera hasta la
parada del autobús.
»Le contesté que muy bien, que cogiera el
camión, y se fue hacia las once. Cuando se marchó trabajé un poco
en el garaje, una hora y después me fui a la cama. Oí que Matt
volvía con el camión en plena madrugada, pero no miré qué hora era.
A la mañana siguiente se fue a trabajar como siempre, y ésa fue la
última vez que lo vi con vida.
Remmert apagó la grabadora.
- ¿Qué le parece? -preguntó
Garrod.
- Una simple declaración… He escuchado
miles.
Garrod mantuvo los ojos fijos en la
pantalla, donde la imagen de Sala seguía viéndose de vez en cuando
mientras se movía en el interior del garaje.
- Sala no habla como un informador
profesional, y sin embargo…
- ¿Y sin embargo?
- Ha comprimido una gran cantidad de
información en una declaración breve; todos los detalles están bien
ordenados, son importantes, lógicos. Entre esos miles de
declaraciones que ha oído usted, Peter, ¿en cuántas no se
desperdiciaba una sola palabra?
- El peso de la maldita evidencia está
amontonándose en contra de Sala -dijo ásperamente Remmert-. Tiene
aspecto de poder ser un asesino, y habla con sensibilidad. ¿Sabe
que aquí entrevistamos a infinidad de personas que no usan un
lenguaje académico, y no obstante son capaces de enseñarte algo
mejor que en una universidad? ¿Se ha fijado alguna vez en que los
tipos rudos y miserables siempre tienen los mejores diálogos en las
escenas de interrogatorio de las películas policíacas? El talento
del guionista debe de liberarse al saber que durante un rato, en su
personaje, puede tirar por la ventana los modos verbales.
Garrod meditó un instante.
- Tengo una idea.
Remmert no estaba prestándole
atención.
- Una noche -decía-, el año pasado,
tuve que interrogar a un individuo acusado de homicidio
impremeditado, y le pregunté por qué lo había hecho. ¿Sabe qué me
contestó? Dijo: «Lo único que la gente lee en los periódicos acerca
de los jóvenes es que siguen dedicándose a obras de asistencia
social y presentándose voluntarios al ejército. Yo quería que se
supiera que algunos de nosotros somos auténticos bastardos». Bien,
eso es mejor que todo lo que he oído en las películas.
- Diga -dijo Garrod-. Es la primera vez
que veo este holofilme, ¿no es así?
- Sí.
- Mejoraría mi credibilidad si hiciera
una predicción de algo que vamos a ver posteriormente en esta
película?
- Tal vez. Depende.
- Perfectamente. -Garrod señaló la
pantalla- Observe que la lona alquitranada del techo del garaje
está plegada para que podamos ver el interior a través de las
ventanas de la puerta. Mi predicción es que en cuanto veamos a
McCullough regresar con el camión, el borde de la lona volverá a
caer de algún modo y tapará las ventanas.
- ¿Y si es así? Hemos visto que
McCullough se alejaba y dejaba a Sala en la casa…
Remmert dejó de hablar cuando la camioneta
apareció en la pantalla y maniobró en el camino particular de la
casa.
La frecuencia codificada de la luz de los
faros hizo que la puerta del garaje se abriera, y el vehículo
desapareció en el ya oscuro interior. Mientras la puerta giraba, un
cabo suelto de la lona pareció engancharse en el mecanismo de
cierre, y la cubierta se desdobló sobre las ventanas.
- Eso ha estado bien -concedió Remmert.
-Opino lo mismo.
- Pero no puede hacer ese tipo de
predicciones sin una teoría en que basarlas. ¿Qué oculta bajo la
manga?
- Voy a explicárselo, pero antes
necesito una información más. Sólo para hacer una confirmación en
mi mente.
- ¿Qué desea saber?
- ¿Puede averiguar qué cantidad exacta
recibió Sala por el camión que vendió?
- ¿Eh? Venga a mi oficina… No tengo
terminal de computadora aquí.
Remmert miró con asombro a Garrod mientras
se dirigían al despacho, pero se abstuvo de formular más preguntas.
Ya en la oficina, accionó las teclas de la terminal que estaba
enlazada al gran ordenador de la policía al otro lado de la ciudad.
La máquina zumbó un momento después, y Remmert arrancó un trozo de
papel impreso. Le dio una ojeada y su asombro aumentó.
- Aquí dice que Sala obtuvo mil
quinientos dólares de un comerciante como pago único.
- No sé qué habría hecho usted -dijo
Garrod, con el viejo latido de triunfo llenando su pecho-, pero si
ese camión hubiera sido mío no habría tenido dificultades para
rechazar la oferta.
- Es un precio terriblemente bajo, debo
admitirlo… Lo que significa que Sala iba un poco a la deriva en esa
parte de su declaración. No comprendo que un avispado hombre de
negocios como él regalara prácticamente un buen camión y comprara
un modelo abollado.
- Si le interesa mi versión, se la
daré.
Y Garrod empezó a explicar su teoría:
- Cuando Ben Sala se enteró de que era
el momento de actuar contra el senador Wescott, quedó consternado.
Confiaba en que la recibirla no tenía más llamada no se produciría
nunca, pero tras alternativa que actuar (la alternativa habría sido
la muerte, quizá mediante una bomba introducida en su siguiente
envío de detergentes). En cualquier caso, el plan tenía una
elaboración tan cuidadosa que prácticamente no había riesgo de ser
descubierto.
»El primer paso era hacerse con un GM Burro,
un camión de reparto más que barato que había sido ensayado y
rechazado por los fabricantes cuatro años antes. Su mejor
característica, por lo que a Sala concernía, era que todas sus
transparencias estaban hechas con vidrio plano, y que se podía
girar el parabrisas para dar paso al aire. No obstante, Sala no
estaba preocupado por dejar entrar aire… sino por poder
mirar.
»Vendió su camión y compró un Burro. Era
bastante difícil de obtener, y tuvo que aceptar un modelo en mal
estado, pero resultaba adecuado para sus necesidades. Llevó el
Burro a casa, empezó a usarlo para sus transportes cotidianos y
puso en acción otras fases del plan. La primera noche de mucho
viento se introdujo en el garaje por la entrada de la cocina y,
trabajando en oscuridad total, desprendió varias tejas del techo
desde dentro. Dos días después nada elegida al azar en su almacén,
pero que en realidad estaba cubrió el techo con lo que aparentaba
ser un trozo de lona alquitranada cuidadosamente preparada para la
tarea. Con el interior del garaje oculto a la vista de la
ventanorama del otro lado de la calle, Sala pudo avanzar en el
montaje del cañón láser que le habían enviado pieza a pieza en
paquetes reducidos.
»También puso manos a la obra en una de las
partes más delicadas de la operación.
»Gracias al diseño simplista del Burro
resultaba fácil quitar el parabrisas y reemplazarlo con hojas de
retardita. Pero hacer que Matt McCullough se sentara en el asiento
del conductor durante casi una hora fue más difícil, aun cuando
había sido aceptado como inquilino a causa de su estupidez. Sala
resolvió el problema diciendo a McCullough que el Burro tenía un
defecto en la dirección y que iba a repararlo. McCullough, que de
todas maneras habría estado cavilando en una de las ventanas,
convino en sentarse en el interior del vehículo y mover el volante
cuando Sala se lo indicara. Incluso se puso su viejo sombrero por
si había corriente de aire en el garaje.
»Un momento crucial fue cuando McCullough
entró y cerró la puerta del camión, pero no reparó en que estaba
viendo el garaje con un aspecto distinto al que en realidad tenía
aquella noche. Y Sala se preocupó de permanecer debajo del vehículo
durante todo el rato. Las ruedas delanteras del camión estaban en
charcos de espeso aceite, que permitía moverlas con facilidad, y
Sala, que había cronometrado el trayecto por una ruta sencilla y
libre de cruces fuera de la ciudad, hizo que McCullough girara el
volante de acuerdo con el programa ya trazado.
»Con las hojas de vidrio lento adecuadamente
cargadas de imágenes de McCullough, Sala redujo casi a cero la
velocidad de emisión y guardó los cristales para usarlos en el
futuro. Otra noche, actuando al abrigo de la lona, quitó los
cristales de la puerta del garaje, los sustituyó por placas de
retardita y pasó una hora ocupándose en fruslerías. También sacó
estas hojas, redujo casi a cero el ritmo de emisión y las reservó
para cuando fueran necesarias. Ya estaba listo para cometer el
crimen perfecto.
»La noche que recibió el mensaje codificado
para que procediera, Sala suministró a Matt McCullough un potente
sedante que le mantendría apartado de las ventanas del piso
superior durante el tiempo en que se suponía que estaba conduciendo
el camión. Sala se aseguró entonces de que las puertas del garaje
estuvieran tapadas por fuera, y metió en el camión el cañón láser
ya montado. Aseguró las placas de retardita en la puerta del garaje
y en la carrocería, aceleró la emisión hasta el ritmo normal, y
salió de la ciudad en dirección a Bingham.
»Fue en este momento cuando el singular
diseño del Burro desempeñó un papel vital, porque de haber ido en
un vehículo normal, Sala no habría visto la carretera tal como
estaba aquella noche Hizo girar el parabrisas hasta dejar una
finísima hendidura entre el cristal y el marco, para poder ver
delante. La visión, enormemente restringida, hizo que el viaje
fuera bastante dificultoso, con el inesperado problema de que el
sonido del motor y la sensación de movimiento, en contraste con la
visión estática del interior del garaje, le provocaron
desorientación y náuseas.
»Una vez en el campo, sin embargo, más allá
de la vigilancia de las cámaras de vidrio lento, Sala pudo abrir un
poco más el parabrisas y conducir con relativa comodidad. Además,
redujo casi a cero la velocidad de emisión de la retardita,
conservando las imágenes de McCullough para el viaje de vuelta a
través de la ciudad. Las cámaras de todos los coches con los que se
encontró aquella noche sólo emitirían imágenes de un McCullough
inmóvil al volante, aunque eso era aceptable en una autopista,
cuando prácticamente no se requiere del conductor que efectúe
movimientos de control. En cualquier caso, lo más probable era que
todas estas precauciones fueran innecesarias, ya que no iba a
seguirse el rastro del asesino hasta el punto de que Sala quedara
comprometido. Simplemente, una parte del plan exigía disponer de
toda una línea alternativa de defensa.
»Sala dispuso su cañón en el escenario
elegido para el asesinato. Poco tiempo después, un mensaje personal
emitido mediante radio de corto alcance indicó a Sala que el coche
del senador se aproximaba… y cuando el vehículo llegó a la parte
baja de la depresión, abrasó a conductor y automóvil hasta dejarlos
convertidos en un montón de reluciente y crujiente escoria.
»En el viaje de regreso, Sala se detuvo a
varios kilómetros de distancia y enterró el cañón. Hizo el resto
del trayecto sin incidentes y volvió al garaje bastante antes del
amanecer. La artimaña del cabo suelto que había dispuesto cuidadosa
y discretamente hizo que la lona alquitranada cayera sobre las
ventanas al cerrarse la puerta del garaje. Sala quitó las hojas de
retardita de la puerta y del camión y las sustituyó por cristal
ordinario. Después usó un regenerador para desorganizar la
estructura cristalina del vidrio lento, anulando para siempre la
muda evidencia. Como precaución adicional rompió las placas en
pequeños fragmentos y echó éstos al horno del sótano.
»Sólo quedaba la fase final del plan. Sala
subió al dormitorio de McCullough, se quitó el sombrero de éste y
lo colgó en su lugar habitual detrás de la puerta. A continuación
extrajo un frasco de veneno trombogénico especialmente preparado
que la organización había enviado. McCullough continuaba dormido a
causa de la droga y no se despertó mientras Sala frotaba el veneno
en la piel de su brazo izquierdo. El punto elegido por Sala para
aplicar el veneno haría que McCullough falleciera por embolia aguda
aproximadamente cuatro horas después.
»Muy satisfecho con su trabajo nocturno,
Sala tomó un vaso de leche y un bocadillo antes de acostarse con su
esposa.
- Cuando usted trama una teoría -dijo
lentamente Remmert-, lo hace realmente en grande.
- Estuve en el negocio de trama de
teorías -Contestó Garrod, indiferente-. En realidad esta teoría es
buena en cuanto que explica la totalidad de hechos observados, pero
falla en un aspecto importante.
- Excesivamente complicada. Demasiadas
suposiciones, según Occam.
- No, en estos tiempos los planes
criminales han de ser complejos. Pero no puedo imaginar un modo de
demostrar la verdad de mi teoría. Apuesto a que habrá arañazos
recientes en los mar cos de las ventanas del camión y en la puerta
del garaje, pero eso no demostraría nada.
- Tal vez encontremos restos de
retardita en el horno.
- Tal vez -concedió Garrod-. Pero no
existe ninguna ley que prohíba quemar vidrio lento, ¿no le
parece?
- ¿No existe ninguna ley? -Remmert se
dio una palmada en la frente como si intentara poner en acción su
memoria. Un sarcasmo visual-. ¿Le gustaría ir a la casa de Sala?
Echar un vistazo a la realidad?
- De acuerdo.
Acompañado por otro detective llamado Agnew,
se dirigieron hacia el sector oeste de la ciudad. El cielo matutino
estaba casi en su apogeo, con la nubes flotando en la cerámica azul
y cambiando la calidad de la luz reflejada por las cuidadas
viviendas. El coche ascendió por un empinado arrabal y se detuvo
cerca de una casa pintada de blanco. Garrod experimentó un peculiar
escalofrío al reconocer el hogar de Sala y cuando sus ojos fueron
captando los familiares detalles de la estructura, el jardín y el
garaje.
- Parece en silencio -dijo-. ¿Habrá
alguien en la casa?
- No lo creo. Dejamos que Sala atienda
su negocio, pero tenemos llaves, y él nos dijo que podíamos entrar
cuando quisiéramos. Está cooperando al máximo.
- En la posición en que se encuentra ha
de hacer todo lo que pueda para ayudarles a culpar a
McCullough.
- Supongo que el garaje le interesará
más que cualquier otra cosa.
Recorrieron el corto camino de la casa y
Remmert usó una llave para abrir manualmente la puerta del garaje.
El interior olía a pintura, gasolina y polvo. Contemplado por los
dos agentes, Garrod deambuló cohibido por el garaje, alzando
extraños objetos, latas vacías y viejas revistas, y dejando caer
todo lo que cogía.
Tenía la convicción de que estaba poniéndose
en ridículo, pero no estaba dispuesto a irse del garaje.
- No veo manchas de aceite en el suelo
-dijo Remmert-. ¿Cómo pudo Sala hacer girar las ruedas?
- Con esto. -La memoria de Garrod vino
en su ayuda. Señaló dos lustrosas revistas con marcas de neumáticos
en las portadas y páginas internas muy arrugadas-. Es un viejo
truco de aficionados. Se hacen girar las ruedas delanteras sobre el
papel satinado de las revistas y dan vueltas con gran
facilidad.
- ¿Eso no demuestra nada, no es
cierto?
- Para mí sí -repuso tercamente
Garrod.
Remmert encendió un cigarrillo y Agnew una
pipa, y los dos detectives salieron a dar un paseo en aquel
ambiente extrañamente opresivo. Siguieron fumando diez minutos
largos, conversando en voz baja, y luego empezaron a mirar sus
relojes de pulsera para indicar que estaban preparados para la
comida. Garrod compartía el deseo de los agentes -iba a comer con
Jane-, pero tenía la sensación de que si no lograba avances
importantes en esta visita, cuando estaba contemplando el interior
del garaje con la especial claridad que sólo se tiene al ver una
cosa por primera vez, jamás llegaría a ninguna parte.
Agnew desatasco su pipa con suaves
golpecitos y se sentó dentro del coche. Remmert tomó asiento en la
cerca del jardín y pareció interesarse mucho por las formaciones
nubosas. Deseando que los otros se fueran y le dejaran solo, Garrod
dio un último paseo dentro del garaje y vio un fragmento de vidrio
cerca de la pared que lo unía a la casa. Se arrodilló y lo recogió,
pero la prueba más sencilla -mover un dedo detrás del cristal-
demostró que se trataba de vidrio ordinario. Remmert dejó de
examinar el cielo.
- ¿Ha encontrado algo?
- No. -Garrod meneó la cabeza, falto de
ánimo-. Vámonos.
- Por supuesto.
Remmert bajó la levantada puerta,
oscureciendo el garaje.
La cara de Garrod se hallaba cerca de la
pared interna, que no estaba pintada, y al moverse, en el mismo
instante de erguirse, vio que una tenue imagen circular aparecía en
las secas tablas. Había la difusa silueta de un tejado, un
fantasmal árbol con las ramas al viento… y boca abajo. Dando la
vuelta rápidamente, miró la pared externa del garaje y vio una
reluciente estrella blanca situada a metro y medio de altura sobre
el suelo. Había un diminuto agujero en el maderamen. Se acercó y
miró por la minúscula abertura. Un chorro de aire frío procedente
del exterior actuó sobre su ojo como una manguera, provocándole
lagrimeo, pero Garrod contempló el mundo iluminado por el sol, la
ladera ascendente con las casas acurrucados en cobijos de arbustos.
Se acercó a la puerta, se agachó por debajo del borde inferior e
hizo una seña a Remmert.
- Hay un agujero en esta pared -dijo-.
Forma un ligero ángulo hacia abajo, por eso es imposible verlo
cuando estás cerca.
- ¿Qué importancia…? -Remmert se agachó
y miró a través del agujero-. No sé si…
- Cree que es lo bastante grande para
servir de algo?
- ¡Naturalmente! Si es cierto que Sala
estuvo aquí dentro, un observador habría visto la hendidura
luminosa brillando de un modo intermitente. Pero si Sala no estaba
dentro, si únicamente estaba programado en los vidrios lentos de
las ventanas, la luz habría permanecido constante.
»¿Cuántas casas se divisan desde aquí?
- Pues… exactamente doce. Pero algunas
están bastante alejadas.
- No importa. Si una casa tiene una
ventanorama mirando en esta dirección, podrá ventilar el caso esta
tarde.
Garrod dio una patada al fragmento de
cristal que había descubierto en la variable luz del sol. Estaba
convencido de que se encontraría un testigo de vidrio lento.
Remmert le miró fijamente un momento y luego
te dio una palmada en el hombro.
- Tengo prismáticos en el coche.
- Vaya a buscarlos -dijo Garrod-. Haré
un bosquejo con la situación de las casas que nos interesan.
Sacó su cuaderno de notas y volvió a mirar
por el agujero, pero decidió que el bosquejo no era necesario. La
colina había quedado sumida en la sombra de las nubes, y Garrod
vio, incluso a simple vista, que una de las viviendas poseía una
ventana con un resplandor verde que transportaba luz solar, igual
que una esmeralda rectangular.