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- Tenemos todas las pruebas -dijo el
teniente Mayrick, con un sereno espíritu servicial, indicativo de
que estaba muy seguro de lo que decía y no veía riesgo en mostrarse
franco.
Era un hombre joven, fornido, con canas
prematuras y un rostro curtido que reflejaba competencia.
- ¿Qué pruebas? Hasta el momento nadie
ha presentado pruebas.
Garrod intentó mostrarse tan ágil y eficaz
como el teniente, pero el día había sido increíblemente largo, y el
whisky tomado con McFarlane ya se había disipado. La mirada de
Mayrick era fija.
- Sé quién es usted, señor Garrod, y
que tiene mucho dinero. Pero también sé que no estoy obligado a
contestarle.
- Perdóneme, teniente… Estoy muy
cansado, y lo único que deseo es volver a casa y acostarme, pero sé
que mi esposa no me dejará dormir hasta que tranquilice su mente.
Bien, ¿qué ha ocurrido?
- No sé si esto contribuirá a
tranquilizar la mente de la señora Garrod. -Mayrick encendió un
cigarrillo y echó el paquete sobre el escritorio-. Una de nuestras
patrullas iba hacia el este por la avenida Ridge poco antes de la
una de la madrugada, y los agentes encontraron el coche del señor
Livingstone parado y con una rueda encima de la acera. El señor
Livingstone estaba caído sobre el volante, drogado a más no
poder.
»Al otro lado de la calle encontraron a un
hombre muerto que ha sido identificado como William Kolkman. La
muerte le sobrevino tras ser atropellado por un automóvil que iba a
considerable velocidad. El guardabarros delantero izquierdo del
coche del señor Livingstone estaba abollado de un modo totalmente
acorde con las heridas de Kolkman, y ya hemos comparado muestras de
la pintura tomada de las ropas con pintura del coche.
»¿Qué opina de todo esto?
Mayrick se recostó y siguió fumando
tranquilamente su cigarrillo.
- Da la impresión de que ya han
declarado culpable a mi suegro.
- Esa es su reacción personal. Yo lo
único que he hecho ha sido resumir la evidencia.
- Sigo sin poder aceptarla -dijo
lentamente Garrod-. Tenemos, por ejemplo, la cuestión de las
drogas. Boyd Livingstone nació en los años treinta, y por eso le
gusta el alcohol; no lo considera como una droga. Pero siente una
antipatía natural por cualquier cosa que salga de una caja para
píldoras.
- Le hemos sometido a un examen médico,
señor Garrod, y su suegro rebosa de MSR. -Mayrick abrió una carpeta
azul y mostró a Garrod diversas ampliaciones fotográficas-. ¿Le
parecen más creíbles estas fotografías?
Las fotografías, todas con la hora indicada
en un ángulo, mostraban a Livingstone echado sobre el volante de su
automóvil, primeros planos del guardabarros abollado, un hombre
muerto vestido de un modo andrajoso que estaba caído en un charco
de sangre pasmosamente grande y vistas generales del escenario del
accidente, sometido a iluminación intensiva sin sombras.
- ¿Qué es esto? -Garrod señaló unos
objetos oscuros, similares a fragmentos pétreos, diseminados en el
asfalto de la calle.
- Es el barro incrustado en las ruedas,
que saltó a causa del impacto. -Mayrick esbozó una rápida sonrisa-.
Es un detalle que olvidan los realizadores realistas cuando filman
escenas de accidentes.
- Comprendo. -Garrod se levantó-.
Gracias por la explicación, teniente. Tendré que esforzarme para
que mi esposa afronte los hechos.
- Perfectamente, señor Garrod.
Se estrecharon las manos y Garrod salió del
reducido y fríamente iluminado despacho. Avanzó por el pasillo y
encontró a Esther y a Grant Morgan, el abogado de los Livingstone,
en una antesala próxima a la entrada principal de las dependencias
policiales. Los ojos castaños de Esther le miraron, suplicándole
que dijera lo que ella deseaba oír. Garrod meneó la cabeza.
- Lo siento, Esther. Esto tiene mal
aspecto. No sé cómo se las arreglará tu padre para evitar una
acusación de homicidio impremeditado.
- ¡Pero es ridículo!
- Para nosotros sí. Para la policía…,
bueno, no podían haberle detenido más de justicia.
- Será mejor que yo decida eso, Al
-intervino Morgan. Era un hombre de aspecto aristocrático,
inmaculadamente vestido aun en plena madrugada. En ese momento,
simplemente por exudar confianza en favor de Esther, estaba
ganándose sus honorarios-. Pronto aclararemos todo este
absurdo.
- Buena suerte -replicó Garrod,
haciendo que Esther le mirara colérica.
- Señor Morgan -dijo ésta-. Sé que debe
de tratarse de un error, y deseo escuchar la versión de mi padre.
¿Cuándo podré verle?
- Ahora mismo…, supongo. -Morgan abrió
la puerta, miró de un modo inquisitivo a cierta persona que había
al otro lado, y asintió con satisfacción-. Todo está preparado,
Esther. Quiero que no se preocupe por lo que puedan parecer las
cosas en estos momentos.
Escoltó a Esther y a Garrod por el pasillo,
donde un capitán de la policía y otros dos hombres les acompañaron
a una habitación situada en la parte trasera del edificio. Al
entrar en la sala, un hombre uniformado recogió las tazas del café
en una bandeja y se fue. El capitán y sus dos compañeros hablaron
con Morgan en voz baja y volvieron al pasillo, dejando que el
abogado cerrara la puerta. Boyd Livingstone, vestido con esmoquin,
yacía en un lecho de aspecto de hospital. Su rostro estaba
anormalmente pálido, pero ofreció una lánguida sonrisa a Morgan y a
Garrod mientras Esther se echaba en sus brazos.
- Esto es un lío infernal -musitó por
encima del hombro de Esther-. ¿Hay periodistas ahí fuera?
- No. Yo me ocuparé de la prensa, Boyd
-dijo el abogado, de un modo tranquilizador.
- Gracias, Grant, pero vamos a
necesitar expertos para este asunto. Será mejor que localices al
agente publicitario del partido, Ty Beaumont, y le digas que venga
a verme inmediatamente. Esto va a tener una apariencia desastrosa,
y habrá que llevarlo en la forma correcta.
Al escuchar la conversación, Garrod se quedó
ligeramente desconcertado, hasta que recordó que su suegro era el
candidato del Partido de la Mancomunidad Republicana a la
representación de Portston en el consejo del condado. Nunca había
considerado en serio la tardía entrada de Livingstone en la
política de poca monta, pero Livingstone sí que parecía tomarlo en
serio, y sin duda el ultraderechista Partido de la Mancomunidad
Republicana se entristecería al saber que uno de sus miembros
estaba acusado de abuso de drogas y de homicidio impremeditado. La
cruzada particular de Livingstone era contra el juego, aunque
adoptaba vigorosas posiciones en relación con todo tipo de
vicios.
Morgan escribió algo en un cuaderno.
- Llamaré a Beaumont por teléfono,
Boyd, pero lo primero es lo primero. Resultaste herido en el
accidente?
- ¡Herido! -Livingstone parecía
confuso-. ¿Cómo iba a resultar herido? -bramó, recobrando parte de
su vigor-. Volvía a casa después de la cena de candidatos en el
teatro de la ópera cuando comencé a sentirme un poco aturdido. Así
que me detuve junto a la acera y aguardé a que la sensación
desapareciera. Supongo que me dormí o perdí el conocimiento, pero
no he estado envuelto en ningún accidente. ¡Yo no! -Sus ojos
enrojecidos por la fatiga examinaron al grupo con aire beligerante
y se fijaron en Garrod- Hola, Al.
- Boyd…
- De acuerdo, volveremos en seguida a
ese punto -prosiguió Morgan, todavía tomando notas-. ¿Se tomó mucha
droga en la cena?
- Lo normal, supongo. Los camareros la
distribuían como si fuera confetti.
- ¿Qué cantidad tomaste tú?
- Alto, un momento, Grant. -Livingstone
se puso muy erguido en la cama-. Ya sabes que yo no me meto en ese
tipo de cosas.
- ¿Estás diciendo que no probaste la
droga?
- Maldita sea, claro que no.
- Entonces, ¿cómo explicas el hecho de
que, aparte del alcohol que había en tu sangre, el médico de la
policía haya encontrado vestigios sustanciales de MSR?
- ¿MSR? -Livingstone enjugó parte del
sudor de su frente-. ¿Qué demonios es MSR?
- Un tipo de cannabis sintético… Una
variedad bastante potente.
- Es obvio que mi padre no se encuentra
bien -intervino Esther-. ¿Por qué está usted…?
- Todas las preguntas han de tener una
respuesta -atajó Morgan, con una firmeza que Garrod no esperaba de
él-. La policía hará todas estas preguntas, y hemos de tener
preparada una buena serie de respuestas.
- Te daré una buena respuesta.
-Livingstone intentó dar una palmada en el hombro de Morgan, pero
su sentido espacial estaba tan trastocado que los dedos se movieron
en el aire-. Alguien me metió eso en el cuerpo a escondidas. A
propósito. Para que perdiera las elecciones.
Morgan suspiró con un gesto de
tristeza.
- Me temo que…
- No me vengas con suspiros, Grant. Te
aseguro que eso es lo que debió de pasar. Además, el problema de
las drogas es improcedente. No pueden acusarme de atropellar a ese
hombre mientras conducía bajo la influencia de drogas… porque frené
y paré el coche antes de que sucediera nada.
Garrod se acercó al lecho.
- Eso no tiene sentido, Boyd. He visto
la evidencia fotográfica.
- No me importa cuántas fotos has
visto. Yo estaba allí, y aunque alguien me hubiera envenenado a
medias, sé qué hice y qué no hice.
Livingstone cogió la mano de Garrod y la
aferró, al tiempo que miraba a la cara a su yerno. Garrod
experimentó una punzada de compasión por el otro hombre, y con la
punzada llegó la repentina e ilógica convicción de que su suegro
estaba diciendo la verdad, de que a pesar de las pruebas
concluyentes quedaba espacio para la duda. Morgan dejó a un lado su
cuaderno de notas.
- Creo que tengo bastante para empezar,
Boyd. Lo primero que hay que hacer ahora es sacarte de aquí.
- Quiero volver a hablar con el
teniente Mayrick -dijo impulsivamente Garrod-. Recuerda, Boyd. ¿Hay
algún otro detalle que pudiera ser de utilidad?
Livingstone volvió a dejarse caer en el
almohadón y cerró los ojos.
- Yo…, yo estaba inmóvil junto al
bordillo… y oía el motor… No, es imposible porque debí de apagarlo…
y… y veo a ese hombre delante de mí, y me abalanzo hacia él muy de
prisa… El ruido del motor es muy fuerte… piso el freno pero no
sirve de nada… El chasquido, Al, ese terrible chasquido
carnoso…
Livingstone dejó de hablar; acalló su acento
de sorpresa, como si estuviera enterándose de algo en aquel mismo
momento, y las lágrimas se escaparon de sus cerrados
párpados.
Garrod se levantó temprano y desayunó a
solas debido a que Esther había pasado la noche en la vivienda de
sus padres. Experimentaba la sensación de tener arena en los ojos
por culpa de la falta de sueño, pero se dirigió directamente a la
planta con la intención de ponerse a trabajar con McFarlane y los
expertos en derecho patentarlo de la empresa.
Le resultó difícil concentrarse, empero, y
al cabo de una hora de fútiles esfuerzos delegó la responsabilidad
de la reunión en Max Fuente, su ejecutivo principal. En la
intimidad de su despacho interior, Garrod llamó a la comisaría de
Portston y preguntó por el teniente Mayrick. La telefonista, muy
agradable, le dijo que Mayrick no iniciaría su tumo hasta el
mediodía.
Garrod pensó que estaba mostrándose
irrazonable. Morgan, con su experta mente legal, creía obviamente
en la culpabilidad de Livingstone. Esther ya lo había aceptado y,
al final, hasta el mismo Livingstone se creía culpable… Pero había
algo en las pruebas que roía la tranquilidad mental de Garrod. ¿O
se trataba de una muestra del egotismo intelectual de que le había
acusado Esther? Si otras personas implicadas creían que Livingstone
había matado a un hombre mientras conducía su coche bajo los
efectos de un ofuscamiento provocado por las drogas, ¿iba él, Alban
Garrod, a maldecir a esas personas, y a ponerse por encima de
ellas, llevado por el impulso de descubrir una verdad insospechada?
«Aunque así fuera -decidió-, el resultado final será el
mismo.»
Meditó unos instantes, y se resolvió a
utilizar una vieja técnica estimuladora de inspiración. Sacó un
gran taco de papel de un cajón y empezó a escribir, a intervalos
muy espaciados, títulos relativos a todos los aspectos de las
declaraciones de Mayrick y Livingstone que recordaba. A
continuación anotó detalles, sin importarle que fueran triviales, y
pensamientos inducidos. La hoja de papel estaba casi llena después
de transcurrir treinta minutos. Garrod pidió café y contempló la
hoja mientras sorbía el caliente líquido. Finalmente, cuando casi
había vaciado la segunda taza, cogió el bolígrafo y trazó un
círculo en torno a una frase que Livingstone había pronunciado el
día anterior. Se hallaba bajo el encabezamiento AUTOMÓVIL, y decía:
«El ruido del motor es muy fuerte».
Garrod había estado en el Rolls con motor de
turbina de Livingstone, y estaba familiarizado con ese tipo de
coche. Según su experiencia, era prácticamente imposible oír el
motor, incluso a plena potencia.
Mientras terminaba el café trazó un círculo
en torno a otro detalle; después llamó a Grant Morgan.
- Buenos días. ¿Cómo está el
viejo?
- Completamente dormido, gracias a los
sedantes. -Morgan parecía impaciente-. ¿Quería verme por algo
especial, Al? Estoy trabajando bastante en provecho de Boyd.
- Igual que yo, si quiere que le diga
la verdad. Anoche mi suegro dijo algo respecto a que le había
drogado alguien que deseaba que perdiera sus insignificantes
elecciones. Sé que esto le parecerá una locura, pero ¿hay alguien
que tenga un buen motivo para apartar a Livingstone del consejo del
condado?
- Caramba, Al, va usted al
galope…
- Desbocado, lo sé, pero va a responder
a mi pregunta, o quiere que investigue en la ciudad?
Morgan hizo un gesto de indiferencia, un
gesto extrañamente incongruente.
- Bien, ya sabe las ideas de Boyd
respecto al juego. Lleva tiempo presionando para que se controlen
los casinos de una manera más estrecha, y si llega al consejo no
hay duda de que apretará las clavijas. Lo dudo, pero…
- Con eso me basta. En realidad no
estoy interesado en el motivo, sólo en la posibilidad. Bien, ¿ha
estado alguna vez en el coche de Boyd?
- Un Rolls, ¿verdad? Sí, Boyd me ha
llevado varias veces. ¿Cómo suena el motor?
- ¿Tiene motor? -Morgan aventuró una
sonrisa-. Tuve la sensación de que un cable invisible tiraba del
automóvil.
- ¿Quiere decir que nunca ha podido oír
el motor?
- Pues… efectivamente.
- En ese caso, ¿cómo explica la
observación que hizo Boyd anoche? -Garrod cogió su taco de papel y
leyó-: «El ruido del motor es muy fuerte».
- Si yo tuviera que explicarlo, diría
que un posible efecto secundario del MSR es un acrecentamiento de
la percepción sensorial.
- Esa percepción sensorial acrecentada
¿es compatible con que Boyd cayera inconsciente sobre el
volante?
- No soy experto en narcóticos,
aunque…
- Déjelo, Grant. Ya le he hecho perder
bastante tiempo.
Garrod cortó la conexión y volvió a estudiar
sus notas. Poco antes del mediodía dijo a su secretaria, la señora
Werner, que iba a salir por asuntos personales; abandonó la planta
y se dirigió a la comisaría bajo un cielo gris acero. El edificio
estaba atestado, y tuvo que aguardar veinte minutos antes de que se
le permitiera entrar en el despacho del teniente Mayrick.
- Lamento el retraso -dijo Mayrick en
cuanto ambos tomaron asiento-, pero usted es culpable en parte del
exceso de trabajo que hay en esta sección.
- ¿Cómo es eso?
- Han tantos vidriospías en estos
tiempos… Los mirones solían ser un problema; si había una queja, el
tipo se largaba corriendo o lo cogías, y el riesgo implícito
impidió que esos actos se convirtieran en pasatiempo popular. Ahora
hay gente que coloca vidriospías por todas partes: habitaciones de
hotel, lavabos, en cualquier sitio imaginable. Y cuando alguien lo
advierte y presenta una queja, no tienes más remedio que vigilar el
lugar y esperar a que el mirón regrese y recoja lo que le
pertenece. Después tienes que demostrar que él fue la persona que
lo puso allí.
- Lo siento.
Mayrick agitó la cabeza ligeramente.
- ¿Para qué ha venido a verme?
- Bueno, ya debe de suponer que es por
las acusaciones que hay en contra de mi padre político. ¿Está
totalmente cerrada su mente a la posibilidad de que Livingstone
haya sido mera víctima de un complot?
Mayrick sonrió y cogió su paquete de
tabaco.
- Sé que en este caso no es correcto
admitir que se tiene la mente cerrada a algo, pero a veces me canso
de parecer liberal, consciente y todas esas cosas… Sí, mi mente
está cerrada a esa posibilidad. ¿Y bien?
- ¿Le importa que exponga algunos
puntos?
- No. Adelante.
Mayrick le animó con visibles ademanes,
creando remolinos de humo.
- Gracias. Primero: esta mañana he oído
por la radio que William Kolkman, el hombre que resultó muerto,
frecuentaba las salas de apuestas que hay a lo largo del río. Bien,
¿qué hacía Kolkman paseando precisamente por la avenida Ridge a esa
hora de la noche?
- No sabría decirlo. Quizás iba a robar
en una de esas viviendas construidas por encargo… Pero eso no
autorizaría a los conductores a ir en su caza.
- ¿No le parece importante el
detalle?
- No.
- ¿Ni siquiera pertinente?
- Tampoco. ¿Tiene otros puntos?
- Uno de los recuerdos de mi suegro es
que oyó un ruido muy fuerte de motor, pero… -Garrod vaciló,
súbitamente consciente de lo superficiales que debían de parecer
sus palabras-. Pero su coche no produce ningún ruido.
- Debe de ser magnífico que su padre
político posea un coche tan perfecto -dijo Mayrick, con calculada
voz neutral-. ¿Cómo afecta al caso ese detalle?
- Bien, si él oyó…
- Escuche, señor Garrod -atajó
bruscamente Mayrick, perdiendo la paciencia-. Dejando aparte el
hecho de que su padre político estaba tan drogado con MSR que
probablemente debió de pensar que estaba pilotando un bombardero,
hay otras personas que oyeron ese automóvil supuestamente
silencioso. Tengo declaraciones firmadas de personas que oyeron el
impacto, que estuvieron en la escena del crimen al cabo de treinta
segundos, que encontraron a Kolkman aún vertiendo sangre en su
agonía, y que vieron al señor Livingstone en el automóvil que le
mató.
- Usted no mencionó testigos
anoche.
Garrod estaba sorprendido.
- Quizá porque anoche estaba ocupado. Y
voy a estar ocupado hoy.
Garrod se levantó, dispuesto a marcharse,
pero se encontró con que seguía hablando en tono de
obstinación.
- Sus testigos no presenciaron el
accidente.
- No, señor Garrod.
- ¿Qué tipo de iluminación existe en la
avenida Ridge? ¿Hojas de retardita?
- Todavía no. -Mayrick parecía estar
maliciosamente divertido-. Mire, los residentes adinerados de esa
zona han puesto objeciones a que se cuelguen grandes placas de
vidriospía cerca de sus hogares, y el municipio sigue peleando con
ellos al respecto.
- Comprendo.
Garrod tartamudeó una disculpa por haberse
entremetido en la jornada laboral del teniente y salió del
edificio. El tenue e ilógico destello de esperanza de poder
demostrar que el mundo estaba equivocado respecto al accidente de
Livingstone se había esfumado, pero Garrod se dio cuenta de que era
incapaz de regresar a la planta. Condujo hacia el norte, lentamente
al principio y cobrando velocidad después al admitir finalmente que
iba a un lugar concreto.
La avenida Ridge era una faja de hormigón
armado bordeado por árboles que serpenteaban hacia un ramal de las
Cataratas. Garrod localizó el escenario del accidente, indicado por
marcas de tiza amarilla, y aparcó en las cercanías. Sintiéndose
extrañamente cohibido, salió del coche e inspeccionó la somnolencia
típica del mediodía de los tejados verdes e inclinados, el césped y
el oscuro follaje. Se trataba de una zona donde en realidad no
hacían falta las ventanoramas; las vistas que había desde las
viviendas eran lo bastante placenteras. Sin embargo, las hojas de
vidrio con tamaño de ventanas seguían siendo lo suficientemente
costosas para convertirlas en excelentes símbolos de posición
social. De las seis casas que tenían vista al lugar donde había
ocurrido el accidente, dos poseían ventanas que parecían secciones
rectangulares tajadas en las laderas de una colina.
Garrod volvió a su automóvil, cogió el
videófono y marcó el número de su secretaria.
- Hola, señora Werner. Quiero que
averigüe qué almacén suministró una ventanorama de gran tamaño a
los ocupantes del dos mil ocho de la avenida Ridge. Ocúpese de ello
ahora mismo, por favor.
- Sí, señor Garrod.
La imagen en miniatura de la señora Werner
denotó la desaprobación que siempre acompañaba a cualquier tarea
considerada por la secretaria como aparte de sus deberes
normales.
- En cuanto haya hecho eso, póngase en
contacto con el director del almacén y oblíguele a volver a comprar
la ventanorama. Que invente cualquier motivo que le venga en gana y
que pague el precio que sea.
- Sí, señor Garrod. -La cara de la
señora Werner se oscureció todavía más-. ¿Y después?
- Ocúpese de que me envíen la
ventanorama a mi domicilio. Esta noche, si es posible.
Garrod pretendía estar fuera de la oficina
durante un periodo indefinido, pero una ausencia de tan sólo cinco
días creó tal presión de trabajo, combinado con indirectas de
dimisión de la señora Werner, que Garrod, de mala gana, convino en
pasar varias horas en la planta. Metió el coche en la zona del
aparcamiento que tenía reservada y se quedó allí unos instantes,
intentando sacudiese la fatiga. El sol de primeras horas de la
tarde llenaba el mundo de una luz rojizo-dorada que daba un aspecto
curiosamente irreal a los edificios circundantes; y en la
distancia, enmarcada en perspectivas industriales, Garrod vio
diminutas figuras blancas que jugaban un partido de tenis. Un dulce
y nostálgico rayo de luz resaltaba a los silenciosos jugadores,
transformándolos en una perfecta miniatura clásica. Garrod tenía el
vago recuerdo de haber observado la misma escena hacía años, y ese
recuerdo estaba repleto de significado, como si estuviera
relacionado con una importante etapa de su vida; pero no pudo
determinar la ocasión. El sonido de pisadas en la grava interrumpió
sus pensamientos, y al volverse vio a Theo McFarlane acercándose al
automóvil. Garrod cogió el maletín y salió del coche. McFarlane le
señaló.
- Siempre constante, ¿eh, Planck?
- Desiste, chico. -Garrod le saludó con
la cabeza-. ¿Algo nuevo?
- Nada de momento. He estado probando
una gama completa de frecuencias y analizando las curvas
distancia-tiempo con el ordenador, pero es preciso que pase cierto
tiempo antes de que demos en el clavo. ¿Y tú?
- Más o menos igual; no obstante, estoy
experimentando con varias frecuencias superpuestas, en
heterodinaje, para comprobar si es posible acelerar el efecto
pendular.
- Creo que pretendes ir demasiado
rápido, Al -adujo McFarlane en tono de duda-. Ya hemos acelerado
otras cincuenta hojas de vidrio en el laboratorio y la reacción
sigue siendo incontrolable. Me gusta bastante tu método de
frecuencias múltiples pero, sinceramente, no creo que
estabilice…
- Ya te he explicado la razón de que no
pueda dedicar más tiempo. Esther cree que su padre no podrá
resistir una estancia en la cárcel, teniendo en cuenta su salud, y
mi suegro se enfrenta a la muerte política a menos que…
- ¡Oye, Al! Aunque alguien hubiera
querido complicarle la vida no podría haberío hecho, no en esas
circunstancias. Es decir, resulta tan lastimosamente obvio que
Livingstone atropelló y mató a un hombre…
- Quizá no sea tan obvio -dijo
obstinadamente Garrod-. Quizá todos los detalles cuadren con
excesiva perfección.
McFarlane suspiró y arrastró el pie por la
grava, dejando al descubierto capas húmedas.
- Y no deberías estar trabajando en tu
casa con vidrio de dos años, Al. Ya viste la llamarada que
conseguimos con una acumulación de dos días.
- No hay almacenamiento calorífico. No
hay peligro de que una reacción incontrolado haga arder mi
laboratorio.
- Aun así…
- Theo -interrumpió Garrod-, no me
lleves la contraria en este asunto.
McFarlane alzó sus fornidos hombros en un
gesto de resignación.
- ¿Yo? ¿Llevarte la contraria? Soy un
judoka mental desde hace tiempo. Ya conoces mi filosofía para
tratar a la gente: no hay acción sin reacción.
De repente, de un modo inexplicable, las
palabras de McFarlane alancearon a Garrod. Theo agitó la mano para
despedirse y se dirigió hacia su coche. Garrod intentó devolver el
saludo, pero su atención se vio atraída por el revuelo que había en
su organismo. Sentía que se le doblaban las rodillas, que su
corazón había caído en un ritmo inestable y pesado, y un escalofrío
se extendió de arriba abajo, del estómago a las ingles. En su
cabeza había una presión que no tardó en alcanzar un máximo y
explotar en una especie de orgasmo psíquico.
- Theo -dijo en voz baja-. No necesito
el vidrio lento… Sé cómo se hizo.
McFarlane no le oyó; entró en su coche y se
alejó. Garrod se quedó absolutamente inmóvil en el centro del
aparcamiento hasta que el automóvil de su amigo desapareció de la
vista, y entonces salió de su trance y corrió hacia el despacho. La
señora Werner estaba aguardándole, con el pálido rostro tenso a
causa de la impaciencia.
- Sólo puedo quedarme dos horas -dijo-,
así que sería…
Garrod la rozó al pasar por su lado.
- Váyase a casa ahora mismo. La veré
por la mañana.
Entró en su despacho privado, cerró la
puerta de un portazo y se hundió en su sillón. Acción y reacción.
Todo era tan sencillo… Un coche y un hombre chocan a cierta
velocidad, y con la fuerza suficiente para abollar el guardabarros
del vehículo y arrebatar la vida al cuerpo humano. Debido a que los
automóviles suelen moverse con rapidez y a que los hombres lo hacen
con lentitud, un investigador que llega al escenario del accidente
está condicionado a interpretar el suceso únicamente de una manera.
En el contexto de la vida cotidiana, el coche debe de haber
atropellado al hombre; pero considerando el accidente como un
problema de mecánica pura, idéntico resultado fatal se obtendría si
el hombre arremetiera contra el coche.
Garrod guareció su cara entre las manos
mientras se esforzaba en visualizar el método. Se droga al
conductor del coche, juzgando con sumo cuidado la dosis y el
momento en que se administra, de forma que el individuo sea incapaz
de controlarse en el lugar aproximado que se desea. Si el sujeto se
mata en el proceso, será un beneficio adicional, y no hará falta
poner en práctica la segunda fase del plan. Ahora bien, si el
individuo logra frenar el automóvil sano y salvo, se tiene
dispuesta una víctima apropiada, atontada o drogada hasta quedar
inconsciente. Se cuelga de un vehículo a dicha víctima -un camión
de averías con grúa salediza sería ideal- y se le aplasta contra el
coche aparcado. El individuo rebota en el vehículo y es encontrado
a varios metros de distancia, mientras el criminal huye del lugar a
gran velocidad, probablemente sin luces.
Garrod sacó del cajón el taco de papel y
anotó los rasgos peculiares del caso que se acomodarían a su nueva
teoría. Quedaba explicada la presencia de Kolkman en la avenida
Ridge a esas horas de la noche. Quedaba explicado el fuerte ruido
del motor escuchado por Livingstone y el resto de los testigos.
«Piso el freno pero no sirve de nada», había dicho Livingstone
cuando aún estaba bajo los efectos de la conmoción… Pisar el freno
no habría cambiado nada si el coche no estaba moviéndose.
¿Y cómo detectar el crimen en ese momento?
El muerto tendría vestigios de cierta droga en la sangre, o una
herida adicional sin relación con el «accidente». Sus ropas
tendrían marcas de un gancho u otro medio de suspensión, y un
examen de las cámaras de vidrio lento en las calles que llevaban a
la avenida Ridge demostraría que un camión de averías u otro
vehículo apropiado había estado en el lugar exacto en el momento
oportuno.
Garrod decidió llamar a Grant Morgan, y
estaba volviéndose hacia el videófono cuando el timbre del aparato
sonó para anunciar una llamada. Apretó el botón de respuesta y se
encontró mirando a su esposa. El fondo de estanterías y equipo
diverso le indicó que Esther se hallaba en el laboratorio de su
hogar.
Esther se tocó nerviosamente su cabello
cobrizo.
- Alban, yo…
- ¿Cómo has entrado ahí? -Quiso saber
Garrod-. Cerré la puerta con llave, y te dije que te mantuvieras
apartada del laboratorio.
- Lo sé, pero he oído una especie de
zumbido y por eso he cogido la otra llave y he entrado.
Garrod se puso en tensión, alarmado. El
zumbido debía de ser la señal automática de que la constante
piezolumínica de la ventanorama había dejado de ser constante y
estaba aumentando. Su equipo estaba programado para interrumpir el
bombardeo de radiaciones en cuanto tal cosa sucediera, pero no
había garantías de que produjera efecto. La hoja de vidrio lento
podía explotar como una nova en cualquier instante.
- …La ventanorama se comporta de una
forma extraña -estaba diciendo Esther-. Tiene mucho más brillo, y
todavía va más de prisa. Mira.
El videófono giró en una toma panorámica y
se detuvo cuando la ventanorama llenó la pantalla. Garrod vio un
lago bordeado de árboles con una cordillera como fondo. El
escenario debía estar en calma, pero en lugar de eso rebosaba de
una actividad anormal. Las nubes remolineaban en el cielo, animales
y pájaros eran veloces manchas casi invisibles, y el sol caía igual
que una bomba. Garrod intentó mantener controlado el pánico que
podía reflejar su voz.
- Esther, esa hoja va a explotar. Debes
salir del laboratorio ahora mismo y cerrar la puerta inmediatamente
después. ¡Sal en seguida!
- Pero me dijiste que a lo mejor
veíamos algo que ayudaba a papá.
- ¡Esther! -gritó Garrod-. ¡Si no sales
de ahí ahora mismo jamás volverás a ver! ¡Por el amor de Dios,
corre!
Hubo una pausa y a continuación Garrod oyó
el sonido de las pisadas de su esposa y una puerta que se cerraba
de golpe. Su desabrido miedo declinó ligeramente -Esther se hallaba
a salvo-, aunque el espectáculo de la ventanorama, que se disponía
a aniquilar dos años de luz almacenada en una agotadora llamarada,
le dejó inmóvil en el sillón. El sol se hundió detrás de las
montañas y sobrevino la oscuridad…, pero sólo durante los instantes
en que la luna cruzó el cielo igual que un proyectil plateado.
Apareció otro día en forma de una explosión de fuego infernal que
duró diez segundos, y a continuación…
La sobrecargada pantalla del videófono quedó
en blanco.
Garrod enjugó una fría capa de sudor de su
frente y un momento después los circuitos del videófono quedaron
fijados mediante los canales de reserva. Al reaparecer la imagen,
la consumida ventanorama era una hoja de pulida obsidiana, negra
como la noche. Las partes del laboratorio visibles a los lados del
vidrio lento tenían un extraño aspecto descolorido, como si se las
viera en televisión monocroma. Pocos segundos más tarde, Garrod oyó
la puerta que se abría, y luego la voz de Esther.
- Alban -dijo apocadamente su esposa-.
La habitación ha cambiado. No queda color en ninguna parte.
- Será mejor que salgas de ahí hasta
que yo vuelva.
- Pero si ya no hay peligro… Y la
habitación está completamente blanca. Mírala. El videófono giró de
nuevo y Garrod vio a Esther, con el pelo rojizo y el vestido verde
botella destacando con increíble intensidad sobre el blanqueado
espectro de una habitación. Suaves olas de una nueva alarma
empezaron a extenderse por la mente de Garrod.
- Escucha -dijo, dando voz a su
intranquilidad-. Sigo pesando que será mejor que salgas de
ahí.
- Pero todo es tan distinto… Mira este
jarrón… Era azul.
Esther dio la vuelta al jarrón, poniendo al
descubierto un disco del color original situado en la parte
inferior, que había estado protegida por la luz. La sensación de
alarma de Garrod se hizo más fuerte, y se esforzó por poner en
acción su entumecido cerebro. Puesto que la ventanorama había
desprendido la luz que conservaba, qué peligro podía existir en el
laboratorio? La luz había sido absorbida por paredes y techo,
y…
- Tápate los ojos y sal de ahí, Esther
-dijo ásperamente-. El lugar está lleno de fragmentos
experimentales de vidrio lento, y algunos tienen dilaciones de
sólo…
La voz de Garrod enmudeció mientras la
pantalla se encendía por segunda vez. Esther chilló en medio de un
entramado de brillantes rayos, y su imagen emitió un destello
espectral, como una persona sorprendida en un fuego cruzado de
rayos láser. Garrod corrió hacia la puerta de su despacho, pero la
voz de Esther le persiguió por el pasillo y durante todo el
trayecto hasta su casa.
- ¡Estoy ciega! -gritaba ella-. ¡Estoy
ciega!