7.
Nuevas visualizaciones racionales
—Usted perdone —dijo un pez a otro mayor que él—, ¿me puede decir dónde se encuentra eso que llaman Océano?
—Chavalín, el Océano es donde estás ahora mismo —respondió el señor pez muy serio.
—¡¿Cómo?! Pero si esto no es más que agua. ¡Usted no sabe nada: no pararé hasta encontrarlo! —replicó el joven mientras se alejaba con frenesí.
Hace muchos años fui a ver un espectáculo de hipnosis en un teatro de Barcelona. En aquella época yo estaba estudiando hipnoterapia con psicólogos y médicos y quise ver en acción a un showman que utilizara esas técnicas. Me habían dicho que algunos sabían hipnotizar muy bien y que se podía aprender de ellos.
Acudí con Joan, un amigo mío completamente ajeno a la psicología. Él se dedica a la banca y, de hecho, ni siquiera creía que la hipnosis fuera posible. Le expliqué que es un hecho comprobado desde hace por lo menos doscientos años y que yo mismo realicé hipnosis durante mis primeros años de trabajo. Pero ninguno de mis argumentos le convencía.
El hipnotizador, un tal Rugieri, era un hombre de unos cuarenta años, muy delgado, enfundado en un traje negro. El tipo tenía un aire misterioso que acentuaba con un juego de luces sugerente y una música intrigante. Lo primero que hizo Rugieri fue unos ejercicios para comprobar quién era más sugestionable. Pidió a los asistentes que juntasen las manos y que imaginaran que no podían despegarlas. Al término de la experiencia, de entre las doscientas personas que había en el teatro, unas veinte no pudieron despegarlas. Uno de ellos era mi amigo. Lo tenía al lado con las manos juntas, riendo nerviosamente.
—Rafa, de verdad. ¡Que no las puedo despegar! —me dijo alterado.
Yo me tronchaba de la risa porque no me lo esperaba precisamente de él. Allí estaba Joan, un ejecutivo agresivo de cien kilos y alto como un oso, temblando como un flan ante la reacción de su propio cuerpo.
El hipnotizador pidió a los «afectados» que subiesen al escenario y les dimos un fuerte aplauso. Joan me miraba desde arriba, entre divertido y asustado. Lo que siguió fue una sesión típica de hipnosis lúdica: algunos comieron limones que les supieron a peras, otros creyeron que estaban en una playa nudista y demás. Pero, para acabar, Rugieri invitó a mi amigo a hacer una última experiencia: el plato fuerte del show. Le sugestionó para que creyese que tenía el cuerpo rígido como una barra de hierro.
—A partir de este momento, sientes las piernas totalmente duras —le dijo con un tono propio de Transilvania.
Joan tenía los ojos cerrados y sudaba ligeramente. Tenía una expresión extraña, como si estuviese soñando. Rugieri prosiguió:
—Y ahora tienes la espalda como una viga. ¡Eres de hierro!
Entonces el hipnotizador, muy serio, pidió a tres personas del público que le ayudasen a situar dos caballetes a ambos lados de mi amigo. Y acto seguido, ¡bum!, lo alzaron entre los cuatro y lo colocaron tendido a lo largo: ¡el cuello sobre un caballete y los tobillos sobre el otro!
Y ahí estaba ese hombre que pesaba cien kilos suspendido sobre dos maderos, recto como un palo. Tengo que confesar que yo también estaba alucinando. Joan estuvo unos cinco minutos en esa posición mientras Rugieri daba algunas explicaciones al público. La verdad es que yo sentía cierta inquietud, pues no descartaba que pudiera producirse un accidente (¡y era yo quien lo había convencido para ir!). Pero nada de eso ocurrió. Finalizado ese tiempo, lo levantaron otra vez entre los cuatro como si de un grueso árbol se tratase y lo colocaron de pie.
Cuando acabó el espectáculo, fuimos a cenar y Joan no recordaba nada. ¡Le conté lo sucedido y le costaba creerlo! Al margen de eso, se sentía perfectamente. Sabía que había estado más de una hora en un extraño estado de sueño y que al principio no pudo separar las manos. Pero nada más.
OVNIS, APARICIONES MARIANAS Y TERAPIA
Esta historia ilustra la fuerza de la imaginación sobre la psique de las personas, porque la hipnosis no es más que una maniobra para potenciar nuestra imaginación.
Si imaginamos con gran intensidad, nuestra mente puede reproducir eventos como si fuesen reales para nuestros sentidos: podremos oír voces, percibir calor o frío intensos o ver objetos y personas inexistentes. ¡No es un fenómeno tan raro! Se puede lograr con cierto tipo de drogas, con diversos ejercicios de ayuno o de respiración o por simple sugestión.
Muchas personas que han visto ovnis, en realidad solo han tenido una de esas experiencias alucinatorias; y lo mismo sucede con las apariciones religiosas. En aquel mismo espectáculo de Rugieri, una chica creyó ser una actriz china delante de sus fans y dio un pequeño discurso en un mandarín inventado. Su grado de alucinación era tal que habló en una especie de chino bastante convincente. ¡Por supuesto, le aplaudimos como seguidores enfervorizados!
Los psicólogos no solemos emplear la hipnosis porque son muy pocas las personas fácilmente hipnotizables —menos de un 10%—, pero el fenómeno nos enseña que la imaginación puede ser muy útil a la hora de producir efectos sobre nuestra mente. En este capítulo vamos a ver cómo podemos emplear técnicas imaginativas o de visualización para nuestro entrenamiento racional. El objetivo es imaginar vivamente los contenidos racionales que queremos introducir en nuestra mente hasta conseguir un efecto ¡casi hipnótico!
HIPNOSIS DESPIERTA
En la terapia cognitiva llevamos a cabo «visualizaciones racionales» para comprender mejor los principios lógicos que manejamos. A este ejercicio también se le conoce como «hipnosis despierta» porque buscamos un efecto similar a la hipnosis pero sin trance. Las ideas que manejamos son las propias de la terapia, a saber:
- Que necesitamos muy poco para ser felices
- Que nada es «terrible»
- Que tener defectos no tiene importancia
- Que podemos estar genial al margen de lo que suceda
La visualización también puede consistir en imaginar aquello que tememos desde otra perspectiva. Es muy útil vernos siendo felices en una situación temida.
«Imaginar» es equivalente a «vivenciar», porque cuando el cerebro imagina, recrea hechos y surgen emociones. Se libera serotonina y dopamina. Se crean recuerdos virtuales. ¡A nivel cerebral es casi como si tuviésemos experiencias auténticas! Pero hay una condición: la visualización tiene que tener un sustrato racional, un argumento lógico para que nos creamos lo que imaginamos. Dicho de otro modo: no podemos engañarnos a nosotros mismos. Podemos convencernos o persuadirnos, pero no engañarnos.
La visualización es algo parecido a lo que hacen los monjes de todas las religiones cuando oran o meditan. De hecho, con sus mantras, canciones, inciensos y velas reproducen un ambiente prehipnótico.
Vamos a describir tres visualizaciones distintas que podemos practicar en cualquier momento y que encierran algunos de los principios básicos de la terapia cognitiva. Son tres ejercicios estándares que nos van a venir bien siempre, tanto a nivel preventivo como para salir de alguna neura puntual:
- La visualización del prisionero
- La visualización en silla de ruedas
- La visualización de san Francisco
Las tres tienen como objetivo imaginarse muy feliz en situaciones precarias, de tal forma que podamos combatir la queja, la necesititis y la terribilitis. O, como decíamos en el capítulo 2, para aprender a «andar ligeros» y «apreciar lo que nos rodea».
La visualización del prisionero
Este ejercicio consiste en preguntarse: «Si tuviese que pasar un tiempo en la cárcel, ¿qué haría para ser muy feliz?». Tenemos que imaginar diferentes escenarios en los cuales estemos alegres y satisfechos de la vida ¡en prisión!
Yo suelo verme entablando relaciones de amistad con otros reclusos, profundizando en la espiritualidad, estudiando con pasión (música, medicina…). El objetivo de esta visualización es comprender que podemos vivir plenamente con muy poco: ¡incluso sin libertad!
La lógica de esta visualización implica que mis quejas habituales —o sea, mis neuras— no tienen sentido. Si puedo ser feliz en la cárcel, ¿cómo no voy a poder serlo sin pareja, sin trabajo fijo, etc.? ¡Si son adversidades mucho menores!
La terapia racional (o cognitiva) tiene muchos puntos en común con la espiritualidad. No es extraño, porque las religiones también están hechas de conceptos, de pensamientos, de valores y, a lo largo de los siglos, la filosofía y las religiones se han estado influyendo mutuamente.
Y hablando de religión, fijémonos que los hombres y mujeres de fe suelen llevar unas ropas determinadas. Por ejemplo, hábitos de monje o túnicas budistas. ¿Por qué lo hacen? No para que les identifiquen por la calle, como hacen los policías o los bomberos. Esas ropas —o el hecho de raparse el cabello, por ejemplo— tienen otro sentido. Es un mensaje para ellos mismos.
La ropa de monje tiene la misma función que un tatuaje para un joven rockero. Su misión es recordarle al religioso sus valores, ponerlos de relieve. Los crucifijos o la cofia de las monjas sirven para asumir con más fuerza los principios con los que quieren vivir. Si yo ingresase en prisión, vestiría ropas modernas y divertidas pero quizá también llevase un crucifijo. Con ello querría demostrar a los demás y a mí mismo mi compromiso total con la solidaridad y el amor. La ropa moderna me serviría para dar un mensaje de alegría y fuerza. Y el crucifijo, mi voluntad de amistad profunda.
Si estuviese en la cárcel, emplearía todos los elementos a mi alcance para profundizar en un sistema de valores de persona fuerte. Mi leitmotiv vital sería perseguir el gran amor a la vida y a los demás.
Recordemos que el objetivo de las visualizaciones es comprometerse al máximo con los valores de la «abundiálisis», como decíamos el capítulo 2. Es un compromiso que equivale al pilar de una casa: nos sostenemos sobre la columna de nuestros nuevos valores cognitivos. Si estuviésemos en la cárcel, ese pilar mantendría nuestra mente en forma. Pensémoslo: si somos capaces de ser felices en la cárcel, ¿qué maravillosa vida no vamos a tener ya, en la actualidad, estando libres de esa adversidad extrema?
La visualización en silla de ruedas
Este ejercicio consiste en que nos imaginemos que estamos impedidos para caminar y que visualicemos la vida desde una silla de ruedas: «Si tuviésemos un accidente y nos quedásemos en silla de ruedas, ¿podríamos ser felices?». La respuesta obligatoria es «¡sí!». ¿Qué haríamos para conseguirlo?
Yo creo que me iría a vivir con otras personas que estuvieran en mi misma situación, quizá cerca de la playa, a una casa sin barreras arquitectónicas. Entre todos encontraríamos los fondos necesarios y la diseñaríamos con todas las comodidades. Viviríamos en comunidad colaborando entre nosotros y también haciendo cosas por los demás. Crearíamos programas de crecimiento personal para el vecindario, que vería en nuestra fortaleza un ejemplo a seguir.
Tendríamos una vida interesante, creativa, solidaria, basada en los principios de la amistad, la espiritualidad, el amor por la vida, el arte, la creatividad… ¿Podríamos ser felices? ¡Claro que sí! Para mentes bien amuebladas no existe prácticamente ningún impedimento serio para alcanzar la plenitud.
La visualización de san Francisco
Yo no soy católico, pero sí que admiro a uno de sus santos: Francisco de Asís. Creo que desde un punto de vista emocional este monje del siglo XIII merece toda nuestra atención.
Francisco nació en Asís, un pueblo de la actual provincia de Perusa, en Italia. Su familia se dedicaba al comercio textil y disfrutaba de una posición económica privilegiada. Para los estándares de la época, se puede decir que Francisco era un pijo: llevaba una vida despreocupada, estudiaba pero no trabajaba, era aficionado a la música y a los amoríos. Hasta que la guerra golpeó su conciencia.
Estalló un conflicto entre Perusa y una comarca vecina y, como el resto de sus amigos, Francisco partió a la batalla. Estaba ansioso por demostrar su gallardía. Pero lo que vivió fue muy diferente a los escenarios caballerescos soñados: muerte, crueldad y locura, en nombre de un absurdo patriotismo o, lo que es peor, de unos intereses económicos soterrados.
Al regresar a casa, Francisco era otro. Había visto la muerte tan de cerca que estaba decidido a vivir de la forma más significativa posible, al servicio del amor y la felicidad. Muy pronto abandonó el hogar familiar para retirarse a vivir al campo. No demasiado lejos de su pueblo había una iglesia semiderruida en un entorno idílico: se hallaba en una verde pradera salpicada de frondosos árboles. Más abajo, corría caudaloso el río.
La principal ocupación de Francisco iba a ser producir belleza, devolverla tal y como la recibían sus sentidos de la naturaleza. Y se puso a reconstruir aquella hermosa iglesia de rotundas piedras, pulidas y magníficas. En los descansos componía música. Unas alegres melodías que cantaban a la juvenil vida, llena de energía luminosa.
Todos nosotros podríamos emular a san Francisco: abandonar la vida material y vivir sin apenas nada. ¿Podemos, al menos, imaginarlo? Viviríamos extasiados ante la belleza de la naturaleza, con el principal cometido de producir más hermosura. No tendríamos empleo ni obligaciones, ni nada que perder, porque nos habríamos desprendido de todo excepto de la Felicidad con mayúsculas; nos centraríamos en la amistad, la música y el arte. Tiraríamos definitivamente a la basura todo lo material, la imagen y el orgullo.
¡Claro que podríamos hacerlo! Y de hecho, a nivel mental, lo vamos a hacer. Ese va a ser nuestro compromiso a partir de hoy: llevar la vida «interior» de san Francisco.
San Francisco era un campeón de la renuncia y se dice que, al final de su vida, afirmó: «Cada día necesito menos cosas y las pocas que necesito, las necesito muy poco». Si somos capaces de llevar a cabo esta «renuncia dichosa», seremos supermanes a nivel emocional.
Cuentan las crónicas que los amigos de Francisco fueron a visitarlo a la ermita donde se había instalado. Estaban preocupados por su salud mental: «¿Se habrá vuelto loco?», se preguntaban. Cuando llegaron allí, lo que vieron les impresionó. El joven Francisco irradiaba energía y paz, algo que ellos inmediatamente quisieron adquirir. La mayor parte de sus amigos se unieron a su «locura».
Nosotros también vamos a atraer a los demás con nuestra nueva energía amorosa, porque no hay cosa más atrayente que la paz y la alegría. ¿Podemos imaginarnos en nuestra nueva vida de renunciante haciendo los mejores amigos, esas joyas de conexión auténtica y profunda? ¡Claro que sí!
En nuestra visualización buscamos experimentar el contacto profundo y bello con los demás, porque a su vez es algo que nos nutre. En realidad, se trata de un sentimiento que podemos dirigir hacia todas las personas que habitan el planeta.
LLORAR DE ALEGRÍA INTERIOR
En el mundo de la meditación —reflexión, visualización, oración o como queramos llamarlo— existen diferentes niveles de profundidad. Y el estadio más profundo es algo más que un razonamiento lógico, una comprensión o una convicción: es una experiencia interior.
Las visualizaciones cognitivas —o espirituales— más profundas son tan potentes que es bastante habitual acabar llorando de emoción. Incluso las personas menos dadas a mostrar emociones, cuando llegan a esos niveles, rompen en lágrimas como niños. Y eso es bueno. Nos indica que estamos experimentando emociones dulcemente desbordantes, y cada uno de esos momentos está dejando una huella en nuestra psique. Esos son los psicofármacos más potentes que existen.
Hace tiempo vi en YouTube una conferencia de Miguel Silvestre en la que hablaba de viajes y vida interior. Miguel recorre el mundo en moto y protagoniza el programa de TVE Diario de un nómada (www.miguelsilvestre.com). Me parecieron muy hermosos los momentos de la conferencia en los que Miguel Silvestre, un tipo aguerrido que se ha jugado la vida en innumerables ocasiones, se echaba a llorar mientras explicaba sus experiencias espirituales. Y le daba igual si estaba delante de cien o doscientos desconocidos.
Y es que nuestra vida interior alberga la más intensa de nuestras aventuras. ¿No vamos a embarcarnos en ella, a navegar por los ríos y los mares más caudalosos, a ascender las montañas más espectaculares? Visualicémosla pues con toda la energía posible y salgamos a conquistar este precioso mundo.
En este capítulo hemos aprendido que:
- Las «visualizaciones racionales» nos ayudan a comprender mejor los principios lógicos que manejamos, lo que a su vez nos ayuda a combatir la necesititis y la terribilitis.
- La visualización del prisionero implica verse feliz en ausencia de libertad.
- La visualización en silla de ruedas sirve para llevar a cabo la importante renuncia al cuerpo y a muchas comodidades, sin por ello renunciar a la plenitud.
- La visualización de san Francisco nos impele a vivir una vida más auténtica, también de renuncia, centrada en la belleza y la amistad profunda.