2.
Un sistema de tres pasos
Cuando amaneció el día señalado, los cristianos marcharon en procesión hacia la arena del circo romano. Pero como si desfilaran hacia al cielo y no hacia las fieras, sus rostros estaban iluminados por la alegría.
La gente se apiñaba en las calles para verlos pasar, pero, sorprendentemente, sin el jolgorio típico de los espectáculos callejeros. Esta vez, ningún niño lanzó verduras podridas ni se oyó ningún insulto. Los romanos se sentían intrigados, incluso temerosos, de aquellos excéntricos que adoraban a un hombre ajusticiado en una cruz.
Aquella mañana, en el recorrido que conducía al circo, solo se oía el cobarde murmullo del pueblo hablando por lo bajo.
Por fin, la comitiva llegó al imponente Coliseo. Dentro les esperaban unos funcionarios que les cubrieron de pieles de conejo sangrantes para excitar a los perros que les devorarían más tarde.
De esa guisa salió el grupo a la arena. Los gritos estallaron entre la masa hambrienta del espectáculo de la muerte. Fieros canes aguardaban babeando en tres extremos equidistantes del ruedo. Entre el bullicio, un grupo numeroso de espectadores empezó a corear: «¡Muerte a los paganos! ¡Muerte a los paganos!». Era un cántico parecido al de los modernos estadios de fútbol. La palabra «pagano» se refería obviamente a los cristianos, que despreciaban a la vasta colección de dioses romanos.
Los condenados, entre los que también había niños con los pies encadenados, se dirigieron al centro del coso, como les habían ordenado. En sus posiciones, los perros tiraban de las correas, ansiosos por alimentarse.
Pero mientras los creyentes se dirigían a una muerte segura, se empezó a oír un sonido inaudito: era una melodía de voces que sonaba maravillosamente. Muchos romanos callaron para distinguirla. Se empezó a hacer el silencio y… entonces, de repente, se hizo totalmente audible: eran los propios cristianos que entonaban un cántico. ¡El gentío no daba crédito a lo que estaba presenciando! Aquella gente extraña estaba serena. Es más, sus miradas resplandecían. Algunos se abrazaban como despidiéndose, pero sin lloros ni lamentos.
El responsable de los juegos, Julio Pontio, un hombre obeso y calvo, se hallaba cobijado tras una barrera de madera. Nervioso, miró hacia el emperador y distinguió una expresión de fastidio. Enseguida hizo un gesto a los entrenadores de perros y gritó:
—¡Soltadlos ya! ¿A qué esperáis, imbéciles?
Y a esa voz, los canes salvajes saltaron en dirección a los cristianos. En cuanto alcanzaron a sus presas, el loco rugido del pueblo encendió de nuevo el circo. Nerón y Julio Pontio respiraron aliviados. Pero el germen de la curiosidad y la admiración estaba ya plantado en la mente del pueblo. No se dejaría de hablar de los cristianos en toda la semana.
En el año 64 de nuestra era se declaró un gran incendio en Roma. El 70% de la ciudad, que entonces contaba con un millón de habitantes, fue presa de las llamas.
Roma se calentaba e iluminaba con leña y la ciudad era un caos de callejuelas repletas de tiendas y edificios de viviendas de varias plantas, así que los incendios eran moneda corriente, pero aquel fue de proporciones gigantescas.
En aquella ocasión circulaba el rumor de que el fuego había sido provocado, ya que surgió precisamente en el barrio en el que el emperador planeaba construir su nuevo palacio. Nerón podría haber querido despejar la zona sin pagar indemnizaciones. Aquel loco corrupto era capaz de todo…
En cuanto las habladurías llegaron a palacio, Nerón, asustado, preparó una respuesta propagandística: si hacía creer a la gente que el desastre había sido obra de los cristianos, podría calmar los ánimos con un castigo ejemplar. Y la estrategia tuvo éxito. Roma se tragó el anzuelo y los cristianos fueron masacrados. Un año después, el nuevo palacio se alzaba en el solar calcinado.
Y así empezó la primera persecución de los cristianos, un crimen de Estado que, sin embargo, se acabaría volviendo en contra de las instituciones romanas. Como narran los historiadores de la época, los condenados por la nueva religión exhibieron tal fortaleza que el castigo se trocó en una vertiginosa campaña a su favor.
Está acreditado que muchos de aquellos cristianos murieron en el circo romano con calma, confianza y surreal serenidad. Los ciudadanos de Roma se preguntaban: «¿Qué tiene esa creencia extranjera que otorga esa extraña superioridad moral?». Y esa fue la mejor publicidad que pudo tener el cristianismo.
El reconocido filósofo romano Justino fue una de esas personas que se convirtió a la religión de la cruz movido por el fenómeno de los mártires. Dejó escrito:
En la época en que era discípulo de Platón, asistí a los juicios contra los cristianos. ¡Y cómo me asombraron, pues, con la cabeza bien alta, no renegaban de su fe! ¡Se veían tan seguros de sí mismos! Y eso no fue nada en comparación con su actitud ante la muerte: viéndoles tan valientes ante todo lo que a los demás aterra, me decía que era imposible que vivieran en el mal, porque el lujurioso y el intemperante… ¿cómo han de abrazar la muerte así? ¿No preferirán mentir y seguir gozando de su vida presente? Así fue como me acerqué a la que hoy es mi fe.
El historiador y tertuliano escribió:
Muchos hombres, maravillados de su valerosa constancia, buscaron las causas de tan extraño y poderoso talante, y cuando conocieron la verdad se convirtieron a la nueva religión.
Yo no soy católico, pero el relato de aquellas personas enfrentándose al martirio con serenidad y alegría me parece un ejemplo perfecto de cómo la mente puede ser entrenada para cualquier situación. ¡Hasta el extremo de marchar hacia la muerte con alegría!
Todo está en la mente, para bien o para mal. Esta puede ser nuestro mejor amigo o nuestro peor enemigo. Es algo que yo he presenciado en mi consulta durante muchos años y de forma radical, por ejemplo en el caso de somatizaciones o «males del cuerpo creados por la mente»: personas que acuden con extraordinarios síntomas como parálisis, dolores extremos o incluso ceguera, causados por un funcionamiento incontrolado de su cabeza.
Pero sé que lo contrario también sucede: individuos agraciados con una mente a prueba de bombas a los que nada les impide ser felices: ni la enfermedad más grave, ni la cárcel o la guerra.
La psicología cognitiva nos enseña que, con un poco de esfuerzo y perseverancia, todos podemos acercarnos a la mentalidad de los más fuertes. A veces será muy fácil y rápido; otras requerirá unos cuantos años de entrenamiento. Dependerá del punto de partida en el que nos hallemos. Pero se trata del aprendizaje más importante ya que el ordenador central, nuestra mente, lo rige todo.
SALIR DEL INFIERNO EN VEINTE SESIONES
Un ejemplo de ese cambio radical fue Alejandra. Su padre me llamó desde Zaragoza, donde poseía una próspera cadena de tiendas de electrodomésticos. Me explicó que su hija, de treinta y tres años, tenía a la familia desesperada. Desde los dieciséis años padecía lo que se llama «personalidad límite». Los psiquiatras llaman así a las personas proclives a la depresión y a la ansiedad, con tendencias suicidas y que se autolesionan. Muchas veces se hacen cortes en los brazos para sentir dolor físico en vez de emocional, algo nada raro si se llega a esos niveles de sufrimiento.
El padre de Alejandra me rogó que aceptase a su hija como paciente y así lo hice. La chica acababa de salir de una prestigiosa clínica psiquiátrica de Madrid, ingresada por enésima vez en su vida, y la familia estaba muy triste porque la veían atiborrada de pastillas y sin visos de curarse jamás.
Menos de un año después, tras unas veinte visitas a mi consulta de Barcelona, Alejandra era otra persona. No solo estaba feliz y radiante, sino que, como me dijo su padre entre lágrimas: «Parece la más fuerte de la familia». Ya no tomaba medicación, trabajaba por primera vez en su vida —en el negocio familiar— y planeaba irse a vivir con un chico que había conocido. ¡Estaba exultante!
Tales cambios no son milagros, sino simplemente aprendizajes realizados con un método claro, y mucha intensidad y perseverancia. Se trata de algo parecido a aprender un idioma extranjero: la práctica hace la magia.
PODER MENTAL
Tengo una amiga muy fuerte y racional a la cual he citado varias veces en mis libros. Se llama Tina Pereyre. Es la directora de los voluntarios del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, uno de los hospitales infantiles más grandes de España.
Tina es rabiosamente cristiana, auténtica y energética, y siempre está alegre. Una delicia de persona que irradia amor allá por donde va. En una ocasión, una amiga común me contó una historia sobre ella que ejemplifica el poder de la actitud mental. Tina tuvo una época especialmente difícil en su vida —se separó, una de sus hijas estuvo muy enferma, etc.—, y cuando sus amigos le preguntaban:
—Tina, ¿cómo estás?
Ella respondía:
—¿Por fuera o por dentro?
—Pues no sé. De las dos formas —le solían inquirir.
—Por fuera, mal, porque me pasa de todo; pero por dentro soy feliz —concluía.
¿Cuál es el secreto para desarrollar este tipo de fortaleza emocional? ¿Cuál es la llave para finiquitar cualquier temor, complejo o malestar psicológico? La psicología cognitiva tiene la respuesta. Se trata de un aprendizaje en tres pasos:
- Orientarse hacia el interior (buscar el bienestar dentro de uno)
- Aprender a andar ligeros (saber renunciar a todo)
- Apreciar lo que nos rodea (aprender a apasionarse por la vida)
Si llegamos a dominar estos tres pasos nos convertiremos en personas libres de «neuras», muy fuertes y felices. La mejor versión de nosotros mismos.
Vamos a ver, de forma resumida, en qué consisten estas tres habilidades. Aunque, cuidado, se trata solo de un esquema. A lo largo de todo el libro las estudiaremos con mucho más detalle.
EL PRIMER PASO: ORIENTARSE HACIA EL INTERIOR
La causa principal de que los seres humanos estemos neuróticos es creer que la felicidad está en el exterior. Este es el error principal que nos escacharra el cerebro.
Cometemos ese fallo cada vez que nos decimos: «Cuando consiga pareja, podré disfrutar de la vida» o «Si no tuviera este cáncer podría ser feliz» o «Si fuese más guapa, la vida me iría como un cohete». Todo esto es un error porque el principio activo de la felicidad está en nuestro interior, no en la realidad externa. Y no darse cuenta de ello —una y otra vez— es el germen de la debilidad emocional.
Alejandra, mi paciente «límite», de la que he hablado antes, era una profesional de ese error. Antes de curarse, prácticamente todo podía ser un motivo de depresión o ansiedad: no tener novio, que un amigo le tratase mal, aburrirse, la posibilidad de enfermar… Y eso, en realidad, equivalía a decirse que su felicidad estaba en lo contrario: tener novio, que le tratasen bien, tener una vida emocionante o estar sana…
Por el contrario, mi amiga Tina no le prestaba mucha atención a lo externo. Ella, «por dentro», siempre estaba serena y alegre, independientemente de los problemas. Por eso, el primer paso para hacerse fuerte a nivel emocional está en concentrarse en nuestro funcionamiento mental y no tanto en lo externo.
Cada vez que nos perturbemos, podemos preguntarnos: «¿Qué he hecho para ponerme mal?». Si un compañero de trabajo nos dice algo desagradable y nos sentimos ofendidos, no es por la ofensa en sí, sino por nuestro diálogo interno, lo que nos decimos cuando suceden las adversidades. En vez de mirar afuera, hay que mirar adentro.
Cuando somos débiles, cometemos el error de atender demasiado a nuestras circunstancias, somos estúpidamente rehenes de ellas, esclavos de lo que pasa. Epicteto, uno de los filósofos de cabecera de los psicólogos cognitivos, decía: «No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede».
Como aprenderemos a lo largo de este libro, nuestro cambio pasará por decirnos en toda circunstancia: «Estaré bien o mal según dirija mi pensamiento. No a causa de mis adversidades o éxitos».
SEGUNDO PASO: APRENDER A ANDAR LIGEROS
Cuentan que un turista en Israel quiso conocer al célebre rabino Hilel el Sabio. Cuando entró en su casa, le sorprendió ver que esta consistía en una sola estancia llena de libros y un único taburete donde sentarse. El turista preguntó:
—Pero, Rabí, ¿dónde están sus muebles?
—¿Y dónde están los tuyos? —replicó el sabio.
—Pero yo estoy aquí de paso…
—¿Y cómo piensas que estoy yo? —concluyó el Rabí.
La verdadera causa de la infelicidad es creer que carecemos de cosas. Y, por el contrario, la clave del bienestar está en saber que nos sobra de todo. Es lo que yo llamo «vivir en abundiálisis» o «en carenciálisis».
En infinidad de ocasiones le he preguntado a un paciente: «¿Te das cuenta de que ya lo tienes todo para estar genial?». A veces se trataba de una chica a la que había abandonado su novio; otras, alguien enfermo de cáncer, y también personas con ansiedad o dolor crónico. Y la cura empezaba cuando se daban cuenta de que las adversidades no son un impedimento para ser feliz. Y si no ¡que se lo pregunten a los mártires cristianos!
Detrás de cada «neura» —¡de todas!— hay siempre una incapacidad para soltar una «necesidad inventada», una exigencia. ¡Siempre! Y la solución pasa por dejarla ir cuando comprendemos que no necesitamos esto o aquello. Como suelo decir, la neurosis es fruto de la «necesititis», la creencia de que necesitamos mucho para estar bien.
Hace tiempo vi una entrevista en el famoso programa de televisión de Andreu Buenafuente que ilumina este concepto que estamos viendo (se puede ver en YouTube). El invitado era Jorge Sánchez, un escritor que tenía el récord de viajes por el mundo. Había pasado treinta y cinco de sus cincuenta años viajando. Me pareció un tipo genial: interesante, sereno, divertido y lleno de energía y curiosidad. Sánchez explicó que viajaba con muy poco dinero, trabajando aquí y allá en lo que podía, reuniendo experiencias y amigos. Había vivido todo tipo de aventuras y desventuras —incluso había estado a punto de morir—, pero nunca había dejado de ser inmensamente feliz.
Este viajero anda por la vida ligero de equipaje y es un ejemplo de fortaleza y salud emocional.
Las personas más fuertes —ricas o pobres— han reducido sus necesidades a niveles muy bajos. Es posible que tengan una mansión, una pareja maravillosa y un trabajo envidiable, pero saben que no necesitan todo eso. Si en cualquier momento se quedan sin ello, seguirán siendo tan felices como siempre.
La pirámide de las renuncias
A continuación se pueden leer las cinco renuncias fundamentales que hemos de llevar a cabo para convertirnos en personas saludables. Las he enmarcado dentro de una pirámide que asciende en dificultad. Todos los días, a modo de repaso, podemos comprometernos con ellas. Puedo asegurar que si nos convencemos de que no necesitamos estos cinco bienes claves, nos convertiremos en personas excepcionalmente sanas. No por casualidad todas las personas fuertes lo han hecho, desde mi expaciente límite de Zaragoza hasta Jorge Sánchez, el viajero feliz.
La primera renuncia, la más básica, es la de la seguridad económica. Se trata de comprender que podríamos ser muy felices sin dinero —eso sí, siempre y cuando tengamos cubierto el asunto de la comida y la bebida—. Si no somos capaces de vernos bien en el caso de que nos quedemos sin trabajo, siempre tendremos miedo de perder el que tenemos, nos estresaremos con facilidad y no podremos disfrutar plenamente de él.
Yo hace tiempo que me he desligado por completo de la seguridad económica y precisamente ese es mi secreto antiestrés. Y, paradójicamente, es lo que me permite tener éxito.
Como aprenderemos a lo largo de este libro, siempre que surja el estrés laboral o nos atemorice un informe o una reunión con el jefe, la solución es la renuncia; comprender que, en realidad, nunca hemos necesitado el empleo.
El resto de necesidades ascienden en dificultad. ¿Cómo sería no necesitar aprobación ni compañía? Yo tengo un amigo que vive retirado en el campo con sus dos perros y apenas ve a nadie. Es feliz con la naturaleza y la cultura a la que accede a través de internet. Como comprobaremos, la madurez exige saber ser feliz en completa soledad.
Y podemos seguir quitándonos necesidades de encima hasta el extremo de renunciar a la vida. En realidad, no es tan difícil aceptar que la vida es un tránsito rápido y que no existe ninguna obligación de vivir mucho. No temer a la muerte es fundamental para no ser hipocondríaco y llevar bien las pérdidas de los seres queridos. Pero también para vivir con pasión el presente, como si no fuese a haber mañana.
Pero no desesperemos, en estas páginas hallaremos las claves mentales que nos facilitarán llevar a cabo todas estas renuncias para convertirnos en aprendices de mártires cristianos, grandes viajeros o personas vibrantes como mi amiga Tina.
Es importante recordar que el miedo es una función del apego, de la incapacidad de dejar ir, y, por el contrario, la serenidad y la alegría son funciones del desapego, de la ausencia de necesidades. Vamos a aprender a renunciar de forma radical o, lo que es lo mismo, vamos a hacernos muy fuertes a nivel emocional.
Ser feliz en El Cairo
En una ocasión tuve una paciente de unos cuarenta años, dueña de una tienda de vestidos de novia de mucho éxito, esposa y madre amorosa y diligente. Vanesa era muy divertida y por eso caía bien a todo el mundo.
Un día tratamos el tema del estrés de la maternidad: tenía trillizos y, con doce años, eran «supermoviditos». Me explicó:
—Estoy histérica. No paro de gritar. Y es que los niños son un terremoto. No hay quien aguante su marcha. Imagínate: ¡trillizos!
—Vale, vamos a hacer lo siguiente: imagina que vives en El Cairo. Que eres una exploradora de yacimientos antiguos y tienes un romance con un apuesto fotógrafo. Por las noches, al acabar tu jornada, te encuentras con él en uno de los restaurantes que hay en las azoteas de los edificios de la ciudad —le sugerí.
—¡Uau! ¿Puedo escoger a uno tipo Hugh Jackman? —preguntó riendo.
—¡Claro! Además del romance con Jackman tienes un trabajo interesantísimo descubriendo tesoros antiguos. Intenta imaginarlo: resides en un país exótico y llevas una vida genial. Ahora bien, también es cierto que El Cairo es una de las ciudades más caóticas del mundo, ruidosa y desordenada. Pero eso le encanta al viajero, forma parte de la magia de esa ciudad donde todo es posible —expliqué con todo lujo de detalles.
—Ya veo por dónde vas… Quieres decir que yo podría ser feliz como una aventurera en una ciudad caótica como El Cairo pero también en mi casa, con el caos de mis niños —inquirió.
—¡Exacto! ¿Lo ves? Nosotros no necesitamos paz para ser felices. Si abrimos nuestra mente, podemos disfrutar de la vitalidad de una ciudad con atascos, ruidos y fuertes olores por doquier. Y de la misma forma, tú puedes estar genial con el desorden vital de tus hijos.
A lo largo de la sesión fuimos estudiando argumentos que demostraban que Vanesa podía vivir la educación de los trillizos de otra forma, sin perder la serenidad. (En otra parte de este libro veremos con detalle cómo podemos insensibilizarnos a la incomodidad y al caos). Y en poco tiempo fue capaz de leer tranquilamente una novela mientras sus hijos se peleaban en el salón de su casa. En otras palabras, mi paciente aprendió a renunciar con alegría a la comodidad, la tercera de las renuncias de nuestra pirámide del crecimiento personal.
En otra sesión que tuve con ella me preguntó:
—Rafael, el trabajo que nosotros estamos haciendo, ¿consiste en dejarle de dar importancia a todo? ¿Renunciar a todo?
—Sí. Se trata de encontrar los argumentos para convencerte de que cualquier situación o adversidad no tiene por qué impedirte ser feliz. Todo: pérdida de dinero, afectos, comodidad, la propia paz y la salud, incluso la vida.
Hay que subrayar que, ya más calmada, Vanesa fue capaz de implementar con sus hijos lo que llamamos «el aprendizaje del sosiego personal». Es decir, les fue enseñando con paciencia y perseverancia a comportarse de una manera «elegante», con lo que se iban a «convertir en muchachos atractivos, sobre todo para las chicas». ¡Y lo logró!
Pero para su salud mental era fundamental que dejase de necesitar histéricamente que sus hijos fuesen de otra forma. Y no solo eso: en un sentido amplio, aprendió a no necesitar estar cómoda o tranquila, las otras dos renuncias de nuestra pirámide. ¡No olvidemos nunca que en la renuncia está la fortaleza!
Hasta ahora hemos visto los dos puntos esenciales del cambio emocional: orientarse hacia el interior y caminar ligero. Veamos a continuación, de forma sucinta, el tercero.
EL TERCER PASO: APRECIAR LO QUE NOS RODEA
En el budismo —y en la psicología cognitiva— el arte de la apreciación del entorno es fundamental. En Japón lo llaman «wabi-sabi». Hay personas que están encantadas de la vida y otras a las que el mundo les parece aburrido, sin mucho que ofrecer. Ambas viven en el mismo lugar. La diferencia es que unas han encendido la luz de la apreciación y las otras la han apagado; unas se permiten disfrutar de las pequeñas cosas y las otras van en busca de emociones fuertes o nada, de modo que suelen quedarse en nada.
Recuerdo una experiencia personal que me mostró, siendo muy joven, en qué consiste el ejercicio de apreciación y qué resultados ofrece. Yo era estudiante de psicología y, al margen de mis estudios, organizaba conciertos junto con algunos amigos. Teníamos éxito y la actividad nos reportaba unos buenos beneficios.
Una mañana primaveral caminaba por el campus con Jordi —compañero de estudios y socio— y mi novia de aquella época. No recuerdo de qué charlábamos, pero en un momento dado Jordi le dijo a ella:
—Ostras, ¡Rafael y yo no podemos vivir mejor! Estudiamos una carrera que nos encanta, organizamos conciertos geniales y, encima, estamos forrados. ¡Esto es vida!
Aquellas palabras de mi amigo Jordi me impactaron. Simplemente porque hasta entonces no me había planteado la buena vida que tenía. Me sonreí. Miré a mi alrededor y contemplé el apacible entorno del campus: árboles cargados de hojas, rayos de sol que lo iluminaban todo… y el tiempo se ralentizó durante un buen rato. Mi mente estaba saboreando el presente.
Esto es el ejercicio de apreciación de la vida. El mundo es un lugar de abundancia donde no paran de sucederse hechos extraordinarios. ¡Y tenemos la suerte de poder vivirlos porque estamos vivos! Se trata de detenerse y decírselo a uno mismo, como Jordi hizo aquella mañana.
Es maravilloso poder ver los colores de la naturaleza, respirar el aire fresco, escuchar los sonidos armónicos de la música, ¡incluso sentir el volumen de nuestro propio cuerpo de uno! Para la mente entrenada en la apreciación, el entorno es copioso porque hay infinidad de cosas que son extraordinarias. Entonces nadamos en la abundancia y las presuntas carencias de nuestra vida no importan. Vivimos en «abundiálisis».
El wabi-sabi o apreciación puede referirse a la naturaleza, a las cosas bellas del mundo o a la propia vida de uno, como hizo mi amigo Jordi esa mañana primaveral. La cuestión es ponerse en «modo de agradecimiento», lo que nos hace sentir bien y además es incompatible con la queja o la «terribilitis», el gran promotor de la neurosis.
A lo largo de este libro veremos cómo podemos activar el arte de la apreciación de lo que nos rodea. Se trata de un ejercicio diario que produce bienestar emocional de forma inmediata y que potencia, además, los dos pasos anteriores: orientarse hacia el interior y aprender a andar ligeros.
Vivir una aventura cada día
Todos hemos tenido la experiencia de viajar al extranjero o a una ciudad desconocida. Casi todos, en esas circunstancias, nos ponemos en modo wabi-sabi. Paseamos con los ojos bien abiertos para no perdernos la belleza del lugar, tomamos fotos que capturan el momento presente, nos sentimos nuevos, vigorosos y en armonía. Pero, en realidad, ese estado mental no está en el extranjero sino dentro de nosotros y, si lo experimentamos, es porque nosotros nos lo permitimos.
Existen muchas evidencias de que incluso los estados mentales inducidos por drogas —tipo éxtasis o Valium— pueden ser reproducidos a voluntad si se sabe cómo, sin necesidad de tomar nada. En realidad, esos estados los provocan determinadas conexiones neuronales que siguen una pauta concreta. Podemos provocarlos con las drogas o con nuestra orientación mental.
Yo tengo un amigo que ha aprendido a tener orgasmos múltiples sin eyacular empleando solo técnicas mentales. ¡Su esposa está encantada! Y él más. Sus orgasmos son muy potentes y, uno tras otro, puede seguir con el acto sexual en busca de más emociones.
De la misma manera, todos podemos entrar en modo wabi-sabi en nuestra propia ciudad. No hace falta viajar para emocionarse con nuestras calles, gentes y posibilidades de disfrute. Claro que para lograrlo hay que concentrarse en la belleza, hacer las cosas un poco más despacio y pararse de vez en cuando para mirar y apreciar.
Enamorarse del primero que pase
En muchas ocasiones he dado conferencias sobre el amor y he manifestado mi convencimiento de que las personas podríamos enamorarnos de la primera persona que pasa por delante de nosotros por la calle. Y tengo pruebas para defender esta idea.
Todos podríamos escoger a alguien al azar y, en poco tiempo, convertirlo en nuestra persona querida, admirada, deseada… Porque el enamoramiento es una función de nuestra mente como lo es reír o estar en modo divertido o de guasa: podemos activarlo o no activarlo y depende más de nosotros que del exterior.
Yo he estudiado en el extranjero en dos ocasiones: con veinte años en Inglaterra y con treinta en Italia. Y en ambos lugares fui testigo de un fenómeno que me llamó la atención. Cuando cambias de país —especialmente si no hablas el idioma—, llegas a un territorio completamente nuevo en el que no conoces a nadie. Es cierto que vas cargado de ilusión y energía, pero también te enfrentas a un período de soledad porque vas a estar sin tus amigos y tu familia durante un tiempo.
Pues bien, el fenómeno sorprendente es que esas experiencias son increíblemente fértiles a la hora de hacer grandes amistades y vivir apasionados amores. En pocas semanas, haces grandes amigos. A lo largo del año, creas unos vínculos inolvidables. Y lo mismo sucede en el terreno sentimental. Muchas veces, los estudiantes se enamoran al poco de llegar cuando en su ciudad llevaban años sin conocer a nadie especial.
¿Por qué sucede eso? Porque las personas se abren. Las primeras semanas de soledad activan la motivación para entablar nuevos vínculos y, ¡pam!, se hace la magia. ¿No podríamos hacer lo mismo en casa?
Y es que apreciar lo que nos rodea, enamorarnos de la vida, depende siempre de nuestra apertura mental, no del exterior. Como veremos a lo largo de estas páginas, una de las claves de la fortaleza emocional consiste en eso. Aprenderemos a hacerlo todos los días. Será una suerte de apertura del tercer ojo situado en medio de la frente, en el lóbulo prefrontal, donde habitan nuestros pensamientos y visiones más hermosas.
En este capítulo hemos aprendido que:
La terapia cognitiva se resume en tres pasos:
- Orientarse hacia el interior: consiste en buscar el bienestar en nuestro funcionamiento mental, no en circunstancias externas.
- Aprender a andar ligeros: es la habilidad para renunciar a cualquier cosa que nos falte o pudiese faltar. De esa forma, las amenazas y los lamentos interiores desaparecen.
- Apreciar lo que nos rodea: es un ejercicio continuo de apreciación de las pequeñas cosas de la vida.