10
Hola, Roger
En Ginebra pasé el control de pasaportes y la aduana sin ningún problema. Nadie me preguntó por mis chips Y9707-EX. Pero estaba tenso. Tenía la sensación de que la gente me acercaba demasiado las caras.
Eran las cuatro de la tarde, hora local, cuando salía al vestíbulo público del aeropuerto, un enorme espacio de vidrio y metal con suelo de piedra y provisto de un montón de tiendas. Durante un momento tuve la sensación de que podría ir por mí mismo, pero entonces alguien me tocó en el hombro. Era un italiano atlético de mediana edad con un uniforme de sarga azul sin mayor identificación. Me saludó con el sombrero y sonrió.
—¡Bienvenido, señor Schrandt! El señor Coolidge me ha enviado a recogerle. Me llamo Tonio. ¿Tiene equipaje?
—No —suspiré—. No, no, esto es lo único. Y puedo llevarlo yo —me sentía triste por ver a este tío—. ¿Así que va a llevarme hasta la villa de Roger en Saint-Cergue?
—Exacto —dijo Tonio e hizo un gesto hacia la salida—. Por favor, venga conmigo. —Hubiese estado bien comprar primero un enorme cuchillo de caza, pero demonios, habría cuchillos en la cocina de Roger. Le seguí.
En el exterior, lloviznaba con fuerza. Tonio había aparcado el coche de Roger justo delante de la entrada. El coche era un monovolumen Subaru de color beige y muy poco impresionante. Animado por Tonio, me senté atrás. Recorrimos un tramo de la Autoroute, y luego subimos por las ondulantes pendientes verdes de las montañas Jura. Pronto nos encontramos recorriendo la misma carretera serpenteante que el guía me había indicado en el mapa del ciberespacio. Tonio conducía demasiado rápido para mi tranquilidad, pegándose repetidamente a los otros coches y adelantándolos. Le pedí que fuese más despacio, pero prefirió no comprenderme.
En la fría primavera suiza, Saint-Cergue se presentaba como abandonada y dejada de la mano de Dios. Los carteles mojados de venta de cigarrillos y licores estaban todos en francés. Justo en la calle principal había varios graneros con montones de paja y estiércol; lo que se escurría de los montones se extendía asquerosamente sobre el pavimento. Un tonto del pueblo delgado y ataviado con un chubasquero de plástico y una boina cubierta de plástico pasó corriendo, con una mano tocándose la barbilla cubierta de un pelo corto.
Tonio pasó a una diminuta carretera que partía de la calle principal y corrió colina arriba durante dos kilómetros y medio hasta los dominios de Roger: dos sólidos edificios suizos que parecían estar fabricados de cemento. Las paredes estaban cubiertas de estuco basto, y los tejados estaban formados por pesadas tejas grises. No se veía ninguna casa vecina. La lluvia caía con más fuerza que nunca.
El primer edificio era enorme y carecía de ventanas; el segundo era una casa, larga y baja. Las ventanas disponían de esas contraventanas europeas: se desenrollan y son metálicas, pero la mayoría de las contraventanas estaban abiertas. Tonio abrió de un golpe un enorme paraguas negro y me llevó hasta la puerta principal automatizada de la casa. Los charcos saltaron sobre mis sandalias y me mojaron los calcetines.
Roger respondió rápidamente después de la primera llamada de Tonio. La puerta emitió un ruido al destrabarse a sí misma y abrirse.
—¡Jerzy! ¡Llegaste! Pasa.
—Hola, Roger.
—¿Necesita algo más, señor Coolidge? —preguntó Tonio.
—No lo creo, Tonio. ¿Necesitas algo, Jerzy?
—¿Cómo podría saberlo? Apenas sé dónde estoy. ¿Puedo dormir aquí?
—Por supuesto —dijo Roger—. Eres mi invitado. Por tanto, sí, eso es todo, Tonio. Te llamaré por la mañana —Tonio recorrió de vuelta el sendero a la entrada y la puerta se cerró al salir.
Todos los suelos de la casa de Roger eran de contrachapado polvoriento; habían retirado lo que fuese que habían tenido encima. Había esperado que Roger estuviese viviendo como un rico, pero no, estaba viviendo como un excéntrico.
—Ahora mismo Kay está en California —dijo Roger, refiriéndose a su esposa ausente—. ¿Te gustaría una visita? —No se le ocurrió ofrecerme comida o bebida.
—Primero me gustaría hablar.
—Bien —Roger mostraba una expresión inofensiva, incluso complaciente.
Con respecto a cosas que no le importaban, se comportaba como una medusa sin columna vertebral pero, como yo sabía por experiencia, cuando se trataba de algo que le importaba, era como un tigre de dientes de sable.
Me llevó desde el vestíbulo hasta el salón; deteniéndose para señalar una estructura de azulejos del tamaño de un refrigerador.
—Mira esto —dijo Roger—. Es una estufa suiza de cerámica.
La estufa estaba azulejada de azul y blanco; algunos de los azulejos estaban pintados con flores. Yo tenía los pies fríos y mojados, pero aun así la estufa lo parecía todo menos acogedora, a mí me recordaba aquella aparición estrafalaria de Mono Beetlejuice que había encontrado la última vez que fui tras las hormigas del ciberespacio. Mono Beetlejuice había sido un cruce entre un conjunto de Mandelbrot, una hormiga y —ahora estaba totalmente seguro— la estufa de Roger. Pero ¿por qué? Alargué la mano y toqué la estufa; estaba helada.
Habían arrancado como la mitad del papel pintado del salón. Encajado en un agujero desigual en la pared cercana a la estufa había un ordenador sin carcasa pero con un teclado. El ajuste con la pared era tan malo que podía ver los chips y cables del ordenador. Acabaría cubierto con una buena moldura, después de que arreglasen el papel pintado.
—Es el ordenador de la casa —dijo Roger—. Controla el calor, las luces, las cerradoras, las contraventanas, y demás. Tuve que instalar cincuenta y siete servomotores diferentes. ¡Ha sido un truco informático muy interesante!
Atravesé la estancia y miré por el ventanal de la sala. Dejaba ver árboles y la carretera que volvía a Saint-Cergue, aunque por la lluvia, sólo podía ver unos cientos de metros antes de que la carretera se disolviese en la niebla.
—Cuando está despejado, puedes ver el lago Ginebra con sus barquitos —dijo Roger—. Y cuando está muy claro, puedes ver los Alpes al otro lado del lago. Pero dijiste que querías hablar. Vamos a mi estudio.
La luz del estudio se encendió automáticamente cuando entramos. La habitación era igual a la que había visto la pasada noche en el ciberespacio. Suelo de contrachapado, paredes grises con yeso blanco en las uniones, y una ventana que daba a un prado que subía por la colina. Una larga zanja llena de tierra marcaba un lado del prado. Sobre la mesa había un monitor de circuito cerrado de televisión y una consola de ciberespacio. El monitor ofrecía una vista del camino de entrada vacío de Roger. Roger se sentó en su cómodo sillón; para mí había una silla plegable de plástico en una esquina, cerca de una caja de cartón llena de herramientas variadas para reparaciones caseras. Arrastré la silla para sentarme junto a Roger.
—Esta propiedad es muy interesante —dijo Roger. Era tan rico que hablara con quien hablase, todos le daban la razón. Eso le daba licencia para jugar a ser el chico que charla alegremente, parloteando sobre su obsesión actual, sabiendo que le prestarían atención y le tomarían en serio—. La persona que vivía aquí antes era fabricante de equipo de moldeado de plástico. Donar Kupp. Murió el año pasado. Patentó un método para incorporar circuitos electrónicos tridimensionales en trozos sólidos de resina imipolex termoendurecible. Cuentas inteligentes. Son dispositivos asombrosos... por aquí tengo uno, parece una mosca en ámbar. Una mosca muy extraña, eso sí —Roger rió con alegría—. Todas las compañías importantes de tuberías usan las cuentas inteligentes de Kupp para comprobar el flujo de fluidos, y la policía francesa emplea las cuentas en las balas inteligentes no letales —yo nunca había leído nada sobre eso, pero como era habitual, Roger lo sabía todo—. Kupp se retiró aquí hace cinco años, y modificó el otro edificio, el que se ve en el camino de entrada, para que fuese una fábrica. Quería expandir tu técnica de inclusión de circuitos. Como el imipolex termoendurecible es un semiconductor, descubrió que era posible hacer crecer diodos y transistores triodos en su interior...
—Eh, vamos, Roger —le interrumpí—. Vamos a hablar de las hormigas. Hablemos de mi despido, de mi inculpación y del queme phreak. ¿Por qué lo hiciste, Roger? ¿Qué sentido ha tenido todo esto?
Roger se detuvo y me miró con esa mirada neutra, soñadora y ligeramente irritada que le caracterizaba.
—Todo ha sido para conseguir mejores robots —dijo al fin—. ¿Recuerdas el Choreboy? Por su cuenta, lo más probable es que los imbéciles de West West fabricasen algo letal. Y si sus Adzes hubiesen matado gente, los federales también hubiesen prohibido el Veep. Así que me aseguré de que West West pudiese cripear nuestro código del Veep, y te mandé con ellos para que les ayudases a usar el código correctamente. Eres unos de los mejores, Jerzy. Gracias a ti, los Veeps y los Adzes pueden salir y evolucionar.
—¿Quieres que los robots evolucionen?
—Ése es el futuro, Jerzy, su destino manifiesto. Les enseño a los robots a construir robots. Autorreplicación. Con el tiempo montarán fábricas y se reproducirán a miles. Competirán por los nuevos cuerpos, mutarán, se cruzarán y evolucionarán. Todo por la vida artificial, por amor de todo. Una nueva especie.
—¿Quieres que los robots construyan más robots? ¿Y si conquistan la Tierra? —pregunté.
—No tengo razones especiales para querer que se queden en la Tierra —dijo Roger con impaciencia—. Los robots no están destinados a ser nuestros esclavos. De hecho, ¿quién en su sano juicio quiere un esclavo? Los robots deben evolucionar, tomar la antorcha que les pasemos y crecer más allá de nuestros logros. Deberíamos enviar robots a la Luna. Si fabricas un robot lo suficientemente pequeño, puede soportar un buen montón de aceleración. Lanzar una cápsula de robots con una lanzadera magnética podría ser factible. He intentado hablar de la idea con la NASA, pero por ahora sólo he hablado con idiotas.
Agité la cabeza. El viaje espacial era una de las aficiones de Roger —y de ninguna forma iba a irme cabalgando con él.
—Por favor, no cambiemos de tema, Roger. Estamos hablando de lo que me has estado haciendo a mí. Me enviaste a West West para que el Adze pudiese funcionar. Vale. Pero ¿cómo encajan las hormigas en todo esto? ¿Por qué les dejaste destruir la televisión?
—Pensé que estarías contento. ¿No eres tú el que siempre repite que odia la televisión?
—Claro, pero cuando liberaste las hormigas, me dejaste la culpa a mí. En cualquier caso, ¿cómo conseguiste que Studly hiciese eso con Fibernet?
—Yo lo llevaba —dijo Roger, sonriendo como un pillo.
Casi tenías que tenerle cariño.
—¿Telerrobótica? ¡Creía que entonces ya estabas en Suiza!
—Lo estaba, pero eso no importa. Usé un interfaz telerrobótico del ciberespacio. Mi señal hubiese sido demasiado débil, pero Vinh Vo llevaba un transpondedor amplificador de señal en la parte de atrás de su furgoneta. Cuando supe que intentabas tener una cita con Nga Vo, busqué algunos datos y encontré a Vinh como importante tipo sórdido. Funcionó a la perfección.
—Oh, Dios —luchaba por comprenderlo todo—. ¿Fuiste tú quien mató al perro?
—Bien, fue un accidente. Llevar a Studly era como el mejor videojuego del mundo, pero era la primera vez que jugaba.
—Pero ¿por qué echar sobre mí la liberación de las hormigas?
—Eras adecuado. ¡Y tenía más sentido que hacer que GoMotion fuese la responsable! Poseo un millón de acciones de GoMotion. Cuando las acciones bajan un punto, yo pierdo un millón de dólares. Tenía que liberar a las hormigas para que entrasen en más ambientes y evolucionasen más rápido. Ahora el noventa y ocho por ciento de la capacidad computacional de la Tierra se encuentra en los chips DTV, ya lo sabes. Durante algunas gloriosas horas, todos esos chips ejecutaban mis hormigas de GoMotion. Fue una explosión cámbrica; fue como ejecutar mis simulaciones del laboratorio de hormigas durante miles de años. Todo en un día. Mis hormigas son mucho mejores que antes. —Roger sonrió al pensarlo.
—¿Y qué? —respondí—. ¿A quién le importa?
Me miró con furia, disgustado de que yo no amase tanto a las hormigas como él.
—Para que los Veeps puedan dar una patada en el culo del Adze, si te hace falta una razón. No creerías que permitiría a los Veeps usar el mismo código que entregué a West West, ¿verdad?
—Aquí me falta algo —suspiré—. Sigo sin ver la conexión entre los robots y las hormigas.
—¿Por qué crees que el código del robot funciona tan bien? —me preguntó Roger en un tono de paciencia exagerada.
La lluvia intensa del exterior chocaba contra el tejado y estallaba sobre los charcos.
—¿El código del robot? —dije—. Funcionaba bien porque yo escribí buenos algoritmos y los ajusté con evolución genética.
Roger inclinó la cabeza y me miró con molestia inquisitiva.
—Oh, sí —añadí—, también estaban las subrutinas básicas que escribiste. Tu asombrosa ROBOT.LIB. Supongo que sin ella nada hubiese funcionado. Sin ROBOT.LIB los programas no hubiesen sido lo suficientemente rápidos como para ser útiles.
—Hubiesen sido una puta mierda —dijo Roger—. Y sabes una cosa, yo no escribí ROBOT.LIB. Las hormigas de GoMotion escribieron ROBOT.LIB. Yo escribí el código que escribió el código. Para eso principalmente servían las hormigas. ¿No te diste cuenta?
—No —dije, moviendo la cabeza por el asombro.
—Y ahora, gracias al paseo de las hormigas por los chips DTV del planeta, la versión de ROBOT.LIB de GoMotion es mejor —dijo Roger—. Mejor que la que permitimos cripear a West West. El Adze será útil; el Veep será magnífico.
Yo todavía seguía intentando hacerme a la idea de que las hormigas habían escrito el código máquina fundamental de ROBOT.LIB. Cuando empecé en GoMotion, Roger nunca me dio una buena explicación de qué hacíamos. Simplemente me había entregado a Jeff Pear y a las fechas límites de Pear.
—Pero si las hormigas están en ROBOT.LIB, ¿por qué no toman el control y arruinan a los robots como arruinaron la televisión?
—Las hormigas no están en ROBOT.LIB, se limitaron a escribirla —dijo Roger—. Y en cuanto a las hormigas tomando el control de los robots con chip Y9707... bien, hasta ahora no han podido debido a la hormiga león de GoMotion. La hormiga león posee una bala mágica que mata hormigas. Es una instrucción especial que las detiene de inmediato; las fosiliza. Es como el Raid o el Baygon.
—Puse una copia bit a bit de la hormiga león en el código del Adze —dije—, pero el código de la hormiga león está tan comprimido y cifrado que no tengo ni idea de cómo funciona. ¿Cuál es la bala mágica?
—¿No lo adivinas? Para ti será más divertido si lo adivinas. Me encanta adivinar.
Tenía la mente lenta y cenagosa. Tenía los pies fríos. En lugar de responder, huraño aparté la vista. Fuera seguía lloviendo.
—¿Puedes darme ahora los chips, Jerzy? —dijo Roger después de un rato.
—¿Qué chips?
—Los cuatro chips Y9707-EX que tienes en la cartera. Te daré, oh, ochenta mil dólares por ellos. Ochenta mil dólares por los chips y por tu buena voluntad. Lo digo en serio.
Por supuesto, Roger Sabía que Vinh me había dado los chips. Yo estaba aquí como transportista. Parecía no haber final para los niveles en los que me la jugaban. Pero el dinero sonaba bien.
—¿Cuándo me pagarás?
—Ahora mismo —Roger se puso en pie y abrió la primera gaveta de su mesa—. Tengo tu dinero aquí mismo —lo colocó junto a la ciberconsola, ocho paquetes de billetes de cien dólares, cada uno con una cinta que decía 10.000$.
—¿No planearás matarme? —pregunté nervioso.
—Claro que no, Jerzy. Te estás llevando la culpa por lo de las hormigas, te lo agradezco. No hay necesidad de ir a la cárcel. Tengo la esperanza de que te quedes aquí durante un tiempo y trabajes conmigo. ¡Eres un colega de locuras!
Saqué el paquete de chips de la cartera negra y se lo entregué a Roger. El se apartó e hizo un gesto hacia el dinero. Metí los fajos de billetes en la cartera. Apenas cabían.
Roger miraba los chips.
—Si Vinh Von no se confundió, éstos deberían ser mejores para mis propósitos... son chips diseñados por las hormigas que hice que los contactos de Vinh en National Semiconductor fabricasen. Las hormigas me hicieron muchos favores mientras controlaban la televisión —me sonrió—. Se supone que estos chips van el doble de rápido... y, lo que es aún más importante, no permiten la ejecución de la hormiga león. Las hormigas podrán entrar en estos nuevos robots y pasárselo en grande —se metió los chips en el bolsillo y me guió fuera del estudio—. ¡Ahora, el paseo!
Primero Roger me mostró el resto de las habitaciones desnudas y feas de su casa, con contrachapado, paredes de piedra y losetas rotas por todas partes. El ordenador de la casa encendió y apagó las luces mientras nos movíamos. Al final de un pasillo, junto a la cocina, había una piscina turbia pudriéndose bajo un tejado inclinado formado por plástico corrugado traslúcido. Había tierra suelta alrededor de la piscina, y habían sacado la puerta de la zona de la piscina para repararla. Parecía que Donar Kupp había sido igual de lento con las chapuzas caseras como Roger. En el sótano había una estufa y una caldera cuyas tuberías suizas de diseño excesivo fascinaban a Roger, en el fondo era un ingeniero.
De vuelta al piso superior, encontramos dos paraguas plegables hechos polvo y desafiamos a la lluvia para llegar al edificio sin ventanas que Roger llamaba su factoría. Me volví a mojar los pies.
En la factoría todo estaba sin terminar y desnudo, incluso más que en la casa. Los suelos y paredes eran de cemento desnudo. En la planta baja había una grúa de techo y un pozo cisterna profundo con una tapa de cemento. Había un montón de latas y barriles llenos de diferentes tipos de resinas y disolventes para fabricar plásticos, y el resto del suelo estaba cubierto con cajas de cartón llenas de las cosas de Roger.
—Tenemos seiscientas cajas todas marcadas como Artículos de hogar —dijo Roger—. Es como buscar un tesoro, sólo que en cada caja que abres encuentras algo que no había visto antes.
Me hizo bajar unos escalones de cemento hasta el sótano de la factoría y me mostró otra estufa y caldera. Decía que la estufa podía calentar todo un pueblo. Había un cuadro eléctrico enorme y aterrador con fusibles del tamaño de balas de cañón. Nos metimos en un ascensor de carga que iba desde el sótano hasta la planta baja y luego al segundo piso de la factoría.
—No hay escaleras al segundo piso —dijo Roger—, y allá arriba no hay ventanas. Donar Kupp era increíblemente paranoico —mientras el ascensor trepaba hasta el segundo piso, Roger indicó una pequeña palanca señalada como ALARMA—. Intenta darle, Jerzy —la palanquita se movió con facilidad, provocando un ligero sonido de timbre tras la pared del ascensor—. ¡No es más que un timbre de bicicleta! —dijo Roger, agitando la cabeza—. No me gusta usar el ascensor cuando estoy solo. Para que sea todavía más peligroso, la caja de fusibles del ascensor está en el segundo piso, ¡adonde no puede llegar nadie si se estropea el ascensor! Tengo que automatizar la factoría con un ordenador central como hice con la casa.
Nos detuvimos en el segundo piso y la puerta del ascensor se abrió a una enorme sala con bancos de laboratorio siguiendo las lejanas paredes. La zona cercana al ascensor estaba atestada de maquinaria industrial pintada, moldeadores de plástico a presión y demás. En la zona abierta en medio de la sala había dos robots mirándonos. Se movieron hacia nosotros.
—Les he bautizado Walt y Perky Pat —dijo Roger diabólico—. Fui capaz de parchear algunas piezas del código de Walt y Perky Pat que tú y las hormigas evolucionasteis en los Nuestros Hogares Americanos de West West —alzó la voz para dirigirse a los robots—. Walt y Perky Pat, éste es mi amigo Jerzy Rugby. Trabajará aquí con nosotros durante un tiempo.
Walt, que era un Veep de dos brazos, avanzó sobre las ruedas y me ofreció la mano humanoide para saludarme.
—Hola, Walt —dije. A continuación, Perky Pat, un Adze de tres brazos, ofreciendo su manipulador en forma de mano—. Hola, Perky Pat —les di la mano a los dos.
—Hola, Jerzy —dijeron, no del todo al unísono.
La voz de Perky Pat era más aguda que la de Walt.
—Roger nos ha hablado de ti, Jerzy —siguió diciendo Perky Pat—. Dice que ayudaste a diseñar nuestros programas.
—Así es —dije—. Primero trabajé para GoMotion y luego trabajé para West West. ¿Qué edad tienes, Perky Pat?
—Roger y Walt me montaron hace tres días. Soy uno de los primeros kits puestos a la venta por West West. Pero Roger me dio la versión mejorada de ROBOT.LIB. Al igual que Walt.
—Yo tengo un mes —ofreció Walt—. Roger me construyó el primero de mayo.
—Está bien —dije—. Roger me cuenta que se supone que podéis replicaros por vosotros mismos.
—Sí, Jerzy —dijo Perky Pat—. Roger quiere que nos reproduzcamos construyendo nuevos robots sin ayuda humana.
—Sé cómo —dijo Walt con confianza—. Y en lugar de poner en nuestros hijos en juego estándar de software, crearemos combinaciones de nuestros propios programas.
—Nosotros mismos hemos estado moldeando algunas de las piezas —dijo Perky Pat—. Pronto podremos fabricarlo todo excepto los chips. Y Roger dice que el próximo año también podremos fabricar los chips.
—Sí, moldeamos plástico —dijo Roger, haciendo un gesto hacia las grandes y apestosas máquinas para plástico—. Eran de Donar Kupp, Jerzy; estaban conectadas en un único sistema guiado por microcódigo industrial estándar. La única pega es que la documentación del sistema la escribió el propio Kupp a mano y en alemán. Pero hice que GoMotion me enviase un módulo de alemán para Walt. Y ahora él comprende el manual.
—Ja —dijo Walt con orgullo—. Ich verstehe.
—¿Puedes manejar la máquina, Walt? —pregunté.
—Ja, ja. Es geht ganz gut.
—Habla en inglés, Walt —le reprendió Roger—. Y muéstrale a Roger algunas de las piezas que has fabricado.
—Iré a buscarlas —dijo Perky Pat.
Eran dos robots tan voluntariosos como los elfos de Santa Claus.
Perky Pat corrió por el laboratorio y regresó con algo en cada una de sus tres manos.
—Éste es un soporte para patas. Y esto un panel para el cuerpo. Y esto de aquí es una cuenta de resina imipolex con un circuito electrónico en su interior.
—¡Déjame ver eso! —dijo Roger—. No sabía que ya habíais fabricado uno de ésos.
Perky Pat le entregó una cuenta en forma de gota fabricada con un plástico reluciente y duro. Roger la alzó, la miró con atención y luego me la pasó. La cuenta era amarillenta y transparente. En su interior se encontraba la filigrana negra de un circuito electrónico. Del extremo puntiagudo de la cuenta surgían unos cables de entrada/salida.
—¿Cómo supisteis fabricarla? —preguntó Roger.
—La receta básica estaba en las notas de Kupp —dijo Walt—. Y a Perky Pat se le ocurrieron algunas modificaciones.
—No entiendo para qué sirve —dije—. El Veep y el Adze no usan ninguna pieza así.
—No estoy segura de para qué sirve —dijo Perky Pat—. Las hormigas del ciberespacio me dijeron que la fabricase, pero la hormiga león de mi chip me impide comprender por qué. Odio a la hormiga león.
—Creatividad —dijo Roger—. Iniciativa. Un deseo de libertad. No está mal, ¿eh, Jerzy? —Sacó el paquete de los cuatro nuevos chips—. Estos chips son lo que habéis estado esperando, Walt y Perky Pat. No permiten la ejecución de la hormiga león, ¡y van a mayor velocidad! Vamos a probarlos. Walt, ¿harías el favor de desconectarte?
—Vale, Roger. Pero ¿voy a perder la memoria?
—No, no lo creo. No a menos que el nuevo chip funcione mal.
El estoico Walt abrió la puertecita de control de un lado y le dio al interruptor de apagado. Su cuerpo emitió un suspiro hidráulico y se asentó sobre las patas plegadas con las manos colgadas flácidas. Roger empleó un destornillador para abrir el panel de acceso en un lateral de Walt. Sacó el viejo chip Y9707 de Walt de su zócalo y colocó el nuevo Y9707-EX. Perky Pat lo observó todo con gran interés. Luego Roger reemplazó el panel de acceso y le volvió a dar al interruptor.
—Activado —dijo Walt—. Seis treinta de la tarde, sábado, 30 de mayo. Comprobación de memoria. Memoria bien. Soy Walt —la voz era rápida y aguda.
—¿Cuál es la raíz cuadrada de veinte? —dijo Roger.
—Unos cuatro coma cuatro siete —cantó Walt.
Hablaba tan rápido que era difícil entenderle.
—Creo que tu nuevo chip duplica la velocidad de reloj del anterior —dijo Roger—. Por favor, ten lo en cuenta al vocalizar. Intenta dividir por la mitad las frecuencias de salida.
—¿Así está mejor? —dijo Walt en algo que se parecía a su antigua voz.
—Bien —dijo Roger.
Se puso a hacer más pruebas, y cuando todo resultó satisfactorio, fue y cambió también el chip de Perky Pat. Como había observado el procedimiento con Walt, Pat superó la transformación con su timbre de voz intacto. En todo caso, sonaba más meliflua.
—Esto es fabuloso, Roger. ¿Y los otros dos chips son para nosotros?
—Sí, sí —dijo Roger, dejando los dos nuevos chips Y9707-EX sobre el banco de trabajo del laboratorio—. Walt y Perky Pat, quiero que coloquéis estos nuevos chips en los niños robots de los que hemos estado hablando.
—Oh, sí —dijo Perky Pat, acariciando los chips—. ¡Dexter y Baby Scooter! ¡Los construiremos esta noche! Nosotros solos.
—Coser y cantar —dijo Walt crispante—. Bien, por qué ahora no se van los dos humanos y nos dejan trabajar.
Raro, raro, raro. Me sentía tan débil como una hoja. Si no me calentaba los pies iba a pillar un resfriado. Era hora de salir de esta caja hermética de cemento. Miré a Roger y pregunté:
—¿Tienes algo de comer?
—Sí —dijo, todo lo desalentador que le fue posible.
Quería quedarse en el laboratorio.
—¿Puedes ofrecerme parte de tu comida, Roger?
—Oh, vale —suspiró—. Kupp instaló una cámara en el techo, así que supongo que pudo verlo todo por el monitor. —Efectivamente, había una enorme lente en el techo arriba.
—Bien —dije, dándole al botón del ascensor—. Ahora dame comida caliente y algo de beber, por amor de Dios, y muéstrame dónde se supone que voy a dormir. —Los dos robots nos miraron impacientes hasta que nos fuimos.
En el exterior, la lluvia había disminuido y el cielo gris estaba veteado con los oros de la puesta de sol.
—Mañana hará mejor tiempo —dijo Roger—. El primer día de un nuevo mundo.
La puerta principal se abrió por sí sola cuando Roger se lo pidió, y para cenar la cocina preparó en el microondas tres comidas preparadas y congeladas. Yo tomé cerdo y ternera; Roger tomó manicotti. Para beber tomamos whisky, agua del grifo, o whisky con agua.
—Pensé que estarías viviendo mejor, Roger —dije, después de haberme comido lo mío y haberme tragado dos bebidas.
Me había quitado los calcetines y había cruzado los pies para poder devolver la vida a mis pies a base de frotarlos.
—Así es exactamente cómo me gusta vivir —dijo Roger—. Al comer comida preparada y congelada, puedo calibrar con exactitud mi consumo calórico. Sabes que controlo mi peso.
—¿Qué hay de las vitaminas?
—Las vitaminas no son más que productos químicos, Jerzy. Para las vitaminas tomo pastillas —como si quisiese confirmarlo, sacó una bandeja de botellas con píldoras de vitaminas y se tragó una cápsula de cada una. Una cápsula reluciente, un «suplemento metálico», contenía cromo, manganeso, titanio y paladio—. La comida no es más que una fuente de grasas e hidratos de carbono que el cuerpo quema como combustible. Potencia para el medio computacional. Las vitaminas son los componentes del procesador... los nodos de computación, si quieres.
—Oh, como quieras. Mira, volviendo a mis problemas, ¿cómo voy a evitar ir a la cárcel sin ser un fugitivo el resto de mi vida? ¿No podrías admitir que fuiste tú el que liberaste a las hormigas e hiciste que Studly matase al perro?
—No voy a admitir nada. Pero puedo ayudarte a conseguir una nueva identidad mucho mejor. Esas chicas, Bety Byte y Vanna, son unas aficionadas. Podría ponerte en contacto con el mejor crip de Calcuta... es de ahí donde obtienen sus identificaciones los profesionales. Incluso la CIA recurre a él.
—Quiero mi vieja identidad, Roger, y quiero ganar mi juicio. Quiero poder visitar a mi familia... incluso si me divorcio —tomé otra copa—. Si al menos pudiese librarme de las hormigas, el gobierno me consideraría bien. Roger, ¿sabías que hay un enorme hormiguero en el ciberespacio?
—Claro que lo sé... de hecho, hay tres. Mi laboratorio de hormigas en el ciberespacio tiene ventanas a los tres. Uno de los hormigueros es el que llamas el País de las Hormigas de Fnoor... bonito nombre, por cierto. Yo estaba allí en el País de las Hormigas de Fnoor la noche en que Riscky Pharbeque te asustó para hacerte trabajar para West West.
—Oh, sí, cierto. Te humillabas y te retorcías en el suelo. —solté una risa desagradable—. Completamente cubierto de sangre y mierda.
—Bien —dijo Roger con ecuanimidad—, así es como Riscky quiso que pareciese... humor phreak, ya sabes. En cualquier caso, no puedes permanecer mucho tiempo en un hormiguero de hormigas GoMotion a menos que estés dispuesto a matar a muchas de ellas. Las hormigas atacan al código que no sea de vida artificial.
—Ya me he dado cuenta —dije—. Pero tú posees la bala mágica para matar hormigas. Venga, ¡dime cuál es!
—No quiero que mates a las hormigas del ciberespacio, Jerzy. Una colonia trabaja en la tercera versión del microcódigo de ROBOT.LIB. Walt y Perky Pat necesitan ese código para los nuevos robots. La segunda colonia, tu País de las Hormigas de Fnoor, está evolucionando mejor código de alto nivel para los nuevos robots. Y la tercera colonia está intentando encontrar una forma de que los nuevos robots construyan robots en miniatura... una tercera generación. Todo ha ido tan bien que esta tarde introduje un montón de mutaciones aleatorias para comprobar si los robots de segunda y tercera generación podrían ser más sorprendentes.
—¿Los robots de tu factoría van a recibir información de las hormigas del ciberespacio?
—Los robots siempre están en contacto con el ciberespacio. Ese chip que usan los robots, ¿el Y9707? Entre otras cosas, emula una consola del ciberespacio. La visión que un robot tiene del mundo está superpuesta al ciberespacio. Los robots emplean el ciberespacio como una especie de consciencia compartida. Y con la hormiga león ausente del Y9707-EX, mis nuevos robots podrán importar punteros funcionales de hormigas externas. Podríamos presenciar verdadero comportamiento emergente.
—Muy fuerte —bostecé—. No dormí muy bien en el vuelo aquí. ¿Qué hora es?
—Más de las nueve. Si quieres, te mostraré tu habitación.
Había una habitación de invitados en el extremo de la casa más cercano a la factoría. En lugar de una cama de verdad, no tenía más que un colchón sobre el piso, pero la verdad es que me parecía bien. Metí la cartera llena de dinero bajo una esquina del colchón, le dije a la habitación que apagase la luz y me quedé dormido.
Me desperté en algún momento de la noche. Con las ocho horas de cambio horario, me resultaba totalmente imposible saber cuánto tiempo había dormido o qué hora era. Me hizo falta un tremendo esfuerzo mental para encontrar el baño, mear y beber algo de agua. La lluvia había parado por completo y la noche estaba silenciosa. Al volver a quedarme dormido, me pareció oír una campanilla sonando en la distancia. No se me ocurrió qué podría ser. Estaba más agotado que en cualquier otro momento de mi vida.
Cuando volví a despertar, sobre mi cama había una pálida zona de sol. La casa estaba fría y completamente en silencio. Me lavé, me puse las sandalias y el chándal de negocios, y desayuné otra comida al microondas sacada del congelador de Roger: cerdo con un cóctel tibio de frutas.
Le pedí a la puerta principal que se abriese y salí al exterior. Por si Roger ya se había ido a Ginebra, trabé la puerta abierta con una piedra para no quedarme atrapado en el exterior. Una brisa fuerte y fría subía por el prado de montaña, y se acumulaban nuevas nubes. El sol ya había desaparecido. Roger se había equivocado con respecto al clima. Iba a volver a llover. Iba a tener que ponerme a buscar zapatos. Coger zapatos prestados de Roger no era una opción atractiva, ya que llevaba un número bastante más pequeño que el mío.
La puerta de la factoría estaba abierta; entré. Cuando pulsé el botón del ascensor al segundo piso, no pasó nada. ¿Estaba atascado? ¿Podría ser que Roger estuviese atrapado allí? Volví a recordar el ruido que me había parecido oír de noche. ¿Roger había estado en el ascensor haciendo sonar la campanilla durante toda la noche?
Había una caja de emergencia en la pared junto al ascensor con instrucciones en alemán que no podía leer. Pero al romper el vidrio de la caja, encontré una manivela de metal, o llave, que encajaba en un agujero en las puertas del ascensor. Metí la manivela y comencé a darle. Giro a giro, las puertas del ascensor comenzaron a abrirse, dejando al descubierto el hueco vacío del ascensor abajo, y un trozo del ascensor arriba.
Sólo eran visibles como unos cuarenta centímetros de la cabina del ascensor; estaba demasiado alta para poder ver en su interior.
—¿Roger? —grité—. ¿Roger, estás ahí dentro? —No hubo ningún sonido de respuesta.
Volví a llamar, incliné la cabeza y presté atención. Había movimientos irregulares en el laboratorio robótico de arriba, pero no llegaba ningún sonido de la cabina del ascensor.
Finalmente, abrí las puertas lo suficiente como para que pudiese encajar una persona. Tiré de varias cajas de Artículos del hogar de Roger y me fabriqué un montón inestable. Me subí al montón, muy nervioso, porque temía caerme al hueco vacío. Haciendo equilibrios e inclinándome hacia delante, pude ver en el interior de la cabina del ascensor y sí, Roger estaba dentro. Estaba tendido inmóvil en el suelo, bocabajo.
—¡Roger!
No hubo respuesta. Tengo pavor a los huecos de ascensor, y me resultó muy difícil dar el siguiente paso. ¿Y si el ascensor se ponía en marcha de pronto y me cortaba la cabeza? Pero la forma inmóvil de Roger era todavía más aterradora. Tenía que descubrir qué le había pasado.
Aseguré la mano izquierda contra el suelo de la cabina del ascensor y comencé a tirar de la pierna de Roger. Estaba rígido y resultaba pesado. Tiré de él de forma que sus piernas sobresalieran de las puertas abiertas. Quería darle un buen vistazo, pero ni de coña pensaba subir a la cabina de la muerte. Agarré con cada mano uno de sus pies y tiré con fuerza. Justo entonces una de las cajas cedió, derrumbando el montón. Algunas de las cajas salieron disparadas hacia el hueco vacío y yo caí hacia atrás, sin nada a lo que agarrarme excepto los pies de Roger.
Roger salió deslizándose del ascensor como una zanahoria de la tierra; caí de espaldas y él me cayó encima, su culo en mi regazo. Mis piernas colgaban sobre el hueco del ascensor, y también las de Roger. Le rodeé la cintura con los brazos y empecé a arrastrarme de espaldas cuando de pronto algo afilado se me clavó en la muñeca. Durante un segundo pensé que era un roce fortuito, pero el dolor se duplicó y se volvió más deliberado. Sentía una clara sensación de corte de sierra. ¡Algo intentaba cortarme la muñeca!
Lancé un grito y aparté de mí el cuerpo de Roger. Se tambaleó y cayó al hueco, retorciéndose al caer. Pude verle brevemente, tenía un agujero sanguinolento en la garganta y tenía hormigas enormes sobre la cara. Los cables del ascensor resonaron y el cuerpo de Roger golpeó el suelo de cemento al fondo del pozo.
Volví a sentir un pinchazo en la muñeca. ¡Una hormiga de tres centímetros estaba bien situada en mi antebrazo con las mandíbulas trabajando sobre mi piel! La cabeza de la hormiga estaba húmeda y roja por la sangre. Aullé como un loco y golpeé la hormiga hasta que se cayó. En el suelo, la hormiga se orientó con rapidez y corrió hacia el hueco del ascensor. Hice caer la sandalia con todas mis fuerzas sobre su gáster, pero la cuenta de plástico resistente no cedió. En su lugar, la hormiga se retorció y giró hacia mi talón, abriendo y cerrando sus mandíbulas. Sus patas parecían estar fabricadas de resortes y metal, metal con memoria titanio-níquel, supongo. Durante un momento tuve a la hormiga atrapada, pero luego emitió un chirrido estridente que recibió como respuesta un chorro de chirridos desde el fondo del hueco. Moví el pie hacia delante para alejar de mí a la hormiga y luego salí corriendo de la factoría, cerrando la puerta tras de mí.
Gotas de lluvia gruesas caían por todas partes. Me daba la impresión de que las gotas eran hormigas. Seguía gritando. Volví a entrar corriendo en la casa y cerré le puerta. ¿Qué hacer?
Lo primero de todo, fui al baño de Roger y me lavé el corte de la muñeca. La hormiga de plástico no había conseguido cortar ninguna vena, gracias a Dios. Me puse algo de antiséptico y vendé el corte. Mis pies con sandalias me parecían vulnerables y expuestos.
Miré en el armario de Roger y encontré un par de chanclos de goma que me las arreglé para estirar sobre las sandalias. Muy propio de Roger tener chanclos. Pobre Roger. La pasada noche las hormigas o los robots debieron bloquear el ascensor, y luego las hormigas tranquilamente habían acabado con Roger. Pero ¿de dónde habían salido las hormigas?
Se me ocurrió ir al estudio de Roger y mirar su monitor. Efectivamente, se veía el laboratorio robótico. Me llevó un minuto comprender lo que veía. El monitor era de escala de grises, no en color, y la cámara era una lente ojo de pez fija y primitiva que miraba directamente hacia abajo en medio del techo del laboratorio robótico. Me sorprendió la tosquedad del sistema. O la cámara debería haber sido telerrobóticamente controlable desde el monitor, o el monitor debería haber tenido inteligencia suficiente para recrear una imagen sin distorsión y permitirme recorrer y ampliar la imagen. Pero este sistema no era más que la chapuza rápida de algún profesional de la seguridad suizo. La buena noticia es que este sistema cámara/monitor suizo tenía una imagen de extrema alta resolución, allá en el rango de los terapíxel. Con semejante nivel de claridad de imagen, podía distinguir detalles diminutos simplemente inclinándose cerca de la pantalla y entrecerrando los ojos.
El ojo de pez me mostraba un disco circular bordeado de gris dispuesto en un campo de blanco, siendo el blanco el techo y el gris las paredes. La mayor parte de los detalles se encontraban en los bordes del disco, como un grabado de M.C. Escher de un plano hiperbólico.
A la izquierda vi dos robots inmóviles tendidos de lado. En los pechos de los robots faltaban los paneles, y el cableado parecía estar en un estado incompleto. Al principio pensé que eran los robots Dexter y Baby Scooter sin terminar, y no les presté mucha atención.
Hacia la zona alta del disco se estaban produciendo movimientos rápidos y repetitivos. Mirando más de cerca pude ver dos robots activos ocupándose de las máquinas de plástico. Además de las dos patas con ruedas sobre las que se movían, esos robots tenían cuatro brazos cada uno: dos pinzas, un tentáculo y una mano humanoide. Los cuerpos eran esbeltos y largos; con sus seis miembros se parecían un poco a gigantescas hormigas mecánicas. Esos robots eran Dexter y Baby Scooter, ¡y los robots muertos eran Walt y Perky Pat!
Me acerqué más y observé los movimientos frenéticos de Dexter y Baby Scooter. Dexter estaba moldeando cuentas de plástico llenas de circuitos, y Baby Scooter combinaba las cuentas para formar... ¡hormigas! Los nuevos robots estaban fabricando hormigas de plástico. ¡Los nuevos robots habían construido las hormigas de plástico que habían matado a Roger!
Cuando terminaba una hormiga, Baby Scooter la colocaba en el suelo del laboratorio, y la hormiga correteaba siguiendo un camino serpenteante que llevaba hasta el espacio en la base de la puerta cerrada del ascensor. La nueva colonia de hormigas se estaba agrupando en algún lugar oculto.
Justo en ese momento sonó el teléfono sobre la mesa de Roger. Reflexivamente, respondí. —¿Sí?
—Allô. Ç’est Tonio. Je voudrais bien parler avec Monsieur Coolidge.
—¡Tonio! —grité—. Sí, sí, le habla el señor Schrandt. No, el señor Coolidge no se puede poner ahora mismo.
—¿Quiere que le lleve hoy?
—Oh, hoy no, definitivamente no. Está en medio de un experimento muy peligroso con sus robots —recuperé mi francés del instituto para transmitir lo esencial—. Les robots de Monsieur Coolidge sont très dangereux.
—Bien, entonces llamaré mañana por la mañana.
—Bien. Adieu, Tonio.
Colgué. Mientras hablaba me había dado cuenta de otro sendero de hormigas; éste iba desde el hueco del ascensor hasta el cuerpo de Perky Pat. Había hormigas de plástico arrastrándose por las entrañas muertas de Perky Pat. Ahora mientras miraba, vi un ejército de hormigas saliendo hacia atrás del cuerpo de Pat, arrastrando algo. Era el chip Y9707-EX de Perky Pat. Trabajando juntas, las hormigas de plástico habían soltado el procesador de Perky Pat. Miré, sin poder creerlo, cómo un flujo agitado de hormigas llevaba el chip hasta la grieta en la base de la puerta del ascensor.
Miré durante un rato los robots muertos Walt y Perky Pat. ¿Qué los había matado? ¿Las hormigas? No, mirando con más cuidado, pude ver que cada uno de ellos tenía la cabeza aplastada, como si hubiesen recibido el golpe fuerte de una barra. Y sí, evidentemente, en el suelo, a medio camino entre los robots padres muertos y sus hijos había dos gruesas tuberías de metal. Porras. ¡Uno de los primeros actos conscientes de Dexter y Baby Scooter había sido matar a sus padres! Ahora las hormigas de plástico se atareaban sacando el chip Y9707-EX de Walt.
Las cosas empeoraban más rápido de lo que había imaginado. Bien, ¿qué podía hacer? Evidentemente, debería detener a las hormigas de plástico. Pero ¿qué me serviría contra ellas? El plástico era duro. Eran las hormigas del ciberespacio quienes las hacían comportarse de esa forma. Dexter, Baby Scooter y las hormigas de plástico sufrían la influencia total de las hormigas atrincheradas en el País de las Hormigas de Fnoor y los otros dos hormigueros que Roger había mencionado. ¿No sería mejor ir allí e intentar matar primero a esas hormigas virtuales?
Se me contrajo el estómago al recordar mi última experiencia con las hormigas del ciberespacio. Me habían aplicado vudú, sueño tenebroso y vista pasmada para que pensase que me había cagado en la cama y había matado a Gretchen. Si volvían a controlarme, era probable que me hiciesen ir hasta la factoría de Roger y que saltase al hueco del ascensor, conmigo probablemente pensando en todo momento que iba a la cocina a buscar algo de comer.
Pero ¿qué ocurría con la bala mágica de la que había hablado Roger? La instrucción especial que mataría a cualquier hormiga. Había insistido en que yo podría adivinar la instrucción. Pero ¿cómo?
Decidí intentar adivinar la respuesta antes de volver a salir corriendo al ciberespacio. Pero primero me puse en pie y corrí por la casa —las luces encendiéndose y apagándose a mi paso— comprobando que todas las puertas y ventanas estuviesen completamente cerradas. De vuelta al estudio de Roger, me senté y miré por la ventana, pensando intensamente. Roger había dicho que yo podía adivinar la bala mágica. Debía haber una pista en las cosas que me habían pasado.
Volví a pensar en el inicio de mi aventura con las hormigas. Susan Poker. Una razón que había tenido para no llamar a Gretchen antes de abandonar Estados Unidos fue que parecía probable que Susan Poker lo descubriese y se lo contase a la policía. Pero ¿qué razón tendría Susan Poker para hacer algo así? Para obtener la recompensa de quien le estuviese pagando, o simplemente por la diversión de causar problemas.
¿Y qué había de Gretchen? Ya tampoco confiaba en ella. Cuando la conocí, estaba con una mujer llamada Kay, y la mujer de Roger se llamaba Kay. Nunca había visto a la esposa de Roger. Por tanto, ¿la amiga de Gretchen había sido la esposa de Roger? ¿Podría ser que la esposa de Roger estuviese allí para lanzar al agente Gretchen y para asegurarse de que me interceptaba? Ciertamente hubiese sido para Roger un buen método para vigilarme tras la liberación de las hormigas. ¡Pero cómo pudo Gretchen engañarme de esa forma cuando yo la había amado! Todavía la amaba, si el dolor de mi corazón tenía algún sentido.
Obligué a mis pensamientos a regresar a la secuencia de acontecimientos que me habían acaecido. ¿Cuál, cuál, cuál era la bala mágica? Mientras mis pensamientos aceleraban, en el exterior se oyó un trueno súbito. El cielo se había oscurecido muy dramáticamente; era el comienzo de una tormenta total. La lluvia comenzó a caer en pesadas láminas. Bien, pensé, las hormigas de plástico lo tendrán más difícil para llegar hasta aquí. Y no tenía ninguna duda que lo intentarían. En lo alto del prado se produjo la brillante bifurcación de un rayo seguido de un trueno tan potente que sentí la presión en la nariz. Y en ese momento me llegó la respuesta.
Hex DEF6. Hex DEF6 era una secuencia de bits que podía matar a las hormigas. Hex DEF6 era la bala mágica. Riscky Pharbeque lo había sabido, así había podido moverse con libertad por el País de las Hormigas de Fnoor. Y era por eso que Riscky había usado Hex DEF6 como su nombre, y lo había pintado en la pared de la biblioteca del Club Crip, como servicio público. Siendo un phreak, Riscky no quería que ninguna facción individual acabase dominando, nunca jamás, ni siquiera las alocadas y dementes hormigas del ciberespacio. Hex DEF6, ¡sí!
El casco y guantes del ciberespacio de Roger eran de buena calidad y además inalámbricos; y, gracias a Dios, el casco no tenía cámaras para una deriva vista pasmada. Me puse los guantes y cautelosamente me encajé el casco.