La diferencia entre la DTV y la televisión convencional era como la diferencia entre los CDs y los viejos discos LP. Codificar la información como ceros y unos en lugar de como una línea sinuosa. Se precisaba un buen montón de bits para codificar todo un programa de televisión, pero disponiendo de una compresión de datos adecuada resultó ser más eficiente que emitir en analógico. La única pega era que la señal de DTV no mostraba nada en los viejos televisores. Para recibir DTV, tu aparato tenía que disponer de un chip DTV que pudiese descomprimir los datos y convertirlos de nuevo en imágenes y sonidos sin descomprimir. Habían hecho falta unos años para lograr la transición, pero la DTV era ya la única televisión disponible, y los chips DTV eran baratos.
Conseguir que las simulaciones de hormigas corriesen en chips DTV había sido uno de los increíble trucos ahora-voy-a-levitar de Roger. Pero funcionaba genial. De pie en el laboratorio vacío, tenía la impresión de ver una pared de pantallas virtuales mostrando hormigas, todo eso sucedía en el ciberespacio, hay que recordar, por lo que la información DTV de las hormigas se dirigía a un software de generación de imágenes que se parcheaba sobre la imagen mantenida por mi casco. Las hormigas parecían más nerviosas de lo habitual, y parecía haber mayor número.
De pronto algo apareció en el laboratorio de hormigas una figura que parecía ser Roger Coolidge, en su esmoquin habitual de pantalones grises y camisa de poliéster y mangas cortas, mirándome de esa forma distraída y pasivo-agresiva suya de ojos bien abiertos.
—Hola, Roger —dijo, pero su icono corporal se rompió como en diarrea y se convirtió en hormigas, todas las hormigas de todas las colinas sueltas en el laboratorio conmigo, hormigas alocadas llenando la estancia y agitándose siguiendo los patrones multirrégimen de la turbulencia clásica. Mis auriculares emitían un chirrido y los sensores de mis guantes pulsaban un extraño mensaje vibratorio. Yo alucinaba el penetrante olor a mierda de las hormigas. Me daba náuseas. Me arranqué el casco y los guantes... o eso creí hacer.
Dos cosas podían impedir que un usuario se quitase el equipo del ciberespacio: «ciberespacios vudú» y «el sueño tenebroso».
Un ciberespacio vudú tiene parpadeos hipnóticos y sonidos rítmicos creados para entumecer y fascinar al usuario tan en exceso que no quiera irse. En realidad, los ciberespacios vudú eran una forma de entretenimiento, no muy diferente a los anuncios o los vídeos musicales.
Las hormigas eran potencialmente vudú bueno, un movimiento más vivo y más realista que cualquier vida artificial que yo hubiese visto. Durante el fin de semana se había producido un avance radicalmente emergente en su comportamiento; ahora formaban un ciado totalmente nuevo. Buen vudú, pero ahora mismo demasiado intenso.
Creía haberme quitado el casco, y creí verlo sobre la mesa. Me toqué. Estaba bien. Me puse en pie y retiré la silla. Me volví, me incliné, agarré el cable de corriente, tiré de él y vi cómo se soltaba de la pared, vi cómo se apagaban las luces de mi ordenador, y vi cómo desaparecían las pequeñas imágenes en el casco sobre la mesa, y luego me volví y caminé hacia la puerta y de la nada algo me tiró de la sien. De la nada, algo me tiró de un lado de la cabeza.
Era el cable que iba desde el casco al ordenador. Comprendí que seguía llevando el casco puesto. ¡Las hormigas me habían situado en un sueño tenebroso! Me arranqué el casco y los guantes.
La esencia de un sueño tenebroso es hacerte creer que te has quitado los guantes y el casco cuando en realidad no lo has hecho. Era como cuando suena el despertador y tú quieres seguir durmiendo, por lo que sueñas que te has despertado, has salido de la cama y has apagado el despertador, y luego sueñas que el sonido continuo del despertador es algo totalmente normal, como el tráfico, un recogedor de hojas o el indicador de un camión en marcha atrás.
Justo antes de que creyese haberme quitado el casco, el sueño tenebroso me había mostrado una imagen perfectamente ajustada y aumentada de ese movimiento, perfectamente sincronizada con mis movimientos. Había engañado al bucle de retroalimentación de mis manos y ojos, y como un robot defectuoso, no había conseguido «agarrar físicamente» el casco antes de «quitármelo».
Ustedes probablemente crean que jamás cometerían un error así, pero intenten perturbar su bucle de retroalimentación con, digamos, un retraso de medio segundo. Lean una frase y oíganseoir asímismos leerleyendo intenten pres-pres-pres a... Cuando los efectos se retrasan en exceso con respecto a las acciones, entras en un estado imbécil de confusión que los ingenieros del ciberespacio llaman retroalimentación, con «retra» de «retraso mental».
Tiré del cable de corriente para arrancarlo de la pared. En el sueño tenebroso había logrado agarrarlo, sí, pero el cable era mucho más largo de lo que me había mostrado el sueño tenebroso, el cable tenía dos bucles enrollados bajo la mesa y yo no había hecho más que estirar uno de ellos mientras el sueño tenebroso me mostraba el enchufe saltando de la pared y producía el sonido del enchufe dando con el suelo.
Corrí a la cocina y bebí agua sólo para sentir la realidad, luego regresé corriendo y me aseguré de que la máquina estaba realmente desconectada, agarré la cartera, cogí el estante de CDs de seguridad, salí de la casa y, gracias a Dios, allí encontré a la Naturaleza. Ningún sueño tenebroso de una máquina podía simular el mundo entero.