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La familia Vo
Mientras atravesaba la ciudad por la 280 hasta el este de San José, pesqué el trozo de papel que el primo de Nga me había dado: 5778 White Road. Encendí el mapa electrónico unido al salpicadero y le dije la dirección de Nga.
Aparecieron unas líneas verdes intensas, que mostraban un diagrama de San José, con un camino resaltado que indicaba la mejor ruta, calculada por satélite, desde mi posición actual hasta la casa de Nga Vo.
El este de San José estaba limitado por estribaciones amarillas y redondeadas que ondulaban tremendamente hacia algunos picos montañosos que se podían ver en los días sin smog. Las colinas no eran adecuadas para el senderismo porque estaban completamente resecas y cubiertas de una hierba dura que te daba en los tobillos. Eran bonitas de ver desde la autopista.
Al acercarme a la casa de Nga, el mapa cambiaba de escala, manteniendo siempre una ampliación que apenas contenía el brillante garabato del resto de la ruta. Justo antes del giro crucial, el mapa me hablaría con una voz tranquila de mujer. En realidad, la voz de Carol. El año pasado, le había integrado al dispositivo un perfil fonético de la voz de Carol. Me había parecido gracioso, dado que a Carol se le daba fatal leer mapas. Carol opinó que era una estupidez por mi parte, por no mencionar que se trataba de una invasión de su sagrada intimidad, casi tan malo como emplear a Studly para mirarla mientras meaba. Como fuese. El mapa fonético era un buen truco informático, e independientemente de si a Carol le gustaba o no, todavía podía oír el sonido de su voz, que era algo que echaba de menos casi tanto como el olor de su cuerpo.
A dos manzanas de la casa de los Vo, el mapa me mostró algo que no quería ver: una imagen detallada y punteada de una hormiga. Un ingenioso toque de píxeles vacilantes añadía sombras informativas a la imagen. Los escapos de las antenas de la hormiga se inclinaban hacia mí, y tenía las mandíbulas totalmente abiertas. Su cuerpo se agitaba de un lado al otro siguiendo el movimiento serrucho de la estridulación. El pequeño altavoz del mapa comenzó a emitir fragmentos encadenados de la voz de Carol como profundos y dementes chirridos.
El sonido daba miedo, pero también era divertido oírlo, de forma algo enfermiza. Era tan bueno como la basura que podría oír en «La madriguera de Ted Bed en la ola de ritmo del oeste, Radio KFJC, 89,7 en tu dial FM, emitiendo desde Foothill College en Los Altos Hills, California», una de mis favoritas. Ted Bed siempre sonaba como si se hubiese pasado toda la noche en vela volando drogado en un ciberclub.
La mayoría de los críos no se podían permitir su propia consola del ciberespacio, pero había muchos clubes con pantallas de matriz Abbott del tamaño de una pared en tres de cada cuatro paredes. Los usuarios del club llevaban gafas con obturadores estereográficos. Una tecnología de vídeo barata e imprecisa capturaba sus imágenes de baile y las colocaba en el gran cubo de ciberespacio compartido sobre la pista de baile, y la consola mezclaba a los bailarines con demonios, simus e iconos de herramientas activas: botones virtuales, diales y deslizadores que los bailarines podían emplear para cambiar el sonido sintético musical. Volando colocados: todos dentro de la misma consola de música, todos dentro de los controles. Sería interesante si las hormigas se presentaban en esos clubes. ¡El ataque de las hormigas gigantes! Son ¡La humanidad en peligro!
Las hormigas, las hormigas, las hormigas. Tenía la sensación que debía agradecer a las hormigas que me hubiesen despedido de GoMotion. Gracias a las hormigas había visto el simu de Muerte, la cosa que se hacía llamar Hex DEF6. Gracias a las hormigas, Hex DEF6 había tenido la oportunidad de amenazarme con torturar y matar a mis hijos y a mí. Al alargar la mano hacia el mapa para apagarlo, la imagen de la hormiga agitó la cabeza y consintió que sus píxeles se convirtiesen en un plano parcela a parcela de la calle de Nga. De todas formas apagué el mapa. Había llegado.
Las casas eran bonitos hogares al estilo rancho, de una planta y buenos cimientos, cada una pintada de un color pastel diferente, y cada una con rosales floreciendo en el jardín delantero. Todas las casas a la vista eran arquitectónicamente idénticas, y todas estaban igualmente bien cuidadas, todas excepto una gris, venida a menos, degradada en la esquina. El clon degradado tenía dos camionetas Toyota aparcadas delante: una en buen estado y la otra una camioneta degradada sin ruedas.
La casa de los Vo, al contrario, era de un rosa pálido con rosas blancas y amarillas, y el coche de los Vo era un Dodge Colt de color beige. Las estribaciones amarillas se alzaban detrás del hogar de los Vo como un escenario de teatro, cálidamente iluminadas por el último sol de la tarde. Nga me recibió en el pequeño porche de la entrada, su furtivo rostro adorable todo sonrisas. Entramos al salón, donde los padres, tía y abuela de Nga estaban sentados en dos sofás.
La estancia estaba enmoquetada, y las ventanas estaban cubiertas por cortinas de flores. Junto a la puerta principal había una estera; comprendí que debía quitarme los zapatos. Me agaché para quitarme las sandalias, mirando a un enorme calendario rojo y dorado de supermercados Lion que colgaba sobre un conjunto de equipo electrónico: una máquina de CD, una pantalla grande de televisión digital, una consola de videojuegos, y una consola de S-cubo. En lo alto de las máquinas había dos tapetes de nailon blanco con jarrones con flores de plástico. Al otro lado de la sala había un altar religioso vietnamita. El altar era una tabla de madera pintada de rojo que sostenía estrechos estantes como cornisas, con el conjunto midiendo como medio metro de ancho. Sobre la mesa había varitas de incienso, un cuenco de fruta, algunos tubos rojos que contenían bombillas que emulaban velas y la imagen de un dios. En los estantes había otros artículos más misteriosos también envueltos.
Con muchas risas y muchas interrupciones por parte de su madre, Nga me presentó a todos. La familia estaba compuesta por los padres de Nga, Thieu Vo y Huong Vo; la hermana de Huong, Mong Pham, la anciana madre de Huong y Mong, Loan Vu; el hijo de Mong, Khanh Pham, que se encontraba en casa pero no era visible en ese momento; y los dos hermanitos de Nga, The y Tho, que todavía estaban en el colegio. Nga tenía un hermano mayor llamado Vinh, «pero no pasa por aquí muy a menudo».
La vieja Loan Vu tenía pelo blanco y no hablaba. Tenía los ojos muy rasgados. Los padres de Nga y su tía eran más esbeltos y con rostros anchos y pómulos prominentes. Todos ellos fumaban sin parar cigarrillos baratos.
La madre de Nga, Huong, me llevó a una visita por la casa. Los dormitorios eran bastante espartanos, habiendo retirado todas las sábanas de las grandes camas excepto por las floridas sábanas bajeras. Al igual que el salón, cada dormitorio tenía cortinas de flores y un calendario rojo y dorado de los supermercados Lion.
En la cocina inmaculada nos encontramos a Khanh Pham, el que me había entregado la dirección de Nga en la cruasantería. Estaba sentado ante una mesa de cocina redonda leyendo una revista sobre motos. Tenía una nuez de Adán prominente y pelo negro, largo y reluciente. Al vernos entrar, agitó la cabeza en un súbito gesto como un tic que le sirvió para apartarse el pelo de la cara. Ese movimiento nervioso me recordó a mi hijo Tom.
Yo era demasiado mayor como para intentar tener una cita con la prima de la misma edad de un chico como él. Ir a su casa había sido un error terrible. Pero ahora que había llegado hasta allí, ¿por qué no seguir?
Nga me miró directamente a los ojos, situando su boca perfecta con justo ese rictus, esa boca astuta con el borde irregular en la comisura izquierda de su labio superior pintado con carmín. Sería genial besar la boca de Nga. La besaría durante mucho tiempo. Estaríamos aparcados en mi coche, o mejor, sentados en mi casa. Nga suspiraría y pondría sus manos pequeñas en mi...
Sigue adelante, viejo, sigue adelante.
—¿Tienes una moto? —le pregunté a Khanh Pham.
—Tengo una motocicleta pequeña, pero mi primo Vinh pronto me conseguirá una mejor —abrió las páginas de la revista y señaló la fotografía de una Kawasaki negra—. Como ésta.
—¡Es genial! —dije, aunque Huong y Nga parecieron nerviosas al oír el nombre de Vinh.
The y Tho llegaron en ese momento de la escuela primaria y entraron corriendo en la cocina a ver qué pasaba. Hablaban un inglés californiano perfecto y tenían pelo muy corto. Vestían pantalones cortos negros y camisetas blancas. The era tres o cinco centímetros más alto que Tho. Nga nos presentó, y luego los dos hermanitos se fueron al jardín trasero a jugar a la pelota.
Khanh Pham nos siguió hasta el salón. Yo me senté en un sillón que se reclinó abruptamente al estilo de un sillón de relax. Nga se tapó la boca con la mano al reír. Yo me puse recto y me colgué del borde del sillón.
—¿En qué trabaja? —preguntó Huong Vo.
—Soy programador de ordenadores —dije, sabiendo que le gustaría la respuesta—. Trabajo para una gran empresa llamada West West. Diseñamos robots personales.
—Bien. Robots personales. Muy bien —Huong mantuvo justo así su rostro amablemente compuesto.
Era casi tan hermosa como Nga.
—¿Qué puede hacer un robot? —preguntó Khanh.
—Bien, puede limpiar, traer cosas y arreglar el jardín.
—No creo que nos haga falta —dijo la madre de Nga, agitando la cabeza y riendo—. Los niños pueden hacerlo.
—Bien, sí. Pero si alguien no tiene hijos o alguien que le ayude, entonces puede que quiera uno de nuestros robots. Y por supuesto, nuestros robots pueden realizar funciones especiales.
Thieu Vo interrumpió en este punto para que su esposa le pudiese hacer un resumen de la conversación hasta el momento. Ella le informó con fonemas rápidos y nasales. Tuvieron un intercambio rápido y luego el padre Thieu soltó un comentario que hizo que el resto de la familia, incluyendo a la abuela, saltase en ambiguas risas asiáticas.
—Quiere saber —tradujo Khanh si tu robot puede pelear contra perros.
—Supongo que podría. Es ágil y duradero. Podría hacerle daño al perro.
—Tenemos vecino con perro muy malo —dijo la madre de Nga—. Ensucia jardín y luego ladra. Tememos que muerda The y Tho. El vecino no hace caso. No habla inglés o vietnamita —lo que significaba que era latino.
—Su perro pitbull —intervino Nga Vo—. Se llama Dutch. Me pregunto si podemos ver tu robot luchar contra él.
—Bien... vale. —Era mi oportunidad de congraciarme con los Vo—. De hecho, tengo el robot en el maletero del coche. ¿Voy a buscarlo? Se llama Studly.
—Vaya. Stud Lee.
La familia Vo me siguió fuera para ver a Studly salir del maletero. Música de instrumentos de metal fluía por la calle desde la casa degradada, por supuesto, el hogar del perro malo. Abrí el maletero.
—Vale, Studly, ¡hora de salir!
—No estamos en West West —comentó Studly, una vez que se encontró en la acera—. ¿Qué quieres que haga aquí, Jerzy?
—Studly, ésta es la familia Vo. Inclínate.
Studly elevó una de sus patas y se movió de adelante hacia atrás para hacer que su cuerpo realizase una reverencia perfecta.
—Me alegra conocer a la familia Vo.
Los Vo rieron sin sentido.
—Studly, ésta es la propiedad de los Vo —señalé la casa y el jardín—. Quiero que defiendas la propiedad de los Vo de un pitbull llamado Dutch.
—¿Dónde está el pitbull llamado Dutch, Jerzy?
—Siempre está delante de la casa gris en el número 5782 —dijo Nga Vo—. Nadie sabe cuándo sale.
—Puedo hacer que Dutch salga —gritó el pequeño Tho dentro de su camiseta.
Lanzando un grito estridente, Tho corrió el mismo porche del 5782 y saltó de arriba abajo hasta que hubo movimiento en el interior. Giró sobre los talones y corrió de vuelta a nosotros. La puerta de la casa gris venida a menos se abrió de golpe y de ella saltó cargando un perro pesado de cuerpo bajo, ladrando con furia.
Los Vo y yo subimos al porche para dejar a Studly un campo de batalla libre.
—¡Dale, Studly! —grité repetidamente, endureciendo la voz—. ¡Dale! ¡Dale al perro!
Los Vo vitoreaban:
—¡Stud Lee! ¡Stud Lee! ¡Stud Lee!
Exceptuando a Studly y Dutch, los jardines y aceras estaban desiertos. Al otro lado de la calle había más casas pastel, y por encima podía ver el smog de San José y por encima del smog el eterno cielo azul y vacío de California con el sol occidental retirándose.
Studly estaba alto sobre sus patas flexionadas, manteniéndose en equilibrio con nerviosos movimientos adelante y atrás de las ruedas. Tenía el manipulador bien cerrado, y la mano con forma humana estaba contraída en un puño. El perro pasó totalmente de Studly en su carrera hacia los escalones de los Vo, pero Studly se interpuso en el camino del perro y, de pronto, descargó el puño contra la cabeza del animal.
Dutch gritó sorprendido, para luego gruñir de furia. Studly aprovechó la ventaja y empleó la pinza para pincharle con fuerza en un costado.
—Vete —dijo Studly—. Mal perro. Vete.
El sonido de la voz del robot desencadenó un reflejo de ataque en el pitbull, y saltó hacia el cuerpo de Studly. Studly casi se cayó hacia atrás, pero pudo girar las ruedas marcha atrás con la rapidez suficiente para equilibrarse.
Dutch se lo tomó como una retirada, y beligerantemente mantuvo su posición, plantando las patas y bajando la cabeza para ladrar de forma más agresiva. Sin amedrentarse en absoluto, Studly avanzó y dirigió otro golpe del puño a la cabeza de Dutch.
El perro se echó atrás y Studly siguió avanzando. Le dio un buen pinchazo con la pinza y a continuación Dutch huyó. Studly le persiguió hasta su casa, dejando al perro sentado en el porche fingiendo no sentir interés.
—Vuelve, Studly —grité.
Los Vo seguían celebrando la victoria de Studly cuando se abrió la puerta de la casa gris y un tipo barbudo y fornido salió de ella. Vestía tejanos y una camiseta, y en los gruesos brazos tenía tatuajes caseros.
—¿Qué cojones estáis haciendo, gilipollas? —aulló.
Permanecí en la acera con Studly, yo vestido con mis pantalones cortos, sandalias, camisa llamativa y calcetines con dibujos.
—Oh, hola —grité—. Sólo mostraba mi robot a la familia Vo. Si no hubiésemos tenido cuidado, podría haber matado a su perro. ¡Espero que pueda evitar que el perro entre en el jardín de los Vo!
—¡Tú evita que ese puto robot se acerque a mi puto jardín!
—¡Sí, por supuesto! —dije, sonriendo—. ¡Vive y deja vivir!
—¡Puto geek