«INVITAR EL DESCENSO DE LOS JUGOS»
Samuel Howard Monell, tratando en 1903 de las tecnologías electromédicas entonces nuevas, resumía con eficacia las demandas de los médicos desde Hipócrates para obtener resultados con medios sencillos en sus pacientes histéricas: «El masaje pélvico (en ginecología) tiene defensores brillantes que informan de resultados maravillosos, pero cuando los terapeutas tienen que aplicar la técnica con sus propios dedos, el método deja de ser útil para la mayoría». Para los médicos de esta línea, el vibrador fue un regalo del cielo: «Lo que sería impracticable de otro modo, se puede hacer en la consulta con aplicadores especiales (a motor)».
A los médicos les molestaba no solo el tiempo necesario, sino también la habilidad requerida. Samuel Spencer Wallian ensalzaba las virtudes de la «ritmoterapia» con un vibrador en 1906, afirmando que con el masaje manual el médico «consume una trabajosa hora para conseguir resultados mucho menos profundos que los que logra el otro [el vibrador] en cinco o diez breves minutos». En cualquier momento de la historia, desde el punto de vista de la rentabilidad de la práctica médica, la diferencia entre una hora y diez minutos es importante.
Como ya he mencionado, los médicos no muestran entusiasmo por tratar la histeria de sus pacientes en ningún momento. Las pruebas apuntan a que lo consideraban una tarea difícil, aburrida y que llevaba mucho tiempo, y que se esforzaban por delegarla en subordinados o máquinas ya en la antigüedad y el medievo. En general, a los médicos occidentales les ha parecido que las terapias físicas suponían mucho trabajo molesto, actitud que finalmente ha llevado en el siglo XX a la separación entre médicos y terapeutas físicos. Hubo esfuerzos anteriores en esta dirección, como hemos visto; con frecuencia el masaje era una tarea de bajo estatus relegada a semiprofesionales en las casas de baños antiguas y medievales, y en los modernos balnearios. Hasta el siglo XIX el masaje pélvico de las mujeres, útil en los partos y en el tratamiento de la histeria, era frecuentemente responsabilidad de las matronas, bajo supervisión médica o no. Como terapia, el masaje era difícilmente perjudicial, con frecuencia aportaba beneficios, y se lograban resultados, cuando se lograban, con paciencia, lo que quiere decir que desde el punto de vista del médico carecía del carácter heroico de la cirugía, la sección de venas y el purgado. Así las cosas, no sorprende que los médicos buscaran tecnologías que les permitieran cosechar los beneficios del masaje pélvico, cosa que el delegar en otro terapeuta no permitía, a la vez que evitara la costosa inversión en habilidad y tiempo.
Una de las primeras tecnologías que se emplearon para este fin fue la sierra movida por agua. No hay pruebas de ello, pero algunos autores sostienen que en la antigüedad se almohadillaba con tejido el extremo del palo vibrante de las sierras de agua y se lo usaba para masaje. Era más frecuente en la antigüedad y la edad media que se sirvieran de masajistas manuales, como el personaje de Juvenal, o que visitaran baños con instalaciones para bombear agua a presión, aunque solo fuera la de la gravedad. Se dice que en 1734 un tal Abbé St. Pierre inventó un predecesor mecánico del vibrador llamado un trémoussoir, pero se sabe poco de su forma y empleo. Los establecimientos de higiene y baños ofrecían masaje manual al menos desde el Renacimiento, y posiblemente antes (figura 8), incluyendo los instrumentos de masaje que ahora se asocian con saunas.
Al mismo tiempo existía una serie de tecnologías para tratar dolencias vaginales y uterinas que necesariamente se solapaban con el masaje, ya que la histeria y la clorosis se creían de origen uterino. Se podían recetar pesarios o supositorios con ingredientes galénicos refrigerantes o calentadores, según la enfermedad. Otra técnica era la subfumigación, ilustrada por Paré, en la que la paciente se sentaba sobre un pequeño quemador que producía humos atractivos o repelentes, también dependiendo de la enfermedad, que ascendían a la vagina. Se pensaba que la eficacia de este método aumentaba mediante pesarios que la mantenían abierta para que entraran los vapores (figura 9).
Fig. 8. Baños medievales, de Great Bordellos of the World (1983), de Emmett Murphy, Bibliotheque Nationale
Como dije en el capítulo 2, el masaje de la vulva era un procedimiento algo controvertido entre los médicos tras el medievo, a pesar de su venerable historia. En el siglo XIX el conflicto y el hervidero de ideas sobre las mujeres y sus médicos adquirió una visibilidad insólita. El conocimiento público de controversias entre médicos había ido creciendo constantemente desde finales del Renacimiento, cuando las obras médicas empezaron a abandonar el latín como lengua franca para la comunicación profesional.
Esta tendencia se aceleró por el abaratamiento en los métodos de imprenta, que supuso que en el siglo XIX los libros estuvieran al alcance económico de un campo más amplio de clases sociales. Hacia 1890 el lector lego europeo o americano de obras médicas tenía casi tantas posibilidades de enterarse de la confusión médica, controversias y exposiciones tendenciosas de casos clínicos como el seguidor moderno de programas de televisión sobre salud. Los médicos siempre han atacado la teoría y práctica de sus colegas en publicaciones profesionales, pero la explosión de la imprenta en el siglo XIX colocó este debate ante los ojos del público por primera vez. Quienes defendían prácticas radicales, como los abundantes hidrópatas en América y Europa, eran especialmente proclives a dirigirse a sus clientes en vez de a sus colegas, que consideraban cuestionables, como poco, sus afirmaciones.
El masaje directo de la vulva para la histeria y trastornos similares no cambió sustancialmente en el siglo XIX. Pero había una diferencia en el modo en que se trataba el asunto en parte de la literatura médica, especialmente en EE.UU y Gran Bretaña. Los médicos se inclinaban menos que sus predecesores, que escribían en latín, a describir los detalles de la manipulación de los genitales femeninos, sabiendo que los textos en vernácula podrían caer fácilmente en las manos de cualquiera. Theodore Gaillaird Thomas mencionaba tratamientos de masaje ginecológico en una obra médica publicada en Filadelfia en 1891 omitiendo toda instrucción práctica porque «los detalles de la manipulación son demasiado pequeños para reproducirlos aquí, y deben leerse en las obras originales», algunas de las cuales estaban en latín. Pero el autor francés A. Sigismond Weber no mostraba tanta delicadeza al describir el masaje vulvar en 1889, incluyendo detalles de manipulación con los dedos tanto interna como externa, en una obra sobre electricidad y masaje.
Hacia el tercer cuarto del siglo XIX había mecanismos de varias clases, pero no todos los defensores de las terapias físicas los aprobaban. George Massey, médico estadounidense muy conocido e implicado activamente en el desarrollo de la electroterapia, consideraba no obstante el «masaje con las manos como el único método eficiente» para tratar a mujeres histéricas, «rechazando toda maquinaria, percutores de músculos, etc., que o son pobres sustitutos de la mano del masseur o constituyen una medida completamente distinta».
Fig. 9. Instrumentos renacentistas para la subfumigaoión. De L’opera ostetrico-ginecologica di Ambrogio Paré, de Ambroise Paré, ed. Vittorio Pedore (Bolonia: Cappelli, 1966), 166.
Silas Weir Mitchell, el médico de la cura de descanso que ha sido identificado como el antihéroe de The Yellow Wallpaper, de Charlotte Perkins Gilman, defendía el masaje, pero en 1877 avisaba a sus colegas de que «el primer empleo del masaje puede aumentar la nerviosidad e incluso provocar la pérdida de sueño», aunque «pronto la paciente empieza a resultarle calmante y a quejarse si se omite». Puede que Mitchell fuera también el médico a quien se refería Thomas Low Nichols en su folleto de 1850 sobre los méritos de la cura de agua para mujeres embarazadas:
Un hombre —si no insulto demasiado a la humanidad al llamarlo así— que vive cerca de Nueva York se ha especializado en estas enfermedades femeninas... la infamia de sus prácticas de curandero y manipulaciones obscenas harían sonrojarse al papel sobre el que se escribieran. Conozco muchos casos que ha maltratado, y ninguno en que la paciente, cuando pierde efecto la peculiar excitación que induce, no haya empeorado.