La histeria en la medicina del Renacimiento

La tradición de tratar la histeria evacuando fluidos insalubres continúa en los siglos XVI y XVII. El célebre cirujano Ambroise Paré (1517? -1590) escribió algunas vividas descripciones tanto de la histeria como de sus tratamientos:

Las que resultan liberadas de las convulsiones del sofoco de la matriz, por naturaleza o por artificio, en poco tiempo el color viene a su cara poco a poco, y el todo empieza a subir con fuerza, y los dientes, que estaban juntos muy apretados empiezan (si las mandíbulas están sueltas) a abrirse y separarse de nuevo, y por último algo de humedad fluye de las partes secretas con cierto cosquilleo placentero; pero en algunas mujeres, como especialmente en las que el cuello del útero es cosquilleado por el dedo de la matrona, en lugar de esa humedad viene semilla espesa y gruesa, la cual humedad o semilla cuando cae el útero que antes estaba como rabiando regresa a su debida naturaleza y lugar, y poco a poco todos los síntomas se desvanecen.

Se pensaba que el matrimonio y el coito curaban muchos casos. Cuando se diagnosticaba histeria, «si ella está casada anímesela a copular, y que su marido se encuentre vigorosamente con ella, porque no hay remedio mejor que este». Si el remedio no estaba al alcance «que la matrona se unte el dedo con oleum nardinum o de mosqueta y lino, o de clavo, o de espigas mezcladas con almizcle, ámbar gris, civeta1 y otros polvos dulces, y con eso que frote o haga cosquillas al borde del cuello del útero que toca el orificio interior».

Audrey Eccles cita a Riverius (Lazare Riviére, 1589-1655) así:

El Furor Uterino es una especie de locura, que proviene de un deseo vehemente y desbocado de Abrazo Carnal, el cual deseo desbanca la Facultad Racional hasta el punto de que la paciente profiere discursos licenciosos y lascivos... [aunque afecta sobre todo a vírgenes y viudas jóvenes] también puede sucederle a mujeres casadas que tienen Maridos impotentes, o a quienes no quieren mucho, por lo que sus vasos seminales no están suficientemente descargados... [si el matrimonio no lo arregla] algunos aconsejan que las Partes Genitales se manipulen y froten por una Matrona ingeniosa, de modo que cause una Evacuación del Esperma sobreabundante.

La descripción de la situación de Riverius es típica de su tiempo, según Eccles, que afirma, citando a Nicholas Culpeper, que «la mayoría de los autores estaba convencida de que la mejor manera de hacer bajar al útero y descargar la semilla era por relación sexual» y pasa a describir el método estándar del dedo de la matrona untado de aceite aromático. «Comprensiblemente», dice, «había alguna duda de si esta manera de proceder era totalmente aceptable, desde el punto de vista moral, un escrúpulo que Culpeper consideraba una estúpida superstición papista».

Robert Burton (1577-1640) habla de una sintomatología emparentada con la histeria bajo el título de «Melancolía de doncellas, monjas y viudas». Como la mayoría de sus predecesores, recomienda el matrimonio como cura. Tras una discusión general sobre dietas y cuestiones ambientales, nos dice que «el remedio mejor y más seguro de todos es verlas colocadas y casadas con buenos maridos a su debido tiempo, de donde estas lágrimas, esta es la causa primera y esta es la cura dispuesta, dar contento a sus deseos». Burton se opone al celibato de curas y monjas, en parte por la razón de que en su opinión alienta la masturbación. Giulio Cesare Claudini recomendaba en 1607 el masaje como alternativa al coito conyugal para el tratamiento de histéricas, señalando que «una limitada contrairritación aplicada a las partes bajas, con la cual fricción de las partes al mismo tiempo, vendado doloroso, y se considera apropiado abundancia de aceite lubricante».

En el siglo XVIII no era infrecuente la preocupación por la salud mental de las religiosas. G. Rattray Taylor comenta acerca de la preocupación por la histeria y supuestas posesiones demoníacas entre las monjas, señalando la similitud de los síntomas histéricos y los sexuales. Observa que «los ataques histéricos suelen tener una relación estrecha con la fantasía inconsciente: en particular, las mujeres a veces exhiben movimientos convulsivos, o quedan rígidas con el cuerpo arqueado de modo que las vergüenzas se proyectan hacia adelante como en el coito». Taylor interpreta esta conducta en el contexto del modelo androcéntrico y supone que se debe a un deseo reprimido de penetración.

Michael MacDonald observa de modo algo paternalista que los médicos del siglo XVIII percibían una correlación entre las enfermedades de las mujeres y su estado psicológico, y que «intentaban persuadir a sus colegas y al público informado de que estaba extendida una dolencia llamada ‘sofoco de la madre’». Los síntomas histéricos estaban causados por «la presunta propensión del útero en convertirse en un vagabundo, abandonando su lugar correcto en la matriz [sic] y paseando por las partes superiores, cerca del apasionado corazón». Como hemos visto, este paradigma de la enfermedad estaba bien enraizado en la comunidad médica mucho antes del siglo XVII.

Abraham Zacuto (1575-1642), llamado Zacuto Lusitano, aprobaba en su Praxis Medica Admiranda de 1637 la opinión médica estándar de que lo mejor para las histéricas era el matrimonio, pero si este tratamiento fallaba podía emplearse la fricción de la vulva por un médico o matrona. Empieza describiendo un caso en que el matrimonio resulta una terapia eficaz, en términos tranquilizadores para los afectos al modelo androcéntrico de sexualidad:

No debes maravillarte de todas estas cosas que son naturales a las mujeres, y deben esperarse especialmente de las vírgenes; a causa de la retención de fluido sexual el corazón y las áreas de su alrededor quedan envueltos en una humedad enfermiza: esto es cierto especialmente para las mujeres más lascivas, inclinadas a lo venéreo, las apasionadas más dispuestas a experimentar placer físico; si ella es de este tipo ninguna ayuda puede aliviarla salvo la de sus padres, a quienes se aconseja que la encuentren un marido. Habiéndolo hecho, la vigorosa cópula del hombre alivió el frenesí. Se casó con un joven lleno de energía a quien, habiendo descargado con vigor sus responsabilidades maritales, ella se entregó con entusiasmo; con el tratamiento apropiado floreció, revivió con el tono rosado del bienestar, y recuperó completamente la salud.

Pero continúa describiendo el caso de una «virginella» a la que fue preciso aplicar un pesario hecho de ciclamen, cebolla, ajo y bilis de vaca, «con cuyo movimiento y la excitación y calor que levantó en las partes privadas, emitió copiosa cantidad de fluido sexual que resultó visible cuando remitió la furia del ataque». Zacuto muestra preocupación sobre si los «médicos temerosos de Dios» deberían realizar estos procedimientos y concluye que son aceptables cuando las mujeres están en peligro de muerte por histeria. Pero también dice que no todos sus colegas están de acuerdo: «Acerca de sacar del útero este fluido dañino excitando y frotando las partes privadas, Raphael Moxius y Carrerius están en completo desacuerdo».

Nicolaas Fonteyn (Nicolaus Fontanus, fl. 1630) hizo una animada presentación en 1652 de las visiones de su tiempo sobre este asunto, en el característico lenguaje florido e incoherente de los documentos médicos vernáculos:

Las Esposas son más saludables que las Viudas o la Vírgenes, porque las refresca la semilla del hombre, y eyaculan ellas mismas, con lo cual la causa del mal se va al expulsarla. Esto es evidente en las palabras de Hipócrates, que aconseja a las Doncellas jóvenes que se casen, cuando tienen estas molestias; que las mujeres tienen piedras [es decir, testículos, como ovarios o glándulas] y semilla, ningún Anatomista auténtico lo negará; la semilla de las mujeres, confieso, a la vista de la pequeña cantidad de calor es más imperfecta que la semilla de los hombres, pero es más absoluta en sí misma y apta para la Generación. Puede añadirse otra causa, además de la que alega Hipócrates, a saber, que yaciendo con sus maridos las casadas suavizan los caminos de la semilla y así los Flujos bajan más fácilmente a su través. Pero otra cosa ocurre en las Vírgenes, porque el estreñimiento y la obstrucción de las venas detiene la sangre, que por eso se pudre, y de la putrefacción se desprenden grandes vapores, y por ello pesadez de mente, embotamiento del espíritu, entumecimiento de las partes, disposición timorata y asustadiza, repentina propensión a convulsionar por culpa de la demasiada sangre, que oprime y carga al corazón, también ansiedad continua, tristeza y deseo de dormir, con charla ociosa y alienación mental, pero lo que más comúnmente las aflige es una dificultad y dolor para respirar, por la continua dilatación y compresión del pecho, donde llega la sangre retirada de la matriz, en gran parte, y a veces produce efectos asmáticos. Pero ¿qué diremos de las viudas, que caen y viven secuestradas en estas Conjunciones Venéreas? Debemos concluir que si son jóvenes, de complexión negra y peludas, y están algo descoloridas en las mejillas, que tienen un espíritu de salacidad, y sienten en su interior un cosquilleo frecuente, tienen la semilla caliente y lasciva, que las irrita e infla lo venéreo, pero esta concupiscencia no es buena sino provocando la eyaculación de la semilla, como aconseja Galeno con el ejemplo de una viuda afligida por síntomas intolerables, hasta que la abundancia del humor espermático se redujo por la mano de una hábil matrona, y un ungüento adecuado, episodio que apoya el argumento de que el uso de Venéreo es muy sano si la mujer se limita a las leyes de la moderación, de modo que no se sienta cansada ni débil de cuerpo tras estos placenteros conflictos.

Existe un relato paralelo, pero mucho más conciso, de John Pechey (1655-1716) quien, a diferencia de la mayoría de sus contemporáneos, está familiarizado con la función sexual del clítoris; describe el «sofoco del útero» como la enfermedad causada por «la retención de la semilla» que se cura por «evacuación» sea por coito o por «ungüentos olorosos».

El famoso médico Thomas Sydenham (1624-1689) creía que la histeria era responsable de alrededor de «un sexto de todas las enfermedades humanas». En sus Epistolary Disertations dice:

Si no me equivoco, la histeria es la más común de todas las enfermedades crónicas; como las fiebres (y los trastornos que las acompañan) suponen dos tercios del total de enfermedades crónicas, las dolencias histéricas (o llamadas histéricas) son la mitad del tercio restante. En cuanto a mujeres, si exceptuamos las que llevan una vida dura y resistente, raramente hay una que esté libre del todo de la enfermedad —y las mujeres, recuérdese, suponen la mitad de los adultos del mundo.

Si la histeria era solamente el funcionamiento normal de la sexualidad femenina, mal puede sorprender que casi todas las mujeres mostraran síntomas, excepto quizá las agotadas por mucho trabajo y escasa ración.

William Harvey, mucho más conocido por su trabajo sobre la circulación de la sangre que por sus Anatomical Exercitations concerning the Generation of Living Creatures (1653), consideraba la histeria un azote terrible entre las mujeres, causada por desórdenes en la menstruación o por privación sexual:

Ningún hombre (nunca demasiado versado en estas materias) ignora qué graves síntomas, el Levantado, Hundimiento y Perversión, y Convulsión del Útero excita, qué horribles extravagancias de la mente, qué Frenesí, Trastornos Melancólicos y Enfado, las Enfermedades preternaturales del Útero inducen, como si las Personas afectadas estuvieran encantadas: como también cuántas difíciles Enfermedades, los depravados efluvios Menstruales, o el uso de Venus, muy intermitente y muy deseado, fomentan. [Énfasis en el original]

En On Parturition (1647) había descrito los espasmos o paroxismos del sistema reproductivo femenino durante episodios histéricos, de los que afirmaba que ocurrían cuando «las pasiones son fuertes».

De todos los médicos del siglo XVII que trataron de la histeria, el más ceñido a los hechos y menos influido por la moral, era Nathaniel Highmore, cuya De Passione Hysterica et Affectiones Hypochondiraca de 1660 es una de las pocas obras médicas de la historia occidental en llamar directamente orgasmo al paroxismo histérico. Describe la congestión con sangre de los genitales femeninos durante la fase de excitación y la liberación de fluidos vaginales. El paroxismo, observa, constriñe los vasos sanguíneos durante la «crisis» y devuelve la sangre a los órganos centrales. Tanto su descripción como la palabra que usa —orgasmus, que en latín solo tiene un significado— dejan claro que comprende absolutamente el carácter sexual de la liberación que experimenta la paciente en el paroxismo histérico. Pero admite que la técnica para producir la crisis es difícil de aprender. Volveré a este asunto más adelante. Su explicación de la enfermedad fue controvertida en su tiempo y prácticamente ignorada en siglos posteriores.