Capítulo 9
Ni bien escucharon el último de los tres golpecitos con que Liborio les había avisado que ya era el momento, Matías Elias Díaz e Irene René Levene levantaron la tapa del baúl y al instante sintieron algo extrañísimo: que eran transportados a una velocidad superlativa.
Medio aturdida, Irene escuchó gritar a Matías:
—¡Maldición! Ese idiota midió mal los minutos…
—¿Cómo ha dicho, alumno Díaz? —interrogó la Cocodrilo.
—¡No! ¡Me quiero morir! —exclamó Irene René Levene.
—¿Y a usted qué le sucede, Levene?
¡Estaban en 1989, a comienzos de las clases! ¡Un año antes! Tendrían que soportar a la Cocodrilo otra vez, de nuevo el mismo año, enterito. Otra vez sus chillidos ensordecedores, sus tirones de oreja, sus interminables lecturas en voz alta al lado de la ventana, lanzando microscópicas gotitas de saliva hasta la cuarta fila…
Pero los dos amiguitos casi no tuvieron tiempo de pensar en esas desgracias. Enseguida ocurrió otra cosa rara: en el frente del aula apareció Liborio Riolobos, el chico del reloj.
—¿De dónde salió este señor? ¿Qué hace aquí adentro sin guardapolvo? —preguntó la Cocodrilo con su vocecita de flautín, dejando sus fauces amenazadoramente abiertas.
El chico miraba a un lado y a otro con ojos aterrorizados sin atinar a contestar ninguna de las preguntas que le disparaba la maestra.
—¡Es el chico del reloj! —le susurró Irene René Levene a Matías Elias Díaz—. Hacé algo, tarado, ¡sacalo de acá!
Vacilante, Matías consiguió decir:
—Es mi primo. Seguro que viene a buscarme. —Y sin hacer caso a los gritos de la maestra tomó a Liborio del brazo y lo sacó afuera. Irene fue tras ellos.
—¿Adónde cree que va, señorita?
—¡También es mi primo!
Arrastraron al chico hasta el patio y allí lo interrogaron.
—Cuando abrí el baúl y vi que no estaban pensé que se habían hecho invisibles —explicó Liborio Riolobos, agitando la revista que aún mantenía en su mano—. Así que hice las mismas cosas que ustedes: me metí adentro y dejé que pasaran cuarenta minutos.
—¡Treinta y nueve, querrás decir!
—Cuarenta.
—Treinta y nueve, nos hiciste volver al año 1989. Por tu culpa vamos a tener qué hacer de nuevo sexto grado —protestó Matías.
—¿Cómo? ¿Qué es eso de 1989…?
—No, nada, no le hagas caso —trató de tranquilizarlo Irene.
—¿Pero… dónde estoy?
—Bueno, es largo de explicar. No te preocupés, nosotros te vamos a ayudar. Espéranos en la vereda que ya falta poco para la salida. No hablés con nadie.
Liborio Riolobos salió a la calle y se sentó en los escalones de la entrada a esperar a sus amigos. Aburrido, caminó luego hasta la esquina. Vio pasar el coche más maravilloso que pudiera él imaginar pero eso no fue nada comparado con lo que había en la vidriera de un negocio: una caja de madera, como una gran radio en la que se veían imágenes en colores. ¡Un verdadero cinematógrafo en miniatura! ¡Y en colores!